1.-Saldando cuentas: hasta el 29-S incluido, todos unidos en la huelga.
A partir del 30, cada palo que aguante su vela:
La Huelga General del 29-S ha sido un éxito, especialmente si tomamos en consideración el pesimismo de partida de buena parte de los partidarios de la misma y el papel comprometido en el que se encontraban los convocantes mayoritarios de la misma.
Si la huelga salía bien, siempre cabía la posibilidad de que se interpretase como un espaldarazo al “sindicalismo oficial” y de concertación, como así lo ha interpretado CCOO, ya que UGT, “chikilikuatradas” y penosas intervenciones de Méndez en “Sálvame” aparte, estuvo desaparecida durante su preparación y en el día de la misma, sin combate alguno. Sustituirlo por “cantinfladas” es llamar a la gente directamente imbécil. En todo caso, esto es algo coherente en un sindicato que sustituye la lucha obrera por pronunciamientos. Mucho más coherente si tenemos en cuenta que quien tiene dificultades para manejar ahora la careta PSOE, luego la careta sindical, prefiere la “performance” a la lucha real. Esa es una de las muchas razones, por supuesto no la única, por las que una parte de los trabajadores no la secundaron, no nos engañemos. El bajo nivel de conciencia de clase entre amplios sectores de los trabajadores era un serio obstáculo para entender que se debía estar activamente con la huelga sin que ello significase apoyar a un sindicalismo burocratizado.
Si la huelga salía mal, el resultado sólo podía interpretarse como la constatación de que la clase trabajadora se había derrotado a sí misma, aceptando resignada y fatalistamente todos los golpes que el capital y su gobierno quisieran infligirla. Y de paso, para satisfacción del capital, la expectativa para el PP, de que su llegada al poder político encontraría la puerta abierta a un paseo militar para sus planes de represión sindical futura y la aplicación de los flecos antisociales que el PSOE no hubiera tenido tiempo de imponer. Eso sí, contando con la comprensiva radicalidad de la alegría por el fracaso de la Huelga General y el castigo a los sindicatos burocráticos y de concertación de los torero-revolucionarios de salón, partidarios de una huelga indefinida, (y no de esta “huelga de pega”), que ellos sabían bien que no iban a tenerse que ver en la tesitura de afrontar.
Y sin embargo, una lectura más a fondo y relajada de los resultados de esta huelga puede dejar un cierto desasosiego en quien la haga desde una posición netamente de izquierda y de un sindicalismo combativo.
El éxito de la misma se ha producido fundamentalmente por su seguimiento entre los sectores más tradicionales de la estructura social de los trabajadores españoles: industria, construcción, metal, limpiezas,...
Grandes centros de aprovisionamiento alimentario como los Mercas, la Universidad, o parcialmente, el transporte en las grandes ciudades y amplios sectores de la enseñanza media y primaria contribuyeron a transmitir sensación y ambiente de huelga.
Pero junto a ello, el fracaso de la huelga en el resto de las administraciones públicas, el seguimiento inferior de la misma al marcado por los servicios mínimos en la sanidad pública, el bajo nivel de apoyo entre sectores profesionales y autónomos (no es suficiente el argumento de que estos últimos se sienten poco concernidos por la Ley de Reforma Laboral porque sí están afectados por el próximo pensionazo y contra él iba también la huelga), el fracaso de la huelga en el Metro de Madrid, el relativo nivel de participación de los trabajadores de las grandes superficies y la baja incidencia de la jornada de paro entre el pequeño comercio, muestran claros síntomas de que hay amplios sectores que no conectan no ya con un sindicalismo domesticado sino simplemente con el sindicalismo de clase. Y lo hacen crecientemente con el sindicalismo corporativo, gremial y amarillo en unos casos (profesionales, sanidad según categorías, taxi, autónomos,...) o con ninguno, por el ambiente represor con cualquier tipo de sindicación, protesta o movilización, en otros (comercio, grandes superficies,...)
