8 de abril de 2016

¿QUE ES EL CAPITALISMO?

Rolando Astarita. rolandoastarita.com

1. Introducción
Hace muchos años un defensor del sistema capitalista, un señor llamado Mandeville, escribió un libro que en su momento fue famoso, La fábula de las abejas. Ahí sostenía que “…para contentar al pueblo aun en su mísera situación, es necesario que la gran mayoría siga siendo tan ignorante como pobre”. Mandeville pensaba que el conocimiento por parte del pueblo era peligroso porque “amplía y multiplica nuestros deseos, y cuanto menos desea un hombre tanto más fácilmente pueden satisfacerse sus necesidades”.[1] Y mucha gente sigue pensando así; de hecho, incluso, hace poco en el diario La Nación, de amplia circulación entre la clase pudiente, apareció un largo artículo, lleno de elogios a Mandeville y su La fábula de las abejas.

Pues bien, el objetivo de este pequeño escrito es hacer exactamente lo opuesto de lo que quería Mandeville. O sea, vamos a explicar, de la manera más sencilla posible, qué es el sistema capitalista, por qué es un sistema que produce concentración de la riqueza, por un lado, y al mismo tiempo genera miseria, desocupación, y trabajos mal pagos y agotadores. Queremos ayudar a ubicar en una perspectiva amplia las luchas sociales que el pueblo emprende diariamente. O sea, que los trabajadores, los desocupados, conozcan por qué el actual sistema económico podría cambiarse, y la sociedad podría organizarse de manera que millones de personas no tengan que estar en una situación mísera. Que se conozca por qué tenemos el derecho de conocer para “ampliar y multiplicar nuestros deseos”, y para que algún día tengamos un mundo libre de miserias y privaciones.
Empecemos explicando las clases sociales.

2. Las dos grandes clases sociales

El sistema capitalista se caracteriza, en primer lugar, por el hecho de que las fábricas, los campos, los bancos, los comer­cios, es decir, los medios para producir, comerciar y para el intercam­bio, son propiedad privada de un grupo social, los capita­listas. Frente a ellos se encuentra una inmensa mayoría de personas que no son propietarias de ningún medio para producir, y deben trabajar para los capitalistas por un salario. Son los obreros.

Ser obrero o capitalista no es algo que podamos elegir a voluntad, porque está determinado por la forma en que está organizada la sociedad. Para comprender este importante punto, supongamos dos niños, uno hijo de obreros, el otro de empresa­rios. El primero, cuando llegue a adulto, a lo sumo tendrá como herencia la casa de sus padres; con eso no podrá para mantener­se, y deberá hacer lo mismo que hicieron sus padres: contratarse como empleado u obrero. Es decir, perte­nece a la clase obrera desde su nacimiento, a la clase que no es propieta­ria de los medios para producir. Es una situación que no elige, porque la conformación de la sociedad lo destina a ese lugar. El segun­do, en cambio, cuando llegue a adulto va a heredar la empresa de sus padres, y estará destinado "socialmente" a ser empresario. Como vemos, cada uno de estos niños pertenecerá a grupos sociales distintos. ¿Qué los distingue? El hecho de que uno de esos grupos es propieta­rio de los medios de producción, el otro no lo es. Los que no son propietarios están obligados a trabajar bajo el mando de los que son propieta­rios.

A los grupos de personas que se distinguen por la propiedad o no propiedad de los medios de producción, se los llama CLASES SOCIALES. La clase capitalista es la clase o grupo de gente propietaria de los medios de produc­ción. La clase obrera es el grupo que no es propietario de los medios de produc­ción y debe trabajar por un salario, bajo el mando de los capita­listas. Un obrero puede ganar más o menos dinero, pero mientras no sea propietario de las herramientas y máquinas con las que trabaja, y esté obligado a emplearse por un salario bajo las órdenes del empresario, seguirá perteneciendo a la clase obrera.

En esta sociedad existen dos grandes clases sociales, los propietarios de los medios de producción, que emplean obreros; y los no propietarios de los medios de producción, que trabajan como asalariados para los primeros.

Entre estas dos grandes clases sociales existe otra clase, que llamare­mos la pequeña burguesía. Este grupo ocupa una posición intermedia entre la clase obrera y la clase capitalista, porque por lo general tienen una propiedad (por ejemplo, un taxi, un pequeño comercio, son profesionales indepen­dientes), pero no emplean obreros, y viven de su trabajo.

También existen otros sectores, que son más difíci­les de clasificar; por ejemplo, los ladrones, los mendigos. Pero lo importante es que nos concentre­mos por ahora en las dos grandes clases, la capitalista y la obrera, para analizar qué relación existe entre ambas. Esta relación nos mostrará el secreto del funcionamiento de este sistema capitalista.

Antes de terminar este punto, queremos refutar una idea que tratan de inculcar, y que viene a decir que es "natural" que los seres humanos pertenezcan a clases diferentes. Según este argu­mento, pareciera que la naturaleza ha dispuesto que algunos vengan a este mundo siendo propietarios de los medios para producir y comerciar, y otros no. En el mismo sentido, se nos quiere hacer creer que hace muchos años, hubo un grupo de gente que ahorraba y trabajaba mucho, y otro que haraganeaba todo el día. Entonces, el primer grupo se hizo propietario, y a partir de allí sus hijos y todos sus descendientes ya no tuvieron que trabajar. Mientras que los del segundo grupo, los holgazanes, se vieron obligados a trabajar como empleados, y todos sus descendien­tes también, y ya no pudieron salir de esa situación.

Como se puede intuir, todos estos son cuentos para disimular el hecho de que esta sociedad está dividida en clases, que esta situación ha sido provoca­da por la evolución de la historia humana, y por lo tanto es modificable. Vea­mos ahora qué sucede cuando un obrero trabaja para el patrón.


3. La explotación I: ¿qué es el valor?

Vamos a comenzar por una pregunta que está en la base de toda la econo­mía: de dónde viene el precio de las cosas que compramos o vendemos. Aquí vamos a dar una explica­ción muy senci­lla, que nos servirá para lo que sigue.

Cuando hablamos de precio, nos referimos al valor económico que tiene una mercan­cía. Por ejemplo, si un reloj tiene un precio muy alto, decimos que tiene mucho valor; de un producto de mala calidad, decimos que vale muy poco. Entonces, ¿Qué es lo que da valor a las cosas? ¿Por qué algunas tienen mucho valor (son caras) y otras no?

En el siglo pasado, varios economistas llegaron a la conclu­sión de que lo que otorga valor a las mercancías (por lo menos, de todas las que se hacen con vistas a la venta) es el trabajo humano empleado para producir­las.

