Por Marat
1.-¿Hacemos un dibujito para enterarnos de qué va la cosa?
Finalmente, tras un año al menos anunciándose, se ha producido el rescate de España. Sí, digo bien, del rescate de España, no de los bancos españoles, como pretende hacernos creer el Gobierno Rajoy.
El ex Presidente Zapatero reconocía en el verano del 2011 que había visto el borde del abismo en forma de rescate.
“Cuando miras largo tiempo al abismo, el abismo te devuelve la mirada” decía Nietzsche.
Quizá el predecesor de Rajoy y éste mismo pensaran en la frase del filósofo alemán y tal vez vieran en la señora Merkel a la esquiva “venus de las pieles” que, con su cruel dominación, sentenciaba los destinos de ellos mismos, de sus gobiernos y del país que creían gobernar. Muchos años antes de que ésta se convirtiese en Canciller, Maastrich se había convertido en el contrato de sumisión de los países de la UE a lo que luego sería la bota económica alemana.
Por mucho que Luis de Grandes diga que el rescate, al que evita llamar rescate, es un “apoyo financiero” o que Rajoy afirme que dicho rescate “es una línea de crédito –lo que, en condiciones normales de la economía pide un empresario para tener liquidez- sin condiciones macroeconómicas”, y sólo aplicables a la banca, lo cierto es que fue el Estado español el que pidió ese rescate, por lo que será su aval, y que la Troika ha exigido la continuación de las reformas estructurales (dolor para los trabajadores).
Vaya, que casi estamos de suerte. No nos van a computar la deuda de 100.000 millones, sólo los intereses, y tenemos la inmensa dicha de que haya venido Papa Noel, aún en primavera, a traernos su delicado presente.
Resulta difícil imaginarse que la patada de una bota Martins (empleada por los nazis y por el Papa), con refuerzo de acero en la puntera, en los huevos, pueda ser un delicioso y sutil placer. Casi estoy por comprobarlo...un día de estos.
Mientras tanto Christine Lagarde (FMI) afirma que a Europa le quedan 3 meses para evitar la caída del euro, los capos europeos imaginan ya una Grecia fuera de la moneda única, los ataques especulativos de las sociedades de riesgo de la deuda sitúan la española, de nuevo, por encima de los 500 puntos básicos e Italia es ya la nueva pieza a abatir en el edificio en demolición europeo. El corralito para Grecia y el resto de Europa está a la vista.
Ninguna medicina capitalista –ni la liberal, ni la keynesiana- pueden salvar al centro del capitalismo de su viaje hacia la locura. Ya no hay BRICS que puedan salvarle comprando la deuda europea porque Brasil, Rusia, India, China viven ya sus propios, aunque de momento, suaves, espasmos.
Lo que está cayendo en el abatimiento en sucesión de las fichas de dominó europeas -primero las pequeñas, luego las medianas, más tarde serán las grandes- no son las economías nacionales sino el modelo de capitalismo diseñado en Bretton- Woods para el Viejo Continente y los países centrales de este sistema de dominación económica.
Bretton-Woods representaba la consolidación keynesiana de los Estados Corporativos del Bienestar, del compromiso social entre explotadores y explotados, entre capitalistas y trabajadores, entre una izquierda que hacía muchos años que había agotado su capacidad de impulsar revoluciones en Europa, como anunció Lenin pocos años antes de su muerte, y un capitalismo de masas que necesitaba de la paz social para su expansión mundial hacia las neocolonias del sur y un incremento de sus tasas de ganancia que permitiese su reproducción permanente.
Vana ilusión. Los espasmos de las crisis capitalistas de mediados de los 70 del pasado siglo, de 1987 de finales de los 90 y de los inicios del nuevo milenio en diversas áreas del mundo capitalista (países del centro, mundial, asiática, de América Latina, con el corralito argentino tan fantasmático, por cercano y real hoy, para España) y la mundial iniciada en el otoño de 2007, ponen en evidencia dos absolutas certezas anunciadas: la primera por Marx y, más tardíamente por Rosa Luxemburg, de que el capitalismo sólo podía recuperar sus tasas de beneficio tras los estertores de sus crisis anteriores y, la segunda, que, como anunciaba Engels en una nota anexa al libro III de El Capital, casi siglo y medio antes de nuestros días, “se ha operado un viraje desde la última gran crisis general (1867). La forma aguda del proceso periódico con su ciclo de diez años que se venía observando hasta entonces parece haber cedido el puesto a una sucesión más bien crónica y larga de períodos relativamente cortos y tenues de mejoramiento de los negocios y de períodos relativamente largos de depresión...".
