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8 de julio de 2024

LEGISLATIVAS FRANCESAS. ÉXITO ANTIFASCISTA ENVENENADO


Por Marat

El fantasma lepenista en Francia tendrá que esperar una mejor ocasión. El bisoño pelele de 28 años de Madame Le Pen, Jordan Bardella, no será primer ministro; ni seguramente ella lo pretendía tampoco. De otro modo, hubiera presentado para dicho cargo a un personaje con mayor peso, empaque y trayectoria política. La carrera hacia la Presidencia de la V República francesa está siendo para Marion Anne Perrine Le Pen más larga de lo que ella quisiera. Trece años han pasado desde que sucedió a su padre, Jean Marie, en la dirección del Front National (FN), al que cambió de nombre en 2018 por el de Rassemblement National, en un claro guiño al gaullismo -el partido fundado por Charles de Gaulle en 1958 se llamó Rassemblement du Peuple Français- al que ha apelado con frecuencia para separarse del poujadismo charcutero en el que estuvo presente su padre, junto con antiguos dirigentes nazis del colaboracionismo de la Francia ocupada y ex paracaidistas de la guerra de Argelia, un movimiento golpista al que de Gaulle no fue ajeno pero de cuyo proceso se postuló como salvador, hacia una extrema derecha nacional, patriótica (a Francia le pierde su nacionalismo transversal), popular y social; en definitiva, políticamente aceptable (¡qué fascismo tan normal y de andar por casa!), en un país en el que la idea de pueblo (la nación en la revolución francesa) sustituye a la de clase. Fue el marxista Anton Pannekoek quien afirmó “El pueblo no existe. Sólo existen las clases”.

La primera vuelta de las elecciones legislativas francesas indicaba que el maquillaje de “la Francia calmada”, que Marine Le Pen lanzó en 2016, conociendo la contradicción nacida de un régimen político liberal con el llamado Estado Bienestar, en el que el capital nacional e internacional ya no necesitaba del pacto social con un clase trabajadora descompuesta e integrada y una izquierda política derrotada y sin proyecto, iba a ser un éxito.

El discurso oficial de la opinión “democrática” insistirá durante un tiempo en la idea de lo inesperado, de la sorpresa de la reacción democrática y popular. Algo hay de ello.

Existe una Francia que no se ha entregado a los fascistas. Está compuesta tanto de una idea desorganizada, como organizada de clase que no se ha creído el travestismo social y hasta obrerista, desde hace ya dos años opuesto a las políticas de protección social contra la pobreza de todos, que defiende el “ius sanguinis” contra la vieja y decente “ius solis” y una clase burguesa, que defiende libertades, muy poco sociales, pero que sabe que sus modos de concebir sus vidas privadas también acabarían siendo atacadas.

Entre la revolución de 1789 y la de Comuna de París de 1871 hay casi 100 años. La primera burguesa. La segunda básicamente proletaria.

Ya no habrá revoluciones proletarias, al menos pronto, pero en las “banlieus”, donde los desgraciados franceses de otros orígenes que eran invisibles, han votado contra el fascismo.

Y ahora hablaremos de política.

El frente popular ha sido una mentira.

Melenchon ha sido ya asesinado tanto por los medios de la progresía como por la derecha "democrática". Él y su populismo de socialdemocracia hiperventilada han sido ya condenados como enemigos de la gobernabilidad.

Lo que viene es mierda de extrema derecha pero entregada por etapas, una vez que la izquierda se haga realista y asuma la "necesidad" de entenderse de una forma pragmática con los restos del macronismo. 

A partir de ahí, la decepción en la izquierda respecto a un éxito desaprovechado abrirá el camino a un nuevo salto electoral del fascismo lepenista que en las próximas presidenciales francesas puede ser el definitivo. Nunca logró un triunfo mayor en una derrota legislativa. Éste no era aún su momento y Marine Le Pen lo sabía. Las presidenciales francesas de 2027, si no se adelantan, son su meta.

Ponga usted a socialistas como Hollande en un Frente Popular (Macron fue criado a sus pechos, primero cómo asesor de su Presidencia y luego como ministro de economía) y sabrá de qué modo se rompe una mayoría, insuficiente, pero lo bastante poderosa como para intentar un juego diferente, y verá cómo el realismo político se impone.