Por ejemplo, si un mueble tiene una madera muy pulida, si tiene muchas manos de barniz, es decir, si tiene muchas horas de trabajo invertidas en su fabri­ca­ción, tendrá más valor que otra mesa mal terminada, mal puli­da. Supongamos que en la primera se han empleado 20 horas de trabajo, y en la segunda 10 horas. La primera tendrá el doble de valor que la segunda y eso se manifestará en el precio: podemos suponer que la primera costará el doble de dinero que la segunda. Por ejemplo, si la primera vale 100 pesos y la segunda 50 pesos,[2] esa diferencia expresa­rá que en la primera se empleó aproximada­mente el doble de tiempo de trabajo para producir­la.

La fuente de valor es el trabajo humano que se invierte en producir, en modificar materias tomadas de la naturaleza, para crear los bienes de uso que empleamos en nuestras vidas.

Entonces el valor es una cualidad, una propiedad, de los bienes que compramos o vendemos, que tiene algo así como dos "caras": por un lado, es el tiempo de trabajo que se emplea para producir ese bien; ésta sería la cara oculta, la que no vemos a primera vista, cuando estamos en el mercado. Por otro lado, ese tiempo de trabajo se nos muestra en el precio, en el dinero que pagamos cuando lo compramos o que recibimos cuando lo vendemos; esta es la cara visible del valor, que hace que no nos demos cuenta de que, al comprar o vender cosas, estamos comprando o ven­diendo tiempos de trabajo.

Por eso, cuando decimos que un bien (una mesa, una camisa, etc.) vale tanto dinero, estamos diciendo en el fondo que se empleó una cierta cantidad de trabajo para producirla. A pesar de que esto no aparece a la vista, los empresarios siempre están calculando los tiempos de trabajo empleados. Por ejemplo, los empresarios del acero calculan que en Argentina, para producir una tonelada de acero, hoy hacen falta 11 horas de trabajo, en Brasil 8 y en México 12. Estas diferencias pueden estar dadas por las diferentes técnicas, o por otros motivos.

Por supuesto, un trabajo más complejo, más difícil, agrega más valor. Daremos un ejemplo. Supongamos que un campesino leñador va a un bosque y corta un árbol, y lo transporta hasta el pueblo, donde vende la madera, y que toda esa operación le lleva 10 horas de trabajo; supongamos que en cada hora de trabajo los hacheros generan 5 pesos de valor. Por lo tanto, este campesino podrá vender la madera en 50 pesos (10 horas de trabajo x 5 pesos = 50 pesos). Pero quien compra ahora la madera es un artesano, tallador experto, que saca de ella un bonito adorno. Supongamos que este artesano emplea otras 10 horas de trabajo, pero esta vez, como su trabajo es más complejo, más difícil, en cada hora de trabajo agrega 15 pesos de valor, en lugar de los 5 que generaba el leñador. Por lo tanto, habrá sumado a la madera un valor de 150 pesos (10 horas de trabajo x 15 pesos = 150 pesos). El adorno, de conjunto, valdrá 200 pesos = 50 pesos (valor creado por el leñador) + 150 pesos (valor creado por el tallador). Estos 200 pesos representarán 10 horas de trabajo "sim­ple", del leñador, y 10 horas de trabajo complejo, del artesano tallador. También podríamos reducir todo a horas de trabajo simple, por ejemplo, decir que los 200 pesos que vale el adorno representan 40 horas de un trabajo tan simple como el que realizó el leñador.

4. La explotación II: ¿qué es el plusvalor?
Conociendo qué es el valor, podemos saber cómo surge la ganancia del empresario. Veamos qué sucede cuando el obrero trabaja en una fábrica por un salario.

Supongamos que en una empresa el obrero utiliza un telar, e hila algodón. El algodón que emplea diariamente para hacer el hilado tiene un valor de 100 pesos. Supongamos también que el obrero hace un trabajo simple, durante 10 horas, y crea un nuevo valor, de 50 pesos. Por otra parte, por el desgaste del telar, los gastos de luz, agua, y otros, hay que agregar otros 10 pesos de valor. La cuenta es:

100 pesos que vale el algodón que emplea
+50 pesos que agrega el obrero con su trabajo diario de 10 horas
+10 pesos de gastos del telar, y otros gastos
Total: 160 pesos que vale el hilado.

¿Dónde está la ganancia del dueño de la empresa? ¿De dónde puede salir? Esta era la gran pregunta que se hacían los econo­mistas en el siglo pasado, y no acertaban a responder. La respuesta que dio Carlos Marx es la siguiente: el obrero agregó con su trabajo 50 pesos de valor al hilado. Pero el dueño de la empresa no le devuelve ese valor que produjo, porque sólo le paga de acuerdo a lo que necesita para mantenerse él y su familia, que será menos que los 50 pesos de valor que ha creado. Por ejemplo, si el obrero necesita -en promedio- 25 pesos por día para comer, vestirse, pagar el alquiler, mantener a sus hijos (aunque sea a nivel mínimo), el dueño de la empresa procurará pagarle sólo esos 25 pesos, que representan 5 horas de trabajo. De esta manera, el obrero habrá empleado 5 horas en producir un valor igual a su salario, de 25 pesos. Y otras 5 horas habrá trabajado gratis, produ­ciendo un PLUSVALOR o PLUSVALÍA de 25 pesos, que se los apropia el capitalista.

En algunos casos los obreros, con sus luchas, consiguen aumen­tos, por ejemplo, llevar la paga a 27 pesos; en otros casos, el dueño de la empresa logrará bajar el salario, por ejemplo a 23 pesos. Pero siempre existirá ese plusva­lor en favor del capital. Hagamos ahora las cuentas totales:

El dueño de la empresa invirtió: 100 pesos en comprar algodón; invirtió antes en las instalaciones y las máquinas, y esto se lo va cobrando poco a poco, cargando 10 pesos por día en sus costos[3]; además, pagó 25 pesos al obrero: Por lo tanto el costo del hilado para él es de 125 pesos. Pero como el obrero creó un nuevo valor "extra" por 25 pesos, podrá vender el hilado en 150 pesos. Le quedan 25 pesos de ganancia. Ahora, en cuentas:

100 pesos de algodón
+10 pesos de desgastes de la máquina
+25 pesos de salario del obrero
+25 pesos de plusvalía
Total: 160 pesos

Observemos entonces que el capitalista le paga al obrero no de acuerdo al valor que produjo, sino de acuerdo al valor de los alimentos, de la ropa, de la vivienda, que necesita para vivir. Por eso Marx dice que el dueño de la empresa le paga al obrero el valor de su fuerza de trabajo. El valor de la fuerza de trabajo es el valor de la canasta de bienes que consume el obrero para vivir y reproducirse.

