11 de marzo de 2016

A VUELTAS CON LA CUESTIÓN DE MUJER Y CLASE

Mariola García Pedrajas
Agenda Roja

Recientemente me encontré un programa de radio donde una feminista negra estadounidense intentaba explicar a las feministas blancas de clases más privilegiadas que había muchas realidades. Criticaba que las feministas blancas tienden a pensar que en la discriminación de la mujer no hay más realidad que la suya, y no tienen en cuenta esas diversas realidades a la hora de organizar la lucha. Las palabras de esta mujer a pesar del tono de crítica parecían resumirse en un llamamiento a romper lo que ella llamaba las barreras sicológicas que separan a las mujeres de distintas clases sociales y razas.

En su texto "Feminism and class power" (1) la también feminista estadounidense Bell Hooks hace la siguiente apreciación:

Aquellas mujeres que se unieron a grupos feministas compuestos de mujeres de diversas clases sociales fueron las primeras en darse cuenta que la visión de una hermandad donde todas las mujeres se unieran para luchar contra el patriarcado no podía materializarse hasta que no se tratara la cuestión de clase.

De nuevo nos encontramos ante la misma idea, que es posible un movimiento que una los intereses de las mujeres de todas las clases sociales, una hermandad de todas las mujeres (“sisterhood”), que se trata de discutir el tema e integrar esos diversos intereses en la lucha. Es interesante destacar que en el resto de este extenso texto Bell Hooks se dedica a mostrar como las mujeres de clase trabajadora se sintieron “traicionadas” por el movimiento feminista, que fue usado básicamente por mujeres que buscaban incrementar su estatus y poder dentro de su clase y aquellas que iban accediendo a privilegios de “clase media” dentro del orden social existente.

Yo por el contrario no hablaría en absoluto de “traición” sino de la evolución natural y absolutamente esperable de un movimiento que se articula de esta manera buscando la hermandad de todas las mujeres.

En la estructura de clases lo que separa a unas mujeres de otras no es una cuestión psicológica relacionada con el hecho de que las privilegiadas no aceptan que existe una realidad distinta a la suya y que hay que integrar también en la lucha. Lo que las separa es la realidad de las condiciones materiales de la existencia. Por mucho que las mujeres que disfrutan de privilegios de clase acepten la realidad de las explotadas, integrar la lucha contra la explotación de clase en el movimiento significaría aceptar ir contra sus privilegios de clase. Es pueril pensar que van a hacer eso. Casi diría que eso es pedirles demasiado, su lucha está dirigida de manera natural a poder disfrutar de sus privilegios de clase al mismo nivel que los hombres de su clase, no precisamente a renunciar a dichos privilegios.

Además, tenemos que tener en cuenta algo que parece que hemos olvidado, eso que se llama correlación de fuerzas. No sé cómo podemos pensar que antes de hacer ningún trabajo duro de fortalecernos como clase, podemos llegar a un movimiento conformado por mujeres de clases que disfrutan de bastante más poder que la nuestra dentro del sistema, e influenciarlo para que su lucha tenga un impacto determinante para los intereses de la mujer de clase trabajadora. Así que vuelvo a insistir, estos movimientos que se comportan básicamente como lobbies de defensa de los intereses de las mujeres de clases privilegiadas no son el resultado de ninguna “traición” a la mujer de clase trabajadora por parte de unas cuantas traidoras, sino el resultado más que esperable de la dirección que tomó el movimiento feminista.

