18 de diciembre de 2019

LAS VIVIENDAS CONTENEDORES DE ADA COLAU

Por Marat

En España el derecho constitucional a la vivienda tiene la misma eficacia que el derecho constitucional al trabajo –luego uno se entera que consiste, según los artículos 5 y 34 del Estatuto de los Trabajadores, en el derecho a la “ocupación efectiva del trabajador”, lo que significa que  se trata del “derecho que ostenta el trabajador a que el empresario le proporcione, en cumplimiento del contrato laboral suscrito, el desempeño de unas funciones acordes a su puesto de trabajo y a la categoría laboral contratada”, siempre que tenga trabajo, claro está.

Con el derecho constitucional a la vivienda sucede también como con el derecho que recoge el artículo 50 de la Constitución española (“Los poderes públicos garantizarán, mediante pensiones adecuadas y periódicamente actualizadas, la suficiencia económica a los ciudadanos durante la tercera edad”) o con el derecho a la protección al desempleo del artículo 41 de la Constitución ( “Los poderes públicos mantendrán un régimen público de Seguridad Social para todos los ciudadanos, que garantice la asistencia y prestaciones sociales suficientes ante situaciones de necesidad, especialmente en caso de desempleo).

Son artículos meramente enunciativos. Carecen del desarrollo que los ampare y de los procedimientos y recorrido jurídicos que permitan denunciar y obligar a su cumplimiento.

La señora Ada Colau, alcaldesa de Barcelona por Barcelona en Común, miembro de En Común Podem y Cataluña en Común, eterna vividora de la profesión de activista,  (lo de ser militante es otra cosa muy distinta a la autopromoción de esta especie de youtubers de la política), al menos desde 2001, de la guerra del Golfo, el movimiento okupa –qué ironía frente a la última propuesta de “viviendas sociales” que acaba de perpetrar-, el movimiento antiglobalización y su figura emblemática dentro de la PAH (Plataforma de Afectados por la Hipoteca), cuando defendía la Dación en Pago, que no era otra cosa que el reconocimiento de la preeminencia de la deuda sobre el derecho vital a techo. Era un tiempo en el que ella comparecía en el Parlamento español como “activista de lo suyo” y decía cosas como que se condenaba a las víctimas de los desahucios a quedar fuera del sistema.

Hoy ella está dentro de ese mismo sistema, el capitalista, y propone que los desahuciados de la Ciutat Vella (barrio pobre y marginado de Barcelona. Siempre habrá un “ salado” que considere que lo merecen por marginales) vivan de 3 a 5 años en un una especie apilamiento de “containers”  -el término en inglés debe de ser uno de los raros casos en lo que la estupidez cool de los amanerados del lenguaje no ha degenerado sino que ha dado en “contenedores” en nuestro propio idioma- que dan lugar a un remedo de edificio.

En tiempos del ínclito Zapatero, el “referente progresista mundial”, según el peligroso “bolchevique” Iglesias –según la ultraderecha y la derecha democrática, que eligen al patético hombrecillo como peligroso agente comunista, se hablaba de “soluciones habitacionales” (María Antonia Trujillo y sus modelos de vivienda de 25 metros cuadrados). Hoy el portal propagandista de la especulación inmobiliaria ofrece soluciones habitacionales de 3 metros cuadrados, auténticos no zulos sino nichos para cadáveres semivivientes.

Son tiempos en los que a perder la intimidad teniendo que compartir casa con desconocidos se le llama “coliving”, a no poder permitirte un proyecto familiar se le llama ser “single” y a la sobreexplotación laboral ser “rider” o “economía colaborativa”.

Seguramente, los tipejos que hayan avalado la canallada de meter en contenedores a los desahuciados de la Ciutat Vella encuentren sostenibilidad ecológica a la utopía de vivir en un contenedor de Ada Colau por aquello de que no se emplea cemento, del mismo modo que ahora se presenta como moderno, “cool” y “ecológicamente responsable” a las nuevas ofertas de viviendas de madera.

