Jorge
Beinstein. La Haine
Ha sido señalado hasta el hartazgo que por primera vez en un siglo el 10 de Diciembre de 2015 la derecha llegó al gobierno sin ocultar su rostro, sin fraude, sin golpe militar, a través de elecciones supuestamente limpias, se trataría de un hecho novedoso.
Es
necesario aclarar tres cosas:
En
primer lugar resulta evidente que no se trató de “elecciones
limpias” sino de un proceso asimétrico, completamente
distorsionado por una manipulación mediática sin precedentes en
Argentina activada desde hace varios años pero que finalmente derivó
en un operativo muy sofisticado y abrumador. Consumada la operación
electoral la presidenta saliente fue destituida unas pocas horas
antes de la transmisión del mando presidencial mediante un golpe de
estado “judicial” demostración de fuerza del poder real que
establecía de ese modo un precedente importante, en realidad el
primer paso del nuevo régimen.
Esto
nos lleva a una segunda aclaración: el kirchnerismo no produjo
transformaciones estructurales decisivas del sistema, introdujo
reformas que incluyeron a vastos sectores de las clases bajas,
reclamos populares insatisfechos (como el juzgamiento de
protagonistas de la última dictadura militar), implementó una
política internacional que distanció al país del sometimiento
integral a los Estados Unidos y otras medidas que se superpusieron a
estructuras y grupos de poder preexistentes. Pero no generó una
avalancha plebeya capaz de neutralizar a las bases sociales de la
derecha quebrando los pilares del sistema (sus aparatos judiciales,
mediáticos, financieros, transnacionales, etc.) desarticulando la
arremetida reaccionaria. La alternativa transformadora radicalizada
estaba completamente fuera del libreto progresista, la astucia, el
juego hábil y sus buenos resultados en el corto y hasta en el
mediano plazo maravilló al kirchnerismo, lo llevó por un camino
sinuoso, acumulando contradicciones marchando así hacia la derrota
final. Nunca se propuso transgredir los límites del sistema, saltar
por encima de la institucionalidad elitista-mafiosa de las camarillas
judiciales apuntaladas por el partido mediático componentes de una
lumpenburguesía que aprovechó el restablecimiento de la
gobernabilidad post 2001-2002 para curar sus heridas, recuperar
fuerzas y renovar su apetito.
Como
era previsible las clases medias, grandes beneficiarias de la
prosperidad económica de los años del auge progresista, no se
volcaron de manera agradecida hacia el kirchnerismo sino todo lo
contrario, azuzadas por el poder mediático retomaron viejos
prejuicios reaccionarios, su ascenso social reprodujo formas
culturales latentes provenientes del viejo gorilismo, del desprecio a
“la negrada” enlazando con la ola regional y occidental en curso
de aproximaciones clasemedieras al neofascismo. No se trató entonces
de una simple manipulación mediática manejada por un aparato
comunicacional bien aceitado sino del aprovechamiento derechista de
irracionalidades ancladas en los más profundo del alma del país
burgués.
La
tercera observación es que el fenómeno no es tan novedoso. Si bien
es cierto que el proceso de manipulación electoral se inscribe en el
marco del declive del progresismo latinoamericano y que fue realizado
de manera impecable por especialistas de primer nivel seguramente
monitoreados por el aparato de inteligencia de los Estados Unidos, no
deberíamos olvidar que antes de la llegada del peronismo en 1945 la
sociedad argentina había sido moldeada por cerca de un siglo de
república oligárquica (que no fue abolida durante el período de
gobiernos radicales entre 1916 y 1930) dejando huellas culturales e
institucionales muy profundas atravesando las sucesivas
transformaciones de las elites dominantes como una suerte de
referencia mítica de una época donde supuestamente los de arriba
mandaban mediante estructuras autoritarias estables. Constituye una
curiosa casualidad cargada de simbolismo pero lo cierto es que fue el
presidente “cautelar-instantáneo” Federico Pinedo impuesto por
la mafia judicial el encargado de entregar el bastón presidencial a
Macri. Federico Pinedo: nieto de Federico Pinedo, una de la figuras
más representativas de la restauración oligárquica de los años
1930, bisnieto de Federico Pinedo Rubio intendente de Buenos Aires
hacia fines del siglo XIX y luego diputado nacional durante un
prolongado período como representante del viejo partido conservador.
Seguir la trayectoria de esa familia permite observar el ascenso y
consolidación del país aristocrático colonial construido desde
mediados del siglo XIX. El lejano descendiente de aquella oligarquía
fue el encargado de entregar los atributos del mando presidencial a
Mauricio Macri, por su parte heredero de un clan familiar mafioso de
raiz italo-fascista[1], instaurador de un “gobierno de gerentes”.
Los avatares de un golpe de estado instantáneo establecieron un
simbólico lazo histórico entre la lumpenburguesía actual y la
vieja casta oligárquica.
