Por Marat
Pablo Casado es un soplapollas. La RAE define esta palabra como la que corresponde a una “persona tonta o estúpida”.
A pesar de tener el viento a favor en un país en el que gran parte de la sociedad está encabronada por motivos que van desde la mala hostia tras las medidas de control del covid, pasando por la subida de la electricidad o los carburantes hasta la broma macabra del gobierno con unas medidas sociales frente al empobrecimiento de amplias capas de la población que han resultado una tomadura de pelo, el PP es un partido que vuelve siempre sobre sus fueros: una dirigencia cretina en momentos en los que la realidad nacional requiere inteligencia y unos líderes absolutamente impresentables.
El PP siempre que ha ganado las elecciones lo ha hecho por el desinfle de un PSOE abrasado por la crisis capitalista y sus medidas antisociales para afrontarla o por su debacle en casos de corrupción, nunca por éxitos propios ni por la capacidad de generar entusiasmo con sus propuestas o por la brillantez de sus candidatos a presidente de gobierno.
Lo más brillante que ha tenido el PP se remonta a la época de AP. Manuel Fraga Iribarne era un tipo intelectualmente brillante, algo eclipsado por su tenebroso y criminal pasado franquista, su carácter volcánico y su capacidad de producir miedo a una sociedad que sólo quería vivir amnésicamente en paz, haciendo tabla rasa del pasado.
Todos los demás presidentes del PP han sido capullos impresentables.
De Hernández Mancha nadie se acuerda porque Piolín nunca ha sido un personaje de ficción demasiado atractivo y fue designado a dedo para asegurar la vuelta de Fraga a la presidencia del PP ante la evidente distancia entre un alfeñique y un cañón tipo Gran Berta. Lo de Fraga era un ni contigo ni sin ti pero convirtió al PP en el gran partido de la oposición tras el hundimiento de la UCD.
Aznar fue ungido por el patrón gallego para ser su sucesor, dada la evidencia de que por muchas convocatorias electorales que hubiera, y aunque el PSOE hubiera podido poner de candidato a Javier Gurruchaga, Fraga no hubiera ganado las elecciones.
Aznar era un acomplejado que necesitaba poner las botas encima de la mesa en el rancho del hijo retarder de George Bush senior para reafirmarse como líder mundial, imitaba acentos tejanos y acabó por ser tan resentido como Miguel Primo de Rivera tras su vergonzosa salida del gobierno. Al menos a este le sirvió para tener unos abdominales en la vejez a prueba de bomba y no le condujo, al contrario que al otro, a las peores consecuencias de su viejo alcoholismo, del que el diputado Balbontín ya hizo un acróstico.
Rajoy,
mi predilecto, ha sido un
hombre enormemente discreto en su gobierno -no
se le notaba. Sólo las consecuencias de la reunión de su consejo de
ministros -. Un hombre capaz de ocupar el gobierno sin dejar su
impronta personal, alguien tan insustancial como un chupachús de
Fontvella, un tipo que sería capaz de dormirse sobre
una mesa de billar con todas las carambolas a la vez, justo lo que
sucedió en su contra al final de su gobierno. Ese es mi campeón.
Fue presidente del gobierno de España durante 7 años sin mover un
dedo en medio del caos del país y de la más absoluta incompetencia
de una oposición con la inteligencia de chimpancés borrachos.
Y, por fin, Pablo Casado, la gran promesa blanca del PP, aunque pugilísticamente sea una mierda pinchada en un palo.
Hagamos abstracción de su meteórica carrera de derecho, propia de quienes eligen el negocio antes que el intelecto. Al fin y al cabo, he sido demasiado generoso con la biografía de sus predecesores.
Casado, un hombre capaz de hilvanar dos frases seguidas bien construidas, en la que puede llegar a incluir un sustantivo o un atributo no demasiado soez, antes de cagarla en la tercera locución, es una especie de ciclador rápido, propio de la bipolaridad. En dos telediarios puede pasar de reivindicar el centro y su trayectoria en la historia de España, y su puñetera madre, a considerar ocupa al gobierno actual.
El PP era el partido de la derecha extrema que disimuló su condición en el pasado y aglutinó toda la derecha, del extremo centro a la fascista, hasta que se fragmentó y salió todo su viejo detritus fascista en forma de VOX.
Hoy VOX tiene su dirección dentro del PP mardrileño. La sociópata Ayuso es el elemento de descomposición no tanto de su partido, lo será como consecuencia de sus luchas internas, como del fin de un presidente sin estrategia política, que no sea su propia supervivencia, sin capacidad de liderazgo interno, porque ya está absolutamente cuestionado, sin posibilidad de ganar unas elecciones si no vienen de la posible, no segura, descomposición del bloque político progre, si es que Casado es capaz de llegar a Enero.
Pero la realidad es que la mentira progre de políticas de igualdad (feminismo de cambio de sexo), política social (ya hay 11 millones de pobres en la España en la que 3 de cada 4 candidatos al Ingreso Mínimo Vital han sido rechazados) y convivencia (poder de la propaganda política) está volviendo a funcionar. El mundo de la izquierda, los progres, no da tanto miedo ni a la mayoría de la sociedad ni a un capital que necesita crecimiento y, para ello, consumo, como una derecha que, sin decirlo abiertamente, sólo busca el sacrificio económico de las clases que siempre han sido sacrificadas.
Esto es algo que un incompleto mental como Casado no entiende. Por mucha ira social que haya generado el gobierno progre, la derecha da más miedo. Dudar entre cortar la cabeza a una liberal-fascista como Ayuso o intentar recomponer el bloque que ella lidera desde dentro, lo peor del PP y VOX, es ya tiempo pasado. Casado está muerto y el que le llevó a traición a la misa del 20N sólo fue el brazo ejecutor, demostrando que era un soplapollas. Lo peor de este hombre no es que fuese a una misa tan escandalosamente fascista y tan explotable políticamente por lo mismo. Al fin y al cabo, Fraga estrechó la mano efusivamente a un maniquí en una campaña electoral. Lo malo de Casado es que se crea el sobrino de dios, sólo sea un puto monaguillo temporal y aún no se haya percatado de ello.
Hace 3 años escribí, por diferentes motivos, sobre el fin de Pablo Casado. Los relojes parados alguna vez podemos dar la hora, aunque por en medio del camino hayamos demostrado toda nuestra inoperancia y dejado huella de nuestras propias estupideces.