Desde hace dos días, diferentes medios no italianos han percibido un corte sociopolítico en Italia bastante más importante que el nombramiento de Mateo Renzi, alcalde de Florencia, a la cabeza del Partido Demócrata. El día 12 de diciembre, el corresponsal del semanario francés Le Point escribía: “Desde Palermo a Turín, de Roma a Génova, de Savona a Milán, un viento de protesta sin precedentes barre Italia. Interrupción del metro en la capital, cierre de las tiendas en los cascos antiguos, ocupación de estaciones y mercados, concentraciones ante los palacios institucionales, operaciones bloqueo en las fronteras: desde el domingo pasado, las manifestaciones contra la “casta política” se multiplican en la península”. Dejaremos de lado la interpretación de este periodista sobre la orientación y las fuerzas políticas que intentan vertebrar este movimiento. En el artículo que publicamos a continuación, Franco Turigliatto subraya con razón el peso concreto, visible por ejemplo en la capital piamontesa Turin -antigua capital de la Fiat- , de las fuerzas de la derecha extrema y las complicidades existentes entre éstas últimas y una parte de la policía y de la magistratura. Es tradicional considerar Italia como un laboratorio político. La fórmula ha estado justificada más de una vez. En el contexto de la crisis europea, habría que estar ciego para no tomar en cuenta de forma muy seria la posible dinámica de las recientes “sacudidas socio-políticas” en Italia y no concentrar la atención más que en la emergencia de una oposición sindical de izquierdas o de un reagrupamiento de las fuerzas de la izquierda anticapitalista. Estos últimos elementos tienen ciertamente toda su importancia, pero precisamente porque emergen en un contexto sociopolítico que no ha existido jamás en Italia desde finales de los años 1960 -Redacción de A l´encontre]
Lo que está ocurriendo estos últimos días con las movilizaciones y los “levantamientos” de los llamados “forconi” [quienes enarbolan las horcas] indica que hemos entrado en una nueva fase de la crisis económica y social en nuestro país. Se movilizan sectores de la pequeña y media burguesía golpeados muy duramente por la crisis en sus intereses y sus rentas: los comerciantes, los vendedores ambulantes, los camioneros. Se han sumado a ellos otros sectores sociales populares más o menos marginales: jóvenes de las barriadas urbanas, parados o estudiantes. Esos fenómenos son particularmente evidentes y conflictivos en Turín, la vieja ciudad obrera y fordista que, más allá del nuevo escaparate turístico que significan los palacios del centro, se encuentra en una gran fase de pauperización y de postración social.
La crisis y la pequeña burguesía
Esos sectores de la pequeña burguesía -con sus diferentes estratos- han gozado durante muchos años de una relativa tranquilidad y confort (en algunos acaso eso se ha realizado gracias a diversas formas de evasión fiscal), pero hoy, después de seis años de una crisis económica aguda, sus certezas sociales y económicas son puestas en cuestión y para muchos de ellos se abre la posibilidad, a corto plazo, de un descenso a la pobreza. Esos sectores están golpeados no solo por las dinámicas de la crisis económica sino, también, como la gran mayoría de ciudadanos y ciudadanas, por las políticas de austeridad y de contracción presupuestaria aplicadas por los gobiernos de la burguesía.
Desde hace años, esas políticas masacran en primer lugar, y ante todo, a los trabajadores y trabajadoras de los sectores privado y público que sufren recortes en los salarios, el empleo, con la destrucción de puestos de trabajo y en el llamado estado social. Esos “sacrificios” han sido exigidos permanentemente por las políticas neoliberales cuya única función es garantizar las ganancias y las rentas de la patronal, de la gran burguesía como clase y de sus miembros en particular. Para asegurar esa transferencia de riqueza de abajo hacia arriba, la clase dominante “reclama” hoy a amplios sectores de la pequeña burguesía que “participe en los sacrificios”, lo que empobrece a esas capas sociales intermedias que, sin embargo, son fundamentales para garantizar el statu quo social y político.
El verbo inglés “squeeze” indica la acción simultánea de apretar y de extraer el jugo. Ese verbo se traduce de forma activa en lo que se refiere a la clase trabajadora. Pero concierne también a las capas de la pequeña burguesía y determina su desintegración social.
Y eso constituye uno de los rasgos distintivos de las grandes crisis económicas que se transforman así en crisis políticas y sociales que producen contradicciones y heridas en todos los estratos de la sociedad. Es por lo que hablamos de un cambio de época en Europa.
La crisis en la ciudad de Turín
En algunas ciudades, entre ellas Turín, el fenómeno se presenta bajo formas particularmente dramáticas: la ciudad del mundo del trabajo, en otra época rica y con una clase obrera activa, ha sufrido profundas transformaciones. En algunos años, el paro ha alcanzado a toda la región del Piamonte, lo que implica no solo centenares de miles de personas en paro sino, también, un gran número de “cassa integrati” (gente que ha perdido su empleo pero cobra una parte de su salario, fruto de las conquistas de comienzos de los años 1970).