La
crisis
El
contexto económico internacional viene dado por una crisis
deflacionaria motorizada por el desinfle de las grandes potencias
económicas. Estados Unidos, la Unión Europea y Japón navegando
entre el crecimiento anémico, el estancamiento y la recesión, China
desacelerando su crecimiento y Brasil en recesión sobredeterminan
una coyuntura marcada por el enfriamiento de la demanda global lo que
deprime los precios de las materias primas y estanca o achica los
mercados de productos industriales. En suma un panorama mundial
negativo para un país como la Argentina principalmente exportador de
materias primas y en menor escala de productos industriales de
mediano-bajo nivel tecnológico.
Ante
ese ciclo internacional adverso, desde el punto de vista teórico la
economía Argentina para no caer en la recesión debería apoyarse
cada vez más en la expansión y protección de su mercado interno,
su tejido industrial, su autonomía financiera. Sin embargo el
gobierno de Macri inicia su mandato haciendo todo lo contrario:
achicando el mercado interno mediante la reducción drástica en
términos reales de salarios y jubilaciones, aumentando el
endeudamiento externo, desprotegiendo al grueso de la estructura
industrial. A ello apuntan sus decisiones económicas iniciales como
la megadevaluación, la eliminación o disminución de impuestos a
las exportaciones, la suba de las tasas de interés, la
liberalización de importaciones, y pronto la eliminación de
subsidios a los servicios públicos con el consiguiente aumento de
sus tarifas. Se trata de una gigantesca transferencia de ingresos
hacia los grupos económicos más concentrados (grandes exportadores
agrarios, empresas y especuladores financieros poseedores de fondos
en dólares, etc.), de un saqueo descomunal que se irá prolongando
en el tiempo al ritmo de las subas de precios, las depresiones
salariales, las devaluaciones y los tarifazos. Crecerá la
desocupación, la pobreza y la indigencia, la concentración de
ingresos avanzará (ya está avanzando) rápidamente, el crecimiento
económico nulo o negativo serán inevitables.
Según
ciertos expertos estaríamos embarcados en una vorágine
completamente irracional marcada por la declinación del grueso de
la industria y la desintegración de la sociedad resultado de la
aplicación ortodoxa de recetas neoliberales “equivocadas”. Pero
el gobierno no se equivoca, actúa según la dinámica de una
lumpenburguesía portadora de una racionalidad instrumental cuyo fin
no es otro que el de la acumulación rápida de riquezas saqueando
todo lo que se le cruza en el camino. La racionalidad de los bandidos
dueños del poder no es la del desarrollo económico armonioso y
general que anida en la cabeza de ciertos economistas.
Así
es como hemos pasado de una versión suave de la política económica
contra-cíclica (desde el punto de vista de la tendencia de la
economía global) a una política pro-cíclica que se incorpora con
notable ferocidad a la degeneración general (financiera,
institucional, ideológica, etc.) del mundo capitalista.
El
progresismo gobernó entre 2003 y 2015 restableciendo la
gobernabilidad del sistema, todo anduvo bien mientras la bestia lamía
sus heridas en un contexto de relativa prosperidad recomponiéndose
del terremoto de los años 2001-2002, pero desde 2008 las cosas
fueron cambiando: el achatamiento del crecimiento económico exacerbó
su voluntad por acaparar una porción mayor de la torta, en ese
sentido el 10 de diciembre de 2015 puede ser visto como el punto de
inflexión, como un salto cualitativo del poder draculiano de las
élites dominantes inaugurando una etapa de decadencia de la sociedad
argentina. Las fuerzas entrópicas, devastadoras, lograron imponer su
dinámica.
Dos
escenarios
Nos
encontramos ante los primeros pasos de una aventura autoritaria de
trayectoria incierta. No se trata de un hecho producto del azar sino
del resultado de un prolongado proceso de maduración (degeneración)
de las élites dominantes de Argentina convertidas en jaurías
depredadoras coincidentes con el fenómeno global de financierización
y decadencia. Basta con echarle una mirada al gobierno y sus
respaldos donde sobreabundan personajes acusados de ser delincuentes
financieros como Prat Gay, Melconian o Aranguren, o “padrinos”
como Cristiano Rattazzi, Paolo Roca, Franco Macri (y su
hijo-presidente) o de otros señalados como agentes de la CIA como
Susana Malcorra o Patricia Bullrich[2], para percibir que la tragedia
local no es más que un apéndice periférico de un capitalismo
global embarcado en una loca carrera liderada por lobos de Wall
Streeet, militares delirantes y políticos corruptos destruyendo
países enteros, triturando instituciones, saqueando recursos
naturales imponiendo un proceso de destrucción a escala planetaria.
La
lumpenburguesía argentina, su articulación mafiosa en la cúpula
del poder (empresario, judicial, mediático) y sus prolongaciones
institucionales y abiertamente ilegales ha dejado de ser la fuerza
dominante en las sombras, jaqueando, condicionando, bloqueando,
imponiendo, para asumir abiertamente el gobierno. Esto puede ser
atribuido a varios motivos entre otros a la inexistencia de un
elenco de “políticos” con capacidad de decisión como para
implementar el mega-saqueo en curso, entonces son los gerentes los
que deben hacerse cargo de manera directa del Poder Ejecutivo, es
decir “técnicos” completamente ajenos al embrollo electoral.
