SUMAR Y PODEMOS JUNTOS A LAS GENERALES ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?
PROPUESTA DE EXIGENCIAS AL POSIBLE PRÓXIMO GOBIERNO DE AMPLIAS ALIANZAS
HASTA LOS COJONES DEL ASUNTO LUIS RUBIALES Y DE TODO EL SHOW
TIEMPO DE PESIMISMO (NO EXAGERAR LOS ADJETIVOS), TIEMPO DE ESPERANZA
SUMAR Y PODEMOS JUNTOS A LAS GENERALES ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?
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17 de noviembre de 2019
EL GOBIERNO DE COALICIÓN SERÁ UN NUEVO ZAPATERISMO: SOCIAL EN LOS SIGNOS, LIBERAL EN LA PRÁCTICA
Por
Marat
A
estas alturas dar especial atención a las incoherencias de Sánchez
y sus insomnios y de Iglesias y sus desconfianzas hacia Sánchez frente al ultrarápido abrazo de Vergara es jugar en
el campo que le interesa al capital y a los partidos que no formarán
gobierno, el de la politiquería, la espuma de los días, en palabras
de Boris Vian, que oculta el movimiento más profundo de las aguas.
Lo
primero que supimos del acuerdo exprés es que no se habló de
cuestiones programáticas. Fue un viejo intelectual político, Tierno
Galván, el que señaló hace muchos años que “las promesas
electorales están para no ser cumplirse”. Pero
cuando ni siquiera tuvieron en la breve campaña electoral del 10-N
relevancia alguna, ni en los mítines ni en los debates televisivos,
y no se planteó en la gran noticia del acuerdo de gobierno de
izquierdas (sí izquierda, porque la izquierda es la realmente
existente, no la que quiere que sea el izquierdista con sentimiento
de cornudo apaleado por ella) cuestión programática alguna,
hubieran debido saltar todas las alarmas desde una perspectiva de
clase. Pero como en la izquierda no existe tal cosa, salvo la de
ciertos sectores de la mal llamada clase media que piensa en clave
ideológica de clase media real, lo que ha sonado es el discurso
conservador del secretario general del PSOE y Presidente en funciones
preocupado por dar estabilidad al país, y una mezcla de “alarma
antifascista” y atención a la justicia social por parte de
Iglesias para explicar las razones por las que ha mutado desde el
sentirse traicionado a asumir, sin tiempo de negociar cuestiones de
relevancia política real, su anhelada entrada en el ejecutivo
“socialista”.
Pero
si no fuera suficiente para desconfiar del programa oculto sobre el
que sin duda hay ya acuerdos, siquiera bosquejados, la carta de
Iglesias a los inscritos de Podemos debiera ser lo bastante
significativa respecto a cuál será la orientación programática
del futuro gobierno de coalición.
En
una especie de encíclica a los fieles, Iglesias ya no afirma que el
cielo se tome por asalto (la expresión de Marx aludiendo a la
necesidad de tomar por la fuerza y destruir el aparato del Estado
burgués para sustituirlo por uno de la clase trabajadora) sino “con
perseverancia” lo que,
traducido al momento político español, significa mediante el BOE o,
lo que es lo mismo, ya no tomando el Estado capitalista sino ocupando
marginal (solo algún ministerio) y temporalmente (lo que da de sí
el período hasta que una crisis de gobierno le saque de él o unas
elecciones les desalojen a ellos y a sus socios) ejecutivo. La vieja
tesis reformista de los Bernstein que en el mundo han sido se repite
cínicamente una vez más.
Concretando
mucho más, Iglesias llega a afirmar en la misiva que "Vamos
a gobernar en minoría dentro de un Ejecutivo
compartido con el PSOE, en el que nos encontraremos muchos
límites y contradicciones, y en el que tendremos
que ceder en muchas cosas"
Meses
atrás, a finales de julio, el Santander (banco) urgía a formar
gobierno, tras el fracaso de la investidura del presidente en
funciones, Sánchez. Al ser éste el único que contaba con alguna
posibilidad de alcanzar el gobierno, las declaraciones del consejero
delegado del banco ("La
certidumbre siempre da estabilidad y favorece las inversiones. Ese
escenario es más fácil con un Gobierno estable que sin Gobierno"),
José Antonio Álvarez, no podían ser interpretadas de otro modo que
como un apoyo tácito al mismo. En ningún momento se pronunció en
contra de que Podemos se integrase en su gobierno.