El pensador y revolucionario alemán se burla hoy también desde la tumba de las predicciones del ruso Kondrátiev sobre los ciclos económicos largos de crecimiento, seguidos de otros de contracción, continuados por expansión y así de modo sucesivo “ad infinitum”.
2.- Se acabó la fiesta hace mucho y aún no hay modo de echar a los últimos borrachos:
La realidad es que desde hace casi 40 años las ondas de los períodos de crisis capitalistas se reproducen de manera casi continuada, con breves períodos de recuperación que no alcanzan a recuperar las tasas de beneficio de períodos anteriores.
Este hecho es el que explica la necesidad del capital mundial de alternar diversas recetas que, lejos de permitirle salidas exitosas hacia su reproducción, ahondan aún más sus crisis:
1.-decrecimiento continuado de los salarios reales desde hace al menos 20 años
2,.descentralización productiva, acelerada por la tecnología informática y la robotización
3.-reducción de las formas de salario indirecto
4.-recortes a los Estados del Bienestar desde finales de los años 70 del pasado siglo hasta su desmonte actual
5.-precarización de las formas de contratación y las condiciones de trabajo
6.-deslocalización de partes de la producción o de ella entera hacia países del tercer mundo o emergentes, con salarios, derechos laborales y condiciones de trabajo más ventajosos para las grandes corporaciones multinacionales capitalistas
7.-sobreproducción capitalista por encima de las necesidades reales de la demanda y de la capacidad adquisitiva –menguante- de crecientes capas de la población laboral.
3.-¿Sobraban botellas, faltaban bebedores o es que alguien pinchó los globos?:
La cuestión de la sobreproducción capitalista es un asunto central porque del modo en que se determine la naturaleza y origen de la crisis capitalista actual dependen en buena medida lo acertado o desacertado de las luchas sociales contra las consecuencias de la crisis sobre las clases populares y respecto a qué segmentos de esas clases debiera corresponder el protagonismo de dichas luchas.
La tesis que socialmente se ha impuesto, entre otras cosas porque a los voceros del capital les interesa como forma de dirigir las protestas sociales en una dirección que no cuestione globalmente al capitalismo, es la de que estamos ante una crisis financiera del capitalismo; esto es, que la crisis del capitalismo es financiera y no de otra índole.
Examinemos por un momento qué implicaciones sociales y políticas tiene dicha tesis.
El capital financiero es, por su naturaleza, aquél que se destina a actividades especulativas de tipo inversor y de economía no productiva.
La característica del capital financiero fue, en los períodos iniciales del capitalismo, la de servir en primer lugar a las necesidades de inversión productiva e industrial, como consecuencia de las crecientes demandas de inversión en capital material y para el crecimiento y la expansión de la actividad fabril.
Esta realidad siempre ha sido compatible –incluso antes del modo de dominación capitalista- con los negocios puramente especulativos en los que la realización del beneficio era ajena al mundo de la producción.
Pero más allá de los productos financieros cuya realización del beneficio está aparentemente –pero sólo aparentemente- desconectada de lo que los teóricos de las escuelas dominantes llaman economía real y cuyo objetivo es captar capital para asegurar la liquidez y solvencia del propio sistema financiero, la gran mayoría de las inversiones especulativas tienen un respaldo en la producción material (mercados emergentes, mercados de futuro, mercados de commodities,...)
Incluso la oficialidad de los creadores de información/ opinión han considerado el origen de la última gran crisis capitalista–hipotecas subprime- en la necesidad del sistema económico de facilitar la adquisición de viviendas (producción) por parte de amplios sectores de la población USA con escasa solvencia.
Llegado un momento en que el se impusieron el paro y la imposibilidad de hacer frente a los pagos de los hipotecas, el castillo de naipes empezó a venirse abajo.
Aún si se admitiera que en el estallido de la burbuja financiero-inmobiliaria fue decisivo el inadecuado cálculo del riesgo de impagos, lo cierto es que ello no dejaría de señalar al hecho de una sobreproducción en el sector de la construcción, sostenido artificialmente mediante el crédito.
