Rafael
Poch. La Vanguardia
Cómo
Estados Unidos está incrementando de la forma más irresponsable la
probabilidad de graves incidentes militares en Europa Oriental y en
el Mar de China.
Desde
hace años, el declive relativo del poderío global de Estados Unidos
en el mundo viene acompañado por un claro incremento del belicismo y
de las aventuras militares, desde Oriente Medio a los Balcanes,
pasando por el norte de África y Afganistán. A todo ello se suma el
conflicto que ha resultado del cambio de régimen inducido por la
OTAN en Ucrania y la creciente tensión en el Mar de China provocada
por el despliegue militar de Estados Unidos en la región, sus
alianzas y tomas de nuevas bases de apoyo en; Singapur, Filipinas,
Australia y Vietnam, que se suman a las tradicionales de Corea y las
del revigorizado militarismo japonés.
El
resultado de todo esto es un claro incremento del peligro de una
“guerra total”, como ha alertado un político tan timorato
como el presidente francés, François Hollande. Una guerra total
contra las nuevas y viejas potencias emergentes -sobre todo Rusia y
China- cuyo riesgo, según el retrógrado ex primer ministro sueco
Carl Bildt, toma fuerza en la, “incertidumbre sobre las
relaciones de poder global”.
En
otras palabras: el mundo bipolar se acabó con el fin de la guerra
fría, el intento de mundo unipolar que le sucedió acabó en fiasco
y lo que se viene afirmando desde entonces, una invitación a cierto
pluralismo y consenso en las relaciones internacionales, es visto
como algo “incierto” y “peligroso” con lo que hay que acabar
por la fuerza.
Reaccionando
al cambio de régimen en Ucrania, anexionándose Crimea y apoyando a
los rebeldes de Novorrossia, Rusia ha respondido por primera vez con
medidas de fuerza al avance de la OTAN en su entorno más inmediato,
lanzando un mensaje a otras potencias regionales. Ese desafío es lo
que se está castigando con sanciones y la nueva campaña informativa
contra Rusia. Militarmente se asiste a un verdadero festival de
maniobras, despliegues y tanteos provocadores alrededor del
territorio ruso, en toda Europa Oriental, el báltico, el Mar Negro y
el Ártico. En el último incidente, cazas rusos salieron el sábado
al encuentro de un destructor americano, el USS Ross, en el límite
de las aguas territoriales rusas del Mar Negro.
En
el Mar de China pasa algo parecido, algo que va en claro incremento
desde que en 2009 Washington iniciara su“pivot
to Asia", es decir un incremento y reorganización de su presencia militar allá
con el escenario de una guerra contra China.
La
semana pasada en el foro internacional de seguridad regional
Shangri-La organizado en Singapur, el secretario de defensa
americano, Ashton Carter, confirmó el envío a la región
-atravesada por las tensiones territoriales entre vecinos- de sus
recursos militares más modernos con el objetivo de afirmar la
“libertad de navegación”, seudónimo del cerco de hierro
alrededor de China, cosa que ésta no tiene la menor intención de
aceptar. Como se hace con Rusia, la provocativa práctica de enviar
aviones y barcos de guerra a patrullar justo en los límites de las
zonas del adversario se ha convertido en recurso corriente y da lugar
a tensiones constantes que pueden degenerar con gran facilidad en
conflictos, deseados o no.
Para
comprender la situación hay que observar quién lleva la iniciativa
y donde ocurre: todo esto no está ocurriendo en el Golfo de México
o frente a las costas de Estados Unidos, sino en su equivalente ruso
y chino.
Estados
Unidos está determinado a bloquear militarmente el ascenso de China
o toda respuesta de Rusia a las provocaciones en su más íntimo
patio trasero. Naturalmente, medios de comunicación y “expertos”
de centros que orbitan alrededor de la lógica imperial y sus
dineros, han iniciado una intensa campaña sobre la que no hace falta
ni entrar. La realidad de que ni el Mar de China ni Ucrania pueden
ser considerados como patios traseros de Estados Unidos es demasiado
obvia para ser ignorada.
Washington
quiere que Rusia y China acepten el mismo estatuto de vasallaje
aceptado en Europa, Asia y Oceanía por países como el Reino Unidos,
Francia, Alemania, Japón o Australia, pero eso no va a suceder,
explicaba el mes pasado en su blog Paul Craig Roberts, que fue
vicesecretario de Estado para política económica con Ronald Reagan.
“A
menos que el dólar, y todo el poder americano con él, se desmorone
o que Europa sea valiente y rompa con Washington para desarrollar una
política exterior independiente diciéndole adiós a la OTAN, la
guerra nuclear es nuestro probable futuro”,
escribe ese observador.
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