Que
el PNV, partido de derechas y neto representante de los intereses de
una gran corporación energética como Iberdrola, haya sido uno de
los más activos y entusiastas alentadores de la recién firmada
coalición, junto con los sectores más posibilistas de ERC
(Junqueras y Rufián), la pequeña burguesía catalana, debiera dar
alguna pista de por dónde irán las políticas públicas del futuro
gobierno progresista.
El
propio ex banquero y tecnócrata liberal Macron, a través de una
fuente acreditada del Palacio del Elíseo ha dado sus bendiciones al
acuerdo PSOE-Unidos Podemos: “Todo
lo que vaya en el sentido de la estabilización y la capacidad de
actuar con una mayoría fuerte es más bien un buen signo”. No
le preocupa la entrada podemita en el gobierno Sánchez: “No,
no nos inquieta. Lo más importante es que, en un país que es socio
europeo, haya un Gobierno cuanto antes”. Sigue
la línea de pronunciamiento. El presidente francés sigue la línea
marcada por Bruselas unos días antes: “Lo importante es
que España tenga un Gobierno con plenos poderes cuanto antes”.
Fuentes de la UE concluyen:
“La sensación de urgencia que han querido dar Sánchez e Iglesias
apunta en la buena dirección”.
Este
no es un planteamiento que deba leerse en términos políticos de
izquierda-derecha sino de los intereses antagónicos entre el capital
y el trabajo. Ambas dualidades no son equivalentes porque lo objetivo
(la clase) no se traslada mecánica y directamente a la conciencia
-la cantidad de trabajadores que son de derecha y/o votan a la
derecha lo demuestra- y la izquierda ya no es una corriente de
pensamiento de una clase social concreta, lo que demuestra cuando se
empeña en afirmar que su papel en el gobierno es el de representar a
los intereses del conjunto del país. La derecha lo tiene mucho más
claro. Diga lo que diga sobre esa cuestión tiene muy claro que su
función es la de representar los intereses del capital. La izquierda
hace lo mismo pero lo disfraza tras el discurso del “interés
general”, justo lo que Marx denuncio hace más de 150 años como el
ardid ideológico de la burguesía que presentaba sus intereses
particulares como clase bajo la apariencia de intereses de toda la
sociedad.
Con
todos estos antecedentes cabe sospechar que ni el IBEX es el gran
enemigo de los podemitas, como estos pretenden hacernos creer, ni
estos lo son del capital. El león de Atenas, Tsipras, del que los
sectores de la izquierda que le reivindicaban ya no se acuerda, dejó
bien claros los límites de la acción antiausteridad progre.
Aún
recuerdo a Podemos defendiendo a los “empresarios
patrióticos”,
la pequeña y mediana empresa -como si en ella no se diera el
comportamiento necesario para el beneficio empresarial, la
explotación laboral, casi siempre con mayor desprotección sindical
que en la grande- y a un sujeto que fue dirigente
de Podemos en Madrid y empleado de Botin afirmando que hay
banqueros con sensibilidad social como la saga que desde hace tantos años dirige el
Santander.
Que
después de todo esto, los rebuznos de los parafascistas de Vox y su
chulopiscinas y matón de discoteca Pachá, Abascal, hablen para
gilipollas acusando al futuro gobierno de comunista bolivariano (una
mixtura tan coherente como el agua y el aceite salvo para algún
simple que jamás leyó a Marx) es como para explicarles por el
método expeditivo a ellos y a los escritores de panfletos de La
Razón, ABC, Libertad Digital, Periodista Digital y otros vomitorios
de la extrema derecha que insultar a los comunistas acusando a tamaña
patulea de progre-liberales, con “sensibilidad social”, de tales
no sale gratis.