Pero éste no es un fenómeno aislado. La producción y venta de vehículos, de las tecnologías de la comunicación y la información, del turismo,... del consumo habitual, han sido mantenidos desde finales de los 70 a través del crédito, bien fuera en forma de préstamos personales o de las familiares (ya no tanto) tarjetas de crédito.
Sin ellos no hubiera sido posible mantener las altas tasas de producción porque lo cierto es que los salarios reales llevan más de 20 años descendiendo en el mundo capitalista avanzado, lo mismo que la capacidad adquisitiva de dichos salarios.
Pero volvamos a los escenarios de protesta social a los que nos llevan las interpretaciones de la crisis sistémica actual del capitalismo desde una (financiera) u otra (de sobreproducción) causas de su origen.
Si la crisis capitalista tuviese un origen financiero, el tipo de protestas coherentes a las consecuencias de la misma serían aquellas que integrasen al conjunto de los clientes del sistema financiero, no sólo el bancario (AUSBANC, ADICAE), sino de los clientes de las bolsas, las sociedades de inversión y riesgo, etc . Y de un modo consecuente, y a la vez complementario, con lo anterior de unas formas de lucha en las que la cuestión del consumo fuera un elemento central en el que se dirimieran las batallas sociales (huelgas de consumo, consumo responsable, asociaciones de consumidores,...), puesto que aquél fue inducido y sostenido desde al menos el final de la II GM mediante su financiación.
Estaríamos ante un tipo de movilizaciones sociales en las que el consumidor-cliente del sistema financiero es la inmensa mayoría de la población (99%), sin distinción de clases (interclasista), en la que las definiciones ideológicas derecha-izquierda serían rechazadas por cuanto “todos somos víctimas de los bancos, de sus crisis y de su rechazo a seguir financiando el consumo”.
A nadie debiera escapársele las implicaciones que ello tiene respecto al sistema económico vigente y a las relaciones entre las clases sociales: existiría un capitalismo malo (el financiero) y otro bueno (el productivo), “víctima” incluso de la ruina que le estarían causando los bancos”. Cabe entonces incluir al capital productivo en el mítico 99% y, cómo no, la conciliación de clases como un objetivo deseable, pero no declarado, para formar un bloque unido que derrotase al capitalismo malo, ese mítico 1%.
De ahí que el sujeto de ese movimiento social contra el “avaricioso” capitalismo malo fuese el “ciudadano”, correlato político del consumidor-cliente del sistema financiero, y no el trabajador o explotado en el sistema clásico de antagonismo de intereses dentro del capitalismo.
Sólo desde este esquema que escinde falsamente el capitalismo en uno malo y en otro bueno, o no tan cuestionable, se entiende el apoyo de los grandes medios de comunicación a las movilizaciones centrales de los movimientos indignados.
Puesto que la rabia social existe es mejor para el propio sistema capitalista proyectarla en una dirección que no vaya directamente contra sí mismo sino sólo contra aquella parte “malvada” (avaricioso, ladrón, las consabidas expresiones del pan y el chorizo,...) que parece serlo más por una determinada pauta “perversa” de comportamiento de los capitalistas (concretos) financieros antes que por la naturaleza y estructura del propio capitalismo que necesita de la explotación en las relaciones sociales de producción, de la acumulación, la apropiación privada de lo social y el creciente empobrecimiento de amplias capas de la población para la sobreacumulación de capital, aunque ello, finalmente, le conduzca a la repetición de sus crisis.
Pero no existen varios capitalismos sino un único sistema mundializado en el que capital productivo y capital financiero, incluso el ficticio o imaginario de la arquitectura financiera, son partes integradas entre sí.
No es posible el funcionamiento del capital productivo sin su sistema de refrigeración o, si lo prefieren, sin su sistema de circulación sanguínea, que es el capital financiero. La financiarización de la economía es una consecuencia inevitable de la creciente necesidad financiar la actividad productiva de unas empresas que disponen de un flujo de liquidez limitado, por un lado, y de valorización del capital industrial y de los servicios en busca de una sobreacumulación.
El capital financiero es sólo una enorme “pompa de jabón”, como diría Marx de las burbujas financieras, que sólo se sustenta a partir de un grado de sobreproducción (como mínimo mediante nuevos sistemas y medios de producción) que busca la reproducción ampliada del capital.
