28 de mayo de 2020

SER COMUNISTA HOY…Y SIEMPRE



Por Marat

1,.- ¿Qué es ser comunista?... en mi opinión personal
El papel que a los comunistas nos corresponde no es hacer la revolución social. Esa la hace la clase trabajadora. Nacimos para empujarla, sumar, elaborar las mejores propuestas, en función de cómo es el capitalismo mundial y nacional en cada país HOY y no en 1917, según es HOY la clase a la que pertenecemos, y presentarlas ante las clases subalternas para ser consideradas por éstas su referencia, sin proclamarnos vanguardia cuando aún estamos muy desconectados de la clase y no tenemos retaguardia alguna.

Pero para hacer tal cosa, hay que bajarse del pedestal de barro al que solo nosotros mismo nos subimos, nadie más, escuchar dónde le duele en lo inmediato y cada día a nuestra clase: una sanidad pública que solo se sostiene sobre la solidaridad de sus profesionales con el ser humano al que pone rostro cada día, no en las inversiones públicas necesarias, trabajadores amedrentados por conservar sus puestos de trabajo, si no los perdieron o pasaron a unos ERTE que aún no han cobrado, precarios que pueden perder la habitación que ocupan de alquiler, trabajadores sumergidos que se juegan el ser multados o desprotegidos por serlo, nuevos esclavos del teletrabajo a los que han dicho que serán los reyes del tiempo, viejos cuya dependencia han convertido en mercancía que muere en silencio,….

Los comunistas somos otra cosa. Somos parte de nuestra clase que tiene que pegarse a todas esas necesidades y estar en contacto con cada uno de sus miembros que lo está pasando mal y que quiere decir “estoy harto de estar harto pero no sé cómo gritarlo” y alentar su grito, intentar que tenga sentido tanto para él como para todos nosotros. Ser comunista es dejar de hacer el inútil y el frustrado en las redes sociales que trata de justificar el porqué de no meterse dentro del cada día de las “pequeñas cosas” y pegarse al vecino, incluso al más fascista, si lo está pasando mal económicamente por causa de este sistema, y siempre al compañero de trabajo o al vecino del barrio y demostrarle en la práctica que no está solo. Saber que hay gente a tu alrededor, unos de tu ideología que no quieren que camines solo, y otros que te miran solo como un ser humano, en medio de la vorágine del odio inducido, de la frustración sin otro camino que no te lleve a la soledad o el fascismo como respuesta, es dar una oportunidad a un mundo de seres autónomos solidarios que buscan juntos un mundo más decente.

Y después de eso explicarle que no hay soluciones particulares con demasiado futuro (si ayer la mentira del ascensor funcionaba, hoy está atascado entre el bajo y el primer piso) sino formas de ayudarnos mutuamente para intentar rechazar, con la protesta organizada, sus golpes pero que los que hoy paremos, porque lo necesitamos en lo inmediato, no pararán los que vendrán luego porque el capital solo puede crecer desposeyéndonos,  unas veces de manera abrupta (los recortes sociales de la crisis de 2007), otras con ayuda de la Comisión Europea, que ahora parece dispararnos con cientos de miles de millones de euros pero pronto veremos que será para salvar a grandes sectores productivos y para soltarnos alguna de esas migajas que tanto agradecemos los desesperados, que tanto necesitamos para sobrevivir, pagando esa fiesta la clase trabajadora en forma de nuevos recortes sociales, cuando las rodajas cortadas al salchichón nos han conducido hasta la cuerda y la etiqueta .

Luego hay que decirle al compañero, ese que las está pasando canutas: “¿has logrado un mes o dos de esperanza? Quiero brindar contigo por ello pero no bajes la guardia, sigue organizado porque no se trata de hacerlo por grandes principios sino porque no destruyan tu vida”. Y dejarle claro que no tardarán en recórtele un poco más sus posibilidades de supervivir hasta su extenuación.

No hay salidas dentro del capitalismo para la clase trabajadora. Construir una sociedad comunista pasa por acercarse al socialismo de un modo fraterno (a veces me sale el estilo francés). La solidaridad de clase teje cada día el mañana. 

