Rafael Poch. La Vanguardia
El referéndum de Suiza contra la emigración de la UE solo es un síntoma de cómo
el proyecto europeo, socialmente devaluado por la crisis y sus estafas, pierde
cohesión y base social.
Esto era la granja modelo de la Unión Europea: tres
países, Francia, Alemania y Suiza, dos de ellos enemigos históricos y hoy
pilares de la UE,
y el tercero históricamente neutral y hoy con acuerdos estrechos con Bruselas,
conviviendo, sin fronteras y con infraestructuras comunes, alrededor del Rin:
el corazón de Europa.
Es el llamado “Eurodistrito del
Rin” o “Aglomeración trinacional de
Basilea”, con 2,3 millones de habitantes de las tres naciones. A un lado la
ciudad suiza, sede de importantes industrias, al otro Saint Louis, villa
francesa de la alta Alsacia, y un poco más allá Lörrach, parroquia de
Baden-Württemberg, el estado más boyante de la dominante Alemania. Todo en
razonable armonía. Y en eso llegó el referéndum suizo.
El día 9 los suizos aprobaron en consulta limitar la emigración europea,
renegociando los acuerdos vigentes establecidos en la materia con la UE. El mandato, que habrá
que ver cómo se aplica, contempla el establecimiento de unas cuotas de
emigración dentro de tres años. La
UE, que cada vez más se comporta como un imperio arrogante y
autoritario ha recibido una bofetada de la pequeña Suiza. ¡Intolerable!
En la prensa alemana se lee que en el referéndum de
Suiza, “ha ganado la estrechez de miras y
la cerrazón” y ha perdido, “la tolerancia
y la justicia”. La canciller Merkel ve “importantes problemas”. En Bruselas
se enfadan, congelan acuerdos y amenazan con represalias.
Nadie parece ser consciente del
espejo que ese referéndum, en el que indudablemente la derecha suiza ha
capitalizado un resentimiento nacional hacia ciertos deterioros, ofrece a toda
Europa y en primer lugar a Alemania.
Desayuno
Desayuno en Saint Louis, 20.000
habitantes y una calle sin gracia que acaba en la frontera. Bajo las banderas
de Francia y Suiza un edificio de aduanas abandonado desde 2008 y con las
ventanas polvorientas. Edouard Dombó es uno entre las decenas de miles de
franceses que atraviesan diariamente esta frontera para trabajar en Basilea.
Treinta años en “Swiss Metall”, una
empresa metalúrgica que fabrica piezas para relojes. La empresa la han comprado
los chinos que se van deshaciendo poco a poco de la plantilla.
“Alguno
de mis compañeros se ha suicidado”, dice. Ya sesentón, él se ha podido jubilar. El
referéndum del domingo va a cambiar aún más el ambiente hostil hacia los “frontaliers” (en alemán “Grenzgänger”, en italiano “frontalieri”) los que atraviesan cada
día la frontera para trabajar en Basilea, explica. “Mi hijo, que nació en Suiza se ha encontrado con que esta semana le
han puesto problemas para obtener el pasaporte suizo, le han dicho que hay que
esperar a ver qué pasa”. “Todo esto
no anuncia nada bueno para Europa”, dice Dombó, nacido en Martinica y
votante de François Hollande.
¿Decepcionado?, “claro, pero, ¿qué se podía esperar de Hollande? Todo esto supera a los
políticos. Tampoco Obama ha podido cambiar nada en Estados Unidos”, dice. “El euro lo desordena todo, esto no hay
quien lo arregle”, concluye encogiéndose de hombros.
En la sede del Comité de defensa de los trabajadores del Alto Rin (CDTF)
la organización de los frontaliers, los teléfonos no paran de sonar. “El
referéndum ha sido una bêtise total”,
dice Jean-Luc Johaneck, presidente de la CDTF. “Ante
la crisis todo el mundo tiene miedo y éstas son las reacciones”, explica. “Va a ser muy difícil aplicar el resultado
del referéndum porque Suiza necesita esa mano de obra”, pronostica
Johaneck.
Almuerzo
Almuerzo en Basilea, magnífica
ciudad. En su catedral gótica, tumbas de comerciantes burgueses judíos del
siglo XVI junto a las de la aristocracia y el clero local. La industria de
Basilea es enormemente dependiente de los “frontaliers
/Grengänger” para su funcionamiento. Por eso, la ciudad ha sido, junto con
Zurich y el cantón de Zug (sede de empresas fantasmas), el único de la Suiza alemana donde no ganó
el referéndum.
