Miguel Romero. anticapitalistas.org
Desde comienzos de semana, se nos viene machacando con el señuelo del “pacto social” o “pacto global” como medio para lograr
“una salida justa y equilibrada de la crisis”. Suena parecido a la “gran coalición” en forma de gobierno PSOE-PP que algunos tertulianos proponen desde hace unos años para marear la perdiz, que es finalmente su oficio y su beneficio. La novedad, y la gravedad, del asunto es que ahora el principal valedor del “pacto global” sea el secretario general de CC OO y, lo que es peor, que esta política haya obtenido un apoyo prácticamente unánime en el Consejo Confederal (158 votos a favor, 1 en contra y 15 abstenciones).
Todo lo que se ha estado haciendo, y sobre todo no haciendo, desde el 29-S por parte de los sindicatos mayoritarios está debilitando las posibilidades abiertas por la huelga general para la reconstrucción del tejido sindical militante y de las capacidades de movilización y resistencia social a medio plazo, necesarias para hacer frente con posibilidades de éxito a la crisis capitalista.
Por ejemplo, no se ha respondido con fuerza y convicción a la campaña político-mediática que condenaba a la huelga como un “fracaso”, con el fin de obstaculizar futuras movilizaciones. No se ha hecho nada para revitalizar los sectores en los que la huelga no alcanzó sus objetivos (banca, administración pública, sanidad…). No se ha creado opinión pública crítica de las reformas del Gobierno, capaz de comprender las trampas del viejo cuento sobre “los sacrificios de hoy son la prosperidad de mañana” e identificada con alternativas justas, aunque no se puedan conseguir inmediatamente. En fin, por no hacer la lista interminable, no se ha organizado un plan sostenido de acciones y movilización, que mantuviera activa a la gente que se movilizó el 29-S y animara a quien no lo hizo a reactivarse.
Tareas como éstas, razonables y posibles, han sido sustituidas por una actitud pasiva, que cedió toda la alternativa al gobierno, y que convirtió en el gran acontecimiento “social” del último trimestre el nombramiento del nuevo ministro de Trabajo.
Desde entonces, ha ido creciendo una calculada ambigüedad en la posición de CC OO y UGT ante las “reformas” del Gobierno (no retirada la “reforma laboral” sino de sus “aspectos más negativos”; no rechazo global de la reforma de las pensiones sino de la “línea roja” de los 67 años…) y unas advertencias de “movilización si no hay acuerdo” dichas cada vez con la boca más chica, salvo las calenturas programadas de los discursos al final de las manifestaciones. Manifestaciones, por cierto, convocadas muy tardíamente, con bastante flojera, con un lema absurdo (“En defensa del Estado social”: ¿dónde está aquí y ahora ese “Estado social”? ¿No saben que éste es uno de los países de la Unión Europea con menor gasto social y con una fiscalidad más injusta? Se trata de cambiar radicalmente esta situación, no de defender entelequias). Así no es de extrañar que los resultados de las manifestaciones del 18 de diciembre fueran, en general, malos. Y da la impresión de que, en una espiral negativa, esos malos resultados se han convertido en argumento, no para corregir errores y buscar las condiciones para que las movilizaciones futuras sean fuertes, sino para abandonar la vía de la movilización.
A la vuelta de las fiestas navideñas hemos entrado en una pendiente de despropósitos que nos están aproximando a una derrota cuyas consecuencias son duras hasta de imaginar.
Veamos un ejemplo. El secretario de Comunicación de CC OO Fernando Lezcano declaraba el pasado 9 de agosto: "El movimiento sindical debe combatir la dictadura de los mercados y defender el valor de la democracia". Pero el 11 de enero se despachaba diciendo: “CC OO aboga por ensayar la posibilidad de un acuerdo global, mas allá de la reforma de las pensiones, que daría más tranquilidad a la sociedad para afrontar la crisis y enviaría un mensaje más nítido a los mercados". ¿Qué pasa? ¿Han cambiado los mercados entre agosto y enero? ¿Ha cambiado Lezcano? ¿Qué historia es ésta de que el portavoz del mayor sindicato del país hable como un consultor de inversiones en Bolsa? Eso es lo que ha cambiado: desde la apertura de la negociación con el gobierno, CC OO y UGT no se dirigen a la gente trabajadora: hablan para los que mandan, para los poderes políticos, económicos y mediáticos.
Veamos otro ejemplo: a la hora de definir los perfiles del “pacto global” algunos periodistas han recordado a Toxo los Pactos de la Moncloa y éste no parece sentirse incómodo con la analogía. ¿No recuerda Toxo las consecuencias sociales y políticas de los Pactos de la Moncloa, instrumento clave de la Transición? Seguro que hay gente en su equipo que puede recordárselas. Nadie puede albergar ahora la menor duda de que los perdedores de entonces fueron las clases trabajadoras. Los sindicatos que apoyaron los pactos sufrieron una auténtica sangría en su afiliación, a la vez que recibían elogios entusiastas de los poderes establecidos por su “sentido de la responsabilidad”. El “mensaje nítido” que envió el movimiento obrero a “los mercados” de entonces es que dejaba de luchar. Así nos fue.
