-
Hacia una posición de clase, que proclame que la represión expresa un nivel concreto de la lucha de clases y que el Estado en sus dimensiones policial, legislativa y jurídica responde a los intereses de la clase dominante.
-
Hacia una superación de la división en la lucha de las organizaciones del movimiento obrero por la defensa de todos y cada uno de sus militantes sindicales y políticos a las puertas de ser procesados o ya condenados. La consigna de marchar separados es justificable en términos de estrategia y de niveles de enfrentamiento/acuerdo con el capital pero jamás en la defensa de cada uno y todos los militantes obreros perseguidos y encausados.
-
Hacia la consideración de “represaliados y presos políticos” de los militantes obreros que sufren las consecuencias de la violencia del Estado capitalista porque éste es un órgano político que ejerce su monopolio de la misma a partir de criterios puramente políticos.
SUMAR Y PODEMOS JUNTOS A LAS GENERALES ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?
PROPUESTA DE EXIGENCIAS AL POSIBLE PRÓXIMO GOBIERNO DE AMPLIAS ALIANZAS
HASTA LOS COJONES DEL ASUNTO LUIS RUBIALES Y DE TODO EL SHOW
TIEMPO DE PESIMISMO (NO EXAGERAR LOS ADJETIVOS), TIEMPO DE ESPERANZA
SUMAR Y PODEMOS JUNTOS A LAS GENERALES ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?
3 de mayo de 2016
SÓLO LA UNIDAD DE CLASE DERROTARÁ A LA REPRESIÓN
Por
Marat
En
los últimos dos años posiblemente se esté hablando en España de
la represión y del recorte de libertades de expresión, opinión y
manifestación tanto o más que en el conjunto de los últimos 40
años desde el inicio de la transición política.
Y
hay razones sobradas para ello. El encarcelamiento de personas por
expresar por escrito, en protestas en la calle o mediante
manifestaciones artísticas sus puntos de vista sobre la realidad en
la que viven o su disidencia frente a lo que consideran injusto, ha
hecho de España un país desmovilizado, acobardado y amenazado con
cárcel y multas que sus receptores no puedan pagar.
Una
combinación de violencia policial, judicial y legislativa (nuevo
Código Penal y Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana)
amedrenta la voluntad de resistir ante el atropello al que
cotidianamente se ven sometidos los más débiles.
Y
sin embargo, y ante esta evidencia, nunca se ha mentido, manipulado,
ni ocultado tanto las razones de las que nace ese diluvio represivo.
Para
los vendedores de “ilusión democrática”, según la cuál el
Estado es un aparato neutro al que manejar a voluntad y en sentidos
muy diferentes según el partido que haya ganado unas elecciones, el
vendaval antidemocrático proviene de que el Partido Popular es muy
autoritario y de que pretende imponer una política de recortes
sociales que, en opinión de los sostenedores de tal teoría, la
sufren unas víctimas muy genérica: “la gente”, “las clases
medias”, “los ciudadanos”, su expresión favorita. Lo cierto es
que gobierne quien gobierne, mientras lo haga sin romper la legalidad
del sistema político vigente, la clase trabajadora ha de mantener la
lucha por sus derechos.
Vivimos
inmersos en una crisis capitalista de la que las grandes
corporaciones que dominan la economía, el mundo del trabajo y
nuestras vidas son incapaces de salir, si no es mediante la
transferencia de ingentes cantidades de rentas del trabajo al
capital, a través de la privatización de lo público, de la brutal
reducción de los salarios y costes laborales en general.
Desde
la crisis del 29 del pasado siglo jamás se había efectuado una
agresión tan salvaje contra las conquistas históricas de la clase
trabajadora y en esa agresión el Estado capitalista no es neutral,
como pretenden hacernos creer los minirreformistas vendedores de
crecepelo para calvos.
El
Estado jamas fue un órgano neutral por encima de las clases sociales
ni conciliador de los intereses antagónicos entre unos y otros
estratos sociales. Representa de un modo férreo a la clase
constituida en dominante mediante su poder económico. Quienes lo
gobiernan en representación de dicha clase y el reformismo que
aspira a sustituir a los habituales gobernantes de dicho aparato, sin
cuestionar y ni siquiera intentar confrontar dicha naturaleza de
clase capitalista, admiten que éste sea el brazo necesario para la
represión de cualquier intento de la clase trabajadora de ejercer
resistencias a su sacrificio en esta crisis.