De esta manera el dueño de la empresa dispone de una forma de generar ganancias sin tener que trabajar; o a lo sumo, traba­ja en la vigilancia de los trabaja­dores, en cuidar que éstos produz­can lo debido. Pero cuando es podero­so, contrata a los capataces y supervisores para esa tarea. A esto le llamamos explota­ción, porque el obrero produce más valor que el que recibe a cambio.

¿Por qué el capitalista pudo hacer esto? Recordemos lo básico: porque es el dueño de los medios de producción, es decir, de los medios para crear lo que necesitan los seres humanos para vivir. Sin herramientas, sin materias primas, sin dinero para mantenerse mientras produce, el obrero no puede vivir. Por eso está obligado a vender su fuerza de trabajo al empresario, y a producir plusvalía para éste. Recordemos lo que decíamos al comienzo: desde su cuna los obreros están destinados a ir a trabajar por un salario, porque no disponen de los medios para producir. Y si carecemos de herramientas y de las materias primas, si tampoco tenemos un pedazo de naturaleza para proveer­nos, es imposible alimentar­nos, vestirnos, tener vivienda. Estar carente de propiedad es como estar encadenado al capital; el obrero es libre sólo en aparien­cia.

5. ¿Qué es capital?
Ahora estamos en condiciones de definir qué es capital: es el dinero, los medios de producción, y las mercancías, que son propiedad de los empresarios y se utilizan en la extracción de plusvalía. Veamos esto con detenimien­to.

Cuando el empresario decide invertir su dinero, ese dinero es la forma que toma su capital. Con ese dinero compra el algo­dón, el telar, el edificio de la fábrica; por lo tanto, en esta segunda etapa, su capital está compuesto por algodón, telar, edificio de la fábrica; o sea, el capital del empresa­rio cambia de forma: antes era dinero, ahora se trans­formó en medios de produc­ción.

Pero además, nuestro empresario contrata obreros, y por lo tanto una parte de su dinero se transforma en el trabajo humano que genera la plusva­lía. Así, otra parte de su capital que tenía la forma dinero, ahora, mientras trabaja el obrero, se ha trans­formado en trabajo, que está creando valor.

Posteriormente, aparece el hilado terminado, que se destina­rá a la venta. Por consiguiente, ahora el capital tomó la forma de hilado, existe como hilado; nuevamente el capital cambió de forma. Por último, cuando el empresa­rio vende el hilado, habrá obtenido dinero, es decir, su capital ha vuelto a la forma de dinero.

Si lo analizamos desde el punto de vista del valor, podemos ver que, por ejemplo, había un valor igual a 1.000 pesos, que estaba en billetes; luego ese valor se transformó en medios de produc­ción (algo­dón, telar, etc.), y en trabajo de los obreros; al salir del proceso de produc­ción, los 1.000 pesos de valor se habían transfor­mado en hilado, y además se había engendrado una plusva­lía, supongamos de otros 50 pesos. Por lo tanto, el valor originario, de 1000 pesos, se ha incrementado; decimos que el valor se ha valorizado, gracias al trabajo del obrero. 

En vista de esto, podemos decir que el capital es valor en movimiento y transformación: primero aparece bajo la forma de dinero, luego de medios de produc­ción y trabajo, luego de mercan­cía, y por último de nuevo como dinero. Capital es entonces valor que genera más valor sustentado por la explotación de los obre­ros. El telar es capital porque está dentro de este movimiento; lo mismo podemos decir del algodón, de la fábrica, o del dinero.

Observemos que si el capitalista comprara el algodón y el telar, y contra­tara al obrero para que le hiciera un hilado para su uso personal, el dinero gastado, el algodón, el telar o el trabajo noserían capital. En este caso, el capitalista probable­mente estaría mejor vestido, pero no habría incrementa­do el valor del dinero que poseía; por el contrario, lo habría gastado. Sólo hay capital cuando se invierte con vistas a obtener una ganan­cia.

6. La acumulación de capital

Una vez puesto en funcionamiento un capital, es decir, una vez que un capita­lis­ta inició el proceso de comprar medios de produc­ción y fuerza de trabajo, para producir plusvalor, puede seguir acrecentando su capital.

Supongamos que un capitalis­ta tiene 10.000 pesos iniciales, invertidos en máquinas y materia prima, con los cuales explota a un obrero. Supongamos que este obrero gana 200 pesos mensuales, y produce otros 200 pesos de plusvalía por mes. Supongamos también que el capita­lista tiene ahorrado dinero, de manera que puede vivir como vive el obrero, durante varios meses. Si hace trabajar al obrero durante varios meses, y ahorra la plusvalía, al cabo de 50 meses habrá reunido un fondo de 10.000 pesos (200 de plusvalía por mes x 50 meses). Con este dinero ahora podrá comprar otra maquinaria y contratar un segundo obrero, al que le pagará también 200 pesos y del cual sacará otros 200 pesos de plusvalor. Con dos obreros bajo su mando, nuestro capitalista podrá utilizar 200 pesos de plusvalía para consumir y ahorrar otros 200 pesos de plusvalía por mes. O sea, ya no necesita vivir de su fondo de reserva; ahora vive de la plusvalía.

Así, al cabo de otros 50  meses tendrá otros 10.000 pesos, con los que podrá contra­tar a un tercer obrero. Si todo sigue igual, ahora obtendrá otros 200 pesos de plusvalía. Ahora podrá consumir un poco más, por ejemplo, vivir con 250 pesos, y le quedarán 350 para ahorrar. Ahora podrá contratar a un cuarto obrero en poco más de 28 meses. Si lo hace, y continúan las ventas de sus productos, y los salarios siguen al mismo nivel, su plusva­lía pasará a 800 pesos por mes. Y después de varios ciclos tendrá necesidad de ampliar su estable­cimiento, para contratar más obreros, que le darán más plusvalía. Por supues­to, ya no tendrá ninguna necesi­dad de vivir estrecha­mente. Y dispondrá de un capital de varias decenas de miles de dólares.

Este ejemplo es imaginario, pero en líneas generales se reproduce en la vida real. Muchos capitalistas en sus orígenes vivieron pobremen­te. De allí que muchos empresa­rios nos digan que ellos, o sus padres, o sus abuelos "empezaron desde cero". Pero esto no es cierto, porque tuvieron la posibili­dad de tener un pequeño capital inicial, y además tuvie­ron la suerte de que nada interrumpiera la acumulación. Si se dieron esas condi­ciones, a partir de la explotación del obrero el capitalista pudo acumular la plusvalía, acrecentando más y más su capital. Esto se llama la ACUMULACIÓN DE CAPITAL.

