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Entusiástico grupo de tontos de los cojones y cheerleaders
de uno de tantos productos del supermercado de marcas
electorales. Sí, también está la tuya. |
NOTA
DEL EDITOR DE ESTE BLOG: No soy un fundamentalista de la
abstención. Cuando he creído tener más motivos para votar lo he hecho, del
mismo modo que me he abstenido, cuando las razones para hacerlo superaban las
que encontraba para dar mi voto.
En cualquier caso, siempre he tenido claro que los
cambios profundos –los de sistema económico- no vendrán jamás por las urnas y
que cualquier organización que propugne el derribo del capitalismo sólo puede
ir al Parlamento a ser eco de la lucha de clases. Quien gobierne, sólo o en
coalición de dentro de las reglas del juego de la legalidad capitalista me
parece, sin excepción, un cómplice indecente de este sistema.
Pero hay momentos en los que la podredumbre
política se convierte en marea que lo ahoga todo: la disidencia, la voz y el
pensamiento críticos y la inteligencia del consumidor-votante en el supermercado de
marcas electorales. Sí, también tu marca, aunque se disfrace de nuevo nombre y
ropaje.
Confluyentes, ciudadanistas, transversales,
partidos de “la gente”, reformistas de baratillo, oportunistas ni de izquierdas
ni de derechas, regeneradores, ex izquierdas, izquierdas nominales y toda esa
basura de trepas indecentes y aspirantes a profesionales de la “representación”
me parecen más repugnantes que los partidos que admiten declaradamente que éste
es su sistema. Al menos ellos no engañan. Se les ve venir y, si se les vota, es
porque se comparte su ideario político.
-Es que usted quiere que ganen los de siempre.
-¿Y para qué cojones me sirve que ganen otros que
no harán nada distinto? ¿Es que usted no ha tenido bastante con Grecia?
-Pero es que es mejor que la austeridad la gestionen
otros que los que han creado la crisis.
-La crisis no nació de la política sino de la
senilidad del capitalismo que da signos de agotamiento y que no tiene respuestas,
salvo la afirmación de su naturaleza: la depredación y explotación del ser
humano. Los políticos sólo aplican las recetas de los que tienen el poder: el
capital. Las derechas en el gobierno son la única evidencia de que SÍ hay
derecha, y cada vez más salvaje, pero "las izquierdas" en el gobierno o en la oposición
son la evidencia de que ya NO hay izquierda, salvo de carril-bici, huertos
urbanos y la misma miseria para la clase trabajadora. Y para que, después de tu
“desilusión” de fetichismo electoral y desmovilización, tras el paso por “lo
nuevo” o viejo reformismo con otra careta, vuelva una derecha aún más salvaje y
criminal que la actual, prefiero que siga la que hay. A lo mejor dejas de ser
tan gilipollas, tan súbdito que cree que la lucha está en las urnas y empiezas
a plantearte que no hay capitalismo bueno y que las opciones con posibilidad de
alcanzar algún grado de presencia institucional ya están aleccionadas y
compradas para que hagan lo que tienen que hacer: seguir engañando a incautos
como tú para que la noria siga dando vueltas. Y si me pides alternativa te digo
dónde hoy NO está: en las urnas. Y ahora, si quieres, sigue leyendo.
Sin más les dejo con esta hurmorística y sarcástica crítica al circo electoral
CÓMO PROTEGERSE DE LAS ELECCIONES
Grupo Antimilitarista Tortuga
Quienes vivimos en un país de la sociedad
occidental, a cambio de disfrutar de la acumulación de bienes de consumo y
distintos placeres que aquí se produce, hemos de padecer también algunas
penalidades. Por ejemplo el ser bombardeados día sí y día también con dosis de
publicidad en grado mortal.
Mortal porque la suma de mensajes publicitarios
que llega diariamente a nuestras mentes a través de todo tipo de canales,
objetivos y subliminales, hace verdaderamente difícil que a alguien le quede en
pie gran cosa de su propio criterio.
Así el tipo de ropa y peinado que cada cual luce,
los lugares adonde viaja, los bares en los que desparrama su tiempo libre, sus
costumbres tribales o los juguetes que regala a sus hijos en su cumpleaños y en
navidad vienen a estar influenciados, mucho o poco pero influenciados, por las
modas dominantes que la omnipresente publicidad cuela en el armario de nuestros
deseos.
Hay una publicidad que nos induce a comprar y
tener cosas determinadas. Hay otra que trata de configurar nuestro pensamiento
y nuestra forma de entender el mundo. La hay que es puntual y concreta -coma
pechuga de pollo Óscar Mayer, sepa lo que es conducir con Audi, regálese una
hipoteca en Bankia-. También la hay cíclica, periódica, la cual, además de
inducirnos a que gastemos dinero, trata de influir en nuestra cultura y crea
estados de ánimo colectivos. Por ejemplo los mundiales de fútbol, o esos
acontecimientos sociales que van jalonando el año como Halloween o la Navidad,
que nombrábamos antes.