Lo de menos es si quienes son alojados en tales soluciones habitacionales quisieran vivir en ese tipo de engendros o preferirían una casa convencional.

Lo de menos es que haya más de un millón de viviendas clásicas vacías porque la especulación pensó en el pelotazo antes que en si realmente se estaban ofreciendo casas al alcance de quienes necesitaban un lugar donde vivir.

Lo de menos es que vivamos en un estado de derecho de los intereses del capital en los que sus gobiernos, sean del tipo que sean, porque admiten sus reglas del juego, no hayan decidido que ninguna familia, anciano, joven o pobre deba vivir en la calle o en infraviviendas y que, por tanto, ocupar las vacías es un legítimo derecho. Pero creer tal cosa sería asumir que, bajo el capitalismo, puede haber otra lógica que la del beneficio empresarial.

Lo de menos es que el Tribunal Supremo haya declarado nulo el pelotazo propiciado por Ana Botella a través del antiguo Instituto de la Vivienda de Madrid (IVIMA) que vendió 3.000 pisos de públicos a un fondo buitre y que en su día fue denunciado; denuncia que el digital en el que fue publicado decidió eliminar de su base datos

Lo de menos es que los progres ofrezcan lo mismo a los escolares valencianos que a los pobres, putas e inmigrantes del Barrio Gótico y alrededores de la Ciudad Vieja. Total, son la escoria de la sociedad, lo mismo que los niños de familias de clase trabajadora de la Comunidad Valenciana, cuyas escuelas se instalan por años en barracones. Total, son alevines de la clase obrera.

Yo me pregunto muchas cosas a partir de aquí:
  • ·         Me pregunto, por ejemplo, cuantos empresarios y miembros de las clases altas quisieran vivir en este tipo de soluciones habitacionales.
  • ·         Me pregunto por qué los arquitectos y urbanistas progres no tratan de convencer a los miembros de esas clase lo “nice” (seamos imbéciles bilíngües) que sería vivir dentro de esa pirámide de contenedores.
  • ·         Me pregunto cuándo se irán los Colau, los Iglesias-Montero, los Zapatero y demás chiripitifláuticos progres a gozar de una experiencia tan “powerful” para sus placenteras vidas.
  • ·         Me pregunto durante cuanto tiempo este tipo de granujas de una sociedad en descomposición seguirá impune.
  • ·     Me pregunto por cuántos individuos de la progresía considerarán que es mejor vivir en un apilamiento de contenedores que en la calle, justo lo que Felipe González afirmaba en su día cuando decía que era mejor un empleo inseguro que no tenerlo.
  • ·       Me pregunto si quienes tienen la posibilidad de sublevarse porque no están ante la disyuntiva de la calle o el contenedor son lo bastante inteligentes para darse cuenta de que esto es un proceso en el que primero el capital (y los lameculos progres como Colau)  va por los que no pueden siquiera decir NO y luego vendrán por los que podrían decirlo pero tampoco quieren dar la nota.
Todo “ciudadano de bien”, el que mira para otro lado, el que dice que se hace demagogia cuando se denuncian estos hechos, el que considera que tantos años de retroceso de las conquistas de la clase trabajadora no son como para “exagerar”, el que va  a lo suyo, el que traga carros y carreteras, el que admite que puede que hay algo de razón para encolerizarse pero no pasa de poner su pose de “crítico” en el bar, el que cree que organizarse contra todo ello es hacer paleocomunismo, es el que se condena a sí mismo y al resto a un regreso a la esclavitud, no son sino la evidencia de un mundo que se condena a sí mismo a regresar al peor de los pasados.

Vienen tiempos de lucha. Se generaliza la ira social contra la sobreexplotación, aunque aún no hayamos comprendido que la forma general de existencia de este sistema de dominación económico es la explotación del trabajo asalariado por parte del capital.

