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27 de octubre de 2016

VUELVE EL FRAUDE DEL DILEMA REFORMA O RUPTURA

Por Marat

En un acto sobre una lucha obrera que interesadamente ha enterrado en la desmemoria el entreguismo sindical, la del Campamento de la Esperanza de los trabajadores de Sintel, planteé que hay una línea de continuidad de la pretendida “izquierda radical” desde la transición española a la actualidad que se basa en la ficción o “ilusión” democrática y que ésta línea que parece oponerse al reformismo desde el concepto de "ruptura" es igualmente reformista. Pueden verlo en la segunda intervención.
Si buscásemos antecedentes del concepto de ruptura frente a reforma los encontraríamos sin duda en las posiciones del ala derecha de la Revolución Francesa, representada por la fracción de la burguesía frente a los restos del Antiguo Régimen, tras la convocatoria de los Estados Generales que, finalmente, abriría paso a la Asamblea Nacional.
Más allá de que se asistiera entonces a una recomposición de la estructura social en la que la nobleza era desplazada -la iglesia contaría mucho menos a partir de entonces- por una burguesía que usurpó la representación de todo el "estado llano" en los primeros años de la Revolución, la gran transformación de la Revolución Francesa fue ante todo política. Ésta afectó, antes que a otra cosa, a la concepción del Estado que, a partir de entonces, pasaría a ser el Estado de la burguesía. Soy consciente de estar simplificando y de dejar a un lado importantísimas transformaciones en la concepción de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, la ciencia, la filosofía y el laicismo entre otras muchas cuestiones que en aquél momento histórico fueron revolucionarias.
El campesinado, el incipiente proletariado, la pequeña burguesía y los artesanos entre otras clases sociales y otros estratos de clase fueron olvidados en el esquema social y político de la alta y mediana burguesías triunfantes. Solo la aparición de grupos de izquierda como los “cordeliers”, y otros, que sí planteaban la cuestión de la propiedad privada y exigían voz para los estratos ignorados por la gran burguesía, ya instalada en el gobierno y en el poder económico y social, mostraría los límites y contradicciones de aquella versión de la democracia.
En realidad, lo que había ocurrido es que, por encima del ascenso político de una nueva clase, que había estado ausente hasta el momento del poder político, los cambios que se habían producido no habían alterado el concepto de propiedad privada, aunque sí su origen. Éste pasaba de la tierra fundamentalmente a la actividad comercial e incipientemente fabril. El Estado había cambiado su carcasa pero no su naturaleza de defensa de esa misma propiedad privada para la acumulación de la riqueza.
La gran mayoría de nuestra izquierda radical, en su palabrería, no en el significado de ir a la raíz de las cosas, en la transición española defendía un programa político que afectaba y a su vez apelaba directamente al Estado pero no a la estructura de clases, a las relaciones sociales de producción o a la propiedad privada de los medios de producción.
Me refiero a lo que los marxistas denominamos como “demandas democráticas” entre las que se encontraban por aquél cuestiones como
  • El referéndum sobre la forma de Estado: Monarquía o República
  • El derecho de autodeterminación de los pueblos del Estado español
  • La depuración de los aparatos del Estado franquista
  • La depuración de los dirigentes políticos del franquismo
Por supuesto, había otras exigencias en la hoja de ruta de la llamada “izquierda radical” -dejo fuera al PCE de entonces, no sólo porque, de hecho, era ya socialdemócrata, sino porque sus coqueteos con la opción rupturista duraron poco y rápidamente se apuntó a la línea de reforma del régimen con los sectores aperturistas del propio franquismo- pero las principales que aglutinaban a la mayoría de las organizaciones políticas proruptura de entonces eran éstas.