La
combinación de policía (reprimiendo), jueces (condenando),
legislativo (nuevo Código Penal, Ley Orgánica de Protección del
Derecho a la Seguridad Ciudadana), medios de comunicación (creando
estados de opinión criminalizadores de las luchas de la clase
trabajadora) y una ideología de superioridad de la idea de segurdad
(versión moderna del “orden público” franquista) que se asienta
en una “doctrina del derecho penal del enemigo”, pretenden instaurar un cordón sanitario frente a la lucha obrera. El objetivo
no es otro que el de disuadir en primer término, mediante una
combinación de mecanismos coactivos y coercitivos, y reprimir,
cuando es necesario (y lo es de forma habitual para los gobiernos del
capital) cualquier disidencia de clase.
Se
entiende así que el Estado capitalista haga cierta la expresión del
pensador liberal Max Weber que afirmaba que “Estado
es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio
(el “territorio” es elemento distintivo), reclama
(con éxito) para sí el monopolio de la violencia física
legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas
las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho
a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El
Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia.” (“La
política como vocación”)
Sin
salirnos del pensamiento jurídico-político liberal podríamos
reprochar a Max Weber y a tantos liberales de su especie
su “confusión” intencionada entre “legalidad”
y “legitimidad”, ya que la “fuente del derecho” a
la que alude es la del derecho positivo (de normas jurídicas
escritas por el órgano del Estado que ejerza la función
legislativa) y no la del “derecho natural” (Rousseau),
que sería fuente de “legimidad”,
en tanto que se asienta en un derecho de tipo moral. Ello hasta el
punto de que un acto puede ser legal pero no legítimo y viceversa.
En la dualidad
legitimidad/ilegitimidad se fundamenta tanto la razón
como la sinrazón ontológicas del ejercicio del gobierno.
En
cualquier caso, la clave del pensamiento y la acción principal del
Estado capitalista es la conservación de la llamada “paz social”
en base a la previsión (ideología dominante, coacción, legislación
disuasoria,…) y a la reacción cuando siente
que los privilegios de la clase a la que representa son amenazados o
siquiera contestados más allá de la vacuidad de las palabras.
Si
el Estado capitalista se arroga, por un lado, la voluntad y la
legalidad, que no la legitimidad del monopolio de la violencia,
necesita, por otro, negar que ejerza otras formas de violencia como
la explotación laboral, la pobreza a la que condena a amplias capas
de la población, el terrorismo empresarial que legaliza o el imperio
del “derecho” al pago de la deuda bancaria por encima del que
corresponde a una vivienda digna, por citar sólo algunos ejemplos.
En
paralelo, la oposición a su dominación de clase, el Estado la
considera violencia casi equiparable a la terrorista. Así un corte
de vías férreas o de carreteras en una protesta sindical, la
ocupación de locales de la patronal por trabajadores, un piquete
informativo que, si no es en parte coactivo, no es piquete sino grupo
informe de pusilánimes, la cobertura fotográfica de la violencia
policial en una manifestación o una frase un poco más subida de
tono de lo normal en redes sociales es violencia “ilegal” para
quien detenta más que ostenta el pretendido Estado de derecho de una
dictadura de clase.
Desde
Alfon, encarcelado en régimen FIES, con periódicos castigos, hasta Andrés Bódalo, dirigente del SAT también
encarcelado, pasando por Raúl Capín al que le ha caído una multa
absolutamente brutal en su condición de persona con limitados
recursos o Esther Quintana, que perdió un ojo por una pelota de goma
de los mossos d´esquadra en la huelga general del 14 de noviembre
2012, toda la artillería legal, legislativa y policial del Estado,
además de la de su Brunete mediática va destinada a destruir la
capacidad y voluntad de rebeldía de la clase trabajadora.
Los
sindicatos del régimen, CCOO y UGT, dan la cifra de 300
sindicalistas encausados para los que se llega a pedir hasta 125 años
de cárcel. Previsiblemente son muchos más, dado que estos
sindicatos no destacan por su solidaridad con el sindicalismo
alternativo ni con los militantes comunistas, anarquistas y
revolucionarios condenados o amenazados por peticiones de cárcel y
otras sanciones por luchar en defensa de la clase trabajadora.
