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11 de noviembre de 2021

ME CAGO EN GRETA THUNBERG



Por Marat

Y si asomas, en fin, al estudio

de altos cristales

donde el cerebro de la empresa

dibuja los planes

de la ruta futura, y corre

recto el lápiz

y a derecho y a regla

los borra los árboles,

guiada verás de la pura ley

la mano del que sabe.”

(La cara del que sabe”. Letra de Agustín García Calvo. Música de Amancio Prada)

La niña de los cojones es odiosa. Algunos de los principales lobbies de la gran transformación del sistema productivo, energético y de la logística mundial que darán el gigantesco pelotazo económico mundial con la amenaza, real, del antropoceno que acabará en el gran desastre climático, han debido convencerla de que es algo así como Noé y su puta barcaza ante el diluvio universal.

No pongo en duda el riesgo de la desaparición de una inmensa proporción de la humanidad. Si no es porque soy padre y me gustaría tener nietos y porque tengo algún amigo más joven que yo, no consideraría una pérdida, en todo caso para la diversidad, el fin del género humano. Cada vez me importan más algunas personas concretas y nada el resto del mundo. Demasiado abstracto y desconocido. Y demasiado poco edificante como especie.

Lo que me revienta de la niñata sueca es que sea la adolescente progre y soberbia al servicio de los intereses más espurios del gran capital mundial y que la estupidez derivada de su cómoda posición de clase, y de la prepotente ignorancia propia de esa edad que cree saberlo todo, le impida ver las mentiras del relato que ha ido haciendo desde lo que definió como crisis climática, sin otros matices hacia su discurso, hasta la supuesta justicia climática de la que ahora habla, tramposo en el primer caso por lo que ocultaba y vacío de contenido en el segundo por el mismo motivo.

Más allá de las evidencias científicas, que sería insensato y criminal ignorar o negar, sobre los efectos devastadores del calentamiento global, se está imponiendo un pensamiento irracional, acrítico y cínico, consistente en buscar en los políticos a los responsables del desastre, en crear en el ciudadano medio un sentimiento de culpa por sus pautas de consumo y en obviar al sistema de producción capitalista como el auténtico culpable de la destrucción planetaria.

Y aquí se esconde una doble trampa.

Por un lado, al desplazar la responsabilidad de la lucha contra el cambio climático hacia políticos y ciudadanos se está dejando de lado el auténtico poder, el sistema capitalista.

Del mismo modo que la empresa no puede sobrevivir sin el beneficio, el capitalismo no puede hacerlo sin la acumulación. Destruir el planeta no es algo personal. Imaginar al capitalista como un judío ávido de dinero reflejado en el iris de sus ojos es algo tan absurdo y nazi como estúpido es ese cine norteamericano que no imagina la representación del terror sin casquería desatada y troceamientos de cuerpos. No goza el capitalista con la maldad, salvo en los casos de psicópatas clínicos. Es sólo parte de su naturaleza, necesita la depredación para crecer. Del mismo modo que requiere de la explotación del trabajador (retribuirle no por el valor de lo que produce sino por lo que necesita para su supervivencia. De otro modo no existiría el beneficio empresarial), precisa de la esquilmación de los recursos naturales, del agua de ríos y mares que ha contaminado y va privatizando crecientemente para el consumo humano, de la tierra que fue pasando de un bien que no era de nadie a una propiedad de terratenientes e inmobiliarias, del aire que ha envenenado con su sistema de producción industrial.

No existe dentro del sistema mundo capitalista un solo país cuyos sucesivos gobiernos no se sujeten a la lógica del beneficio capitalista. En unos casos porque esos gobiernos creen en el sistema económico que defienden. En otros porque están sujetos al poder real, el del capital, por mucho que sus programas políticos parezcan ser moderada o criticamentealternativos al mismo. Cuando habla la patronal, por encima de los cacareos mediáticos o tribunicios, la política obedece y ejecuta órdenes.

