SUMAR Y PODEMOS JUNTOS A LAS GENERALES ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?
PROPUESTA DE EXIGENCIAS AL POSIBLE PRÓXIMO GOBIERNO DE AMPLIAS ALIANZAS
HASTA LOS COJONES DEL ASUNTO LUIS RUBIALES Y DE TODO EL SHOW
TIEMPO DE PESIMISMO (NO EXAGERAR LOS ADJETIVOS), TIEMPO DE ESPERANZA
SUMAR Y PODEMOS JUNTOS A LAS GENERALES ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?
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6 de mayo de 2017
¿LEYES MORDAZA O ALGO MÁS? HABLEMOS DE REPRESIÓN POLÍTICA DE CLASE
Por
Marat
-¿Estamos
solo ante un recorte a la libertad de expresión o la represión
tiene un contenido más profundo? ¿Cabe hablar de una "represión
política de clase"? ¿Cómo definirla?
Es indudable que el PP es un
partido con vocación censora, de origen y pulsiones franquistas, que
a lo largo de su historia ha mostrado en sobradas ocasiones una
auténtica falta de voluntad para aceptar la crítica política, por
lo que su comportamiento de recortar la libertad de expresión, de
opinión y de manifestación forman parte de su concepto del orden
social y la de seguridad ciudadana.
Pero, si no contextualizamos el
momento histórico en el que vivimos y en el que se producen dichos
ataques, si no abrimos el foco para entender causas más profundas
que explican lo que sucede, estaremos hablando de represión en
genérico, sin comprender lo que realmente está ocurriendo.
Hay una tendencia
pequeñoburguesa, de apariencia pseudoradical que alude a la
represión sin más, tratando de articular todas las represiones bajo
un mismo concepto en una apelación a la libertad que recuerda
demasiado al liberalismo político. Por ese camino podríamos acabar
debatiendo solo de libertad de prensa y de información y de libertad
de expresión en redes sociales.
Lo cierto es que los ataques a
la libertad de expresión, de opinión, de manifestación, de
reunión, se vienen sucediendo de forma generalizada en la mayoría
de los países del mundo. Estas agresiones se han incrementado de
forma exponencial desde el inicio de la crisis capitalista que, en lo
social, se ha plasmado en un incremento del desempleo, en la
precarización de gran parte del existente, en recortes en derechos
sociales y prestaciones y en salarios, así como en el
empobrecimiento de amplias capas de la población trabajadora.
Frente a ello, la clase
trabajadora reaccionó con manifestaciones populares, protestas,
huelgas, etc. para impedir lo que David Harvey denominó como
acumulación por desposesión que ha producido una brutal
transferencia de las rentas del trabajo a las del capital.
Para lograr la recuperación de
su tasa de ganancia, que ya se está produciendo, en gran parte del
mundo capitalista y en España en concreto, el capital necesitaba
quebrar las resistencias de los asalariados y el medio más útil que
ha encontrado es la criminalización de la protesta social, a través
de una represión política de clase, de una clase, la capitalista
sobre otra, la trabajadora.
Cabe hablar de represión
política porque, para cumplir los objetivos de incremento de la tasa
de beneficio del capital existe por parte de éste, de su Estado, y
de determinados instrumentos de poder social de la burguesía, existe
una estrategia punitiva, coactiva y disuasoria que responde a un
planteamiento político. Y, sin lugar a dudas, es de clase porque se
ejerce por parte de la clase dominante sobre las subalternas,
principalmente la trabajadora.
Creo que éste sería el punto
de arranque desde el que situar lo que es represión política de
clase, antes de expresar en qué dimensiones se manifiesta y de qué
modo se despliega.
-¿En
qué aspectos concretos se plasma la represión política de clase?
¿Solo en cuestiones de legislación como el nuevo Código Penal y la
Ley de Seguridad Ciudadana o va mucho más allá de lo jurídico?
En primer lugar quisiera hacer
una observación en relación a la Ley Orgánica de Protección de la
Seguridad Ciudadana, la llamada Ley Mordaza, aprobada en 2015 y ahora
en debate parlamentario, para su supuesta derogación por parte de
algunos grupos parlamentarios.
Me resulta cuando menos
sospechoso que progres y progreliberales hayan insistido tanto en
hablar solo de esta ley y callar respecto al nuevo Código Penal, en
primer lugar porque aunque la Ley Mordaza se haya concentrado mucho
en castigar con multas, algunas de ellas brutales (hasta 600.000 €),
las libertades de expresión, manifestación, reunión y opinión, lo
cierto es que el Código Penal reprime también dichos derechos en un
número importante de sus artículos y lo hace con penas de prisión.