La realidad es que no existe un punto en el que sea posible establecer el corte segmentador entre capitalismo financiero y capitalismo productivo porque uno y otro están inextricablemente entrelazados en forma de corporaciones, truts, grandes inversores, gigantescas marcas “umbrellas” multinegocios, ...en las que se participa a la vez en forma de capital financiero y de capital productivo.
La separación dentro del capitalismo mundializado entre unos y otros no es más que una ficción útil para entender la función de cada uno de esos tipos de capital, modelos ideales para explicar la realidad que no constituyen la realidad misma.
4.-Parece que su empresario le arrea con ganas, camarada:
La crisis capitalista iniciada en 2007 ha supuesto la más brutal transferencia de las rentas del trabajo a las del capital por vías tanto impositivas sobre la renta (a cuya progresividad escapan las rentas altas por diversos caminos tanto legales como ilegales), como de reducciones de los salarios, la pérdida de derechos históricos de los trabajadores, el abaratamiento de los despidos, la reforma brutal de las relaciones labores y de contratación, una mayor precarización de los empleos, la tendencia según países al recorte de las prestaciones de desempleo, la desaparición de las formas de salario indirecto,...
El capital necesita recuperar una parte de la caída de su tasa de ganancia provocada por la crisis mundial a través de la reducción de los salarios, el abaratamiento de los despidos y la distribución de la renta nacional, concentrando cada vez más partes de la misma en menos manos. Aunque ello conduzca a la agudización de la crisis capitalista, por la reducción de la capacidad de los trabajadores de acceder al mercado de consumo, es el medio más directo del que disponen los capitalistas para tratar de contrarrestar dicha caída de la tasa de beneficios.
Es obvio que ese modo de actuar del capital tiene un evidente carácter de clase. Como también lo es que expresa una agudización de la lucha de clases, al menos desde la posición de los capitalistas.
Pero que el proceso social, económico y político tenga un carácter de clase no quiere decir que, automáticamente, se exprese como un conflicto organizado desde los trabajadores contra el capital.
Ninguna clase social es revolucionaria por naturaleza. Son los procesos históricos los que les hacen o no tomar una dirección ascendente.
Por mucho que la clase trabajadora contenga dentro de sí las contradicciones fundamentales del capitalismo, éstas no poseen la potencialidad de expresarse políticamente más que en momentos históricos de graves crisis capitalistas, con el empobrecimiento de amplias capas de dicha clase y siempre que exista una dirección revolucionaria capaz de hacer madurar su conciencia como clase para sí y de dirigir la estrategia de las luchas.
Éste no es, desgraciadamente para la clase trabajadora, ese momento histórico. No digo que no pueda llegar a serlo pues los factores objetivos –la agudización de las contradicciones del capitalismo- están madurando aceleradamente, bien que aún no hayan llegado a su cenit, pero son los subjetivos, los que afectan a la conciencia de la necesidad de destruir el capitalismo y los de organización y dirección revolucionaria de la lucha los que aún están por aparecer.
La relación entre clase trabajadora y organizaciones de los trabajadores, sean éstas sindicales o políticas, es dialéctica. Una y otra interactúan entre sí. Una y otra son, a la vez, causa y reflejo.
Las organizaciones sindicales y las de las izquierdas políticas (salvo honrosas y más que contadas excepciones) están hoy dominadas por el derrotismo, el entreguismo, el guerracivilismo entre sus distintas corrientes, el marasmo y la descomposición política e ideológica, la ausencia de proyecto transformador (la mayor parte de ellas no aspiran al socialismo) y la carencia de visión y comprensión del significado real de esta crisis. La mayoría de ellas, tanto moderadas como “radicales” (pseudoizquierdistas) aún esperan inútilmente ver llegar al Séptimo de Caballería en forma de los discípulos de Keynes. Confunden el keynesianismo con la socialdemocracia cuando esta corriente de pensamiento nunca fue socialdemócrata sino la tabla contracíclica de salvación que el capitalismo se dio a sí mismo en el pasado y la socialdemocracia, en su claudicante y burguesa versión del socialismo (el de Kautsky y Bernstein) pretendían un gradualismo que cambiase cualitativamente la realidad social. Aproximarse a un socialismo, en el que en realidad no creían, a través de la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores y de un poder social creciente de los mismos. La historia vino a demostrar que esta ilusión era vana pero los presupuestos de una y otra corrientes de pensamiento y sus propios objetivos no eran los mismos. Si finalmente se produjo la convergencia entre keynesianismo y socialdemocracia es porque ésta última dejó de ser socialdemócrata. Cuando apunto este hecho no es con la intención de salvar a una socialdemocracia asesinada por sí misma sino de señalar la trampa keynesiana, que sólo sirve para paralizar, esperando a Godot, la puesta en pie de otras esperanzas realmente revolucionarias que, por supuesto, no pasan por ninguna reedición de las versiones más progresistas de ninguna versión de la socialdemocracia.