Por otro lado, cuando se imputa al ciudadano la obligación moral de luchar contra el cambio climático se están echando balones fuera de una realidad que le supera, por mucho que existan seres egoístas que son capaces de esparcir su basura sin sentimiento alguno de culpa.

A todo ser humano debiera incumbirle lo que afecte al resto de los que habitan cerca de él, más que nada por no acabar todos ciegos a base de darnos hostias. No hace falta siquiera la condescendencia, mucho menos la empatía.

Si nos ponemos a buscar cabrones seguro que el del campo de golf de un área geográfica seca, el usuario del todoterreno, el dueño de un avión particular contaminan más que usted que no tiene coche o que incluso lo tiene sin etiqueta medioambiental, más que usted que aún tiene una calefacción central de carbón, donde quiera que aún pueda tenerla.

Pero es usted tan imbécil para considerar que es su responsabilidad una causa tan importante cómo impedir el deterioro del planeta no voy a intentar convencerle de lo contrario. Considere que organizar patrullas para limpiar las cañadas, separar la basura en 7 bolsas o llevar las pilas hasta el próximo depósito desconocido en la ciudad le convierte en un ciudadano sosteniblemente ejemplar. Lo suyo es pedalear por la madre tierra.

No. Cambiar el mundo, demostrar que uno se niega a que la belleza del bosque desaparezca, pasar de hablar de la tontuna de la justicia climática a algo real, significa pelear por otra realidad distinta a la capitalista. Y hacerlo con todas las consecuencias.

El cambio de paradigma productivo, energético y de sistemas de transporte va a significar que los costes de esa transformación los va a pagar la clase trabajadora, a través de los recortes sociales en derechos conquistados, lo que no es nuevo, en gastos en reposiciones en energías del hogar y de los vehículos.

La desaparición del gas en los hogares significará la sustitución de cocinas, calderas, sistemas de calefacción. El cambio de compañías eléctricas conllevará el paso de los clásicos proveedores a las nuevas formas de acceso a la energía y sus nuevas instalaciones.

Ya nos han avisado en hechos y en palabras que la energía de los hogares será mucho más cara.

Decenas de miles, sólo en España, de trabajadores autónomos, piratas sumergidos que sobreviven a duras penas, están siendo ya expulsados de la posibilidad de acceder a cada vez más zonas de las ciudades. No hay diferencia en cómo tratan derecha e izquierda a esos desterradados del pan.

Cada vez que hablan los gobiernos de subvenciones para la transición energética mienten. Sólo en el caso de los vehículos, en el mejor de los casos pasar de un automóvil con carburantes derivados del petróleo, a pesar de los miles de euros que prometen como ayuda a la compra, el coste no es menor de 9.000 €. Pregúntense cuántos trabajadores autónomos y piratas que sobreviven a duras penas podrían pagar 9.000 €.

Hasta ahora estoy hablando sólo de efectos de la gran transformación productiva que se me ocurren. Estoy muy lejos de sospechar el efecto real que el cambio de sistema productivo, energético y de transporte va a significar sobre las clases trabajadoras en miles de cuestiones que se me escapan, que soy todavía incapaz de adivinar.

Cuando se inició la revuelta de los chalecos amarillos hubo un detonante que pasó desapercibido. Uno de los argumentos del gobierno Macron para subir el precio del gasoleo a sectores populares, trabajadores, agricultores, autónomos, era el carácter contaminante de esta energía.

Entonces me declaré absolutamente a favor de su protesta. Sabía que el descontento arrancaba de ahí pero que iba mucho más lejos y tenía razones mucho más profundas.

Hubo quienes criticaron mi postura porque en el movimiento de los chalecos amarillos había fascistas del grupo de Marinne Le Pen. Era casi el primer partido de Francia ¿Esperaban ustedes que no hubiera fascistas dentro del movimiento? ¿O existían causas y razones del propio movimiento que justificaban su protesta? Creo que había razones para apoyar esa protesta. Así lo entendieron desde grupos maoistas hasta la propia CGT, que creo que es de confianza para cualquier sujeto decente.

