Por Marat
Dicen que Campechano I se ha ido a
la República Dominicana. Ya no está en edad de disfrutar de los encantos de
ninguna mucama mulata de resort para ricos sino en todo de caso de babear
mirándola. En su patético estado de momia amojamada ya no hay Viagra que
arregle tal grado de ruina viril.
Por muchas amantes
de pago que tuviese en el pasado, parece que ha sido el apego al dinero de
clara procedencia, y aún más cierta ilegalidad, el que le ha conducido a salir por
piernas, por si las leyes suizas pudiesen atreverse a lo que las españolas
difícilmente hubiesen hecho: justicia.
La carta dirigida a su hijo, Felipe
VI, el Robot Impávido, es una obra maestra de cinismo.
Comienza diciendo que “ante la repercusión pública que están
generando ciertos acontecimientos pasados de mi vida privada…”. El
escándalo nacido de su condición de corrupto no pertenece a su vida privada
sino a la pública, como máximo embajador y encargado de negocios en el
extranjero por su condición de Rey. Su labor como comisionista de grandes compañías
españolas, desde las energéticas hasta las financieras, pasando por el AVE y
por otras muchas, en los negocios de éstas en terceros países, pone no solo en
cuestión la supuesta neutralidad que ante intereses privados de grandes
empresas tendría que tener un jefe de Estado sino su condición de alcahuete
muñidor de grandes pelotazos internacionales por los que se llevaba una pasta. De su vida privada nada.
Afirma también que “mi legado, y mi propia dignidad como
persona, así me lo exigen”. Se refiere a su “más absoluta disponibilidad para contribuir a facilitar el ejercicio
de tus funciones [las de Felipe VI el Robot Impávido], desde la tranquilidad y el sosiego que requiere tu alta responsabilidad”.
Pero su legado es el de un rey,
heredero de Franco, que jugó un papel muy oscuro en el 23-F, que algún día se
aclarará, y el de un chorizo mayor que practicó la fuga de capitales a paraísos
fiscales como el de Panamá, algo especialmente “digno en su persona” cuando a
la clase trabajadora se aplicaban las recetas de caballo más salvajes (recortes
sociales, despidos, austeridad, pérdida de derechos, empobrecimiento de amplias
capas de trabajadores, etc.
No es que ser un mangante en
épocas de expansión económica en las que nos hubieran caído algunas migajas a
los trabajadores fuese más aceptable pero sí que indigna menos al populacho
acostumbrado a fútbol y casquería televisiva. Esa fue tu perdición, Campechano,
creer que heredabas la condición de caudillo por la gracia de dios de Franco,
que tenías camino expedito para toda acción criminal a partir de tu condición
de prócer “cuasi” divino sobre tu persona construido por los
lameculos palatinos de los sucesivos gobiernos, los historiadores a tanto la
página, el parlamento y los consejos de redacción mediáticos.
Hacia el final de su carta a Felipe
VI, el Robot Impávido, Campechano I señala “te
comunico mi meditada decisión de trasladarme, en estos momentos, fuera de
España”. A ver, rey de bastos, marqués de “bribón” (suena como Borbón), qué
buen nombre para tu velero, conde de cazamayor, duque del pelotazo, señor de
trinquete, no te trasladas, no haces el paripé de tu abuelito Alfonso XIII,
esperando el tren que le condujese a Roma tras la proclamación de la III
República, te das a la fuga, por si las cosas se ponen feas y porque tu hijo,
para salvar su real culo, te ha dejado claro que o te piras o te deja caer en cualquier
mazmorra, si no española, del extranjero. Y sabes que te puede caer un suplicatorio
de otros países y, como poco, un calvario de investigaciones en el Congreso y
por parte de fiscales y acusaciones particulares.
No creo que esto sea el fin inmediato
del Robot Impávido pero sí pienso que es el principio del camino hacia una
nueva era de éxodo de la casa de los borbones. Está tocada, no de muerte
inmediata, pero sí de una desafección que la convierte ya no en intocable sino
en directamente cuestionable por los españoles de casi todas las ideologías.
Cuando ante tanto cinismo de su
padre, Robot Impávido “desea remarcar la
importancia histórica que representa el reinado de su padre, como legado y obra
política e institucional de servicio a España y a la democracia”, cuando
pretende colarnos como acto de limpieza la presunta renuncia a la herencia de
su padre, algo imposible mientras éste esté vivo y no se abrá el documento de
herederos, cuando hay sobradas sospechas de que a TODOS los miembros de la Casa
Real les habrá caído algo de los negocios de papá, cuando tienes un cuñado
testaferro de los negocios de tu padre que ha pasado por el trullo, está claro
que tu futuro no es halagüeño.
El fin de los borbones será como “El hundimiento de la casa Usher,” de
Allan Poe. Se irá carcomiendo hasta caer con “un largo y tumultuoso estruendo, como la voz de mil cataratas”
Pero no se fíen cuando eso
suceda. El ruido de la caída, mil veces televisado y repetido por todas las
redes sociales de entontecimiento colectivo, tendrá poco que ver con la
realidad. Para entonces el pueblo español ya habrá dado por descontada la
monarquía, del mismo modo en que se cansa de una serie cuyos últimos capítulos
le aburren. Al fin y al cabo, vivimos en una sociedad del espectáculo sin
actores colectivos pero con millones de relatores. Todo será una más de tantas
ficciones.
La derecha, que lleva años haciendo
su labor de zapa a la monarquía, siendo la deslegitimadora desde unos cuernos
que no pueden existir cuando no hay traición sino coalición de intereses entre
una casa francesa que ha tenido ya muchos avatares peligrosos en España y un
mal fin en Grecia. Y fue la primera que dio el pistoletazo de salida al cuestionamiento de una monarquía que se presentaba como inmaculada. Lo suyo fue abrir el camino del descrédito a través de lo genital. La derecha es muy de vícios privados, públicas virtudes y espionajes varios. Lo del no robarás del séptimo mandamiento, ya tal, que decía Rajoy.
Las izquierdas, reformistas por
naturaleza, centradas en cambiar el orden institucional desde la Revolución
Francesa hasta hoy, sin tocar el orden económico de la burguesía, basado en
trabajo explotado y sobrexplotado a través del salario, celebrarán como en el
exilio de Alfonso XIII e Isabel II, un supuesto triunfo en el que la
correlación ideológica traerá, como mucho, más reformismo capitalista, como
poco un largo período de hegemonía de la derecha. Quizá crean que renunciando a la lucha de clases, la república lo hará todo por sí misma. O, tal vez, les valga con aparentar que cambian todo para que nada cambie.
Seguramente crean que porque cambien un rey por alguien como Macron van a lograr la república socialista, escondiendo la lucha de clases detrás de la tricolor, que es su práctica habitual, en lugar de proclamar en primer lugar la defensa de los intereses de la clase explotada contra los de sus explotadores
Seguramente crean que porque cambien un rey por alguien como Macron van a lograr la república socialista, escondiendo la lucha de clases detrás de la tricolor, que es su práctica habitual, en lugar de proclamar en primer lugar la defensa de los intereses de la clase explotada contra los de sus explotadores
Y mientras tanto, la clase
trabajadora seguirá pagando los platos rotos de la crisis del capital porque lo
que no se lleva es hablar con claridad de que no soporta más su situación de
que necesita organizarse como clase, de que el sistema capitalista ya solo puede sobrevivir
extrayendo la sangre de sus venas y de que aquél ha de ser destruido para
construir una sociedad de iguales, libres y solidarios.
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