La clase trabajadora en los países centrales del capitalismo acabó aceptando el capitalismo, no sin derrotas sangrientas de sus batallas, no sin grandes combates incluso reformistas, cuando encontró el sucedáneo de democracia social y económica a través del consumo y de cotas de bienestar que anteriores generaciones no habían conocido. Hay muchas otras razones de ello que no veo necesario explicar aquí pero tiendo a desterrar la de la traición si veo que puedo caer en el conformismo ak buscar la comprensión de los hechos.
Lo cierto es que la relación sindicato/partido –clase trabajadora produjo influencias mutuas en las que los primeros modelaron el deseo de transformación social de la segunda y ésta modeló los límites disidentes de los primeros hasta integrar en el capitalismo las luchas de unos y otra.
5.-Disculpen el breve inciso, enseguida vuelvo:
No se entiende de otro modo que la clase haya sido sustituida por el ciudadano, que la rabia revolucionaria haya sido suplantada por una “indignación” chata, interclasista y de dirección ideológica pequeñoburguesa. El movimiento de los indignados, con su expresión 15Mayista es el síntoma de la inexistencia de la voluntad revolucionaria de las izquierdas y la ausencia de una clase trabajadora del centro del escenario, que tampoco se siente representada por esos “indignados”, aunque ellos intenten apropiarse incluso de expresiones de la protesta que no son suyas ni les pertenecen, con el único fin de entregársela domesticada en forma de flashmob de sevillanas indignadas en alguna sucursal bancaria.
En este sentido es sintomático que “las izquierdas” indignadas llamen izquierda y socialdemocracia a un movimiento y a sus propuestas que, en su versión más “izquierdista y radical” es puro keynesianismo. Alguien debiera decirles que Keynes era un liberal, profundamente antilaborista y no digamos antibolchevique. Hacen verdad aquél viejo aserto de “cuanto más “izquierdistas” (en el sentido crítico que Lenin les aplica), más reformistas”. Sólo que, en la practica, por lo que defienden, el reformismo les queda demasiado a la izquierda.
Es significativo que últimamente algunos de esos “izquierdistas” indignados recurran como al pope Georgi Gapón como antecedente histórico de que un movimiento de signo no revolucionario puede dar lugar, por proceso de decantamiento, a otro auténticamente revolucionario, tratando de ocultar que desde su génesis hasta su evolución actual el 15M fue y continúa siendo una válvula de escape a las tensiones sociales que no camina en ningún sentido anticapitalista, salvo que el capitalismo se agote en cuestiones como los bancos, Bankia y Rato. ¡Qué cosa tan llamativa la “indignación” con lo particular del sistema capitalista y no con sus carácter general! De las relaciones sociales de producción para qué hablar, no sea que Coca-Cola (anuncio de la Roja con la Eurocopa), Movistar –detalle el de Sanex con el spot de las miles de manos hacia arriba, tan blancas y “neutras”- y el complejo mediático del capital dejen de insuflarles vida.
Decir que la Revolución rusa de 1905 fue dirigida por el pope Gapón sólo puede nacer de la mala fe tergiversadora de la historia o de la más absoluta ignorancia, señor Manuel Navarrete.
Confundir el “domingo sangriento” con la revolución rusa de 1905 es tomar el rábano por las hojas o la parte por el todo, como confundir al Pope Gapón, agente provocador al servicio del Departamento de Policía y la Ojrana (represora de los movimientos revolucionarios anteriores, de ese año y posteriores), que aparentemente pretendía abolir la autocracia zarista pero salvaba la figura de Nicolás II (los manifestantes del domingo 22 de Enero de 1905 llevaban retratos religiosos y del zar, que era precisamente la piedra angular de todo el sistema autocrático ruso), con la revolución rusa de 1905 es faltar a la verdad por omisión, señor Navarrete.
