24 de febrero de 2017

LA RENTA BÁSICA: UNA VÍA RÁPIDA A LA PRECARIEDAD

Alex Anfruns. Investig´action

La renta básica (o prestación universal), ¿ sería la reforma milagrosa que permitiría reducir las desigualdades sociales y sacar a millones de personas de la pobreza? Tanto a derecha como a izquierda, el proyecto sedujo. El candidato del Partido Socialista, Benoît Hamon ha hecho de la renta básica una propuesta estrella de su programa para las próximas elecciones presidenciales. Manuel Valls y Marine Le Pen también se habían mostrado igualmente favorables a la idea. ¿Sorprendente? Para entender mejor lo que esconde la renta básica y los detalles de una propuesta aparentemente progresista, hablamos con Mateo Alaluf, autor de “Prestación Universal. Nueva etiqueta de la precariedad” y co-director del libro colectivo “Contra la Prestación Universal”.

Según usted la Renta básica, tal como la presenta el candidato Hamon, ¿representa una alternativa real de izquierdas? ¿Cuáles son sus orígenes históricos?

Mateo Alaluf : No es una alternativa de izquierdas sino una alternativa a la izquierda. En primer lugar, si se pone al lado la mitología idealizada que se le ha dado a posteriori: Tomás Moro, Charles Fourier… La idea de una renta básica es más reciente y se relaciona con la aparición del pensamiento neoliberal y en especial de Milton Friedman en la década de 1960. Sin embargo, más tarde, los economistas críticos del neoliberalismo como James Tobin o pensadores de derecha e izquierda se unieron a la idea de una renta básica incondicional.

Además, la concepción de la justicia social que vehicula la renta básica reposa en el principio de que cada individuo recibe de manera incondicional un mismo ingreso en efectivo, del que es responsable del uso que realice. La concesión de una renta básica se basa pues en el principio de la igualdad de oportunidades que caracteriza el pensamiento liberal. Esta idea difiere del principio de igualdad basado en la redistribución de las riquezas y que supone que cada uno aporta según sus capacidades y se beneficia según sus necesidades.

La igualdad a secas, no la igualdad de oportunidades es, en mi opinión, el principal marcador de la izquierda. Esta visión de la igualdad ha impregnado nuestros sistemas de protección social. Así, por ejemplo, cotizamos un seguro de salud en función de nuestros ingresos y nos beneficiamos según estemos o no enfermos. Desde este punto de vista la propuesta de una prestación universal de Benoît Hamon supone abandonar el principio de igualdad en favor del de la igualdad de oportunidades.

En teoría se nos presenta esta idea como casi milagrosa. En la práctica, ¿ha sido ya ha implementada en otros países? Si es así, ¿con qué resultados?

La idea de un ingreso básico no se ha implementado en ningún sitio, a menos que consideremos el caso de Alaska en los Estados Unidos, donde se concede una renta petrolera a los residentes del Estado. Así que los “experimentos” que habitualmente se mencionan consisten en conceder ingresos a los pobres en la India y Namibia, por ejemplo, y constatar que su situación mejora. O aún observar que los parados que reciben ingresos sin someterse a los controles a los que están normalmente obligados, buscan, sin embargo, activamente trabajo sin ser animados a ello. No se trata, pues, de un ingreso remunerado sin ninguna condición tanto a los pobres como los ricos.

La experimentación de una renta básica de 560 € al mes concedida a una población de 2.000 desempleados en Finlandia es actualmente muy comentada. Se lleva a cabo por un gobierno de derechas que une a tres partidos, Kesk (centro), Verdaderos Finlandeses (extrema derecha) y Kok (nacionalista conservador), en el marco de una política de austeridad con miras a reducir el gasto público y contener los salarios.

La motivación esencial de esta iniciativa reside en el hecho de que un parado actualmente goza de muchas ayudas (desempleo, vivienda, los niños …) y que un puesto de trabajo, para alcanzar el nivel de las asignaciones acumuladas por un parado, debe corresponder a un salario de 2.300 € brutos. El propósito de la concesión de este ingreso básico es reducir el gasto en desempleo, contener los costes salariales y reducir el desempleo, que se eleva al 9%. Estamos aquí bien lejos de las promesas maravillosas de una prestación universal.

Alrededor de esta idea, habría pues varias ofertas bajo horizontes políticos diversos: renta básica, Prestación universal, salario de por vida… Con el riesgo para el elector de encontrarse frente a un engaño sobre el producto. ¿Cómo no ser engañado?

Hay tantas versiones de la renta básica como de personas que las promueven. Se diferencian principalmente por su grado de incondicionalidad, su montante, su grado de sustitución de la seguridad social y su modalidad de financiación.

Algunos sostienen que para una formulación de izquierdas la renta básica se caracterizaría principalmente por el carácter “suficiente”, es decir, elevado, de los ingresos asignados y el mantenimiento de las prestaciones de la seguridad social. Ahora bien, a medida que aumentase la renta, su financiación afectaría a las prestaciones sociales. Así por ejemplo, en Bélgica Georges-Louis Boucher (MR) propone una subvención de 1.000 € en lugar de todas las otras ayudas y el seguro de enfermedad limitado solo a los grandes riesgos. Por contra Felipe Defeyt (Ecolo) se pronuncia por 600 €, que Philippe Van Parijs propone alcanzar en etapas, para tratar de preservar la seguridad social.

La paradoja, entonces, consiste en si hay que abogar por una prestación universal de una cantidad alta, cuya viabilidad implica el cuestionamiento de la seguridad social y los servicios públicos y por lo tanto aceptar una regresión social importante; o bien conformarse con un modesto subsidio que podría conciliarse en su totalidad o en parte, con el sistema de protección social. En este último caso, la cantidad modesta de la prestación necesitaría, para vivir o sobrevivir, recurrir a trabajos complementarios condenando así a los beneficiarios a aceptar “pequeños trabajos” precarios y mal pagados.

En lugar de permitir a cada uno elegir entre ocupar o no un trabajo y consagrarse a actividades que podría haber escogido determinar, con plena autonomía, su finalidad, los beneficiarios de una asignación universal estarían limitados a aceptar no importa que trabajo a tiempo parcial. Tal sistema, por lo tanto, es un poderoso incentivo para aceptar un empleo y lleva a la institucionalización de la precariedad.

Concretamente, ¿cuál es la oferta propuesta por el candidato francés Benoit Hamon?

La prestación universal propuesta por Benoît Hamon parece por el momento muy imprecisa. Ha variado mucho en sus versiones e incluso ha planteado la idea de que su sistema podría estar condicionado por los recursos y sólo afectaría a los salarios por debajo de 2.000 €. Se trata, de hecho, en estas formulaciones, de ingresos para los jóvenes de entre 18 y 25, resultantes de la fusión de los mínimos sociales y la ampliación de la base del RSA (ingreso de solidaridad activa) para cualquier grupo de edad .

Estamos, en efecto, lejos de los principios que fundamentan generalmente la renta incondicional. Un tal sistema, aún muy edulcorado, conlleva el riesgo de disminución de los salarios y de constituir una subvención a los empleadores. Suponiendo que un joven perciba una prestación de 750 €, por ejemplo, ¿podemos suponer que su empleador no lo tendrá en cuenta para fijar su salario? La puerta estaría en cualquier caso abierta en Francia para el SMIC joven que había sido hasta ahora combatido por los jóvenes y por toda la izquierda.

Ciertamente uno puede concebir fórmulas de renta incondicional que, al apartarse del principio de incondicionalidad dura defendido por sus promotores, pueden ser concebidos sin socavar demasiado las protecciones sociales. Pero cuando la izquierda se inscribe en esta perspectiva pierde su brújula que no es la igualdad de oportunidades, sino la igualdad y abandona el terreno del conflicto entre capital y trabajo.