Es evidente que la pequeña burguesía, ante todo la comercial en sus diversas facetas, afectada ya por la crisis no podía más que, incluso sin tener una conciencia exacta de ello, sufrir una reducción de sus actividades comerciales y de sus rentas como consecuencia del simple hecho de que un gran número de asalariados habían perdido su salario o lo había visto reducido y estaban obligados a reducir su consumo. La crisis que golpeó primero a los asalariados no podía sino repercutir a los comerciantes que, mientras tanto, a pesar del fraude fiscal de algunos de ellos, tuvieron que hacer frente a las reducciones presupuestarias de las entidades nacionales y locales, que debían ser los actores en última instancia de las medidas de austeridad decididas por el gobierno.
Además, antes existía una cierta delimitación y planificación de los puntos de venta, pero ahora la casi total liberalización del comercio y el poder enorme de las grandes marcas de distribución han puesto de rodillas a todo el pequeño comercio local, comenzando por los vendedores ambulantes [los mercados locales tienen una gran importancia en Italia], aplastados por la competencia de los centros comerciales, pero también golpeados por la competencia sin freno entre ellos mismos.
Esos comerciantes cierran sus tiendas y renacen como champiñones con nuevas actividades, aún a riesgo de volver a cerrarlas ante la imposibilidad de garantizarse una renta suficiente. Pero hay otro fenómeno que debe ser comprendido. Muchos de esos pequeños comerciantes (comercios, bares, etc.) han salido de la clase obrera. De hecho, mucha de la gente en paro, entre ella un gran número de jóvenes y de antiguos asalariados, han reunido todas las reservas financieras familiares para poner en pie un pequeño negocio a fin de obtener un ingreso. Y luego se han dado cuenta de que no era suficiente para vivir.
En Turín, estos últimos días, el cierre de las tiendas ha sido total, bien como consecuencia de la decisión de sus propietarios, bien por el efecto de grupos activos ligados a los organizadores de la huelga que han circulado permanentemente por la ciudad para imponer a todos los comerciantes el cierre de la persiana.
La intervención de las fuerzas de la derecha
Naturalmente, todos estos fenómenos socio-económicos hacen frente a la intervención y a la orientación política de las asociaciones profesionales especializadas en la creación de una ideología y de una identidad según las cuales la figura social del trabajador/a independiente garantizaría la riqueza de Italia. A partir de ahí, resulta que casi todos los demás son “ladrones”: no solo el personal político, sino también los asalariados del sector público, que son parásitos, así como, incluso, los asalariados del sector privado que dispondrían del “privilegio” de la “cassa integrazione”. Por tanto resulta fácil generar la división entre los sectores populares con grandes dificultades y hacer emerger una revuelta qualunquista [corriente política italiana de derechas que tiene rasgos antiparlamentarios y antiestatales, cuya revista Uomo qualunque -el hombre ordinario- conoció una audiencia electoral en 1946; hay similitudes con el poujadismo francés].
Las fuerzas de derecha y de extrema derecha están muy presentes y activas a través de quienes componen el comité de huelga de Turín y dirigen la dinámica de la protesta, lógicamente confusa. En las calles de la ciudad, se podía reconocer a grupos de jóvenes de derechas, provenientes de las hinchadas de los equipos de fútbol; además, estaban bien representados Forza Nuova [organización neofascista fundada en 2003 cuyo presidente, Roberto Fiore, fue diputado europeo en 2008-2009] y CasaPound [centro social neofascista y nacionalista-revolucionario creado en Roma en diciembre de 2003; el término Pound hace referencia al propagandista del fascismo Ezra Pound], y eran numerosos los eslóganes y los comportamientos claramente fascistas y reaccionarios. Numerosos jóvenes, a menudo de los barrios, han utilizado esta jornada como una posibilidad de expresar sus frustraciones sociales y su descontento. Al mismo tiempo, se ha visto que existía una puesta en escena y una organización precisa de la jornada. Otros elementos dan fe de una cierta entente que no solo tiene que ver con la simpatía por los manifestantes por parte de las fuerzas del orden, sino que remite a una relación política organizada con las fuerzas de la derecha extrema.
En este contexto se ha distinguido la actitud diligente de la magistratura de Turín que al alba de estas movilizaciones había dado la orden de llevar a cabo un amplio registro de los activistas del movimiento No TAV [movimiento popular del valle de Susa contra la construcción de una línea de tren de alta velocidad], registro que condujo a la detención de cuatro jóvenes a quienes se les ha puesto el calificativo de “terroristas” (sic).
La pequeña burguesía y las fuerzas de derechas
Es más que evidente que esas clases sociales en vías de pauperización -en la calle estaban presentes ante todo comerciantes ambulantes y sectores inferiores del sector del comercio- y la gran masa de los parados pueden convertirse en una base de masas de las fuerzas ultrarreaccionarias y fascistas. El potencial de radicalización reaccionaria de los sectores pequeñoburgueses implica grandes peligros para la clase obrera. Esta situación puede tomar una configuración muy nociva a causa de la ausencia, desde hace cierto tiempo, de un fuerte movimiento de masas y de luchas de la clase obrera. La responsabilidad de las direcciones sindicales, cómplices de los gobiernos de los banqueros y de la gran burguesía, es aquí inmensa.
