
Pero el capitalismo también comprobó en sus propias carnes esta superioridad del proletariado y le alarmó el hecho de que si ellos, la burguesía, habían tardado más de tres siglos en derrotar a las castas feudales e imponer su sistema socioeconómico, a los obreros y campesinos les bastó casi la mitad, para, después de la experiencia de la Comuna de París, barrerlos del segundo país más grande del planeta, la Rusia zarista. La revolución soviética de 1917 dio la voz de alarma, y desde entonces, comenzando con la derrota de la revolución consejista de 1918 en Alemania, el sistema capitalista no ha parado de experimentar nuevas formas de debilitar la organización de la clase obrera. No solo reprimiendo a sangre y fuego, y potenciando la proliferación y penetración social y sindical de grupos reformistas y claudicadores, impidiendo con ello que las experiencias de lucha revolucionaria de las masas obreras y campesinas aumentaran la conciencia revolucionaria de clase. Sino también intentando dividir y disgregar a los obreros más combativos de las principales ramas productivas, en los que el taylorismo y el fordismo tuvieron mucho que ver. Hoy día continúa con la deslocalización de las fábricas o con la división de las mismas en pequeñas empresas disgregadas en polígonos o barrios separados unos de otros por cientos de kilómetros. Y no ha sido menos importante la planificación urbana de vaciar los barrios obreros y populares históricos del centro de las grandes ciudades y sacarlos a las periferias, a ciudades dormitorios muy separadas entre sí.
Las calles de San Petersburgo, París, Barcelona o Madrid ya no se cortarán con barricadas defendidas por obreras y obreros. El sistema se ha encargado de enviarlos fuera de sus centros de poder y de diseminarlos para restarles fuerza. A lo sumo dejará que marchas de columnas obreras dirigidos oportunistamente por sindicatos vendidos lleguen al centro de las ciudades, se manifiesten y los manden de vuelta a casa. O a lo sumo dejará durante un tiempo que jóvenes de clase media, intelectuales, y otros sectores indignados y preocupados por la falta de “democracia” ocupen las principales plazas de las ciudades; hasta que la mayor organización, la radicalización y el peligro de que la ideología proletaria penetrase en el movimiento y les hicieron ver que el experimento “ciudadano” había terminado. El espejismo de una auto-organización popular en el centro mismo del enemigo se disipó con la represión pura y dura.
Se ha gritado mucho “el pueblo unido jamás será vencido”. Pero mejor sería decir “el pueblo trabajador organizado y unido jamás será vencido”. Y mucho mejor sería empezar a hacerlo buscando alternativas que avancen en esa dirección. La ocupación de las fábricas es la solución. Hacer de los centros de trabajo cerrados, abandonados o en vías de desaparición espacios de autogestión y contra-poder obrero, zonas de asambleas permanentes que aumenten la organización y el optimismo revolucionario. Son muchas las experiencias que avalan el método. Solo falta el coraje de ponerlas en práctica y hacer propaganda escrita y oral sobre la validez de las mismas.
Frente a la situación de haber perdido el trabajo por cierre patronal como en el caso de Delphi en Puerto Real, cuyos obreros han sido engañados con interminables cursos de formación, promesas de recolocaciones y otras medidas disuasorias para limar su capacidad de lucha, la toma y recuperación de la fábrica fue y sigue siendo una verdadera alternativa. Frente a la situación de los astilleros de la Bahía de Cádiz (Navantia), en permanente disminución de sus plantillas, de las cargas de trabajo y de la amenaza de reconversión y posible cierre de algún centro de trabajo, la toma de las factorías es una alternativa que debe ser tenida en cuenta antes de que la desmoralización y la disgregación de las plantillas más combativas hagan mella en esos auténticos destacamentos obreros de vanguardia a nivel andaluz.
