Por Marat
Las elecciones generales de Diciembre traerán por
anticipado el definitivo ”invierno del
descontento” (Ricardo III. W. Shakespeare) de varias generaciones de
personas que se autodefinen como comunistas dentro de un partido cuya
metástasis se ha extendido más allá de su marca electoral y que, precipitado en
su agonía terminal por el golpe de gracia de la combinación de agentes internos
y externos, ha sido incapaz de comprender que su tercer y último acto no es
sino la carta de defunción de un proceso que viene de muy lejos y que tiene que
ver con la enorme distancia entre el nombre del partido, por un lado, y su
teoría y práctica por el otro.
Un partido que quiso alcanzar electoralmente las
cotas de representación electoral de su desaparecido hermano, en siglas y en
reformismo, italiano y que ahora da sus últimas boqueadas sin haber logrado
travestirse con éxito para alcanzar sus dirigentes las ansias de gobierno, que
no poder, de aquellos que durante tantos años fueron su modelo y aspiración
parlamentaria.
Un partido que en el camino de la transición política
perdió bandera de Estado, ruptura, identidad ideológica, desde muchos años
antes proyecto revolucionario, sus mejores cuadros, a los que nunca reemplazó
porque la formación política hubiera sido un obstáculo a su imparable camino
hacia la nada programática y su inevitable pérdida de influencia social, la
cuál ha sido paralela a la desaforada cooptación de su sindicato de referencia
hacia las estructuras corporativas de un Estado del Bienestar en extinción.
Un partido que un día tuvo 200.000 afiliados, que
no militantes, y hoy apenas llega a los 10.000 cotizantes. Quien se adentre en
las oficinas del Comité Central del partido en la calle Olimpo de Madrid sabrá
que dicho órgano de dirección apenas se ha reunido 2 veces en todo 2015. Que 4
secretarias son las que coordinan telefónicamente su actividad, que en la
práctica no existen comisiones tan trascendentales para un partido comunista
como la de Internacional o la de Economía, por citar sólo dos de las que no
operan. Un partido en fin cuya máxima institución teórica, la Fundación de
Investigaciones Marxistas, languidece sin pena ni gloria. Un partido sin vida
orgánica pero ya me contarán ustedes cómo uno se desdobla un lunes en la
asamblea de una agrupación comunista y el miércoles en la asamblea de su
coalición electoral y qué actividad con proyección política propia tiene la
primera que no sea la de modular la velocidad de la voladura de su coalición para
inyectar a algunos de sus dirigentes a sueldo en uno u otro lugar, o en ambos a
la vez, en ese engendro desclasado de “la gente”.
Hace bastantes años un hoy ex coordinador general
de la marca comercial de dicho partido que operaba –digo en pasado- en el
supermercado electoral, siempre enamorado de su propia pedantería rimbombante
dijo una frase que él mismo ignoraba hasta qué punto llegaría a ser profética: “algún día el alma inmortal del PCE transmigrará en
Izquierda Unida”. Y muy posiblemente antes de 6 meses ambas serán
enterradas juntas.
Las organizaciones políticas, como los productos y las marcas en las sociedades capitalistas, responden a los principios de la biología: nacen, crecen, se reproducen (casi siempre por mitosis) y mueren. Esto le ha pasado ya al PCE, sólo que muchos de sus afiliados aún no lo saben.
Las organizaciones políticas, como los productos y las marcas en las sociedades capitalistas, responden a los principios de la biología: nacen, crecen, se reproducen (casi siempre por mitosis) y mueren. Esto le ha pasado ya al PCE, sólo que muchos de sus afiliados aún no lo saben.
Hoy veo a militantes de una u otra formación o de
ambas rechinar dientes, retorcerse de dolor ante lo que sucede, dividirse en
100 fracciones minúsculas cada una de ellas, enfrentarse unos con otros por
defender las marcas mucho antes que los contenidos que fueron abandonados hace
ya muchos muchos años sin que apenas se quejasen más que unos pocos, mientras
iban siendo abandonados por miles en silencio o de un portazo, la mayoría hacia
sus casas, muy pocos hacia otros lugares, a pesar de que muchos de quienes
marcharon sigan sintiéndose comunistas pero perdidos como vacas sin cencerros.
