Por
Marat
Desde
que llegó al gobierno el Partido Socialista Portugués (PSP), el 24
de Noviembre de 2015, con el apoyo externo del Partido Comunista
Portugués (PCP) y del Bloco de Esquerda (BE), diferentes voceros del
reformismo, como antes del fiasco de Syriza sucedió para los progres
de Podemos e IU con el pretendido gobierno de la “izquierda
radical” griega, parecen querer convencernos de las bondades
progresistas de dicho gobierno en materia social, económica y
laboral.
Es
fácil mantener la ficción de una realidad inventada cuando se
conoce muy poco o casi nada sobre ella. Sobre Portugal los españoles
conocemos muy poco, mucho menos que los portugueses sobre España,
fuera de que en ese país hubo una revolución de los claveles, que
la capital está en Lisboa y que hay en él otras ciudades
importantes como Oporto. Desafío a muchos de mis lectores a que me
digan cómo se llama el Primer Ministro portugués actual sin
consultarlo en la wikipedia, gran referente cultural de muchos
internautas.
Poco
parece importarles el hecho de gobierne ahora en Portugal el mismo
PSP que traicionó la revolución del 25 de Abril. Que la historia no
nos destroce una esperanza por poco fundamentada que esté ésta.
Las
razones que esgrimen quienes consideran progresista al gobierno
portugués son básicamente las siguientes:
-
Reducción de la jornada
laboral semanal a 35 horas...en la administración pública.
Precisamente donde no se producen choques con el capital
empresarial.
-
Subida importante de los
salarios tanto a funcionarios como en el caso del salario mínimo
interprofesional en el sector privado
-
Subida de las pensiones
-
Reducción del desempleo desde
el 17,3% registrado en 2013 a un 8,6% en 2017. Pero según un
estudio del Observatorio de Crisis y Alternativas del Centro de
Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra, el 63,3%
de los contratos que se han firmado en el país vecino desde finales
de 2013 son a tiempo parcial, temporales, o de obra. Sólo un tercio
de los nuevos contratos son indefinidos ¿Les suena esto?
Y son los sectores del turismo y la construcción fundamentalmente
los que crean empleo, los cuáles concentran los salarios más
bajos. ¿Les sigue sonando?
-
Subida de impuestos de dos
puntos porcentuales, del 7 al 9%, a las grandes empresas, lo que ha
afectado a un número muy reducido de compañías. La subida ha
logrado una recaudación de 70 millones de euros.
-
Descenso del IRPF a las
familias con bajos salarios, no al tramo más inferior que cobra
7.091 €, en 12 pagas, y aumento del mismo a las rentas medias y
altas.
-
Tarifa solidaria en gas y
electricidad para las familias de bajos recursos, más libros
gratuitos y mejoras en cuanto a la prestación del desempleo a los
parados que lleven más de 6 meses cobrándola.
Un
dato importante que debe ser tenido en consideración en relación
con los éxitos del actual ejecutivo luso es el descenso de la
desigualdad económica a niveles previos a la crisis, lo que
contrasta con el caso español, en el que a pesar de la supuesta
recuperación económica, ha seguido incrementándose esta
desigualdad social.
Negar
el impacto paliativo de dichas medidas respecto a a los efectos
sociales provocados por la crisis capitalista sería estúpido,
además de injusto. Hablar de milagro me parece, como poco,
absolutamente fuera de la realidad. Voy a explicarme.
La
inversión productiva por parte del capital luso no se ha reactivado,
ya que no se crean apenas industrias portuguesas de capital propio y
la inversión privada propia en I+D+i brilla por su ausencia. La
Inversión en Capital Fijo de las empresas (equipos y maquinaria)
cayó en el tercer trimestre de 2017 hasta un 16% de su PIB,
situándose solo por encima de Grecia y Chipre.
Se
asume, como en España, que el país debe vivir del turismo. Así El
País del 27 de Febrero de 2017 informaba de cómo en el último año
los jubilados extranjeros residentes en Portugal la mayor parte del
año (fundamentalmente franceses, alemanes y nórdicos) había
crecido un 44%, atraídos por la no tributación de sus pensiones ni
en el país de acogida ni en el de origen. Lo curioso es que cuando
se publicó la noticia hacía ya año y medio que gobernaba el actual
equipo socialista, el cuál mantenía una ley de 2009 del gobierno
socialista de José Sócrates que hacía posible este efecto llamada.
Yo diría que esta no es una medida muy socialista sino más bien
liberal.