“La
consulta no va a tener incidencia inmediata, todo dependerá de cómo el gobierno
aplique su mandato”, dice Katrin Bauman, jefa de recursos humanos de “Bell”, primera empresa suiza de
procesamiento de carne. Con 3000 empleados en el país, “más del 60%” de la
plantilla empleada en producción de la fábrica de Basilea son “frontaliers”,
dice Bauman. La fábrica se ve desde la frontera y en su parking la mitad de los
coches son de matrícula francesa. Al lado de “Bell” hay una fábrica del gigante Novartis, segunda empresa
farmacéutica mundial. Su sede es Basilea, pero su contabilidad se hace en
Chequia. Sin los extranjeros, y especialmente contra Europa, Suiza se hundiría
económicamente. El pequeño país recibe de Europa la mitad de sus inversiones y
le vende dos tercios de sus exportaciones. Para muestra el queso.
“Europa absorbe el 80% de la
exportación de nuestro queso, que podría pagar la factura de la limitación de
la emigración”, dice Manuela Sonderegger, portavoz de Switzerland Cheese Marketing. La
mayor parte del emmentaler, gruyère y del apenzeller se vende en Alemania, Italia y Francia,
explica.
Té a las cinco
Té vespertino en Lörrach, 48.000
habitantes. Un centro histórico antiguo destrozado por el comercio y por un
sentido práctico germano sin la menor concesión a la estética. Aquí son 50.000
los alemanes que atraviesan cada día la frontera hacia Suiza para trabajar.
Gracias a la tacañería salarial alemana, médicos y enfermeras ganan más del
doble en Suiza. En Lörrach una enfermera gana, con suerte, 1500 euros, en Suiza
4000 francos, equivalentes a 3200 euros. En el Tesino, en la suiza italiana,
una secretaria de abogado gana 3100 euros, en Italia un abogado joven, si
encuentra trabajo, unos 1500. En Francia el salario mínimo es de 1700 euros. Y
la diferencia va en aumento: en Suiza en mayo se votará, en otro referéndum, el
establecimiento de un salario mínimo de 3300 euros. Más franceses, alemanes, e
italianos, querrán ir a Suiza.
“Aunque
el referéndum no tendrá una consecuencia inmediata, habrá una reacción de la UE y probablemente empeorarán
las relaciones con Suiza y la actitud negativa hacia los extranjeros”, pronostica la
alcaldesa de Lörrach, Gudrun Heute-Bluhm. “Quien
contribuye al bienestar de un país debería sentirse bien acogido”,
sentencia. La frase es buena, pero de aplicación universal.
Tal como están las cosas, cualquier
sociedad europea habría respondido igual a la misma pregunta. En Alemania, por
ejemplo, las encuestas arrojan una mayoría de adversarios y críticos con la
emigración. Pero la diferencia entre Suiza y sus grandes vecinos no es solo los
más desarrollados procedimientos de democracia directa y consultas vigentes en
ese país.
Hartazgo suizo
El dato central de la emigración en
Suiza es su importancia, muy superior a la de los grandes países europeos: De
los casi 8 millones de habitantes de Suiza, 1,8 millones son emigrantes. En
Suiza hay un 23% de emigrantes, tres veces más que en Alemania donde
representan un 8,2% de la población. En el cantón suizo de Tessino, de 300.000
habitantes, cada día vienen a trabajar 60.000 “frontalieri”. Traducido al alemán es como si cada día vinieran a
trabajar a Baviera 2,5 millones de checos.
A pesar de la enorme diferencia de magnitud, la derecha alemana se
declara inspirada por el referéndum suizo: tanto representantes de la CSU bávara como de los
euroescépticos de Alternative für Deutschland, dicen
querer seguir su ejemplo.
En 40 años, la población suiza casi
se ha doblado. Desde la entrada en vigor del acuerdo con la Unión Europea en la
materia, en 2002, hay un flujo anual de 80.000 europeos que se instalan en
Suiza, diez veces más de lo que esperaba el gobierno, y más gente de la que
entra en España o casi lo mismo que en Francia, países diez veces mayores.
Entre el 30% y el 40% del personal
en el ámbito de la sanidad y la asistencia es extranjero, frecuentemente
alemanes mal pagados en su país. La situación no es muy diferente en otros
sectores como la hostelería, el turismo y las universidades. Casi dos tercios
de los profesores de la
Universidad Técnica de Zurich (ETH) son extranjeros.
En ese contexto la derecha suiza no
ha necesitado gran esfuerzo para atribuir a los extranjeros los cuellos de
botella en la asistencia sanitaria, los atascos de tráfico y hasta la
especulación y degradación del paisaje resultado del aumento de población y la
metástasis de infraestructuras de transporte.