Sospecho que, en la medida en
que el mundo de los juristas progres, los ciudadanistas y los
universitarios pequeñoburgueses concentraron sus críticas sobre la
Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana y que el
movimiento sindical y eso que algunos se empeñan en llamar aún la
“izquierda”, y que no deja de ser colaboracionismo de clase con
mentalidad de monja oenegera, asumieron ese discurso, todas las leyes
desde las dos citadas a las reformadas de Enjuiciamiento Criminal y
la de Seguridad Privada, todo de se ha teñido de ley mordaza, como
si en el fondo la represión política de clase no existiera y el
problema se limitase a un recorte de libertades que más bien, por el
sobrenombre de Mordaza, fueran ante todo de expresión. Puro
liberalismo político que podría suscribir perfectamente un partido
como Ciudadanos.
Pero lo cierto es que a la
tuitera Casandra le han aplicado el artículo 578 del Código Penal,
que condena con penas de prisión de 1 a 3 años por enaltecimiento
del terrorismo.
Continúo. El artículo 315.3
del Código Penal está pensado directamente para criminalizar a los
piquetes en una huelga. Dice así:
“315.3 Quienes actuando en
grupo o individualmente, pero de acuerdo con otros, coaccionen a
otras personas a iniciar o continuar una huelga, serán castigados
con la pena de prisión de un año y nueve meses hasta tres años o
con la pena de multa de dieciocho meses a veinticuatro meses”.
Este es el artículo por el que
se juzgo a los 8 sindicalistas de Airbus por su participación en
piquetes informativos durante la Huelga General de 2010. Hay que
decir que no fueron declarados inocentes sino absueltos por falta de
pruebas, lo que no es sino un modo indirecto de mantener la
criminalización de la acción de los piquetes.
Ni que decir tiene que los
piquetes empresariales que amenazan con despidos ante una huelga de
sus empleados jamás han sido condenados. Es su Estado, sus leyes y
su justicia porque el Estado y el conjunto de sus aparatos tienen un
carácter de clase en cuanto a los intereses de la burguesía a la
que defienden
A Alfon se le condenó a 4 años
de cárcel, en régimen FIES. con el artículo 568 del antiguo Código
Penal, ratificado en el reformado del 2015, por tenencia de
explosivos, cuando su abogado dio datos más que suficientes de que
aquellas pruebas habían sido fabricadas por los policías que le
detuvieron. Razón real de su condena: ejemplarizar en carne joven e
inocente el compromiso de un joven comunista con la lucha de la clase
trabajadora en la Huelga General del 14N de 2012 cuando se dirigía a
un piquete.
Andrés Bódalo fue condenado a
penas de prisión en base a los artículos 550 y 551.2 del nuevo
Código Penal
Art. 550.1: “Son reos de
atentado los que agredieren o, con intimidación grave o violencia,
opusieren resistencia grave a la autoridad, a sus agentes o
funcionarios públicos, o los acometieren, cuando se hallen en el
ejercicio de las funciones de sus cargos o con ocasión de ellas.”
Art. 551.2: “Cuando el
acto de violencia ejecutado resulte potencialmente peligroso para la
vida de las personas o pueda causar lesiones graves. En particular,
están incluidos los supuestos de lanzamiento de objetos contundentes
o líquidos inflamables, el incendio y la utilización de
explosivos.”
En el caso, de la supuesta
agresión de Bódalo al teniente de alcalde de Jodar, del PSOE, no
pasó nada de esto y además no hubo agresión, tal y como señalan
vídeos en los que se puede ver la protesta a las puertas del
Ayuntamiento.
Podríamos continuar hablando
de artículos del nuevo Código Penal que reprimen y criminalizan la
lucha social, tales como el 553, el 554, el 556, el 557, el 557, el
557 tercero, el 558, el 559 y el 560, pero creo que sería bueno que
ustedes mismos se tomen el esfuerzo de buscarlos y saquen
conclusiones por sí mismos
En estos días se han producido
ya las peticiones fiscales contra varios sindicalistas de la CNT en
Cataluña. Uno es el caso de una protesta a las puertas del Casino de
Poble Nou, en una debate electoral durante la campaña de las
elecciones municipales del 2015. El piquete que participaba en la
protesta fue atacado por agentes provocadores, que eran Guardias
Urbanos vestidos de paisano. Por el corte del suministro eléctrico
de la televisión catalana durante ese debate se pide a un
sindicalista penas de 2 y 4 meses de cárcel y al otro 6 meses de
prisión. La Guardia Urbana, junto con el Ayuntamiento de los progres
de Ada Colau se presentarán como acusación particular. A la hora de
reprimir, reaccionarios, liberales y progres sirven a los intereses
de clase de su Estado capitalista.