Curiosamente, habrá que buscar sus causas, mientras más pruebas hay de que el feminismo que pretende integrar a todas las mujeres está al servicio primariamente de aquellas que disfrutan de privilegios de clase, más hegemónico se hace, penetrando con fuerza en lo poco que queda de los espacios con conciencia de clase. De hecho, el feminismo que se considera hoy en día a sí mismo más avanzado y radical, y que es por lo tanto el que tiene más posibilidades de penetrar en dichos espacios, es el que más pone el énfasis en organizar la lucha en torno al género, por encima de cualquier otra consideración

Un elemento clave para que penetre esta forma de articular la lucha feminista incluso en espacios que se declaran marxistas es la teoría del patriarcado. ¿Por qué en este aspecto concreto debemos olvidar la centralidad de la clase trabajadora y a pesar de ello seguir reclamándonos marxistas? Pues porque al parecer hay un sistema de opresión de la mujer, el patriarcado, que afecta a las mujeres de manera tan opresiva y determinante que como marxistas hemos de entender que todas las mujeres, independiente de su clase social, tienen el potencial de unirse para luchar contra ese statu quo existente y por una transformación tan profunda de la estructura social que minará también la estructura de clases.

Evidentemente no hay la más mínima prueba de que esto sea cierto, de que mujeres que disfrutan de privilegios de clase, ni siquiera las de “clase media”, en su interés por luchar contra el “patriarcado” dirijan la lucha, ni la hayan dirigido nunca, hacía un cambio social profundo que cuestione la estructura de clases. Mientras que hay pruebas abundantes de lo contrario, de que han convertido su lucha en algo perfectamente compatible con la estructura de clases sociales.

A pesar de esta realidad tan patente, la teoría del patriarcado intenta convencer a las mujeres que forman parte de los espacios de clase trabajadora de que sigan apoyando esta forma “interclasista” de organizar la lucha feminista. Para ello, la visión que se esfuerza en darnos de la realidad social hace absolutamente imposible ningún tipo de solidaridad de clase entre sexos, ni la posibilidad de trabajar por ella siquiera, mientras que presenta a todas la mujeres como hermanadas por idéntica opresión. La “sisterhood” de la que hablan las feministas anglosajonas que son las que han parido este feminismo.

En ese esfuerzo para que todas nos sintamos hermanadas, y convencernos pues de que la solidaridad primera, principal y permanente ha de ser de género, la teoría del patriarcado nos presenta una relación entre sexos básicamente inalterada desde el inicio de la humanidad, en la que apenas admite evolución alguna. Efecto colateral, la lucha por la construcción de sociedades igualitarias no es realmente posible bajo esta teoría. Me referiré a esto más adelante.

La influencia tan negativa, para la lucha por la igualdad y contra la explotación desde una perspectiva de mujer de clase trabajadora, que ha tomado el movimiento así dirigido se me hace evidente en el propio texto de Bell Hooks(1) al que hacía referencia y en otros de sus escritos. Siguiendo su exhaustivo análisis solo se puede concluir que las mujeres de las clases explotadoras no pueden ser nunca las aliadas de las mujeres de las clases explotadas, y que en el feminismo que así se articula no hay tal alianza sino que está al servicio de las mujeres privilegiadas. Sin embargo, la autora está tan imbuida de esta teoría del patriarcado que no tiene otro destino posible que el feminismo de la separación, que no parece estar dispuesta a explorar la búsqueda de alianzas que no sean las exclusivamente de género. Si seguimos esta línea de pensamiento, parece que las opciones de la lucha feminista de clase se restringen o bien a unirse a una lucha interclasista, de la que ella misma aporta pruebas aplastantes en contra, o al más absoluto de los aislamientos, siendo absolutamente imposible integrarla en el movimiento más amplio de clase trabajadora.

Lo cierto es que debemos ser cautas a la hora de adoptar y propagar términos que se ponen de moda, y preguntarnos si reflejan la realidad que queremos transformar mejor que aquellos que hemos venido utilizando como machismo o sexismo, generadores de discriminación, violencia y desigualdad. Básicamente lo que tenemos en la sociedad son sentimientos de supremacía masculina que en su forma más agresiva cuando se sienten cuestionados dan lugar a la violencia machista. Pero ya no hablamos mucho de eso, ahora la palabra clave que te hace estar en lo nuevo es “patriarcado”. ¿Estamos reflejando con ello mejor la realidad social? Yo diría que al contrario. Se trata de un término que al no reflejar ninguna realidad objetiva claramente evidente de la sociedad actual, se convierte en algo tan etéreo y vacío de contenido que cada una, y cada uno, lo mete literalmente donde bien le parece creando más confusión que otra cosa. Quienes lo usan no nos aclaran gran cosa de qué están hablando y a que realidad específica se refieren. Esa misma ambigüedad ya debería danos que pensar. Como bromea una amiga, meten lo del patriarcado en todos lados y con tan poca aclaración que no ha conseguido identificar lo que es, pero que por el tono general entiende que debe ser algo muy chungo.