Será
divertido ver cómo los podemitas y su miniyó, IU-PCE, cabalgan la
contradicción de estar en el gobierno de un partido, PSOE, que lleva
en su programa la mochila austriaca, que se niega a retirar la
reforma laboral (que es la que aplicó Rajoy, no la suya) y la de las
pensiones de Zapatero, que mantendrá el artículo 135 de la
Constitución, introducido por Zapatero para consagrar la prioridad
del pago de la deuda sobre la protección social, que no ha hecho
nada por imponer la regularización (todavía lo está estudiando) de los trabajadores que los
modernillos llaman “riders” (Deliveroo, Glovo,...), que en la
lucha del sector del taxi pasó
la patata caliente de limitar las licencias a las VTC a comunidades
autónomas y ayuntamientos, que
ha lanzado un ERE contra cerca de 900.000 empleados públicos
interinos, que no ha hecho nada para blindar las pensiones (salvo
subirlas este año, sin garantizar su futuro) mediante su vinculación
a los Presupuestos Generales del Estado y el aumento de las
cotizaciones empresariales y que deberá obedecer a los recortes
que el capital europeo ya le está sugiriendo
Si
algo positivo podría aportar el gobierno Sánchez sería la
desinflamación, intentada anteriormente, del problema catalán.
Pero, puesto que ello sería una grave noticia para la derecha y el
capital porque pondría en primer lugar del debate y la preocupación
colectivas la cuestión económica de la desigualdad, la pérdida de
derechos sociales, la pobreza y la precariedad, va a ser algo
enormemente difícil porque necesitan asegurar que las cuestiones de
clase no aparezcan como un tema prioritario. En ello encontrarán
cierta colaboración de la izquierda, que centrará su agenda en
cuestiones como la igualdad sexual, sin distinción de clase, la
transición ecológica y la ley de eutanasia.
El
gobierno progre-liberal que se forme, porque se formará, dado que el
capital sabe, y es muy consciente de, que la derecha clásica y la
nueva ultraderecha no están aún preparados (necesitan tiempo para
recuperarse unos y fortalecerse aún más otros) para asumir el
desgaste que supondría enfrentar una nueva etapa tan complicada como
la que se avecina, además de no estar en condiciones de sumar para
formar gobierno.
Ese
gobierno PSOE-Podemos será un regreso al zapaterismo. Para
entendernos, una política liberal con medidas sociales. Recortes,
legislación laboral regresiva, contención salarial y de las
pensiones y pequeños gestos de gasto social, muy estudiados para
buscar impacto y medidos en su cuantía para no irritar a Bruselas
con la deuda y al empresariado nacional con unos impuestos a la gran
empresa y las grandes fortunas que, de darse, serán mínimos.
Volvemos a Zapatero pero con coleta.
La
nueva fase de la ya muy larga crisis capitalista, iniciada en 1973,
con los inicios de una crisis de acumulación, puede agitar el
panorama social, al igual que le ocurrió al PSOE a partir del 2008,
iniciando una nueva fase de movilizaciones que no tendrá por
protagonistas a la izquierda organizada sino a la autoorganización
de sectores de la clase trabajadora y populares, ajena a cualquier
sector parlamentario (Podemos estaría incapacitado para influir en
dichas movilizaciones tras su descrédito al participar de un
gobierno que deberá aplicar recortes sociales y nuevas
privatizaciones e IU ha muerto), similar a la abierta en Francia por
los chalecos amarillos.
Conviene
hacer un pequeño alto en este análisis para referirnos al primer
aniversario de una explosión social, que es síntoma de la creciente
pérdida de la legitimación política de la democracia burguesa, la
de los chalecos amarillos. Las manifestaciones de este movimiento el
sábado 16 de Noviembre han sido débiles y se han producido en un
contexto de reflujo y decepción por los límites con los que aquél
se ha encontrado. Pero se olvidan algunas cosas: el momentáneo
triunfo de Macron sobre ellos, tras poner en jaque a su gobierno y
hacerle retirar la ley de los impuestos sobre los carburantes, que
iniciaron la protesta, ha necesitado más de 10.000 detenidos, unos
3.100 condenados, 2.448 manifestantes heridos y 600 encarcelados. Han
dado voz a un malestar de sectores de las clases trabajadoras que no
estaban en las reivindicaciones de los sindicatos ni de los
ciudadanistas de “La Nuit Debout”, han puesto en evidencia el
viejo sistema de representación y liderazgo de las demandas sociales
desde una izquierda que ya no les representa, han demostrado que
cuando la clase trabajadora, y sus sectores aliados próximos
(segmentos de la pequeña burguesía en descomposición), se organiza
es capaz de hacerse presente frente a un discurso que la niega y han
alimentado a una corriente subterránea de ira social que mutará
pero que no desaparecerá porque no pueden hacerlo las razones que
les han llevado a expresarse: la necesidad del capital de acumular
beneficio mediante la desposesión de la clase trabajadora.