Por otra parte, los obreros, condenados a vivir con 200 pesos mensuales -el valor de su fuerza de trabajo- no pueden acumular. Después de varios años habrán perdido su salud traba­jando, y estarán tan pobres como cuando empeza­ron. En el otro polo, el capitalista habrá acumulado riqueza. El hijo del obrero estará condenado, con toda probabilidad, a repetir la historia de su padre. El hijo del capitalista estará destinado a otra histo­ria, porque iniciará su carrera sobre la base de la riqueza acumulada.

Volvemos en cierto sentido al principio, pero ahora viendo cómo este movimiento del capital reproduce en un polo a los obreros y en el otro a los capitalistas, es decir, reproduce las clases sociales. Y no sólo las reprodu­ce, sino que las reproduce de forma ampliada, porque el capitalista cada vez contrata más obreros, al tiempo que concentra más capital.

Si los capitalistas se enriquecen cada vez más, si con ello aumentan las fuerzas de la producción y la riqueza, y si los traba­jado­res siguen ganando lo mismo, entonces, en propor­ción, los traba­jadores son cada vez más pobres. Incluso los obreros pueden aumentar el consumo de bienes, pero no por ello dejan de ser pobres, porque la pobreza o la riqueza están en relación con la situación de la sociedad y el desarrollo de la producción. Por ejemplo, en el siglo 19 prácticamen­te ningún trabaja­dor tenía reloj; el reloj era para los ricos y nadie se considera­ba extremada­mente pobre si no tenía reloj. En las fábricas hacían sonar unas sirenas para desper­tar a los obreros a las mañanas y anunciar la hora de entrada al trabajo. Sin embargo hoy, en Argenti­na un obrero que no tenga dinero para comprar un reloj (aunque sea uno "descartable") es considerado extremada­men­te pobre. Con relación a la riqueza producida por las modernas fuerzas productivas, podemos decir que los obreros y las masas oprimidas son hoy tan o más pobres que lo eran hace cien años.

7. La lucha entre el capital y el trabajo y el ejército de desocupa­dos

Pero a medida que ha ido creciendo el número de obreros agrupa­dos bajo el mando de los capitales, se fueron organizando para luchar por una parte de esa riqueza. Los sindicatos, los partidos obreros y otras formas de organización surgieron al calor de este movimiento de los trabajadores. Los obreros pelearon por aumentos del salario, para que se les pagara mejor el valor de lo único que pueden vender, su fuerza de trabajo. Esta es una manifestación de la lucha de clases en la sociedad capitalista, es decir, de la lucha en defensa de los intereses de clase, unos por aumentar la explotación, otros por ir en el sentido contrario. Todas las mejoras de los trabajadores se consiguieron gracias a esa presión, a las huelgas, manifestacio­nes, incluso revolu­ciones contra el sistema explota­dor.  Las mejoras de vida de la clase obrera no fueron el resultado de la bondad de los empre­sarios, sino conquistas que se arrancaron con pelea, es decir, con la lucha de la clase obrera. Los políticos de la burguesía, así como la iglesia y otros ideólogos, tratan de frenar y desviar la lucha de clases, predicando la conciliación entre obreros y patronos. Los actuales dirigentes de los sindica­tos, que han pasado al lado de la patronal, hacen lo mismo. Los revolu­cionarios, en cambio, mostra­mos la raíz de la explotación para fortalecer la concien­cia de clase obrera, para demos­trar que la lucha entre el capital y el trabajo es inevitable y necesaria, y el único camino para acabar con la explotación.

A pesar de las gigantescas luchas obreras dentro del sistema capitalista, los empresarios lograron, a lo largo de la histo­ria, mantener a raya los salarios; los trabajado­res muchas veces obliga­ron a ceder, pero nunca pudieron hacer desapa­recer la plusvalía con la lucha sindical. Tomemos el ejemplo anterior, en donde al obrero le pagaban 25 pesos diarios por su fuerza de trabajo, y produ­cía 25 de plusvalía. Dijimos que las luchas obreras podían arrancar aumentos de salario y dismi­nuir la plusvalía. Por ejemplo  llevar el salario a 27 pesos y la plusvalía a 23 pesos. Tal vez a 30 de salario y 20 de plusva­lía; incluso si la lucha obrera fuera muy fuerte, y los capitalistas estuvie­ran muy necesitados de trabajo, los salarios podrían llegar a 35 pesos por día y la plusvalía bajar a 15. ¿Puede seguirse así hasta acabar con la plusvalía y la explota­ción?

La experiencia nos muestra que no, que esta lucha económica tiene un límite. Llegado un punto los capitalistas aceleran las innovacio­nes, introdu­cen maquinarias que reemplazan la mano de obra y despiden obreros. Marx cuenta un caso de una zona de Inglaterra en que  faltaban cosechadores, y los trabajado­res conseguían más y más aumentos salariales. Pero llegó un momento en que a los empresa­rios les convino comprar máquinas cosechado­ras, en lugar de contratar obreros. Al poco tiempo había enormes masas de desocu­pados, que pelea­ban por un puesto de trabajo, y los sala­rios se desplomaban. Hoy en todos lados los capitalistas reempla­zan a los obreros por máquinas; en las fábricas automotri­ces, por ejemplo, en muchas líneas de montaje los robots hacen el trabajo de varios obreros.

Así se generan más y más desocupados, es decir, se crea un EJÉRCITO DE DESOCU­PADOS, que es la principal arma que tiene el capital para derrotar las luchas sindicales. Por eso Marx decía que la maquinaria se ha transformado en un arma poderosa contra la clase obrera. La maquinaria debería ser un instrumento para liberar al ser humano de las penalidades del trabajo manual, pero bajo el dominio del capital se convierte en un instrumen­to para esclavi­zar más al obrero; porque crea desocu­pados, pero también porque los que conservan el empleo son sometidos a mayores ritmos de producción, a peores salarios.

Pero existe otra vía por la cual se crea desocupa­ción. Cuando los capitalistas ven que las ganancias están dismi­nuyendo, comienzan a interrumpir sus inversio­nes. Por ejemplo, el empresario que vende el hilado, en lugar de contratar de nuevo a los obreros, guarda el dinero a la espera de que mejoren las condi­ciones para sus negocios. Cuando muchos capitalistas hacen lo mismo, hablamos de una crisis, y por todos lados aparecen obreros sin trabajo. En estos períodos se crean enormes masas de desocupados.