La
inversión pública fue en Portugal en 2016 del 1,5%, situándose
como el último país de la UE (España solo le superó en 4 décimas,
1,9%) en este ratio, siendo la media de la zona el 2,7%. Si el
conjunto del gasto público era en 2014 del 51,8%, con el gobierno de
Costa se redujo hasta el 45,1% en 2016. En diciembre de 2017 el
gobierno socialista portugués había gastado 4.400 millones de euros
en rescatar a la banca; evidentemente mucho menor que el gasto
realizado por el gobierno español del PP, más de 77.000 millones,
de los que se han recuperado menos de 5.000 millones. No obstante,
conviene considerar el diferente tamaño de la banca lusa y española.
Los ajustes impuestos por La Troika sí que fueron obedecidos, no
solo en España. Ninguna rebelión del gobierno de izquierda luso,
como tampoco lo hizo Syriza. En diciembre de 2017 Portugal ya había
reembolsado el 76% del rescate financiero del FMI. Si los recortes sociales durante el gobierno
progresista luso han sido suaves y se han mejorado los ratios
sociales, lo cierto es que Portugal los ha asumido en su tejido
productivo nacional propio, en sus inversiones públicas, salvo las
ligadas a la atracción de capital extranjero (construcción de
polígonos industriales y logísticos en zonas fronterizas con
Galicia, pero también con Andalucía, Castilla-León y Extremadura,
y en nudos de comunicaciones y en proximidades a zonas portuarias,
fundamentalmente en la zona norte).
En
este sentido, las principales medidas expansivas del gobierno
progresista portugués no se han diferenciado sustantivamente de las
realizadas por los gobiernos conservadores y de centro de la
República de Irlanda tras el rescate de su economía y los duros
años de ajuste: atracción de capital extranjero, suelo empresarial
casi gratuito, bajada drástica de impuestos de sociedades... El caso
de la atracción masiva de empresas gallegas a hacia polígonos
industriales al otro lado de la raya es paradigmático en este
sentido, aunque se ha extendido también al capital europeo y
norteamericano (atraídos por los bajos salarios comparativos
portugueses frente a los de los países de origen, a pesar de varias
subidas de los mismos) e incluso chinos. La práctica, de tipo
liberal, es pan para hoy y hambre para mañana, como nos han enseñado
las políticas de deslocalización industrial y de servicios a nivel
mundial, sus capacidades de presión a medio plazo sobre los
gobiernos, la evolución de los salarios a posteriori en casos de
contracción de la demanda y la reversabilidad de los asentamientos
de capital extranjero. Pero la clave no está en lo salarial, de
momento, sino en la “flexibilidad” de las relaciones
contractuales. Recuérdese el carácter de empleo a tiempo
parcial, temporal o de obra del 63,3% de los contratos firmados en
Portugal desde 2013.
La
diferencia sustancial de Portugal con Irlanda es que, mientras
Irlanda priorizó asentamientos de empresas tecnológicas (con alto
nivel de I+D), fundamentalmente las ligadas a las TIC (Tecnologías
de la Información y la Comunicación), éste no es el caso de
Portugal, que aportan alto valor añadido y que pueden llegar a
redundar en la potenciación, a medio plazo, en un desarrollo
económico propio...siempre que existan políticas gubernamentales
que impulsen esta estrategia.
Los
procesos de gentrificación (elitización residencial) y
turistificación que expulsan a los trabajadores y sectores populares
de las grandes ciudades de Portugal, encabezados de forma galopante
por Lisboa, se han acelerado con el gobierno de izquierda luso. La
propia Municipalidad de Lisboa (Ayuntamiento), en manos del PSP-BE,
es un elemento impulsor del fenómeno al actuar “más
como un mero agente inmobiliario que como un gestor de barrios,
vendiendo parte del patrimonio inmobiliario y guardando el resto sin
usar para futuras ventas.” Las
políticas de Estado del gobierno progresista, destinadas a paliar
los efectos de sustitución de viviendas de clases populares por
rehabilitaciones de edificios destinadas a clases medias y altas o
para estudiantes anglosajones, de la concentración de comercio de
lujo de grandes franquicias internacionales y de tiendas para
turistas, son parches
con más intención propagandística que real. Esto
es algo que se inserta en una lógica concreta, que no es otra que la
de atraer inversión extranjera y proyectar una imagen “moderna”
e internacional de Portugal, al precio que sea. Ya saben..."No
importa que el gato sea blanco o negro; mientras pueda cazar ratones,
es un buen gato." Deng Xiao
Ping, gran destructor del socialismo chino. En cualquier caso, no
parece que expulsar a los jóvenes, los trabajadores y las clases
populares del centro de las grandes ciudades portuguesas hacia los
suburbios haga mucho por reducir la desigualdad. En esto, de Bairro
Alto a la Alfama, pasando por Mouraria o Santa Catarina, las
políticas del PSP no se diferencian de las de Lavapiés
o Malasaña con Ahora Madrid o de Chueca con el PP en el pasado. Eso
sí, en Lisboa y en Madrid, con mucha bici municipal y con mucha
participación empoderadora ciudadana, que es el modo de pasarle la
patata caliente a los vecinos para que sean ellos los que se parten
la cara con plataformas como
Airbnb o con la mafia
inmobiliaria, mientras se pacta con ella o, en el mejor de los casos,
se mira municipalmente para otro lado. Y el PP o el PSP, en sus
respectivos gobiernos del Estado, se frotan las manos, vendiendo a
parcelas sus países
a la inversión extranjera.