Frente
a la condena clásica de los sectores más retrógrados e incapaces
de entender las nuevas realidades de contestación social que genera
el capitalismo en su etapa de hiperconcentración (absorción del
mercado de los pequeños autónomos y salarización de los mismos) y
de búsqueda desesperada del “beneficio marginal” (el que ya no
se obtiene del crecimiento sino de una transferencia acelerada de las
rentas del trabajo al capital), explosiones espontáneas como la
chilena y autoorganizaciones de la clase como la de los chalecos
amarillos serán cada vez más frecuentes, a pesar de los límites
que encontrarán en conciencia, organización y entendimiento de sus
necesidades subjetivas pero se encaminan hacia un principio de
negación, e incluso de identidad, que la izquierda ya no representa.
La
demanda de comunismo puede volver a tener toda su vigencia si quienes
nos reclamamos marxistas somos capaces de analizar y comprender el
fenómeno, organizarnos e insuflar nuestras aspiraciones dentro las
necesidades inmediatas de la clase trabajadora y los sectores que
están siendo proletarizados. Ello exige de nosotros los comunistas el abandono de cualquier forma de dogmatismo y la vuelta a las
fuentes originarias de nuestro pensamiento: la dialéctica
antagónica capital-trabajo y la necesidad de su superación
emancipatoria de la clase, realizada por ella misma y no por ningún
ente clarividente en su lugar.
De
no abrirse un giro hacia las posiciones de clase dentro del debate
nacional, estamos ante el riesgo del “aggiornamento” de la
extrema derecha representada por VOX que podría darle nuevos bríos.
De hecho ya está ensayando este escenario por la vía de reunirse
con los representantes de la ultraderecha de apariencia más social
como Salvini o Le Pen y lo verbaliza últimamente con sus citas, no
del señorito repeinado José Antonio, sino de quien fue el enlace
entre el fascismo sindicalista de las JONS y la izquierda nazi de los
hermanos Strasser, Ramiro Ledesma Ramos. El viraje está siendo lento
y sutil, de forma que no chirrié para que no les ocurra como a C´s
por sus bandazos ideológicos, pero se está produciendo, aunque muy
pocos lo detecten.
Entonces
estaríamos ante el enorme riesgo de un prefascismo popular de
apariencia social; el peligro de una extrema derecha que penetre aún
más profundamente dentro de estratos inferiores precarizados y de la
pequeña burguesía. Empezarían a conformar unas fuerzas de choque
del fascismo mucho más amplias y peligrosas de las que hasta ahora
nos amenazan en las calles.
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2 de diciembre de 2018
LA REVUELTA DE LOS “CHALECOS AMARILLOS” REFUTA AL SISTEMA POLÍTICO FRANCÉS
Fuente: dprezat. Flickr. París: Rue de Rivoli |
Por
Marat
Estos
días los medios de comunicación españoles cuentan, con calculada
medida (no sea que se extienda fuera de Francia, como ha sucedido en
Bélgica), la revuelta francesa de los “chalecos amarillos”
(“gilets jaunes”). Llama la atención que lo que sucede en
Francia, aquí al lado, tenga un tratamiento limitado y tan escaso en
explicaciones, más allá de las relativas al efecto de la subida de
los carburantes sobre los usuarios y a un intencionado intento de
vincularlo al lepenismo.
Sin
embargo, apenas he leído contextualizaciones que traten de buscar
explicaciones más allá de que Macron sea un presidente liberal,
elitista y poco dado a escuchar la voz de la calle y al diálogo y de
la ya mencionada subida de los carburantes sobre las clases populares
francesas.