Otro de los casos es el del
Corte Inglés, en el que varios sindicalistas de CNT serán juzgados
por una campaña de boicot contra esta cadena de establecimientos por
su participación en procesos penales contra sindicalistas en el
contexto de la huelga general del 29M del 2012 y por su represión
antisindical contra sus empleados, En esa campaña fueron detenidos 3
sindicalistas a los que se pide penas de 5 años de cárcel.
A partir de las huelgas
generales, que arrancan del 2011, cerca de 600 sindicalistas de las
más diversas organizaciones pueden ser encausados y se les pide
penas de prisión y multas elevadas. Desde los nombrados, hasta
sindicatos de la minería, pasando por trabajadores de Coca-Cola, de
la Universidad Autónoma de Barcelona, de Arcelor, jornaleros
andaluces, etc. etc. están conociendo una persecución brutal, de la
que no se habla desde los medios de comunicación del capital y muy
poco desde los alternativos porque, la gran mayoría de estos, o se
han apuntado al ciudadanismo o al identitarismo posmoderno.
La represión política de la
clase burguesa contra los trabajadores se lleva a cabo mediante una
legislación absolutamente restrictiva que impida y recorte al máximo
su derecho a la protesta, pero también la ejercen esos fiscales y jueces a los que no les tiembla la mano pidiendo penas de cárcel o
condenando a ellas. Del mismo modo que se ejerce desde unos cuerpos
y fuerzas de seguridad del Estado que actúan con completa impunidad
al golpear, detener y cumplir con fiero celo con la legislación del
Estado capitalista y algo más que celo. Para ser antidisturbios hay
que estar hecho de una pasta especial.
Pero cuando hablamos de
represión política de clase, no debemos detenernos en los aparatos
del Estado, sea éste central, autonómico o local, ni en sus leyes.
Hay más.
La prensa del sistema
criminaliza a los trabajadores que luchan en defensa de sus derechos,
llama privilegiados a mineros, conductores del metro o del AVE, o a
los estibadores, como si sus salarios no los ganasen por la
peligrosidad o responsabilidad de sus empleos o porque resultan
enormemente rentables para sus empresas. Los hace parecer
insolidarios frente a otros trabajadores, callando la auténtica
insolidaridad de los empresarios que están volviendo a elevar sus
tasas de ganancia a costa de salarios de miseria (el 47% gana menos
de 1.000 euros al mes, casi 6 millones de ellos, el 32% se encuentra
en riesgo de pobreza), con empleos precarios y despidos casi
gratuitos.
No solo la prensa del capital
reprime a los trabajadores. Los propios empresarios lo hacen también
ante cualquier atisbo de descontento o de querer cambiar las
situaciones injustas dentro de la empresa. Es frecuente en muchas
empresas que Recursos Humanos se encargue de aclarar al nuevo
empleado qué sindicatos cuentan con la aceptación de la empresa y
cuáles no, que se ejerzan represalias, mobbing e incluso despidos
contra trabajadores que quieren presentarse en candidaturas a las
elecciones sindicales, o que defienden la estrategia de la acción
directa a partir de la base organizada de sus secciones sindicales y
sus afiliados, por sindicatos de clase auténticamente combativos, en
lugar de hacerlo en las listas de los burócratas y pactistas.
Obligar a realizar horas extraordinarias no pagadas por parte de los
pequeños y medianos empresarios, esos patrióticos que tanto le
gustan a Podemos, es también una forma de represión política de
clase. En los últimos días hemos tenido el ejemplo del
telecocinero Jordi Cruz sobreexplotando a sus trabajadores casi por
la cara o del canalla del Presidente de la CEOE que afirma que se
aprende más trabajando gratis que en la Universidad. A ellos se ha
unido una caterva de malnacidos darwinistas sociales que han llegado
a sugerir que habría que pagar por aprender trabajando para un
empresario. A estos sí que habría que aplicarles la ley
antiterrorista.
Pero la mayor represión
política de clase que existe es no tener trabajo porque te obliga a
aceptar las condiciones que puedan ofrecerte, por miserables que
éstas sean, porque te obliga a venderte como un trabajador sumiso y
obediente, a callar ante los atropellos de tus derechos laborales. El
trabajador en paro es jurídicamente libre de vender su fuerza de
trabajo pero, una vez que lo ha hecho, ya no es dueño ni de las
condiciones en las que desempeña éste ni de su propio trabajo. Las
reglas le vienen impuestas porque la empresa no es un órgano
democrático sino un lugar en el que se ejerce la dictadura de una
clase sobre otra.