Los efectos sobre la población de la guerra ruso-japonesa, el hambre en las aldeas y las ciudades, la represión de las luchas por las libertades políticas y sindicales, de las demandas de las minorías étnicas, entre otros, fueron los antecedentes auténticos de la revolución rusa de 1905 y en ella se movían fuerzas muy distintas, sin conformar ningún único movimiento, y con sus propias reivindicaciones, desde las expresadas por la “intelligentsia” rusa, hasta las planteadas por los bolcheviques, pasando por los liberales, los eseristas o los propios mencheviques, por citar algunas fuerzas presentes en el momento histórico ruso de 1905. No había amalgama alguna, ni bloque común de objetivos, ni ocultamiento de la identidad, las banderas o los objetivos de cada organización.
Respecto al resto de las caricias que el señor Manuel Navarrete y algún otro tonto a las 4 dedica a mis artículos anteriores sobre el 15M correré un tupido velo, ya que la bajeza argumental que emplea, el tono de descalificación y ataque personal y la tergiversación de un argumento que elude las fuentes directas, resulta un juego tan sucio que responder a él supone caer en una bajeza que un revolucionario debe rechazar.
Sólo un apunte más sobre la cuestión en respuesta a los voceros del 15M. Criticar y rechazar ese movimiento no supone quedarse en casa, negarse a participar en las luchas (como si no hubiera otras que las “indignadas”) o limitarse al purismo revolucionario “desde el ordenador”. ¿Acaso el 15M tiene un derecho de pernada que le permite someter a todas las posiciones políticas y a todas las expresiones de la protesta social bajo su tutela? Lo pretende pero no lo logrará porque su pretensión hace evidente aquello, tan falangista, de “no somos de derechas ni de izquierdas”. El mero hecho de desenmascarar lo que representa ese movimiento es ya, en sí mismo, “activismo” (esa palabra que tanto les gusta) revolucionario.
Por otro lado, ¿acaso el 15M tiene el derecho de imponer silencio y acatamiento a la disidencia de su “indignado” movimiento nacional y ciudadano, so pena del linchamiento político al que someten al disidente insumiso, ellos tan omnipotentes y mediáticamente tan omnipresentes? Me parece que no, salvo que se conciba la “democracia real” como una forma de tiranía o de fascismo.
6.-¿Ven cómo no les engañaba? Volvamos al momento de la clase trabajadora y de sus organizaciones:
La crisis capitalista actual representa la muerte del pacto social, la regresión de las condiciones de vida de los trabajadores a siglos pretéritos y la creciente polarización entre poseedores y desposeídos, entre explotadores y explotados, entre trabajo (aún como potencia cuando se plasma en la figura del parado) y capital.
Eso es algo que han comprendido bien la clase trabajadora griega y sus organizaciones sindicales de clase y partidos revolucionarios, básicamente los comunistas, ya que Syriza no tardará en decepcionar si alcanza el gobierno. Sus componentes ideológicos y su visión de cambios desde el gobierno hacen muy difícil (no digo imposible) que esto no suceda. Ojalá me equivoque.
La persistencia de las huelgas con contenido combativo y político, decisivo para enfocarlas con un objetivo útil que no se agote al día siguiente de su realización, y la comprensión de los comunistas griegos de la necesidad de derrocar el sistema capitalista desde el poder social de clase, y no desde el parlamento (válido sólo como caja de resonancia de la protesta) o el gobierno, acabarán por dar sus frutos, por mucho que el apoyo expresado en las urnas (test puntual de apoyo político pero no necesariamente social) pueda expresar vaivenes e impasses e incluso retrocesos en un momento dado. Si la línea política es correcta, en un proceso de agravamiento de la crisis capitalista, acabará por imponer su hegemonía entre los trabajadores y sus aliados de clase. Allí no cupieron los “indignados” griegos. El PAME y el KKE desenmascararon su naturaleza en la Plaza de Syntagma.