Asisto a la popularización del término patriarcado de igual manera que asistí a la de términos como ciudadanía y ciudadano, y como entonces soy plenamente consciente de que el proceso se está dando. Hace unos días en una revista cultural me encontré no menos de tres artículos de “denuncia del patriarcado” anunciado el tema ya desde el propio título de los artículos. Se trata de una de esas revistas culturales que entiende muy bien cuáles son los límites seguros de la crítica, que adopta posturas que puedan considerarse más o menos novedosas pero sólo cuando ya están lo suficientemente aceptadas como para no resultar polémicas. Me quedé pensando que si por ahí anda ya la popularización del término patriarcado ya mismo se nos hace primo hermano de la ciudadanía y los ciudadanos.

Algunas de los argumentos que se esgrimen continuamente por parte de los adeptos a la teoría del patriarcado dentro del movimiento de clase para justificar que en la cuestión feminista incluso éste (el movimiento de clase) ponga todo el énfasis en la solidaridad de género y no en la centralidad de la clase trabajadora, en mi opinión no resisten el más mínimo análisis. Tomemos por ejemplo el argumento de que no podemos aplazar la lucha “contra el patriarcado” hasta que se produzca una supuesta futura revolución socialista.

En primer lugar, ¿quién está hablando de dejar ninguna lucha por la igualdad (esa es la lucha, ¿no?) hasta que llegue la revolución socialista? Por supuesto que no vamos a dejar de trabajar por la construcción de sociedades igualitarias hasta que se dé una futura revolución socialista. Esa es una parte muy importante de nuestra lucha revolucionaria en el aquí y el ahora. Y contribuiremos a ella en todo lo que podamos. Tanto luchando contra los sentimientos de supremacía masculina dentro del propio movimiento que se dice revolucionario, como en las propuestas de lucha social que éste haga. Lo que sí tenemos claro es que los problemas colectivos de la mujer de nuestra clase solo se podrán resolver de manera adecuada con las soluciones colectivas de una sociedad socialista. Pero eso es algo muy distinto a afirmar que pretendemos aplazar toda lucha por la igualdad hasta que llegue la revolución socialista.

Por ejemplo, ¿fue la lucha de los comunistas sudafricanos contra el racismo menos decidida que la de aquellos que pretendían que el problema del Apartheid era únicamente racial? Yo diría que al contrario, fueron un ejemplo de lucha contra las ideas de supremacía blanca dentro del propio movimiento, a la vez que de sacrificio en la lucha para acabar con el Apartheid. Nelson Mandela mostró su admiración por los comunistas sudafricanos y afirmaba que no se unió a ellos porque consideraba que en Sudáfrica el problema era básicamente racial y no de clase.

Sudáfrica, de hecho, ilustra perfectamente lo que ocurre cuando movimientos como estos acaban en manos de quienes niegan el componente de clase como Nelson Mandela. De quienes dejan completamente fuera del análisis el hecho de que el racismo tiene mucho que ver con la deshumanización de una raza por parte de colonos europeos blancos creando una estructura de pensamiento que allana el camino a la explotación brutal a la que es sometida. Tras la victoria contra el Apartheid, al negarse el componente de explotación de clase nada se hizo por cambiar las estructuras económicas, y hoy en día la inmensa mayoría de la población negra sigue siendo pobre. Este “olvido” de que estamos ante una lucha de clases nos lleva directamente a la matanza de Marikana, donde mineros negros en huelga fueron masacrados con impunidad por la policía(2), bajo el gobierno del Congreso Nacional Africano. Esas minas que al igual que ocurría bajo el gobierno racista blanco se siguen explotando para beneficio del capital transnacional y con la explotación de la mano de obra negra.