Y es que no es cierto esa
tontería que dice la Constitución de que tenemos derecho al
trabajo. Es un derecho meramente enunciativo y potestativo. A lo que
tenemos derechos, según indica el artículo 5 del Estatuto de los
Trabajadores, auténtica ley de relaciones laborales, o de
explotación del capital al trabajo, es a la ocupación efectiva del
puesto de trabajo, una vez, que existe un contrato; es decir, el
trabajador contratado tiene derecho al desempeño de unas funciones
acordes a su puesto de trabajo y a la categoría laboral contratada,
siempre dentro de la máxima de resultar rentable al empresario. Si
no hay contrato de trabajo, no hay derecho a ocupación efectiva
alguna.
La represión política de
clase es el modo intenso y violento, porque la violencia no es solo
física, de ejercer la lucha de clases desde el capital y sus
instrumentos políticos, policiales, mediáticos, empresariales,
jurídicos, legales e ideológicos -un aspecto sobre el que algún
día deberé concentrarme- contra la clase trabajadora.
Y, por supuesto, es represión
política de clase impedir al trabajador dar la respuesta
contundente, merecida y acorde con el ejercicio de la violencia que
supone por parte del capital, sus partidos, todos los que aceptan el
juego democrático-burgués, su legalidad y su Estado, ante su acción
de arrebatar conquistas sociales, derechos por los que se ha peleado
durante generaciones y formas de salario indirecto como la sanidad
pública, los subsidios de desempleo o las pensiones, hoy amenazadas.
-¿A
qué se debe la persecución, encarcelamiento, represión de un
creciente número de personas? ¿Es sólo cuestión de la que la
derecha del PP es muy franquista o hay motivos más profundos? ¿Cuál
es el contexto?
Como señalaba al principio,
la persecución, la represión, el encarcelamiento de un creciente
número de personas en España, que son presos políticos, por mucho
que se pretenda negar, no se debe solo a que el PP sea un partido
reaccionario y temeroso de la libertad. Como decía Marx "Nadie
combate la libertad; a lo sumo combate la libertad de los demás. La
libertad ha existido siempre, pero unas veces como privilegio de
algunos, otras veces como derecho de todos". Y
éste es el privilegio que hoy defiende el capital, su libertad de
empresa, su libertad para sobreexplotar al trabajador. Persigue y
reprime al trabajador que se moviliza para dar escarmiento a toda la
clase en carne ajena, vaciar las calles, lograr el
acatamiento,imponer su ley. Solo de ese modo puede reproducirse
económicamente porque es
un mito indemostrable que la
tarta tenga un reparto equitativo y
que crezca para todos. Crece
para quienes pueden imponer su
poder organizado de oprimir a los demás.
Y esa es una posición de clase
contra clase. Lo contrario es caer en un democratismo pequeñoburgués
que defiende las libertades en genérico, sin concretar para qué han
de servir y quienes necesitan de ellas por encima de todos los demás
grupos sociales.
-¿Cómo
enfrentarse a estas políticas represivas?
-Si la clase dominante se
organiza para defender con leyes, policías, miedo y represión, sus
privilegios, es obvio que la dominada necesita hacerlo también
articularse para contraatacar y defender sus derechos, las conquistas
que le han sido arrebatadas y pasar a la ofensiva. Porque las ideas
no viven sin organización. Y necesita hacerlo al margen y de modo
independiente de todas las demás clases, sobre todo de las
intermedias, o autopercibidas como tales, que solo buscan salvarse de
la quema y reacomodarse para mantener el máximo de sus intereses,
siempre ligados a la pervivencia del capitalismo, aunque éste, por
la dinámica de su desarrollo y de la concentración del capital
tienda, finalmente, a hacerla desaparecer y proletarizarla.
Y necesita hacerlo de modo
combativo, sin ilusiones democráticas de cambios mediante los
instrumentos del parlamentarismo burgués. Quizá deba hacerlo, eso
está por ver -y ésta es una idea que lanzo como reflexión
particular que desarrollaré en un futuro- rearticulando nuevas
formas de organización que ya no sean ni las puramente partidarias
ni las puramente sindicales, sino un híbrido superador de ambas. Las
transformaciones sociales que están trayendo la descomposición de
las tradicionales formas organizativas y las que se están
produciendo en el mundo de la producción requieren de respuestas
adecuadas a los tiempos que nos está tocando vivir. Pero, mientras
esas formas organizativas no cambien, necesitamos sindicatos
auténticamente combativos y fuertes, que sean lo opuesto a esos
burócratas del pacto y la concertación sociales. Lo mismo cabe
pedir las organizaciones políticas de nuestra clase, las cuáles es
más que obvio que no están en absoluto a la altura de las
circunstancias sino envueltas en una caquexia terminal, casi siempre
investida de una arrogancia falsamente vanguardista que solo se
corresponde con su indigencia teórica y su alejamiento absoluto de
las necesidades y la realidad de los trabajadores.