Al lado de la realidad suiza, la
histeria que se ha organizado en Alemania alrededor del supuesto “turismo social” de rumanos y búlgaros,
es notable. Desde que los ciudadanos de esos dos países pueden circular
libremente, “en Alemania no ha habido un gran incremento del flujo ni se
espera”, dicen en el consulado rumano de Berlín. Los rumanos y búlgaros que
vienen a Alemania tienen mayor formación que el alemán medio (un 19% con
estudios universitarios, frente al 14% alemán) y su peso entre los receptores
de ayuda social es ridículo: un 0,7%.
No solo Alemania, sino Europa entera
achaca a Suiza lo que ella misma practica, y con una brutalidad bien cruda, con
los extracomunitarios, e incluso con los pobres del maltrecho club continental
cada vez más dividido en categorías.
El problema que contiene el
referéndum contra la emigración de Suiza supera con creces la cuestión del
denostado “populismo” y apunta hacia
algo mucho más profundo. Privada o mermada en su estado social, que era la base
de su consenso civil, y convirtiéndose a marchas forzadas en un club
oligárquico y autoritario con cada vez más desigualdades (entre sectores
sociales y entre países), Europa se agrieta y pierde su base social. Con más
explotación y más desigualdad Europa, simplemente, no vale la pena. Lástima,
porque la integración de sus naciones era un buen paliativo para su histórica
agresividad dominadora, por lo menos de puertas adentro.
“Fuck the EU”
Ante el retroceso del bienestar que la crisis introduce, los ciudadanos
redescubren sus estados nacionales como retaguardia. El resultado es algo
parecido a esa vulgar expresión que la vicesecretaria de Estado norteamericana,
Victoria Nuland, dedicó a Bruselas/Berlín por no contribuir lo suficiente al
cambio de régimen en Ucrania: “Fuck the EU”.
Eso es lo que han dicho los suizos,
han mandado a hacer puñetas a la UE,
pero sobre todo es lo que está en el ambiente en muchos países de Europa, un
descontento que seguramente irá a más y que a falta de alternativas sociales y
democratizantes desagua casi exclusivamente hacia la derecha política.
Polonia tiene problemas con la política medioambiental europea, Alemania
quiere abrir su mercado de trabajo restrictivamente solo a la mano de obra
cualificada y al final se verá tentada por crear su Kerneuropa, un club
de países pata negra, en la
Europa del sur se querrá renegociar la deuda, en el Reino
Unido el “Fuck the EU” es
programa político idiomáticamente literal… Todo el mundo quiere cambiar los
torcidos contratos de un club y una moneda que tienden a ser vistos como vacas
sagradas a las que hay que sacrificar el nivel de vida.
En su torre de marfil los señores de
Bruselas y Berlín, parecen ignorar que el “proyecto
europeo” se va al garete desde el mismo momento en el que las solidaridades
(o aparentes solidaridades) y bienestares que contenía su promesa se han
disuelto.
El primero en decir el “Fuck the EU” fue el
propio gobierno alemán, al cerrarse en banda en el otoño de 2008 a cualquier solución
solidaria del desbarajuste bancario-financiero. En lugar de eso se optó por una
estrategia nacional-oligárquica para que la banca, en primer lugar
alemana y francesa, cobrara íntegramente sus deudas a costa de las clases
medias y bajas. Deudas contraídas financiando estúpidas especulaciones -en el
caso del ladrillo de España, Estados Unidos o Irlanda- con los enormes
capitales del excedente comercial exportador, logrado a su vez, en gran
parte, con una tacañería salarial que desestabilizó a los socios.
Tras aquel primer corte de mangas al “proyecto europeo”, siguieron otros, todos antisociales
y autoritarios; se cambiaron constituciones en 24 horas, se fulminaron primeros
ministros por proponer referéndums (Papandreu) o por replicar (el impresentable
Berlusconi), y se les sustituyó por gente de la banca; se fustigaron y
reprimieron movimientos sociales como los de Grecia, España, Portugal y otros
que protestaban contra la estafa (mientras se aplaudía el de Ucrania por
consideraciones imperiales). Después de todo eso nadie puede extrañarse de la
reacción. Suiza forma parte del mismo reflejo contra una UE crecientemente
desagradable, pero seguramente será Francia la que genere el Fuck the EU más decisivo…
Hay que espabilarse para que todo ese malestar, de
base completamente racional, no lo monopolice la derecha y conduzca al
continente hacia un universo pardo.