2.- ¿Qué no es ser comunista? Como antes, una interpretación personal

No soy de izquierda/s. Creo que los comunistas no somos de izquierda, dado que ésta nació en la Revolución Francesa, y no ha cambiado esencialmente hasta hoy, para reformar el sistema de clases nacido del capitalismo, entonces incipiente, hoy universal. Reformar no es sustituir, reformar es adaptar, hacer más asumible un sistema de explotación, sobreexplotación y dominación concreto, el capitalismo. Los comunistas  pretendemos destruir, no reformar, el sistema de dominación sobre el trabajo que hace que lo que se produce en él sea una actividad social colectiva, mientras que el beneficio económico que genera es privado para el empresario. No hay términos intermedios entre capital y trabajo, como tampoco lo hay entre reforma y revolución o entre agua y aceite. Por mucho que se intenten mezclar no lo logran. 

Hay quien cree que la solución intermedia es redistribuir la riqueza vía impuestos, pero ya vemos que el capitalista tiene un millón de formas de evadirlos o simplemente de echar abajo los gobiernos que pretendan hacer reformas fiscales mínimamente progresivas. También hay quien cree que dando más representación a los sindicatos en el control de las decisiones que afectan a los trabajadores en las empresas privadas se logran mejoras que, acumulándose, nos pueden llevar a una sociedad más justa. Eso conduce a la burocratización sindical y a la compra de sus dirigentes por las propias empresas. La clase trabajadora, como clase organizada, siempre necesitará estar en la oposición dentro del capitalismo, sea con un gobierno de derechas o con otro de izquierdas, pero también en una sociedad socialista que no es lo que hacen los “socialistas” cuando están en el gobierno. No son lo mismo derecha e izquierda pero, en su práctica tampoco son tan distintos. Como tampoco es lo mismo el empresario o accionista del consejo de administración de una empresa capitalista que el burócrata de una autodenominada sociedad socialista. Es irritante tener que explicar, una y otra vez, en bucle,  estas cuestiones cuando ya no hay sociedades socialistas sino, acaso, alguna aberración que usurpa su nombre. Exaspera aún más que haya aún quienes no se preguntan el porqué. 

Si se entendiese bien esta cuestión no nos encontraríamos ante supuestos comunistas que defienden como sistema socialista una monarquía hereditaria con estatuas kilométricas de la saga de reyezuelos que confían tanto en sus ciudadanos que acaban diciendo eso de “controlamos lo que entra en el país y cuál es el objetivo” o “queremos evitar cualquier mal que entre en la sociedad" (joder, con el puto Shangri-La de los cojones) , más o menos lo que hacía el gobierno de Estados Unidos cuando preguntaba al viajero que pretendiera entrar en su país si había militado en un partido comunista u organización afín. Si no estás en la paranoia más absoluta del espionaje y las conspiranoias quizá debas preguntarte si esa es la sociedad en la que querrías vivar y aún más, qué leches tiene eso que ver con Marx. 

Quizá la sociedad humana este regresando hacia la animalidad de dejar de hacerse preguntas a cambio de una cierta sensación de seguridad material. Eso le está ofreciendo también el fascismo. Volvamos a la caverna, que en su oscuridad está la verdad.

Mención aparte de los defensores por interés económico de un sistema feudal como el norcoreano coloco a quienes defienden un régimen caudillista que nada ha hecho para favorecer el control social de las grandes empresas venezolanas (el sistema económico sigue siendo plenamente capitalista, después de 23 años de la revolución bolivariana) y extraigo una conclusión: los pseudocomunistas que confunden dictadura del proletariado que es de toda la clase trabajadora contra el capital, con dictadura de partido, y que son la nueva clase, buscan la supervivencia económica de sus 2 ó 3 liberados al amparo de un sistema que no tiene nada que ver con Marx sino con una autarquía absolutamente opuesta a la necesidad de que la globalización del capitalismo condujese a internacionalizar la lucha de la clase trabajadora. Del mismo modo, quienes han pillado en los años de vacas gordas de un bolivarianismo que hoy reprime a sindicalistas en Venezuela (no me hagan tirar de datos) provienen del populismo más reformista  o del estalinismo que, por su propia naturaleza histórica, acaba en lo mismo. 

Comprendo la sensación de desnudez que puede conllevar para algunos renunciar a tener sus particulares paraisos en la tierra pero ni el marxismo fue nunca una construcción ideológivca para esconderse del mundo hostil capitalista (solo el mejor arma para transformarlo) ni deformó nunca la realidad. Otra cosa muy distinta es lo que algunos defienden.

Este camino solo conduce a la secta, de mayor o menor tamaño, y a desprestigiar la más noble aspiración de la humanidad. La sociedad comunista.