Es cierto que asistimos a descomposiciones y recomposiciones, de modo continuado, de la clase trabajadora. Profesionales que se salarizan en un número creciente, al ser absorbidos por grandes corporaciones (mutualidades médicas, grandes despachos de abogados, grandes estudios de arquitectura,...), autónomos que pierden su “romántica” independencia, pasando a ser autónomos dependientes, a menudo de no más de 1 ó 2 contratantes de servicios. Por su parte, el pequeño comercio está desapareciendo de las grandes ciudades en beneficio de las grandes y medianas superficies en las que el vendedor es un asalariado.
En muchos casos nos encontramos un comportamiento de viejos reflejos en algunos de esos segmentos de los nuevos asalariados; viejos reflejos que miran más hacia antiguas posiciones privilegiadas de clase, confrontánose a los segmentos más tradicionales de la clase trabajadora. En otros, condiciones de trabajo realmente duras, derechos laborales mínimos y salarios de miseria.
Sin embargo, en unos y otros casos no se detecta un auténtico esfuerzo de ese sindicalismo de gabinete de prensa y negociación para conectar con los nuevos segmentos que debieran integrarse dentro de la lucha sindical. Este sindicalismo burocratizado se ha refugiado en los segmentos más tradicionales de la clase trabajadora, sin que ello les impida pactar ERE tras ERE o mezclar, cuando la ocasión lo requiere, un discurso obrerista con una práctica de “gestión” vertical y similar al de una empresa y renuncia a ensanchar su base social en todos los ámbitos salariales.
Una labor de captación para la lucha de los trabajadores de una parte de estos nuevos segmentos (comercio en medianas y grandes superficies, autónomos dependientes,...) representaría, en muchos casos, volver al viejo sindicalismo del contacto con los trabajadores a la puerta de las empresas, cuando la represión de cualquier intento de concienciarlos desde dentro podría significar la expulsión de los candidatos a afiliados de sus centros de trabajo. Ese es un esfuerzo y un riesgo que ese sindicalismo burocrático apenas ha hecho, más que en una ínfima parte, porque tampoco parece querer dar una imagen de combatividad ante el empresariado que vaya más allá que la realizada en fechas señaladas.
En el caso de los profesionales salarizados parece predominar la circunstancia de que deban ser estos quienes conecten con dichos sindicatos, cuando la iniciativa debiera ser a la inversa. Se deja el campo abonado para el trabajo entre aquellos de los Colegios Profesionales y los sindicatos corporativos y se obstaculiza, por omisión, la ampliación de las alianzas de clase.
Por su parte, los más que débiles resultados de la Huelga General entre los funcionarios muestran que el discurso de CCOO y UGT en las administraciones públicas está agotado. No basta con hablar de desclasamiento, de privilegiados con trabajo fijo que no son solidarios con la Huelga General de todos los trabajadores. La demagogia puede que conforte y tranquilice a quien la ejerce pero es inútil para reflejar la realidad, más que en una pequeña parte de la misma, y sobre todo es absolutamente ineficaz para transformarla. La gente puede estar desinformada, o incluso intoxicada informativamente por los contrarios a la huelga, pero no es tonta.
Es cierto que estamos ante un sector que siente de un modo menos acusado los zarpazos de la crisis capitalista. Por contra, también lo es que a los funcionarios les ha sido recortado el salario en un 5%, que llevan años perdiendo capacidad adquisitiva, a pesar de alguna subida puntual, que la administración perderá trabajadores de aquí a los próximos años por jubilaciones que no serán cubiertas con nuevos puestos de trabajo y que hay un plan para eliminar el mutualismo administrativo en la Administración Central del Estado. La tentación de alegrarse de que a otros trabajadores les empiece a ir mal para nivelar las ya malas condiciones de vida de crecientes sectores de trabajadores es reaccionario y estúpido. Y lo es porque esa pretendida “nivelación” iguala siempre a los trabajadores a la baja y nunca a la alza y porque les enfrenta y divide, creando contradicciones y enfrentamientos de clase.