Desde
el estallido de la crisis capitalista a nivel mundial, Francia ha
conocido tres presidentes -Sarkozy, Hollande y Macron- cada uno
promotor de políticas más reaccionarias, antipopulares y liberales
que el siguiente. Durante estos años los tres presidentes han sido
elementos de gran importancia en el mantenimiento del eje
germano-francés, que ha sido decisivo en la implantación de las
políticas de austeridad y recortes sociales contra las clases
trabajadoras en toda la UE y que ha tenido su plasmación en el
conjunto de las economías nacionales de la Unión.
En
Francia, como en España o Grecia, hubo huelgas generales contra
estas políticas pero ello no era obnstáculo para que en Francia y
en España, como en Italia, Alemania, los Países Bajos o los
nórdicos la izquierda y el sindicalismo mayoritario hayan formado
parte del entramado de relaciones que hace años definí como “la
corporación”. Es decir, ni la izquierda ni el sindicalismo
mayoritario han estado en los últimos 50 años al menos dispuestos a
romper los límites del juego político que el Estado capitalista
había marcado. En el caso del sindicalismo mayoritario en esos
países se ha venido caracterizando desde hace mucho tiempo como un
sindicalismo de concertación, o incluso de cogestión de las
relaciones sociales de producción capitalistas y no de combate
contra el capital. La única excepción de la que puede hablarse en
Europa dentro del sindicalismo mayoritario la representa el PAME
griego.
Mientras
tanto, no ya los partidos autodenominados socialistas o
socialdemócratas sino la gran mayoría de sectores de la izquierda
excomunista, que incluso tiene el descaro de seguir llamándose
comunista, y de la llamada “izquierda alternativa”, fueron
abandonando la práctica de clase -el discurso, lo ejerzan o no,
importa muy poco si la práctica lo niega- para irse integrando en
los cien mil identitarismos posmodernos, negadores de la clase como
eje del principal antagonismo, el de capital-trabajo.
En
ese vacío es donde surge en las luchas de carácter social el
espontaneismo, el rechazo a ser representados en las luchas por
organizaciones clásicas, el aparente apoliticismo, que más que
apoliticismo es prepolítica y apartidismo, la transversalidad
ideológica de movimientos cuya chispa prende a partir de
circunstancias, cuestiones y revindicaciones concretas.
Hay
quienes han sentido la tentación de establecer comparaciones entre
el movimiento de los “chalecos amarillos” y el de los indignados
españoles del 15M. Fuera de los elementos de transversalidad
ideológica, aparente apoliticismo y surgimiento en las redes
sociales nada en lo que se parezcan.
Si
el 15M fue principalmente un movimiento nacido de la generación
joven de unas clases medias urbanas, fundamentalmente de las grandes
ciudades, que veían el fantasma de su proletarización y descenso
social, como luego se vio en la composición de sus figuras más
relevantes y que hicieron carrera en la política, el movimiento de
los chalecos amarillos es ante todo un movimiento de las clases
trabajadoras y pequeños autónomos de los barrios dormitorio
populares alejados de las grandes ciudades y sus centros y de la
Francia agrícola. Personas que utilizan sus vehículos particulares
para desplazarse a sus lugares de trabajo porque la red de transporte
pública francesa es muy insuficiente para sustituir el uso de medios
privados.
Si
el 15M nació con un programa en el que en primer lugar destacaban
los elementos de tipo político (aquello de la democracia
participativa), al que luego se le añadieron los de tipo económico,
básicamente referentes a la economía financiera (la banca), a la
que se incorporaron ciertos utopismos de la llamada economía
colaborativa, que ya sabemos hoy lo que es, el movimiento de los
chalecos amarillos ha arrancado con una agresión claramente
económica y muy concreta la brutal subida de los carburantes, a la
que se ha sumado la llamada ecotasa del gobierno de Macron.
De
hecho, Macron se envuelve en la bandera ecologista de parar mediante
estas medidas impopulares el cambio climático.
Pero los chalecos amarillos ya no se detienen en la cuestión de la subida de los carburantes. Incorporan todo un temario de propuestas de tipo socioeconómico marcadamente igualitario, como la reversión de los recortes, la mejora de las pensiones, el apoyo a las familias más desfavorecidas, aumento del salario mínimo, fomento del empleo no precario, restablecimiento del impuesto a las grandes fortunas, recuperación de los servicios públicos, jubilación a los 60 años,...Es evidente que se trata de demandas reformistas pero no existen energías revolucionarias que vayan por delante de aquellas y se trata de exigencias que conectan con las necesidades inmediatas de la clase trabajadora francesa, al igual que la de la clase trabajadora de otros países de la UE.