No hay salidas dentro del capitalismo para la clase trabajadora. Construir una sociedad comunista pasa por acercarse al socialismo desde la solidaridad real de cada día.  

24 de mayo de 2020

EL FASCISMO AMENAZA LA VIDA PARA RECUPERAR EL BENEFICIO DEL CAPITAL. LA ÚNICA RESPUESTA POSIBLE ES DE CLASE


Por Marat

Las caceroladas y las manifestaciones en los barrios burgueses contra el Estado de Alarma son un síntoma de descontento social entre los sectores de las clases medias reales (pequeños y medianos propietarios) y autopercibidas (de segmentos minoritarios de la aristocracia asalariada) que señalan el efecto del largo período de confinamiento en la economía nacional, que se ha deteriorado, tanto en sectores básicos y de grandes empresas de la producción como en los pequeños negocios (fundamentalmente de servicios) y, con ello, las de los hogares y, en consecuencia, en el consumo, que se ha limitado a fundamentalmente a las necesidades básicas y a otras secundarias, ligadas fundamentalmente al entretenimiento en casa.

El acierto de los fascistas y de la derecha reaccionaria del PP ha sido la de haber sabido conectar con el miedo al futuro de esos sectores de las clases medias reales y autopercibida, como consecuencia de la destrucción del tejido productivo que ha traído la combinación del agotamiento del período de recuperación tras la última crisis del capitalismo y de la paralización de gran parte de la actividad económica como consecuencia de las medidas sanitarias para parar la COVID-19.

No es un fenómeno español. En mayor o menor medida que en nuestro país ha sucedido en la práctica totalidad del mundo, por lo que la nueva fase de la crisis capitalista es, de nuevo, también global. Éste es un factor que debe esgrimirse desde una posición de clase: el capitalismo acelera su crisis general y no hay salidas nacionales a la misma.   

Tampoco es un fenómeno local la respuesta fascista contra el confinamiento. En Italia, en Alemania, en los estados USA no controlados por Trump en los que se da alguna forma de este tipo de medidas, las protestas organizadas por la extrema derecha se suceden, siempre en nombre de la libertad y con banderas patrias. La libertad es la del mantener abiertos los negocios por encima de los riesgos de los trabajadores que hay en ellos. Y la bandera patria es siempre el manto de la mentira protectora con el que el capital quiere cubrir lo que antes era contradicción de intereses trabajo-capital bajo la forma nueva de “más mata el hambre”, planteado por quien no lo padece y está lejos de padecerlo. La burguesía siempre ha  vendido desde la revolución francesa lo que son sus intereses de clase como interés general de todas las clases.   

Conviene entender la relación subalterna de las clases medias, justo las que auparon el fascismo en el pasado y lo están elevando en el presente, con la clase rectora del sistema capitalista, la gran burguesía. La clase media propietaria de medios de producción, e incluso los segmentos sociales de la aristocracia asalariada, están ligadas al capitalismo como sistema y a las grandes corporaciones de las que son empresas proveedoras y subcontratadas y de las que obtienen sus elevados salarios un sector de los directivos no claves en la toma de decisiones empresariales.

Establecida esta cuestión hay una relación compleja entre pequeña y mediana burguesías y gran capital.

La pequeña y mediana burguesías han comprendido que su futuro está comprometido y que necesitan de la recuperación del consumo, por lo que es imprescindible para ellos la vuelta a las terrazas y al negocio de las tiendas.

El gran capital, el que mueve el porcentaje del PIB que, de verdad, será afectado por la crisis, turismo, automoción, construcción y banca, crea a través de sus medios de “comunicación” económicos y generalistas el estado de opinión social, el llamado “estado del malestar” que, curiosamente, remite a ciertas anticipaciones del 15-M. De ahí que en la prensa más conservadora se haga un paralelismo entre los objetivos de VOX de creación de “ambiente de protesta social” con la aparición de los indignados y la posterior eclosión de Podemos. Para la clase media se proyectó en su día una articulación política progre y ahora otra fascista. En cualquier caso, ambas tuvieron un discurso explícito no de clase, sino de “gente” y nacionalista.

Afortunadamente los fascistas están llegando tarde varios países. En Italia y en España es más que evidente. Las curvas de la pandemia acabarán por aplanarse

En Estados Unidos no hay sanidad pública, porque el Obacamare nunca fue público, que absorba el brutal número de contagiados, vemos como el fascismo exige violentamiente  el fin de las cuarentenas. En  Brasil,  con un Presidente tan eloqucido como las cifras de la enfermedad, se produce un tipo de respuesta desde el Estado muy similar al que se da en Estados Unidos. La elección de recuperación de la tasa de beneficio empresarial en lugar de vida puede que se convierta en caos económico.