Pero lo cierto es que en las Administraciones Públicas nos encontramos una fuerte presencia del sindicalismo “amarillo” de organizaciones como CSI-CSIF y sus variantes escindidas que se agarran a viejos privilegios funcionariales pero no a una auténtica defensa de los trabajadores de este sector, como tampoco lo han hecho de verdad CCOO y UGT. La ausencia de seguimiento de la Huelga General entre ellos y el apoyo al llamamiento desmovilizador del sindicalismo amarillo así lo expresa. Hay razones que explican la desconexión entre un sindicalismo que se dice de clase pero, en realidad, es un sindicalismo burocratizado, poco ejemplificador en su coherencia y que prefiere los focos de las cámaras en las mesas de concertación que la asamblea y el contacto directo y permanente con los trabajadores. Esa desconexión la hemos analizado en un artículo anterior (1) a la que hemos denominado como “causas de honda larga” La pretensión de que los funcionarios volvieran a repetir huelga, cuando había sido convocados el 8 de Junio, en vez de haber hecho coincidir la Huelga General y la de funcionarios en la citada fecha, cuando aún la Ley de Reforma Laboral era más proyecto parlamentario que realidad asentada, tenía más de sabotaje contra las luchas que intención de suma. Y UGT no estaba lejos de tales jugarretas.
¿Qué decir del casi nulo seguimiento de la huelga entre los conductores de Metro de Madrid? Sólo el 1% de los conductores de las unidades del metropolitano no acudieron a trabajar y el 80% del personal de metro acudió a sus puestos de trabajo (2). Analizar las causas de esta respuesta laboral tiene su miga.
La huelga del metropolitano de Madrid en la última semana de junio y buena parte del mes de julio del presente año marcó, en sus orígenes, el camino a seguir por los trabajadores de otros sectores, en cuanto a combatividad y dignidad en la defensa de sus derechos laborales y en la negativa a aceptar “servicios mínimos” máximos (la Comunidad de Madrid pretendía el 75%). Hemos de recordar que, al inicio de la misma, todos los sindicatos apoyaron esta huelga: Solidaridad Obrera, Sindicato de Conductores del Metro, CCOO, UGT y Sindicato Libre.
Desde el principio el piquete tóxico antihuelga de la Brunete mediática de la derechuza, encabezado por su lideresa Esperanza Aguirre lanzó contra los huelguistas todo tipo de insultos, descalificaciones y amenazas: insolidarios, terroristas, violentos,...lo de siempre pero ahora con mayor virulencia y despliegue de medios. Y lo acompañó del chantaje de amenazas de despido o incluso de militarizar el Metro. Tan provocador intento de intimidación de los huelguistas sólo se recuerda en el inicio de la transición hacia esto que llaman democracia y no lo es. Como medio de echar más presión antihuelga los voceros contrarios a la misma y la Comunidad de Madrid trataron de enfrentar a los usuarios de Metro con los huelguistas.
