Por Marat
“Los calendarios miden el tiempo, pero no como relojes. Son monumentos de una conciencia histórica, de la cual en Europa, desde hace cien años, parece haberse perdido todo rastro. Todavía durante la Revolución de Julio se registró un episodio que mostraba a esa conciencia saliendo por sus fueros. Cuando cayó la noche del primer día de combate ocurrió que en muchos lugares de París, independientemente y al mismo tiempo, hubo disparos contra los relojes de las torres”.
(“Sobre el concepto de Historia”. Walter Benjamin)
1.-BREVE VIAJE DEL NACIMIENTO A LA MUERTE:
Como sugiere Benjamin, el inicio de cada proceso revolucionario es un disparo contra los relojes perennes del tiempo; contra la inexorable dictadura de un bucle eterno, en el que la caída de cada hoja del calendario solo es una muesca más en la permanencia del poder establecido.
En toda revolución, derrotada o triunfante, anida la aspiración a un tiempo nuevo, al fin de la dominación de la clase subalterna por la dirigente. De lo contrario, el intento se queda en mera revuelta que no pretende subvertir el orden sino un cierto reequilibrio de poderes; en el peor de los casos, una mera llamada de atención sobre unas condiciones de vida insuficientes.
Cuando el sector más consciente y políticamente más capaz de traducir el movimiento de protesta en propuestas que conecten con las necesidades populares y en anhelos de “un tiempo nuevo”, el descontento se transforma en agitación social y ésta en revolución política.
Esto es así incluso cuando el malestar y la insurrección tengan una fuerte causa social y económica pero su desenlace sea el de la mera sustitución de las élites en el poder político.
1789 es el origen de la izquierda; una mera cuestión de emplazamiento dentro de la asamblea nacional francesa determinó los conceptos de izquierda y derecha políticas. A la derecha de la asamblea se colocaron los partidarios de que Luis XVI tuviera el derecho a veto sobre las futuras leyes que aprobaran los representantes de la nación. A la izquierda, quienes se oponían a tal derecho a veto. Fueron llamamos Tercer Estado (burguesía y pueblo llano). Pero la izquierda, burguesa ya en su origen, marcó su futuro. Se definió más por los límites que establecía, cambiar el aparato del Estado y crear una nueva legalidad, la de la nueva clase dirigente, que por lo que parecía prometer cambiar. La igualdad y la fraternidad pronto fueron proclamas frente a la que aquella izquierda burguesa habría de enfrentarse a los artesanos, los campesinos pobres, la incipiente clase obrera (600.000 personas, el 2,14% de la población francesa de entonces) y sus grupos políticos, los “cordeliers” y los “sans-culottes”, que fueron fueron definiendo sus aspiraciones igualitarias reales, materiales, y no meramente enunciativas.
Pero esa izquierda, nacida burguesa, que se separó desde su nacimiento de las clases desposeídas, a pesar de todo, marcaba el tiempo: el triunfo de las ideas nacidas previamente de la Ilustración y la Razón frente a dios y el derecho real a heredar la cabeza del Estado, enterrando, a su vez, la sociedad estamental y estableciendo otra dividida en clases sociales.
La izquierda, en la que tantos se reconocen, marcaba el tiempo. Ella dictó siglos posteriores en los que la burguesía ha sido hegemónica.
En 1871 la Comuna de París inaugura un tiempo nuevo y distinto. El proletariado y las clases populares inician una revolución democrática, en el sentido de control político y social, con el objetivo del poder popular. Fue derrotada a sangre y fuego. Entre 20.000 y 25.000 parisinos, si tomamos como referencia los datos más conservadores, perdieron la vida en aquella gesta heroica de las clases obrera y populares.
Pero aquel desastre, del que Marx extraería conclusiones claves respecto a la necesidad de destruir el Estado burgués y sustituirlo por otro proletario, marcaría el futuro de otras revoluciones con signo obrero (Revolución de Octubre, húngara, espartaquista, de 1934 en Asturias), campesino (revolución china) e incluso del complejo concepto de “popular y antiimperialista” (Vietnam, Nicaragua). Triunfantes o derrotadas, el principio de democracia de base, de destrucción del capitalismo y de construcción del socialismo eran la orientación de aquellas rebeliones. Otra cosa distinta es cuáles fuesen sus destinos posteriores.
Incluso si se admite el concepto de “izquierda” como válido para encuadrar a quienes creen en la construcción socialista mediante el asalto para la destrucción del aparato del poder capitalista, cabe preguntarse en quiénes piensan en esa izquierda que han de estar a su cabeza. Si se admite con Lenin que una cocinera no está preparada para dirigir un Estado no capitalista, tal y como él afirmó, eso no niega el hecho de que “cada cocinera debería aprender a gobernar el Estado”. Al no ser así, y perderse la democracia de base, pronto el socialismo sería sustituido por una nueva clase, la de los “apparáttchik”, que usufructuarían el poder económico y que finalmente fueron la nueva casta que mafiosa que a partir de 1991 convirtió lo público en negocio privado, ante la ausencia de democracia plural socialista que se opusiera a ello.
En este punto, cuando se fue descubriendo, más allá de un grado de represión política absolutamente injustificable, que eso que aún se identifica a sí misma como izquierda, porque se autopercibe más en la revolución política que en la social, fue cuando se inicio un período histórico en el que la izquierda ya no marcaba el tiempo.
A pesar de todo, y de que Marx nunca se definió como de izquierda porque para él la toma del poder político solo era el medio para lograr la transformación económica y social de la sociedad mediante una dictadura del proletariado, que nunca enunció de partido sino de clase, a la vieja izquierda le quedaban el mundo de la universidad, la cultura y los valores igualitarios. Y ahí todavía era muy potente, aunque esa potencia estuviera reducida a la comprensión de la realidad del mundo. Esa llama intelectual estaba imposibilitada para elaborar un proyecto revolucionario y muchas veces de modo ajeno a las organizaciones que se proclamaban de clase pero eran incapaces de recibir esas aportaciones como elementos para una reflexión colectiva, primero, la elaboración de un programa político después y, finalmente, la acción política consecuente.
Más temprano que tarde también las ideologías de “izquierdas”, porque son plurales, sucumbieron ante la transformación de la clase trabajadora, la incapacidad para unir ideológicamente su composición fragmentada, la crisis de la conciencia de clase, la ausencia de organizaciones políticas que sustentasen un proyecto poderoso de revolución social, la muerte del horizonte socialista y el embate poderoso de reacción liberal, la negación ideológica de lo colectivo y la paulatina destrucción de las viejas conquistas económicas y sociales de los trabajadores.
Del mismo modo en que aquella izquierda conocida como “la Montaña” de la que habla Marx en “El 18 Brumario de Luis Bonaparte” “lo había perdido todo, hasta el honor” en el golpe de Estado napoleónico, las izquierdas de hoy han perdido su lugar en el mundo y en un tiempo presente y especialmente futuro del que ya no forman parte.
Los últimos vestigios de unas izquierdas en descomposición ya no marcan un nuevo tiempo histórico, no disparan contra los relojes.
No se trata de establecer una fecha de defunción de la izquierda pero, si admitimos que tanto la izquierda compasiva, antes socialdemócrata, como la corriente comunista que se inscribe en la izquierda, han sufrido una derrota histórica sin paliativos y que carece de proyecto, podremos concluir que en el tiempo que media entre 1789y 2025, en el que tan solo han pasado 236 años, han sido superadas históricamente. Han muerto como configuraciones políticas de futuro.
2.-INTERLUDIO:
Probablemente muchas personas sientan la tentación de aludir al presente como una máquina de tren sin frenos que se precipita enloquecidamente hacia el futuro.
Otros nombrarán el presente social con distintas palabras: sociedad digital/de la desinformación, global, del riesgo, de los individuos, del darwinismo liberal, del miedo al futuro, pasiva,…
Una parte de esas definiciones remiten a las causas, otras a las consecuencias. He optado por las consecuencias porque nos señalan dónde estamos y estaremos en breve.
El mundo capitalista más desarrollado hoy sufre de terribles males. Uno de los peores es el de la nostalgia. Sobre ella se edifican ingentes cantidades de mentiras y autoengaños que cualquier tiempo pasado fue mejor, obviando la realidad tal cual era entonces, deteniendo el tiempo de su duración real en el mejor vivido, obviando los tremendos tiempos de antes y después del breve período de bienaventuranzas entre 1948 y 1973 (esto te lo dice hasta la estúpida IA de Google) y mintiendo a los jóvenes que no pudieron conocerlo sobre ese pasado idealizado como gran conquista social.
La nostalgia, cuando no conduce directamente al fascismo, lo hace hacia la amargura, la impotencia política o la aceptación de la realidad tal como es.
El primer camino es el de la aberración, el odio y la patología individual y social.
Los otros son inútiles si no hay un mínimo de voluntad de superar “el estado de cosas actual”
3.-UN FUTURO QUE YA SE HACE PRESENTE PERO SIN IZQUIERDA/S:
Si algo sitúa a la izquierda fuera y lejos del tiempo no es la falta de explicación a las respuestas que no dio sobre su pasado. Ese tren ya partió.
Lo que la sitúa fuera del tiempo es su incapacidad de responder a un futuro que en gran medida es presente. Si lo hiciese, seguramente emergería lo mejor de su pasado.
Los interrogantes a los que la izquierda no da respuestas, probablemente por incapacidad intelectual para pensar colectivamente y actuar estratégicamente, y porque tal vez ello cuestionase radicalmente su propia existencia presente y futura como tal, al tratarse de cuestiones cuyas consecuencias solo pueden agravarse con el tiempo. En algunos temas ese futuro es inmediato o directamente es ya un presente pavoroso.
A continuación se exponen, algunos de ellos como meros apuntes, dada la limitada competencia del autor de este texto para desarrollarlos.
Seguramente queden aspectos que aquí no son señalados, como es el caso del desastre antropocénico que podría acabar con la existencia humana en el planeta o devolver a los restos de la humanidad a un estado de barbarie distópico.
Hasta ahora, la izquierda y otros sectores de dudosa adscripción a la misma se han limitado al dibujo de un dantesco escenario futuro y la denuncia de cómo un capitalismo enloquecido conduce al planeta a su cataclismo. Hay quienes incluso acompañan a un “capitalismo verde” en su justificación mediante medidas y cachivaches tecnológicos, cuyo fin no es salvar la casa de todos sino colocar en el mercado señuelos que le permitan hacer caja y continuar esquilmándola y destruyéndola.
La vieja respuesta de que con el socialismo, en el que desgraciadamente la izquierda no cree, a menos que se admita como cierta la falacia de fascistas y anarcocapitalistas de que socialismo es lo que hacen las izquierdas cuando gobiernan, se solucionarían todos los grandes problemas de la humanidad, es seguir corriendo, ya fuera de campo, y disparando el balón cada vez más lejos, además de ignorar que los experimentos que intentaron construir el socialismo fracasaron, entre otras muchas razones por no ser capaces de avanzar con sus entonces presentes y dar salidas positivas a los desafíos que se apuntaban en aquellos momentos en sus sociedades.
Si se quiere cambiar el mundo no basta saber lo que no se quiere. Se necesita saber lo que se quiere y, al menos, tener cierta noción de cómo se quiere. De lo contrario el mundo verá a quienes dicen querer cambiarlo como resentidos quiméricos y poco fiables.
3.1.-SOBREEXPLOTACIÓN DE LA CLASE TRABAJADORA COMO REGLA GENERAL:
No hay día en el que no conozcamos varios casos de sobreexplotación laboral, en cualquier país en el que vivamos cada uno de nosotros, de un hombre o una mujer asalariados.
Se conoce como sobreexplotación laboral una serie de comportamientos empresariales en los que un ser humano esta sometido a horarios laborales por encima de la legislación de un país, a horas de trabajo no pagadas, a tareas por encima de su cualificación no abonadas de acuerdo al trabajo realizado, sin contrato laboral y/o cotización empresarial a su seguridad social o a la correspondiente a su categoría profesional, a un esfuerzo físico y mental que sobrecarga sus capacidades normales, a chantajes y amenazas por parte del empleador,…
En España es un fenómeno de sobra conocido en la hostelería y en la agricultura que contrata inmigrantes con y sin papeles, estos últimos, en muchos casos, en condiciones de semiesclavitud. Se conoce menos en las plataformas digitales de la economía por encargo, el telemarketing o el trabajo doméstico, la economía de la dependencia o en los talleres clandestinos, por citar solo algunos ejemplos. Nos limitamos solo al caso de España.
En EE. UU. empresas como Tesla, las grandes redes sociales, los principales desarrolladores de Inteligencia Artificial (IA) o Amazon, ya exigen a sus empleados que entreguen el máximo de tiempo de sus vidas al trabajo y que entiendan que pueden ser despedidos en cualquier momento, independientemente de la escala laboral en la que se encuentren: el futuro ya está aquí. Nadie está a salvo, salvo los CEOs y miembros de los Consejos de Administración de megacorporaciones con despidos de indemnizaciones millonarias.
En el primer mundo esto es frecuente y creciente. En el resto es lo habitual. No se limita a las categorías inferiores. Alcanza gradualmente a otras superiores.
A lo que no es sobreexplotación laboral los marxistas lo llamamos explotación. Es cuando el trabajador vende su fuerza de trabajo por un valor menor al producido (plustrabajo). De ahí obtiene la empresa su beneficio. La diferencia entre la duración de la jornada de trabajo y el tiempo de salario incorporado en el trabajo es la plusvalía que obtiene la empresa. El cociente entre la plusvalía y el tiempo de trabajo que incorpora un bien salarial es la tasa de explotación del trabajador.
La mayoría de las izquierdas no reconocen la explotación laboral y hablan, en su lugar, de trabajo digno y salario justo. Es su modo cínico de aceptar y justificar el capitalismo.
Las izquierdas están muy lejos siquiera de olfatear el modo en el que la sobreexplotación de la clase trabajadora a nivel mundial, y la desregulación futura total impactará sobre sus condiciones de vida, su capacidad de organización sindical y política y los horizontes futuros que pueden abrirse tanto en un sentido reaccionario como progresivo.
Para ello, todas las tradiciones que se reivindican de izquierdas necesitan un análisis del mundo que se avecina y del que carecen, lo que les impide reorientar sus estrategias.
3.2.-EL CAPITAL NO PUEDE SOBREVIVIR SIN TRABAJADORES:
Dejemos, por un momento, al marxismo y sus análisis sobre que es solo el trabajo humano el que incorpora valor a la producción.
Pensemos que la amenaza de sustitución de quienes perciben una retribución por su trabajo por la robotización y la Inteligencia Artificial (IA) se impusieran de forma general, como afirman algunos de sus profetas.
¿Imaginan ustedes un mundo con miles de millones de pobres sin apenas capacidad de consumo? ¿Cómo podría entonces sostenerse el capitalismo? ¿Reduciendo al mínimo su producción y el consumo? ¿Cómo y sobre qué bases sostener innovación, costes tecnológicos de producción y competencia?
El invento de la Renta Básica Universal (RBU) la han defendido desde liberales hasta progres, pasando por anarcocapitalistas ¿De donde saldrán los fondos para aplicarla? ¿De una clase trabajadora envejecida, incluso si no se ve reducida, que habrá perdido pensiones y prestaciones de desempleo? No parece que salgan las cuentas de protección social, consumo y RBU. Últimamente se habla menos de esta renta. Entonces, ¿del subsidio privado al consumo por parte de las grandes fortunas y corporaciones? ¿Por qué? ¿Qué ganaría el capital sosteniendo un consumo detraído de sus beneficios?
Eso solo sería realizable en una sociedad comunista, que aún no hemos conocido, que hubiese superado sus necesidades de subsistencia y en la que los bienes producidos serían redistribuidos en función de las necesidades de cada uno.
El capital, sus posibilidades de sostenimiento y su tecnología siguen haciendo necesaria a la clase trabajadora y sus salarios. Otra cuestión pendiente en el análisis de las izquierdas.
Desde el inicio del despliegue tecnológico de la revolución industrial han existido los voceros del fin del trabajo humano por las máquinas. La realidad es que tras cada innovación han desaparecido puestos de trabajo que han sido sustituidos por otros. Tras cada nueva tecnología ha aparecido siempre una nueva realidad del “trabajo vivo”.
Si la robotización y la IA permitieran cerrar el círculo de la producción bajo el capitalismo, hasta el punto de que las máquinas se fabricasen a sí mismas, y la I+D+i autogenerase sus propios procesos, incluso imaginando que el coste energético fuese 0, ¿cómo imaginar un capitalismo que convirtiese en precios de mercado productos y servicios generados sin coste de producción para una sociedad carente de medios económicos de subsistencia al estar desempleada?
Tenemos, por tanto, que sin trabajo humano no es factible la creación de valor trasladable a precio final que haga posible la creación de ganancia, de acumulación capitalista y de reproducción ampliada del capital.
La clase trabajadora no puede desaparecer bajo el capitalismo, o éste colapsaría. Inevitablemente se transformará pero seguirá siendo explotada, mediante la extracción de plusvalía relativa (al adoptarse cada vez más tecnología) y/o absoluta, ampliando los tiempos de producción y desregulando las formas contractuales, lo que ya se está produciendo en el primer mundo y es habitual en el segundo y tercero.
En la medida en la que lo que lo que suceda en los países centrales del capitalismo marcará el futuro de las condiciones de trabajo y vida de la clase trabajadora mundial, comprender sobre qué sectores laborales impactará el salto tecnológico, en qué categorías laborales, cómo unificar sus luchas y cómo hacer que en esas luchas no se impongan los intereses particulares del segmento superior de los asalariados (lo que en el pasado se llamó “aristocracia obrera”) sobre el resto, hecho en el que tantas veces han caído las políticas de izquierda y que le ha ido sustrayendo crecientes segmentos de asalariados en beneficio en los últimos tiempos de la extrema derecha, es fundamental para liderar los nuevos tiempos.
3.3.-HACIA EL FIN DE LOS SALARIOS INDIRECTOS Y DIFERIDOS:
Llamamos salario indirecto a lo que constituye el pago indirecto de la fuerza de trabajo que se recibe en forma de servicios de protección social, usualmente transmitida a través del Estado y sus administraciones públicas. Incluye cuestiones como la sanidad y enseñanza públicas, el transporte público, las prestaciones y subsidios por desempleo, etc. Para entendernos, las áreas de protección social más importantes, a parte de las cuáles el fascioliberalismo llama “paguitas”, y que son consecuencia tanto de las luchas reivindicativas de la clase trabajadora como de la economía capitalista en periodos históricos concretos para “liberar” parte del salario directo (los sueldos) para incrementar el consumo.
El salario diferido está formado básicamente por las pensiones de jubilación.
Desde hace decenios asistimos a un proceso de voladura, más o menos controlada, más o menos acelerada, de ambos tipos de salario en los países capitalistas.
Cuando gobierna la izquierda el proceso de destrucción de estos derechos es más lento pero no se detiene ni se invierte. Cuando gobierna la derecha el proceso se acelera.
Un caso particular es el de las pensiones. En España la edad de jubilación ha subido de los 65 años a los 67. En algunos países de Europa (Dinamarca, gobierno que dice ser de izquierda) ya ha escalado hasta los 70. Esa es la aspiración de expertos y planes de pensiones privados de fondos de inversión que, mediante la siembra del miedo al fin de las pensiones públicas, pretenden promover las privadas.
El gobierno español, que también dice ser de izquierdas, ya estudia cómo y cuándo imponer los 70 años para la jubilación ordinaria. El objetivo es aproximar la edad de la jubilación a la de la muerte.