En el mundo capitalista desde hace por lo menos 20 años que ha estado creciendo la masa de desocupados, porque se frenaron las inversiones y porque se introdu­cen maquina­rias que desplazan a los obreros. Cuando se habla de la cantidad de robos que existen actualmente, de que no hay seguridad en las calles, de que las cárceles están llenas, se pasa por alto la raíz del fenómeno: la explotación capitalista y las leyes de la acumula­ción. Estos desocupados y marginados por el sistema presionan hacia abajo los salarios; y los capitalistas chantajean a los que tienen trabajo con la amenaza de mandarlos a la miseria si no se someten a sus exigencias.

El capitalismo crea constantemente una masa de marginados, de pobres absolutos, que son utilizados como arma de dominación contra la clase obrera.

Tomar conciencia de los límites de las luchas por las reivindica­ciones económicas es fundamental para que la clase obrera no siga atada a los políticos de la burguesía y para empezar a forjar su independencia de clase, esto es, sus propias organizaciones, con un programa y una estrategia que apunten contra la explotación del capital.

8. Hablan defensores del sistema capitalista
Hace años, cuando el sistema capitalista estaba surgiendo, los defensores del sistema capitalista eran bastante conscientes de lo que estaba sucediendo.

Para verlo, volvamos un momento al señor Mandeville, quien escribía:[4]
La única cosa que puede hacer diligente al hombre que trabaja es un salario moderado: si fuera demasiado pequeño lo desanimaría o, según su temperamento, lo empujaría a la desesperación; si fuera demasiado grande se volvería insolente y perezoso…”

Observemos en esto tan importante: hay que mantener a la gente de manera que esté siempre “a raya”; si los salarios son altos, los obreros son “insolentes”, o sea pueden desafiar al patrón. Mandeville continúa:
“… en una nación libre, donde no se permite tener esclavos, la riqueza más segura consiste en una multitud de pobres laboriosos”

Efectivamente, “pobres laboriosos”, esto es, gente que trabaja y es pobre. Vean más abajo cómo éste es un rasgo típico del sistema capitalista actual.

Otro autor defensor del sistema capitalista, llamado Morton Eden, escribía:
Las personas de posición independiente deben su fortuna casi exclusivamente al trabajo de otros, no a su capacidad personal, que en absoluto es mejor que la de los demás. Es… el poder de disponer del trabajo lo que distingue a los ricos de los pobres…”

Morton Eden también decía que lo que convenía a los pobres no era una situación “abyecta o servil”, sino “una relación de dependencia aliviada y liberal”. Esto para que estén más entusiasmados por trabajar. Pero que nunca ganen lo suficiente como para liberarse del capitalismo.

Otro teórico, llamado Storch, escribía:
El progreso de la riqueza social engendra esa clase útil de la sociedad que ejerce las ocupaciones más fastidiosas, viles y repugnantes, que echa sobre sus hombros todo lo que la vida tiene de desagradable y de esclavizante, proporcionando así a las otras clases el tiempo libre, la serenidad de espíritu y la dignidad convencional del carácter.”

Una clase hace las tareas más “fastidiosas”, para que la otra clase tenga tiempo libre para disfrutar sus countries, Punta del Este, recreaciones de todo tipo y puedan, además, cultivar sus exquisitos espíritus.

Un reverendo, llamado Towsend, agregaba:
“… el hambre no sólo constituye una presión pacífica, silenciosa e incesante, sino que además… provoca los esfuerzos más intensos

Este señor “lo tenía muy claro, como se dice hoy: la amenaza del hambre es una “presión silenciosa” que hace trabajar intensamente. ¿Qué trabajador no se siente reflejado en estas palabras?

Pero además, estas viejas ideas, ¿se siguen defendiendo hoy? La respuesta es que sí, que se siguen defendiendo. Por ejemplo, a los alumnos de Ciencias Económicas se les enseña, en los cursos que dictan los docentes que adhieren a la doctrina “oficial”, que:

a) Debe existir un nivel de desempleo, que ellos llaman “natural”, para que la economía funcione de mil maravillas.
b) Que por lo tanto el gobierno no debe intentar bajar esa tasa natural; lo único que puede hacer es deteriorar más las condiciones de trabajo y bajar salarios.
c) Que el que está desocupado es porque quiere, porque no acepta trabajar por el salario que se le ofrece. Hace algunos años, en 2001, un alto funcionario del Ministerio de Economía dijo que la desocupación en Argentina era voluntaria. Lo dijo cuando millones de seres humanos estaban desesperados buscando un trabajo.

Estas teorías justifican entonces la desocupación y los bajos salarios, porque de lo que se trata es de mantener sobre los obreros esa “presión pacífica, silenciosa e incesante” para que hagan los “esfuerzos más intensos”, de manera que siga aumentando la acumulación de riqueza y el goce de la clase propietaria de los medios de producción.

9. El racismo, la discriminación, la xenofobia, ayudan al capital
El capitalismo no sólo ha dominado a través de la desocupación y la amenaza del hambre. O de la represión abierta de los trabajadores cuando éstos quisieron cuestionar seriamente el sistema (aunque este aspecto del problema no lo vamos a tocar en este curso).

El sistema capitalista también ha dominado con las divisiones que se producen entre los trabajadores a partir de la discriminación. De múltiples maneras en la sociedad se inculca la idea de que, por ejemplo, los negros son inferiores. Expresiones como “negro villero” son comunes, y meten la idea de que una persona de piel oscura puede ser sometida a las peores condiciones de trabajo porque “es un ser inferior”.

De la misma manera las mujeres son discriminadas sistemáticamente. Por ejemplo, está comprobado que en promedio, y por igual trabajo, una mujer gana un 30% menos de salario que el hombre.

Otro ejemplo es lo que sucede con nuestros hermanos paraguayos, bolivianos, peruanos. Constantemente en los medios se los presenta como “sucios”, “ladrones”, incluso como “no ciudadanos”. Hace un tiempo el diario Crónica tituló una noticia: “Mueren tres ciudadanos y dos bolivianos en un accidente de tránsito”. De esta manera también a ellos se los presiona para que acepten las peores condiciones de trabajo.

Todo luchador social debería combatir por todos los medios estas formas de discriminación, que dividen al pueblo. Toda división del pueblo trabajador sólo favorece el dominio del capital. Y no habrá liberación de los trabajadores de la explotación del capital en tanto no superemos estas lacras.  

10. La competencia y la concentración de la riqueza

Si bien los capitalistas están unidos cuando se trata de mantener la explotación, entre ellos existe la más feroz compe­tencia. Cada empresario trata de vender más que sus competidores, sacarle clientes. Para eso, cada uno busca aumentar la explotación de sus obreros y tecnificarse. Si un capitalista descubre una técnica mejor para producir, procura que la competencia no la conozca, con la esperanza de bajar los precios y arruinar a los otros. Los capita­listas que no logran seguir el ritmo de la renovación tecnológica, se arruinan y son absorbi­dos por la competencia o van a la quiebra.