Usted afirma categóricamente que la defensa de una prestación universal equivale al abandono de la lucha contra las desigualdades. ¿Por qué razones?

Al hacer suyo el principio de la prestación universal, la izquierda hace confesión de impotencia. Bajo su presidencia, Francois Hollande ha capitulado ante su “enemigo la finanza”. Su gobierno ha hecho pasar a la fuerza la ley Macron “crecimiento y actividad” que subvenciona largamente sin contrapartidas a las empresas y la “ley del trabajo” que desmonta la legislación laboral.

La renta universal aparece entonces como un señuelo bajo las apariencias de la renovación que oculta su impotencia ante las políticas de austeridad. Consiste en hacer un paso a un lado en lugar de repensar el sistema de protección social, para frenar la inversión en servicios públicos y, especialmente, oculta la cuestión central de los salarios.



Sin embargo, este concepto tiene la ventaja de desplazar la orientación de los debates políticos bajo el ángulo de la emancipación social, en lugar de la estrategia del miedo y la regresión prometida por Valls, Fillon y Le Pen. ¿Podríamos considerar la aplicación de esta medida complementándola con otras prestaciones?

Vale más, efectivamente, discutir sobre la renta universal en lugar de exacerbar como Valls, Fillon y Le Pen las luchas identitarias y estigmatizar a los musulmanes. Además este debate tiene el mérito de poner de relieve la necesidad de un ingreso mínimo -diferente de la renta básica-, que comparto plenamente.

También es posible, aunque su montante sea modesto, considerarlo como complemento de las otras prestaciones de la seguridad social. Yo pienso, no obstante, que hay que ser más ambicioso. En lugar de una cantidad irrisoria concedida a todos ¿no es mejor dedicar todos los recursos que podrían ser liberados para unos mínimos sociales dignos bajo la condición de los recursos económicos y dar más autonomía a los jóvenes mediante la concesión de una prestación que les permita financiar sus estudios y su formación continua?

Frente a la ofensiva neoliberal todavía vigente a escala europea y en el contexto de la construcción de una alternativa progresista, ¿qué acciones están a nuestro alcance para avanzar hacia una dinámica de conquistas sociales?

En función de todo lo precedente, se ve bien que una nueva dinámica de las conquistas sociales debe romper con las políticas de austeridad y poner el acento en los salarios y el aumento de los mínimos sociales. La izquierda, en la tradición que le es propia, debería imaginar en el presente el estado de bienestar en un nuevo contexto mundializado.

La abolición del concepto de convivencia en la reglamentación del desempleo, la individualización y la universalización de los regímenes de seguridad social deben inscribirse en la ampliación de los derechos sociales. La inversión en los servicios públicos y un sistema fiscal más justo son también elementos esenciales.

La cuestión principal sigue siendo, no obstante, el de la reducción colectiva del tiempo de trabajo. En un pequeño libro escrito en 1930 y titulado “carta a nuestros nietos” John Meynard Keynes preconizaba para nuestra época el pleno empleo de 15 horas a la semana. Es, en mi sentido, la perspectiva que debería movilizarnos.

23 de febrero de 2017

UN AÑO MARCADO POR LA CONTINUIDAD DE LA CRISIS CAPITALISTA

Librered.net

Al igual que no se puede tapar la Luna con un dedo, una mentira es una mentira, por mucho que se repita hasta la saciedad. Lejos de la engañosa propaganda gubernamental, el año 2017 se caracterizará por la continuidad de la crisis capitalista.

Escaso crecimiento mundial y estancamiento de la eurozona
Por sexto año consecutivo, las previsiones económicas de distintos organismos confirman que, en 2017, la economía mundial volverá a crecer por debajo del 3%, calculando los más optimistas que el crecimiento puede alcanzar el 2,8%.

El capitalismo mundial, en general, no avanza. La eurozona, según todos los cálculos, continúa estancada, previéndose un débil crecimiento de entorno al 1,4%, perdiendo peso, por tanto, en el mercado mundial.

Economía y geopolítica
Todos los analistas sitúan los factores geopolíticos como una de los mayores riesgos para la economía mundial en el 2017. Sin embargo, a nuestro modesto entender, las cosas suceden al revés. Es precisamente la continuidad de la crisis capitalista y su intensificación en algunas regiones, la que provoca una fuerte tensión geopolítica, que se expresa en forma de guerras comerciales, cambios y realineamientos en el ámbito de la alianzas internacionales, incremento de las rivalidades y, en última instancia, de la guerra: continuidad de la política imperialista por otros medios, precisamente, por medios violentos.

La debilidad del capitalismo español
La materialización del Brexit a lo largo de 2017, las incertidumbres tras el referéndum en Italia, las Elecciones en Francia y Alemania, los planes de la administración Trump en Estados Unidos, la intensificación de las contradicciones con China y Rusia, o la evolución que puedan tener los actuales escenarios de guerra imperialista, afectarán, no obstante, a las previsiones económicas, lo que se percibe con claridad en el caso español.

El débil crecimiento experimentado en los últimos años, se ralentizará en 2017. El Fondo Monetario Internacional fija sus previsiones en un 2,3%, mientras que el Gobierno lo hace en un 2,5%, por encima de la media de la eurozona, pero por debajo del ritmo de crecimiento mundial. En todo caso, esas previsiones se apoyan en bases sumamente débiles, pues dependen, en gran medida, de la buena marcha del comercio exterior y de que se mantengan las cifras récord cosechadas por el sector turístico en 2016. En ambos casos, cobra especial relevancia la forma en que se desenvuelvan las actuales contradicciones internacionales, en uno u otro sentido.

Por otra parte, la subida del precio de las materias primas, que casi todo el mundo da por hecho, no beneficia al capitalismo español. Más aún cuando parece que, de nuevo, se apuesta por el sector inmobiliario en un escenario caracterizado por el gran endeudamiento y con un sector bancario sobre el que siguen existiendo serias dudas.

Los trabajadores no deben confiar en el Gobierno
Más allá de las previsiones de los distintos actores, lo único cierto es que durante 2017 el nuevo Gobierno, más allá de la propaganda de unos y otros, adoptará nuevas medidas dirigidas a intensificar la explotación. Bajo la retórica del crecimiento del empleo, se imponen trabajo sin derecho laboral de ningún tipo y con salarios de miseria, entre la clase obrera se generaliza la pobreza.

A 40 años de la matanza en el despacho laboralista de Atocha, nuestro mejor homenaje y nuestra inaplazable tarea continúa siendo defender cada derecho como una trinchera y fortalecer la organización sindical y política de los trabajadores. Hoy, como hace cuarenta años, no habrá ningún cambio sin lucha, ninguna conquista sin pagar un alto precio.

Ninguna confianza en el nuevo Gobierno, ninguna confianza en los representantes políticos de la patronal.



22 de febrero de 2017

¿HACIA DÓNDE VA PAKISTÁN?

Guadi Calvo. portalalba.org

El atentado del último jueves revindicado por el Daesh, que opera en Asia Central, también conocido como Wilayat Khorasan contra el mausoleo sufí más importante del país, con 800 años de antigüedad en memoria del santo Lal Shahbaz Qalandar en Shewan en la provincia Sindh, en el sur de Pakistán, dejó por lo menos 88 muertos, 343 heridos, 76 de ellos de gravedad por lo que el número de muertos puede aumentar.

El ataque fue perpetrado por un suicida que tras arrojar una granada que no llegó a explotar, hizo detonar el chaleco explosivo que llevaba puesto, en el momento del rezó donde se habían convocado más de 500 personas, ya que es el jueves el día en que los sufís celebran sus rituales más importantes.

A pesar del ataque los devotos llegaron otra vez al santuario al amanecer del viernes, con sus habituales naqqara (tambores batientes) para completar su danza sagrada, al son de los dayereh y daf sus tambores sagrados.