Y, desde luego, es necesario
hacerlo de un modo unitario desde dentro de la clase, superando la
atomización en múltiples plataformas de solidaridad, una por preso,
y haciendo converger las luchas antirrepresivas de manera conjunta y
desde una perspectiva de clase, justo la que tienen nuestros
enemigos.
Y para acabar, algo que sé que
va a ser polémico porque tiene esa intención. Es hora de superar
cierto estilo sindical de un cristianismo cuasi gandhiano que permite
que a sus afiliados se les abrase a multas y a peticiones de cárcel,
llevándoles por unas vías que constituyen la estrategia de ponerles
a los píes de los caballos, cuando algunos de sus dirigentes se
protegen como aforados parlamentarios y limitándose a ponerse la
camiseta con el rostro de alguno de sus presos. A los militantes se
les cuida y protege. Pero si eliges el camino del sacrificio ponte a
la cabeza de él, asegurándote de que tú serás el primer
represaliado. Lo contrario es suicida y golfo.
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3 de mayo de 2016
SÓLO LA UNIDAD DE CLASE DERROTARÁ A LA REPRESIÓN
Por
Marat
En
los últimos dos años posiblemente se esté hablando en España de
la represión y del recorte de libertades de expresión, opinión y
manifestación tanto o más que en el conjunto de los últimos 40
años desde el inicio de la transición política.
Y
hay razones sobradas para ello. El encarcelamiento de personas por
expresar por escrito, en protestas en la calle o mediante
manifestaciones artísticas sus puntos de vista sobre la realidad en
la que viven o su disidencia frente a lo que consideran injusto, ha
hecho de España un país desmovilizado, acobardado y amenazado con
cárcel y multas que sus receptores no puedan pagar.
Una
combinación de violencia policial, judicial y legislativa (nuevo
Código Penal y Ley de Protección de la Seguridad Ciudadana)
amedrenta la voluntad de resistir ante el atropello al que
cotidianamente se ven sometidos los más débiles.
Y
sin embargo, y ante esta evidencia, nunca se ha mentido, manipulado,
ni ocultado tanto las razones de las que nace ese diluvio represivo.
Para
los vendedores de “ilusión democrática”, según la cuál el
Estado es un aparato neutro al que manejar a voluntad y en sentidos
muy diferentes según el partido que haya ganado unas elecciones, el
vendaval antidemocrático proviene de que el Partido Popular es muy
autoritario y de que pretende imponer una política de recortes
sociales que, en opinión de los sostenedores de tal teoría, la
sufren unas víctimas muy genérica: “la gente”, “las clases
medias”, “los ciudadanos”, su expresión favorita. Lo cierto es
que gobierne quien gobierne, mientras lo haga sin romper la legalidad
del sistema político vigente, la clase trabajadora ha de mantener la
lucha por sus derechos.
Vivimos
inmersos en una crisis capitalista de la que las grandes
corporaciones que dominan la economía, el mundo del trabajo y
nuestras vidas son incapaces de salir, si no es mediante la
transferencia de ingentes cantidades de rentas del trabajo al
capital, a través de la privatización de lo público, de la brutal
reducción de los salarios y costes laborales en general.
Desde
la crisis del 29 del pasado siglo jamás se había efectuado una
agresión tan salvaje contra las conquistas históricas de la clase
trabajadora y en esa agresión el Estado capitalista no es neutral,
como pretenden hacernos creer los minirreformistas vendedores de
crecepelo para calvos.
El
Estado jamas fue un órgano neutral por encima de las clases sociales
ni conciliador de los intereses antagónicos entre unos y otros
estratos sociales. Representa de un modo férreo a la clase
constituida en dominante mediante su poder económico. Quienes lo
gobiernan en representación de dicha clase y el reformismo que
aspira a sustituir a los habituales gobernantes de dicho aparato, sin
cuestionar y ni siquiera intentar confrontar dicha naturaleza de
clase capitalista, admiten que éste sea el brazo necesario para la
represión de cualquier intento de la clase trabajadora de ejercer
resistencias a su sacrificio en esta crisis.