Pues bien, si quisiéramos poner un ejemplo de un
producto que reune todos los ingredientes anteriores -es concreto y se
publicita durante el año pero también se ofrece mediante acontecimientos
cíclicos, induce a realizar actos de consumo, pero también crea estados de ánimo
colectivos e influye en nuestra manera de concebir el mundo- ese es el
parlamentarismo de partidos políticos.
La publicidad de los partidos políticos es diaria
y abrumadora, ocupando cada día del año la parte principal del espacio de
cualquier medio de comunicación. Así se cuela en nuestra mente como un objeto
cotidiano de atención y se expande a las tertulias de bar, a las sobremesas y a
las pesadillas. Como ello, al parecer, debe ser todavía insuficiente para los
fines que se pretenden colocando dicho producto en el mercado, quienes lo
administran, además, han diseñado eventos periódicos: las elecciones. En ellas,
el bombardeo publicitario llega al paroxismo y hasta nuestras propias casas.
Confiamos aún en la inteligencia y sentido común
del habitante medio de nuestra sociedad occidental y así pensamos que si
hiciéramos el experimento de colocar durante unos pocos meses a una persona
cualquiera en una isla desierta, completamente a salvo de todo mensaje
publicitario relacionado con elecciones y partidos políticos, por pura lógica
tendería a darse cuenta de lo superfluo del producto. Le resultaría una verdad
palmaria que no hay democracia en que, en lugar de todos, solo gobiernen unos
pocos.
Unos pocos que -además- pueden hacer lo que les dé la gana sin ser
destituídos. Que además esos pocos, aunque cambian de vez en cuando el
envoltorio del producto -esto es, las siglas y logotipos- vienen a ser los
mismos, los cuales andan turnándose. Que curiosamente esos mismos que gobiernan
y no otros a quienes les gustaría sucederles son quienes salen más veces en la
tele y los periódicos (véase cómo productos nuevos y bien publicidados como
Podemos o Ciudadanos acceden al reparto del pastel en detrimento de otros
muchos partiditos de toda la vida que venían manteniendo similares propuestas y
programas pero siendo ignorados por esos mismos medios de comunicación). Y que,
por si fuera poco, esos que salen en la tele con un fondo de color rojo, azul,
morado o naranja, cuando gobiernan estados o ayuntamientos, antes o después
acaban por actuar en curiosa sintonía con los intereses de quienes tienen el
dinero.
Este 2015 viene siendo un año de desmesura
parlamentaria. Dos procesos electorales arrastran nuestras ya maltrechas
neuronas y aún nos queda otro. Este curso, además, hemos tenido que soportar el
lanzamiento de los productos “Ciudadanos” (el cual -como si fuera la nueva
versión del Ford Fiesta- trata de actualizar la imagen corporativa de
determinadas visiones políticas conservadoras) y “Podemos”, auténtico sumidero
de las energías ciudadanistas que resplandecieron efímeramente en las calles
mediante el 15M y las mareas.
Ante tal despliegue de propaganda casi militar en
pro del status quo, ¿hemos de resignarnos? ¿Está todo perdido? ¿No hay
escapatoria para nuestras vapuleadas mentes? Tortuga te ofrece unas sencillas
recetas para protegerte durante la próxima campaña electoral.
1.- Cambia de tema
En la barra del bar, ante el comentario de los
currelas de al lado, chupito en mano, “pues yo antes iba a votar a Pablo Iglesias,
pero ahora me gustan más los de ciudadanos...” Siempre puedes intervenir,
tratando de no caer en comentarios futboleros, taurinos o machirulos: “a este
bar le está haciendo ya falta una mano de pintura y un buen alicatado”, “vaya
calor para el mes que estamos” o “qué narices le echó Aníbal cruzando los Alpes
con elefantes”.
Lo mismo vale para la tertulia tras la comida
familiar. Cuando la cuñada o el tío se enzarcen en que si Rajoy nosequé, o que
en el programa de Wyoming dijeron que nosecuanto; tú rápidamente al quite:
“Papá, ¿cómo va tu próstata?”, “pues en la okupa del barrio hacen unos
conciertos de posthardcore que la flipas”, o “atención, los niños nos van a
representar una obra de teatro en verso”.
2.- Apaga la televisión
La caja tonta, la radio, o el acceso a medios de
comunicación por internet. Puedes no apagarlos pero entonces escapa de
informativos y tertulias y oriéntate hacia las películas, los documentales e
incluso la telebasura, muy relajante ella, en la cual no tendrás que hacer ningún
esfuerzo mental y estarás a salvo de la propaganda política.