Los sectores de jóvenes de la generación Z y los “milennials” que se han tragado el cuento, propalado por “youtuberos” y “tiktokeros” fascioliberales, muchos de ellos con residencia oficial en Andorra para no pagar impuestos en España y de otras sabandijas opinadoras, de que los “boomers” son los culpables de su incierto futuro y de que viven mejor que ellos, son imbéciles a tiempo completo. Su discurso refuerza la estrategia hacia el fin de las pensiones públicas y ellos mendigarán sin pensiones por la estafa combinada del capital y los políticos del sistema, que no buscan los fondos del dinero donde abunda. El 51,3% del total de pensionistas cobran menos del salario mínimo interprofesional de 1184 € brutos mensuales. Si a esos jóvenes tragabulos no les suben los salarios, cuando los beneficios empresariales están en máximos históricos, lo que les corresponde es organizarse y luchar por mejorarlos, no culpar a quienes antes lo hicieron, salvo que prefieran ser los brazos idiotas del capital.
Por criticable que resulte la izquierda al gestionar las necesidades de un capitalismo para el que la inversión del Estado en protección social es “costo”, porque busca reducir al máximo los impuestos de las empresas y las grandes fortunas y convertir en negocio (planes de pensiones, enseñanza y sanidad privadas,…), lo más grave de todas las izquierdas que se reivindican tales es su pasividad y su incapacidad para proyectar el escenario social y económicamente espantoso para las clases trabajadora y populares del futuro que se nos viene encima y establecer estrategias a partir de ahí.
3.4.-NACIONALISMOS Y AMENAZA DE GUERRA MUNDIAL COMO FORJADORA DE “CONSENSOS” NACIONALES:
La nación, como entidad unificadora que oculta la división de la sociedad en clases y crea una ficción de sociedad unida bajo el mito de ciudadanía y pueblo fue el gran invento de la revolución burguesa de 1789.
Una vez asentada la burguesía en el poder, sus intelectuales crean todo un vocabulario de términos ideológicos destinados a reavivar y fortificar la idea de nación: “tradición”, “destino”. “identidad nacional”, “soberanía”, “costumbres”, “cultura propia”. Se trata de construir un artificio nacional inmanente y ahistórico, perenne e inmutable que no duda en recurrir a la leyenda y la recreación mítica como origen de un ideal de “demos” eternamente fijado.
El fin de la globalización neoliberal ha supuesto el repliegue defensivo hacia el interior de las fronteras, hacia el binomio Estado-nación. El planteamiento político que sustenta este objetivo es falaz por cuanto que en un mundo interdependiente, en el que ninguna economía es autosuficiente en cuanto a recursos materiales y en el que ninguna superpotencia, ni país, es lo suficientemente fuerte para imponerse completamente al mundo, el elemento Estado cae por su propio peso como determinante y articulador de la “soberanía nacional”, sin la cual el nacionalismo es una entelequia abstracta.
Pero funciona como ideología y como movimiento en tiempos de “crisis estructural global del capital” (la expresión es del filósofo marxista István Mészáros). Las sucesivas crisis económicas del capitalismo (la próxima tendrá como detonante el estallido de la burbuja de la IA y su impacto económico y social estará más próximo a la de 2008 que a la de las punto.com), con un crecimiento lento y una deuda mundial impagable, unidas a la crisis social, derivada de la creciente desigualdad, la medioambiental, la de representación política, la geopolítica y la tecnológica, que por un lado, al incorporarse a un creciente número de empresas, va haciendo descender la tasa de beneficio del capital, precisamente por su generalización, y por el otro, crea un enorme ejército de reserva de parados, provoca en las clases medias y bajas una visión de mundo en caos y sentimientos de desasosiego, alienación de la realidad, frustración e ira social.
En un momento histórico en el que la clase trabajadora ha desaparecido como sujeto político, no como realidad social y económica, en el que el horizonte del socialismo se ha esfumado de la esperanza humana y gran parte de las mentes de los explotados y sobreexplotados se han visto seducidas por la extrema derecha, la regresión a la tribu, las identidades excluyentes y las emociones han acabado por reforzar aún más la perspectiva de los intereses de la clase dominante como interés general. La izquierda participa en ello cuando se pliega a los intereses de Estado, de un Estado siempre de la clase dominante, como interés de TODOS, como si en ese TODOS no existieran las clases sociales.
La geopolítica ha sido entronizada, en su naturaleza de Estado, a través de la influencia, los diferentes y cambiantes pactos económicos de las regiones del globo (los BRICs son parte de la misma jugada de Estados capitalistas que simplemente buscan un reposicionamiento más ventajoso a escala mundial), la presión económica y militar y el chantaje por parte de quienes puedan ejercerlos. Pero el resultado es siempre el mismo: Estados capitalistas al servicio de su fracción nacional capitalista que, irónicamente, siempre está participado del capital internacional (estadounidense o últimamente chino).
EEUU se hunde. Su deuda supera al PIB conjunto de China, India, Japón, Alemania y Reino Unido y asciende a 37 billones de dólares, el 123% de su propio PIB. Esa deuda es impagable. Japón y Méjico, dos socios comerciales claves de EEUU acaban de deshacerse de una parte de la deuda norteamericana. Si continúa haciéndolo China, uno de los mayores tenedores de la misma y que lleva ya tiempo vendiendo a terceros parte de los bonos de la deuda estadounidense, el mensaje a los mercados financieros mundiales será muy claro: la deuda de EEUU ya no es un valor financiero seguro ni deseable, con lo que muy probablemente otros países tenedores de la misma seguirán este camino. El pánico se apoderará de Wall Street. EEUU ya no podrá continuar financiándose. EEUU estará acabado. Su economía está en recesión y a la vez sufre un fenómeno de estanflación. Las caprichosas y fluctuantes tasas impositivas a las exportaciones de productos de terceros países hacia EEUU (aranceles a las importaciones) están provocando en el país encarecimiento de los productos, mermando la ya baja capacidad adquisitiva de los salarios de las clases trabajadora y media, afectados en buena medida por los recortes de la administración Trump a la asistencia social, inflación y posibles efectos negativos a las cadenas de suministro; seguramente con un efecto más negativo para los propios EEUU que para buena parte del resto del mundo, ya que, por un lado EEUU es un país muy dependiente de la importación de productos manufacturados y materias primas y, por el otro, buena parte de sus socios comerciales están buscando nuevas alianzas comerciales con China. Y no se trata solo de países de Latinoamérica, África o Asia sino también de una parte de sus socios europeos.
El nacionalismo proteccionista de EEUU en lo económico tiene consecuencias en lo político. Cada vez más antiguos socios ven a la antigua potencia hegemónica mundial como un socio político no confiable. El vasallaje de los Estados amigos de Norteamérica ha quedado mucho más la vista con la política de chantaje arancelario de la administración Trump. La presión del Presidente de EEUU para que Europa incremente su contribución hasta un 5% en la financiación de la OTAN ha generado descontento en las sociedades de los países de la UE, conscientes de que ello acelerará el proceso de desmonte de sus Estados del Bienestar e instala un proceso de desestabilización de sus gobiernos, con crecientes dificultades para lograr mayorías amplias.
La diferencia en las posiciones de los gobiernos de los países centrales de la UE y del gobierno de EEUU respecto a la invasión de Ucrania por Rusia y de las decisiones a adoptar respecto a los dos países beligerantes muestra que ya no hay ni un diagnóstico ni una actuación compartidas a uno y otro lado del Atlántico.
La percepción de Rusia desde Europa, especialmente de los gobiernos de países como Alemania, Polonia, Reino Unido, Francia, Dinamarca o Bélgica es marcadamente más beligerante frente a Moscú -de ahí su compromiso con el rearme, el aumento del gasto militar, la vuelta al militarismo, la incorporación de Suecia y Finlandia a la OTAN y la decisión de recuperar el servicio militar por parte de algunos de ellos- que las oscilantes posiciones de Trump frente a Putin, que el primero acompaña del chantaje y la humillación hacia Zelenski, conminándole a aceptar la exigencia de Rusia de cederle parte del territorio ucraniano.
Mientras en la mayoría de los países de la UE sus gobiernos intentan instalar en sus sociedades la psicosis belicista y patriotera del pánico al oso ruso, a pesar de que éste se esté dejando los dientes en Ucrania y, finalmente salga debilitado económica y militarmente de una guerra que se parecerá más a las tablas en ajedrez que a una victoria total, en Washington el odio se concentra en el enemigo chino. Dentro de la escasa lucidez que pueda haber en la mente de Trump, su gobierno y sus asesores, hay una idea que es muy cierta: hoy Rusia no representa un poder económico ni militar que pudo representar en el pasado frente a EEUU pero China sí, hasta el punto de que muy probablemente le haya superado ya en ambas dimensiones, precipitando el declinar de la hegemonía estadounidense como gran superpotencia mundial.
Recientemente, en el mes de noviembre, navíos de guerra chinos y de EEUU, ambos con superportaaviones, destructores y cazas, cruzaron provocaciones mutuas en el estrecho de Taiwán, China defendiendo que navegaban en aguas propias, reclamando para sí el territorio de la isla, y EEUU declarando que protegía a su aliado taiwanés y que esas eran aguas internacionales. El despliegue de dos armadas recorriendo en paralelo el estrecho, navegando en formación, a menos de 200 metros una de otra, con riesgo de colisión, finalmente evitado por ambos, y que hubiera podido desencadenar un enfrentamiento bélico, indica cómo están las cosas en ese lado del mundo.
Por su parte, la primera ministra japonesa Sanae Takaichi se ha unido a la fiesta de la tensión diplomática que, como deberíamos saber es, a menudo, la antesala de la tensión bélica. Ha tomado como intereses propios la defensa y protección de Taiwán y ha sido la primera en encender la llama, al proclamar que tomaría la agresión china a la isla como una agresión a Japón. Una declaración sorprendente realizada desde un país que tiene a China como su principal socio comercial, con intercambios por valor de 308.000 millones de dólares en 2024. Dos países en los que el sentimiento nacionalista ha ido escalando en paralelo a la inversión militar. Japón aprobó en 2025 un gasto de 49.000 millones de €, el mayor rearme de este país tras la II GM, pero viene haciéndolo de manera sostenida al menos desde que Shinzo Abe regresó al poder en 2012. China tuvo un gasto militar en el presente año de 246.000 millones de dólares.
Japón ha instalado misiles en Taiwán para su defensa. China ha creado un archipiélago de islas artificiales donde ha situado misiles apuntando a la que considera su territorio rebelde.
Japón teme las represalias de una potencia militar como China que guarda memoria de los crímenes cometidos durante la ocupación japonesa en la II GM, entre 1937 y 1945, que fue conocida como el Holocausto de Asia, por las atrocidades cometidas por las tropas japonesas contra los civiles chinos.
Discutir quien tiene razón, cuando lo que está en juego es la posibilidad de una III GM es propio de imbéciles y cabilderos al servicio de los intereses económicos, políticos y bélicos de ambas superpotencias.
Las amenazas de Trump a Venezuela, junto con el asesinato de más de un centenar ciudadanos de ese país, en sucesivas acciones militares extrajudiciales contra civiles, que navegaban en embarcaciones en el Caribe, no creo que llegue a concretarse en una operación militar global, más allá de alguna operación limitada de castigo contra este país andino, similar a los ataques de Israel contra Irán (en cualquier caso otra acción violenta del terrorismo de Estado de EEUU), al menos mientras Rusia y China sigan haciendo demostraciones de apoyo al gobierno venezolano. EEUU está haciendo demostraciones de fuerza con una armada marítima que incluye portaaviones, cruceros y fragatas, junto con aviones de ataque pero a Rusia se han unido ya fuerzas navales chinas que navegan por puertos del Caribe. EEUU ya tiene un gran frente, potencialmente bélico con China, por las pretensiones de la misma en relación con sus reivindicaciones sobre Taiwán y no le conviene abrir ahora un segundo frente con unas posibles fuerzas combinadas de China y Rusia.
Sabemos que Trump es un matón impredecible, sabemos también que necesita alguna demostración de fuerza que galvanice el patrioterismo fanfarrón del norteamericano medio de un movimiento MAGA que se le está disolviendo entre los dedos, ahora que tiene varios frentes abiertos en su propio país y en el partido republicano que amenazan su presidencia.
Pero también sabemos que es un cobarde de marca mayor. Lo ha demostrado con Putin, que se le ríe en su cara con la guerra de Ucrania, lo ha demostrado también con sus estratosféricos aranceles a amigos y enemigos, que luego ha rebajado considerablemente cuando países que han sido afectados por los mismos se le han enfrentado y han hecho algo similar con las exportaciones estadounidenses y lo ha demostrado, por supuesto, con su negativa a desclasificar los papeles Epstein para presentarse después como abanderado de su desclasificación, una vez que se le revolvió el redil republicano MAGA.
El ocaso de los imperios suele estar encabezado por dirigentes degenerados (Heliogábalo en Roma), directamente idiotas (Carlos II el Hechizado en España) o inútiles (Gorbachov en la URSS). Trump reúne las tres virtudes.
Cuando coinciden en el tiempo una superpotencia declinante (EEUU), otra que la está sustituyendo en su condición de hegemónica (China) y un tercer actor, cuya recuperación de su condición de superpotencia es discutible, al menos en su dimensión económica (Rusia), con personalidades autoritarias al frente de sus respectivos países, los cuáles azuzan el nacionalismo en los mismos, detrás de los cuáles hay siempre intereses económicos (las mayores reservas de petróleo del mundo están en Venezuela, el 60% de los semiconductores y algo más del 90% de los chips más avanzados del mundo son producidos por Taiwán), los riesgos sistémicos de confrontación bélica se disparan.
En este clima armamentista y prebélico el hecho significativo más sorprendente es la apatía de la sociedad mundial y, particularmente, la ciega atonía y desmovilización de las llamadas izquierdas políticas y sociales (sindicales, entre otros), enfeudadas en los asuntos domésticos y en combatir, apenas mediáticamente, a las hojas de ruta que les imponen sus respectivas derechas y utraderechas nacionales.Por limitado que sea el riesgo de una III conflagración mundial, el peligro es intolerable, no ya desde una perspectiva de izquierda, o lo que diablos signifique eso hoy, sino simplemente desde una óptica democrática y humana.
Europa está sufriendo las tensiones de su pertenencia a la OTAN, ampliada tras la caída de la URSS a sus antiguos aliados (Albania, Bulgaria, Polonia, Chequia, Estonia, Hungría, Letonia, Lituania, Rumanía, Eslovaquia), junto con países que formaron parte en el pasado de la extinta República Federativa Socialista de Yugoslavia (Montenegro, Croacia, Eslovenia, Macedonia del Norte) y las más recientes de Finlandia y Suecia, y de su posición en la guerra ruso-ucraniana. Con la excepción de Ucrania, que ha pedido su incorporación a la Alianza Atlántica y tiene muchas papeletas para ello, y Bielorrusia, aliada de Rusia, la OTAN hace frontera con Rusia (Letonia, Lituania y Estonia). La promesa de George Bush y su secretario de Estado James Baker a Gorbachov de que la OTAN no incorporaría a los antiguos aliados de la URSS a cambio de la aceptación de la unificación de Alemania no se cumplió.
La posición de esta alianza en la guerra ruso-ucraniana no es militarmente neutral respecto a un país (Ucrania) que no es miembro de la misma. No está obligado a un apoyo militar que no es gratuito. Están plenamente justificadas las sanciones económicas de su brazo político, la UE, al país agresor pero no la venta masiva de armamento a Ucrania, así como el apoyo tecno-estratégico y el asesoramiento militar. Hacer esto pone en riesgo a la población civil europea e incrementa el riesgo prebélico.
Unas izquierdas socioliberales y socialdemócratas -distinción ya irrelevante porque todos ellos son keynesianos- están aprobando, desde la oposición o desde gobiernos de coalición, el rearme que significan los presupuestos de guerra en los parlamentos de las democracias del capital.
Una parte de la otra izquierda, a la que cabe calificar con mesura como “paleocomunista”, está entusiasmada con la potencia económica del capitalismo chino, en el que sigue imperando la ley del valor, y ven en el paso de China del poder blando al poder duro una forma de lucha contra el capitalismo de EEUU, lo mismo que hasta ayer veían en la Rusia de Putin una potencia antiimperialista.
Esta postura proviene de la antigua teoría “campista”, definida y expuesta por Andréi Zhdánov, segundo secretario del comité central del PCUS, durante la dirigencia soviética de Iósif Stalin, según la cuál
“Los cambios radicales en la situación internacional y en la situación individual de varios países, como consecuencia de la guerra, han transformado completamente el panorama político del mundo. Se ha producido un nuevo alineamiento de fuerzas políticas. Y cuanto más nos alejamos del fin de la guerra, más claras se hacen las dos tendencias principales de la política internacional, que corresponden a la división de las fuerzas políticas de la escena mundial en dos grandes campos: el campo imperialista y antidemocrático, de un lado, y el campo antiimperialista y democrático, del otro. La fuerza principal y dirigente del campo imperialista es Estados Unidos; Gran Bretaña y Francia son sus aliados. La presencia del gobierno laborista de Attlee-Bevin en Gran Bretaña y del gobierno socialista de Ramadier en Francia no impide que Gran Bretaña y Francia desempeñen el papel de satélites de Estados Unidos y sigan su política imperialista en todas las cuestiones básicas.
(…)
Las fuerzas antiimperialistas y antifascistas constituyen el otro campo. La URSS y los países de nueva democracia son los pilares de este campo. También están incluidos los países que han roto con el imperialismo y han adoptado la vía del desarrollo democrático, como Rumanía, Hungría y Finlandia. Indonesia y Vietnam están asociados al campo antiimperialista….” (“Informe presentado en la Conferencia Informativa de Nueve Partidos Comunistas en Polonia el 25 septiembre de 1947”).
Zhdánov fue la versión soviética de la escuela del realismo político norteamericano, representada por los asesores de las administraciones estadounidenses, Morgenthau y Kennan. Para la “doctrina Zhdánov”, “de facto”, aunque no de forma declarada, y para la escuela del “realismo político norteamericano”, de forma explícita, los Estados son los actores principales de la política internacional, siendo su objetivo principal la preservación de sus intereses como Estados, su seguridad y su poder, los que determinan su acción política en su relación con otros Estados y subordinándose otras cuestiones, como las ideológicas o los medios de influencia en las relaciones internacionales, al objetivo principal.
Cabe preguntarse si la teoría campista, expuesta Zhdánov en 1947 no era una mera adaptación al reparto de Europa, asumida por EEUU y Gran Bretaña, por un lado, y la URSS, por el otro.
No se entiende, de otro modo, la traición soviética, en el período de guerra civil griega, posterior a la II GM, a la guerrilla de predominio comunista (KKE) del ELAS, que había sido la principal fuerza de enfrentamiento contra ocupantes fascistas italianos y nazis alemanes, y posteriormente a su sucesor insurgente, el DES, ya con absoluto predominio del KKE.
En la Conferencia de Moscú en octubre de 1944 y la derrota de las tropas invasoras de Grecia, Churchill exigió a Stalin el control de la práctica totalidad de Grecia a cambio de retirar sus aspiraciones sobre Yugoslavia. Aquí se fraguó la traición soviética contra el KKE y su guerrilla que controlaba gran parte de Grecia.
Los soviéticos presionaron a los comunistas y su guerrilla para que se desmovilizaran y permitieron que los británicos hicieran auténticas masacres contra el partido y la guerrilla, en colaboración con grupos armados monárquicos, de extrema derecha y colaboracionistas de las antiguas potencias del Eje y el apoyo militar de EEUU.