Por eso Marx decía que la competencia es como un látigo, que obliga a cada empresario a ir hasta el fondo en la explotación de sus obreros. Esta es una ley de hierro en la sociedad actual. Por esta razón la explotación no tiene que ver con la buena o mala voluntad de algunos empresa­rios indivi­duales. Puede haber dueños de empresas que consideren inhumanas las condi­ciones en que viven los trabajado­res, pero seguirán manteniendo los salarios bajos y exigiendo más y más ritmo de trabajo, argumentan­do que "si no lo hacemos la competencia nos va a arruinar". Por eso no hay que esperar que los capitalistas "compren­dan" las necesidades de los trabajadores y modifiquen voluntaria­mente sus comporta­mientos.

Hoy este impulso del sistema capitalista se ve multiplicado por la competen­cia inter­nacional. Los capitalistas de todos los países están lanzados a una carrera desespe­rada por bajar los costos, por aumentar la explotación, para sobrevivir en el Mercosur y en otros mercados mundializados. Los empresarios hacen un chantaje a los trabajado­res porque dicen: "si no aceptan todas las condicio­nes de trabajo que impongo, voy a invertir en otro país".

Esta lucha entre los capitalistas por aumentar la explotación para sobrevivir es la razón principal por la cual en el capitalismo existe un impulso permanente a aumentar la explotación.

En la lucha entre los capitales, inevitablemente muchos caen, y son "comi­dos" por los más fuertes. Como dice el dicho popular, el pez gordo se come al pez chico. Todos los días se fusionan capita­les, hay empresarios que compran fábricas en quiebra, hay comercios y bancos que caen en problemas y no pueden sobrevi­vir. Millones de cuentapropis­tas, de peque­ños campesi­nos, aun de pequeños empresarios, se funden, y van a la pobreza absoluta o a trabajar de obreros. Un ejemplo es lo que sucedió con la entrada de los hipermercados. Miles y miles de almaceneros, panaderos, carniceros, se arruina­ron y ellos, o sus hijos, tuvieron que emplearse como asalariados, muchas veces en los mismos supermer­cados que los hundieron.

Así los capitales cada vez más se concentran en pocas manos. Hoy, las 200 corpora­ciones más grandes del planeta tienen ventas equiva­lentes al 28% de la activi­dad económica del mundo­. En cada país podemos ver cómo un puñado de 300 o 400 empresas tiene un peso descomunal en la economía; algunas compañías transna­cio­nales tienen ventas anuales por sumas que superan larga­mente los presu­puestos de la mayoría de los países. En manos de algunas decenas de miles de grandes capitalistas se concentra el poder de dar trabajo o no a cientos de millones de desposeí­dos.

11. ¿Qué es el capitalismo hoy?
Lo que explicamos teóricamente tiene su reflejo en la realidad del mundo. El sistema capitalista impulsa a aumentar la explotación. Tengamos entonces una visión global.

En todos los países se procura que cada producto “contenga el máximo posible de trabajo impago” y para eso todo capitalista busca acelerar los ritmos de trabajo y reducir el valor de la fuerza de trabajo. Se desarrolla de así un hambre incesante por el plusvalor, por el tiempo de trabajo excedente. ¿Por qué puede el capital imponer esto?

Una razón es la amenaza de mudar plantas o de no invertir si la fuerza laboral no se allana a las exigencias del capital. Los empresarios muchas veces dicen: si los sindicatos de este país no aceptan tal o cual condición laboral, o tal o cual salario, nos vamos a otro país. O sea, es el chantaje de la llamada huelga de inversiones. “Si no se allanan a lo que pido, no invierto”. También está la presión de las importaciones. Es que hay empresarios que dicen: “si no se aceptan estos salarios y condiciones de trabajo, cierro la empresa porque me conviene importar más barato desde otro país”.

En segundo lugar, como hemos dicho, por la presión que ejercen el ejército de desocupados. Según la Organización Internacional del Trabajo, en 2004 había unos 188 millones de desocupados en el mundo. En Argentina la desocupación, a pesar de que bajó en los últimos años, sigue siendo muy alta.

A esto se suman las corrientes migratorias de mano de obra, especialmente hacia los países adelantados. Y la incorporación a la fuerza laboral de mujeres, niños, inmigrantes y minorías que en su mayoría tiene bajos índices de sindicalización.

De esta manera reaparecen formas de explotación que nos retrotraen a las escenas de Inglaterra de los siglos 18 y 19 en los orígenes del capitalismo industrial. Por ejemplo, en las fábricas de computadoras de China se imponen condiciones que pueden calificarse directamente de “carcelarias”; en muchas empresas los trabajadores o trabajadoras no pueden hablar, no pueden levantarse para ir a tomar agua o al baño; existen regímenes de castigo durísimos por faltas leves o distracciones, con jornadas de trabajo que pueden prolongarse hasta 16 horas. En muchas fábricas las trabajadoras duermen en las empresas, en condiciones extremadamente precarias. El desgaste físico y nervioso es tan grande que a veces son “viejas” con apenas 30 años; además hay problemas auditivos y visuales, debido a las largas horas que pasan probando monitores y equipos. Sobre los salarios, escuchemos este testimonio de C., trabajadora en una empresa china de productos electrónicos:
He estado en la fábrica desde hace dos años y medio y lo más que he ganado ha sido un poco más de 60 dólares (por mes). Eso fue lo que obtuve después de haber trabajado más de 100 horas extra. … ¿Cómo puede ser eso suficiente para nosotros? Uno tiene que comprar por lo menos las provisiones diarias y si me compro algo de ropa se me termina el sueldo. Es incluso peor en la temporada baja, cuando no tenemos horas extra. Cuando nos obligan a tomar un día porque no hay pedidos y no tenemos trabajo que hacer, nos lo deducen del sueldo”.

En muchos sectores y países se repiten estas situaciones. El siguiente es un testimonio de K., un trabajador del vestido de Bangladesh:
No he tenido descanso en dos meses y trabajo desde las 8 de la mañana hasta las 9 o 10 de la noche; algunas veces incluso toda la noche. Por eso estoy enfermo. … Tengo fiebres y no tengo energía. … No pagan las horas extras, dicen que he trabajado 30 o 40 horas en un mes cuando en realidad he hecho 150. No hay registro, de manera que pueden decir lo que quieren”.