La
combinación de policía (reprimiendo), jueces (condenando),
legislativo (nuevo Código Penal, Ley Orgánica de Protección del
Derecho a la Seguridad Ciudadana), medios de comunicación (creando
estados de opinión criminalizadores de las luchas de la clase
trabajadora) y una ideología de superioridad de la idea de segurdad
(versión moderna del “orden público” franquista) que se asienta
en una “doctrina del derecho penal del enemigo”, pretenden instaurar un cordón sanitario frente a la lucha obrera. El objetivo
no es otro que el de disuadir en primer término, mediante una
combinación de mecanismos coactivos y coercitivos, y reprimir,
cuando es necesario (y lo es de forma habitual para los gobiernos del
capital) cualquier disidencia de clase.
Se
entiende así que el Estado capitalista haga cierta la expresión del
pensador liberal Max Weber que afirmaba que “Estado
es aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio
(el “territorio” es elemento distintivo), reclama
(con éxito) para sí el monopolio de la violencia física
legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas
las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho
a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El
Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia.” (“La
política como vocación”)
Sin
salirnos del pensamiento jurídico-político liberal podríamos
reprochar a Max Weber y a tantos liberales de su especie
su “confusión” intencionada entre “legalidad”
y “legitimidad”, ya que la “fuente del derecho” a
la que alude es la del derecho positivo (de normas jurídicas
escritas por el órgano del Estado que ejerza la función
legislativa) y no la del “derecho natural” (Rousseau),
que sería fuente de “legimidad”,
en tanto que se asienta en un derecho de tipo moral. Ello hasta el
punto de que un acto puede ser legal pero no legítimo y viceversa.
En la dualidad
legitimidad/ilegitimidad se fundamenta tanto la razón
como la sinrazón ontológicas del ejercicio del gobierno.
En
cualquier caso, la clave del pensamiento y la acción principal del
Estado capitalista es la conservación de la llamada “paz social”
en base a la previsión (ideología dominante, coacción, legislación
disuasoria,…) y a la reacción cuando siente
que los privilegios de la clase a la que representa son amenazados o
siquiera contestados más allá de la vacuidad de las palabras.
Si
el Estado capitalista se arroga, por un lado, la voluntad y la
legalidad, que no la legitimidad del monopolio de la violencia,
necesita, por otro, negar que ejerza otras formas de violencia como
la explotación laboral, la pobreza a la que condena a amplias capas
de la población, el terrorismo empresarial que legaliza o el imperio
del “derecho” al pago de la deuda bancaria por encima del que
corresponde a una vivienda digna, por citar sólo algunos ejemplos.
En
paralelo, la oposición a su dominación de clase, el Estado la
considera violencia casi equiparable a la terrorista. Así un corte
de vías férreas o de carreteras en una protesta sindical, la
ocupación de locales de la patronal por trabajadores, un piquete
informativo que, si no es en parte coactivo, no es piquete sino grupo
informe de pusilánimes, la cobertura fotográfica de la violencia
policial en una manifestación o una frase un poco más subida de
tono de lo normal en redes sociales es violencia “ilegal” para
quien detenta más que ostenta el pretendido Estado de derecho de una
dictadura de clase.
Desde
Alfon, encarcelado en régimen FIES, con periódicos castigos, hasta Andrés Bódalo, dirigente del SAT también
encarcelado, pasando por Raúl Capín al que le ha caído una multa
absolutamente brutal en su condición de persona con limitados
recursos o Esther Quintana, que perdió un ojo por una pelota de goma
de los mossos d´esquadra en la huelga general del 14 de noviembre
2012, toda la artillería legal, legislativa y policial del Estado,
además de la de su Brunete mediática va destinada a destruir la
capacidad y voluntad de rebeldía de la clase trabajadora.
Los
sindicatos del régimen, CCOO y UGT, dan la cifra de 300
sindicalistas encausados para los que se llega a pedir hasta 125 años
de cárcel. Previsiblemente son muchos más, dado que estos
sindicatos no destacan por su solidaridad con el sindicalismo
alternativo ni con los militantes comunistas, anarquistas y
revolucionarios condenados o amenazados por peticiones de cárcel y
otras sanciones por luchar en defensa de la clase trabajadora.
La
situación del SAT refleja unos 700.000 euros en multas, unas 637
personas imputadas y unas peticiones de condenas de prisión que
suman 437 años de cárcel.