Solamente la Yugoslavia del rebelde disidente comunista Tito apoyó a la guerrilla griega, la cuál en un alarde de ceguera estalinista acabó por mantenerse dentro de la ortodoxia soviética, condenando el “titismo” y expulsando de sus filas a los simpatizantes de esta corriente comunista, con lo que el apoyo yugoslavo finalizó en 1949 y fue el fin de la guerrilla.
La clase trabajadora había perdido su independencia de clase dentro de las repúblicas que constituían la Unión Soviética, al desaparecer la independencia sindical, absorbida por el dominio político ejercido por el PCUS, producirse un vaciamiento del poder real de los sóviets en la gestión y organización de la producción en beneficio de los gerentes y directores que constituyeron, en un sentido no exacto, una nueva “burguesía de Estado”, no propietaria de los medios de producción, pero si usufructuaria de los mismos, con unas condiciones salariales y de vida muy por encima de la clase obrera y centralizarse la autoridad del Estado a través del partido único. Los funcionarios del partido y del Estado se incorporaron también a esa casta dirigente, estableciendo alianzas con los “NEPman”. La democracia socialista, que era el significado que Marx y el propio Lenin (“El Estado y la revolución”) habían dado al concepto “dictadura del proletariado” se convirtieron en dictadura del Estado y el partido único sobre el propio proletariado, y no en un ejercicio del poder del proletariado sobre la burguesía.
Se podrá argumentar que una clase obrera minoritaria y poco formada no estaba en condiciones de ejercer el control obrero de la producción ni el ejercicio de la gestión fabril, especialmente en medio de una guerra civil, pero, para cuando lo estuvo y fue mayoritaria, la Unión Soviética era ya un inmenso Leviatán, en el sentido hobbesiano, de dictadura burocrática.
Los intereses de Estado, de CUALQUIER ESTADO, tenga la naturaleza que diga tener, se encuentran siempre por encima de cualquier consideración de tipo ideológico. El internacionalismo proletario, “Proletarios de todos los países, ¡uníos!”, enunciado cinco años antes de la publicación del “Manifiesto Comunista” por la socialista feminista Flora Tristán, a la que Marx admiraba, es un llamado a la unidad internacional de clase, desde la misma clase trabajadora y desde su independencia de clase. El campismo es un engaño. Los Estados, por socialistas que digan ser, no representan la lucha de clases a nivel internacional.
Por mucho que, en ocasiones hayan podido apoyar levantamientos populares y de clase o luchas antiimperialistas, lo han hecho más por intereses geoestratégicos y de influencia económica y de Estado que por motivos ideológicos. Quizá la única excepción haya sido Cuba en los procesos anticolonialistas africanos de los años 70 del pasado siglo.
En el caso soviético el antecedente remoto del “campismo” fue la bolchevización de las secciones nacionales (los partidos comunistas) de la Internacional Comunista (Komintern), aprobada en el V congreso de la misma, realizado entre los meses de junio y julio de 1924.
De la necesaria coordinación internacional de los partidos comunistas, propia de los anteriores cuatro congresos de la Komintern, se pasó a la subordinación a Moscú. Una vez iniciado el arrinconamiento de las fracciones trotskista, la oposición obrera y otras corrientes como la consejista de los órganos de dirección del PCUS, del secretariado y el comité ejecutivo de la Komintern, acentuado el control de aquél en ésta y unificando en la práctica el poder del partido único y del Estado soviéticos, los partidos comunistas del resto del mundo pasaron a ser apéndices de los intereses de la camarilla estalinista que gobernaba la Unión Soviética, limpiando por el camino las secciones nacionales de militantes disidentes con la nueva línea trazada en el V congreso; ello hasta el punto de que el comité ejecutivo de la Komintern se reservaba el derecho de anular o modificar las resoluciones y decisiones tomadas en los congresos y por los órganos dirigentes de los partidos nacionales. A partir de entonces los partidos comunistas tenían un objetivo principal: defender los intereses de Estado de la URSS, justificando, de paso, los zigzagueantes tacticismos, ora izquierdistas (“clase contra clase”), ora derechistas (“socialismo en un solo país”) del estalinismo.
Una lección histórica de lo que significó la sujeción de los partidos comunistas a la Komintern fue el caso de la imposición en 1922 por el estalinismo soviético al PCCh de aliarse con el Kuomintang de la burguesía nacionalista china en su lucha contra los señores de la guerra, exigiendo a los comunistas chinos unirse a título individual y trabajar a las órdenes de la dirección del Kuomintang. La camarilla estalinista concedió a la burguesía nacionalista china un estatus privilegiado en sus relaciones con Moscú y la Komintern (armamento, dinero, asesores, creación de la Academia Militar de Whampoa, nombramiento de Chiang Kai-shek como miembro honorario y del presidium de la Komintern,…)
Tras la aprobación por el PCUS de la doctrina del “socialismo en un solo país”, se determinó que el tiempo de las revoluciones obreras de carácter socialista había pasado y se asumió el modelo “etapista”; la revolución por etapas, primero capitalista y democrática en los países atrasados y con insuficiente desarrollo industrial, después socialista. Pero, a diferencia de Rusia, donde los propios bolcheviques lideraron el desarrollo industrial del país, en el que el gobierno reformista burgués duró solo unos pocos meses, la previsión del período burgués y de desarrollo capitalista era de largo plazo para China. En esta cuestión, el estalinismo adoptaba la misma postura que el reformismo socialdemócrata.
El PCCh, que se resistió durante un año al “diktat” de Moscú, aceptó la colaboración con el Kuomintang. En 1925 la facción “izquierdista” de Wang Ching-wei en el Kuomintang fue aplastada por el ala derechista de Chiang Kai-shek, que se convirtió en el hombre fuerte de su partido. Chiang detuvo a medio centenar de dirigentes comunistas y expulsó a los asesores soviéticos, mientras reprimía huelgas obreras en Cantón y Hong Kong. Stalin mantuvo su exigencia de que los comunistas continuaran trabajando dentro del Kuomintang y les prohibió la organización de sóviets campesinos y obreros.
En 1927 los comunistas chinos organizaron una insurrección en Shanghai, apoyada por una huelga promovida por la Unión General del Trabajo, que culminó en la toma de la ciudad. Stalin se opuso a ello. Una semana después Chiang Kai-shek aplastó al PCCh y a su sindicato y provocó lo que se conoce como la “masacre de Shanghai”, con el asesinato de cientos de comunistas y sindicalistas, en un primer momento. Posteriormente, durante el “terror blanco”, la matanza de comunistas y sindicalistas alcanzó a miles de personas. Y aún habrían de producirse muchos más asesinatos de comunistas chinos, esta vez a manos del sector de “izquierda” de Kuomintang.
La enseñanza que podemos extraer de ello es que no defender y desarrollar una política de independencia de clase tanto frente a la burguesía como frente a cualquier Estado, diga tener la orientación político-ideológica que diga, es desastroso para la clase trabajadora.
Habrá quien piense que si los comunistas chinos se hubieran sometido por completo al partido de la burguesía nacionalista, sin intentar movilizaciones de clase en apoyo de los campesinos y obreros, las masacres contra sus militantes se hubieran evitado. Esa era la consigna de Stalin, la renuncia a su independencia de clase y la traición a los principios comunistas.
Últimamente proliferan los sinólogos y sinófilos en las redes sociales, como anteriormente los kremlinólogos y kremlinófilos que veían en la Rusia de Putin un gran aliado antiimperialista de la clase trabajadora mundial. Sus conchaveos con el fascista Trump y con otros líderes de la extrema derecha como Orban, Marine Le Pen, los nazis de la AfD en Europa, o Modi en India, les están dejando con el culo al aire, hasta el punto en que resulta difícil presentar a Rusia como antifascista en su guerra contra Ucrania cuando en su territorio (San Petersburgo) se organizan cumbres de fascistas europeos y latinoamericanos. Llamativamente lo mismo que ha hecho Trump con su cumbre de la extrema derecha internacional en febrero de este año.
Vistas así las cosas y comprobado que el supuesto factor de progresismo del Kremlin en el marco de sus alianzas políticas es un tanto discutible, sin hablar de su nacionalismo, defensa de la familia tradicional, los valores de la iglesia ortodoxa, su apología del pasado imperial ruso o su homofobia, parte del viejo estalinismo, involucionado o no ha hacia el rojipardismo, ha puesto sus esperanzas en China. Curiosamente, lo mismo que está empezando a hacer cierto progresismo norteamericano (Richard Wolff), los llamados Socialistas Democráticos de América (DSA), ala izquierda del partido demócrata, y parte del populismo latinoamericano.
¿Qué tienen en común estos estalinistas y los progresistas?
Ambos llaman socialismo a lo que no lo es. El autodenominado “socialismo con características chinas” (economía socialista de mercado) no es en absoluto socialista.
Los bonzos sinófilos suelen destacar dos argumentos principales para definir como socialista a China: que es un sistema de economía planificada y que el Estado se reserva la propiedad pública de sectores estratégicos de su economía.
Aunque suene muy parecido, no es lo mismo economía planificada que planificación económica.
La economía planificada es un sistema económico centralizado por el Estado que prescinde del mercado o le otorga un papel muy secundario. Históricamente ha significado la estatización de las empresas y ha funcionado mucho más de arriba a abajo (cálculo de las necesidades de producción por el Estado para el abastecimiento de la población mediante la distribución) que de abajo a arriba (información y participación, como forma de democracia socialista, en las decisiones de producción de las empresas y de la sociedad hacia arriba). Ejemplos de ello fueron la URSS y China hasta Deng Xiaoping, siendo este último el que cambio el modelo económico chino de economía planificada a “economía socialista de mercado”
La planificación económica no tiene por qué estar asociada a aquellas economías que se autodenominaron en su día socialistas. De hecho, es, y sobre todo ha sido antes de la globalización neoliberal, un instrumento perfectamente funcional para el capitalismo.
Por un lado, que los Estados capitalistas se ocupasen de sectores industriales estratégicos para el desarrollo de sus economías, ante la imposibilidad de que fuese el capital privado, por su elevadísimo coste y un bajo retorno, o a muy largo plazo, de beneficios, ha sido históricamente un factor de sostenibilidad del capitalismo.
Una derivada de esta cuestión es que dichos sectores estratégicos actúan como motores de la economía general y, particularmente de los sectores privados en períodos de crisis o de insuficiente acumulación del capital.
Por el otro, garantiza una cierta soberanía de los países ante la posible penetración de capital extranjero en sectores económicos críticos.
Un caso paradigmático de planificación económica fue el del gobierno provisional francés de 1945-46, con de Gaulle al frente y una composición interna de gaullistas, comunistas y socialistas . En dicho período se nacionalizaron sectores clave de la economía como el automovilístico con Renault, la banca de depósitos, las aseguradoras, la energía, la aviación comercial. Jean Monnet fue el encargado del primer plan de modernización, dando lugar a un sistema de planes quinquenales aún vigente, aunque sin connotaciones socialistas.
Canadá, Méjico, Suecia, Noruega o Dinamarca son solo algunos ejemplos de países de economía mixta, con sectores estratégicos estatales y planificación económica.
¿Qué tienen en común con China de forma esencial? Que todos ellos son capitalistas y ninguno de ellos es socialista.
Por mucho que China diga aplicar una planificación económica dentro de lo que denomina “economía socialista de mercado”, al orientarse hacia una feroz competencia económica entre sus empresas privadas (la gran mayoría de ellas) ha entrado en una dinámica de sobreproducción que podría detonar en forma de crisis local y global, la característica crisis capitalista de sobreproducción que analizaron Marx y Engels. Para quienes deseen profundizar en esta cuestión les adjunto el enlace del economista marxista Rolando Astarita titulado “Sobreproducción y guerra de precios, en China y global”. A nadie debiera escapársele la conclusión de que, si China fuese un país socialista y no capitalista, como en realidad es, no sufriría un fenómeno de sobreproducción pues su producción estaría orientada hacia la satisfacción de las necesidades de la población y no a una guerra a muerte de sus empresas para imponerse dentro y fuera de China a su competencia.
Para Marx y Engels la economía socialista implica necesariamente la SOCIALIZACIÓN de los medios de producción y el FIN DE LAS RELACIONES SOCIALES DE PRODUCCIÓN CAPITALISTAS.
La estatización, parcial e incluso total, de las empresas de un país no es en absoluto socialización de las mismas. Equivale a decir que lo público es de todos pero ese todos nunca ha sido consultado sobre cómo quiere que sea y funcione lo público. Una masa de políticos, burócratas y empresarios gestores provenientes de la economía privada son los encargados de dirigir las empresas estatales.
Esto nos lleva a la cuestión central: ¿quiénes ejercen el poder dentro de las empresas estatales y privadas en China? Les voy a dar un “spoiler”, ahora que está tan de moda emponzoñar el idioma español con gilipolleces en inglés: los trabajadores NO.
Reto a los sinófilos a que me den ejemplos actuales de consejismo obrero, control obrero de la producción y autogestión en empresas estatales o privadas chinas porque esas cuestiones son el pilar básico de la “democracia socialista” en las empresas.
Varios datos enormemente relevantes que ayudan a entender la naturaleza económica de China en 2025: el 60% del PIB es aportado por las empresas privadas que constituyen el 92,3% del total nacional de las empresas, el 70% de la innovación tecnológica y el 80% del empleo urbano.
Si en la Rusia soviética, cuando se aprobó aún no era la URSS, la NEP, implicó la apertura a las pequeñas y medianas empresas privadas y la dirección gerencial de las estatales por sus antiguos propietarios capitalistas, vigilados por el partido y con un decreciente papel de los sóviets de fábrica, a los que el Estado ya estaba reduciendo poder, y a ese cambio Lenin no tuvo empacho en llamarlo “Capitalismo de Estado”, no sé por qué los bonzos sinófilos occidentales se empeñan en llamar “economía socialista de mercado” a lo que hoy hay en China, sobre todo cuando el papel de la empresa privada en China va en ascenso y la NEP en Rusia/URSS acabó en 1928.
Hace unos meses mantuve una discusión en redes sociales, lo que confirmó mi convicción de que en ellas se extiende la idiocia como una mancha de 1.000 toneladas de aceite, con uno de esos “cheerleaders” que, con un ejemplo, Huawei, pretendía demostrarme el inequívoco carácter socialista de China, afirmando que los trabajadores de dicha multinacional eran propietarios de la misma, a través de la participación en su accionariado. Y se quedó más ancho que largo. Lo de que la fórmula accionarial fuera puramente capitalista (lo que se conoce como capitalismo popular), eso sin tener en cuenta que la inserción internacional de Huawei en el mercado capitalista mundial hace de ella una empresa capitalista, pareció a mi interlocutor algo insignificante. El director ejecutivo de Huawei sigue siendo a día de hoy su fundador, Ren Zhengfei que conserva una pequeña participación accionarial, lo mismo que la familia Botín en España, que desde hace varias generaciones, con menos del 5% dirige la presidencia del Santander, uno de los principales bancos mundiales. Ren Zhengfei es uno de los multimillonarios más importantes de China y miembro del partido comunista chino.
En China continúa vigente la ley del valor, la que explica la extracción de plusvalía al trabajador y, en consecuencia, la explotación (lo que el cinismo ignorante del progre y el pseudocomunista llama trabajo digno) y la sobreexplotación laboral (lo que el cinismo ignorante del progre y el pseudocomunista llama explotación) al mismo. Y ello sucede dentro de su capitalismo de Estado tanto en las empresas privadas, la inmensa mayoría, como en las públicas pues uno de sus principales objetivos es el beneficio y es sabido que él se obtiene mediante el plustrabajo, aquella cantidad de trabajo que excede al tiempo necesario para la producción de un bien. Si ese tiempo de trabajo es de 6 horas y la jornada es de 8, lo que está sucediendo es que cada hora trabajada dentro de una jornada laboral normal recibe un salario inferior al que debería corresponderle. De este modo se escamotean esas dos horas creadoras de plusvalía dentro de la jornada laboral, convertidas para el capitalista en plusvalía. No invento nada que no haya explicado antes el marxismo pero parece que algunos ponen una vela a Marx y 100 al capitalismo chino. Los 100 años que dice la dirigencia del PCCh que tardarán en llegar al socialismo. La zanahoria cada vez más lejos pero los sinófilos se creen a pie juntillas lo del “socialismo con características chinas”.
Es asumible que si en las empresas estatales, que no de propiedad social, y las privadas los trabajadores tuviesen instrumentos de poder obrero como el control de la producción, los consejos (sóviets en ruso), autogestión (como en la extinta Yugoslavia) o, al menos sindicatos independientes, y no ese trampantojo llamado Federación Nacional de Sindicatos de China, subordinado a las empresas y controlado por el partido, aquellos asumiesen una forma de “autoexplotación”, con el fin de incrementar las tres formas de salario (directo, indirecto y diferido) y mejorar la redistribución social de la riqueza generada. Pero no van por ahí los tiros. La diferencia entre que sean los propios trabajadores quienes se autoimpongan libremente unas condiciones de trabajo o lo imponga el Estado y los empresarios privados define la naturaleza del sistema económico.
Según “Diario del Pueblo”, periódico oficial de la dirigencia china, que se hacía eco de un estudio de la Universidad de Pekin (el) “Uno por ciento de los hogares más ricos de China controla más de un tercio de las riquezas del país, mientras que 25% de los hogares más pobres controlan sólo 1%”. Eso era en 2012. En 2025 el 10% de las familias más ricas del país concentra el 68,8% de la riqueza nacional. Muy igualitario no parece.
Quizá debido a la absoluta desigualdad en la redistribución de la riqueza en China, de los bajos salarios de gran parte de los trabajadores industriales (la situación de la amplia clase campesina es aún peor), de condiciones de trabajo que en muchos casos superan las jornadas diarias de 10 horas, ha dado lugar desde 2010, año en el que fueron más numerosas, a multitud de huelgas en las fábricas, muchas de ellas reprimidas por la policía, castigadas en ocasiones con detenciones e incluso cárcel, al margen de esa burla de sindicato oficial del régimen, auténticos chivatos contra los huelguistas.
Para quien aún albergue dudas sobre la naturaleza de la economía china -los hinchas no son susceptibles de análisis crítico de la realidad alguno. Su espíritu de rebaño demanda ser pastoreados- le recomiendo un artículo de la revista digital “Contexto” (ctxt). Se titula “Por qué China es capitalista”. Añade aspectos muy interesantes a lo que hasta ahora he expuesto.
Estoy convencido de que gran parte de los sinófilos en red, en concreto aquellos con menor formación política, son personas que han llegado a su admiración por China desde la más absoluta ignorancia de lo que es el socialismo y el marxismo y a los cuáles esa seducción por China les viene del conocimiento de su crecimiento y desarrollo extraordinarios. En la práctica es gente que hace suya la máxima de Deng Xiaoping, el padre de la involución china hacia el capitalismo, aquél que dijo “No importa que el gato sea blanco o negro, lo importante es que cace ratones”. Si el gato se llama Partido Comunista de China y dice que el país es socialista, ¿qué más argumentos necesitan para convencerse? El resto, los de la teología marxista-leninista, trata de evitar el síndrome de orfandad. Caída la Unión Soviética hace casi 35 años, su caminar por el desierto les dejó tan agotados que el espejismo de otra gran potencia que se autodenominase “socialista” les vale como gran luminaria, por mucho que en realidad se trate de un fuego fatuo.