En definitiva, las más importantes propuestas de la mayor parte de la llamada “izquierda radical” eran perfectamente integrables dentro del modelo del “parlamentarismo democrático-burgués”. Lenin aclara esta cuestión y su diferencia con el concepto de una auténtica democracia obrera:
Precisamente Marx que aquilató mejor que nadie la importancia histórica de la Comuna, mostró, al analizarla, el carácter explotador de la democracia burguesa y del parlamentarismo burgués bajo los cuales las clases oprimidas tienen el derecho de decidir una vez cada determinado número de años qué miembros de las clases poseedoras han de "representar y aplastar" al pueblo en el Parlamento. Precisamente ahora, cuando el movimiento soviético, extendiéndose a todo el mundo, continúa a la vista de todos la causa de la Comuna, los traidores al socialismo olvidan la experiencia concreta y las enseñanzas concretas de la Comuna de París, repitiendo la vieja cantinela burguesa de la "democracia en general". La Comuna no fue una institución parlamentaria”
Y añadió:
La "libertad de imprenta" es asimismo una de las principales consignas de la "democracia pura". Los obreros saben también, y los socialistas de todos los paises lo han reconocido millones de veces, que esa libertad será un engaño mientras las mejores imprentas y grandísimas reservas de papel se hallen en manos de los capitalistas y mientras exista el poder del capital sobre la prensa, poder que se manifiesta en todo el mundo con tanta mayor claridad, nitidez y cinismo cuanto más desarrollados se hallan la democracia y el régimen republicano, como ocurre, por ejemplo, en Norteamérica. A fin de conquistar la igualdad efectiva y la verdadera democracia para los trabajadores, para los obreros y los campesinos, hay que quitar primero al capital la posibilidad de contratar a escritores, comprar las editoriales y sobornar a la prensa, y para ello es necesario derrocar el yugo del capital, derrocar a los explotadores y aplastar su resistencia. Los capitalistas siempre han llamado "libertad" a la libertad de lucro para los ricos, a la libertad de morirse de hambre para los obreros” (Tesis e informe sobre la democracia burguesa y la dictadura del proletariado”. V. I. Lenin)
Se podrá decir que la situación de la Rusia de 1919 era muy distinta a la de la España de 1975 y efectivamente es así, pero los comunistas jamás hemos ocultado cuáles son nuestros objetivos y en esto Lenin no hacía otra cosa que seguir los pasos de Marx y Engels en “El Manifiesto Comunista”:
Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente”.
Dictadura política (franquismo) o forma parlamentaria (lo que luego se instauró), ambas suponían asumir la pervivencia de la dictadura de clase de la burguesía sobre la clase trabajadora. Por mucho que una parte de aquella izquierda hablase de la necesidad de encausar a la oligarquía económica franquista, ello no significaba en sí mismo la exigencia de expropiación del capital y la socialización de los medios de producción.
Habrá quien suelte como arma arrojadiza aquello de las condiciones objetivas y las subjetivas, pero lo cierto es que cuando se colocaron en primer lugar las demandas democráticas en relación al Estado, se estaba viajando a ninguna parte con la mirada puesta en el hemiciclo parlamentario de la burguesía y en la posibilidad de entrar en él.
Habrá quien diga también que las demandas democráticas hubieran podido abrir el paso a reivindicaciones superiores. Con ser cierto que a la clase trabajadora le son útiles las libertades burguesas para disponer de un mayor grado de “movilidad” para expresar sus reivindicaciones, no lo es que tal tesis es una simple falacia. En ningún país del mundo en el que se respeten los límites legales y jurídicos que impone el Estado burgués se ha transitado hacia otro sistema económico socialista. Dos años antes de la muerte de Franco, el fin del gobierno de la Unidad Popular chilena, por un golpe de Estado militar, comprobó en sus propias carnes en qué acababa la “ilusión democrática”.
Hoy sabemos que ni siquiera intentar sujetar y civilizar a la bestia capitalista, ajustándose al modelo parlamentario de la democracia burguesa, es posible. Que se lo pregunten al gobierno venezolano. Es lo que tiene contemporizar con el capital y no acabar con su dictadura de clase. En palabras de Lenin, “salvo el poder, todo es ilusión”. Ocupar el Estado no es tomarlo ni tener el poder sino el gobierno.
En el fondo detrás de tales posiciones políticas, se asuman desde posiciones reformistas o de “ruptura política”, hay una concepción neutral del Estado, según la cuál se supone que el margen de maniobra es muy grande, tanto a la derecha como a la izquierda. Pero esa es, de nuevo, una falacia reformista que pretende ignorar que el Estado tiene siempre una naturaleza de clase y que en una sociedad capitalista, el Estado es siempre un Estado burgués, mientras no se destruya para sustituirlo por un Estado de clase distinto, el de los trabajadores:
Si te fijas en el último capítulo de mi Dieciocho Brumario, verás que expongo como próxima tentativa de la revolución francesa no hacer pasar de unas manos a otras la máquina burocrático-militar, como venía sucediendo hasta ahora, sino demolerla” (Carta de Karl Marx a Ludwig Kugelmann)
Y es que ésta es una condición indispensable, aunque no suficiente si no se toma, a su vez, el poder en las empresas para transformar la sociedad en un sentido revolucionario.