Sobre
los 8 de Airbús, finalmente no condenados por su participación en
la huelga general de 2010, pendían penas de cárcel por alrededor de
70 años, penas que CCOO y UGT, sindicatos a los que estaban
afiliados los encausados, pretendían negociar con el gobierno del PP
bajo la mesa, llegando a acariciar incluso la idea de un indulto, lo
que hubiera significado un reconocimiento de culpa por parte de los
afectados, cosa que estos tuvieron la dignidad de no admitir.
Por
fortuna, la presión desde las bases de estos sindicatos sobre sus
cúpulas y la solidaridad internacional impidieron tal ignominia y
lograron su sobreseimiento.
En
este contexto de represión, no selectiva sino masiva que amenaza al
movimiento obrero, sus organizaciones sindicales, políticas y
sociales, se hace cada día más evidente la desproporción de
fuerzas entre el Estado capitalista y la clase trabajadora. Los dos
años largos de desmovilización social y el escuálido 1º de Mayo
último dan prueba de ello.
En
el aspecto concreto que nos ocupa en este texto, es llamativa también
la diferencia entre los encausados por ejercer una faceta explícita
de la lucha de clases y los finalmente absueltos de las acusaciones
de delito que recaían/recaen sobre ellos
Más
allá de la capacidad de presión resultante de las distintas
solidaridades que afectan a cada uno de los amenazados con multas,
prisión o denuncia por los daños físicos y morales ejercidos por
los aparatos represores del Estado capitalista, lo cierto es que al
producirse el apoyo a las víctimas de los atropellos del poder de
clase de forma fragmentada, dividida en ocasiones en plataformas
ajenas unas a otras y en campañas muy individualizadas, la
posibilidad de derrota en la defensa de las libertades colectivas e
individuales de quienes se rebelan contra el atropello del capital y
sus instituciones está garantizada. Sólo la unidad de nuestra
clase, la trabajadora, puede nivelar, la fuerza que se ejerce desde
el otro lado y posibilitar el éxito.
Es
cierto que cada procesado, cada represaliado, cada violentado
policialmente en una manifestación, cada trabajador@ pres@ por
luchar en defensa de sus derechos necesita el calor solidario, que su
caso no sea olvidado dentro de una causa más general. Pero la
respuesta a esa cuestión debiera ser una dinámica de defensa de
toda la clase castigada, porque nos someten a todos en cada uno de
los que son sancionados, golpeados, enmudecidos y penados y que, a su
vez, haga de cada caso una denuncia, un ejemplo de dignidad, un
abrazo de todos los que luchan junto a él.
Por
otro lado, el sectarismo de quienes menosprecian o ignoran a otros
combatientes de nuestra clase porque considerar que sus posiciones
son “demasiado radicales”, la parcialidad de quienes se ocupan
sólo de sus militantes obreros, ha producido un daño enorme en esa
necesidad de unidad y coincidencia de objetivos en lo que se refiere
al derecho a la disidencia de clase. Es un enorme error que están
pagando no sólo cada uno de los represaliados sino l@s
trabajador@s en su conjunto, que
ven en cada reprimido un motivo disuasorio para su protesta. Sobre
nuestra división en la defensa de nuestros derechos a la palabra y
la batalla cabalgan las leyes represoras, los policías excitados en
su violencia, los jueces y fiscales feroces en sus condenas, los
medios de desinformación del capital, la indiferencia de much@s
trabajador@s ante el dolor que
experimentan los de su mismo estado de explotación y de opresión,
aún cuando no sean conscientes de sus cadenas.
Por
otro lado, habrá quienes quieran difuminar el carácter de clase del
Estado burgués y su vejación contra la clase que le es antagónica
bajo la idea genérica de una denuncia del recorte de las libertades
y de opresión, como si en los últimos años de la crisis
capitalista la represión no hubiera aumentado exponencialmente y
como si el carácter del Estado policía se debiera sólo o
principalmente a su condición de moderno “Leviatán”
burocrático.
Esta
tesis, que hunde sus raíces en la vieja desconfianza liberal hacia
el Estado (teoría del Estado mínimo), y que hoy ha sido recogida
por el minarquismo (libertarianos), precisamente porque comprende muy bien la
naturaleza de clase del Estado y prefiere que no interfiera en sus
negocios (sociedad civil), ha mutado en ambientes libertarios no
sindicalistas, en sectores del nuevo reformismo indignado y, por
supuesto, desde hace muchos años en el viejo reformismo de matriz
socialdemócrata, hoy social-liberal.
Al
desconectar estos enfoques políticos de la naturaleza de clase del
Estado se cae en un concepto meramente ciudadanista de defensa de las
libertades, lo que no es otra cosa que una visión “idealista” de
las mismas, olvidando su carácter instrumental (para difundir ideas,
expresar la disidencia, luchar por derechos concretos, defenderse de
la explotación y la opresión,...).