Los pueblos creen encontrar en la demanda democrática la solución a sus males. Como pueblos no pueden hallarla porque hay intereses antagónicos en su interior. La democracia que anhelan no logrará acallar la necesidad de igualdad, de pan y de dignidad en las vidas de los desheredados.

En el proceso hacia la emancipación de la necesidad de supervivencia para encontrar una vida digna cada paso que exprese la protesta debe considerar que no hay objetivo humano, por grande que sea, y por imperiosa que se venda su urgencia (la supervivencia de la humanidad frente a la amenaza fantasma de la destrucción planetaria) que, sin incluir la agenda de los desposeídos como inapelable e improrrogable, hace secundario el hecho de seguir vivos. La supuesta urgencia de salvarnos todos no puede condenar de nuevo a que bajo ese todos se oculte el regreso a unas condiciones de vida que las clases trabajadoras ya no van a admitir.

9 de diciembre de 2019

El MERCADO DEL MIEDO ¿POR QUÉ Y A QUIÉN BENEFICIA?


Por Marat

¿Qué tienen en común noticias como el llamado apocalipsis antropocénico, que nos advierte de la extinción de la vida sobre la tierra y el de humanidad en particular, la amenaza recurrente del fin de las pensiones públicas, la enumeración del sinfín de males que traería la desmembración de España, el supuesto fin de la civilización occidental a manos de una supuesta invasión de inmigrantes de grupos étnicos “exóticos”, en el que un adolescente mena es, más o menos, un yihadista del DAESH, el choque de civilizaciones, la interesada promoción mediática de cualquier noticia relacionada con la extrema derecha y el fascismo nacional e internacional, la insistencia en una previsible descomposición de la UE como antesala de un momento previo al verano de 1914 (instantes antes de la I GM), las noticias que insisten en la insostenibilidad del Estado del Bienestar o el creciente peso de las secciones o páginas de sucesos en la información de los “telediarios” y la prensa?

Antes de darles una respuesta directa, imagínense que conducen ustedes un vehículo por una carretera comarcal o local en medio de una noche cerrada, sin iluminación en el arcén y con la luna oculta tras unas nubes que apenas atisba.

De repente, un obstáculo aparece a apenas dos metros de su coche. Usted frena en seco, sintiendo toda la presión de la desaceleración sobre su cuerpo. Es un venado cruzado en mitad de la carretera, que le mira con los característicos ojos rojos que provocan los faros de su vehículo incidiendo sobre los vasos sanguíneos de su retina. Usted logra frenar a sólo unos centímetros del animal y contempla ese momento en el que la muerte y la vida se funden en la parálisis del animal que ha sido incapaz de reaccionar ante el peligro de morir aplastado. Afortunadamente, el cérvido reacciona y, de un salto, salva la distancia entre el centro de la calzada y la otra orilla de la misma ¡Ufffff!

Quisiera que usted se detuviese en la idea de “la parálisis del animal”. Es un asunto central en la exposición de lo que intento contarle.

Cuando a un ser humano o a una sociedad se les aturde con más problemas de los que pueden digerir y a los que les es posible hacerles frente, todos y a la vez, la parálisis es la respuesta esperable ¿Va entendiendo usted de qué le hablo?

¿Acaso los problemas que les describí en el primer párrafo son una invención? ¿No hay en ellos siquiera un punto, por pequeño que sea, de realidad? No seré yo quien lo niegue.

La cuestión no es siquiera el grado de verdad que haya en ellos (es sabido que la verdad es un concepto casi teológico del que hay prácticamente tantos sacerdotes como fieles. Otra cosa distinta es la realidad y cómo se analiza) sino para qué sirve, con qué fines y a quién/es beneficia y, sobre todo, en contra de quiénes.

La humanidad, a lo largo de su historia, jamás se ha planteado desafíos que no pudiera afrontar. El riesgo de los problemas actuales no está tanto en su importancia real y en el cómo pueden afectar a la sociedad como en que se asuman como insuperables. 

