NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Salvando las
naturales diferencias sobre los marcos sociales y políticos de USA y otros
lugares del mundo y sobre los acontecimientos políticos de los que se ocupan,
la situación de la izquierda norteamericana y la de las izquierdas de otros
muchos países del planeta es muy similar.
Leyendo el texto que
les presento a continuación cabría preguntarse qué tiene que ver en esa crisis
agónica el sujeto del que se ocupan (¿qué/quiénes ocupan la centralidad de sus
luchas?), las temáticas frente a las que se oponen (lo decisivo en el
antagonismo y lo secundario, por importante que esto último sea) y los
objetivos y horizontes sociales, económicos por los que luchan.
Mientras la clase trabajadora,
su organización y concienciación sigan marginadas por las izquierdas como
elemento y objetivo primero de sus luchas, mientras las izquierdas sigan
comportándose como coordinadoras de movimientos sociales, su cultura política
sea la de la “nueva izquierda” y su ámbito de denuncia el modelo de la
antiglobalización, mientras se niegue la lucha de clases, enmascarándola en este
estúpido 99% vs. 1%, que oculta que en ese 99% están también los explotadores
burgueses de pequeñas y medianas empresas, y mientras su horizonte de sociedad
sea la democracia radical y no el socialismo, las izquierdas, al menos las de
los países desarrollados, serán una versión edulcorada de un “capitalismo
compasivo y de rostro humano”. Y lo que
es peor, no producirá los necesarios motivos para que las víctimas principales
de la crisis general y sistémica del capitalismo y sus crímenes –la clase trabajadora,
que es la principal en la estructura social porque la componen los asalariados-
sientan que tienen una bandera que seguir.
Sin más les dejo con
el artículo que da título a esta entrada del blog.
LA SILENCIOSA MUERTE DE LA IZQUIERDA NORTEAMERICANA
Jeffrey St. Clair, Counterpunch/PIA)
En la actualidad, ¿existe la Izquierda en EE.UU.?
Están, por supuesto, la ideología de Izquierda, la
mentalidad de Izquierda, la teoría y la crítica de Izquierda. ¿Pero hay algún
movimiento de izquierda?
¿Existe la Izquierda como una fuerza de oposición política,
cultural o económica? ¿Hay alguien que se sienta intimidado o representado por
la Izquierda? ¿Hay alguna fuerza contraria a la ruidosa maquinaria del
capitalismo neoliberal y sus políticos administradores?
Algunos podemos publicar artículos en CounterPunch y otras
publicaciones similares, como Monthly Review y New Left Review. Podemos
publicar distintos análisis sobre el capitalismo y sus vulnerabilidades
inherentes, podemos catalogar y describir la depredación, las guerras, la
conquista militar y la explotación imperialista. ¿Pero dónde está nuestra
capacidad para confrontar los horrores cotidianos de los ataques perpetrados
con drones, las listas de asesinatos selectivos, los despidos masivos, el robo
a los jubilados y la pesadilla amenazadora del cambio climático?
El hecho de que la Izquierda sea una fuerza paralizada y
políticamente impotente es una amarga realidad puesta de relieve por los cinco
años de gobierno de Barack Obama. Esto se hace evidente desde el momento en que
las desigualdades económicas, diseñadas por nuestros excelentísimos Señores de
la Goldman Sachs que conducen la economía global, deberían haber recargado y
vuelto a la vida al moribundo movimiento de resistencia.
En cambio, la Izquierda parece incapaz de unirse, de
transformar la crítica en práctica, de movilizarse contra las guerras, de
resistir los embates contra las libertades civiles más básicas. Incapaz de
confrontar al gobierno de los tenedores de bonos y de los fondos de inversión,
imposibilitada de obstruir de manera significativa el avance de un sistema
económico parasitario que glorifica la codicia mientras explota a los más
débiles y desposeídos, e incapaz de confrontar el verdadero legado del hombre
-Obama- en el cual depositaron su confianza.
Esta es la política del agotamiento. Nos hemos convertido en
una generación de sobrantes. Hemos llegado a un fracaso histórico que haría
estremecer hasta el propio Nietzsche.
Nos mantenemos en los márgenes, como exiliados políticos
dentro de nuestro propio país, en una especie de mutismo oscuro, de obturación
política, cada vez más obsesionados con la tragedia de nuestra propia derrota,
tal como expuso hace algunos años el radical historiador del arte Tim Clark en
un perturbador ensayo publicado en New Left Review.
Consideremos lo siguiente. Dos tercios del electorado
norteamericano se opone a la guerra en curso en Afganistán. Una cantidad
similar objetó la intervención en Libia. Aún más personas retroceden ante la
posibilidad de entrar en el teatro de operaciones sirio.
Aun así, no existe ningún movimiento anti-guerra que transforme
esa rabiosa desilusión en acciones concretas. No hay protestas masivas. No hay
ningún esfuerzo sistemático para impedir los reclutamientos militares. No hay
huelgas nacionales. No hay marchas en las universidades. No hay campañas para
boicotear a las compañías vinculadas con la tecnología de los drones.