La
situación del SAT refleja unos 700.000 euros en multas, unas 637
personas imputadas y unas peticiones de condenas de prisión que
suman 437 años de cárcel.
Sobre
los 8 de Airbús, finalmente no condenados por su participación en
la huelga general de 2010, pendían penas de cárcel por alrededor de
70 años, penas que CCOO y UGT, sindicatos a los que estaban
afiliados los encausados, pretendían negociar con el gobierno del PP
bajo la mesa, llegando a acariciar incluso la idea de un indulto, lo
que hubiera significado un reconocimiento de culpa por parte de los
afectados, cosa que estos tuvieron la dignidad de no admitir.
Por
fortuna, la presión desde las bases de estos sindicatos sobre sus
cúpulas y la solidaridad internacional impidieron tal ignominia y
lograron su sobreseimiento.
En
este contexto de represión, no selectiva sino masiva que amenaza al
movimiento obrero, sus organizaciones sindicales, políticas y
sociales, se hace cada día más evidente la desproporción de
fuerzas entre el Estado capitalista y la clase trabajadora. Los dos
años largos de desmovilización social y el escuálido 1º de Mayo
último dan prueba de ello.
En
el aspecto concreto que nos ocupa en este texto, es llamativa también
la diferencia entre los encausados por ejercer una faceta explícita
de la lucha de clases y los finalmente absueltos de las acusaciones
de delito que recaían/recaen sobre ellos
Más
allá de la capacidad de presión resultante de las distintas
solidaridades que afectan a cada uno de los amenazados con multas,
prisión o denuncia por los daños físicos y morales ejercidos por
los aparatos represores del Estado capitalista, lo cierto es que al
producirse el apoyo a las víctimas de los atropellos del poder de
clase de forma fragmentada, dividida en ocasiones en plataformas
ajenas unas a otras y en campañas muy individualizadas, la
posibilidad de derrota en la defensa de las libertades colectivas e
individuales de quienes se rebelan contra el atropello del capital y
sus instituciones está garantizada. Sólo la unidad de nuestra
clase, la trabajadora, puede nivelar, la fuerza que se ejerce desde
el otro lado y posibilitar el éxito.
Es
cierto que cada procesado, cada represaliado, cada violentado
policialmente en una manifestación, cada trabajador@ pres@ por
luchar en defensa de sus derechos necesita el calor solidario, que su
caso no sea olvidado dentro de una causa más general. Pero la
respuesta a esa cuestión debiera ser una dinámica de defensa de
toda la clase castigada, porque nos someten a todos en cada uno de
los que son sancionados, golpeados, enmudecidos y penados y que, a su
vez, haga de cada caso una denuncia, un ejemplo de dignidad, un
abrazo de todos los que luchan junto a él.
Por
otro lado, el sectarismo de quienes menosprecian o ignoran a otros
combatientes de nuestra clase porque considerar que sus posiciones
son “demasiado radicales”, la parcialidad de quienes se ocupan
sólo de sus militantes obreros, ha producido un daño enorme en esa
necesidad de unidad y coincidencia de objetivos en lo que se refiere
al derecho a la disidencia de clase. Es un enorme error que están
pagando no sólo cada uno de los represaliados sino l@s
trabajador@s en su conjunto, que
ven en cada reprimido un motivo disuasorio para su protesta. Sobre
nuestra división en la defensa de nuestros derechos a la palabra y
la batalla cabalgan las leyes represoras, los policías excitados en
su violencia, los jueces y fiscales feroces en sus condenas, los
medios de desinformación del capital, la indiferencia de much@s
trabajador@s ante el dolor que
experimentan los de su mismo estado de explotación y de opresión,
aún cuando no sean conscientes de sus cadenas.
Por
otro lado, habrá quienes quieran difuminar el carácter de clase del
Estado burgués y su vejación contra la clase que le es antagónica
bajo la idea genérica de una denuncia del recorte de las libertades
y de opresión, como si en los últimos años de la crisis
capitalista la represión no hubiera aumentado exponencialmente y
como si el carácter del Estado policía se debiera sólo o
principalmente a su condición de moderno “Leviatán”
burocrático.