Y el siguiente es el testimonio de Helena, ex trabajadora nicaragüense de una maquila:
Los malos tratos eran permanentes. Cualquiera pue­de cometer un error: si te equivocabas, te golpeaban en las manos, en la cabeza, te trataban de burra, de animal. Si parabas un segundo para tomar un vaso de agua, aullaban. El salario de base era de 22 dólares por semana. Yo llegaba a las 7 de la mañana y salía, en general, a las 9 de la noche; hacía cuatro horas extras, pero me pagaban dos 

Seguramente cada uno de ustedes puede encontrar testimonios semejantes en Argentina. Indaguemos cómo se trabaja en talleres, en comercios, en empresas del transporte. Ausencia de derechos sindicales, falta de respeto a cualquier norma de seguridad o higiene, desconocimiento de francos y licencias por enfermedad, salarios que muchas veces no alcanzan siquiera para mantenerse con el mínimo de subsistencia.
Por otra parte se calcula (datos de 2000) que en el mundo trabajan unos 186 millones de niños y niñas de entre cinco y 14 años; de ellos, 5,7 millones realizan trabajos forzados; 1,8 millones están en la prostitución y 0,3 millones en conflictos armados.
Pero si se toman los que trabajan en forma intermitente, la cifra se eleva a entre 365 y 409 millones, y si se agrega el trabajo no contabilizado de las niñas –en su mayoría hogareño- la cifra oscila entre 425 y 477 millones. Los niños y niñas realizan trabajos tan diversos como agricultura, confección, fabricación de ladrillos, actividades mineras, armado de cigarros, cosido de pelotas de béisbol o pulido de piedras preciosas, entre otros. Casi por regla general están sometidos a condiciones infrahumanas, son prácticamente esclavos privados de su niñez y, por supuesto, de todo acceso a la educación; en los países subdesarrollados uno de cada siete niños o niñas en edad escolar no concurre a la escuela. Dicen dos economistas del Banco Mundial:
En los noventa, luego de la Convención de los Derechos del Niño (1989) y una confluencia de factores desde la globalización a la recolección sistemática de estadísticas por la Organización Internacional del Trabajo, el Banco Mundial y diversos países, el mundo se hizo consciente de que desde una perspectiva global la situación del trabajo infantil no era mucho mejor de lo que había sido durante la Revolución Industrial.”
Aclaremos que durante al Revolución Industrial, ocurrida en Inglaterra a fines del siglo 17, se registraban abusos terribles de explotación del trabajo infantil. Desde entonces se nos ha dicho que aquellas épocas habían quedado definitivamente en el pasado, que en el capitalismo moderno ya no sucedían. Pero vemos que no es así, que siguen sucediendo y a una escala mayor, porque ahora se trata del capitalismo en todo el mundo.
Incluso en países desarrollados como Gran Bretaña, Francia o Estados Unidos muchos menores en edad escolar están trabajando. En Gran Bretaña algunos estudios consideran que en los últimos 35 años entre un tercio y dos tercios de los niños en edad escolar estuvieron en trabajos remunerados; si se toma en cuenta a quienes alguna vez trabajaron (en lugar de a quienes están trabajando en el momento de la encuesta) la cifra se eleva a entre el 63 y 77%.
En la Unión Europea de conjunto en los noventa aproximadamente un 7% de los niños de entre 13 y 17 años trabajaba.

En lo que respecta a las mujeres, en promedio reciben un salario equivalente a las dos terceras partes de lo que reciben los hombres, muchas veces carecen de protección frente a malos tratos y abusos; y sufren más agudamente la precarización laboral que los hombres, además de estar obligadas a realizar trabajos por los que no reciben en absoluto remuneración alguna.

En los países desarrollados también se registra la tendencia al aumento de la explotación de la clase obrera en su conjunto. Por ejemplo en Gran Bretaña en los últimos años se facilitó y abarató el despido de trabajadores, se estableció que los chicos de 13 o 14 años pueden ser empleados hasta 17 horas semanales, se extendió el contrato temporario, se redujeron las licencias, se suprimió el salario mínimo, se extendieron los “períodos de prueba” (hasta 24 meses), se suprimió el límite a la jornada de trabajo (incluso para los jóvenes de 16 a 18 años) y se dio plena libertad para trabajar los domingos. En algunos sectores los salarios apenas permiten reproducir el valor de la fuerza de trabajo. Un obrero típico de la industria de la confección de Birmingham, con 17 años de antigüedad, a mediados de la década de 1990 debía destinar dos terceras partes de su salario a pagar el alojamiento y las facturas de electricidad. En la industria del vestido son “normales” jornadas de 12 horas por día de lunes a viernes y 8 horas los sábados, y es común encontrar empresas que no pagan las horas extras ni los días de ausencia por enfermedad. Como resultado de la caída general de los ingresos de los trabajadores y de la desocupación de largo plazo, a mediados de la década se constataba que el número de gente sin hogar se había duplicado, que el 26% de los niños dependía de la ayuda social para vivir, que 13,7 millones de personas vivían en la pobreza, que había 1,1 millones menos de empleos a tiempo completo que en 1990, que 300 mil personas ganaban menos de 1,5 libras por hora y aproximadamente 1,2 millones menos de 2,5 libras por hora.

En lo que respecta a Estados Unidos, a mediados de la década de 1990, sobre los 38 millones de estadounidenses que vivían por debajo de la línea de la pobreza, 22 millones tenían un empleo o estaban ligados a una familia en la cual uno de sus miembros trabajaba; esto dio origen a la expresión “hacerse pobre trabajando”. Además, y obligados a compensar los bajos salarios, casi 8 millones de personas tenían doble empleo. Por otro lado la duración media anual del trabajo aumentó el equivalente de un mes desde la década de 1970; en algunas empresas del automóvil había asalariados que trabajaban hasta 84 ho­ras por semana.
En lo que hace a los procesos de trabajo, a partir 1988 se extendió toyotismo. Con esta forma de organización de organización laboral la dirección de la empresa fomenta la competencia entre los trabajadores y debilita la solidaridad sindical; introduce la multiplicidad de tareas; reduce las calificaciones y aumenta la “íntercambiabilidad” de los puestos; disminuye la importancia de la antigüedad o incluso la abandona o modifica; descarga en los obreros una mayor responsabilidad por el cumplimiento de las tareas, sin compensación salarial y sin darles mayor autoridad; y  fomenta el sindicalismo de empresa en detrimento de la unión a nivel de ramaEl resultado es el trabajo súper intensivo:
Mientras en las plantas manufactureras tradicionales el proceso de trabajo ocupa al obrero con experiencia aproximadamente 45 segundos por minuto, en las plantas de producción flexible la cifra es de 57 segundos. Los trabajadores de producción en las líneas de ensamblaje de Toyota en Japón hacen 20 movimientos cada 18 segundos, o un total de 20.600 movimientos por día” (tomado de un estudio sobre el toyotismo).