De todas formas hay alternativas a pasar el tiempo
en la tele y en internet. Pasea, escribe, haz el amor, colúmpiate, haz yoga,
limpia tu casa.
3.- Huye de los periódicos
En sus versiones digitales, en la barra del bar o
-mucho peor- comprándolos. Los periódicos están infestados de publicidad del
sistema parlamentarista y en cualquiera de sus informaciones, hasta en la menos
relacionada a priori, acecha la posible aparición del político local o nacional
dejándose caer por allí como quien no quiere la cosa.
En su lugar puedes leer libros de Kierkegaard o
Schopenhauer. Si te pilla por la calle y no los tienes de bolsillo puedes
comprarte algún tebeo en un kiosco o disfrutar de literatura religiosa gratuíta
como la hoja parroquial de la iglesia más cercana o la revista La Atalaya, que
te será suministrada por amables parejas de señoras y señoritas que recorren
las calles.
4.- Reutiliza la propaganda electoral en papel
Deben estar muy mal pagadas las personas que
buzonean los sobres con propaganda de los partidos políticos durante la campaña
electoral, puesto que cada vez tienden más a dejar todos los sobres en montón,
sobre los buzones, en lugar de distribuirlos a cada vecina. Esta circunstancia
nos permitirá ir recorriendo las calles, carrito de supermercado en ristre, e
ir recogiendo todo el papel portal a portal. Las comunidades de vecinos
respectivas nos lo agradecerán y al final nos sacaremos un dinerillo
vendiéndolo todo al peso en la chatarrería más cercana.
5.- Aprovecha los paneles de publicidad estática
Es común que en cada ciudad sea de lo más difícil
colocar cartelería en las calles. Ominosas ordenanzas municipales restringen
tal derecho a unos poquísimos lugares en los que nuestros carteles pasan
desapercibidos y son tapados enseguida por la publicidad de las discotecas. Tal
cosa contrasta con el abuso que los políticos en campaña pueden hacer de la
posibilidad de poner carteles en las calles. Hasta paneles especiales les ponen
a su disposición. Pues bien, si ellos pueden, nosotras también. Ha llegado el
momento de pegar toda la cartelería que guardábamos en nuestros locales de
actividades pasadas y hasta de viejos conciertos. También podemos aprovechar
los paneles como soporte de nuestra creatividad artística. Convirtámonos en
sendos Banksys durante el tiempo que estén colocados.
6.- Date de baja del censo electoral
Cada campaña electoral el estado tiene a bien
recordarnos, para que no se nos olvide, que lo de votar es algo que nos atañe y
que -aunque, visto lo visto, podemos sospechar con fundamento que votar no
cambia nunca nada significativo- hacerlo es muy importante. Para ello, y con el
pretexto de que podría haber algún dato incorrecto, nos mandan al buzón una
tarjetita censal.
Desde Tortuga y otros colectivos proponemos dar un
paso al frente y reclamar al estado que nos excluya de este gran montaje. Si la
gente puede ir a la iglesia católica y reclamar ser borrada del libro de sus
fieles, también queremos ser borrados del libro de los fieles del sistema
parlamentarista, es decir, del censo electoral.
7.- Niégate a participar en mesas electorales
Lo que ya nos faltaba para el duro era que, además
de tener que tragarnos el turre electoral, el estado pudiera disponer de
nuestras personas de forma conscripta -es decir, obligatoria bajo pena de
cárcel- para que le hagamos el trabajo de llevar a cabo la ceremonia de las
votaciones. Eso sí que no. En todo caso, la puesta en escena ha de desempeñarse
con voluntarios convencidos. Sin duda, qué menos tras el esfuerzo publicitario,
éstos no les van a faltar. Nosotras y nosotros a buen seguro tenemos cosas
mejores que hacer durante ese tiempo que ser utilizados en contra de nuestra
voluntad a mayor gloria del sistema vigente.
Si se da el caso de que eres convocado a estar en
una mesa electoral y decides no participar convirtiéndote así en persona
objetora de conciencia, podrás encontrar soporte documental sobre cómo hacerlo
poniéndote en contacto con El Grupo Antimilitarista Tortuga y otros colectivos
que promueven esta forma de Desobediencia Civil.
8.- Apoya a las personas objetoras de conciencia
al sistema electoral
Gota a gota, elección a elección, cada vez son más
quienes deciden negarse a participar en las votaciones como mano de obra
reclutada coactivamente. Puedes apoyar a estas personas solidarizándote con
ellas de mil maneras, difundiendo su acción y acompañándolas en cada actuación
pública que realicen. Desenmascarar la gran mentira de la falsa democracia es
trabajo de todas, y no solo de quienes han sido llamadas a integrar una mesa
electoral.