Que el intento de la izquierda y de ese engendro fariseo llamado partido demócrata de EEUU para tumbar la presidencia de Trump haya puesto más su foco mediático en los escándalos sexuales del presidente que en la expulsión de inmigrantes, saltándose toda garantía jurídica, en la militarización de varios Estados de la unión, con el patrullaje de la guardia nacional, en el asesinato extrajudicial de pescadores supervivientes del ataque militar en aguas venezolanas, en las amenazas a Venezuela, Méjico y Colombia o en las terribles consecuencias para amplios sectores de la clase trabajadora norteamericana tras el cierre de la administración en cuestiones como la sanitaria o el programa de asistencia alimentaria suplementaria, muestra lo que es esa izquierda y lo que son los demócratas: la cara B del mismo capitalismo norteamericano pero con escrúpulos de moralina de bragueta.
Si antes del fin de la URSS con Gorbachov al frente le antecedieron dos ancianos de brevísimo recorrido en el cargo, interrumpido por cese vital, como Andropov y Chernenko, el hecho de que en EEUU hayan tenido en los dos últimos presidentes a dos momias con evidentes signos de deterioro cognitivo, “Sleepy” (somnoliento) Biden y “Sleepy” Trump, puede que ello nos esté diciendo algo sobre el declinar de un imperio cuya fundación como Estado se asentó en las heces que le sobraban al mundo: sectarios religiosos, padres fundadores de la nación esclavistas, asesinos de tribus nativas, ladrones de territorio a otros Estados (Méjico),…
Europa está adentrándose en una carrera armamentista mediante el incremento acelerado del gasto militar, lenguaje prebélico de buena parte de sus gobernantes, como respuesta a las amenazas y provocaciones rusas, directas o indirectas, sostenimiento de las defensas militares ucranianas mediante el envío de armamento, con el fin de prolongar la guerra ruso ucraniana y favorecer el desgaste militar ruso, vuelta al servicio militar obligatorio,…
Mientras tanto la exigencia trumpista a Europa del aumento de su contribución al gasto militar de la OTAN hasta un 5% de su PIB incrementa la psicosis de debilidad defensiva frente a Rusia y potencia su discurso belicista.
Al mismo tiempo el “diktat” trumpista de la “Estrategia de seguridad nacional estadounidense” al mundo y, en concreto a Europa, deja clara su voluntad de restablecimiento de su poder imperial global y de lograrlo apoyándose en las fuerzas más reaccionarias de la extrema derecha europea por lo que respecta al viejo continente:
“(…) la creciente influencia de los partidos patrióticos europeos es, en efecto, motivo de gran optimismo” (…) Queremos trabajar con países alineados que deseen recuperar su antigua grandeza”
“(…) Cultivar, dentro de las naciones europeas, la resistencia a la trayectoria actual de Europa”
“Fortalecer las naciones sanas de Europa Central, Oriental y Meridional mediante vínculos comerciales, ventas de armas, colaboración política e intercambios culturales y educativos”.
Recomiendo la lectura completa del texto “Estrategia de seguridad nacional estadounidense”, que les he enlazado anteriormente, porque, junto con las querencias fascistas para Europa, hay un guiño a la conspiranoica teoría del “gran reemplazo”, divulgada en su día por el nazi Renaud Camus y una actualización de la doctrina Monroe para América Latina especialmente repugnante por el cinismo y el descaro con el que anuncia sus ambiciones imperialistas.
Trump no es el mal. El mal es un imperialismo norteamericano representado por una manga de presidentes hijos de puta, republicanos y demócratas, sin solución de continuidad, votados por un pueblo de deficientes mentales a los que les ha ido bien con ese imperialismo hasta que ha empezado a declinar. Trump es simplemente la expresión de la degeneración política cuando un imperio llega a su ocaso.
En este contexto, la posición más correcta para la clase trabajadora europea sería la que, afirmando su independencia de clase frente a cualquier Estado, imperio y bloque, levantase un poderoso movimiento por la paz, contra la carrera de armamentos, el discurso y las actitudes belicistas e hiciese frente tanto a la pinza EEUU -Rusia como a la alianza entre la “alt right” norteamericana y la extrema derecha europea y rusa.
Las dificultades para movilizar a la clase trabajadora europea no se encuentran tanto en la apatía, la postración y la indiferencia de la misma ante la situación internacional como en el cinismo de unas izquierdas que, cuando no son cómplices de las políticas belicistas desde los gobiernos o la oposición, están atrapadas en sus propias contradicciones de afirmar estar contra el peligro de guerra en Europa y no adoptar una posición independiente de clase frente a cualquier interés de Estado o de potencia.
3.5.-ATRAPADOS EN LA RED: VOLVER A LA SOCIEDAD:
Del barrio, la asociación de vecinos, la empresa, el sindicato, el centro cultural, las asociaciones de madres y padres de alumnos, las asociaciones deportivas, feministas y de defensa de diversas identidades, de las organizaciones de estudiantes y de profesionales de la cultura y la ciencia, la gran mayoría de la gente autodenominada de izquierda ha ido desertando hacia sus vidas particulares o hacia unas redes sociales en las que, si no pierde el tiempo en la más absoluta banalidad, cree estar haciendo activismo en las redes sociales.
Hace ya bastantes años, tras el vaciamiento de las organizaciones políticas, sindicales y sociales, los síntomas eran evidentes: la sustitución del militante a tiempo completo, por el izquierdista activo en sus ratos libres, -cuando la derecha y la extrema derecha nunca han dejado de militar de la mañana a la noche-, muchas veces como forma de ocio, y por el activista por libre, con harta frecuencia, promotor de sí mismo y de sus ambiciones de fama.
De ahí a las redes, unas veces como cibermilitancia acrítica de un partido parlamentario o como francotiradores por libre, en defensa de las particularidades a las que cada izquierdista se hubiese adscrito, y de esas actuaciones a convertirse en esclavos a tiempo completo del algoritmo solo había un paso ya dado hace tiempo.
Pero las redes sociales no son un lugar de combate real. Solo una trampa para el compromiso de mínima intensidad del progresista, por airada que sea su protesta, y de gran difusión para la promoción de las ideas más reaccionarias del capitalismo y de un fascismo que sí construye organización fuera del mundo virtual.
El tiempo derrochado en el mundo digital es inútil, solo produce beneficio económico para las plataformas sociales y para la hoja de ruta del tecnofascismo que promueven y al que sus algoritmos dan un protagonismo casi absoluto.
La izquierda parece no querer entender que el algoritmo que conduce a la preeminencia de los mensajes fascistas en redes sociales no es un factor “accidental” de las mismas, ni simplemente un modo de incrementar los beneficios económicos, vía publicidad, que producen, como consecuencia de la polémica y las reacciones contrarias que dichos mensajes suscitan.
La cuestión va mucho más allá. Para la dominación ideológica absoluta que el capital necesita en un mundo completamente dualizado entre clase dominante y clases dominadas, es necesario ir arrinconando los argumentos radicalmente opuestos a ese fin.
Detrás de quienes parecen ser simplemente un reducidísimo conjunto de nombres propios de megamillonarios dueños de las principales redes sociales se encuentran grandes fondos de inversión (Kohlberg Kravis Roberts, Sequoia Capital, SoftBank Group, General Atlantic, Hillhouse Capital Group, en el caso de ByteDance, matriz de Tik Tok; más de 100 grandes inversores en el caso de X Holdings Corp., propietaria de X (antes Twitter); The Vanguard Group, BlackRock, Fidelity, J. P. Morgan, Capital Group, etc. en el caso de Meta, matriz de Facebook, Instagram, WhatsApp y Threads. Si ustedes se toman la molestia de investigar un poco por su cuenta encontrarán accionariados cruzados en diversas compañías y participaciones de varias de ellas en distintas plataformas de redes sociales.
El “capitán de empresa” de Schumpeter, el empresario innovador del que hablaba este economista en “Teoría del desarrollo económico” es, al menos desde hace un siglo, una ficción ideológica aireada a los cuatro vientos por los voceros del capitalismo. Ningún gran empresario nace de sí mismo. Una idea genial te convierte en innovador. Un invento extraordinario hace de ti un inventor. Pero sin los grandes grupos inversores, que pongan el capital necesario para su infraestructura técnica, desarrollo y lanzamiento al mercado, el genio se come los mocos.
Habitualmente los grandes inversores prefieren quedarse en la sombra, proyectando la imagen agigantada del “self made man” porque humanizar al capitalismo, dotándole de la idea de esfuerzo, voluntad y visión, construye potencia ideológica liberal pero es una absoluta farsa. Sin los grandes inversores el empresario innovador/inventor no pasaría de ser, en el mejor de los casos, el tendero de la esquina, carente de medios para competir en un mercado global.
Si lograr el máximo beneficio empresarial fuese el objetivo único de los accionistas de las redes sociales, por aquello de que “el capital no tiene ideología, solo intereses”, habrían optado por una auténtica dualización de las mismas, equilibrando el protagonismo de las corrientes progresistas y reaccionarias, y no habrían llenado aquellas de bots, destinados a absolutizar la presencia de los mensajes más retrógrados.
Lo mismo sucede con una pretendida Inteligencia Artificial, que está desplazando rápidamente los enlaces en los motores de búsquedas, como Google o Bing, y ofreciendo resúmenes para las búsquedas con un claro sesgo ideológico
La ira izquierdista frente a los señuelos continuos que las redes les tienden se estrella en un vacío en el que bots y troles provocadores y profesionalizados de extrema derecha se muestran ciegos y sordos, elevando el cortisol y la adrenalina de la frustración izquierdista.
Por cada diálogo civilizado, de breves y dudosos frutos, una eternidad de tiempo perdido.
Tan solo como acotación a quienes señalan que el materialismo histórico ya no es válido para analizar el presente porque vivimos en una sociedad de consumo, como si lo consumido no hubiera sido producido antes bajo unas condiciones materiales de producción y unas relaciones sociales concretas, cabe interrogarles sobre si son conscientes de que en las redes sociales los participantes son productores de contenido, y generadores de plusvalía, sobreexplotados a coste salarial 0.
Si las autodenominadas izquierdas quieren salir de la trampa digital en la que están metidas necesitarán espacios propios, blindados ante fascistas y ultraliberales, destinados a coordinar sus mensajes y luchas, evitando los eternos debates nunca resueltos por sus inútiles consensos, tan queridos por los llamados indignados del 2011, que fueron una de las principales causas de su fracaso.
En cualquier caso, no hay futuro sin construcción y ésta está en el mundo real, en los espacios anteriormente señalados, en lo existente y cotidiano, en lo que afecta a nuestras vidas, en los retos que los tiempos nuevos nos presentan. Sin auténtica organización, adecuada a este presente, no al pasado, y con la flexibilidad de adaptarse al futuro, la izquierda estará muerta y, en ese caso mejor enterrarla y empezar de nuevo.
3.6.-YA NO HAY IDEOLOGÍA DOMINANTE, SOLO IDEOLOGÍA ÚNICA:
Hubo un tiempo en el que los marxistas explicábamos la ideología dominante a través los aparatos de dominación ideológica del capital que señalo Althusser (escuela, religión, familia, medios de comunicación,…).
Hoy, como durante el fascismo del siglo XX, el éxito de la dominación ideológica está en gran medida en la repetición de la mentira simplificada al nivel del más idiota e ignorante de los seres humanos.Pero la potencia arrolladora del fascismo actual no está solo en la elementalidad y simpleza de su relato. Va mucho más allá.
Existe una ideología dominante cuando es hegemónica frente a otras.
Esto ya no es así. Hoy hay tal totalitarismo ideológico que, incluso bajo la apariencia de libertad de expresión y de crítica, las ideas progresistas se baten en retirada, las personas de izquierda sienten un creciente temor a expresar sus ideas en público, fuera de la ficción de pluralismo que aparentan las redes sociales, y cada vez más medios cierran la puerta a voces que expresen su crítica radical a la realidad existente. De hecho, los medios de la derecha y la extrema derecha han designado a sus aparentes disidentes mediáticos, a los que prestan espacios para fingir un pluralismo crítico que no es tal y cuya discrepancia está destinada a reforzar el discurso más reaccionario mediante tesis no muy alejadas del fascismo en cuestiones como la inmigración, el feminismo, determinadas identidades o el cambio climático.
En otras ocasiones, se trata de individuos/as, con notable carga de frikismo, presentados como políticamente incorrectos, como si esa no fuera una expresión muy querida por el entorno más reaccionario.
Su función es la de contribuir al desprestigio de una izquierda, en sentido amplio, ya de por sí muy cuestionada y cuestionable, y hacer labor de zapa entre supuestos miembros de la base social de la izquierda muy desorientados y con ciertos tics reaccionarios, razón por la que suelen ser jaleados y premiados con algún caramelo por sus promotores.
La derecha, en clara dinámica extremista, y los fascistas dirigen hoy la agenda sobre lo políticamente relevante, sobre los temas de los que hay que hablar y se habla en los medios de comunicación, mayoritariamente en sus manos: inmigración, islamismo, seguridad, políticas de género, inviabililidad del Estado social y las pensiones públicas, defensa de los valores tradicionales de la familia, nacionalismo,…
Lo de menos es el peso real que estas cuestiones tengan en la vida de la población, en qué medida respondan a problemas reales que afecten a las grandes mayorías asalariadas de la sociedad. El hecho es que, al protagonizar la información publicada y sobredimensionar su importancia, casi siempre mediante mentiras y medias verdades, imponen su relato y aquello sobre lo que hay que hablar, ocultando las cuestiones que realmente afectan a la gente, y situando a la izquierda en posición defensiva. Ello hasta el punto de que ésta centra gran parte de su mensaje en limitarse a negar las mentiras de la derecha, en lugar de difundir su hoja de ruta, cuando la tiene, y acaba por aceptar, más pronto que tarde el programa político, ideológico, económico y social de la reacción.
Una izquierda que apenas está presente en los barrios de rentas bajas, que apenas pregunta directamente a los trabajadores que viven en ellos por sus condiciones reales de vida y las cuestiones que realmente les afectan, más allá de los datos estadísticos y las encuestas, que no milita en el mundo real sino en el mediático y el virtual, que no hace pedagogía de esa realidad, está entregando parte de su base social a la reacción y el fascismo y es una rémora para la transformación del mundo.
Culpar a los trabajadores que, huérfanos de orientación ideológica hacia la izquierda, caen en el campo ideológico del fascismo, no es solo estúpido y perjudicial sino mezquino. Los miserables que llaman “fachapobres” a los desnortados políticos de la clase trabajadora evidencian su impotencia política y muestran su ideología burguesa, aquella que enfatiza en la pobreza su deseo de humillación y desprecio. Tratarlos como lo que son, reaccionarios en la práctica, es la respuesta más benevolente que merecen.
3.7.-APÓSTOLES DE LA EXTINCIÓN DEL SER HUMANO:
Desde hace ya unos años ha penetrado de forma creciente en un sector de la izquierda el pesimismo de la especie. Me refiero al pesimismo en la especie humana; la creencia en que el ser humano es nocivo, que debe dejar de reproducirse y que lo deseable es su extinción voluntaria. Es lo que se conoce como “antinatalismo”.
No soy biólogo ni zoólogo pero sé que ninguna otra especie animal ha buscado intencionadamente nunca su propia extinción.
Lo que nos diferencia de otras especies animales es nuestro desarrollo mental, altamente simbólico, un lenguaje especialmente desarrollado, capaz de una gran abstracción; la capacidad de movernos entre el saber acumulado sobre nuestro pasado histórico, la conciencia del presente y nuestra potencia para proyectar el futuro.
Del mismo modo, nuestra capacidad de desarrollo tecnológico, la empatía psíquica, que nos permite conocer, no solo lo que los demás saben sino aquello que creen y, específicamente, cuáles son sus falsas creencias (lo que creen saber), junto con la capacidad colectiva e intergeneracional de crear un conocimiento cooperativo que se va ampliando a lo largo del tiempo, son otros elementos que nos diferencian del resto de los animales.
Resumiendo, los seres humanos somos, específica y distintivamente lo que podemos denominar como “homo culturalis”.
Fue Freud quien publicó en 1930, inicio de un periodo especialmente oscuro de la humanidad, “El malestar en la cultura”, una obra formidable por su contenido, mucho más que por su modesta extensión, que se adentra en la psicología social, hasta el punto de que puede ser considerado un ensayo sociológico.
En dicho texto se exponen dos temas centrales que ya estaban presentes en sus obras anteriores: el sentimiento de culpa y la pulsión de destrucción en el ser humano (“thanatos”).
Significativamente ambas cuestiones son ejes centrales en las motivaciones principales hacia la extinción humana entre los antinatalistas.
La decisión personal de tener o no descendencia es algo absolutamente respetable en el plano individual, al menos tan respetable como la elección profesional, la identidad sexual de cada persona, o la elección de nuestras amistades; cuestiones, todas ellas, que marcarán de un modo u otro nuestras vidas.
Lo cierto es que muchas veces no existe la posibilidad de elegir entre tener o no hijos porque la precariedad laboral y los salarios exiguos de las personas en edad de tener descendencia decide frecuentemente por ellos. Irónicamente ya no podemos hablar proletariado (las clases subalternas que tienen “prole”), excepto si se trata de la alta burguesía, partidaria de la “sagrada familia conservadora para la que la paternidad/maternidad es un lujo que pueden permitirse desahogadamente.
Durante la pandemia del COVID-19 se extendió el lema “la naturaleza se defiende porque nosotros somos el virus”. Está claro que la pandemia debió afectar a algunas mentes porque es obvio que el ser humano pertenece a la naturaleza y que no es él, como tal, la causa de su amenaza de destrucción sino un sistema capitalista depredador de la misma y esclavizador de la humanidad.
Una de las principales organizaciones antinatalistas del mundo, Antinatalism International aboga por la no reproducción y la extinción de la especie humana. Curiosamente sus principales impulsores son hindúes. Se comprende que en un país como India con 1500 millones de habitantes, dividido en castas, con niveles de desigualdad abismales, pobreza lacerante, religiones especialmente reaccionarias, una incultura atávica y unos índices de contaminación brutales queden pocas ganas de ser optimistas pero de ahí a mostrarse partidario del suicidio voluntario, porque hay demasiado dolor en el mundo, como postula su fundador que, por cierto, no predica con el ejemplo suicidándose, el gurú EFILista Anugrah Kumar Sharma, hay unas cuantas millas, sobre todo si predicas la extinción humana mediante la no procreación humana y el suicidio y, a la vez, te proclamas marxista, como hace él. Según el citado chiflado, la injusticia, la desigualdad y el dolor en el mundo son inevitables. Me pregunto qué marxismo será el de este sujeto que sustituye la propuesta de destrucción del capitalismo por el de la especie humana como no sea el del chef Thierry Marx, especialista en gastronomía molecular.
En cualquier caso, serán antinatalistas pero no descuidan el negocio, a juzgar por las secciones de “merchandising” (“shop”) y de donaciones de su web.
El EFILismo, que he mencionado anteriormente, es otra de esas chaladuras de la postmodernidad pero ésta con redoble de tambor. Plantea que que el ADN de los “seres sintientes”, expresión muy del gusto de los veganos, lleva un error en su diseño que, a través de la lucha darwinista, ha creado un sufrimiento absurdo a dichos seres sintientes, lo que incluye no solo a las personas sino a los animales, por lo que la extinción de ambos es lo deseable porque se acabaría con su dolor. Mala noticia para los gatos, sus dueños/as y los vídeos de gatitos y buena para la coliflor y la berenjena que ni sienten ni padecen.