Pongo otro ejemplo para seguir ilustrando lo que quiero decir. Estos días veía una película china, Tierra amarilla, ambientada en 1939 en una provincia del centro del país en que la población sufría unas condiciones de vida muy duras. Dirán qué mujer más frívola esta que basa su argumentación política en una película. No es eso, lo que ocurre es que este película me sirve para explicar de manera muy sencilla lo que quiero decir. Y no se preocupen que en ningún momento voy a sacar un ejemplo de Juego de Tronos. Los ejes de lucha que muestra la película en el tema de mujer dentro del movimiento comunista incluían la abolición de los matrimonios concertados, en los que la mujer no tenía ni voz ni voto y que como refleja la película tanta violencia ejercían sobre ella, la lucha por la alfabetización de las mujeres, y la implicación de las mismas en todos los aspectos del movimiento.

Ahora bien, ¿cómo abordaríamos esa lucha bajo las premisas del feminismo de hoy? Es evidente que de esos elementos, los matrimonios concertados en China afectaban a las mujeres de cualquier estatus socioeconómico, aunque lo cierto es que de manera muy diferente. Este hecho hubiera servido de argumentación a favor de que en el tema de la mujer incluso dentro del movimiento comunista la centralidad no debía estar en la clase trabajadora sino en el género (femenino). Y que el papel de las mujeres comunista era unir fuerzas con las mujeres de cualquier clase social para luchar contra el matrimonio concertado, en vez de centrarse en una lucha dentro de la clase trabajadora que incluyera ese aspecto también. En mi opinión ese planteamiento no tiene mucho sentido, ¿verdad? Pues de esa forma que malgasta nuestras escasísimas fuerzas quieren que nos organicemos hoy en día.

No pretendo entrar en un debate sobre cuestiones históricas a través de una película, lo que quiero resaltar es que en un movimiento comunista consciente no es que no se den estas batallas, o que se aplacen, sino que se dan como parte integral de su lucha revolucionaria de clase.

Hay un feminismo actual que afirmaría que dentro del movimiento de clase no se podría dar esa batalla porque todos los hombres se benefician supuestamente del matrimonio concertado y no permitirían un cambio. Se trata de un feminismo que como dije nos muestra una sociedad inamovible ajena a la realidad. Ignora que batallas de este tipo se han dado dentro de movimientos “mixtos” no ya revolucionarios sino incluso simplemente reformistas.

Cuando dicha forma de pensar proviene de quienes se llaman marxistas mi problema es aún mayor. Quienes no creen en la centralidad de la clase trabajadora, en la lucha de clases como motor de la historia, y en que las estructuras sociales pueden ser objeto de una transformación profunda no son marxistas. Hasta la heterodoxia tiene sus límites y llega un momento en que deja de ser heterodoxia y se convierte en una ideología completamente diferente.

Otro feminismo que se considera de clase trabajadora no llega a tanto, pero cree que la unión con mujeres de cualquier clase social refuerza mucho la lucha y que es donde hay que poner el esfuerzo porque es la mejor manera de conseguir los objetivos de la mujer de clase trabajadora. Este planteamiento presenta bastantes problemas de los que podemos enumerar algunos.

En primer lugar, al dejar que el análisis se lo hagan desde perspectivas propias de la ideología dominante, no es consciente de que incluso los elementos que afectan a todas las mujeres, afectan a las de clase trabajadora de forma muy distinta a como afectan a las de otras clases sociales. Acabará pues adhiriéndose a la visión de cómo afectan estas cuestiones a quienes hacen el análisis, que con altísima frecuencia en lo que refiere a la clase andan más cerca del privilegio que de la explotación y/o forman parte de un entramado de producción de ideas financiado por el propio sistema.