El ataque a las condiciones laborales abarca también a países con fuerte tradición sindical y de izquierda. En algunos lugares la ofensiva del capital comenzó por los trabajadores inmigrantes, aprovechando la inseguridad jurídica a la que están sometidos.
En Francia, por ejemplo, el trabajo en negro y la contratación a tiempo parcial de inmigrantes están extendidos en la construcción (pública o privada), limpieza, hotelería, gastronomía, confección de ropa y agricultura, entre otras actividades. Los salarios de estos trabajadores son inferiores hasta un 50% a la media  y carecen de organización.
En Alemania el capital y el gobierno están empeñados, desde hace años, en una campaña por reducir salarios sociales y prolongar la jornada laboral.

Además, se atacan los salarios sociales, los sistemas de jubilación y salud. Italia, Alemania y Suecia son representativas de la tendencia. Y en todos lados se tiende al disciplinamiento de la fuerza laboral mediante el desempleo y a la precarización laboral.
Como resultado de estos procesos en la mayoría de los países aumentó la desigualdad. Según la OIT, que realizó un estudio (publicado en 2004) de 73 países, en 12 desarrollados, 15 atrasados y 21 países con “economías en transición”, aumentó la desigualdad entre el decenio de 1960 y el decenio de 1990; estos 48 países comprenden el 59% de la población total de los países bajo estudio. En tres países desarrollados, 12 atrasados y uno con “economía en transición”, que de conjunto representan el 35% de la población bajo estudio, la distribución se mantuvo estable. Por último, sólo en dos países desarrollados y siete atrasados (y ninguna economía en transición) mejoró el ingreso

12. Desarrollo cada vez más desigual y carencias y padecimientos sociales
Una de las teorías que se han planteado muchas veces es que a medida que el capitalismo se desarrolla, y se hace más mundial, los ingresos entre los países tienden a igualarse. Pero la realidad es otra. Según las Naciones Unidas (Informes sobre el desarrollo humano) si la diferencia entre el ingreso de los países más ricos y los más pobres era de alrededor de tres a uno en 1820, había pasado a 35 a 1 en 1950, a 44 a 1 en 1973 y a 72 a 1 en 1992; y a comienzos del nuevo siglo llegaba a 77 a 1.

Por otra parte, se puede ver la desigualdad de riqueza e ingresos que se genera en este sistema. Los datos, también de las Naciones Unidas y otros organismos internacionales, nos dicen que el 20% de los seres humanos que vive en los países más ricos participa del 86% del consumo privado total; utiliza el 58% de la energía mundial y el 84% del papel; tiene el 87% de los vehículos; representa el 91% de los usuarios de Internet y tiene el 74% de las líneas telefónicas totales.

En el otro polo, el 20% de la población que vive en los países más pobres participa con sólo el 1% del consumo total; utiliza el 4% de la energía, el 1,1% del papel, tiene menos del 1% de los vehículos y el 1,5% de las líneas telefónicas.

En Argentina también se ha producido una gran polarización social. Así, en 2006, el 10% más rico de la población tiene ingresos 31 veces más altos que el 10% más pobre. Esto significa que en el 10% más rico cada persona gana, en promedio, $2012, mientras que en el 10% más pobre cada persona gana sólo $64. En el 10% más pobre que sigue a este estrato, cada persona gana sólo $143. Esta situación se ha mantenido desde los años noventa, más o menos estable.

Más en general, agreguemos que de los 4.400 millones de habitantes que están en los países llamados “en desarrollo”, casi tres quintas partes no tienen las infraestructuras sanitarias básicas, casi un tercio no tiene acceso al agua potable, una quinta parte no tiene acceso a servicios modernos de salud; un tercio de los niños menores de cinco años sufren malnutrición, 30 mil mueren por día por causas prevenibles y uno de cada siete niños en edad de escuela primaria no asiste a la escuela.

A comienzos del nuevo siglo había 840 millones de personas en todo el mundo desnutridas, lo que representaba el 14% de la población mundial. Recordemos que en 1980 vivían en condiciones severas de desnutrición 435 millones de personas, que representaban el 9,6% del total mundial.

De los 840 millones de personas que hoy están desnutridas, 10 millones se encuentran en los paí­ses adelantados, 34 millones en los ex países socialistas en transición al capitalismo y 798 millones en los países atrasados.

En República del Congo, Somalia, Burundi y Afganistán, más del 70% de la población está desnutrida. Según la Organización Mundial de la Salud, las posibilidades de vida de un recién nacido en un país avanzado son 12 veces mayores que las de un recién nacido en un país atrasado; si éste nace en África subsahariana es 23 veces mayor.

En Argentina, un país “granero del mundo”, que puede alimentar a 300 millones de personas, hay hambre crónica, millones que no alcanzan al mínimo calórico diario vital.

La Agencia Católica para el Desarrollo señala una cifra que en sí misma constituye todo un símbolo de la desigualdad: la vaca promedio europea recibe un subsidio de 2,2 dólares por día,más que el ingreso diario que recibe la mitad de la población mundial.

13. Conclusión
Hemos visto por qué y cómo el sistema capitalista tiende a generar en un polo una riqueza creciente, y cada vez más concentrada, y en el otro polo masas de gente que está obligada a hacer trabajos monótonos, repetitivos, o con salarios bajos y condiciones laborales precarias, sometidos a presión constante. Y también por qué se regeneran, periódicamente, grandes ejércitos de desocupados.

Todo esto nos obliga a ubicar las luchas reivindicativas, por mejoras laborales, por seguros de desempleo, por salud y educación, en una perspectiva correcta. Esto es, peleamos por mejorar en todo lo posible dentro del sistema; necesitamos defender  reformas que hagan más llevadera la vida bajo el sistema capitalista. Pero al mismo tiempo hay que tomar conciencia de que estas mejoras tienen un límite. Como decía una gran socialista europea de principios del siglo 20, llamada Rosa Luxemburgo, en tanto no se acabe este sistema de explotación los sindicatos y los trabajadores estarán obligados a recomenzar siempre sus luchas, porque el hambre por el plusvalor del capital es insaciable. Lo cual plantea la necesidad de tomar conciencia de que existe un problema de fondo, que es social, y a él tenemos que apuntar.

NOTAS

[1] Esto lo tomamos de un libro que escribió Carlos Marx, El Capital, donde cita a Mandeville.
[2] Esto siempre es aproximado, porque la primera mercancía puede tener un precio de 101, 102, 99, etc., y lo mismo sucede con la segunda: puede costar 48, 51, 49, 53, etc. Es decir, los precios oscilan alrededor de un promedio.
[3] Calcula que al cabo de determinado tiempo habrá recuperado esa inversión para comprar de nuevo máquinas y la fábrica.
[4] Todas las citas las tomamos de El Capital, de Marx.