No es ninguna novedad que los santuarios sufíes, sean blanco del integrismo wahabita, ya que a ellos acuden también chiís, suníes, sikhs, cristianos y budistas, en su mayoría agricultores y trabajadores pobres.

En junio último el popular cantante de qawwali (música devocional sufí que alaban a Dios, al Profeta y a Alí, el primer imam del chiismo, además de otros santos sufíes), Amjad Sabri, fue asesinado en Karachi, por un comando del grupo Hakimullah Mehsud, componente del talibán pakistaní. Integristas wahabitas atacaron el santuario del poeta sufí Rahman Baba del siglo XVII en las afueras de Peshawar. En noviembre último un ataque suicida produjo 52 muertos y más de un centenar de heridos en el templo Shah Noorani, en el distrito Khuzdar en la provincia de Beluchistán. Desde 2005 más de 25 santuarios sufíes han sido atacados en todo el país.

El integrismo wahabita, donde abrevan organizaciones como al-Qaeda, Daesh y el Talibán, consideran takfir (herejes) a todo aquello que no se apegue estrictamente a la interpretación del Corán que ellos hacen. Y es justamente el sufismo, muy popular en el todo el sur de Asia, que practica la versión más tolerante del sunismo y podría ser considerada como punto de convergencia entre las dos grandes ramas del islam.

Quienes acuden a un dargah (santuario construido sobre la tumba de un santo), como lo justamente el templo atacado el jueves Lal Shahbaz Qalandar, donde todos practican el rito de dhaga atar hilo rojo en las ventanas o pilares de los santuarios como ofrenda y procuran taweez o amuletos. Los santuarios se han convertido en espacios de introspección, en la que tanto pueden participar hombres como mujeres, salteando el purdah la estricta norma que segrega de las mujeres, en ceremonias como el dhamal o dhikr una danza que lleva al trance, acompañados por timbales, tambores y canciones en cuya repetición rítmica del nombre de Dios o sus atributos, llevan al paroxismo, como los conocidos bailarines derviches. Algunas de estas canciones hacen referencia explícita al pluralismo religioso y la tolerancia.

Los dargahs sufíes del sur de Pakistán se contraponen a los oscuros principios del wahabismo, ya que son un símbolo del sincretismo de la región, donde se mezcla al Islam con las culturas locales. Y fueron los poetas filósofos sufí consiguieron la gran difusión de Corán en el sur del continente.

El ataque contra el templo sufí, fue el sexto de la semana que totalizaron cerca de 120 muertos.

En la ciudad de Lahore, un ataque similar había dejado 14 muertos, mientras que en la provincia de Beluchistán, el mismo jueves fueron asesinados tres policías.

La respuesta de Islamabad, no se demoró y practicó intensos ataques con artillería y bombardeos aéreos sobre la frontera con Afganistán, los sectores pakistaníes que se conocen como “territorios tribales” y las provincias afganas de Nangarhar y Kunar, donde según informes de la inteligencia tanto norteamericana como pakistaní existen campos de entrenamiento de integristas, a los que le produjeron más de un centenar de bajas.

Kabul, ha denunciado que en los ataques murieron varios civiles inocentes. Otros lugares como en Sindh y en el paso Khyber Pakhtunkhwa, los extremistas fueron atacados por grupos paramilitares ranger y la policía, sin que se conozcan el número de bajas.

Pakistán entregó a las autoridades afganas una lista de 72 terroristas que se encuentran en sus territorios y de quienes exige la inmediata detención. Además, como ya lo había hecho en junio de 2016, cerró los dos principales pasos fronterizos Chaman y Torkham, vitales para la endeble economía afgana, ya que por allí llega al puerto pakistaní de Karachi la producción de frutas y verduras que exporta. Estos pasos se mantendrán cerrados por tiempo indeterminado, incluso para peatones. Y la orden de Islamabad es abrir fuego contra cualquiera que pretenda cruzarla.

La tensión política entre Kabul e Islamabad va en aumento, tras las acusaciones cruzadas de dar acogida a grupos extremistas. Islamabad acusa a Kabul de albergar organizaciones como Jamaat-ur-Ahrar (JuA), una de las tantas que han jurado fidelidad al líder del Daesh, el califa Ibrahim. Mientras que Kabul protesta de la presencia de talibanes en diferentes zonas fronterizas con Pakistán.

La tensión se acrecienta por la presencia en Pakistán de un 1.5 millón de refugiados afganos, de los 5.3 millones que llegó a haber durante la guerra soviética, sumados al interregno talibán y la invasión norteamericana. Además en la actualidad hay otro millón de afganos indocumentados. Desde el 2014 el ejército pakistaní lleva a cabo la operación Zarb-e-Azb con epicentro en la provincia de Waziristán del Norte, prácticamente un santuario terrorista donde es notoria la presencia de extranjeros provenientes principalmente de las ex repúblicas soviéticas como Uzbekistán, Tayikistán o Turkmenistán.

La venganza de la historia.
Fue la dictadura del general Muhammad Zia-ul-Haq, la pieza clave para que Pakistán se convirtiera en 1979, en el gran “portaaviones” norteamericano que abasteció de armas, comunicación y víveres a los muyahidines afganos. Por lo que finalmente pudieron vencer al ejército soviético.

En este engendro de asistencia anticomunista, Arabia Saudita, jugó un papel preponderante, no solo aportando miles de millones de dólares, mercenarios sino que también Riad regó Pakistán de las oscuras madrassas (escuelas coránicas) que durante la guerra convirtieron a sus miles de estudiantes (talib) en combatientes que enfrentaron a Moscú, entrenados y armados por la CIA.

Esto es lo que finalmente dio como resultados la aparición del Talibán, y otras organizaciones wahabitas como al-Qaeda y casi 20 años después Estado Islámico.

Fueron esas madrassas wahabitas, donde se suele escuchar “si matas a un chií, matas a 10 kafirs (infieles), donde germinó el terrorismo que hoy ataca desde California a Yakarta, y que asolan Pakistán, Afganistán, Siria e Irak, fundamentalmente.

El wahabismo se opone a la “cultura del santuario” como la que tienen tanto chiíes como sufíes. Ellos ven la adoración de una tumba, un acto de apostasía, que puede alejar a los fieles de la fervor a Allah.

Arabia Saudita, cuna y epicentro del wahabismo, en 2014, propuso destruir la tumba del mismísimo Profeta Mahoma, plan que permanece suspendido por temor a la reacción del resto de los musulmanes.

Por su parte Islamabad, es responsable directa del accionar wahabita, ya que ha operado durante años como santuarios de los Talibanes y al-Qaeda recordemos que Osama bin Laden fue encontrado en la localidad pakistaní de Abbottabad y líder talibán afgano Mullah Akhtar Mansour, fue muerto por un dron norteamericano cuando se desplazaba libremente en el área de Dalbandi en la provincia de Beluchistán, en mayo pasado.

Islamabad, acusa Kabul de tolerar los santuarios terroristas, mientras que responsabiliza a Nueva Delhi de financiar estos grupos y boicotear así los millonarios planes de inversiones chinas en el país, al tiempo que dice también India financia a los grupos separatistas de Beluchistán.

Aunque esta situación es compleja, les sigue sirviendo a los militares pakistaníes para conservar su omnímodo poder tras la creación de un imponente complejo empresarial, industrial e inmobiliario.

La crítica situación Pakistán se complica, además con la indefinición de los sardars o jefes tribales, que expectante esperan un resolución de la crisis antes de tomar una posición, que los podría acercar a las organizaciones terroristas.

Mientras que a fin de mes se cumple un año de la ejecución de Mumtaz Qadri, un militante wahabita condenado por el asesinato del gobernador de Punjab, Salmaan Taseer, ejecución que produjo grandes disturbios, por lo que se espera se repitan en estos días.