Habrá muchos más chalecos amarillos. Sospecho que se harán fascistas. No por su deseo de serlo sino por una izquierda que, cuando gobierna, habla de cualquier cosa menos de las necesidades inmediatas de una clase trabajadora que se ahoga dentro de su propia miseria y de sectores autónomos que nunca alcanzaron la categoría de clases medias pero que se entregarán la fascismo por culpa de unas izquierdas dedicadas a la poesía y a unas libertades personales que no han hecho compatibleds con la idea de clase cuando podían serlo.

La pretendida injusticia climática no es una cuestión de la diferencia Norte-Sur o centro-periferia. Es una cuestión de clase porque rs la clase trabajadora la que va a ser arruinada con la gran transformación y rejuvenecimiento del sistema capitalista.

El mundo posible se llama comunismo pero a ustedes los progres les avergüenza, mientras a los fascistas la idea comunista les sirve como insulto incluso para definir a cualquier persona mínimamente honesta.

Por cierto, y hablando de lo que debiera haber hablado, no he tocado la cuestión de cómo va a afectar a la clase trabajadora la lucha contra el cambio climático en plan progre y liberal dentro de las empresas. Os vais a cagar, trabajadores que todo os lo coméis. Pero es la mierda que os habéis ganado a pulso. A disfrutarla.

22 de marzo de 2021

RUIDO

Por Marat

A mitad del camino de mi vida,

en una selva oscura me encontraba

porque mi ruta había extraviado


¡Cuán dura cosa es decir cuál era

esta salvaje selva, áspera y fuerte

que me vuelve el temor al pensamiento!”

(“La Divina Comedia”. Infierno. Canto I. Dante Alighieri)

Posiblemente uno de los hechos más necesarios para los seres humanos que reflexionan sobre el presente en el que viven como colectividad - una rara virtud en tiempos de inmediateces, banales simplificaciones sobre el mundo y gritos airados, interesadamente insuflados sobre los espectadores envenenados del mundo de la política – sea el de sentirse perdidos entre tanto ruido mediáticamente propagado.

Solo desde la perplejidad que causa la cacofonía vociferante de la falsa política, de los envenenadores de la opinión publicada que inducen a la sinrazón de las emociones más primarias y salvajes, es posible comprender las intenciones que subyacen a los fabricantes de odio social, a los manipuladores de las conciencias. Y llegar a tomar distancia de toda esa patraña.

Frente a la gentuza reaccionaria y fascista, propagadora del enfrentamiento civil y el odio en la calle, las tabernas, los medios de comunicación e Internet, solo nos encontramos a una izquierda vociferante cuyos hechos son incapaces de sustentar las bravuconadas de sus palabras; una izquierda inútil que apela a las emociones blandas antes que a las prácticas políticas que golpeen a la caverna donde más le duele: educar políticamente y organizar a la clase trabajadora y a los sectores populares y tomar medidas económicas que rompan la iniciativa del fascio-liberalismo y mejoren realmente las condiciones de vida de dichas clases.

Cuando se toma distancia del cacareo de la vulgar politiquería es posible detectar que hay una evidente asimetría entre el matonismo amenazante y crecientemente violento de la derecha extrema y de la extrema derecha y la oscilación entre la frívola ridiculización de las mismas por parte de la izquierda y las fanfarronadas de un aparente hacerles frente pero solo de palabra.

Qué mejor ejemplo que las dos últimas estrofas del soneto de Cervantes, Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla para definir el falso enfrentamiento desde una de las partes:

Esto oyó un valentón y dijo: "Es cierto

cuanto dice voacé, seor soldado,

Y el que dijere lo contrario, miente."