La
realidad es que en las etapas de crisis capitalista es cuando su
Estado refuerza especialmente cárceles, leyes represoras, aparatos
policiales,...independientemente de que pueda mantenerlos activos en
etapas de expansión económica. Pero lo decisivo en estas últimas
no es tanto lo opresivo como el fomento del consentimiento y del
consenso (a través de los aparatos ideológicos) y el contrato
social (mediante políticas, en el pasado, de cierta redistribución
social que impulsaban al mercado).
Por
tanto, sea de modo intencionado (casi siempre, y desde un discurso de
clase media, negador de los antagonismos de clase, que no
necesariamente ha producido dicha clase pero que sí ha comprado a
los think-tanks de la oligarquía mundial), sea de un modo
irreflexivo, mantener la tesis de una defensa de las libertades ajena
a la cuestión de clase y a las prácticas de las políticas
antiobreras es lisa y llanamente complicidad con él capital.
No
se trata de negar que los recortes a las libertades y la represión
se estén expandiendo a ámbitos no directamente ligados a la lucha
de clases pero escamotear que la clave se encuentra aquí y en la
naturaleza clasista del Estado es sencillamente mentir. Las reivindicaciones puramente democráticas tienen su razón de ser pero
si se emplean como arma luz de gas pequeñoburguesa para tapar
la cualidad clasista de la violencia del Estado estamos ante
realidades que no deben solaparse.
De
ahí que, centrada la cuestión, en la condición de clase del
Estado, en su papel de policía, juez, consejo de administración de
la burguesía y propagandista de sus valores, sea necesario vincular
el incremento brutal de la represión con la agudización de la lucha
de clases y con las políticas contra la clase trabajadora de aquél.
Diluir
estas cuestiones en plataformas contra la Ley Mordaza en genérico,
es sencillamente claudicar desde un oportunismo zafio, echarse en
brazos del reformismo procapitalista más abyecto, derrotarse el
movimiento obrero y sus organizaciones sindicales, políticas y de
todo tipo a sí mismos y caer en una especie de pseudoradicalismo
estéril de origen burgués de corto éxito y recorrido. Su fracaso
se deberá no sólo a la menor capacidad organizativa de este tipo de
entes sino sobre todo a que, al ocultar las razones reales -la
desigualdad que genera el capitalismo y sus leyes- de la protesta que
es aherrojada, se autoexcluye de la solidaridad y compromiso
necesarios a todos los que sufren en sus propias carnes dicha
desigualdad y que no se sentirían representados por proclamas
“prodemocráticas” más o menos justas pero que no conectan con
las necesidades más tangibles que afectan a sus vidas.
En
resumen, es necesario reorientar la lucha antirrepresiva en varios
sentidos:
-
Hacia una posición de clase, que proclame que la represión expresa un nivel concreto de la lucha de clases y que el Estado en sus dimensiones policial, legislativa y jurídica responde a los intereses de la clase dominante.
-
Hacia una superación de la división en la lucha de las organizaciones del movimiento obrero por la defensa de todos y cada uno de sus militantes sindicales y políticos a las puertas de ser procesados o ya condenados. La consigna de marchar separados es justificable en términos de estrategia y de niveles de enfrentamiento/acuerdo con el capital pero jamás en la defensa de cada uno y todos los militantes obreros perseguidos y encausados.
-
Hacia la consideración de “represaliados y presos políticos” de los militantes obreros que sufren las consecuencias de la violencia del Estado capitalista porque éste es un órgano político que ejerce su monopolio de la misma a partir de criterios puramente políticos.
Ello
no supone en absoluto negar la utilidad y la necesidad de las
plataformas concretas de apoyo a militantes obreros específicos pero
sí superar la cultura de la división y el sectarismo, especialmente
por parte de quienes, desde una pretendida posición de
“mayoritarios”, desprecian la lucha de otras organizaciones,
trabajar en red, compartir objetivos comunes, realizar campañas
globales en defensa de todos los que sufren la represión por
defender a la clase trabajadora y, muy importante, dedicar personas y
militantes concretos a la creación de ese clima de cooperación y al
logro de dichos objetivos. Eso o acabar como los dos conejos de la
fábula de Tomás de Iriarte, que discutían si los que les
perseguían eran galgos o podencos.
“En
esta disputa,
llegando
los perros
pillan
descuidados
a
mis dos conejos.
Los
que por cuestiones
de
poco momento
dejan
lo que importa,
llévense
este ejemplo.”
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