Pakistán, se debate en las tormentas que supo fabricar para otros y hoy se abaten contra sus propios intereses.


21 de febrero de 2017

USTED TRANQUILO, ESTÁ EN BUENAS MANOS…

Luis Casado. alainet.org

Como sabes, los enteraos de la comunidad financiera inventaron los instrumentos que miden el riesgo con una confiabilidad semejante a la de Yolanda Sultana (1) (sin faltarle el respeto a Yolanda…). Los inversionistas miran el índice VaR (2) con la misma atención con la que el capitán de un velero escruta la fuerza y la dirección de los vientos.

Ahora bien, si no dispones del dichoso índice, te queda el recurso de consultar un “experto”. Un banco, por ejemplo, que vive de eso. Los bancos gozan de un fino olfato que les permite identificar los riesgos y evaluarlos en un santiamén, ya verás.

En el año 2012 una filial londinense del banco JP Morgan comenzó a perder dinero. El responsable: Bruno Iksil, un trader (3). Sin embargo, la gerencia de la filial –aún más “expertos” que Iksil, por algo eran sus jefes– convenció a Jamie Dimon, patrón de JP Morgan, que todo iba bien. Dimon pudo declarar que todo no era sino a tempest in a teapot (una tormenta en un vaso de agua). Fin del cuento: JP Morgan perdió más de 6.000 millones de dólares. Caro el vaso de agua…

En el año 2008, el trader Jerôme Kerviel, cuyo trabajo consistía en invertir en los mercados financieros, perdió –en un par de horas– 5 mil millones de euros. Kerviel era “uno de los mejores especialistas” del banco Société Générale”. Daniel Bouton, patrón del banco, intentó echarle toda la culpa a Kerviel y sacudirse de encima toda responsabilidad. ¿Te sorprende?

El 9 de octubre de 2001, el banco Goldman Sachs calificó la empresa Enron como “Lo mejor de lo mejor”. El 2 de diciembre, apenas dos meses después, Enron declaró su quiebra, haciendo desaparecer un 2% del PIB de los EEUU y las pensiones de más de 40 mil de sus trabajadores.

En el año 1995, Nick Leeson ocasionó la pérdida de mil 400 millones de dólares causando la quiebra del Barings Bank, el banco más antiguo de Inglaterra. Si no sabías porqué la City de Londres es la capital de los “expertos” financieros, ahora lo sabes.

La crisis de los créditos subprime, que hizo quebrar el sistema financiero planetario en los años 2008-2009, tuvo sus raíces en la gigantesca incapacidad de los bancos para evaluar los riesgos, en su inagotable codicia y su insondable voracidad, que les lleva a no detenerse ante nada con el fin de aumentar el lucro. Ni siquiera ante el suicidio.

Afortunadamente nos quedan las agencias de calificación de crédito: tengo el placer, el honor y la ventaja de nombrar a The Big Three: Standard & Poor’s, Fitch y Moody’s.
Las tres ganan fortunas vendiendo su ciencia infusa en materia de evaluación de riesgos. Ellas establecen, sin la sombra de una duda, la capacidad de una entidad para pagar su deuda y el riesgo que conlleva invertir en esa deuda.

Pongamos que el gobierno de los EEUU necesita dinero (siempre es el caso). Antes de comprar Bonos del Tesoro Americano con tus pinches ahorros, le preguntas a una de las Big Three cual es su apreciación del riesgo que comporta esa inversión. Por un puñado de dólares tienes la respuesta.

El tema es más sensible si se trata de la deuda soberana de Grecia, de Irlanda, de España o de Italia, pero gracias a las agencias de calificación de crédito puedes colocar tu capital a ojos cerrados.

Las cosas se complican si se trata de una empresa privada que ‘levanta’ capital para su desarrollo, para nuevas inversiones o, –como ocurre frecuentemente–, para pagar dividendos truchos (4). El triste ignorante que eres, la AFP (5) de la cual eres víctima o el consultor financiero que cobra por cosas que no sabe, le pregunta a Moody’s, a Fitch o a Standard & Poor’s.

Escuchada la palabra infalible, los inversionistas se precipitan a colocar sus capitales. Y pueden optar –con plena tranquilidad– por la compra de activos de renta fija o activos de renta variable. Todo está en el riesgo, pero habida cuenta que The Big Three están ahí para iluminar el sendero…

La calificación del riesgo es presentada con una sencillez que la hace accesible hasta a un economista: AAA quiere decir que no hay riesgo ninguno. Si la calificación baja a C, o peor aún a D… quiere decir que estás por desembarcar en Normandía en junio de 1944, ¡en Omaha Beach!

¿Te queda claro? Tanto mejor, porque ahora viene lo sabroso.

Una empresa que quiere ‘levantar’ capitales se dirige a una de las Big Three, y le pide, a título oneroso, que califique la calidad de su crédito, o su solvencia si prefieres. Si la calificación que obtiene no es satisfactoria, cambia de agencia. En claro: las agencias calificadoras de riesgo ofrecen la calificación que les piden y cobran por ello. La calidad del análisis del riesgo es la última de sus preocupaciones. ¿No me crees? Mira ver.

Ninguna de las Big Three señaló nunca la “toxicidad” de los créditos subprimes. Muy por el contrario, estimulaban su compra, aún cuando los miembros de la comunidad financiera sabían –y lo decían– que estaban vendiendo “productos de mierda” (sic).

El 5 de agosto del año 2011 Standard & Poor’s degradó la calificación de la deuda de los EEUU. Los mercados bursátiles se hundieron, hubo pánico y los inversionistas vendieron sus acciones para huir del riesgo. Uno o dos días después, el Tesoro de los EEUU (Hacienda) aclaró que Standard & Poor’s se había equivocado en sus cálculos en la módica suma de… ¡dos billones de dólares! Dos millones de millones de dólares, el equivalente a más del 13% del PIB de los EEUU. ¿Qué nota le pondrías tú a Standard & Poor’s?

El campo de flores bordado también ofrece bellos ejemplos. El 7 de febrero del año 2011, la agencia Moody’s le entregó pleno respaldo al grupo Alsacia Express, –principal concesionario del Transantiago–, para ‘levantar’ 464 millones de dólares en el mercado financiero de New York.

Moody’s Investors Service precisó: “La calificación del activo es portadora de una proyección estable”. Como lo que abunda no daña, Moody’s argumentó su juicio:
La calificación refleja el bien desarrollado y maduro marco de concesiones en Chile y la solidez del intermediario financiero, que es el Ministerio de Transportes y Telecomunicaciones (MTT) del Gobierno de Chile”.

Imitando a Bachelet, Piñera no se detuvo ante nada para darle oxígeno al zombi que es Transantiago. Lo bueno llegó poco después. El 3 de marzo del año 2014, tras algunas dificultades, Moody’s mejoró la calificación del Grupo Alsacia Express. Moody’s “revisó su proyección a estable”, y agregó que eso se debía a la mejora de los resultados financieros de Alsacia Express y a “la reducción de los riesgos de default en los próximos seis a doce meses”.

Para no dejar dudas de su optimismo, Moody’s agregó:

La proyección de la calificación es estable, y refleja nuestra opinión de que (…) los resultados financieros mejorarán gradualmente en los próximos meses”.
El 18 de agosto de 2014, o sea tres meses más tarde, el Grupo Alsacia Express se declaró insolvente, o sea en default.

Desesperado, te tornas hacia el mundo académico: ellos sí saben.