El sentimiento de orfandad y de vacío de que
quienes han hecho de la pertenencia a un grupo un sentido y/o una forma de vida
es terrible, causa angustia, vértigo y profunda tristeza. Quienes hace ya
muchos años conocimos aquellos sinsabores, al abandonar la falsa sensación de
seguridad que da el sentido de pertenencia a un grupo, sabemos de ello. Muy
pocos han comprendido en esta vida que el auténtico militante comunista sabe y
debe autodisciplinarse y tener sentido de lo colectivo sin perder su carácter de librepensador, rasgo
indispensable para que un comunista, y cualquier persona más allá de cualquier
ideología, no pierda el sentido crítico y sea capaz de comprender cuándo la
herramienta es imprescindible y cuándo ha perdido su función y su condición de
tal.
Abrazarse al ser querido que yace inerte y frío,
abrazarse a un cadáver en descomposición no consuela ni da calor pero conlleva
el terrible riesgo de la septicemia por contagio.
Hay un proceso de duelo inevitable. Incluso hay una
necesaria etapa de descompresión que ha de hacer quien ha vivido muchos años
bajo la forma de una visión de la vida muy condicionada por una militancia que
la llena de sentido, en ausencia de otras cualidades que la enriquezcan-algo
muy triste, por otro lado-; algo así como una desprogramación.
La frustración vivida por el fracaso de los
proyectos colectivos, que tan a menudo se confunden con los personales, requieren
de un proceso de introyección y de reflexión que permitan empezar a ver sin
orejeras, analizar qué ha tenido uno
mismo que ver en ese fracaso, en qué medida no se ha sido corresponsable por
acción o por omisión ante el mismo.
Sólo una profunda autocrítica de cada militante
que se autodenomina comunista respecto a las políticas que ha aceptado
disciplinadamente (mal entendimiento del centralismo democrático) dentro de su
moribundo partido –Pactos de la Moncloa, aceptación y/o defensa de un
sindicalismo de concertación en el que ha militado, pactos de gobierno de la
marca electoral de su partido con los social-liberales sin lograr el
cumplimiento de uno sólo de los puntos programáticos pactados, apoyos de su
partido a la disidencia controlada de la revolución de color española que
supuso el 15-M con su ciudadanismo, transversalidad, inclusividad, oposición
radical a un discurso de clase y de lucha de clases y actuación como ariete
antiizquierda, las políticas de alianza con las nuevas socialdemocracias
representadas por los partidos del PIE y Syriza o los intentos de hacerlo en
España con la involución podemita, fetichismo parlamentario, malas relaciones
con los pocos partidos realmente comunistas que quedan en Europa, etc etc-
podría permitirle entender qué ha pasado, cómo su partido ha llegado a su
actual situación, decidir si desea ser parte de la reconstrucción de la idea
comunista en España, volverse a casa a llorar impotentemente su rabia o acabar
con Ángel Pérez a la cabeza en el Partido Socialista de Madrid, tras el pacto
de éste con Rafael Simancas para ingresar en esa cosa que hace muchos años
llamaron “la casa común de la izquierda”.
No suelo acudir al argumento de la traición como
explicación de las derivas ideológicas actuales de las izquierdas y de sus
prácticas políticas tan ajenas a lo que proclaman ser y pretender
programáticamente. Advierto que cuando hablo de programa no lo hago en clave electoral
sino en cuanto al proyecto de sociedad que los partidos dicen perseguir.
Como decía, el argumento de la traición no me
parece lo bastante sólido para explicar las derivas ideológicas de las
izquierdas hacia la derecha, el turboreformismo y su conversión en “izquierdas
del sistema”.
Con frecuencia ese recurso oculta mucho más de lo
que explica, funciona como apelación tranquilizadora para quien lo emite, por
cuanto que presupone una perspectiva contraria a la llamada traición y se agota
en sí mismo, sin llegar a desentrañar las auténticas razones de unas
involuciones ideológicas y políticas.