Hablando en plata, el EFILismo es como el antinatalismo pero a lo bestia y en plan extinción a lo “heavy” de humanos y animales, incluidos ornitorrincos y caniches. Claro que esto es en teoría porque en la práctica no se conocen muchos suicidios de EFIListas, alguno ha habido, cómo no, en EEUU. Una cosa es decir tonterías y otra suicidarte con tu cerdo vietnamita. Sí se ha producido algún atentado terrorista en este 2025, como el de Guy Edward Bartkus contra una clínica de fertilidad en California, EEUU, en el que resultó muerto el autor y hubo cuatro heridos entre el personal del centro.
La corriente dominante del antinatalismo propone abstenerse de tener hijos porque es bueno para el planeta y la vida causa un dolor enorme en la mayoría de los casos: enfermedades físicas y mentales, ¡desmotivación y tedio! (¡terrible, terrible!) y agresiones físicas de terceros. Para ellos, incluso el placer, el bienestar y la felicidad no justifican la pervivencia de la humanidad porque éticamente es reprobable reproducirse porque es dañino para quien se trae al mundo y supone una manipulación, entre otros motivos porque no se ha contado con el consentimiento del no nacido ¿Cómo es posible que a estos genios no se les haya ocurrido acudir a los buenos oficios de algún/a médium de reconocido prestigio y probada eficacia para preguntar a los ectoplasmas no procreados del país de nunca jamás si consienten en nacer?
Un caso diferente pero también cargado de un pesimismo radical es el de los “preppers” (preparacionistas) o “survivalists”. Originalmente, el concepto se refería a un movimiento que surgió en los años 60 del siglo XX en EEUU, ligado a la histeria de la guerra fría, la propaganda gubernamental antisoviética -¡que vienen los rusos!- y la amenaza nuclear. Muy asociado a círculos de extrema derecha (milicias,…) y a grupos de supremacismo blanco, planteaban la supervivencia individual, armados hasta los dientes en búnkeres y rodeados de latas de frijoles con carne de ternera, con lo que, en caso de guerra nuclear, quizá no murieran por la radiación pero sí, muy posiblemente, por los efluvios de sus propios gases.
Actualmente se calcula que un 15% de las personas que se identifican “preppers” pertenecen a la cultura de izquierdas en EEUU, aunque lo han hecho desde posturas no individualistas sino apoyadas en la idea de comunidad (apoyarse en los vecinos) ante la posibilidad de una catástrofe. Demasiado poco si aceptas las tesis “aceleracionistas” de tus enemigos de clase como destino fatal.
Lo que no falta alrededor de los movimientos “prepper”, sea en EEUU o en España, son los negocios de cursos de preparación al desastre, las ventas de cacharrería de supervivencia y la filosofía individualista y con tufillo fascioliberal de que cada uno debe prepararse para salir adelante solo y con su familia y que el resto se las componga como pueda.
Es cierto que como cantaba el desaparecido vocalista y compositor de de “Golpes Bajos”, Germán Coppini, tomando prestado el título de un poema de 1939 de Bertolt Brecht vivimos “malos tiempos para la lírica”. Sería absurdo y contraproducente negarlo. Crisis capitalista mundial de 2008, tsunamis, amenazas derivadas del cambio climático, incendios cada vez más descontrolados y persistentes, pandemia del Covid-19, ascenso de los fascismos, racismo creciente y persecución brutal e inhumana de los gobiernos a los inmigrantes sin papeles, inestabilidad política, guerra de Rusia y Ucrania, trumpismo y retroceso de las libertades, genocidio sionista contra el pueblo palestino, incertidumbre económica para las clases trabajadoras del mundo, aumento de la desigualdad,...No está el horno para bollos ni tampoco para entonar el “´I Got You (I Feel Good”) de James Brown pero cuando sectores de la izquierda se aprestan a soplar las siete trompetas del Apocalipsis, como si ya hubiera sido roto el séptimo sello, es evidente que hay una parte de ella que ha dejado de creer en la humanidad.
La idea colapsista de la policrisis irresoluble es puro milenarismo reaccionario y quietista que invita a aceptar el Armagedón como destino del ser humano. El pesimismo como posición política supone no solo negar la posibilidad de una idea de progreso, que rechace la historia como bucle de eterna circularidad, y abra paso a una sociedad más igualitaria y liberada de la necesidad sino negar también la propia esencia y sentido de la izquierda.
Si la izquierda solo es capaz de oponer su NO a este mundo desquiciado por el tecnofascismo de un capitalismo que surfea una ola que conduce a la catástrofe planetaria y humana, amparada por las políticas de la brutalidad sin límites, sin un proyecto político, económico y de nueva cultura de la vida, ha perdido su presente, su futuro y su razón de ser.
Las palabras de Naomi Klein y de Astra Taylor hacia el final de su artículo “El auge del fascismo del fin de los tiempos” demuestran hasta qué punto el tipo de izquierda que ambas representan se encuentra lejos y fuera del tiempo.
“Hemos llegado a un punto en el que hay que decidir, no sobre si nos enfrentamos al apocalipsis, sino sobre la forma que este tomará. Las activistas Adrienne Maree y Autumn Brown abordaron recientemente este tema en su acertadamente titulado podcast How to Survive theEnd of theWorld (Cómo sobrevivir al fin del mundo). En este momento, en el que el fascismo apocalíptico libra una guerra en todos los frentes, es esencial forjar nuevas alianzas. Pero en lugar de preguntarnos: “¿Compartimos todos la misma visión del mundo?”, Adrienne nos insta a preguntarnos: “¿Late tu corazón y piensas seguir viviendo? Entonces ven por aquí y ya veremos el resto al otro lado”. Nadie al volante.
3.8.-IZQUIERDA DESACREDITADA, CONSERVADORA, SIN HORIZONTE Y SIN PROYECTO:
Quiero hacer un paréntesis antes de entrar al contenido de esta sección.
Izquierda es lo que la base social y menguante de la izquierda considera izquierda. No lo que determinados grupos, organizados o no, que se reivindican de ella acotan como tal. En un mundo en el que la política es comunicación, las percepciones se viven como realidad.
¿De qué modo podría excluirse del concepto izquierda a una pare de la misma cuando la derecha identifica como tal al socialiberalismo y llama izquierda radical a la nueva socialdemocracia? ¿Qué decir de esos comunistas que se identifican a sí mismos como “verdadera izquierda” cuando Marx jamás integró su pensamiento en esa corriente o apoyan decididamente a caudillismos latinoamericanos, envueltos en populismos que dan lugar a nuevas burguesías emergidas del control y la rapiña de los aparatos de sus Estados capitalistas o, peor aún, a poderes absolutos sobre el conjunto de sus poblaciones?
La izquierda cabalga sus propias contradicciones, envuelta en un cinismo carente de la mínima autocrítica. No es de extrañar su gravísima crisis mundial que podría llegar a ser terminal.
Lo más grave para la izquierda no es que haya sido desalojada del gobierno en la gran mayoría de los países del primer mundo, entrando en su lugar partidos de extrema derecha en solitario o en coalición, ni que en países en desarrollo gobiernen partidos que son una versión ligeramente más progresista que el socialiberalismo europeo o nacionalismos rancios y despóticos que acabarán en algún momento siendo sustituidos por oligarquías aún más corruptas y por las extremas derechas con tentaciones militaristas.
Lo más peligroso del comportamiento de las izquierdas que se autoidentifican como tales es su negativa a analizar su papel histórico desde hace al menos 50 años y extraer las consecuencias derivadas de dicho análisis.
En el caso de quienes provienen de la tradición de la Internacional Socialista hay una evidente negativa a reflexionar de qué modo la ruptura por parte del capital del pacto social, inaugurado tras la II GM, con el mundo del trabajo y sus organizaciones reformistas, ha afectado a sus políticas y a su propia legitimidad política a partir de 1975 con el neoliberalismo y el paulatino desmonte de los llamados Estados del Bienestar.
Cuando el capitalismo ha virado hacia políticas más desreguladoras de la economía mundial, ha impuesto recortes de gasto público y límites a la intervenciones estatales que no fueran destinadas al salvataje de sus crisis, el compromiso de los gobiernos socialiberaes y socialdemócratas no solo les ha convertido en cómplices del capitalismo sino que en un futuro, cuando ya solo haya Estados fuertes en lo represivo y mínimos en su función social, esa izquierda ya no será necesaria ni siquiera para blanquear el carácter criminal del capital.
Tuvo que producirse una pandemia mundial (Covid-19) de dimensiones gigantescas en coste de vidas, afectación al sistema productivo del capital y empobrecimiento de las familias trabajadoras, para que en el capitalismo occidental (UE) y EEUU se impulsaran políticas expansivas en inversión económica desde los Estados.
Si bien en la UE dichas políticas públicas nacieron de un pacto entre la derecha y los socioliberales (llamados socialdemócratas), con el protagonismo de los primeros, dada la escasa presencia de gobiernos progresistas en Estados europeos y su peso secundario en la Eurocámara, las medidas puestas en marcha, lo mismo que en EEUU con el demócrata Biden, tenían un objetivo limitado en el tiempo y más centrado en la ayuda a las empresas y a la recuperación del consumo que a la mejora de las condiciones de vida de las familias.
Frente al creciente desmantelamiento del llamado Estado del Bienestar, la privatización de los servicios, el incremento exponencial de la desigualdad de la riqueza y la brutal concentración de la misma, con el consiguiente empobrecimiento de las familias trabajadoras, la izquierda socioliberal, ex socialdemócrata, y la nueva socialdemocracia, que ahora se autodefine populista, en lugar de la vieja socialdemocracia, ofrece como alternativa la reconquista o conquista, según el caso, de los gobiernos, el incremento de los impuestos a los más ricos y aumentos de los subsidios a las familias de rentas más bajas. Todo ello mientras los gobiernos progresistas aumentan la edad de jubilación a los 67 años (España y Reino Unido), con el horizonte puesto en los 70 años (Dinamarca).
En cuanto a la nueva socialdemocracia, si bien parece orientarse hacia un discurso de clase, lo hace en unos términos en los que los pretendidos “intereses materiales” de la clase trabajadora no rebasan los horizontes del capitalismo. Zohran Mandani, recientemente elegido alcalde de Nueva York, es la nueva esperanza del progresismo mundial. Antes que él lo fueron en EEUU, por orden de sucesión, Bernie Sanders y Alejandra Ocasio. En Grecia Alexis Tsipras, en España Pablo Iglesias y en el Reino Unido Jeremy Corbyn. Británicos y norteamericanos compartían su sujeción a partidos históricos del capitalismo con los que no pretendían romper. Tsipras e Iglesias intentaron renovar la socialdemocracia desde fuera de la socialdemocracia histórica. Sabemos cómo acabaron unos y otros. Todos, incluido Mamdani, cuyo recorrido podemos prever, han basado su proyecto en una combinación de liderazgo carismático, seguidismo juvenil, activismo en redes sociales y plataformas electorales o militantes que impulsaran sus candidaturas.
Cuando el capital ha dictado sus sentencias hacia cada uno de ellos, bien en el gobierno (Tsipras, Iglesias) o como potenciales candidatos (Corbyn, Sanders, Ocasio) pronto quedó claro el potencial de la nueva socialdemocracia. Si Trump, tras el fracaso del intento de abrir un proceso para su destitución (“impeachment”) se mantiene en la presidencia y niega la financiación a la ciudad de Nueva York, el populismo pseudosocialista de Mamdani, su alcaldía y sus subsidios de viviendas accesibles, sus supermercados públicos y guarderías y autobuses gratuitos caerán como fruta madura. Siempre podrá decir que la financiación de sus proyectos la obtendrá de la subida de impuestos a los megamillonarios neoyorquinos. Una ley superior que rápidamente aprobará Trump se lo impedirá, con la complacencia mal disimulada de la dirección del partido demócrata, que no está para veleidades pseudoizquierdistas, sino para intentar frenar sus graves divisiones internas en medio de una enorme crisis de liderazgo. Es lo que tiene la democracia burguesa, que guarda las formas hasta que le tocan la cartera a la clase dirigente.
No existe un camino hacia alguna parte para el socioliberalismo y la socialdemocracia renovada. Todo lo que les espera es un bucle decreciente hacia la nada. Las palancas intervencionistas del Estado capitalista hace decenios que cambiaron de signo hacia un papel de financiero exclusivo del desarrollo capitalista y hacia un orden público de máxima violencia policial.
Sin construcción de resistencia en las empresas y en los barrios, apoyo mutuo y contrapoder de clase desde los que construir organización y ansias insurreccionales de comunismo solo hay cuentos chinos.
Pero los herederos de la Internacional Socialista no pueden hacer esa reflexión porque ello significaría una refutación radical de toda su trayectoria desde mucho antes del período posterior a la II GM, como mínimo desde el programa de Erfurt de la socialdemocracia alemana, si no desde el propio programa de Gotha, y admitir que el capitalismo es irreformable y que la herencia histórica de la socialdemocracia ha sido la de colaboración con el capital.
En cuanto a la tradición comunista hay un interrogante al que deberían responder aquellos que se definen como marxistas-leninistas: ¿cómo se explica que, tras la caída de los llamados países socialistas, sus gobiernos hayan sido sustituidos en muchos casos por otros reaccionarios, fuertemente autoritarios, netamente anticomunistas, cuestionadores de las libertades individuales y cuyas posturas políticas son tan parecidas a las de Trump?
En países educados por el poder político durante decenios en la falta de libertades políticas y en la ausencia de una autentica democracia de base (no estoy hablando de pluralismo de partidos democrático-burgueses) se habían creado las condiciones para una sociedad pasiva y obediente a gobiernos autoritarios de signo opuesto.
Esta ausencia de autocrítica explica que muchos autodenominados marxistas-leninistas vean hoy en personajes como Putin u Orbán sujetos políticamente positivos en el contexto europeo y mundial.
El dogmatismo y la falta de cultura democrática hace muy difícil que de dicha visión del comunismo, obviamente tampoco de los eurocomunistas, comparsa oportunista de la socialdemocracia, pueda surgir una renovación del comunismo como corriente política. Ésta deberá venir de otras tendencias del comunismo marginadas en el pasado y de su encuentro con nuevas perspectivas abiertas del mismo.
3.9.-LOS GRUPOS DE IDENTIDAD Y LA SUPUESTA INFLUENCIA DEL LLAMADO “MARXISMO CULTURAL”:
El término “woke” nació en los años 30 del siglo pasado en el entorno de las luchas antirracistas de la comunidad negra estadounidense.
El cantante de blues Lead Belly lo utilizó en una canción (“Scootsboro Boys”) en la que contaba la historia de 9 jóvenes negros que fueron acusados falsamente de violación. Empleó la expresión como llamamiento a la comunidad negra, ”stay woke” (“mantente alerta/despierto”).
Si algún estadounidense fue especialmente “woke”, ese fue Malcom X. Se mantuvo alerta hasta que le asesinaron, aunque no hay constancia de que emplease el término. Y, por supuesto, el reverendo Luther King en su sermón “Remaining Awake Through a Great Revolution”. “Woke” es la adaptación del uso del inglés afroamericano vernáculo de la palabra “awake”.
Con el tiempo, el término fue también incorporado a las luchas de otros movimientos como el feminista o a las reivindicaciones de gais y lesbianas.
En un país como EEUU en el que la tradición socialista nunca fue fuerte, en el que el movimiento sindical más combativo fue reprimido a sangre y fuego, y hasta con penas de muerte desde antes incluso de la crisis capitalista de 1929, y en el que los comunistas fueron “cancelados” por el “Comité de Actividades Antinorteamericanas” y posteriormente el “macartismo” o ejecutados en la silla eléctrica, la lucha del movimiento obrero pocas veces estuvo tan en primer plano como en Europa en los años 60, 70 y 80 y muchos decenios antes. Por otro lado las tradiciones ideológicas dominantes entre las clases trabajadoras organizadas en uno y otro lado eran muy distintas.
Conviene aclarar que a partir de la Huelga General de Oakland de 1946, en la que las protagonistas fueron mujeres trabajadoras, y que generaron una cascada coordinada de huelgas de solidaridad en otros sectores, se aprobó la Ley Taft-Hartley en 1947, que prohibía las huelgas masivas de solidaridad lo que, en la práctica abolió la posibilidad de una Huelga General “stricto sensu”.
La historia demuestra que cuando los conflictos de clase no aparecen en primer plano, a menudo lo hacen envueltos en otro tipo de reivindicaciones pero están presentes no demasiado al fondo de las mismas.
La lucha antirracista de negros y latinoamericanos tiene mucho que ver con sus condiciones materiales de vida, al igual que una parte de la lucha feminista toca a su situación laboral y salarial; ello independientemente de que existan élites negra, latina o feminista a las que esas realidades económicas y sociales no les afecten.
Lo mismo cabe decir de las circunstancias personales de gais, lesbianas o transexuales. Al margen de aquellos que se han hecho un lugar provechoso en el negocio mediático, del espectáculo y la cultura, una minoría por notoria que sea, la gran mayoría aún debe soportar en la supuesta tierra de las libertades situaciones de discriminación laboral, u ocultar su condición sexual, a pesar de la existencia de una legislación antidiscriminatoria que Trump pretende echar abajo.
Hasta 2020 no irrumpe con fuerza el término “woke” en España. Hasta entonces los expertos “antiidentidades” del palillo en la boca desconocían la existencia del nombre. Odiaban a inmigrantes, personas de otra etnia, feministas, etc. pero se trataba de algo más visceral, menos elaborado. Esa elaboración se la fabricaron en los círculos intelectuales de la extrema derecha norteamericana, fundamentalmente la “Alt-Right”, clave en el éxito del trumpismo, y sus principales teóricos, Paul Gottfried y Richard B. Spencer.
Es a partir de 2020 cuando comienza a difundirse masivamente en España el mencionado vocablo a través de redes sociales por parte de VOX y otros grupos fascistas, escoltados por los escribas habituales del rojipardismo patrio, al que en los últimos tiempos se ha unido cierto personaje estrafalario procedente de la cuñadez mediática futbolera.
Es interesante conocer cuál es el argumentario de la “alt-right” contra la terrible amenaza del “wokismo” porque los peligros señalados del mismo en España por fascistas, rojipardos, columnistas reaccionarios y pseudoizquierdistas ignorantes son casi una traducción literal de los expresados en EEUU.
La premisa de la extrema derecha USA es que el “wokismo” es marxismo cultural y lo vincula con la Escuela de Frankfurt.
El pretendido “razonamiento” hace aguas por todas partes. No existe un pensamiento o corriente que pueda llamarse “marxismo cultural”.
El marxismo es una teoría materialista de la historia que se sustenta en el análisis de las fuerzas productivas (medios técnicos de producción, trabajo humano, recursos naturales,...) y en las relaciones sociales de producción de cada formación económico-social histórica, a la que llama modo de producción, particularmente el capitalista. Esa es la base material o infraestructura de una sociedad.
Sobre esa infraestructura se sostiene toda una superestructura inmaterial (ideología dominante, cultura, arte, religión, ciencia,…). Para Marx no existe una relación de dependencia mecánica de la segunda respecto a la primera pero señala que es la base material (infraestructura) la que “determina en última instancia” todo el edificio ideológico construido sobre ella. Es un binomio del que no puede desprenderse una de las partes y seguir llamándose marxismo porque dejaría de operar como totalidad social.
La Escuela de Frankfurt y su Teoría Crítica no eran marxistas, a pesar de que la mayor parte de sus miembros se declarasen inicialmente de esta corriente de pensamiento.
Su posición teórica distaba absolutamente de una teoría materialista de la historia. El análisis de la naturaleza de la formación económico-social del capitalismo y de la explotación fue su gran punto ciego. Se centró en una crítica de la superestructura ideológica de la sociedad capitalista que, al estar completamente desconectada de la relación con su base material, era puramente subjetiva e idealista. Era fundamentalmente un enfoque de antropología cultural dentro de la corriente ideológica burguesa.