Frederic Mishkin, eminente economista y profesor de “Instituciones Bancarias y Financieras en la Escuela Superior de Negocios de la Universidad de Columbia”, tiene un currículo más largo que el columpio de Heidi. Gobernador de la FED (6) de 2006 a 2008, autor de textos utilizados en universidades de todo el mundo, consultor del BID 5, del BM y del FMI, Mishkin cometió un informe sobre la economía de Islandia en el año 2006, opus que tituló “Estabilidad Financiera en Islandia”. He aquí los subtítulos de algunos capítulos:

1.2 Un país avanzado con excelentes instituciones
1.3 Una fuerte situación fiscal
1.4 La Naturaleza única del sector financiero

El informe concluyó en que la situación financiera de Islandia era fuerte e iba a mejor. Dos años y medio más tarde Islandia sufrió un espectacular colapso financiero, y todo su sistema bancario quebró. ¿Por qué razones Mishkin mintió? Una sola. Un cheque de 124 mil dólares que le pagó la Cámara de Comercio de Islandia. Cuando todo se vino abajo, Mishkin modificó su currículo y le cambió el título a su estudio sobre Islandia por “Inestabilidad Financiera en Islandia”. Mentiroso y además pillín.

Justo para terminar, –con el propósito confeso de no dejarte dormir–, te preciso que las AFP, que mangonean con el dinero destinado a tu pensión, siguen fielmente los consejos de los “expertos” financieros.

NOTAS:
Con el fin de hacer más comprensible el texto de Luis Casado, cuya orientación general es muy sencilla de entender, he añadido por mi cuenta algunas explicaciones a determinados conceptos manejados en su texto.

(1) Yolanda Sultana es una célebre pitonisa y tarotista chilena (en palabras suyas, “consejera familiar”). Su equivalente en España sería Rappel, el del tanga de leopardo, las gafas invertidas y las túnicas. De al seriedad de las predicciones de esta buena señora podemos hacernos idea en este vídeo.

(2) El Índice VaR (Value at Risk) se emplea para medir el riesgo de mercado en una cartera de inversiones de activos financieros. Mide la probabilidad de una pérdida de precios de mercados en una cartera de valores dentro de un período de tiempo establecido. Tiene, entre otros, los siguientes usos: gestión del riesgo, medida del riesgo, control financiero. Es un índice muy cuestionado, hasta el punto de que hay quien lo considera pura “charlatanería”.

(3) Trader: chamarilero de productos financieros. Especulador. Actúa en el corto plazo.

(4) Trucho (en Chile, Argentina o Uruguay): falso, fraudulento, ilegal.

(5) AFP: Administradoras de Fondos de Pensiones. En el Chile del golpe de Estado pinochetista, se hicieron los primeros experimentos neoliberales de los Chicago Boys de Milton Friedman. Una de sus hazañas fue sustituir las pensiones públicas por fondos privados de pensiones, que han constituido una auténtica ruina para millones de pensionistas chilenos. Ello no ha parecido importarle un pimiento a los sucesivos “gobiernos democráticos”, que llegaron tras la dictadura, incluidos los de la “socialista” Bachelet, que se ha limitado a parcheos de este sistema. Esta basura financiera sigue operativa y arruinando familias. En 2016 se realizaron gigantescas manifestaciones contra las AFP y por la vuelta a un sistema público de pensiones.

(6) FED: Federal Reserve System. Comunmente se la denomina Reserva Federal. Es el Banco Central de los Estados Unidos que, por cierto, no es público sino autónomo del gobierno, privado y controlado por los principales banqueros del país. El sueño húmedo de un liberal. 

20 de febrero de 2017

LA GLOBALIZACIÓN: MÁS ALLÁ Y MÁS ACÁ DE DONALD TRUMP

Paula Bach.La Izquierda Diario

La defunción del nonato Tratado Transatlántico, el retiro de Estados Unidos del TPP, la –por ahora- comedia de Trump con Peña Nieto por el muro y el NAFTA, las medidas xenófobas promulgadas –luego frenadas por la Justicia- y las acaloradas discusiones sobre el “impuesto fronterizo”, hablan por sí solos tanto de los límites de la “globalización” como de los obstáculos para cercenarla. Señalamos desde esta columna que el choque entre “éxitos” y desventuras de la globalización dibujaba el terreno más escabroso que tendría que transitar el novel presidente norteamericano. Y, efectivamente, si Wall Street recibió su asunción con una cálida bienvenida superando la barrera de los 20.000 puntos, la firma del decreto que suspendía temporalmente el programa para aceptar refugiados y limitaba el ingreso de ciudadanos de siete países de mayoría musulmana, no tuvo igual acogida. Wall Street mostró su peor caída en un año. Es que Wall Street habla y en un sentido parece estarle diciendo a Trump que se cuide con el nivel arancelario para importaciones mexicanas y chinas… Discúlpesenos la digresión pero Trump también respondió decretando el inicio del proceso de revisión de la ley Dodd Frank –una regulación financiera débil implementada en 2010 por la administración Obama- y adelantó luego que anunciaría rebajas impositivas. Las bolsas volvieron a subir…Hay ahí un diálogo sintomático e imperdible.

En cuanto al decreto xenófobo, las estrellas chispeantes de Silicon Valey pero también Goldman Sachs –origen del flamante Secretario del Tesoro-, la Ford Motors, la General Electric, la Boeing, Nike y otras “no tecnológicas”, salieron inmediatamente a repudiarlo. Incluso las que como Ford están negociando a cuenta gotas sus planes de deslocalización empresaria, le están avisando a Trump que no se meta demasiado con la globalización –o por lo menos que no se pase de la raya. A causa del decreto, el CEO de Uber tuvo que renunciar a su cargo de asesor económico del gobierno mientras el mayor impulsor de los autos eléctricos prefirió permanecer dentro del consejo –del que entre otros también forman parte los directivos de las súper “globals” innovadoras Tesla, Space X, IBM y la cadena de ventas internacionales Wal-Mart Stores- para así poder influir en la opinión de Trump, según sus palabras…Los organismos y élites “globales” políticas y económicas internacionales incluyendo desde la ONU hasta Mutter Ángela –como retrató a Merkel hace no mucho tiempo el influyente semanario alemán Der Spiegel- jugaron su carta filantrópica defendiendo a refugiados y migrantes a quienes –de más no está recordar- dejan morir por miles a diario en las aguas del Mediterráneo, segregan en campos de concentración o –en el “mejor” de los casos- usan como mano de obra barata.

El asunto es que “globalización” y baratura de la mano de obra extranjera –cuestión para la cual la inmigración representa un potente símbolo- son aspectos inescindibles y resultan “la” sustancia mediante la cual el capital restableció su dominio tras el fin de las condiciones excepcionales de los años de posguerra. Y esta sustancia es –nada más ni nada menos- que lo que hoy está en cuestión. Donald Trump es el símbolo más cabal de un proceso que durante los últimos 8 o 9 años fue perdiendo –moderadamente, hay que remarcarlo- su dinámica económica y que en ese curso fue horadando con mayor virulencia el pilar de los mecanismos políticos que le daban sustento. Este movimiento complejo reúne en la figura de Trump gran parte de los difíciles interrogantes sobre el derrotero próximo de la economía capitalista.

Sobre glorias y paradojas
Señalamos reiteradamente desde esta columna la dualidad entre éxito y fracaso del neoliberalismo que, en lo fundamental, puede distinguirse temporalmente. Para decirlo sintéticamente: la más amplia libertad al movimiento de capitales –incluida la conquista de nuevos espacios para la acumulación- y una “libertad” restringida y opresiva al movimiento de personas, acompañada del creciente retroceso de las condiciones de existencia de las clases trabajadoras de los países centrales, constituyó la esencia de las décadas de moderado crecimiento neoliberal que siguieron a la crisis de los años ’70. Este trípode que alentó la instauración de una nueva división mundial del trabajo y se erigió en garantía de continuidad del liderazgo norteamericano tras la ruptura del “pacto social” de posguerra, no estuvo exento de la creación de elementos de nuevos “consensos”. El lugar del crédito como estímulo al consumo, máscara del estancamiento salarial y pérdida de beneficios de amplias franjas de trabajadores en los países centrales –Estados Unidos es un paradigma- fue escalando posiciones.