A la muerte del dictador gran parte de la llamada “izquierda radical” e incluso, en un primer momento” de la abiertamente reformista (PSOE, PCE) asumió un discurso “constituyente”.
Lenin fue, al respecto de los planteamientos constituyentes, muy claro:
La república democrática es la mejor envoltura política de que puede revestirse el capitalismo, y por lo tanto el capital, al dominar esta envoltura, que es la mejor de todas, cimienta su poder de un modo tan seguro, tan firme, que ningún cambio de personas, ni de instituciones, ni de partidos, dentro de la república democrática burguesa, hace vacilar este Poder” (“El Estado y la Revolución”. V. I. Lenin)
No se trata de negar las demandas democráticas que defendían los rupturistas pero colocarlas como exigencia principal frente a un programa de clase es tan reformista como las posiciones de quienes no cabe dudar que sí son reformistas.
Y es que la apelación al Estado burgués, se revista de dictadura o de democracia burguesa, de monarquía o de república, como eje principal de acción política, es asumir de hecho que la lucha no está tanto en trabajar para agudizar las contradicciones del capitalismo como en arrancar reformas o cambios al Estado burgués. Esto después de 1789 hubiera debido quedar claro.
Pues bien, hoy organizaciones que incluso como reformistas son más que moderadas, Podemos e IU, donde una ha renunciado abiertamente a un discurso de clase (la “gente”) y para la otra es terminología hueca a la que contradice su práctica diaria, reclaman abiertamente el mismo “proceso constituyente” que abrió en su día la Asamblea Nacional francesa y que pretendió en su momento gran parte de la llamada izquierda radical española. Y ello lo hacen en un momento en el que la crisis del capitalismo golpea más duramente incluso que en la transición sobre las conquistas históricas de la clase trabajadora, creando unos niveles de pobreza entre nuestra clase que no recordábamos quienes tenemos menos de 60 años. 
¿Es ese el discurso que necesita la clase trabajadora?, ¿de verdad creen estos vendedores de “ilusión” que cambiar aspectos concretos del Estado burgués, sin que éste cambie su naturaleza de clase, transforma algo que no sea la mejora de su estatus como profesionales bien pagados de la maquinaria institucional del capitalismo? ¿De verdad cree esa Coordinadora 25S que su convocatoria “Ante el Golpe de la Mafia, Democracia”, tiene algo que ver con las necesidades reales de la clase trabajadora? ¿Es que su patético reformismo no se ha dado ya de bruces en Grecia? ¿Acaso su “proceso constituyente” habla de algo que no sea de una crisis del régimen del 78, jugando a confundir al personal para que olvide que el régimen que, de verdad nos golpea, es el capitalista y que la mera fachada institucional, a la que se aprestan a dar un lavado de cara, no es otra cosa que su “consejo de Administración”, en palabras de Marx?
La charlotada del próximo día 29 de Octubre servirá para algo, ciertamente. En primer lugar, para que algunos se desahoguen, con un efecto similar al que tendría hacerlo en un campo de fútbol. El segundo para que se evidencie el divorcio real existe entre sus demandas democráticas y el abandono al que los demandantes de las mismas han sometido a los trabajadores. Renuncian a plantear la cuestión en términos de clase y a oponerse al vigente sistema capitalista, apuntando a la cuestión de fondo, la sobreexplotación de nuestra clase y el asunto de la propiedad de los medios de producción.
Gobernase quien gobernase, aceptando las reglas del juego de la legalidad burguesa, los nuevos sacrificios que se seguirán imponiendo a la clase trabajadora sólo podrán ser combatidos desde una política clasista y organizándonos de forma absolutamente independiente de cualquiera de las fracciones políticas que hoy representan al capital (inmovilistas, reformistas y pseudorupturistas). Es fundamental reorientar las reivindicaciones hacia la lucha contra este sistema de dominación económica, sin olvidar las necesidades inmediatas de los trabajadores, que no se reducen a echarles unas migajas o a transmitir el falso mensaje de que se limita el alcance de los recortes por supuestos acuerdos entre distintos grupos parlamentarios. 
Quien siga esperando cambios que vengan del parlamentarismo burgués volverá a desilusionarse y a ser cómplice del retraso en la organización de la clase trabajadora para recuperar la iniciativa en la lucha por su emancipación.