La Escuela de Frankfurt fue una corriente teórica puramente academicista, desconectada de las luchas del movimiento obrero y las movilizaciones sociales. Su postura absolutamente distanciada de la práctica política se resume perfectamente en la frase de Theodor Adorno “Nada sino la desesperanza puede salvarnos”. Cuando uno de sus compañeros de corriente, Marcuse, apoyó al movimiento estudiantil contra la intervención militar de EEUU en Vietnam y la Unión de Estudiantes Socialistas Alemanes tomó el Instituto de Frankfurt de Estudios Sociales, Adorno si hizo algo: llamó a la policía para que los desalojaran. Marcuse se lo reprochó, iniciándose una correspondencia escrita entre ambos en la que Adorno llegó a responder, frente al apoyo de Marcuse a las protestas contra la guerra y a su pregunta “¿qué se ha de hacer?”, “el objetivo de una praxis real debiera ser su propia abolición”; es decir, nada.
“Minima Moralia. Reflexiones desde la vida dañada” es el cántico aforístico de un Adorno desencantado de la vida cotidiana bajo el fascismo y el capitalismo que lejos de ser una guía para la “buena vida”, un concepto muy querido por los partidarios de la vida alternativa, actúa como un envase de píldoras (los aforismos de los que se compone la obra citada) de la infelicidad. Cierto que fue escrito tras la experiencia, que él no vivió más que en las etapas iniciales, del ascenso del nazismo al poder, pero su afirmación de la imposibilidad de llevar una vida correcta bajo el capitalismo y el nazismo conlleva solapadamente una negación de la acción colectiva y un individualismo esencialmente reaccionario, que abre las puertas bien al nihilismo de los desesperados, bien a la aceptación pasiva de la realidad. Al menos, un clásico como Cicerón indaga, en “De finibus”, la búsqueda y las posibles vías a la felicidad, por quimérico que hoy pueda parecer este objetivo.
Horkheimer, por su parte, acabaría siendo un viejo reaccionario que llegó a adoptar una clara oposición a la praxis política. Para él era "urgente proteger, conservar, extender por donde sea posible la limitada, efímera libertad del individuo antes que negarla en forma abstracta o aun que ponerla en peligro mediante acciones inútiles”
Poco dialéctica y marxista parece la respuesta.
Esto sin hablar de la sustitución de la idea de explotación por la de opresión, lo que la desvinculaba directamente del marxismo, el vergonzante silencio de los componentes de la Escuela de Frankfurt ante el ascenso del nazismo en Alemania y las primeras persecuciones a sus compatriotas comunistas, silencio este último que continuó cuando se trasladaron a EEUU, la colaboración de Adorno en la revista anticomunista alemana “Der Monat”, tras la II GM, financiada por la Oficina del Gobierno Militar para Alemania (EEUU) y la CIA, la búsqueda y logro por parte de Horkheimer de financiación de la Escuela por el más variado plantel de fundaciones e instituciones anticomunistas y por la propia CIA, tanto de forma directa como indirecta. De todo ello y de mucho más puede encontrarse abundante bibliografía en Internet. Marcuse fue también uno de los colaboradores de la Agencia.
A pesar de la insistencia tanto de los sectores ultraderechistas como de los dogmáticos pretendidamente marxistas como causa determinante de la Teoría Crítica de la Escuela de Frankfurt, con sus postulados respecto a la cultura como elemento de opresión, el papel de la industria cultural, los medios de comunicación y la sociedad de consumo en la misma, con la consiguiente alienación de los individuos, en la aparición de los movimientos de identidad y lo “woke”, resulta discutible el alcance real de dicha determinación.
Lo académico influye de modo prioritario en lo académico, sobre todo cuando los dos principales teóricos de la Escuela de Frankfurt, Adorno y Horkheimer, se mostraron abiertamente partidarios de la negación de compromiso alguno con la lucha social y política. Herbert Marcuse, con su compromiso con el movimiento estudiantil y juvenil, sería una excepción en este sentido.
Un caso distinto es el de Erich Fromm, que se desvinculó muy pronto, en 1939, de la Escuela de Frankfurt y que mantuvo a lo largo de su vida sus convicciones marxistas y un compromiso activo con las luchas de la clase trabajadora en contraposición a Adorno y Marcuse.
Es evidente la influencia de la primera generación de la Escuela de Frankfurt (Adorno, Horkheimer, Marcuse), en las dos generaciones posteriores de la misma, en la que incluso las versiones bastardeadas de Marx han desaparecido de forma casi completa.
Sin embargo, debo remarcar la inexistencia de un “corpus” teórico de la Escuela de Frankfurt respecto de las identidades que hoy se señalan como partes integrantes de lo “woke” (raza y género, principalmente). Esto es así en las tres generaciones de la citada escuela. Más allá de las ideas de opresión y marginación, aisladas de un concepto tan fundamental como el de explotación, no hay un acervo común que haya investigado en profundidad sobre las categorías que integran el wokismo y sus realidades.
Que la primera generación de la Escuela de Frankfurt se horrorizase ante la persecución y la “solución final nazi” contra los judíos, siendo sus fundadores judíos, no la convierte en opuesta al racismo de forma general. En su texto “La predisposición psicológica al racismo” Adorno y Horkheimer, escrito cuando ambos estaban exiliados en EEUU y bien conectados con sus financiadores, analizan las motivaciones psicológicas del racismo y su discurso de modo genérico, aunque arrancando del antisemitismo nazi. No hay alusión alguna al racismo contra minorías étnicas en su país de acogida, ni negra, ni latina, ni asiática. Poco “wokes” resultaron ser en este aspecto. No iban a morder la mano del Estado que les daba de comer.
En cuanto a Adorno en concreto, para una vez que escribió sobre la cultura negra norteamericana la cagó a lo grande. En su texto “Moda sin tiempo. Sobre el jazz” Adorno expresa ideas como ésta:
“Pero por indudable que sea la presencia de elementos africanos en el jazz, no menos lo es el que todo lo irrefrenado en él se adaptó desde el primer instante a un esquema estricto, y que al gesto de rebelión se asoció siempre en el jazz la disposición de una ciega obediencia, al modo como, según la psicología analítica, ocurre al tipo sadomasoquístico, que se subleva contra la figura paterna pero la sigue admirando secretamente, querría imitarla y disfruta aún en última instancia la odiada sumisión”
“La meta del jazz es la reproducción mecánica de un momento regresivo, un simbolismo de castración que parece decir esto: «Renuncia a tu virilidad, déjate castrar, como lo caricaturiza y proclama el sonido eunuco de la jazzband, y serás recompensa entrando en un grupo de hombres que comparte contigo el secreto de la impotencia, el cual se revela en el momento del rito de iniciación»”. El problema de ser un esteta elitista que desprecia la música de raíz popular, hasta el punto de que nunca acudió mientras vivió en Nueva York a un club de jazz, porque no la conoce ni la comprende, es que también desprecia, de partida, a la comunidad en la que ese arte nació.
Marcuse, la supuesta oveja roja frankfurtiana tampoco aborda la cuestión de racismo de un modo particular. Hay que expurgar en su obra “Tolerancia represiva” para intentar encontrar alusiones indirectas a la cuestión. Su análisis de la falsa tolerancia de un sistema que permite las ideas que no lo cuestionan y reprime aquellas que son le son más radicalmente opuestas, al margen de no ser original, puede referirse a cualquier disidencia pero no lo vincula necesariamente a la idea de opresión racista.
Del resto de la primera generación (Pollock, Löwenthal o Neumann) cabe decir lo mismo en cuanto a la teoría del racismo y la inspiración real de las luchas contra el mismo.
Es en “Feminismo, emancipación y teoría del valor” de Marcuse donde pueden encontrarse conexiones de un frankfurtiano, que no de los fundadores de la llamada Escuela. Se le olvidó que hablar de la teoría del valor marxista en relación con el papel reproductivo de la mujer en el trabajo doméstico familiar y en los cuidados, puede ser una forma opresiva pero no explotación por cuanto no genera valor ya que, aunque éste se produzca en la producción solo se realiza en la reproducción, esto es, en el mercado. Si éste es el nivel de marxismo del más marxista de una escuela que solo es marxista para la extrema derecha antimarxista, apaga y vámonos.
Solo puede hablarse de explotación y de generación de valor en el caso del trabajo doméstico y los cuidados externalizados, realizados casi exclusivamente por mujeres asalariadas, contratadas a través de empresas y plataformas porque generan plusvalía empresarial, realizada en el mercado. Una mala noticia para Silvia Federici y sus renombradas brujas. Pero ésta es una cuestión muy secundaria para la mal llamada Teoría Crítica frankfurtiana y, en todo caso compete al sindicalismo y a la lucha de clases, lo que aquellos escolásticos despreciaron por integrados en el sistema.
Por lo que afecta al tema de la homosexualidad (el lesbianismo no fue específicamente tratado) de nuevo es el verso libre de la citada Escuela, Marcuse, quien aborda la cuestión. En “Eros y civilización” plantea que el capitalismo oprime la libertad sexual del ser humano y que su modelo unidimensional de la sociedad moderna limita la libre expresión sexual del individuo. Los hechos históricos demuestran el absurdo de su teoría, ya que el capitalismo liberal puede convivir con cualquier forma de identidad mientras no afecte a su forma de extracción del beneficio. A lo largo de su existencia son los cambios en su superestructura ideológica, en este caso la moral, los que pueden dar lugar a patrones de valores cambiantes.
Habermas, autoproclamado albacea de la Escuela de Frankfurt, y exponente principal de la segunda generación de la misma, es alguien ya muy alejado de cualquier connotación marxista, siquiera para rechazarla en la práctica. Líder, en su juventud de Jungvolk, sección de las Juventudes Hitlerianas, hoy es un reputado teórico, entre los medios liberal-progresistas, en virtud de sus aportaciones a la democracia deliberativa (básicamente incorporar a la población a las discusiones políticas que les afectan, lo que es muy democrático, siempre que no atente contra el capital) y la acción comunicativa, buscadora del consenso que tiende a aislar a la disidencia.
A Jurgen Habermas le definen ante todo sus actos. En 1967 calificó al líder de la La Federación Socialista Alemana de Estudiantes, Rudi Dutschke, de “fascista de izquierdas”, criticando asimismo que la citada federación ligase sus posicionamientos ideológicos a la acción, poco después de respaldar a la derecha de los socialdemócratas alemanes. Oskar Negt, miembro, como el propio Habermas, de la segunda generación de los frankfurtianos, rechazó junto con otros académicos de izquierda aquel calificativo y redactó un texto colectivo - “La respuesta de la izquierda a Jürgen Habermas”- en el que criticaba abiertamente las posiciones político-ideológicas de su maestro. El apoyo de Habermas a Macron en cuanto a su proyecto de una Europa Franco-Alemana le sitúa en la línea de los intereses del capitalismo originario de la UE. Su consideración de que el posible triunfo de la AfD sería un revulsivo positivo para los demócratas y, en particular, para el SPD parece evocar un eco retrospectivo de su pasado político de joven hitleriano, a pesar de que intentase limpiar sus “devaneos” juveniles ajustando cuentas con su maestro Heiddeger, por su preterita condición de intelectual del nazismo, en su texto “Pensar con Heiddeger contra Heiddeger”. Por lo que se refiere al genocidio que sufre el pueblo palestino en Gaza a manos de sus asesinos israelíes, el intento de Habermas de blanquearlo, poniendo a la misma altura a Israel y a Hamas y acusando de antisemitismo a quienes condenan el genocidio, dice mucho del personaje.
Se entiende que Habermas se reivindique como el albacea de la Escuela de Frankfurt, al seguir la corriente derechista de Adorno y Horkeimer, y pronunciarse contra la acción política, aunque él no se prive de hacer declaraciones reaccionarias en cada circunstancia concreta que le ha tocado vivir. Busquen a su bicha marxista en otro lado, señores fascioliberales.
De Oskar Negt, que es incluido en la segunda generación de los frankfurtianos, cabe destacar, junto con la polémica con su antiguo maestro Habermas por el asunto señalado del ataque de éste al SDS y a Rudi Dutschke, su creciente distanciamiento de aquel, al postular su idea de la “esfera disidente” o “proletaria”, frente a la idea de la “esfera pública” burguesa habermasiana, teorizada en colaboración con el escritor Alexander Kluge, este último próximo a la mal llamada Teoría Crítica pero que fue progresivamente arrinconado por los popes frankfurtianos. Hay algo de forzado en este paulatino distanciamiento: Habermas para entonces ya estaba exhibiendo sus esencias derechistas y no era cuestión de contaminarse de las mismas, sobre todo si uno quiere crearse un hueco propio dentro de la Teoría Crítica frankfurtiana y no seguir el paulatino descrédito de la misma por su pseudomarxismo
Su supuesto radicalismo político se contradice con su dilatada y temprana vinculación con el sindicato IG Metall, del que llegó a ser responsable del departamento de formación obrera, y su afiliación al SPD, del que fue expulsado colectivamente cuando los socialdemócratas alemanes desterraron de sus filas a la Federación Socialista Alemana de Estudiantes, rama estudiantil de los socialdemócratas, con la que Negt estaba relacionado. Posteriormente recuperaría su relación con el SPD como simpatizante del mismo, como puede comprobarse en su texto de 1998, año en el que el socialdemócrata Gerhard Schröeder llegó al gobierno, “¿Por qué el SPD? 7 argumentos para una alternancia política duradera”. Situarse a la izquierda de Adorno, Horkheimer y Habermas no lo convierte a uno en radical de izquierdas (ellos están demasiado a la derecha), del mismo modo que reivindicar la figura de Marx, por mucho que se aluda a su obra y, a la vez, vincularse, directamente antes e indirectamente después, a uno de los partidos más reformistas de la socialdemocracia europea, el SPD, que hacía ya mucho tiempo que había renunciado a la revolución socialista y al marxismo, primero en su práctica y luego en sus fundamentos teóricos, deja el supuesto marxismo de aquellos que en la Escuela de Frankfurt se declararon tales deja a los pies de los caballos. “No hay teoría revolucionaria sin práctica revolucionaria”.
En la dilatada bibliografía de Oskar Negt (alrededor de 40 obras) no hay un solo trabajo centrado en la cuestión de mujer y feminismo, si bien en su texto “Esfera pública y experiencia: hacia un análisis de la esfera pública burguesa y proletaria” de 1974, Negt y Kluge cuestionan el concepto burgués de esfera pública de Habermas. Rebuscando dentro de dicha obra, y más bien a modo de ejemplo, pueden encontrarse algunas menciones en relación a la mujer que podrían llegar a interpretarse en clave feminista e incluso relativa a la marginación racista. Habermas concibe la esfera pública como un espacio dedicado únicamente al entendimiento mediante la democracia deliberativa, lo que en opinión de ambos, excluye el disenso de quienes se sitúan en los márgenes y no aceptan los valores dominantes, que se producen dentro de un sistema económico capitalista, bajo unas condiciones de producción determinadas y bajo unas instituciones que generan la conformidad ideológica (educación, cultura dominante, religión,…), marginando de la discusión a quienes no son los grandes protagonistas de la misma (expertos, intelectuales, medios de comunicación, etc.). Ahí es donde cabría mencionar, entre otros, a las mujeres o a grupos étnicos excluidos. No conforman ambos sujetos un elemento nuclear del pensamiento y la producción teórica de Negt, constituyendo, en el mejor de los casos, una llamada a la necesidad de reconocimiento de los mismos en esa democracia deliberativa, por mucho que las “contraesferas proletarias” parezcan un antagonismo frontal a la esfera pública burguesa habermasiana. Incluso el feminismo hegemónico actual lo cuestiona por demasiado “proletario” y ligado a la lucha de clases.
Karl-Otto Apel, dentro de la segunda generación frankfurtiana sigue la línea de la acción comunicativa y la ética del discurso de Habermas. Su aportación específica a ambas es el concepto de “otredad” (“alteridad”) que conlleva una “unidad intersubjetiva de interpretación, en tanto que comprensión del sentido y consenso de la verdad". El reconocimiento del “otro” busca el entendimiento y el acuerdo, construyendo la idea de comunidad del nosotros. Mucho liberalismo político pero al supuesto marxismo frankfurtiano no se le encuentra por ningún lado. Tampoco aparece nada especialmente aprovechable por parte de los distintos movimientos ligados a las identidades ya que, a pesar de que Apel trata el concepto de identidad, lo integra dentro de la idea de construcción del consenso, lo que es radicalmente antagónico con los movimientos de reivindicación de dichas identidades, que asumen la línea del conflicto como modo de acción política.
Albertch Wellmer, también de la segunda generación de la llamada Teoría Crítica, sí parece haber sido un teórico influyente en la cuestión de las identidades. Al adoptar una perspectiva diferente frente al tema del “reconocimiento” en la que quizá sea su obra más conocida, “Ética y diálogo: elementos del juicio moral en Kant y en la ética del discurso”, asume una posición crítica respecto a la discusión a la búsqueda de la universalización de una norma moral planteada por Habermas y su discípulo Apel. Para Wellmer, ambos son “demasiado kantianos”. Sostiene que sus postulados son excesivamente idealistas en relación a las condiciones del habla (verdad empírica, veracidad en tanto que sinceridad y corrección respecto a las normas que gobiernan las relaciones sociales). Éstas son precondiciones determinantes, según Apel y Habermas, para unos acuerdos que instauren normas morales universales. Pero lo cierto es que estos dos teóricos frankfurtianos dejan de lado que, en las condiciones reales en las que se establece el debate, frecuentemente no existe una simetría (igualdad de condiciones en la discusión) ni la misma libertad para expresar las opiniones sin presión ni coerción. Pone el ejemplo de los roles femeninos asignados, la homosexualidad o los grupos étnicos minoritarios. Wellmer entiende que para equilibrar la balanza son necesarias la rebeldía y la lucha por el reconocimiento, ya que considera que es el único modo que permite modificar las actitudes discriminatorias y excluyentes.
En este sentido, Wellmer adopta una posición dialéctica, más próxima a Hegel que a Kant pero, por un lado mantiene el idealismo hegeliano al presentar sus postulados desde la perspectiva de una lucha de ideas y, por otro, “olvida” el hecho de que la discriminación se produce dentro de una sociedad con unas condiciones de producción y unas relaciones sociales de producción concretas, lo que le aleja del materialismo marxista. No es la misma discriminación por identidad la que se vive desde una posición de clase media profesional que la que se sufre como trabajador precario.
Podemos reconocer en Wellmer a un intelectual frankfurtiano más menos heterodoxo, influyente en la llamada “cultura woke” pero no a un marxista, por mucho que se empeñe la propaganda de ultraderecha.
La llamada tercera generación de la mal llamada Teoría Crítica se caracteriza por dos condiciones: un empequeñecimiento del catálogo de figuras notables en la misma y una evidente tendencia al alejamiento de los postulados iniciales de la misma, que ya habían quedado en entredicho con Habermas.
Si en la primera etapa de la Escuela de Frankfurt el protagonismo de Adorno y Horkheimer y su autoritarismo frente a los miembros “discrepantes” (Marcuse, Fromm) y a los considerados acompañantes impuros (Benjamin) pudo mantener, mal que bien, unido al rebaño, en la segunda las posiciones particulares de Habermas, que recupera la idea de racionalidad frente a la crítica a la misma de Horkheimer y Adorno y su intento de presentarse como el actual representante de la ortodoxia frankfurtiana, han ido agotando el caudal de esta escuela de pseudomarxismo idealista más kantiano, en el sentido moral, que hegeliano, en el sentido dialéctico e histórico.