Si en todo el alarmismo social, político, económico y civilizatorio con el que se nos condena a las puertas del infierno tuviese una víctima sería la de los eludidos en él; las víctimas de un sistema capitalista que no logra levantar cabeza tras el inicio de la última fase de su crisis, la iniciada en 2007.

Las clases subalternas, trabajadores asalariados, autónomos en lucha por su propia supervivencia, nuevos sectores salarizados de los antiguos sectores profesionales, empobrecidos por la recesión, mujeres de sectores en los que la sobreexplotación es su única salida laboral, trabajadores desfasados de los nuevos sistemas de producción, víctimas de los procesos de reestructuración de plantillas que ya no logran prejubilaciones ni despidos ventajosos, personas caídas en la mendicidad, serán las que paguen los conflictos identitarios entre banderas nacionales ¿Cuándo se convirtió aquello de no dividir a los trabajadores en patrias, desde una posición internacionalista, en España la única nación o Cataluña, una grande y libre? ¿Por qué se enfrentan banderas dentro de la UE del capital entre norte rico y supuestamente trabajador y sur dependiente y supuestamente vago? ¿Durante cuánto tiempo servirá la satanización del sin papeles a la ausencia de reivindicaciones de derechos por parte de quienes prefieren culparles a ellos de sus desgracias que enfrentarse el sistema económico que salva beneficios empresariales y condena a unos y a otros a la una vida de sobreexplotación, subsidios y precariedad?

En paralelo, las necesidades de acumulación del capital se llevarán a cabo reduciendo salarios, pensiones o despidos, empobreciendo mediante austeridades impuestas y adaptaciones a la vida cotidiana las renovaciones tecnológicas en beneficio del medio ambiente y de sistemas de ahorro energético y de descarbonización , poniendo en pie una quinta revolución industrial y de servicios en la que la emergencia planetaria anulará la cobertura de  necesidades sociales, mientras las clases subalternas sufragarán los costes de la transición ecológica hacia una renacida reproducción ampliada del capital, que vendrá del cambio de sistema tecnológico y productivo, energético y de los transportes y que será impuesta, vía fiscal, por una “democracia” crecientemente autoritaria.   

¿Reflexionamos por un momento sobre el por qué y el para qué del mercado del miedo y de sus mercaderes? ¿Nos preguntamos por la función de los medios de des-información, oficiales y de las fake news, competidores por el poder del discurso finalmente hegemónico entre las distintas facciones del capital?

¿Ustedes qué son? ¿Cervatillos cegados por los focos del vehículo mediático, en el que su y juicio libertad se limita a elegir la cabecera del medio que ha de intoxicarles? ¿Borrachos de la taberna física o de las redes sociales, en las que depositan la rabia impotente de las frustraciones que les causa tanto miedo inducido?

¿Son conscientes de que pertenecen a la clase social perdedora y que seguir siéndolo depende de que acepten o no su destino y se organicen en el mundo real, abandonando el llanto tanguista de las redes sociales, que les condena a la impotencia como objetos sin conciencia de sujetos?

¿Continuarán culpando al político, que pinta menos ante la posibilidad de cambiar la realidad que Harry el Sucio en la Comisión de Amor y Espiritualidad del 15-M, de sus males en lugar de al poder real, el económico, que es el que dicta al político lo que tiene que hacer (nos vamos a reír con las medidas sociales del futuro gobierno de coalición, al que ya han apretado las tuercas los grandes empresarios), al que si no se enfrentan les devolverá a las condiciones de vida de sus abuelos?

¿Seguirán creyendo aún que las revoluciones se hacen en el Facebook o Twitter en lugar de viéndose las caras y reuniéndose con sus iguales o que ser militante de una organización de clase es lo mismo que ser un adscrito 2.0 a Podemos o al PACMA o a los defensores de la última extravagancia surgida del frikimundo paralelo de las multidivididas y enfrentadas "diversidades"?

Ustedes mismos.