Esta
tesis, que hunde sus raíces en la vieja desconfianza liberal hacia
el Estado (teoría del Estado mínimo), y que hoy ha sido recogida
por el minarquismo (libertarianos), precisamente porque comprende muy bien la
naturaleza de clase del Estado y prefiere que no interfiera en sus
negocios (sociedad civil), ha mutado en ambientes libertarios no
sindicalistas, en sectores del nuevo reformismo indignado y, por
supuesto, desde hace muchos años en el viejo reformismo de matriz
socialdemócrata, hoy social-liberal.
Al
desconectar estos enfoques políticos de la naturaleza de clase del
Estado se cae en un concepto meramente ciudadanista de defensa de las
libertades, lo que no es otra cosa que una visión “idealista” de
las mismas, olvidando su carácter instrumental (para difundir ideas,
expresar la disidencia, luchar por derechos concretos, defenderse de
la explotación y la opresión,...).
La
realidad es que en las etapas de crisis capitalista es cuando su
Estado refuerza especialmente cárceles, leyes represoras, aparatos
policiales,...independientemente de que pueda mantenerlos activos en
etapas de expansión económica. Pero lo decisivo en estas últimas
no es tanto lo opresivo como el fomento del consentimiento y del
consenso (a través de los aparatos ideológicos) y el contrato
social (mediante políticas, en el pasado, de cierta redistribución
social que impulsaban al mercado).
Por
tanto, sea de modo intencionado (casi siempre, y desde un discurso de
clase media, negador de los antagonismos de clase, que no
necesariamente ha producido dicha clase pero que sí ha comprado a
los think-tanks de la oligarquía mundial), sea de un modo
irreflexivo, mantener la tesis de una defensa de las libertades ajena
a la cuestión de clase y a las prácticas de las políticas
antiobreras es lisa y llanamente complicidad con él capital.
No
se trata de negar que los recortes a las libertades y la represión
se estén expandiendo a ámbitos no directamente ligados a la lucha
de clases pero escamotear que la clave se encuentra aquí y en la
naturaleza clasista del Estado es sencillamente mentir. Las reivindicaciones puramente democráticas tienen su razón de ser pero
si se emplean como arma luz de gas pequeñoburguesa para tapar
la cualidad clasista de la violencia del Estado estamos ante
realidades que no deben solaparse.
De
ahí que, centrada la cuestión, en la condición de clase del
Estado, en su papel de policía, juez, consejo de administración de
la burguesía y propagandista de sus valores, sea necesario vincular
el incremento brutal de la represión con la agudización de la lucha
de clases y con las políticas contra la clase trabajadora de aquél.
Diluir
estas cuestiones en plataformas contra la Ley Mordaza en genérico,
es sencillamente claudicar desde un oportunismo zafio, echarse en
brazos del reformismo procapitalista más abyecto, derrotarse el
movimiento obrero y sus organizaciones sindicales, políticas y de
todo tipo a sí mismos y caer en una especie de pseudoradicalismo
estéril de origen burgués de corto éxito y recorrido. Su fracaso
se deberá no sólo a la menor capacidad organizativa de este tipo de
entes sino sobre todo a que, al ocultar las razones reales -la
desigualdad que genera el capitalismo y sus leyes- de la protesta que
es aherrojada, se autoexcluye de la solidaridad y compromiso
necesarios a todos los que sufren en sus propias carnes dicha
desigualdad y que no se sentirían representados por proclamas
“prodemocráticas” más o menos justas pero que no conectan con
las necesidades más tangibles que afectan a sus vidas.
En
resumen, es necesario reorientar la lucha antirrepresiva en varios
sentidos:
Ello
no supone en absoluto negar la utilidad y la necesidad de las
plataformas concretas de apoyo a militantes obreros específicos pero
sí superar la cultura de la división y el sectarismo, especialmente
por parte de quienes, desde una pretendida posición de
“mayoritarios”, desprecian la lucha de otras organizaciones,
trabajar en red, compartir objetivos comunes, realizar campañas
globales en defensa de todos los que sufren la represión por
defender a la clase trabajadora y, muy importante, dedicar personas y
militantes concretos a la creación de ese clima de cooperación y al
logro de dichos objetivos. Eso o acabar como los dos conejos de la
fábula de Tomás de Iriarte, que discutían si los que les
perseguían eran galgos o podencos.