De hecho, solo una fuerte movilización obrera y de clase puede impedir derivas reaccionarias. Para responder positivamente a lo que se está desarrollando es necesario que el movimiento sindical y el de los trabajadores, apoyándose en los sectores más disponibles para la lucha, construya rápidamente una amplia iniciativa sobre la base de la defensa del salario, del empleo y de una política económica diferente que pueda dirigirse al conjunto de las masas trabajadoras y, también, a una parte de esos sectores de la pequeña burguesía y, ante todo, a los parados y paradas. Para ello es necesaria una huelga general. Si una huelga así hubiera tenido lugar ya, al menos una parte de los jóvenes que ayer (9 de diciembre) salieron a la calle habría tenido una buena y diferente ocasión de expresar su rabia.
Sería una ilusión peligrosa, como algunos que desvarían en la izquierda, considerar estas movilizaciones como precursoras de una real lucha positiva contra las políticas de austeridad y los gobiernos que las han aplicado. Pensar que la pequeña burguesía y las capas más marginadas del proletariado, en la época de la mundialización capitalista, a diferencia de lo que ha resultado siempre a lo largo de la historia y en particular en la gran crisis europea de los años 1930, puedan formar un proyecto alternativo al gran capital tiene que ver no solo con una ilusión, sino que es un error de los más peligrosos, que puede abrir la vía a verdaderas y reales tragedias políticas.
Como escribía Trotsky, la pequeña burguesía, ese polvo humano -un gran número de individuos no organizados en los lugares y los eslabones de la producción y de la distribución, pero en último análisis que depende de las relaciones sociales que traducen-, no tiene ni la función ni la fuerza social y política para expresar un proyecto alternativo al de las clases dominantes. Las clases sociales intermedias entre las dos clases fundamentales siguen estando, en última instancia, atraídas por la que demuestre más fuerza sobre el terreno. Hoy como ayer, la burguesía puede utilizar sectores de la pequeña burguesía y de los parados -como el hizo el fascismo- como arietes contra la clase obrera. Trotsky añadía, en 1930: “En cada giro del camino de la historia, en cada crisis social, hay que reexaminar el problema de las relaciones existentes entre las tres clases de la sociedad actual: la gran burguesía con el capital financiero a su cabeza, la pequeña burguesía que oscila entre los dos campos principales, y, finalmente, el proletariado. La gran burguesía que no constituye más que una fracción ínfima de la nación no puede mantenerse en el poder sin apoyarse en la pequeña burguesía de la ciudad y del campo, es decir sin apoyo entre los últimos representantes de las antiguas capas medias, y entre las masas que constituyen hoy las nuevas capas medias”. Prosigue: “Para que la crisis social pueda desembocar en la revolución proletaria, es indispensable, al margen de otras condiciones, que las clases pequeñoburguesas basculen de forma decisiva del lado del proletariado. Esto permite al proletariado tomar la cabeza de la nación, y dirigirla. Las últimas elecciones revelan una tendencia en sentido inverso y es ahí donde reside su valor sintomático esencial. Bajo los golpes de la crisis, la pequeña burguesía ha basculado no del lado de la revolución proletaria, sino del lado de la reacción imperialista más extremista, arrastrando a capas importantes del proletariado”. Luego afirma de forma incisiva: “Si el partido comunista es el partido de la esperanza revolucionaria, el fascismo en tanto que movimiento de masas es el partido de la desesperación contrarrevolucionaria” (León Trotsky, “El giro de la Internacional Comunista y la situación en Alemania” 27/09/1930).
La importancia de la lucha de los trabajadores
Solo la capacidad y el protagonismo, la fuerza y la lucha de las masas trabajadoras por sus propios objetivos de salvaguardia de sus condiciones de vida y de trabajo pueden convertirse en un polo atractivo para sectores de la pequeña burguesía o, al menos, neutralizar sectores de ella en el curso del enfrentamiento agudo con la clase dominante. Es una de las tareas urgentes que se encuentra ante nosotros y que hace de la reanudación del conflicto en los lugares de trabajo, aunque muy difícil, un elemento necesario y posible.
Nos enfrentamos a una cuestión de tiempo. El movimiento obrero y sindical debe recuperarse. De un lado, no debe demonizar a ciertos sectores sociales como tales, aliándose así a la política del Partido Demócrata y a las direcciones sindicales, quienes han subordinado a las trabajadoras y trabajadores a las orientaciones de la gran burguesía. Del otro lado, debe ser consciente de que ese movimiento de los “forconi” está dirigido por fuerzas reaccionarias y de derechas que deben ser combatidas.
Por esta razón, los miembros de clase obrera -y en particular las fuerzas de la izquierda anticapitalista que deben dedicarle todas sus fuerzas- deben comenzar su propia lucha, la revuelta de clase contra los gobiernos de los paquetes de austeridad, es decir contra la clase burguesa.