La presión obtuvo sus resultados. El portavoz del Comité de Huelga del Metro fue reemplazado, en un auténtico “coup de force” (en francés suena más fino pero si golpe de fuerza lo sustituimos por golpe de estado interno contra los huelguistas, será más exacto lo ocurrido) realizado por CCOO y UGT, mayoritarios en el Comité de Empresa. Descabalgaron a Vicente Rodríguez, duro y combativo en sus posiciones, para cambiarle por otro mucho más “dialogante”, Antonio Asensio, de CCOO. La sentada en la mesa de negociaciones con la patronal de Metro que vino después supuso vender como victoria que sólo se hubiesen rebajado los salarios en un 1%, en vez del 5% previamente aplicado. Pero a cambio se asumió discutir sobre masa salarial (salarios indirectos y derechos sociales), lo que conllevó reducciones en las partidas dedicadas a formación profesional de los empleados, reestructuración del transporte nocturno de personal, primas salariales,...Y la voluntad de la Comunidad de Madrid y el Consorcio de Metro, tras un acuerdo en el que estos no se sintieron derrotados, de aplicar la represión contra los trabajadores más activos en la huelga (3). ¿Nos extrañamos ahora de que el Sindicato de Conductores y Solidaridad Obrera no apoyaran la Huelga General después de la traición de estos burócratas sindicales? No se puede disculpar la falta de unidad de los sindicatos de Metro de Madrid que no se sumaron a la Huelga General del 29-S, porque era una huelga de toda la clase trabajadora y no meramente sindical, pero es necesario entender sus porqués. Disculpar y entender no significan, ni de lejos, lo mismo. Negarse a entender es continuar por el sendero de las derrotas, bajo un criterio de falsa lealtad a la huelga, que la gran mayoría de los trabajadores hemos secundado, sin por ello dar cheques en blanco a quienes nos han estado apuñalando por la espalda durante estos años de la crisis capitalista, que hemos soportado los trabajadores, mientras nuestros apuñaladores, y ahora pretendidos dignos “sindicatos de clase”, CCOO y UGT, continuaban con sus nalgas pegadas en las mesas de negociación y frenando las luchas sociales.
2.-¿Cuál es el siguiente paso que deben dar los trabajadores?:
Las primeras horas del día 1 de Junio ya nos anuncian el peligro de un intercambio de cromos: La ley de Reforma Laboral es intocable, dice el Gobierno, pero podemos discutir de la Ley de Pensiones (4).
De hecho, el lema de la convocatoria de la Huelga General no anunciaba un deseo de mayor combatividad que la justa: “Así (adverbio modal) no”. Expresaba la intención latente de jornada reivindicativa autolimitada en sus fines (ellos prefieren llamarla de “sindicalismo responsable”) que evidenciaba que para dichos sindicatos el problema era más de forma (trágala) que de fondo (aplicación del bebedizo por dosis).
El “si amo, yo pacto los servicios que usted me diga” permitió al señor Blanco apuntarse el tanto de calificarlos como “históricos”. Cuando Huelga General significa “huelga sí pero dentro de un orden” y ese argumento se exhibe como triunfo del “sindicalismo responsable” se está apostando por transmitir una imagen de pasteleo, por desactivar a la huelga y por traicionarla por parte de los que la convocaron a regañadientes. Los servicios mínimos de una Huelga General en la que la agresión contra los trabajadores ha sido tan salvaje y terrorista (violencia inusitada en detenciones y atropellamientos de piquetes, disparos de la policía,...) no se pactan. Se limitan a aquellos que los sindicatos consideren esenciales (bomberos, hospitales, protección civil,...). Lo contrario es claudicar de un modo indecente. ¿O tenemos ya amnesia voluntaria sobre el apagón de TVE en la Huelga General del 14 de Diciembre de 1988? Que hoy sea particularmente difícil, en un entorno televisivo múltiple, un acto de ese tipo no quiere decir que haya que plegarse a hacer de la Huelga General un hecho que deba de pasar por ventanilla.