Un malestar popular similar se hace evidente cuando se
observa la imposición de severas medidas de austeridad durante la prolongada
recesión. Pero una vez más, la furia creciente no tiene ningún correlato en el
clima político actual, donde los dos partidos políticos dominantes, Demócratas
y Republicanos, han abrazado por completo las salvajes matemáticas del
neoliberalismo.
Como un tema prohibido, sin que la prensa lo mencione, y
ausente en todo discurso político, sin control a lo largo de todo el país, el
hambre, representa una crisis profunda en los ámbitos rurales y urbanos de los
EE.UU., un tema tabú, abandonado a la caridad religiosa o a los vaivenes
caprichosos de los beneficios fiscales corporativos.
En lugar de esto, ¿qué nos ofrecen a cambio? Homilías
piadosas sobre la ética del trabajo, la santidad de la integridad familiar y el
laxante auto-corrector de las fuerzas del mercado.
El brutal y constante empobrecimiento económico del EE.UU.
negro, es simplemente omitido, borrado del discurso político, incluso en las
sesiones de debate del Congressional Black Caucus (organización que representa
los miembros negros del Congreso). En cambio, toda vez que Obama menciona las
urgencias de los afro americanos (más o menos una vez cada dos años y tal como
lo hizo en su última y condescendiente ceremonia de apertura de sesiones), lo
hace para reprender a los negros para que pongan en orden sus vidas,
exhortándolos a que dejen de quejarse sobre sus condiciones de vida y que
trabajen más duro para adoptar el estilo de vida de la cultura corporativa de
los blancos.
La evidente necesidad de proyectos de obras públicas a gran
escala para activar la economía y dar empleo a los trabajadores no se menciona.
Mientras tanto la prensa y los políticos se involucran en un falso debate sobre
los recortes de presupuesto y preparan las herramientas para comenzar con el
desguace de la Seguridad Social y el programa de salud Medicare. ¿Dónde está la
rabia colectiva? ¿Dónde están las marchas al Capitolio? ¿Y las sentadas frente
a las oficinas de los congresales?
Unas semanas atrás escribí un ensayo sobre el infame memorándum de la
administración Obama que justificaba los ataques de drones en países como
Pakistán y Yemen, con los cuales los EE.UU. no están oficialmente en guerra. En
un párrafo revelador, un abogado del Departamento de Justicia citó el bombardeo
ilegal de Camboya ordenado por Richard Nixon durante la guerra de Vietnam como
un precedente para los ataques asesinos con los drones de Obama. Recordemos que
el bombardeo de Camboya motivó la renuncia de varios funcionarios de alto nivel
del gabinete de Nixon, incluyendo el actual escritor de CounterPunch, Roger
Morris. El bombardeo sobre Camboya también desató la movilización de
estudiantes en la Universidad Estatal de Kent, lo que condujo al gobernador de
Ohio Jim Rhodes a declarar el estado de emergencia, ordenando a la Guardia
Nacional que arrasaran con los manifestantes en el campus. Las tropas de la
Guardia dispararon contra los manifestantes, matando a cuatro e hiriendo otros
nueve. La guerra había llegado a casa.
¿Dónde están esas protestas hoy en día?
El medioambiente se está desmoronando, pedazo a pedazo,
justo frente a nuestros propios ojos. Cada día nos trae noticias más terribles.
En los EE.UU. la fauna anfibia están en un marcado declive. Semana tras semana,
tormentas de una ferocidad inimaginable arrecian en las Grandes Llanuras. Muy
pronto, el Ártico no tendrá más hielo. El nivel del agua está bajando en el
acuífero más grande del mundo. El aire que se respira en decenas de ciudades de
California es cancerígeno. El búho con manchas continúa extinto. Los lobos
mueren de a cientos a causa de las balas en las Montañas Rocallosas. Desde la
costa este a la costa oeste, las abejas, las grandes polinizadoras, espantadas
por la agricultura química, están desapareciendo. La temporada de huracanes
ahora se extiende de mayo a diciembre. Y toda la resistencia que el movimiento
de medioambientalistas puede ofrecer son unas pocas protestas contra la
construcción de un gasoducto, que por cierto, ya es un hecho consumado.
Nuestros políticos se han convertido en sociópatas, y los
liberales norteamericanos, enredados en la tóxica y mordaz retórica de Obama,
han sido dóciles ante todo abusos. Se tragan con ansias cada política placebo
que Obama les ofrece, defendiendo obedientemente cada incursión contra los
derechos fundamentales. Y cada traición solo sirve para que el séquito de
aduladores reciba una sonrisa, una mirada o un saludo ocasional a cambio. Por
su parte, aquellos que forman parte del círculo vicioso de la Izquierda
dogmática, se encuentran en el callejón sin salida de las identidades
políticas, al igual que los personajes del Dante, destinados a sus roles
eternos.
¿Cuánto más soportaremos antes de levantarnos? Una guerra
fabricada, una economía saqueada, una atmósfera incendiada, un golfo depredado,
la pérdida del habeas corpus, el asesinato selectivo de ciudadanos
norteamericanos…
En vano, uno no busca a lo largo de este vasto panorama de
desesperación al menos una mínima muestra de rebelión popular, como si
estuviera analizando una nación de sonámbulos.
Extrañamente, permanecemos imperturbables frente a nuestra
propia extinción.