La ilusión de la “democratización de las finanzas” alcanzó su máximo impulso con las hipotecas subprime en los años 2000. En paralelo, la inversión de capital se fue localizando en regiones y países que adquirían la fisonomía de “talleres industriales” como el Sudeste Asiático, México, la India y luego China y Europa del Este. En el mismo proceso en el que el capital foráneo usufructuaba altos estándares de explotación de la mano de obra, incorporaba a millones –muchos de los cuales pasaban de la miseria absoluta a un ingreso miserable- al mercado de trabajo y de consumo capitalista. Al calor de la industrialización de algunas regiones periféricas particulares surgieron tanto sectores de trabajadores especializados y mejor pagos, como nuevas clases medias numerosas que -como en los casos de China o México- tuvieron roles protagónicos en el desarrollo del proceso “consumista”. En síntesis crédito y consumo –como formas derivadas de un capital ficticio creciente- resultaron las estrellas más brillantes de las últimas décadas neoliberales, a la vez que la desigualdad crecía a ritmos desconocidos desde fines del siglo XIX.

Pero no sólo de raigambre económica fueron los elementos de lo que podría llamarse un “consenso” frágil. En un interesante artículo, la intelectual feminista estadounidense, Nancy Fraser, habla de un neoliberalismo “progresista” al que define como “alianza de las corrientes principales de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos de los LGBTQ), por un lado, y, por el otro, sectores de negocios de gama alta ‘simbólica’ y sectores de servicios (Wall Street, Sylicon Valey y Hollywood)”, Agrega Fraser que “En esta alianza las fuerzas progresistas se han unido efectivamente con las fuerzas del capitalismo cognitivo, especialmente la financiarización. Aunque maldita sea la gracia lo cierto es que las primeras prestan su carisma a este último”.

Quizás lo más significativo –al menos para el asunto que estamos tratando- resulte que el antirracismo –o la antidiscriminación, da igual- le haya “prestado su carisma" a aquellos cuyas ganancias se encuentran “ontológicamente” asociadas a la superexplotación –sujeta en múltiples oportunidades a prácticas aberrantes e incluso “ilegales”- de mano de obra extranjera tanto migrante como en su lugar de origen. Hoy las multinacionales cognitivas –y las que no lo son no tanto- están embanderando ese “carisma” para defender las bases de una producción “globalizada”, el secreto de su ascenso.

El desencanto
El asunto es que el armado de aquellos múltiples consensos neoliberales sufrió un shock tras la caída de Lehman y comenzó a hacer agua al calor de las débiles condiciones de recuperación que le siguieron. Como explicamos en diversas oportunidades no existió “tierra arrasada” durante el pos 2008 –cuestión que en parte se debió la puesta en escena de una relativa coordinación interestatal. La recuperación económica resultó lo suficientemente “sólida” como para aventar el fantasma de los años ’30 pero lo suficientemente débil –y este es el núcleo del “estancamiento secular”- como para demoler los frágiles consensos internos conquistados hasta entonces. En el curso de esos años la carroza se fue transformando en calabaza… el hechizo del crédito estaba roto y amplios sectores de las clases trabajadoras –fundamentalmente de los países centrales- empezaron a sentir el peso de las conquistas perdidas en décadas previas –incluyendo entre ellas, empleos de buena calidad.

Y ¿qué hay del “neoliberalismo progresista”? Dice bien Fraser que “la victoria de Trump no es solamente una revuelta contra las finanzas globales. Lo que sus votantes rechazaron no fue el neoliberalismo sin más, sino el neoliberalismo progresista”. Y se explica: “Clinton fue el principal ingeniero y portaestandarte de los ‘Nuevos Demócratas’ (…) en vez de la coalición del New Deal entre nuevos obreros industriales sindicalizados, afroamericanos y clases medias urbanas, Clinton forjó una nueva alianza de empresarios, suburbanitas, nuevos movimientos sociales y juventud”. Y agrega que “Durante todos los años en los que se abría un cráter tras otro en su industria manufacturera el país estaba animado y entretenido por una faramalla de ‘diversidad’, ‘empoderamiento’ y ‘no discriminación”. Y resulta que fue “Fue esa amalgama la que desecharon in toto los votantes de Trump (…) Para esas poblaciones, al daño de la desindustrialización se añadió el insulto del moralismo progresista que se acostumbró a considerarlos culturalmente atrasados. Rechazando la globalización, los votantes de Trump repudiaban también el liberalismo cosmopolita identificado con ella”

Cabe agregar –otra vez- que aquella amalgama “liberal progresista antidiscriminatoria” constituyó la base de una potente operación ideológica destinada a ocultar la discriminación de los trabajadores chinos o mexicanos cuyos salarios resultan, para el último caso, entre 6 y 10 veces menores que aquellos de sus pares norteamericanos. Trabajadores estos últimos que por supuesto y a la vez, también fueron “discriminados” con la pérdida de sus empleos, viéndose sometidos luego a múltiples formas de precarización. Pero al producirse esa especie de movimiento en reversa en el que tienden a desarmarse múltiples consensos, las cosas aparecen invertidas de resultas que un lado de las víctimas –la mano de obra barata- emerge como victimaria, como quienes “robaron” el trabajo a los “locales” que integran, por supuesto, la otra parte de las víctimas. Y en ese perverso juego de cambio de roles –que tuvo una contraparte poderosa en el voto a Bernie Sanders y en sectores de los electores de Trump que al parecer se oponen a las políticas antiinmigrantes- las empresas “globales” especializadas en explotación de mano de obra extranjera, asoman como los “progres”, defensores/salvadores de quienes son en realidad sus víctimas directas.

China y Vietnam: consensos en “deconstrucción”
Si bien el fenómeno de desencanto y repudio a las élites políticas y económicas está localizado primordialmente en los países centrales, hay quienes están hablando de elementos de un proceso similar en China, una suerte de “The end of the chinese dream” –con todas las limitaciones que se le deben reconocer al “chinese dream”. Contrariamente a lo sucedido en Estados Unidos y en el “centro”, durante los últimos años y por esas cuestiones de la “demanda”, los miserables salarios chinos devinieron bastante menos miserables. El asunto bastó para que comenzaran las deslocalizaciones…hacia Vietnam –donde el salario básico oscila entre los 150 y 200 dólares mensuales contra un promedio de 650 en China (ver Le Monde diplomatique, febrero 2017)-, Bangladesh, Birmania e incluso…México. Nike, Adidas, Puma, Lacoste, Foster, Samsung, Foxconn, Apple, Cannon, son algunas de las empresas filantrópicas que se están retirando de China hacia localizaciones más “económicas” (Idem).

Mientras el desarrollo tecnológico avanza en China, parece estar adquiriendo cierto peso un sector de trabajadores cuya fuerza de trabajo no resulta lo suficientemente barata ni posee los perfiles tecnológicos requeridos. Cuestión que a su vez se encuentra íntimamente relacionada al hecho de que China no puede continuar sosteniendo –también debido a la debilidad de la recuperación mundial- el modelo exportador que construyó el consenso chino-americano de las últimas décadas. Un consenso que –vale aclarar- se sostuvo sobre sus pies en los años pos Lehman y empezó a exteriorizar debilidades a partir del año 2014. Para seguir pensando derivaciones de la “deconstrucción” de los consensos, los límites al modelo exportador chino y su tortuosa –y necesaria- lucha por convertirse en algo más que la segunda economía mundial, están transformando al gigante asiático de un soporte para el modelo anglosajón en una amenaza potencial.

Hay ahí una suerte de diálogo profundo entre la economía y la política, al que venimos haciendo referencia hace ya tiempo. Si Donald Trump –por solo hablar del más shockeante de los fenómenos recientes- es el resultado de las características económicas particulares de la recuperación posterior a la crisis de 2008, la defunción del Tratado Transpacífico es una consecuencia -previsiblemente- derivada del ascenso de Trump.