Así las cosas, la tercera generación de la Teoría Crítica solo ofrece dos referentes claramente destacados: Axel Honneth y Harmuth Rosa.
El primero de ellos, Honneth, es el gran teórico del “reconocimiento”. Va más allá de Wellmer en sus análisis del mismo al plantear que el reconocimiento supera a la “justicia social” (concepto creado por el jesuita italiano Luigi Taparelli en oposición a los de igualdad y lucha de clases), al hacerla realmente posible y favorecer el progreso moral de la sociedad, posibilitando la autorrealización de individuos y grupos. Según Honneth, ello les permite lograr la autoconfianza y la autoestima. El aprecio social de las capacidades del individuo tiene una base esencial en el trabajo, aportación de la persona a la sociedad que, cuando es reconocida y apreciada por los demás, lo integra (nótese el significado ideológico del término) y facilita su autoaprecio). Las luchas por el reconocimiento ante situaciones de agravio o desprecio moral son las que generan el cambio social. Para Honnet “las confrontaciones y las luchas se entienden mejor si se toma también en consideración la gramática moral que se articula en el trasfondo. Entender el conflicto y la contraposición a partir de disposiciones morales y normativas, y no solo utilitarias” (“Reconocimiento y menosprecio. Sobre la fundamentación normativa de una teoría social”). De modo no demasiado sutil, Honneth prioriza el criterio moral sobre el de la redistribución (salarios en sus tres formas: directo, indirecto y diferido). La idea no es nueva. Desde los años 90 del siglo XX los empresarios más modernos y avispados y sus jefes de Recursos Humanos ya inventaron la expresión de “salario emocional”, un camelo para frenar lo que ellos llaman presión salarial.
A la vista de tales planteamientos no parece que pueda considerarse a Honneth un marxista, a menos que bajo dicha categoría quepa ampararse cualquier cosa.
Pero tampoco resulta Honneth un profeta de las identidades usualmente integradas dentro de los movimientos característicamente “wokes”. En su polémica con Nancy Fraser (“¿Redistribución o reconocimiento?” Fraser & Honneth. 2006) es especialmente claro al respecto. Honnet critica que Fraser haya destacado, de entre todos los conflictos existentes a favor del reconocimiento, aquellos que han alcanzado notoriedad pública; en concreto, género, raza y sexualidad. Entiende que la lucha por el reconocimiento debe extenderse a todas las situaciones en que aquél no se cumple, excluyendo los que plantean medios y objetivos rechazables (racismo, nacionalismo, etc.), más allá de que se trate de reivindicaciones públicamente identificadas.
Hartmut Rosa es el otro teórico notorio de la tercera generación de la Escuela de Frankfurt. Su labor se centra en la llamada sociología del tiempo que despliega en tres conceptos: aceleración, identidad y resonancia.
Sobre la idea de la aceleración en el presente ya había hablado antes el sociólogo Zygmunt Bauman en su obra “La modernidad líquida”.
La idea central de Rosa es que la sociedad actual está regida por el tiempo y su escasez en el presente, así como las causas e institucionales que lo provocan. Los procesos implicados en la vida cotidiana, más allá del trabajo, impiden que la persona se ponga al día en sus tareas y necesidades pendientes; impiden disfrutar y vivir el momento presente. Ello genera una desconexión con el entorno y el mundo, lo que provoca su alienación.
Según Hartumt si se supera la alienación es posible acabar con la explotación:
“durante las últimas décadas, la mayoría de los teóricos pensaron: "abordemos primero el problema de la injusticia y la explotación; una vez que hayamos convertido al mundo en un lugar justo o más justo, podremos afrontar el problema de la alienación". Sin embargo, actualmente, empezamos a darnos cuenta de que es probablemente al revés: tenemos que entender que la totalidad de nuestra forma de vida es incorrecta, que nuestro modo de existencia, de ser en el mundo es altamente problemático, ya que nos conduce hacia vidas aisladas, desesperadas, solitarias, frías e indiferentes. Una vez que superemos la alienación, podremos fácilmente encontrar caminos para superar la injusticia y la explotación”. A la luz del tiempo actual, y de cómo le va a la clase trabajadora en los últimos decenios, las declaraciones de Rosa no parecen demasiado inteligentes y menos aún marxistas, por mucho que quiera cargar sobre Marx sus opiniones personales.
Hay que llegar al concepto de resonancia de Rosa para llegar al de identidad. Al final del cuento lo que nos propone es la “buena vida”. Vincularnos “significativamente” con los demás, nosotros mismos, la naturaleza y el trabajo. “Milfulness” y autoayuda, con unos litros de Kombucha para progres de clase media gilipollas. De identidades “woke” nada.
Tras este paseo por una llamada Escuela de Frankfurt que nunca lo fue porque, a pesar de unos padres doctrinarios (Adorno. Horkheimer, Habermas) era un amasijo de sujetos que aprovecharon la oportunidad que les brindaba una mal denominada teoría crítica, bien pagada por el capitalismo, para hacer carrera, cabe señalar que ni se trataba de un núcleo marxista ni tuvo mucho que ver con lo “woke”.
Siempre sera posible manipular la realidad y estirar el chicle pensando que tardará en romperse pero quienes intenten hacer pasar a los Foucault, Butler o Žižek como herederos de la Teoría Crítica deben saber que cada uno de ellos tiene su propia diarrea intelectual que tiene que ver con la misma tanto con el postestructuralismo, el postmodernismo o con cualquier otra deriva epatante que acabe en “ismo”.
Dicho todo lo anterior, quiero puntualizar algunas cuestiones sobre lo “woke”.
Soy radicalmente crítico contra las posturas más extremistas del wokismo. En particular contra el comportamiento de la cancelación. Creo en la libertad de expresión. También de los que no me gustan.
Hace unos meses tuve una discusión con una imbécil, tras exponer que un personaje odioso por fascista, Céline, no por ello dejaba de ser un extraordinario escritor, como demostró en “Viaje al fin de la noche”. En la novela se mezcla su misatropía con su odio a la guerra. A mi interlocutora le pareció que, si Louis_Ferdinand Céline acabó siendo un fascista, había que rechazar su obra literaria.
Este tipo de actitudes las he visto contra escritores como Neruda o García Marquez, actores como Morgan Freeman o directores como Woody Allen. Nada importa si eran inocentes o culpables. La mierda que se les echó encima quedará y siempre manchará su reputación como intelectuales o artistas.
Hace casi un año se produjo el linchamiento moral y publicado de un político, contra el que he escrito desde hace años opiniones de absoluto desprecio, Íñigo Errejón, lo que no me impide preguntarme hasta qué punto no se había producido una coincidencia de intereses entre sus antiguos compañeros, la derecha y el feminismo de antorchas de este país, representado por seres tan repugnantes como Cristina Fallarás.
Las ordalías mediáticas destinadas a destruir la reputación de un personaje público, en base a denuncias que cojean por todos los lados, en supuestos delictivos, sin que haya habido una sentencia judicial, cuyo caso se retrasa inexplicablemente, tienen el infecto tufo de la venganza y del juicio de la chusma, que dicta sentencia y condena, basándose en motivaciones inconfesables.
En mi vida laboral y cotidiana (trabajo, transporte, ocio) me encuentro con personajes extravagantes, algunos de los cuales me han hablado de su necesidad de ser y mostrarse públicamente. Lo entiendo en la medida en la que vivimos en una sociedad que ensalza la exhibición individual por encima de lo colectivo.
En cualquier caso, y más allá de cualquier categoría o juicio que yo haya expresado frente a lo “woke”, ni los inmigrantes (sobreexplotados más que nadie), ni el feminismo, si es de clase, ni ninguna de las siglas que puedan añadirse a lo LGTB son tretas sustitutivas por parte del capital contra las luchas de la clase trabajadora porque su lucha solo depende de su nivel de conciencia y de organización y porque frecuentemente determinadas identidades y pertenencia a la clase trabajadora van juntas.
Mientras el rojipardismo va mostrando su vena racista, homófaba y misógina, hay un sermón que empieza a escucharse entre la progresía socialiberal y socialdemócrata que consiste en afirmar que las identidades deben dejar su protagonismo a lucha de clases, ponerse detrás. No es necesario ser mujer, gay/lesbiana, árabe o negro para saber que esa es la vía para ocultar reivindicaciones que deben ir junto a las de clase. No es posible la igualdad sin libertades personales.
Pero incluso si es usted de los que creen que el factor étnico, de identidad sexual o feminista deben ponerse a la cola, dejando el protagonismo a la clase trabajadora, un protagonismo que, en todo caso debiera ser ella quien se lo gane a pulso; es más si usted tiene una antipatía no confesada a las identidades, deténgase un momento y piense si no serán ellas pronto las nuevas receptoras del odio fascista que en el pasado recayó sobre judíos y comunistas. Eso debiera bastarle para convencerse de que la lucha de clases y la defensa de las libertades personales deben estar al mismo nivel, codo con codo.
3.10.-IA, UNA TECNOLOGÍA QUE NO CREARÁ UN MUNDO MÁS LIBRE E IGUALITARIO:
Bajo el capitalismo opera una ley del beneficio completamente ajena a cualquier principio moral, entendida ésta, la moral, como la valoración de las acciones de quienes detentan el poder económico de acuerdo a unas reglas sobre el bien y el mal que guíen sus actividades en función de sus efectos sobre la colectividad.
No es que el capitalismo sea inmoral. Simplemente es amoral. Si una determinada acción, en este caso determinadas innovaciones tecnológicas, es/son susceptible/s de generar beneficio económico, se llevarán a cabo independientemente de como afecten a la sociedad.
Nunca hasta el presente el ser humano había creado una tecnología en la que hubiera externalizado gran parte de su conocimiento. Hasta la implantación masiva de la IA, los contenidos del saber difundidos en Internet eran el resultado de la inteligencia humana. Desde la reseña de una novela o de una película, hasta la divulgación de un nuevo hallazgo científico, pasando por la biografía de una personalidad relevante o un capítulo de la historia, eran producto de millones de personas.
Cierto que Internet hace ya mucho tiempo que se había llenado de basura (pornografía para pederastas, redes sociales saturadas de odio fascista, teorías conspiranoicas y pseudociencias, enlaces que llevaban sitios de ciberestafas,…) pero aún era posible encontrar fuentes de conocimiento muy valiosas, producto de cierta conciencia de cooperación humana.
Pero una Internet en la que los principales motores de búsquedas (Google, Bing) han incorporado la IA como medio de búsqueda preferente (DuckDuckGo lo ha hecho de modo opcional para el usuario) que condena los enlaces clásicos a la información a un lugar secundario, ha empobrecido enormemente el acceso a lugares de interés informativo, cultural o de divulgación científica.
El principio de economía de esfuerzo, tan común entre usuarios de la red menos avezados en el hábito de las búsquedas, condiciona radicalmente la decisión de pinchar en la opción de la IA que encabeza los resultados buscados, con su contenido parcialmente desplegado, y a mayor tamaño de letra, que los enlaces clásicos.
En EEUU la caída de tráfico hacia los medios (resultados orgánicos) ha llegado a alcanzar un promedio de un 34,5% menos de clics (CTR, Click Through Rate) en abril de 2025 en Google según la plataforma Ahrefs. Seguramente esos datos no sean muy diferentes de los europeos. Ese es un efecto de la IA. Esto afecta a la supervivencia de los medios digitales, pequeños negocios con venta por Internet o necesitados de publicitar su localización, centros culturales y museos y, por supuesto, blogs de la más diversa naturaleza, éste también.
La IA de Internet se alimenta del robo de información por la que no paga, tanto para su entrenamiento como para presentar sus resúmenes, que son priorizados en los motores de búsquedas, sin exponer las fuentes de las que recopila sus datos y raramente limitándose a un solo enlace.
A su vez hay un crecimiento exponencial de entradas en la red generadas, no por desarrolladores humanos sino por bots, muchos de ellos con contenidos fascistas. Actualmente se estima que más del 51% de los usuarios (mensajes, pots e interacciones) de la red son bots. La teoría de la “Internet muerta” ya es casi cierta. Con ser grave este dato, lo es mucho más el hecho de que la mayor parte de su difusión se dedica a la fabricación de falsedades de todo tipo.
Eso sucede con una IA de la que podríamos decir que miente más que habla, si fuera una entidad consciente. La fiabilidad de sus datos es decreciente, hasta el punto en el que los expertos en la materia y sus propios creadores afirman que la IA “alucina” y que lo hace cada vez más. El propio Sam Altman, creador de ChatGPT, admite esa alucinación creciente.
La IA generativa desinforma hasta niveles que alcanzan el 79% de las respuestas en el caso de OpenAI, creadora del ChatGPT, principal chatbot de Internet.
Más allá de las falsedades que arrojen los resultados de consultas a la IA, la realidad es que no existe inteligencia alguna en ella. Dichos resultados son meras indexaciones tomadas de fuentes primarias, sin auténticos controles sobre su veracidad. La IA es todavía, insisto en ese todavía, un papagayo de repetición sin cerebro. Cuando en usos conversacionales parece existir un atisbo de dicha inteligencia, lo cierto es que solo hay una adaptación al interlocutor en base a una selección de palabras del mismo que anticipan lo que éste quiere leer/escuchar.
ChatGPT ha mostrado sesgos muy significativos en cuestiones de raza, género, idioma, por su clara tendencia a dar protagonismo de veracidad a las opiniones angloamericanas como verdad, despreciando opiniones en otros idiomas, a los que califica como falsas porque son discordantes con los valores políticos de EEUU . Lo mismo sucede en lo referente a cuestiones políticas, como sus valoraciones sobre el Estado del bienestar o el capitalismo de libre mercado.
No es éste el único chatbot con una orientación política a la derecha. Todos son partidarios del sistema capitalista y la propiedad privada. Sus únicas preferencias son de matiz en lo referente a las libertades personales. Esos matices son solo adaptaciones del mercado político al económico (Gemini). Cualquier argumento basado en sesgos relativos a cómo afecte la información que recogen en el contenido ideológico de sus respuestas es puro cinismo. Su orientación política viene predeterminada de origen por el tipo de sociedad en la que creen las grandes corporaciones que las han creado y puesto en funcionamiento. El sesgo ideológico se crea a partir de los contenidos intencionadamente seleccionados con los que se alimenta y entrena a la IA.
Las sandeces que se encuentran en Internet sobre Grok, en las que en unos casos es considerada progresista, por sus supuestas posturas respecto a la inclusión y las identidades, y en otras fascista, por sus alabanzas a Hitler, son consecuencia de los zigzagueos de su dueño, Elon Musk, un tarado megalómano, con la pretensión imperial de modelar al mundo a su antojo. Alguien capaz de afirmar que la IA puede destruir al mundo y, a la vez, apostar por ella es tan poco fiable como las afirmaciones de su producto digital.
Actualmente Gemini ofrece a los idólatras de las celebridades la posibilidad de crear fotografías ficticias con sus amados famosos.
Si al estalinismo le fue posible eliminar de las imágenes de la Revolución de Octubre a figuras como Trotsky y Kamenev, ocultando así de la historia soviética a una parte de sus protagonistas, mediante técnicas de borrado que hoy consideramos toscas, qué no podrá hacer una IA que, por torpe que aún nos parezca, se irá sofisticando cada vez más.
A nadie debieran escapársele las implicaciones políticas, históricas, económicas, ideológicas, culturales o científicas que puede llegar a tener una IA capaz de escamotear las fuentes originales de los datos que aporta y de recrear imágenes falsas como si fuesen reales, además de poder clonar la voz de una persona concreta, pudiendo incluirse mensajes y conversaciones. En un mundo de percepciones la realidad puede llegar a ser alterada hasta el punto en que resulte casi imposible distinguir qué es cierto y qué es ficción. Las “fake news” de hoy son juegos infantiles comparados con el grado de sofisticación que la mentira puede llegar a alcanzar en un futuro muy próximo.
La perturbada mente friki de Elon Musk ha anunciado la creación de la Grokipedia, a partir de su IA Grok, reflejo de sus propias paranoias ideológicas. Su fin es la destrucción de la Wikipedia, a la que considera demasiado izquierdista, cuando el valor de esta enciclopedia libre, por encima de su carácter colaborativo, lo que ya es mucho y positivo, y que replica la acción colectiva de los enciclopedistas del siglo XVIII, es su pluralismo ideológico. Musk pretende una sola “verdad” revelada a un mundo de analfabetos lobotomizados.
Mucho se habla de las posibilidades que la IA presta al ciberdelito pero, con convertir éste al mundo en un lugar más inseguro, sus riesgos reales son los derivados de su uso por el poder económico y político. Ensayos realizados entre 2024 y 2025 en EEUU, Canadá y Polonia en procesos electorales, replicado posteriormente Reino Unido, demostraron la capacidad de la IA para influir en el sentido del voto. Una de las conclusiones del estudio fue que los chatbots entrenados para interactuar con los votantes de derecha, que mezclaban información veraz y falsa, fueron mejor acogidos por este público que por el de izquierda.
Graves son los efectos de “psicosis por IA”, una categoría que aún no existe en psiquiatría, suele preferirse el de “delirios por IA” o “trastorno delirante por IA”, pero que se está viendo cada vez más en las consultas de estos profesionales. En muchos casos parece tratarse de personas con problemas mentales preexistentes pero, a los que una relación prologada con los chatbots y cada vez más aislada de su entorno social amplifica los comportamientos delirantes, mucho más cuando la IA, lejos de cuestionar sus creencias delirantes, las refuerza con repuestas complacientes.
Los discursos distópicos acerca de una sociedad humana esclavizada o aniquilada por las maquinas de la IA tienden en muchos casos a olvidar interesadamente que, si eso llega, antes habrá sido instrumentalizada por unos poderes capitalistas cada vez más concentrados y antidemocráticos que bien podrían condenar a la gran mayoría de la población a la misma condición miserable de los “proles” de la novela “1984”.
No debe sorprender que el poder político apenas legisle para limitar el alcance negativo de la IA. En un mundo capitalista los gobiernos escriben o se inhiben al dictado del capital. Esto es funcional al mundo de manipulación de masas que traerá la IA. Cualquier intento de rebeldía frente a ella será atacado ferozmente como contrario al “auténtico progreso” y aplastado.
Sí debe, en cambio, resultarnos llamativa la total ausencia de una reflexión colectiva, y de la respuesta consiguiente, desde la izquierda respecto a las consecuencias que tendrá la IA para las vidas de la clase trabajadora a nivel mundial. Sí existen, no obstante, algunas tomas de postura colectivas interesantes, que les enlazo aquí, si bien no provienen de una izquierda organizada y en debate.
Con la afectación de la IA a las vidas de la clase trabajadora no me estoy refiriendo a la amenaza de un mundo sin empleo por efecto de la robotización y la IA. El fin del trabajo humano no se producirá porque, como ya he señalado en el apartado correspondiente, el capitalismo colapsaría y eso es algo que los capitalistas no van a permitir por la cuenta que les tiene.
Otra cuestión diferente es cómo la llamada Cuarta Revolución Industrial impactará en el mercado de trabajo, en la desaparición de empleos y en la aparición de otros nuevos, en la composición estructural de la clase trabajadora resultante, en su identidad y conciencia de clase y, por supuesto, en sus salarios y en sus condiciones de trabajo y de vida. Pero esos temas desbordan con mucho las pretensiones de este artículo y las capacidades de análisis de su autor.
