Ante el embate de los euroescépticos en Estados miembros de la Unión Europea, alguno de los cuáles, en países del Este, se encuentra en el gobierno; ante la posible salida de Grecia de la misma (no importa que suceda, lo relevante es que se plantee); ante la pregunta del referéndum en el Reino Unido en relación con su pertenencia a esta asociación que no deja lugar a dudas -"¿Debería el Reino Unido permanecer como miembro de la Unión Europea?"- es el momento de plantearse la viabilidad de este club de mercaderes, cuya unión política siempre estuvo en entredicho y sólo ha alcanzado un papel absolutamente subalterno frente a los intereses de los poderes capitalistas.
En mi opinión, la de alguien que suele equivocarse mucho, la pregunta no es tanto si sobrevivirá la UE sino hasta cuándo y, sobre todo, cuáles serán las consecuencias de la vuelta a la Europa de las naciones. Y digo naciones porque la fragmentación de los Estados es ya un hecho, primero en organizaciones territoriales que no pertenecían a lo que antes llamábamos Mercado Común (Yugoslavia, Checoslovaquía), después como tendencia en viejos Estados europeos (Gran Bretaña con Escocia, España con Cataluña, quizás antes que con Euskadi, flamencos en Bélgica, Véneto en Italia)
Si hubiera de reconocer algún aspecto positivo a la UE señalaría tres:
- El primero, y más reciente, el de poner en evidencia la brillante afirmación de Marx y Engels de que "Hoy, el Poder público viene a ser, pura y simplemente, el Consejo de administración que rige los intereses colectivos de la clase burguesa." ("El Manifiesto Comunista". 1848) Si a nivel nacional esta frase es muy cierta, imagínense hasta qué punto se hace verdad con instituciones como el BCE o el FMI que, aunque es transcontinental, interviene sobre las políticas de la UE de un modo decisivo.
- La evitación de una III G.M. durante 70 años en Europa, el período más largo que se ha producido de paz en el Continente que recordemos. Sin embargo, esto ya no es cierto. La guerra en Ucrania actual -en un impasse insostenible-, las guerras en la ex República Federal Socialista de Yugoslavia entre 1991 y 1999, potenciada por potencias como Alemania o USA, y la vuelta al viejo orden de la guerra fría, que se calienta progresivamente con tendencias mundiales de conflicto, apuestan por el fin de dicha paz.
- Un antiguo y ya acabado desde hace tiempo sentimiento de pertenencia a una comunidad supranacional que superase las tendencias nacionalistas europeas, que tan caras no resultaron a los habitantes del viejo Continente. Esto es algo que tiene acta de defunción con la aparición de partidos euroescépticos, populistas y abiertamente fascistas.
Por mucho que deseemos que una nueva era ilustrada y emancipadora llegue, no vendrá ni desde el confuso magma de los populismos desclasados ni desde unos reformismos que, bajo apariencias de "nuevos" presentan las viejas formas que se agarran a un mundo en descomposición sino desde la insurreción y la voz de los explotados y expulsados del derecho a vivir por la mano criminal del capital. Y su emancipación no será votada en los parlamentos sino conquistada a fuego y piedras en las calles.
Hoy, esto que parece una expresión de demencia para las víctimas que se han instalado en la aceptación del "status quo", deseando que pase el huracán, no está a la vista de lo inmediato pero los hechos vendrán como consecuencia de la agudización de las contradicciones de un sistema que prima el beneficio de una pequeña parte sobre la paulatina expulsión de una gran mayoría del derecho a existir. Las palabras escritas por Rosa Luxemburgo en la última noche de su vida, "¡Yo fui, yo soy, y yo seré!" volverán a cobrar todo su sentido revolucionario. No es una profecía desde ninguna nostalgia olvidada en el tiempo sino el inevitable hecho de que los esclavos volverán a exigir el pan, el trabajo y su libertad, más allá de los espejismos creados mientras tanto por el poder para entretenerlos.
La violencia revolucionaria, más allá de las consideraciones éticas de quienes odiamos las consecuencias dolorosas de la furia social, se impondrá como hecho que se exprese desde la realidad de su necesidad histórica. El capital ya aplica esa violencia en Europa de forma creciente y responderá con ella cuando vea en peligro su posición. Las cartas están echadas.
NI GUERRA ENTRE LOS PUEBLOS NI PAZ ENTRE LAS CLASES