Dar un cheque en blanco a estos sindicatos mayoritarios, dispuestos a vendernos al primer canto de sirena de las mesas de concertación es convertir a la Huelga General en inútil. Ésta fue el resultado de muy diversas irritaciones de los trabajadores, convertidas en movilización el pasado día 29: irritación con la reforma laboral, con los Presupuestos del Estado más austeros desde hace más de 30 años, con el próximo pensionazo, con unas SICAV intocables e inyectadas de dinero por el Gobierno, con el indecente dinero ganado por la banca española en estos años y por las principales empresas del país, con la ausencia de un impuesto para las grandes fortunas, con el chantaje y amenaza de las empresas a despedir al que hiciera huelga, con las provocaciones del indecente Díaz Ferrán contra la huelga, al asociar su resultado a la actividad de los piquetes (5),...con tantas humillaciones sufridas por trabajadores y parados (esos últimos han sido un elemento activo de la huelga mayor del que pudiera imaginarse. No todo es parar)
El único modo de impedir que la vuelta a las mesas de negociación de los sindicatos oficiales sea un nuevo trágala para los trabajadores pasa por mantener activas las luchas y acampar, más simbólica que realmente, pero no tan simbólicamente, frente a los Ministerios de Trabajo, de Economía y Hacienda, las sedes de CCOO, UGT y CEOE, para decirles que vigilamos sus pasos atentamente, que no nos dejaremos arrebatar este éxito de la huelga para convertirla en humo.
Eso pasa por fortalecer al sindicalismo alternativo, con CGT al frente, por superar viejas divisiones de ese sindicalismo, por unir en fechas contenidos reivindicativos, objetivos y unidad de acción las diferentes luchas que vendrán. La de limpiezas en Madrid está a puntito, toda vez que sabemos que el Ayuntamiento de Madrid debe 8 meses a las contratas y que éstas no pagarán las nominas de Septiembre a sus empleados.
El sindicalismo alternativo debe de empezar a conocer su propia fuerza y a creérsela: enseñanza, transporte público, banca, metal, sanidad, telemarketing, mensajería, sector agrario,...y muchos otros. Es un momento en el que deben de superarse sectarismos internos a este tipo de sindicalismo, tejer alternativas, buscar la unidad de acción, hacer que confluyan las luchas, ir hacia la convergencia de un tercer espacio sindical combativo y de clase.
Ese sindicalismo alternativo necesita superar los márgenes de las luchas de ámbito local y nacional para proyectarse hacia reivindicaciones de más alta proyección. Europa es el contexto en el que se nos imponen las políticas de austeridad y contención del gasto social. Aislado cada combate obrero parcial dentro de los constreñidos límites estatales, se bloquea la posibilidad de hacer frente a las estrategias internacionales del capital con un frente de hierro de unidad de los trabajadores europeos, como primera etapa hacia una unidad mundial de la clase trabajadora y sus luchas. Las movilizaciones del pasado día 29 de la Confederación Europea de Sindicatos (CES) son sólo actos convocados por la presión social de sus bases, sin intención de ir más allá en las luchas. Pero existe, también en Europa un sindicalismo alternativo con el que hemos de converger en revueltas de escala continental. De lo contrario, las huelgas generales nacionales carecerán de la fuerza necesaria para oponerse a la Europa de los banqueros y el gran capital y acabarán agotándose en los límites que les marquen gobiernos obedientes de decisiones tomadas en Bruselas. Es algo que la Marcha a Bruselas ha comprendido muy bien.
Este sindicalismo alternativo es el idóneo, por su naturaleza horizontal, de base, no autoritaria, ni burocrática, para establecer y ampliar las alianzas de la clase trabajadora con los movimientos sociales y cívicos, a los que los sindicatos mayoritarios han despreciado olímpicamente, después de aprovecharse de su meritoria labor en los barrios y sacar la huelga de los centros de trabajo a la calle.
Y es también el llamado, por su mayor sensibilidad con otras explotaciones venidas de fuera (“nativa o extranjera, la misma clase obrera”), a implicar los derechos de los inmigrantes en nuestras reivindicaciones, para insertarlos en ellas y evitar que, pasado el tiempo, sea empleada esta fuerza de trabajo como contrapiquete de esquirolaje por el capital, algo que viene intentando ya desde hace algún tiempo.
Son muchos los desafíos para un nuevo sindicalismo de lucha y de clase, realmente sociopolítico y no de palabra, como predican algunos, pero no tenemos nada que perder. Sólo nuestro propio miedo a creer en nosotros mismos.
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