Pero los chalecos amarillos ya no se detienen en la cuestión de la subida de los carburantes. Incorporan todo un temario de propuestas de tipo socioeconómico marcadamente igualitario, como la reversión de los recortes, la mejora de las pensiones, el apoyo a las familias más desfavorecidas, aumento del salario mínimo, fomento del empleo no precario, restablecimiento del impuesto a las grandes fortunas, recuperación de los servicios públicos, jubilación a los 60 años,...Es evidente que se trata de demandas reformistas pero no existen energías revolucionarias que vayan por delante de aquellas y se trata de exigencias que conectan con las necesidades inmediatas de la clase trabajadora francesa, al igual que la de la clase trabajadora de otros países de la UE.
Entramos
con esta cuestión de carácter aparentemente solo medioambiental en
una temática de la que prácticamente nadie, a derecha e izquierda
-¡cuanto se parecen ambas!-, parece interesado en hablar. Que la
transición energética de unas energías muy contaminantes y no
renovables a otras pretendidamente limpias (ya veremos cuánto lo son
y su impacto ecológico en el futuro) y renovables va a golpear
fundamentalmente sobre las espaldas de la clase trabajadora, que la
llamada sostenibilidad es la gran coartada para sacar de las calzadas
a millones de trabajadores que no pueden permitirse comprar un
vehículo nuevo (ecológico o no) y del mayor pelotazo económico que
pegará el capitalismo en toda su historia. Hasta ahora no estamos
viendo prácticamente medidas económicas gubernamentales, ni a
derecha ni a izquierda, que ayuden a la clase trabajadora a hacer más
llevadera esa transición energética pero no faltan las ayudas de
esos mismos gobiernos a sectores como el del automóvil, ya sea en
sus versiones eléctrica o de hidrógeno. Para la clases medias-altas
y ricas la transición ecológica será, en cambio, algo muy
soportable y que les ayudará a sentirse ambientalmente responsables
y mejores personas.
El
mayor efecto que ha tenido el 15M ha sido el del empleo de centenares
de personas en la política, ya sea como representantes, asesores o
técnicos. La lucha de los “chalecos amarillos” apunta
directamente contra esta nueva forma de austeridad que dejará fuera
del acceso al vehículo a quienes lo necesitan para trabajar o para
desplazarse a sus trabajos por falta de alternativas de transporte
público adecuadas y que tendrá el correlato de un gigantesco
negocio para la gran industria. Para quienes tengan que desplazarse
una media de 50 o 100 kms al día, y les aseguro que son muchos más
de los que puedan pensar, la bicicleta o el patinete eléctrico no
serán una alternativa. Hoy son más bien una moda urbanita.
He
visto en estos días a personas que se dicen de izquierda, algunos de
las cuáles se autodefinen comunistas, condenar a este movimiento
porque dicen que está infiltrado por el partido de Marine Le Pen,
algunos incluso se atreven a decir que está dirigido. La ignorancia
siempre ha sido mala cosa. Es madre de la estupidez, la falsedad y el
comportamiento reaccionario; ese al que algunos dicen combatir para
acabar por caer en aquello que condenan.
Éste
es un movimiento, como todo el que tiene débil organización,
estructuras líquidas y es politicamente diverso -con trabajadores y
pequeños autónomos de izquierda, de derecha y mediopensionista, que
es lo que casi todo el mundo es en este mundo ideológicamente tan
confuso-, y con liderazgos muy débiles, cambiantes y, desde luego,
no unánimemente reconocido desde dentro.