En
paralelo a estos procesos de
elitización residencial y turistificación de los centros de las
grandes ciudades portuguesas, vemos cómo el mercado
inmobiliario de lujo se expande espectacularmente en el país vecino,
no solo en Lisboa, el Algarve y Oporto sino desde Sintra hasta la ría
de Aveiro, la zona de Albufeira, Volamoura o Comporta. Grandes
villas de lujos, complejos residenciales, casas de vacaciones,
resorts conforman un entramado de residencial para ricos y grandes
fortunas en las que los precios del metro cuadrado pueden oscilar
entre los 2.000 y los 14.000 €. Mientras tanto, las clases
populares son expulsadas cada vez más lejos de sus anteriores
asentamientos por la brutal subida de los precios destinados a
vivienda hacia suburbios con deficientes equipamientos y medios de
transporte.
Si
hasta no hace mucho tiempo Gibraltar y Andorra (éste ultimo ha
dejado de serlo) eran los paraísos fiscales conocidos
que teníamos más cerca de
España, Portugal lo es de un
modo discreto desde hace más de 20 años,
por ejemplo en
la isla de Madeira, aunque ésta queda algo lejos del continente.
Más de 100 millonarios españoles emplean sociedades fantasma para
gestionar sus territorios en esta zona. Muchas de esas sociedades
carecen de empleados y no tienen gastos de explotación. Durante
muchos años el impuesto de sociedades era el 0%, aunque actualmente
ha io evolucionando hacia tipos impositivos del 1 al 5% tras una
inspección llevada a cabo por la UE entre los años 2000 y 2002. En
cualquier caso, muy por encima de los tipos impositivos medios de
cualquier país. Esto se mantiene con el actual gobierno socialista
luso.
Aunque
no estemos hablando de un paraíso fiscal puro, lo cierto es que hoy
Portugal reúne un régimen fiscal para extranjeros, fortunas y
empresas que tiene ciertas características de tal. No parece que el
mantenimiento de estas políticas impositivas sea muy socialista,
aunque quizá sí de izquierda, tal y como va actuando la izquierda
desde hace decenios, al menos en el mundo capitalista más
desarrollado.
Hay
una diferencia evidente entre las políticas sociales del gobierno
socialista portugués y del último gobierno del PSOE y los dos
posteriores del PP que debe ser señalada.
Mientras
Zapatero finalizó su gobierno con recortes y ataques a las pensiones
(elevando los años para poder jubilarse) y unas reformas laborales
absolutamente antiobreras y Rajoy apretó las tuercas del gasto
público y las contrarreformas hasta lo inimaginable, el gobierno de
Costa no ha repercutido directamente sobre la clase trabajadora las
medidas de austeridad en la misma medida, si bien la reducción del
gasto público y de la inversión pública algún efecto negativo han
tenido que tener necesariamente. En cualquier caso, los recortes
sociales fueron realizadas anteriormente por el gobierno conservador
de Passos Coelho.
Hasta
ahí los éxitos comparativos del gobierno socialista portugués con
su predecesor y con el español.
Las
debilidades del gobierno luso actual son harina de otro costal.
La
primera de ellas es el no haber aprovechado la crisis para potenciar
un desarrollo económico propio, tanto de sus servicios como de su
industria, acometiendo una modernización de su infraestructura
económica y un fuerte incremento del I+D+i.
La
segunda es que sus éxitos no son tanto consecuencia de sus medidas
sociales, posibles por estar experimentando un repunte de la
acumulación capitalista mundial a partir de 2015, por mucho que la
economía del país vecino haya confiado en parte su recuperación en
la demanda interna, como de las medidas estabilizadoras de los bancos
centrales europeo y norteamericano que han favorecido un repunte de
la acumulación capitalista mundial a partir de 2015.