Sin embargo, con la ocupación de las fábricas los trabajadores y trabajadoras demostraban algo más, que su lucha entraba en una nueva fase pues tomaban conciencia de su vinculación con su centro de producción. Pronto se convirtió en una forma de demostrar que ese mismo proletariado podía convertirse en verdaderos administradores y directores de las empresas ocupadas, y que si podían realizar esta tarea también podrían dirigir y organizar a toda la sociedad, sin depender de los burgueses y su inservible sistema capitalista. En 1941, el marxista holandés Pannekoek escribía en su obra “Los consejos obreros”: “Así, en la ocupación de las fábricas el futuro proyecta su luz en la progresiva conciencia de que las fábricas pertenecen a los trabajadores, de que junto con ellos constituyen una armoniosa unidad, y de que la lucha por la libertad se librará en las fábricas y por medio de ellas.” (3)
E. P. Thompson narra que en la temprana fecha de 1819, obreros ingleses de una fábrica de tabaco, tras 11 meses de huelga, deciden prescindir de los patronos y producir por su cuenta (4). Es evidente que la gran experiencia de la autogestión obrera y del control de la producción por los propios “productores asociados” comienza con la revolución bolchevique en 1917 y continuará en los años sucesivos en las revoluciones frustradas de Alemania (1918) y Hungría (1919), y en los consejos de fábrica del norte de Italia en el llamado “bienio rojo” (1919-1920). Sin embargo, habría que esperar a procesos revolucionarios en el este de Europa, ligados a partidos socialistas y comunistas tras la derrota nazi-fascista, para asistir a ocupaciones de fábricas con fines de recuperación y autogestión obrera, como es el caso más claro de las experiencias en diversas fábricas yugoslavas en los primeros tiempos del gobierno socialista de Tito, recién acabada la II Guerra Mundial.
En la Europa capitalista industrializada, podemos situarnos en la Francia posterior a las oleadas del mayo de 1968 para asistir a nuevas y multitudinarias acciones de ocupación obrera. En 1972 en Renault se desató el conflicto que llevó a la toma de la fábrica de más de 14.000 obreros, donde el comité de base –integrado por franceses e inmigrantes- impuso en varias secciones el control obrero de los ritmos de trabajo, la rotación en los puestos y forzó a los capataces a trabajar con los operarios. Ese mismo año, una prolongada movilización obrera, con apoyo estudiantil y popular, impulsó el control obrero de la fábrica de relojes LIP en Bensançon, con sus consignas que se hicieron clásicas: «Es posible: fabricamos, vendemos, nos pagamos», «Los patrones despiden... despidamos a los patrones».
Sin embargo, esta forma de movilización consciente del proletariado prendió con especial fuerza en diversos países latinoamericanos, donde todavía continua marcando un camino que en los estados europeos recién está empezando, como luego apuntaremos.
Ocupaciones y control obrero de fábricas en Latinoamérica: el espejo donde mirarnos.
Entre los años 1959 y 1963, los valles peruanos andinos de La Convención y Lares fueron escenario de la mayor revuelta campesina desde los tiempo de Tupac Amaru y foco de un poderoso movimiento campesino indígena que se extendió por otras zonas del país y donde los latifundios capitalistas, principalmente cafeteros, fueron expropiados y reconquistados por cientos de miles de arrendatarios comuneros y trabajadores agrícolas. Al calor de estas movilizaciones y de la extensión de las guerrillas peruanas del MIR y del ELN en los años posteriores, se gestó el triunfo del golpe de estado del general Velasco Alvarado que formó el Gobierno Revolucionario de la Fuerza armada de 1968, de carácter nacionalista, antiimperialista y progresista que en los años que gobernó impulsó un régimen de cooperativas y comunidades industriales, estimulando la participación del trabajador en la gestión, utilidad y propiedad de las empresas.
La primera experiencia de recuperación de empresas en quiebra en Brasil fue en 1991, con la fábrica de calzado Makerli que cerró sus puertas dejando en la calle a 482 trabajadores. En 1994 se funda la Asociación Nacional de Empresas Autogestionadas (ANTEAG) para coordinar las diversas experiencias que surgían a causa de la crisis de la industria. Actualmente existen 160 proyectos que la asociación propicia junto con algunos gobiernos estatales y comunales, involucrando a unos 30 mil trabajadoras y trabajadores brasileños. Los momentos más importantes tuvieron lugar entre 2002 y 2005, cuando más de 35 fábricas fueron ocupadas y pasadas a control obrero. A finales de 2002 tuvieron lugar grandes huelgas en la zona industrial de Joinville (Estado de Santa Catarina), hasta que un millar de obreros de las multinacionales CIPLA (materiales de construcción) e INTERFIBRA (plásticos y vidrio) deciden tomar el control de la producción y organizarse mediante asambleas y a través de los consejos de fábrica. El mismo camino de ocupación y control obrero siguieron un año más tarde los 64 trabajadores de la empresa de contenedores plásticos industriales FLASKO, del barrio de Sumare. Dos años más tarde, en 2005, la fábrica ocupaba tan sólo una cuarta parte de los 14 mil metros cuadrados del total del terreno, pero la asamblea popular, coordinada con los trabajadores, decidió ocupar y construir la llamada “Vila Operaria”, un conjunto habitacional donde actualmente viven más de 350 familias. Y más tarde en el 2007, la Flasko impulsó el surgimiento del Centro de Memoria Operaria y Popular (CEMOP), el cual funciona como un archivo que reúne documentos, videos y fotografías sobre el movimiento de las fábricas recuperadas y realiza y apoya diversos seminarios, simposios, etcétera. Esto da una idea del grado de compromiso político que han adquirido las ocupaciones de fábricas en Brasil, a pesar de los numerosos intentos de desalojos y la feroz represión del movimiento.