El acuerdo de Alemania y Francia para intentar que la UE apruebe un superbazooka financiero de ayudas más “generosas” que en la anterior fase de la crisis capitalista para los países afectados por la pandemia (fundamentalmente pensando en el sur) tiene mucho que ver con la necesidad de Francia de salir adelante porque está agotada económicamente y con la situacion de Alemania porque, si se hunde el sur, es el fin de la UE y, con ello, Alemania tendría que comerse su producción al no poder colocarla fuera de sus fronteras.   

Si esa opción falla, muy posiblemente lo hará, dado que las inversiones se acabarán destinando mucho más a las necesidades de financiación de las grandes empresas capitalistas de la UE que a supervivencia de las clases trabajadoras que mantengan el consumo, lo que queda es el odio organizado políticamente. Es decir, la salida fascista.

Con todo, el verdadero riesgo del fascismo es que, el deterioro de la situación económica favorezca la captación por la ultraderecha de una parte de los sectores menos conscientes de la clase trabajaddora que, ante la desesperación por su depauperación económica, vean en el fascismo una forma de expresar su rabia social. 

En las situaciones de desesperación social en las que brota el fascismo el antifascismo no puede ser la clásica respuesta antifacha del enfrentamiento físico. Hay que desnudar sus argumentos, visibles si se quiere ver de qué hemos estado hablando, dejar claro a la pequeña burguesía que puede condenarse a desaparecer, deglutida por el gran capital, o sumarse a la cola, y sin pretensiones de dirigir lo que no le corresponde, y ser parte de la solución.   

Es necesario impulsar un tipo de lucha que conecte con las necesidades inmediatas, vitales y sentidas de nuestra clase porque, de no ir por ahí la respuesta, la que dará el fascismo será la que canalice la frustración y le malestar sociales hacia el odio y la demanda de un caudillismo que el capital acabará por emplear, cuando se le acaben todas las demás opciones para imponer por la fuerza la recuperación de sus ganancia a costa de nuestra miseria. No hay muchas vueltas que dar a los argumentos. Basta con hacer memoria de ellos y señalarlos.

Es necesario romper con el sectarismo propio del cuanto peor mejor y de que el peor enemigo es siempre aquel del que intentamos diferenciarnos para ser nosotros mismos y es necesario también asumir que el actual gobierno de los progres en España ha defendido la protección de la vida antes que el beneficio del capital, frente a todo el capital organizado, el fascismo evidente y el “conservador” y su Brunete mediática sin carta de navegación, que ningún país tenía ante una pandemia desconocida. Nada más y nada menos. Y hasta ahí porque luego de ciertas medidas sociales de choque y de una austeridad y unos recortes más atenuados, vendrán otros más brutales y, si no han conseguido sacarles del gobierno las fuerzas de la reacción, harán la misma política contra los trabajadores que haría la derecha más ultraliberal porque, al igual que a Zapatero no le tembló el pulso a la hora de aplicar nuevas legislaciones laborales y de pensiones absolutamente antisociales, tampoco les pasará a ellos.

Hay que decirles a los trabajadores que si no se organizan para defender lo conquistado ayer y para exigir lo que corresponde a las nuevas necesidades con las que se van encontrar, lo que les queda es a qué capataz del sistema elegir y cuánta represión de clase van a estar dispuestos a asumir.

Es el momento de explicarle a los trabajadores que frente a los intereses del capital para recuperar sus beneficios amenazos por el confinamiento, en una sociedad socialista la opción determinante sería siempre la de proteger la vida de la gente de nuestra clase, que es la más expuesta ante cualquier pandemia:
  • En el socialismo la vida no estaría amenazada por la demanda de beneficio
  • En el socialismo, la protección de la vida sería el más sagrado principio a defender.
  • En el socialismo el ser humano no se enfrentaría a la necesidad de trabajar durante una pandemia, jugándose la vida para poder comer.  
  • En el socialismo, el principal problema al que se enfrentaría la humanidad sería cómo acabar con una enfermedad extendida.
  • En el socialismo, los trabajadores que hubieran de trabajar, para satisfacer las necesidades básicas de la población en caso de pandemia, estarían adecuadamente protegidos y el coste de protegerlos no sería el problema sino el de la capacidad científica para responder ante la amenaza.