“En
esta disputa,
llegando
los perros
pillan
descuidados
a
mis dos conejos.
Los
que por cuestiones
de
poco momento
dejan
lo que importa,
llévense
este ejemplo.”
Labels:
anarcosindicalistas
,
cárcel
,
clase trabajadora
,
comunistas
,
Ley Mordaza
,
libertades
,
lucha
,
manifestaciones
,
militantes
,
movimiento obrero
,
organizaciones obreras
,
partidos
,
presos
,
represión
,
sindicatos
LAS LESIONES NO TAN OCULTAS DE CLASE
Max
Castro. Cubadebate
Los
norteamericanos hoy en día están viviendo su vida a un ritmo no
visto en tres décadas. Hay una epidemia de suicidios en curso en
Estados Unidos y la gran pregunta es porqué.
La
noticia proviene de un nuevo estudio del gobierno realizado por el
Centro Nacional de Estadísticas de Salud. Los datos cubren el
período de 1999 a 2014.
El
New York Times publicó un extenso informe acerca de la
investigación, en su edición del 22 de abril de 2016, que informa
acerca de los aspectos más destacados del estudio y cita las
hipótesis de varios expertos que han profundizado en las causas del
aumento en las cifras de suicidios.
Antes
de hablar de esas teorías, permítanme señalar algunas de las
conclusiones más destacadas del estudio:
Las
tasas de suicidio en Estados Unidos aumentaron 24 por ciento entre
1999 y 2014.
El
incremento se produjo en casi todos los grupos demográficos con dos
excepciones, hombres negros y personas de 75 años de edad y mayores.
Se
observó un fuerte aumento en las tasas de suicidio entre los grupos
que históricamente han tenido tasas muy bajas. Esto incluye a
mujeres de mediana edad (45-64), cuyas tasas de suicidio aumentaron
en 63 por ciento. En el otro rango del espectro de edad, el suicidio
de las niñas entre 10 y14 años aumentó tres veces durante el
período del estudio.
Los
grupos que históricamente han tenido altos índices de suicidio
también experimentaron un aumento, aunque algo menor que en los
grupos con tasas tradicionalmente bajas. Por ejemplo, el incremento
de suicidios entre hombres de 45 a 64 fue del 43 por ciento, un
veinte por ciento más bajo que entre las mujeres de la misma edad.
Aún así, hoy en día la tasa de suicidio masculino en esa categoría
de edad es 3,6 veces mayor que entre las mujeres.
El
aumento en el suicidio no puede ser explicado por el crecimiento de
la población, ya que las tasas son de suicidio por cada 100 000
habitantes. Sin embargo, los números en bruto sí transmiten una
idea de la magnitud del problema. En 1999, en Estados Unidos 29 199
personas se quitaron la vida. En 2014, la cifra fue de 42, 773.
Antes
de que yo los insensibilice a ustedes con cifras, vamos a centrarnos
en las explicaciones ofrecidas por los expertos consultados por el
New York Times, seguidas de mi propio análisis.
Kathleen
Hempstead, asesora principal de la Fundación Robert Wood Johnson,
“ha identificado una relación entre el aumento de las tasas de
suicidio y el aumento de la angustia acerca del empleo y las finanzas
entre las personas de mediana edad”. Investigadores anónimos
citados por el Times, “que revisaron el estudio… presentaron un
cuadro de desesperación para muchos en la sociedad norteamericana”.
Y Robert Putnam, profesor de política pública en la Universidad de
Harvard, dijo: “Esto es parte del patrón emergente mayor de la
evidencia de los vínculos entre pobreza, desesperanza y salud”.
Existe
evidencia empírica para la elaboración de esta conexión. El Times
cita el trabajo de Alex Crosby, epidemiólogo de los Centros de
Control y Prevención de Enfermedades, que ha estado estudiando la
correlación entre la economía y el suicidio durante casi cien años.