Y luego, incontinente,

caló el chapeo, requirió la espada

miró al soslayo, fuese y no hubo nada.

La derecha extrema y la extrema derecha tienen muy bien tomadas las medidas a la izquierda. Saben que en cuanto le acusen de socialista o de comunista y contrapongan ambos términos a la sacrosanta libertad de empresa, que siempre ha de estar por encima del derecho a la protección de la vida y de no ser sobreexplotado, se achantará. Quien se jacta de lo que no es, en cuanto le acusan de serlo, tiembla.

Cuánto más digno hubiera sido por parte de la izquierda responder a esos indecentes eslóganes de marketing electorero del fascio-liberalismo de socialismo o libertady de comunismo o libertad con algo parecido a esto Tienen ustedes mucha suerte de que no seamos socialistas sino social-liberales ni comunistas sino socialdemócratas porque, si fuésemos una u otra cosa, ustedes encontrarían en nuestros hechos la respuesta que merecen”. La realidad es que ni unos, los fascio-liberales, ni otros, los progres de izquierda, se engañan. Ambos saben que juegan con mentiras pero, mientras los primeros amenazan en serio, los segundos practican juegos de artificio.

Creo que no somos pocos quienes sabiendo quiénes y qué somos, sin negarnos a nosotros mismos ni a nuestras convicciones, asistimos al simulacro de un enfrentamiento asimétrico del que nos sentimos totalmente ajenos porque percibimos el tufo de la mentira y nos negamos a ser parte de tan denigrante espectáculo.

En mi caso puedo decir que hace mucho que no me reconozco en la categoría izquierda”, nacida de la ubicación de dónde se sentaron una parte de los representantes de la Asamblea Nacional, al inicio de la Revolución Francesa, cuyas aspiraciones eran fundamentalmente las de impedir el derecho de veto legislativo del monarca y dar paso a una nueva clase, la burguesía. Hay quienes creemos que la cuestión fundamental de cualquier proceso político se encuentra en lo social -qué clases serán las hegemónicas– y en lo económico - bajo qué sistema de propiedad de los medios de producción, las empresas para entendernos, vivirán los seres humanos- . Y eso no lo representa la izquierda.

Concretando, que es gerundio, en medio del griterío, la propagación del odio, el enfrentamiento entre siglas, que no proyectos realmente diferentes de sociedad, y el seguidismo acrítico, no creo ni en la ideología de los charcuteros y dueños de bares, que hacen como que no se enteran de que sus enemigos son las grandes cadenas de la distribución y de la hostelería, a los que apoyan los políticos a quienes ellos votan, ni en la de los progres universitarios de clase media, que temen ser desalojados de las instituciones burguesas y que defienden la política de la izquierda asentada en el sindicalismo de concertación,como tampoco la de cierta ministra del diálogo social, bien apreciada por los grandes empresarios.

Así que si ustedes creen que a la derecha extrema y a su infantería fascista se les para con el voto, no seré yo quien critique las decisiones que tomen. Pero creo que no está de más decirles que no les pararán con ello, porque hace tiempo que muchos de los desesperados saben que la izquierda no cambiará sus vidas sino que les abandonará a una frustración que les conduzca a entregarse a los representantes políticos de sus enemigos. En el mejor de los casos, solo retrasarán en un par de años el triunfo de los que dicen combatir. Nadar, nadar y ahogarse en la orilla.

Yo, en su caso, me plantearía si lo que toca hacer es otra cosa. No me gusta ser cargante a fuer de repetirme. Lo he explicado unos párrafos más arriba. Cada uno ha de cabalgar sus propias contradicciones.

EPÍLOGO: Mi más merecido aplauso que resume las miserias del parlamentarismo burgués y del oportunismo actual. a la serie Vamos Juan”. Aplausos a Javier Cámara al representar al político oportunista.

Ustedes verán cuál es el nivel de sus tragaderas.