En segundo lugar, esta unión centra necesariamente todos los esfuerzos en aquellos aspectos de la lucha por la igualdad de la mujer que sean totalmente compatibles con la estructura de clases. Es decir, lo que en teoría podríamos ganar en la lucha sobre un aspecto concreto, sería superado con creces por el efecto negativo que tendría en otras luchas que son decisivas específicamente para la mujer de clase trabajadora.

Analicemos otro aspecto de este argumento de que no vamos a aplazar la lucha contra el patriarcado hasta que se dé una supuesta revolución socialista. Si se analizan las propuestas de organización de quienes así argumentan se ve que lo que están diciendo es que su lucha la van a centrar en una alianza de género (hermandad de mujeres) contra el patriarcado. Veamos, ¿no podemos esperar a algo que nos fían a tan largo plazo como la revolución socialista y por lo tanto nos centramos en algo mucho más inmediato y sencillito como es unir fuerzas con las mujeres de todas las clases sociales para luchar contra el patriarcado? Ese patriarcado que según sostiene ese mismo feminismo es algo que ha perdurado de manera básicamente inalterada casi desde que existe la humanidad y que por lo tanto, ¿dónde hemos de buscar sus causas? ¿En algo tan poco transformable como la biología?

En resumen, nos dicen que lo mejor es que nos centremos todas en la lucha contra el patriarcado, pero para convencernos de que la conciencia y solidaridad de género es la verdaderamente crítica para toda mujer (algunas somos unas recalcitrantes con eso de la conciencia de clase), nos pintan el patriarcado como algo tan consustancial a las relaciones hombre-mujer que no puede ser cambiado. Nos llaman a la lucha pero lógicamente ante este panorama la única lucha posible es defender la existencia de espacios segregados. Exactamente qué tipo de transformación social o que sociedades igualitarias nos puede traer esto he de confesar que es algo que se me escapa totalmente. Porque ese es nuestro objetivo, ¿no?

Hace un tiempo una mujer que hoy en día medra como empleada a tiempo completo de la “nueva” política me dijo que ella no tenía que creer que los cambios sustanciales fueran realmente posibles para formar parte de los movimientos sociales, que lo hacía porque ella consideraba que era su obligación moral para mostrar su repulsa por una serie de políticas. Pues será eso, que nosotros también nos hemos vuelto posmodernos y si lo que nos mueve no es el deseo de luchar por sociedades más igualitarias sino mostrar nuestra repulsa contra el patriarcado, pues para eso sí sirve este tinglado, y mientras más monolítico e inalterable presentemos a ese patriarcado más valor tendrá ante nuestros ojos nuestra repulsa.

¿Cómo hemos llegado a esta situación? Muchos factores habrán influido, pero se me ocurre que el hecho de que hace ya mucho tiempo que la izquierda dejó de hacer ideología, abandonando la generación de ideas propias y adoptando como “progresistas” las creadas por los think tanks financiados por el propio sistema, ha podido influir algo. Hace ya mucho tiempo, unos 20 años, leí un análisis de una organización de mujeres estadounidense que argumentaba que los colegios solo de chicas eran mejores. Remitían a estudios en que según ellas se demostraba que las chicas rendían más académicamente en estos espacios en los que no estaban expuestas a la violencia masculina. Me pareció una posición de lo más reaccionaria, entendiendo que la lucha por la igualdad era precisamente la contraria, imponer nuestra presencia en todos los ámbitos y espacios.

Si analizamos la postura actual del feminismo de la separación es básicamente esa. Tanto hablar de patriarcado y en vez de reclamar que las mujeres seamos consideradas adultos de pleno derecho en la sociedad nos tratan como niñas con necesidad de protección permanente.

Cuando aplicamos esta mentalidad al movimiento de clase me encuentro pensando que si nosotras mismas nos consideramos demasiado débiles para argumentar nuestras posturas y someterlas a debate dentro del movimiento en su conjunto, de hacer la revolución contra el capital ya ni hablamos, ¿no?