No
debe sorprender, por tanto, que haya en su interior elementos
lepenistas. Lo que sí debiera sorprender es que la izquierda
francesa y los sindicatos mayoritarios, lo acogieran con
desconfianza, cuando no abruptas descalificaciones, sobre todo cuando
muy mayoritariamente está compuesto por trabajadores. Claro que si
llevas decenas de años practicando el discurso de clase media y
mirando hacia ella para buscar el voto, quizá no conozcas nada de
los intereses y necesidades inmediatas de la clase a la que en el
pasado decías representar. Cierto que a última hora los
Melenchones, las Segolenes Royales y hasta los muy social-liberales
Hollandes se van sumando oportunistamente a un tibio apoyo de lo que
antes condenaron, no sea que acaben en un hoyo electoral mayor del
que ahora están.
De
la miopía de la izquierda y buena parte de los izquierdistas y
comunistas españoles me sorprendo menos. Los conozco mejor. Su
discurso es más o menos éste: hay gente de Le Pen, le han entregado
la dirección del movimiento (lo que es tan estúpido como pensar que
este partido ultraderechista está dispuesto a arriesgar su
ilegalización, dado el cariz que van tomando los acontecimientos del
incendio social en Francia, sobre todo cuando Marine Le Pen intenta
dar un barniz de respetabilidad y moderación a su partido de extrema
derecha). Lo que no se les ocurre a estas mentes clarividentes es que
si abandonas y rechazas a un movimiento que nace de un aa demanda
popular y hasta de clase, el vacío de influencia que tú dejas puede
ser rellenado parcialmente por otro. Es de primera cartilla de
marxismo.
Éste
es el tipo de gente que confunde sus posiciones partidarias con las
de todo un movimiento, lo que es propio de quienes se instalan en las
redes sociales, sin un mínimo de formación política, imparten
clases de su ignorancia y no participan de los movimientos populares
porque recelan de ellos y temen el rechazo de los mismos, en lugar de
ganarse su respeto por sus posicionesy su compromiso.
Que
haya quien se atreva a decir que los chalecos amarillos se oponen a
las ecotasas y a los impuestos para sostener el Estado del Bienestar,
cuando los impuestos indirectos (iva, impuestos sobre los
combustibles,...) históricamente han sido una medida reaccionaria y
desigualitaria, y han sido precisamente los gobiernos franceses de la
crisis los que han ido desmontándolo, es muestra de una profunda
estupidez y de un revolucionarismo tan de cortos vuelos que aquí lo
podrían comprar el PP o Ciudadanos y que en Francia lo aplaudiría
rabiosamente Macron. Precisamente el mismo Macron que eliminó el
impuesto a las grandes fortunas, que ahora planea bajar los impuestos
a las grandes empresas y que él mismo afirma con orgullo que es el
presidente de los ricos ¿Hay mayor afrenta a la clase trabajadora
que alguien que hace esto trate de arruinarles mediante ecotasas y
subidas brutales de los carburantes? Me temo que alguno de esos
giliprogres si se declara el estado de emergencia en Francia y
comienza una represión mucho más brutal que la que hemos visto
estos días, acabará aplaudiéndola. Al fin y al cabo, algunos de ellos condenan la violencia
ejercida por una parte de los manifestantes, como si los grandes
cambios sociales se hicieran con batucadas, ponerse una nariz de
payaso y hacer sentadas en las que te forran a hostias. Lo de que la
medida del Estado francés sea una auténtica acción violenta y
declaración de guerra contra la clase trabajadora...eso ya. Ellos lo
cambiarían en las urnas ¡Ja!
A
donde llegue el movimiento será cosa tanto del propio movimiento,
como de la correlación de fuerzas en esa lucha, como de la traición
de la izquierda francesa. No soy optimista al respecto, soy
consciente de que es un movimiento inmaduro, centrado en lo
inmediato, pero estoy convencido de que de las experiencias de las
luchas, de sus avances y sus derrotas la clase aprende mucho más que
de esperar sentada a que la inexistente vanguardia se cree un día
con tanto cretino que la compone y venga con las tablas de la ley a
salvarla.
De
todas las aportaciones de las luchas de la clase trabajadora, que hoy
no pueden ser más que autónomas y parciales, porque esa vanguardia
se niega a nacer y prefiere oscilar entre las tentaciones
parlamentarias y la nostalgia de Don Pepe, una de las más positivas
sería la liquidación política de la izquierda por extenuación y
zafiedad. Solo con una nueva generación de militantes, que no
activistas, puede surgir el necesario instrumento del que hoy carece.
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