¿Y ahora? Es muy improbable que llegue a existir algo parecido a los Pactos de la Moncloa, entre otras cosas, porque hoy no hacen falta instrumentos de ese calibre para desorganizar al movimiento obrero.
Los “mercados” pueden conseguir sus objetivos por procedimientos más simples, que además en este país les vienen funcionando muy bien desde hace años, tipo “diálogo social”. En eso parece que estamos.
Desde el comienzo de la negociación gobierno-sindicatos, ha caído sobre éstos una formidable presión política y mediática para empujarles a evitar, por encima de todo, la convocatoria de una nueva huelga general y a buscar unos cuantos retales de cambios menores en las “reformas”, para tapar las vergüenzas de un acuerdo que ratifique básicamente la política gubernamental.
Es verdad que no existe una presión social potente en sentido contrario, que esté exigiendo a los sindicatos una defensa con firmeza de los objetivos básicos del 29-S, al menos. Pero, aunque sólo fuera por sentido de la autodefensa, los sindicatos deberían estar contribuyendo a que esa presión se cree y, en primer lugar, manteniendo en pie la convocatoria de una nueva huelga general si esos objetivos no se obtienen lo cual es hoy una certeza.
Pero están actuando al revés: Méndez habla de “aparcar las movilizaciones”; Toxo envía la HG a improbables calendas griegas. Ambos ensalzan la “flexibilidad” que estaría mostrando el Gobierno. ¿Flexibilidad del gobierno? Lo que se conoce es un cambio irrisorio en la reglamentación de la reforma laboral (no se podrá recurrir al despido barato por pérdidas… si son “meramente coyunturales”) y un calendario de aplicación del retraso en la edad de jubilación a los 67 años que, al menos hasta ayer, Toxo consideraba “disparatado”.
Es tan obvio que no habría ni que escribirlo: el gobierno está comprometido hasta el tuétano en su programa de “reformas”, no hará el menor cambio sustancial en él en una mesa de negociaciones y sólo podrían obtenerse esos cambios mediante un cambio de relación de fuerzas resultado de una movilización social sostenida a medio plazo.
“Aparcar” la Huelga General porque ahora tocaría, como dice Toxo, “elevar la mirada y ampliar el perímetro de las materias a negociar” es, por decirlo de un modo suave, una insensatez. En una situación de debilidad como la que están exhibiendo los sindicatos en la mesa de negociaciones, cuanto más se amplíe “el perímetro”, mayor será el riesgo de recibir compensaciones minúsculas a cambio de cesiones sustanciales. Y cuanto más “eleven” la mirada, mayor será el riesgo de que se caigan de bruces. En realidad, ese es el problema: los sindicatos están “elevando la mirada” y sólo se dirigen a quienes están arriba, o sea, las elites políticas y económicas y, por supuesto, los “mercados”. Por el contrario, tendrían que “bajar la mirada” y dirigirla hacia las víctimas de la crisis, que serían también las víctimas del “pacto global”.
Hay quien piensa que estamos solamente ante “maniobras tácticas” y que CC OO y UGT estarían buscando “cargarse de razón” ante la sociedad para convocar una nueva huelga general. Si así fuera, están consiguiendo justamente el objetivo contrario: se están cargando de sinrazón, especialmente hacia la gente que se partió el alma por sacar adelante la huelga general, confiando en que se iniciaba por fin una etapa de reconstrucción de la moral y de la fuerza social de la izquierda.
¿Es posible aún una rectificación? Pudiera ser: si CC OO y UGT se tomaran en serio incluso su “programa mínimo” de cambios respecto a las reformas, no habría acuerdo. Aún en ese caso, costaría trabajo recuperar la confianza perdida en estos días de desatinos.
No hay razones para confiar en que mantengan los arrestos necesarios para levantarse de la mesa de negociaciones, pero quizás no consigan ni esos mínimos resquicios que están buscando desesperadamente para poder no ya aparcar, sino mandar al desguace a la huelga general. En cualquier caso, si se decidieran, aún de mala gana a convocarla, sería una buena noticia. En los días que quedan hasta el 25 de enero, habría que intentar que se expresara una oposición, y una indignación, social, que efectivamente existe, frente a todo lo que representa el “pacto global” y se reclamara desde la calle una rectificación urgente a CC OO y UGT.
Dice John Berger que “pensar estratégicamente implica que uno se imagine en los zapatos del enemigo”. Parece que el Gobierno, y los mercados, conocen muy bien los zapatos de CC OO y UGT. Pero lamentablemente CC OO y UGT no piensan estratégicamente, ni siquiera saben identificar al enemigo.
Miguel Romero es editor de VIENTO SUR y militante de Izquierda Anticapitalista