En cualquier caso esas transformaciones de la clase trabajadora, que ya están empezando a producirse tanto en los sectores servicios como industrial, no deben desligarse de respuestas que necesaria e inevitablemente van a producirse en el campo sindical y de organización laboral de la clase trabajadora, por primarias, parciales y torpes que inicialmente resulten, dado que las organizaciones de trabajadores no están preparadas para enfrentar lo que se les viene encima y, por consiguiente, se tratará de acciones de reacción y no de iniciativa.
La pregunta no es si la burbuja de la IA estallará o no sino cuándo lo hará y cuál será su alcance sobre la economía mundial y los empleos directa o indirectamente relacionados con ella. Una IA que en 2025 ha gastado entre 300.000 y 380.000 millones de dólares, solo en EEUU, y sobre la que los cálculos más conservadores proyectan inversiones de 500.000 millones de dólares para 2026, sin apenas retorno en ingresos, mucho menos beneficios, inevitablemente lleva al estallido de su burbuja, con impredecibles consecuencias, especialmente si se tiene en cuenta que casi los únicos valores al alza en Wall Street están vinculados a ella. Alegrarse de su estallido y pensar que con él acabaría la amenaza de la IA es pura ingenuidad. El estallido de la burbuja puntocom supuso el fin de muchas de las grandes corporaciones ligadas a Internet pero con tiempo supuso la consolidación de gigantes como Amazon, Google, Nvidia o eBay. Lo mismo sucederá en el caso de la IA. Tras la desaparición de las empresas de IA menos competitivas se afianzará y reforzara el poder oligopólico de la IA, lo que dará el impulso definitivo de la misma a su implantación en todos los órdenes de la vida.
En una sociedad en la que la información ha sido externalizada, en la que, como afirma el experto de derechas en Internet, innovación y tecnología, Enrique Dans, “básicamente el algoritmo pasa a pensar por ti”, el conocimiento pasará a ser algo fugaz, desechado rápidamente de la mente humana, una vez que la adquisición del dato haya sido utilizado para aquello que se pretendía. El aprendizaje humano estará en vías de desaparecer, mucho más cuando los sistemas educativos actuales han ido rechazando el principio del esfuerzo, con lo que la experiencia de la búsqueda de conocimiento, el estudio y el razonamiento ya no existirán para la gran mayoría de la población.
Solo quienes paguen por las IAs generativas, y especialmente quienes paguen más, adquirirán información personalizada de acuerdo a su necesidades y resúmenes de datos con un sistema fino de retroalimentación de los datos, de manera que sea posible profundizar en la búsqueda de datos por parte de las distintas IAs.
Para el resto de la población, aquellas personas que hagan uso de una IA gratuita o semigratuita, seguramente plagada de “banners” publicitarios, quedará el dato tosco y superficial, seguramente mucho más sesgado ideológicamente que en las IAs de pago.
Las implicaciones que esta dualidad tendrá en el conocimiento y en la educación son obvias, fortaleciendo la posición de poder de unas élites del conocimiento frente a una masa más ignorante aún de lo que ya es hoy, con el entendimiento justo para el desarrollo de las tareas laborales que el mercado de trabajo capitalista requiera en cada momento.
Un estudio del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts) ha demostrado que los estudiantes que recurren a la IA de manera sistemática ven atrofiadas las conexiones neuronales que construyen las capacidades de pensar, en concreto las de atención, memoria y capacidad de comprensión semántica.
Desde hace relativamente poco sabemos que el coeficiente intelectual de la humanidad está descendiendo, fundamentalmente en la generación más joven, según pruebas realizadas en cuanto a su capacidad de identificar patrones en test lógicos a partir de figuras que les permitan identificar la siguiente dentro de una secuencia, las series de letras y números y el razonamiento verbal. Junto a las monstruosidades de los sistemas educativos, el abandono de un tipo de lectura cultivada y su sustitución por la imagen visual de mínima exigencia mental tienen mucho que ver en estas consecuencias. Solo será necesario un par de generaciones de imbéciles para que el destino del ser humano esté sellado definitivamente bajo la bota fascista.
De este modo, la posibilidad de un conocimiento crítico por parte de la clase trabajadora quedará anulado, afectando con ello a la libertad de los individuos y generando una mayor desigualdad, comprometiendo severamente la posibilidad de un desarrollo teórico y de estrategias políticas de la izquierda.
Finalmente, el uso de la IA en vigilancia y represión mediante sistemas biométricos de reconocimiento facial en manifestaciones y revueltas y para la detección y redadas a inmigrantes sin papeles, sin la existencia de control a los que controlan, así como en la vigilancia y control a los trabajadores en el desempeño de sus actividades amplían el cuadro de pérdida de libertades en un Estado y sociedad policiales.
4.-EPÍLOGO:
Si se ha tomado usted el meritorio esfuerzo de llegar hasta aquí, seguramente se pregunte cuáles son las propuestas del autor.
Me he limitado a hacer un diagnóstico, incompleto, como no podía ser de otro modo, del momento de la izquierda, o lo que carajos ésta signifique hoy, si es que aún significa algo que no sea nostalgia y fracaso absoluto. Quizá haya rascado algo de la epidermis de un pronóstico futuro.
Mi primera conclusión es que fascioliberalismo se impondrá globalmente pero que ese no es el final de la historia. Ni el fascismo ni el liberalismo pueden superar sus propias contradicciones. La del fascismo es que, por mucho que llegue a coordinarse internacionalmente, creará conflictos de intereses entre Estados nacionales. La del liberalismo que acaba por crear anticuerpos en forma de rebelión de sus víctimas.
Frente a la continuidad de la historia están sus discontinuidades, los saltos, los disparos contra los relojes del tiempo.
Es cierto que a cada nueva revolución le sucede su Thermidor o la transformación del movimiento de liberación e igualdad en la dictadura de una nueva clase. Pero también lo es que para una parte de la clase dominada no se agota la esperanza de un horizonte diferente a las sociedades por las que ha transitado. Rechazar los errores del pasado no significa abandonar la lucha por cambiar la sociedad sino aprender de ellos para intentar no repetirlos.
En la lucha contra el fascismo de muy poco valdrán las apelaciones a la lucha por la democracia como tal pues las clases subalternas o dominadas, la trabajadora y las medias que han ido proletarizándose, solo han conocido en los últimos 40 años la democracia burguesa, cada vez menos social y económica y más autoritaria y policial. Democracia para esas clases significa hoy ya muy poco cuando la deslegitimación del sistema político ha alcanzado ya cotas muy elevadas.
Será la lucha por la recuperación de conquistas económico sociales, no la mera defensa de lo quede en pie, pues lo que va quedando es ya mínimo, y la defensa de las libertades de expresión, reunión, asociación, manifestación, así como de las personales las que orienten los nuevos combates. Seguramente a muchos les parezca decepcionante y a la vez terrible reiniciar de nuevo las batallas del siglo XIX y parte del XX pero, en términos castizos, “es lo que hay”. La clase trabajadora lleva demasiado tiempo aceptando el “statu quo” que le ha impuesto el capital y las que dicen ser sus organizaciones se han limitado a ser “el consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa”, a gobernar en su nombre contra sus intereses de clase y a la nostalgia idealizada de sistemas que acabaron por negar su poder real como clase ascendente. No nos podemos permitir el lujo de frustrarnos por tener que imitar a Sísifo ascendiendo la montaña con su carga, que luego rodará hasta el llano, repitiendo la eterna condena de los dioses.
Pero sabemos que los dioses no existen, que la historia no se repite cíclicamente, por mucho que parezca que entre periodo y periodo se producen elementos comunes que dan la impresión de una vuelta de tuerca para volver al lugar que creíamos superado, como una especie de uroboro que se muerde la cola en un eterno retorno.
Es cierto, como afirma Marx en “El18 brumario de Luis Bonaparte”, que “la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla en el cerebro de los vivos”, que las transformaciones sociales se producen en el marco de circunstancias heredadas del pasado pero también lo es, como señala el mismo autor en la citada obra que “la revolución de 1848 no supo hacer nada mejor que parodiar aquí al 1789 y allá la tradición revolucionaria de 1793 a 1795. Es como el principiante que ha aprendido un idioma nuevo: lo traduce siempre a su idioma nativo, pero sólo se asimila el espíritu del nuevo idioma y sólo es capaz de expresarse libremente en él cuando se mueve dentro de él sin reminiscencias y olvida en él su lenguaje natal”.
En cualquier caso la lucha contra el fascismo y el capitalismo difícilmente podrá llevarse a cabo con un mínimo de posibilidades de éxito sin la superación de las vidas atomizadas por el individualismo egoísta y feroz al que nos ha conducido el liberalismo. El ser humano es social por naturaleza. Cuando se agrupa y organiza, buscando un bien colectivo superior al propio, obtiene lo mejor de sí mismo. Cuando niega su esencia social y se repliega hacia sus intereses particulares abre el camino hacia el “homo homini lupus” al que se refirió Plauto en su obra “Asinaria”. Como individualmente cada ser humano no puede enfrentarse contra la injusticia, la desigualdad, la explotación o la opresión, creadas por el poder económico y político, desplaza su enfrentamiento contra sus iguales o contra quienes son aún más débiles (trabajador nativo contra trabajador extranjero, capas medias-bajas de la sociedad contra las más empobrecidas,…). Debemos admitir como punto de partida, para conocerlo, estudiarlo y enfrentarnos a ello que los fascioliberales lo han hecho realmente bien para su causa, al resocializar para el odio, el rechazo y el enfrentamiento activo a aquellos sectores de las capas inferiores y medias de la clase trabajadora menos conscientes de sus intereses como clase y utilizarlos como ariete de ataque para dividir a la clase trabajadora.
Para enfrentar a la clase trabajadora contra el fascioliberalismo es necesario reforzar su capacidad de respuesta e iniciativa dentro de la lucha de clases y de la lucha antifascista que, necesariamente, han de ir unidas porque la fascista es la fase actual del capital.
Para dicho refuerzo se necesita recuperar a los sectores de nuestra clase actualmente seducidos por la reacción, exponiendo la realidad de cómo están siendo utilizados contra sus necesidades vitales e intereses inmediatos. Cualquier lucha que desarrollen los sectores combativos de la clase trabajadora debe buscar su inclusión y no su rechazo. Debe rechazarse y denunciarse el lenguaje y las actitudes pequeñoburguesas de quienes han caído en la estupidez de insultar y menospreciar a aquellos trabajadores a los que califican como “fachapobres”. Esa es la descalificación propia de quienes nada tienen que ofrecer al combate de clase más que su propia impotencia.
La economía de plataformas está cambiando el mercado laboral (uberización) y las relaciones sociales de producción, desregulando las relaciones contractuales, camuflando a falsos autónomos o autónomos dependientes como autónomos clásicos, cuando en realidad son trabajadores salarizados, precarizando el empleo, anulando derechos laborales históricos, eliminando la protección social de la que disponen los trabajadores del resto de las empresas, negando sus derechos de negociación colectiva, fragmentando el tiempo de trabajo en unidades de tiempo a conveniencia de la empresa y no del trabajador, de lo que resulta una “compra” de su tiempo y fuerza de trabajo solo en la cantidad que la empresa desee, mediante el uso del algoritmo y la IA. Temu, Amazon, Uber, Cabify o Glovo son solo algunos ejemplos de lo descrito. Esta situación no solo divide objetivamente la composición de la clase trabajadora sino que dentro del segmento uberizado tiende a debilitar su solidaridad de grupo y puede introducir una nueva subjetividad como clase social, romantizando un falso sentimiento de libertad como trabajador “independiente” o “freelance”, cuando en realidad es una nueva forma de trabajo esclavizado.
Por este motivo es tan importante que se genere, desde la demostración de lo que realmente significa el trabajo dentro del empleo de plataformas, una subjetividad de clase que conecte de un modo más amplio, que supere la vivencia atomizada del trabajo individual con una identidad de clase colectiva, trascendiendo desde la situación particular a la general. La aparición de un nuevo sindicalismo, el de las plataformas, es un primer paso en la dirección correcta.
Romper la estrategia a medio y largo plazo (no parece que sea posible a corto) requiere volver a generar tejido asociativo desde los centros de trabajo, que no se agoten en lo meramente sindical. Experiencias como la Asociación Las Kellys, denominación nacida del juego de palabras “la Kelly, la que limpia”, de las camareras de piso en hoteles en España, son un buen ejemplo de un grupo de mujeres trabajadoras, nacidas en origen como grupo informal, cuya denuncia y lucha contra su sobreexplotación ha ido extendiéndose territorialmente por las por las zonas turísticas del país, a pesar de la represión empresarial sufrida, planteando sus reivindicaciones y organizándose solidariamente en redes, más allá de las siglas sindicales clásicas, que han reaccionado tarde y débilmente a la aparición de este nuevo sujeto colectivo, o partidarias.
Según va cambiando la composición técnica de la clase trabajadora, no solo por el desarrollo tecnológico sino también por los cambios en la legislación laboral, tanto cuando desregulan como cuando regulan las formas contractuales de las relaciones sociales de producción, se va abriendo un creciente desfase entre esa misma composición y el primer escalón de la autoorganización defensiva de la clase: el sindicato. Hoy el modelo sindical mayoritario, el propio de las grandes estructuras fabriles, casi siempre de concertación y pacto social, es a un porcentaje decreciente de la clase trabajadora de los países de capitalismo avanzado. El modelo representa más a la vieja clase obrera que a los nuevos trabajadores y trabajadoras. En Europa, con la casi excepción de las altas tasas de afiliación sindical de los países nórdicos, el resto europeo se encuentra en niveles que van desde poco más del 30% en Italia al 5,6% de Estonia, pasando por el 15% de España. Si exceptuamos la muy baja afiliación sindical en Francia (8,9), la cola en afiliación está formada por los países del Este de Europa. Puede que ello tenga algo que ver con la prohibición del sindicatos independientes en esos países en la época del llamado “socialismo real”.
En unas circunstancias más positivas para el ejercicio de la lucha de clases desde los asalariados el sindicalismo tradicional, muy envejecido, estaría intentando adaptarse a la nueva composición técnica de la clase trabajadora y el sindicalismo emergente sería la punta de lanza de la recomposición sindical. Pero, si este último aún está empezando a conformarse, el viejo sindicalismo parece mucho más preocupado por la supervivencia de sus estructuras burocráticas y por continuar siendo necesarios para el capital, negociando el ritmo de los retrocesos de los derechos de la clase trabajadora tradicional.
Pero no debemos ser ingenuos. La realidad sindical es en buena medida reflejo, y a la vez relación dialéctica sindicato/clase/sindicato, del giro derechista que viene manifestando la clase trabajadora desde hace tiempo, de su pérdida de conciencia de clase y de su despolitización respecto a sus necesidades inmediatas y mucho más de las de largo plazo.
La repolitización de la clase trabajadora pasa por reconstruir la totalidad social de una relación rota por una práctica política reformista y pequeñoburguesa que trata el espacio de la producción y el de la reproducción social como dos ámbitos ajenos entre sí.
El reformismo sindical y político ha introducido en las mentes de los asalariados una visión dual, de tal forma que oponen como dos mundos separados la empresa, por lado, y la vida cotidiana en la que se integra la reproducción social, por el otro. En la primera el sujeto político es el trabajador que, por mucho que la ideología dominante le haga autopercibirse como clase media, realiza sus reivindicaciones ante el capital y, secundariamente frente al Estado. En la segunda el sujeto político es, para el reformismo, el ciudadano, desprovisto de su condición de clase, y por tanto interclasista, que reivindica la mejora de sus condiciones de vida frente al Estado, como si éste fuera un ente neutral y no un aparato de poder del capitalismo.
En el siglo XIX la clase obrera reivindicaba no solo la reducción de la jornada laboral y mejores condiciones de trabajo sino viviendas y barrios salubres, a la par que sus organizaciones creaban las casas del pueblo, donde no solo se discutía de temas laborales y políticos sino que también se socializaban los trabajadores formándose ideológicamente mediante charlas y clases sobre cultura, educación,… Y en ambas dimensiones esto se hacía desde una perspectiva de clase, no segmentándose por un lado como obreros y por el otro como ciudadanos.
Separar las reivindicaciones en el trabajo de las que afectan a la reproducción social (vivienda, dotaciones de servicios públicos en los barrios, educación, sanidad y transporte públicos, acceso a la cultura,…) supone desviar la atención al hecho de que hay una transferencia de las rentas del trabajo al capital no solo mediante la contención salarial sino también a través de la privatización de los servicios, lo que afecta directamente al rendimiento real de los salarios, reforzado por el encarecimiento de la vida (precio de los alquileres, los alimentos y la energía) y que la clase directamente afectada es la trabajadora. Obviamente, cuando esas demandas se realizan solo frente al Estado, y no contra el capital, se está rechazando su potencial anticapitalista. El ciudadanismo interclasista del movimiento de los indignados fue el caballo de Troya del capital que a través de la joven generación de la clase media temía que el ascensor social de su clase de pertenencia solo funcionase para ellos hacia abajo. De ahí su ridículo y falaz lema de “el 99 contra el 1%” escondiese la realidad de que en ese 99% hay un porcentaje muy superior (entre un 10 y un 15%) que posee más del 50% de las rentas a nivel mundial y que no toda esa riqueza, ni mucho menos, es de origen especulativo sino que proviene principalmente de la explotación y sobreexplotación capitalistas. Combatir ese tipo de discurso ciudadanista es fundamental para recuperar un relato y una actuación revolucionaria desde la clase trabajadora.
Intentar repetir los procesos del pasado de la socialdemocracia o de las revoluciones que acabaron devorando a sus hijos, y a las energías emancipadoras colectivas que las impulsaron, solo puede producir más frustración y dolor, sobre todo porque, en unos casos, sus fracasos históricos las han invalidado como proyectos posibles (socialdemocracia), en otros como deseables (capitalismos de Estado autodenominados socialistas).
Frente a la socialdemocracia, ya no cabe el pacto social con el capital, entre otras cosas porque el capital, dada la correlación de fuerzas actual, ni lo quiere ni lo necesita. Solo cabe un largo y lento proceso de acumulación de fuerzas, a través de luchas que vayan radicalizando las demandas de la clase trabajadora hasta desbordar los límites de lo asumible e integrable por el capital, preparando un choque de trenes que inevitablemente se acabará produciendo y que incorporará crecientes niveles de violencia.
Frente a la experiencia del marxismo-leninismo en el poder político como partidos guía o rectores de la sociedad, cuya conexión con las clases trabajadora y/o campesina fue inicial pero desapareció muy pronto al negarles el ejercicio real del poder como clase en las empresas y en la sociedad, convirtiendo la dictadura del proletariado en dictadura de partido único en el poder, hay una reivindicación del marxismo original, democrático y de base, que reivindica las libertades dentro de una sociedad socialista y que entiende el socialismo desde el poder real de la clase trabajadora.
La independencia de clase, nacida de la conciencia de clase, que es forjada por la lucha de clases contra el poder del capital, tanto en su forma liberal como de cualquier estructura de capitalismo de Estado, requiere la recuperación de lo que en el pasado se denominó “internacionalismo proletario”, que de un modo actualizado se conoce como internacionalismo de clase.
Dicho internacionalismo tendría ante sí desafíos tales como una coordinación abierta a diferentes corrientes revolucionarias, sin imposiciones ideológicas de ningún tipo que no sean la emancipación de la clase trabajadora de la explotación burguesa y la necesidad de que este objetivo se alcance más allá del marco nacional. Igualmente ese internacionalismo debería abordar cómo responder a la reacción nacionalista, qué discurso oponer al nacionalismo que no sea meramente racional y que posea la fuerza suficiente para imponerse a la potencia de una ideología que moviliza las emociones de los pueblos.

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