La traición política ha existido desde siempre,
desde los señores Vogt, hasta los agentes provocadores y los infiltrados,
pasando por los dirigentes que se venden “no
por el poco dinero que hace falta para comer, ni tampoco por el mucho que hace
falta para ser libre. Lo hacen siempre por sumas intermedias: las que sirven
para comprarse un coche más grande, o una casa, o una lancha motora, o
cualquier otra de las mierdas a las que la publicidad reduce el horizonte vital
de tantos cretinos”, como le hace decir Lorenzo Silva a León Zaldivar,
personaje de “El alquimista impaciente”.
Pero eso no resuelve el interrogante de porqué
sólo una parte de la militancia de dicho partido y de su marca electoral no
reaccionan ante el proyecto de sus dirigentes de disolver en breve ambas
organizaciones en nuevos engendros –porque hay varias alternativas a cada cuál
peor- ciudadanistas, desclasados, antiobreros y derechizados, mientras el resto
calla y quienes hoy vociferan sus cabreos –principalmente en redes sociales en
plan taberna cibernética- callaron durante tantos años.
Una primera interpretación es que a muchos de los
que reaccionan ante la destrucción de las siglas les importa muy poco el
contenido ideológico porque si les importara no estarían en organizaciones
socialdemócratas para las que sus interlocutores son Syriza pero no el KKE, en
organizaciones parlamentaristas que sólo creen en la vía electoral para
alcanzar el gobierno, que no el poder, cuyos interlocutores son vulgares
socialdemócratas desvergonzados como los Melenchon, los Lafontaine o los
Tsipras, y cuyas más “radicales” posiciones son el no al euro pero sí a la UE.
“Otra UE es posible” dicen descaradamente, obviando de forma cínica que el euro
carece de sentido sin la UE, que la UE es irreformable y antidemocrática de
origen y que su génesis está en la CECA (Comunidad Europea del Carbón y del
Acero), lo que es capitalismo sin más.
No señores, la socialdemocracia no es el PSOE, que
es social-liberal, cosa que prefieren negar para no admitir que la
socialdemocracia de hoy son su partido y su marca electoral.
Estoy convencido de que muchos de ustedes se
declaran comunistas por puro sentimentalismo (revolución rusa de 1917,
revolución cubana, papel del PCE durante la guerra civil española) pero, si les
hablan de dictadura del proletariado o de toma insurreccional del poder, un
escalofrío de rechazo les recorre la espalda a la mayoría de ustedes, nos
califican a quienes creemos en ello de radicales, nostálgicos, fundamentalistas
o cualquier otra cosa parecida, casi como lo haría cualquier afiliado
“izquierdista” del PSOE, de esos que creen que se puede ser marxista y militar
en tal partido.
El problema es que ustedes han sido educados o
deformados durante decenas de años en la negación de lo que es el comunismo, en
un trabajo político pensado para dar cobertura a sus grupos parlamentarios y en
una lucha de masas de la que esperan recoger rápidamente réditos electorales
antes que para educar a la clase trabajadora, crear conciencia de clase y
acumulación de fuerzas. Sí, son una parte de ustedes muy luchadores, eso es
innegable, pero luchan por sacar un diputado más, con esa perspectiva política.
Tsipras y Syriza ya nos han demostrado para qué sirven los votos, los grupos
parlamentarios y el gobierno cuando se aceptan las reglas del juego de la
legalidad burguesa.
Por otro lado, muchos de los que callan lo hacen
porque creen que así le prestan el servicio a sus organizaciones de no poner
las cosas peor y porque gran parte de su afiliación es ya demasiado mayor como
para quedarle fuerza alguna de rebelión ante ese estado de cosas.
Eso sin contar con los trepas de la dirección y de
sus bases dispuestos a hacer carrera profesional dentro de las mil plataformas
“en común” más o menos filopodemitas en las que ha estallado el confluying
desnaturalizado y desvergonzadamente claudicante a la que les han llevado sus
mediocres jefecillos.