Y el fin del Tratado Transpacífico, entre otras cuestiones de alto calibre como las aún inciertas consecuencias geopolíticas y económicas sobre la relación chino-norteamericana, le está cortando el aliento a países que, como Vietnam, se imaginaban como el “segundo taller del mundo” (ver Le Monde…) tras el encarecimiento de la mano de obra china y el cerco económico que se le dibujaba al gigante asiático si se concretaba el tratado. Es decir que la pretensión de eventuales “nuevos consensos” internos y externos, parecería estar quedando relegada al mundo de la ilusión.

Comienzan a ponerse en juego variados factores que como mínimo delinean una tendencia hacia la ruptura de los múltiples consensos construidos durante las últimas décadas, algunos de ellos prorrogados con bastante habilidad –como el chino-norteamericano- o forjados –como los elementos de coordinación interestatal- en el escenario pos Lehman.

Ser o no ser global…
Si Trump tiene el objeto de mostrarse a sí mismo como el representante del más radical de todos los cambios, lo cierto es que enfrenta la ímproba tarea de intentar conformar a sus electores –a quienes prometió el oro y el moro…- sin atacar demasiado las bases de la internacionalización del capital. Justamente una de las contradicciones actuales más flagrantes –venimos insistiendo sobre este asunto- es aquella que muestra que no es la catástrofe económica sino las derivaciones políticas de una crisis potencialmente catastrófica, el fenómeno que está colocando en el centro al “nacionalismo” y al –por ahora- discurso proteccionista.

Pero el tipo de “protección” al que pueden aspirar en las condiciones actuales las grandes empresas de origen norteamericano es naturalmente muy distinto al que pueden ansiar los hombres y mujeres -trabajadores comunes- para los cuales el “sueño americano” se está transformando en pesadilla. Aunque dicho un poco esquemáticamente, si la “protección” que persiguen los primeros tiene básicamente la forma de los mal llamados “Tratados de libre comercio” –una práctica habitual de las últimas décadas asentada en pactos sobre los derechos internacionales de los inversores-, la que buscan los segundos está asociada a una –difícilmente imaginable- reindustrialización de Estados Unidos. Un tercer sector -parte fundamental de los electores de Trump- lo integra la pequeña y mediana empresa naturalmente interesada en exenciones impositivas y un crecimiento del consumo interno, aunque a la vez estrechamente dependiente –en múltiples oportunidades, al menos- del trabajo súper barato de los inmigrantes ilegales.

Pero cuando Trump envía señales del carácter pretendidamente “real” de su discurso, sugiriendo que frenará la inmigración e impondrá fuertemente las importaciones, “amigos” y enemigos le saltan a la yugular. Por solo dar dos ejemplos, el iPod de Apple viene con un sello que dice “Hecho en China, diseñado en California” y la propia Boeing –la mayor empresa exportadora de bienes manufacturados de Estados Unidos- produce una porción significativa de las piezas de avión en México desde donde además importa –entre otros productos- cocinas para los aviones, sistemas de cableado, aires acondicionados, timbres y mantas de aislamiento. Pero no sólo las “top” estarían en problemas, sino también los empresarios tamberos…Las deportaciones podrían provocar la desaparición de más de 7000 tambos que no tendrían quién les trabaje (*)… Más allá de negociaciones parciales -como en el caso de Carrier, Ford o Boeing, entre otros- Trump no puede modificar cualitativamente una estructura de cadenas de valor diseñada para aprovechar múltiples ventajas en diversos rincones del planeta y construida con tanto “esmero” durante los últimos cuarenta años. Estructura que –de más no está repetir- constituyó la esencia de la salvación del capital posterior a la crisis del ’70. Es difícil imaginar cuál podría ser la nueva “gran empresa” capitalista que sustituya el armado neoliberal.

En el terreno que podríamos llamar “financiero” vale dejar planteado como interrogante –aunque no vamos a desarrollar el asunto aquí- si la previsible liquidación de la ley Dodd Frank y la resurrección de los proyectos de construcción de los polémicos oleoductos de Keystone XL y Dokota Access, implican una apuesta de Trump al armado de alguna nueva burbuja petrolera. Cuestión que empero nacería rodeada de múltiples contradicciones como la muy probable revaluación del dólar que –sin ser el único factor que lo determina- repercutirá negativamente sobre el precio de las materias primas incluido, por supuesto, el petróleo.

Con toda la incertidumbre que sigue sobrevolando la escena, lo cierto es que las políticas de Trump apuntarán como mínimo a una “reforma” de la globalización, asunto que –amén de las formas políticas, es claro- tiene elementos de contacto con las sugerencias de distintos liberales “aterrados” o neokeynesianos pro global, como Paul Krugman. El problema es que la idea de “reformar la globalización” con medidas proteccionistas –aunque sean débiles- tiene aroma a contrasentido y es muy probable que en su intento derrame crisis de todo tipo. En el plano interno, profundizando grietas en las alturas que tenderán a combinarse con la crisis de consenso latente. En el plano internacional, incrementando las fricciones –cuestión que ya es evidente- y tal como observamos desde esta misma columna, estableciendo un límite estricto a la “coordinación interestatal” que cumplió un rol tan destacado en la contención de la crisis durante los últimos años.


(*) establos

17 de febrero de 2017

NEOLIBERALISMO Y CRÍTICA MARXISTA

Rolando Astarita. rolandoastarita.wordpress.com

Los gráficos sobre aumento relativo del gasto estatal en las economías capitalistas, que he presentado en la nota anterior (aquí), han movido a algunas personas a preguntarse si estoy negando la existencia del neoliberalismo. En realidad, en ningún momento negué el neoliberalismo. Simplemente defiendo una caracterización de ese fenómeno distinta de la que sostiene la mayoría de la izquierda. En particular, sostengo que lo distintivo del neoliberalismo no fue la mayor o menor participación del Estado en la economía; y que es equivocado interpretarlo en términos de ascenso del capital financiero sobre otras formas del capital.

Traté este asunto en varios lugares. Por ejemplo, en El capitalismo roto, donde critiqué la tesis de la financiarización; o en la nota reciente sobre keynesianismo (aquí). También incorporaré el tema en la segunda edición (corregida y aumentada) de Keynes, poskeynesianos y keynesianos neoclásicos, que espero se publicará en 2017. Allí escribo:

El ascenso desde mediados de la década de 1970 del neoliberalismo -englobando con este término al conjunto de doctrinas que desembocan en el nuevo consenso neoclásico keynesiano- ha sido interpretado por buena parte del pensamiento progresista y de izquierda como un asalto del sector financiero a los puestos de mando del capital.

Nuestra interpretación es diferente. Consideramos que el neoliberalismo expresa una política de todo el capital, no solo de una de sus fracciones. Esto es, el apoyo que tuvieron, y tienen, las políticas recomendadas por monetaristas, nuevos clásicos, nuevos keynesianos y similares excede en mucho al capital financiero. Los ataques a los derechos sindicales; los ajustes que implican caídas del salario; las legislaciones para flexibilizar las relaciones laborales; la reducción o supresión de subvenciones a los desempleados; el empobrecimiento de pensionistas y jubilados; las ofensivas contra los inmigrantes, fueron medidas que apuntaron a restablecer la rentabilidad del capital de conjunto. Por esta razón fueron apoyadas a nivel global no solo por los bancos y financistas, sino también por las cámaras empresarias de la industria, el comercio, el agro, la minería, el transporte, más amplios sectores de las clases medias y de las patronales pequeñas y medianas.