Lo comprendieron también en su día los trabajadores franceses y sus organizaciones sindicales, especialmente en cuanto a tenacidad en las huelgas y a dirección inteligente de las mismas. Pero se enfrentaban todavía a un momento menos agudo de la crisis capitalista en Francia y a un menor grado de rabia y desesperación de sus trabajadores. Por otro lado, sus izquierdas, desde el PSF (menos claudicante que el PSOE y concitador desde España de menos odios, como todo lo que corresponde a lo que queda más lejos) hasta la diversa oferta trotskista, pasando por el PCF y su Frente de Izquierdas, aunque más combativos que sus homólogos españoles, siguen pensando en institucional. Será amarga la experiencia de gobierno. Por cierto, en Francia, tampoco parece que la franquicia indignada haya obtenido mucho rédito. La gente sabe si es de derechas o de izquierdas, por caducas que sean las izquierdas actuales.
En España, las huelgas generales llegan sin solución de continuidad. A lo largo de la historia del sindicalismo en el período “democrático” hemos visto la alternancia de días aislados gloriosos con largos períodos de silencio sindical, colaboración de clases y entreguismo sindical a costa de los trabajadores, con el objetivo de la permanencia del sindicalismo dentro de los espacios de influencia corporativa del Estado y de las grandes empresas.
Nadie se engañe. Frente a ese sindicalismo burocrático de concertación y pacto social no nos hemos encontrado más que minorías sindicales alternativas vociferantes pero poco combativas en la práctica, salvo momentos puntuales y excepciones honorables, hoy en su práctica totalidad entregada a la causa ciudadanista e interclasista de las plazas, de nuevo salvo honrosas salvedades.
Pero lo que durante los años 90 del pasado siglo fue la excepción española, con tasas de crecimiento casi asiáticas, siempre compatibles con otras cotas altas de paro y de desregulación del mercado de trabajo poco europeas, se ha convertido en “el invierno de nuestra desventura” como nación y en las horcas caudinas sobre los trabajadores.
Ningún cambio en la correlación histórica de la lucha de clases sucede de un modo rápido e inmediato, salvo que la acumulación de fuerzas haya vivido en el silencio de una actividad clandestina y esto no es así en el caso español.
Las respuestas de funcionarios (con enseñantes y trabajadores del Sistema Nacional de Salud a la cabeza), de trabajadores sometidos a EREs, de empleados de multinacionales y, en las últimas semanas de los heroicos mineros, son luchas todavía parciales y descoordinadas, sin una dirección estratégica general y con prácticas locales sindicales correctas pero carentes de una práctica estatal combativa y decente.
Más allá de lo que las burocracias sindicales representan como freno a las luchas, debemos ser conscientes de las limitaciones de sus bases sociales, a las que la angustia, el fatalismo y el miedo a la protesta frena su justa ira. Ello tiene una evidente expresión en la desorientación del movimiento sindical en su conjunto, oficial y alternativo, respecto al qué hacer en el presente.
De la izquierda política no cabe esperar nada mejor. Todo lo contrario. Su fuerza de base es aún menor, toda vez que nunca constituyó en el Estado español una fuerza organizada poderosa. Hoy, contando tanto las izquierdas de obediencia estatal a la izquierda del PSOE como las de ámbito identitario- nacionalista, es muy posible que no superen los 45.000 militantes; muchos de ellos viejos.
Ante este “estado del arte” uno tiene la tentación de desear la desaparición definitiva de dichas izquierdas, otra vez salvo honrosas excepciones. Pero, no nos engañemos, en ellas militan fuerzan sanas, revolucionarios auténticos y cuadros valiosos, que no están buscando, como Diógenes con un quinqué encendido a plena luz del día, qué hay del valioso en el mundo “indignado” sino que batallan por la construcción de un polo revolucionario y de la construcción de un proyecto comunista.
Poco decir que no haya dicho ya anteriormente en relación a la necesidad de reconstrucción de las izquierdas y específicamente del partido de los comunistas (2). Dicen que los tiempos de baja intensidad en las luchas son muy dados al pensamiento político y que los de combate son poco dados a la reflexión política. En todo caso, lo que yo pueda aportar sobre la orientación y la organización de la emancipación de los trabajadores no está exento de las limitaciones intelectuales que nos aquejan a los comunistas y a la izquierda revolucionaria. Ningún ser humano es una isla.