No voy a negar algunas correctas posiciones
mantenidas por su partido y su marca electoral como el apoyo a las huelgas
generales o su posición ante el tratado de Maastrich pero cuando el otro día un
viejo militante del PCE me hablaba del papel de su partido en la lucha contra
la OTAN no puede evitar revolverme. Yo entonces aún compartía partido con
ustedes. Y sé muy bien que las movilizaciones anti OTAN fueron principalmente
obra de la extrema izquierda con organizaciones como el Comité AntiOTAN o la
CEOP (Coordinadora Estatal de Organizaciones Pacifistas). La Mesa ProReferéndum
no era otra cosa que una superestructura de notables, sin proyección social o
réplicas locales de otras mesas. Eso sí, sirvió para que a partir de ella se
creara Izquierda Unida con izquierdistas tan importantes como Ramón Tamames y
su partidillo de bolsillo, los Carlistas o la secta del Partido Humanista.
¿Saben ustedes que en los Pactos de la Moncloa que su partido y su sindicato de
referencia firmaron existía una cláusula por la que la izquierda se comprometía
a no criticar al gobierno de la UCD por su convenio con los Estados Unidos sobre
el uso de territorio español para el mantenimiento en él de bases militares USA
y de la OTAN? ¿Entienden ahora por qué los primeros años de las Marchas a
Torrejón su partido se negaba a apoyarlas?
¿Entienden por qué al principio del movimiento antiOTAN el PCE se
resistía a meter el tema de las bases porque decía que aquello dividía al
movimiento? Por supuesto que lo dividía, entre aquellos que entendían que no se
podía hablar de la OTAN sin hablar también de las bases militares USA en España
y quienes aún atendían a pactos secretos respecto al asunto de las mismas.
Lo destruido ya no es reversible. Los muertos no
resucitan. Quien diga creerlo una de dos, o bien es un idiota sin remedio o
bien un cínico impenitente incapaz de tener la valentía y la honestidad de
admitir su cooperación necesaria, por acción o por omisión, en dicha
destrucción.
En cualquier caso, todos nos hemos equivocado
alguna vez o muchas. Lo que convierte a una persona en general, y a un
comunista en particular, en alguien valioso como ser humano y en parte de la
solución a la ya larga crisis del pensamiento y del movimiento comunista
español, europeo y mundial es su capacidad de análisis de la situación, de
autocrítica y de voluntad sincera de corregir el rumbo errático.
Ello exige un gran esfuerzo de evolución personal
por parte de quienes hoy están enterrados hasta la cintura en luchas fraticidas
internas, atrapados en una cultura autodestructiva, en el resentimiento por los
fracasos políticos y en el ensimismamiento en una actitud de plañideras que
conduce a la parálisis y a la caquexia política, impidiendo a cada militante
desplegar lo mejor de sí mismo.
Y conlleva, tras el análisis de la situación, un
profundo ejercicio de humildad, que debe superar aquella cultura del nosotros
somos el centro del mundo, porque hace ya muchos años que no es verdad, y la
generosidad para volver a la lucha decididos a dar lo mejor de sí mismos.
Dejad que los muertos entierren a sus muertos.
Pasad la hoja de un calendario que ya ha cumplido su ciclo. Aprended de Marx y
Engels, que no sólo fueron unos extraordinarios pensadores revolucionarios sino
agitadores y militantes políticos que, cuando comprendían que unas herramientas
políticas habían dejado de ser útiles, se esforzaban en crear otras más
eficaces y que superasen las inercias y vicios anteriores. Hoy eso significa
reforzar aquello que intenta recuperar la identidad comunista y superar la
mentalidad fraccionaria, cainita y sectaria pero también de cortos vuelos
reformistas y, sobre todo y por todo, como buenos marxistas, revisar lo hecho
hasta el momento, deshacerse de lo que no sirve y fortalecer lo que sirve. Eso
o cocerse uno en su propia salsa en un ejercicio de masoquismo autodestructivo.
Siento haber sido muy duro con ustedes y
con sus organizaciones pero no me pidan que entone un panegírico respecto a las
mismas, ni siquiera un responso piadoso, cuando ni ellas ni ustedes mismos dan
ejemplo público de autocontención, mesura, sensatez y “buen rollo” sino que ventilan
sus vendettas en plaza pública, atrapados en el interior de un cadáver del que
no aciertan a salir.