Ello
ha facilitado tanto la ingente inversión extranjera que ha
experimentado Portugal como sus exportaciones.
Por
otro lado, el rescate portugués ha sido muchísimo menos doloroso
que el griego, no solo por su diferente situación sino porque, una
vez domesticado el gobierno de Syriza, no era necesario aplicar por
parte del capitalismo internacional y sus instituciones de La Troika
escarmiento posterior similar en otros países de la UE a supuestas
veleidades izquierdistas (el doble juego de Tsipras, rebelde en casa,
lacayuno en el exterior indicaba la tetralidad política de la
llamada izquierda radical griega). Costa y su gobierno son
“pragmáticos” (liberales en la macroeconomía, levemente
socialdemócratas en sus políticas sociales).
La
fortísima entrada de capital extranjero, el boom inmobiliario para
residentes extranjeros de rentas altas y muy altas, las bajas
políticas impositivas al capital nacional y foráneo van a tener a
medio plazo un impacto sobre la situación de las clases populares.
No
abundaré aquí en cómo la expulsión de las clases populares de los
centros históricos de las ciudades portuguesas influirán en sus
condiciones económicas y de vida pero sí creo necesario señalar el
modo en el que la dependencia brutal del capital extranjero que se
está instalando en la economía lusa y las bajas políticas
impositivas sobre las empresas impactarán sobre la clase trabajadora
de dicho país.
Por
un lado, la recaudación fiscal se resentirá, afectando de lleno al
gasto público, que ya se ha visto notablemente reducido.
Por
otro lado, la dependencia del capital extranjero acabará por
impactar negativamente más temprano que tarde sobre los salarios y
la calidad del empleo , ya muy deteriorada, incluso más que la
española. El chantaje de las empresas extranjeras sobre las
políticas gubernamentales en estos dos ratios sociales no se hará
esperar, amenazando con nuevas deslocalizaciones en cuanto se
planteen subidas salariales o los hoy dormidos sindicatos portugueses
amarrados ahora, como los españoles, al pacto social, presionen por
la mejora de la estabilidad del empleo.
Nada
diré del tamaño de la deuda portuguesa (un 271% del PIB la privada
y un 130% la pública) porque la deuda mundial afecta a casi todas
las principales economías del mundo y, por mucho que se empeñen los
neoliberales, es evidente que la deuda mundial es impagable y que la
economía global actúa como un zombie que desconoce este problema.
La
economía portuguesa, como la española, vive en gran medida de la
aparente bonanza del capitalismo mundial que, sin embargo, no ha
encontrado nuevos segmentos de mercado que generen un auténtico
crecimiento y que se ha limitado a poco más que una acumulación por
desposesión. Cuando los vientos de la crisis amenacen con una nueva
fase de contracción de una economía mundial que, recordemos, lleva
en crisis desde 1973, y cuyas fases expansivas se hacen cada vez más
cortas, veremos a dos países desmantelados, Portugal y España, con
economías nacionales propias absolutamente raquíticas, sin sectores
emergentes con suficiente valor añadido en I+D+i y escasamente
competitivos y con fuerte huida de los capitales extranjeros hacia
lugares en los que la inversión les resulte más estimulante.
La
crisis capitalista, y las aparentes salidas a la misma han
confirmado, que tanto Portugal como España son países enormemente
dependientes de las economías centrales europeas y del papel que
éstas les han conferido dentro del reparto de cada país en la
estructura económica de la UE como entidades de destino turístico,
con economías apenas apuntaladas por un inestable sector de la
construcción, al socaire de las burbujas especulativas
inmobiliarias.
No
es objeto de este artículo señalar el qué hacer frente a
situaciones como las descritas. Lo he hecho en un importante número
de artículos. A muchos de ustedes no les gusta. Tienen prisa por los
cambios, pocas ganas de hacer otra cosa que delegar sus necesidades,
mediante el voto, en opciones políticas que les hacen creer que sin
corrupción (cuando ésta es especialmente consustancial a la fase
actual de acumulación capitalista), con voluntad parlamentaria, mucha
fe en cada nuevo pastor político y redes sociales que hagan de muro
de las lamentaciones, la clase trabajadora y las populares saldrán
del lío en el que estamos. Pueden ustedes continuar no aceptando que, mientras exista el
capitalismo, el sufrimiento social continuará, alternado con
decrecientes períodos de cierta bonanza personal, paulatinamente
menguante cada vez para más seres humanos. A mí tampoco me gusta
la fe de ustedes en los milagros, sean económicos o de Fátima.