Pero si algo necesitan hoy la clase trabajadora y sus amigos es épica, ese tipo de esperanza heroica que atrapa nuestros corazones y nos lleva a emocionarnos con la justicia buscada por los Prometeos que anhelan en la igualdad la esperanza de un mañana sin opresión del hombre por el hombre.
Esa épica la representan, en este preciso instante, como en tantas ocasiones del pasado, los mineros, no sólo los asturianos o leoneses, sino también los andaluces, o los aragoneses, por citar sólo algunos ejemplos.
Es cierto, nadie lo niega, que las luchas de los mineros hoy representan, como ayer, la combatividad de un segmento de los trabajadores que se niega a desaparecer, como en los años 80 lo fueron los trabajadores de las grandes industrias del metal o de la naval, con aquella combatividad que nos llevo a muchos hijos de la clase obrera (distingo entre clase obrera y clase trabajadora. No soy el imbécil que mis enemigos de clase pretenden presentar) a expresar el orgullo de nuestra clase de pertenencia.
Caerán como cayeron los trabajadores de determinados sindicatos de las Trade Unions británicas ante el ataque liberal de la señora Tatcher pero lo harán con el mismo sentido del respeto a sí mismos y “ayudados” en su agonía por la indecencia de un movimiento “indignado” que cuando toca defender el empleo habla de Medio Ambiente y empresas contaminantes.
Pero en esa caída hacia un olvido que no se producirá, porque son parte de la vieja memoria de nuestra clase, habrán combate, el pálpito de la sangre transmitida de padres a hijos, la vieja cultura de la resistencia obrera, las múltiples y creativas formas de lucha (asambleas de trabajadores que no niegan a su clase sino que la afirman, cortes de carreteras, barrenazos contra “la madera” innoble, lanzamiento de cohetes, barricadas que cierran la calle pero abren el camino, solidaridades de madres, hijos, esposas, familias, pueblos, vecinos,...gentes que, como en el pasado volverán a echar maíz al paso de los esquiroles,...).
Los silicóticos, los hoy mal pagados, con salarios de la muerte de apenas 1.100 euros mensuales, los prejubilados ante la falta de horizontes de la mina y de sus cuencas, antes de tomarse el culín, volverán a gritarnos a la cara de nuestras cobardías y miedos el viejo caudal pulmonar del “Puxa Asturies, borracha y dinamitera”.
Sólo los malnacidos, los desinformados, los analfabetos políticos, aquellos sinsangre que jamás sintieron la empatía de su propia clase, el latir de los corazones valientes, la limpia belleza humana de los tiznados por el carbón que extraen a la tierra, a costa de sus vidas, el material de los milenios, pueden hoy ignorar el combate.
Como aquella muchacha de la agrupación socialista de Somorrostro que un día de 1918 escribió aquel artículo en “El Minero Vizcaíno” que le convirtió en Pasionaria para la historia y en una de los 100 militantes iniciales de aquel PCE, hoy la tarea, no de cualquier revolucionario, sino de cualquier ser humano con hambre y sed de justicia e igualdad, es estar al lado de los mineros, aquellos que mejor representan la rabia de nuestra clase y su voluntad de combate.
La semilla, que parece seca y arrugada, será mañana un nuevo fruto.
Y mañana, o dentro de unos días, que todo muda pero las ideas no son rápidas, más.
El combate que hoy nos abre el rescate del Estado español, sin eufemismos, no se resolverá con #15MpaRato sino con la voluntad de nuestra clase de construir sobre las ruinas del antiguo un mundo nuevo que será socialista o, por el contrario, otra variante más de la ley de la selva con algún listo de clase media resolviendo aquello del “qué hay de lo mío”
NOTAS:
(1) “La venus de las pieles”: Leopold von Sacher-Masoch. Una de las obras cumbres del inspirador de la tendencia masoquista.
(2) “POR UNAS IZQUIERDAS QUE NO NOS AVERGÜENCEN”: http://marat-asaltarloscielos.blogspot.com.es/2011/12/por-unas-izquierdas-que-no-nos.html y “CONSTRUIR EL PRESENTE, DIBUJAR EL FUTURO”: http://marat-asaltarloscielos.blogspot.com.es/2011/11/construir-el-presente-dibujar-el-futuro.html
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12 de junio de 2012
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