Por otra parte, las privatizaciones, las aperturas comerciales y las libertades para el movimiento transnacional de los capitales tuvieron como efecto someter de manera más abierta y plena a todas las economías a la ley de la ganancia. Y esta orientación fue alentada por capitales industriales, comerciales, agrarios, junto al capital financiero. Incluso las fracciones más débiles de los capitales nacionales buscaron insertarse en esta mundialización del capital.

La reacción neoliberal, a su vez, fue acompañada por una movilización reaccionaria en la política, la cultura y la ideología. En muchos ámbitos se impuso la consigna “que gane el mejor y el más fuerte”, que por lo general son los más ricos. Se rechazaron los movimientos críticos y las culturas contestatarias; resurgieron movimientos racistas y xenófobos; y se exaltaron valores conservadores burgueses. Todo ello contribuyó a que el trabajo fuera subsumido de forma más completa al capital de conjunto, sin distinciones. Por eso pensamos que el neoliberalismo expresa el programa de la clase capitalista global frente a la crisis de rentabilidad que estalló en los 1970, y la posterior profundización de la mundialización del capital”.

Lo esencial: aumento de la tasa de explotación
En esta descripción el tema de si el gasto del Estado tuvo más o menos intervención en la economía no tiene mayor relevancia para la caracterización de las políticas que se aplicaron en los países capitalistas en las últimas décadas. Lo esencial es que el programa del capital pasó por aumentar la tasa de explotación del trabajo. Lo cual explica también por qué el neoliberalismo tuvo la adhesión de prácticamente todas las facciones del capital; naturalmente, el aumento de la tasa de explotación del trabajo es la raíz de la hermandad del capital.

En este respecto, en la nota en la que analizo el libro de Piketty (aquí) señalé que hay mucha evidencia empírica del aumento de la participación de los beneficios en el ingreso a nivel global; eso es, hubo una tendencia al aumento de la relación beneficios / salarios, que nos da un proxy a la tasa de plusvalía. Escribí:

Según Kristal (2010), y para 16 países industrializados, la relación W/Y aumenta en promedio en la posguerra y hasta los 1970, pero baja desde el 73% en 1980 al 60% en 2005. Sostiene que en las dos últimas décadas los aumentos de productividad superaron a los aumentos salariales.

Por otra parte, de acuerdo a Karabarbounis y Neiman (2013) la participación de los salarios ha estado declinando a nivel global desde 1980: tomando su participación en el valor bruto añadido de las corporaciones, habría caído un 5% en los últimos 35 años, desde el 64% al 59%. De 59 países con al menos 15 años de datos entre 1975 y 2012, 42 muestran tendencias decrecientes en la participación del trabajo. La tendencia se verifica también en China, India y México. Blanchard y Giavazzi (2003) también encuentran la caída de la participación de los salarios en los países desarrollados en las últimas décadas. Otra manera de ver el aumento de la participación de los beneficios en el ingreso es a través de la distancia entre los ingresos de los CEO de las grandes corporaciones (plusvalía) y los salarios promedio. En EEUU, en 2013, la paga de los altos ejecutivos es 343 veces mayor que la de la media de los empleados y 774 veces mayor que la de aquellos que menos cobran. En 1983 la diferencia con la media era 46 veces (Executive Paywatch, de la AFL-CIO).

También el “Informe mundial sobre salarios 2012-2013” de la OIT muestra esta dinámica. En 16 economías desarrolladas la proporción media del trabajo disminuyó del 75% del ingreso nacional a mediados de los 1970 a 65% en los años previos de la crisis de 2007. En Japón la participación del salario en el ingreso pasó del 68,4% en 1970 al 79,93% en 1977, para bajar al 54,5% en 2010. En EEUU pasó del 71,98% en 1970 al 63,27% en 2010; y en Alemania fue del 69,75% en 1970 al 63,66% en 2010. A su vez, en 16 economías en desarrollo y emergentes, disminuyó del 62% del PBI en los primeros años de los 1990 al 58% justo antes de la crisis.

Por otra parte, la evolución de la plusvalía relativa parece clara. Según la OIT, el índice de productividad del trabajo (producto por trabajador) en las economías desarrolladas, con base 100 en 1999, se había elevado a 114,6 en 2011; en tanto que el índice de los salarios, en el mismo período, había aumentado a 105,9. En EEUU la productividad real por hora en el sector empresarial no agrícola aumentó 85% desde 1980 a 2011, y la remuneración salarial lo hizo el 35%. En Alemania, en las dos últimas décadas, la productividad se incrementó cerca del 25%, pero los salarios reales permanecieron sin cambios. Esto está indicando que la tasa de plusvalía aumenta, aun cuando aumenta la canasta de bienes salariales. Incluso en China, a pesar de que los salarios se triplicaron en la última década, el PBI aumentó a una tasa superior, de manera que W/Y disminuyó” (W: salario; Y: ingreso).

Subrayamos entonces que la cuestión de si el Estado tuvo más o menos participación en las economías capitalistas es secundaria a la hora de definir en qué consiste el neoliberalismo. Más importante aún es que no tuvo un papel neutral en la ofensiva contra el trabajo. Contra lo que piensa el sentido común del izquierdismo progresista, el Estado no está por fuera de las relaciones de clase; no se lo puede pensar haciendo abstracción de su carácter de clase. De hecho, a lo largo de las últimas décadas el Estado contribuyó (y sigue haciéndolo) al fortalecimiento de las posiciones del capital frente al trabajo. Así, por ejemplo, las empresas que se mantienen bajo control estatal se rigen cada vez más según la lógica de la rentabilidad: compiten con empresas privadas, cotizan en bolsa, establecen relaciones con el mundo financiero según las reglas del mercado, subcontratan trabajo y lo precarizan, y remuneran a sus ejecutivos como cualquier otra empresa capitalista. De la misma manera, cada vez más en reparticiones del Estado encontramos trabajo precarizado y trabajadores con derechos laborales mínimos. Todo apunta a la misma conclusión: el Estado no está por fuera de la unidad orgánica que conforma el modo de producción capitalista.

Por eso, el punto de partida del análisis deben ser las relaciones entre las clases sociales fundamentales de la sociedad moderna. Y por eso también, y contra lo que imaginan los ideólogos del reformismo pequeño burgués, el aumento de la explotación del trabajo es perfectamente compatible con la no reducción o el aumento de la participación del gasto estatal en el producto. Más aún, la participación del gasto social en el producto ha tendido a aumentar, en el promedio de los países de la OCDE, entre 1980 y 2015. Las razones de por qué sucedió así deberán investigarse, pero de nuevo esto no impidió el aumento de la tasa de explotación (en Argentina esta cuestión tiene particular relevancia a la hora de caracterizar a la política del gobierno de Macri). En otras palabras, el aumento del gasto público no está en contradicción con la ofensiva del capital desde mediados de los 1970.

Textos citados
Blanchard, O. y F. Giavazzi, (2003): “Macroeconomic Effects of Regulation and Deregulation in Goods and Labor Markets”, Quarterly Journal of Economics, vol. 118, pp. 879-907.
Karabarbounis L., y B. Neiman (2003): “The Global Decline of the Labor Share”, NBER Working Paper Nº 19.136, junio.
Kristall, T. (2010): “Good Times, Bad Times: Postwar Labor’s Share of National Income in Capitalist Democracies”, American Sociological Review, vol. 75, pp.729-763.

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
A pesar de la vileza del furibundo ataque de Astarita contra el Presidente sirio Al Assad y contra quienes defendemos su legítimo gobierno, en el pasado mes de diciembre, en dos artículos que encontrarán en su blog, considero a Rolando Astarita como uno de los más notables teóricos marxistas en el plano económico. Hoy los marxistas no estamos sobrados de especialistas en este área, dado que muchos de los que se identifican como tales son meros propagandistas de la vulgata keynesiana, postkeynesiana o neokeynesiana. No soy sectario y, aunque Astarita, pueda decir barbaridades en determinadas cuestiones, en mi opinión es enormemente interesante en otras.