En Argentina, el paso del siglo XX al siglo XXI la sorprende con una crisis económica brutal e insostenible que se había gestado desde 1991 con un proceso de des-industrialización. Producto de dicha crisis es la enorme tasa de desempleo y el alto porcentaje de personas pobres y sin viviendas. Son miles las empresas y fábricas que cierran y se declaran en quiebra con el despido de las plantillas. En este contexto es como se generalizan las tomas de fábricas y las recuperaciones de empresas diversas (incluidos hospitales, colegios, hoteles, etc.). Frente al abandono de los capitalistas, el proletariado argentino se 'atrinchera' en su territorio laboral: ocupan las plantas primero, resisten los desalojos después -por medio de batallas legales y físicas- y por último gestionan su producción. Con ello hacen suyos la consigna del Movimiento de los Sin Tierra de Brasil: “Ocupar, resistir producir”. A las legendarias ocupaciones de la empresa de cerámicos Zanón (en Neuquén), cuando a finales de 2001 los 271 obreros deciden oponerse al despido patronal y acampan en las afueras de la empresa para posteriormente poner en funcionamiento cuatro hornos y dar comienzo a la producción bajo control obrero, y de la textil Bruckman (en Balvanera, Buenos Aires), cuyas 50 trabajadoras tomaron la empresa el 18 de diciembre de 2001 y posteriormente, ante la huida de los empresarios, controlaron la producción, le siguieron la de cientos de fábricas recuperadas y ocupadas más, otorgando al proletariado argentino una experiencia reconocida en esta faceta de la lucha de clases.
La empresa francesa de televisores “Philips” en Dreux ha sufrido un proceso de desaparición que puede ser otro ejemplo paradigmático de lo que ha pasado y está pasando en otros estados europeos en estos años de crisis galopante. De tener 7000 obreros en el año 2005 pasaron a tener casi doscientos en el año 2009 y cuya única salida era esperar la subvención y el seguro de desempleo. A principios de enero de 2010, los obreros decidieron poner la fábrica a producir para demostrar, ante el plan de cierre de la patronal, que la fábrica era productiva y podría seguir funcionando. Este intento de control obrero solo duró diez días y tuvo que seguir fuera de la planta, pero en marzo de 2010 consiguieron su objetivo de mantener los puestos de trabajo.
Y más recientemente, en medio de una crisis económica que no se le ve el final, el martes 12 de febrero de 2013 fue el primer día oficial de producción bajo control obrero en la fábrica de azulejos y materiales de construcción Viomijaniki Metalleftiki (Industrial Minera) en Tesalónica, Grecia. En mayo de 2011 la Administración de esta filial de Filkeram-Johnson abandonó la empresa dejando sin pagar a los trabajadores los sueldos de varios meses de trabajo. En respuesta, los trabajadores de la fábrica se abstuvieron de trabajar desde septiembre de 2011 hasta que en asamblea se decidió, casi por unanimidad, el 25 de enero de 2013 la auto-gestión y el funcionamiento de la fábrica por sus trabajadores, “sin patrones y otros parásitos y mediadores” (6)
En mayo de 1973, los trabajadores de la cadena de montaje de la fábrica de maquinaria agrícola John Deere en la ciudad alemana de Mannheim iniciaron con su huelga uno de los ciclos de lucha (principalmente en la industria del metal) más memorable de la historia proletaria en Alemania, según cuentan Roth y Ebbinghaus (7). Para estos autores, tras las lecciones extraídas de la oleada de huelgas de obreros y obreras alemanes, “la fábrica se ha convertido hoy en una fortaleza empresarial llena de armas que aplastan las necesidades de los trabajadores. La respuesta solo puede ser convertir la fábrica en una fortaleza, en un punto de partida desde el cual los trabajadores cortocircuiten la maquinaria socializada del sistema” (op. cit, pág. 368).
(Declaración del I Encuentro Latinoamericano de empresas recuperadas por los trabajadores y trabajadoras, Caracas, Venezuela, Octubre de 2005) (9)
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