Por Marat
Son pocas las expresiones que hoy
en día no están contaminadas por el desgaste o por el envilecimiento de todo
cuanto las connota. Las sociedades fragmentadas carecen de consenso en los
términos que conllevan alguna carga moral y no hacen prisioneros.
La de “servidor público” no es
una excepción. Y sin embargo, quiero reivindicarla, al menos en tres de sus concreciones:
la sanitaria, la científica y la de la enseñanza. Pido disculpas por adelantado
porque, seguramente, me olvido de alguna otra que debiera ser incuestionable,
pero ahora mismo no soy capaz de precisarla.
Sin la sanitaria estaríamos
expuestos a cada hora cada ser humano a la ruleta de la muerte por las que hoy
consideramos las más nimias enfermedades, que aún asolan al Tercer Mundo,
sencillamente porque allí el capital farmacéutico no encuentra mercado lo
bastante interesante para su beneficio económico.
Sin la investigación científica,
con todos los intereses del capital que están detrás, aún andaríamos con el
taparrabos de la ignorancia, ese que nos quieren inocular los terraplanistas,
las pseudociencias de la naturopatía y de la homeopatía en la que se ha ido
convirtiendo el mundo de las farmacias.
Sin la enseñanza estaríamos ante la
más completa indefensión de los explotados y los oprimidos, imposibilitados de llegar
comprender las causas de lo que les sucede cuando la lógica del
beneficio empresarial y del matonismo del poder les convierte hoy también en
esclavos. Y esto sin olvidar que la enseñanza bajo el capitalismo es uno de sus
aparatos ideológicos de dominación de clase. Pero, a pesar de ello, la
enseñanza es un medio útil para dudar y comprender la realidad que nos rodea.
Esa es mi concepción del “servidor
público”. No la de la persona que sirve al gobierno de turno sino la que ayuda
a salir del dolor y la oscuridad a sus semejantes.
Ese es el atributo que creo que
le corresponde a Fernando Simón, director
del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio
de Sanidad, el de “servidor público”, en el sentido que le he dado y no en
otro que cualquiera, con mayor o menor razón, pudiera considerar.
Fernando Simón hoy es, para muchos,
un “héroe del pueblo”, un matador de la
COVID-19. No creo que lo sea ni que él se considere tal cosa.
Más bien lo considero como el
especialista en epidemiología en un país sin tradiciones en este tipo de
especialidad, entre otras cosas porque no las ha padecido apenas hasta ahora
desde que se erradicó la poliomelitis en 1955.
Por mucho que haya trabajado en Mozambique
y en Burundi o en América Latina, por mucho que se haya especializado en malaria, sida y tuberculosis,
no deja de ser un español, formado en España, con uno de los mejores
curriculums en su especialidad pero que no vive habitualmente en los países
pandémicos por naturaleza de Asia, África o América Latina. Era, seguramente,
la mejor opción especialista para esta pandemia que hemos sufrido en nuestro
país (lo fue también para el PP cuando la crisis del ébola y entonces nadie,
tampoco, el PP en aquella ocasión se lo reprochó pero, casualmente, hoy sí, junto
con los fascistas de VOX) pero no era infalible. Solo dios lo es pero, como nos
enseñó Camus en “La peste”, dios no
existe y, en tales circunstancias, aún menos.
Se le reprocha desde la
ignorancia de determinados ámbitos ciudadanos, potenciada por el cálculo del voto posible entre la derecha reaccionaria y la extrema derecha, haber
considerado que no existían apenas riesgos de la epidemia unos días antes de la
declaración del Estado de Alarma en España y que el número posible de
diagnosticados iba a ser algo anecdótico. Es cierto que dijo eso pero se suele “olvidar”
que China mantenía por entonces un control sobre la información de lo que allí
estaba sucediendo casi absoluto y que apenas la compartía con otros Estados y
que en Italia la declaración del Estado de Emergencia se producía con solo dos
casos el 31 de Enero de este año. Incomprensiblemente, en medio del Estado de
Emergencia en Italia se jugó el partido entre el Atlanta y el
Valencia el 19 de febrero: 40.000 asistentes entre italianos y españoles. Si en
Italia no se veía mayor peligro en realizar eventos multitudinarios como ese, ¿debía
considerarse lo contrario en España? Bastante más tarde supimos que el virus se
propagaba con mayor nivel de riesgo en espacios cerrados que en abiertos y que
la densidad de población era más determinante que el número de habitantes. No
le competía al doctor Simón tomar tal decisión sino al Ejecutivo español pero ¿se
imaginan qué hubiera sucedido si a primeros de Febrero, cuando apenas había
noticias de afectados en España, se hubiera adelantado el Estado de Alarma?