Crosby señala que la tasa más alta de suicidio fue registrada en
1932, el punto más bajo en el peor colapso económico de la historia
norteamericana. La tasa de 1932 fue un 70 por ciento más alto de lo
que es hoy en día. Eso no es sorprendente, ya que la Gran Depresión
fue mucho peor y prolongada que la crisis económica de 2008. Por
otra parte, Crosby encontró “un patrón coherente…; cuando la
economía empeoró aumentaron los suicidios, y cuando mejoró
descendieron”.
Este
análisis es bueno hasta cierto punto, pero hay una pieza que falta;
la forma en que la ganancia de la recuperación económica se
distribuye entre la población. La ola de prosperidad que siguió a
la Gran Depresión y a la Segunda Guerra Mundial fue ampliamente
compartida relativamente. La clase media se expandió de manera
enorme y los trabajadores manuales fueron capaces de tener cosas
tales como una casa y un auto, privilegios antes disfrutados sólo
por las clases media y alta.
Los
beneficios económicos de las décadas más recientes no han sido
ampliamente distribuidos. De hecho, el ingreso promedio de los
norteamericanos hoy en día, en términos reales, es más bajo que en
1999. La mayor parte del crecimiento económico ha sido capturado por
los ricos. Este fue el caso antes de la Gran Recesión de 2008 y
después del inicio de la débil recuperación que siguió. No es de
extrañar, por tanto, que las tasas de suicidio no hayan disminuido
en los últimos años. De hecho, el aumento se aceleró entre 2010 y
2014.
Por
supuesto, la economía no es el único determinante de las tasas de
suicidio. Uno de los primeros trabajos de la sociología empírica,
“Suicidio”, por el sociólogo francés del siglo 19 Emile
Durkheim, arrojó que en los países con fuerte solidaridad social el
suicidio era menor que en los lugares que tenían una cultura más
individualista.
La
explicación es sencilla. Las personas que pueden contar con fuertes
lazos sociales que brindan apoyo emocional y económico son menos
propensas a experimentar las más bajas profundidades de la
desesperación que los individuos aislados. Tales personas son
también menos propensas a enmarcar sus problemas en términos de
fracaso individual y más en relación con las fuerzas sociales y
económicas más generales, una interpretación que no afecta a una
parte de su autoestima.
Nada
en el análisis clásico del suicidio por parte de Durkheim
contradice el enfoque de analistas contemporáneos acerca del factor
económico. La solidaridad puede amortiguar los peores efectos de la
miseria económica en el cuerpo y la psiquis. Pero aún así las
privaciones cobran su cuota. Y la solidaridad es un bien escaso en la
sociedad norteamericana –la palabra está prácticamente ausente
del vocabulario común– como dan fe libros tan innovadores de la
década de 1950 –de La muchedumbre solitaria (Riesman) – al
pasado reciente –Jugando bolos solo (Putnam).
Por
otra parte, la economía neoliberal de “perro come perro”,
de las últimas décadas, ha significado que el estado ha optado por
no hacer nada –o hacer cosas que lo empeoran todo– frente a los
brutales choques económicos y la alucinante desigualdad económica
característica del capitalismo norteamericano y mundial en el
presente siglo. La creciente ola de muerte autoinfligida es sólo un
daño colateral de la política económica que hemos estado
siguiendo.
El
suicidio no es la única cuestión de vida o muerte en torno a la
cual las lesiones de clase se ven tan en claro como el cristal. Para
dar sólo un ejemplo revelador. El hombre norteamericano promedio en
el uno por ciento superior de los ingresos puede tener una esperanza
de vida de 87 años. Un hombre con un ingreso de $30 000 al año
muere con nueve años menos como promedio. El dinero afecta la
posibilidad de vida, desde la cuna hasta la tumba. La ironía es que
esta diferencia de mortalidad significa que el hombre rico puede
acogerse a la seguridad social, un programa diseñado para ayudar en
la vejez, durante nueve años adicionales, a personas de escasos
recursos.
Allá
por 1972, Richard Sennett y Robet Cobb pudieron escribir un libro
titulado Las lesiones ocultas de clase. Hoy en día, como
muestran las tendencias suicidas, las lesiones de clase apenas se
ocultan. Son heridas abiertas que desmienten todas las pretensiones
de un Sueño Norteamericano o de una Gran Sociedad.
Suscribirse a:
Entradas
(
Atom
)