El
nuevo esquema resulta sumamente eficaz a la hora de adoptar medidas
contundentes contra la mayoría de la población pero aparece muy
poco útil para amortiguar el inevitable descontento popular
(incluido el de una porción significativa de incautos votantes de
Macri). Las camarillas sindicales podrán durante un corto período
generar inacción, algunos políticos provinciales empujarán en el
mismos sentido, los medios masivos de comunicación buscarán
distraer, confundir, justificar (ya lo están haciendo)
intensificando la campaña de idiotización pero todo eso es
insuficiente frente a la magnitud del desastre en curso.
Por
otra parte el carácter lumpen, inestable del régimen macrista
afectado por previsibles disputas internas, golpes financieros,
turbulencias exógenas de todo tipo propias de un sistema global a la
deriva y además (principalmente) presionado por una base social cuyo
descontento irá ascendiendo como una avalancha gigantesca, va
dejando al descubierto la única alternativa posible de
gobernabilidad mafiosa.
Se
trata de la formación de un sistema dictatorial con rostro civil y
de configuración variable. Tiene claros antecedentes internacionales
recientes, viene guiado por el aparato de inteligencia de los Estados
Unidos y se apoya en la llamada doctrina de la Guerra de Cuarta
Generación cuyo objetivo central es la transformación de la
sociedad objeto de ataque en una masa amorfa, degradada, acosada por
erupciones “desprolijas” de violencia caótica y en consecuencia
impotente ante el saqueo. Irak, Libia, Siria aparecen como
experiencias de manual extremas y lejanas, por el contrario México o
Guatemala son paradigmas latinoamericanos a tener en cuenta aunque la
especificidad argentina aportará seguramente rasgos originales.
Tenemos que pensar en una combinación pragmática de distintas dosis
de represión directa “clásica”, judicialización de opositores
sindicales, políticos, etc., bombardeo mediático (diversionista y/o
demonizador), represión clandestina, incentivos a la rivalidades
intrapopulares (cuanto más sanguinarias mejor), irrupción de bandas
que aterrorizan a la población (como las “maras” en América
Central o los batallones de narcos de México), fraudes electorales,
etc. De ese modo Argentina entraría de lleno en el siglo XXI signado
por el ascenso del capitalismo tanático.
Sin
embargo esa estrategia no se puede instalar plenamente de un día
para otro, requiere tiempo y una cierta pasividad inicial de las
bases populares, además encontraría serias dificultades ante una
sociedad compleja como la Argentina, con un amplio abanico de clases
bajas y medias portadoras de culturas, capacidad de organización, de
historias que desde la mirada superficial de los gerentes financieros
y de los expertos en control social no aparecen como amenazas
visibles (o aparecen como resistencias o nostalgias impotentes) pero
que constituyen latencias, bombas de tiempo de enorme poder que
pueden estallar en cualquier momento. Este desafío desde abajo
converge con el temor de los de arriba a puebladas inmanejables
conformando grandes interrogantes gelatinosos que generalizan la
incertidumbre en las elites, deterioran su psicología.
La
no viabilidad de ese escenario siniestro, su posible empantanamiento,
dejaría abierto el espacio para el desarrollo de un segundo
escenario: el de una crisis de gobernabilidad mucho más devastadora
que la de 2001. En ese caso la fantasía elitista de la recomposición
dictatorial-mafiosa del poder político no habría sido otra cosa que
una ilusión burguesa acompañando al fin de la gobernabilidad, al
comienzo de un período de alta turbulencia, de desintegración
social de duración impredecible. El progresismo tan despreciado por
las elites y sus preservativos de clase media habría sido un paraíso
capitalista destruido por sus principales beneficiarios.
Como
vemos el infierno mafioso no es inevitable aunque no deberíamos
subestimar la capacidad operativa de sus ejecutores locales y su mega
padrino imperial, los Estados Unidos están lanzados a la reconquista
de su patio trasero latinoamericano.
¿Hacia
dónde va esta historia?: la resistencia popular tiene la respuesta.
NOTAS:
[1]
Horacio Verbitsky, "A las Malvinas en subte. El rol de la
P-2, los Macri, FIAT y TECHINT en la guerra de 1982",
http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-190366-2012-03-25.html
[2]
ARGENTINA: la nueva ministra de Exteriores pertenece a la CIA,
según Diosdado Cabello.
-
El presidente de la Asamblea Nacional (AN) de Venezuela, Diosdado
Cabello, declaró que la canciller argentina, Susana Malcorra,
pertenece a la Agencia Central de Inteligencia de EE.UU. (CIA, por
sus siglas en inglés). “Estuvo aquí, la recibí yo en mi oficina,
es la CIA misma, se la nombraron de canciller al señor (Mauricio)
Macri”, presidente electo de Argentina, subrayó Cabello en su
programa semanal de los miércoles, transmitido por el canal estatal
Venezolana de Televisión (VTV).
-
También Patricia Bullrich reporta a “la agencia” y probablemente
lo hagan otros y otras, como Laura Alonso. El rumor que corre es que
Macri prácticamente no conoce a Malcorra y que le fue impuesta
telefónicamente por el Departamento de Estado.