¿Creen de verdad que una sociedad acepta medidas tan drásticas como las tomadas
posteriormente sin verle las orejas al lobo? Hoy Italia, a pesar de la
anticipación en sus medidas sanitarias, arroja la cifras de 6.000 muertos más
que España. Y no sirve el cuento de la ocultación de datos porque ese supuesto comportamiento
vale para cualquier Estado de cualquier país.
Pero, por encima de lo que hasta ahora les estoy contando, creo necesario señalar que el papel del doctor Fernando Simón es especialmente inapreciable en cuestiones que van más allá de las recomendaciones que haya hecho al gobierno en cuanto a las medidas a tomar para aplanar lo que era su obsesión: la curva del coronavirus.
La primera de esas cuestiones me
la señaló un amigo y militante de mi organización, el Espacio de Encuentro Comunista,
cuando me dijo aquello de “Simón es
alguien balsámico. Cuando aparece da tranquilidad”. Frente al miedo que
atenazaba a una sociedad confinada en sus casas y en sus propias angustias, Simón,
cada día ofrecía serenidad y un rayo de esperanza, justo la que necesitábamos entonces
los españoles y aquellos que habían venido de lejos a buscarse la vida, como
cualquier ser humano, y a convivir con nosotros, muchos en espaciales
circunstancias de sobreexplotación hasta que todo se paró.
Su voz templada, la humildad con
la que reconocía lo que sabía y lo que no cuando los periodistas le preguntaban
en las ruedas de prensa diarias, nos transmitía paz y un deje de empatía con
quienes vivíamos nuestras cotidianas paranoias, aislados de la calle y solo
conectados, los que teníamos la posibilidad, con otros (familia, amigos de
siempre y nuevos,…) mediante la tecnología. Esa misma tecnología que nos iba
reconduciendo hacia el nuevo confinamiento del teletrabajo, pero esa realidad
laboral con pérdida de derechos hay que achacársela primero al capital y luego
a su gobierno de turno, el que ahora ejerce.
La segunda pista me la dio,
también mi amigo y camarada, cuando me habló de cómo le recordaba la situación
que estábamos viviendo a “La peste”,
de Camus. Hacía muchos años que había dejado de leer a uno de mis autores
preferidos, el de “Calígula”, el de “El estado de sitio”, el de “El malentendido”, el de “Los justos”, el de “El exilio y el reino”, el de “La
caída”; para muchos el de “El
extranjero”.
Caí entonces en la memoria del
doctor Rieux, el héroe de “La peste”.
Imaginé a Simón dando un paseo por el Madrid semidesértico y pensando en sus
propias angustias, nacidas de una tarea que agota a cualquier ser humano frente a una devastación que a él y a
cualquier ser humano le había de superar. Y, como a Bernard Rieux le vi
entonces en mi imaginación: “Fuera le
pareció a Rieux que la noche estaba llena de gemidos. En alguna parte, en el
cielo negro, por encima de las farolas, un silbido sordo le hacía pensar en el
invisible azote que abrasaba incansablemente el aire encendido.”.
Era eso, la empatía humana del
servidor público con el dolor que no era posible que fuera ajeno para él.
Toda sociedad humana necesita de servidores públicos en el sentido que he definido, de personas que entreguen a la colectividad lo mejor de sí mismas. Al hacerlo se elevan sobre su condición de individUos y dan sentido a las mejores estrófas del poema de John Donne:
"Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del
todo"
Defender a los Fernando Simón de cada circunstancia es proteger a quienes creen que lo colectivo es superior moralmente a lo individual y que hay una razón para hacerlo: el somos frente al salvajismo que defienden algunos de que el ser humano es un lobo para otros seres humanos.
Toda sociedad humana necesita de servidores públicos en el sentido que he definido, de personas que entreguen a la colectividad lo mejor de sí mismas. Al hacerlo se elevan sobre su condición de individUos y dan sentido a las mejores estrófas del poema de John Donne:
"Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Defender a los Fernando Simón de cada circunstancia es proteger a quienes creen que lo colectivo es superior moralmente a lo individual y que hay una razón para hacerlo: el somos frente al salvajismo que defienden algunos de que el ser humano es un lobo para otros seres humanos.
No le voy a juzgar a futuro. Ya
lo han hecho la reacción y el fascismo y ciertos izquierdistas que le acusan de
blanquear decisiones del gobierno. Solo espero de él que siga siendo el
servidor público para quienes lo necesitan que ha sido hasta ahora, libre de
tentaciones políticas y fiel a la idea de servicio a los demás que un día se prometió a sí mismo.