Hace más de 80 años mi abuela materna anduvo toda la noche con una hija pequeña en brazos para poder votar por la mañana. Habían convencido a mi abuelo que la dejara en un pueblo vecino la noche anterior a las elecciones para que no pudiera votar. El argumento era que estaba feo que estando él de interventor en la mesa de las derechas, por tradición familiar no porque su propia situación económica justificara tal cosa, su mujer fuera vista por todo el mundo votando en la mesa de las izquierdas. Cuando mi abuela se dio cuenta que habían partido sin ella y comprendió el motivo cogió a su niña y, tras toda la noche andando, llegó la primera a votar por la mañana. Cuando a mi abuelo le dijeron que cómo era que había dicho que su mujer no podía venir a votar, que allí estaba la primera en la cola de la mesa de las izquierdas, al parecer simplemente se encogió de hombros y dijo que ya la conocían. He oído esta historia muchas veces no de labios de mi madre sino de los de mi padre.

La vida de mi abuela no se restringía al ámbito privado, trabajaba fuera del hogar haciendo los trabajos más duros. No creo que represente ningún caso especial sino de lo más común dentro de los estratos bajos de la clase trabajadora a los que pertenecía. Su lucha hace ya tanto tiempo fue como mujer y como clase trabajadora; fue la lucha de quienes creyeron que era posible un destino mejor para la clase trabajadora.

El caso de mi abuela paterna también merece mención, huérfana desde muy niña y viuda joven con dos niños pequeños. Para ella eso de que la pobreza tiene rostro de mujer fue una realidad muy palpable. También trabajaba fuera del hogar. Entre sus trabajos más comunes estaba el de lavar ropa ajena en el lavadero público del pueblo junto a muchas otras muchas mujeres. Sí, una realidad muy palpable y no pura retórica como en esas ONGs financiadas por el propio capital que nos mezclan esto, la pobreza con rostro de mujer, con la denuncia de que hay muy pocas mujeres entre las 500 mayores fortunas(3). Tan asumida parece estar ya esa supuesta “hermandad de mujeres”, la consideración de la mujer como una clase en sí misma, que ni se molestan en argumentarnos como la lucha por aumentar la presencia de mujeres entre las grandes fortunas y la de disminuir la presencia de mujeres entre los muy pobres pueden darse juntas. Simplemente presentan de forma natural a ambas como parte de la lucha general por la “igualdad de género”.

He pensado en mis dos abuelas estos días en los que desde el Espacio de Encuentro Comunista recordábamos las luchas de las mujeres obreras(4). También la siguiente generación, la de mi madre y mis tías ha conocido el trabajo duro fuera del hogar desde niñas. Como digo nada extraordinario, probablemente lo más normal dentro de ese segmento de la clase trabajadora.

La generación de mujeres de mi familia a la que pertenezco no está en la misma situación que las dos generaciones anteriores. Pero tengo meridianamente claro con quienes está mi lealtad y mi lucha. Si mi clase cuando accede a una formación es para olvidar quién es, más vale que los nuestros no hagan ningún sacrificio y nos dejen en la más absoluta de las ignorancias; haremos menos daño.

Las ideas que se presentan como nuevas, incluido lo último en pensamiento “radical”, tienen que ser sometidas a un análisis tan severo y riguroso como al que sometemos a cualquier otra. Porque adjetivos como nuevo o radical (no de que va a la raíz sino de extremo) no son necesariamente sinónimos de bueno o útil para nuestra lucha de clase trabajadora. Tengo familiaridad con el mundo anglosajón y reconozco su retórica desde lejos, y cuando escucho su blablablá por mucho disfraz radical y rompedor que le quieran poner, como tengo muy presente por qué sociedad lucho pienso, ¡vete a empoderar a tu abuela!

Referencias:

(1) Capítulo 9 de su libro Where we stand: class matters