Eric
Nepomuceno.Página/12
En
una misma jornada, el Congreso nacional ha sido escenario de una
victoria esencial para Dilma Rousseff y de una noticia que, aunque
esperada, puso al país patas arriba. Con la serenidad cuidadosamente
ensayada para la circunstancia, el presidente de la Cámara de
Diputados, Eduardo Cunha, del PMDB, que se supone sería el principal
aliado en la base de apoyo al gobierno, convocó una rueda de prensa
para anunciar que había decidido aceptar un pedido de apertura de
juicio político –el impeachment– contra la presidenta.
No
por coincidencia, el anuncio de Cunha fue hecho exactamente cuando el
presidente del Senado, Renan Calheiros, del mismo PMDB, confirmaba
que un proyecto de ley enviado por el Ejecutivo había sido aprobado
por amplia mayoría. Ha sido quizá la mayor victoria de Dilma en el
Congreso desde que se inició su segundo mandato, hace once meses.
Gracias a esa aprobación, su gobierno fue autorizado a cerrar las
cuentas de 2015 con un hueco descomunal, un déficit de 120 mil
millones de reales, lo que significa un agujero de estruendosos
31.500 millones de dólares (al cambio de ayer). De no haber sido
aprobada la modificación en el Presupuesto Nacional, Dilma Rousseff
estaría incumpliendo la Ley de Responsabilidad Fiscal, lo que
pondría su mandato en altísimo riesgo.
No
hubo tiempo, sin embargo, para celebraciones. Renan Calheiros
anunciaba el resultado de la votación cuando, en otra parte del
Congreso, Eduardo Cunha comunicaba su decisión de acatar un pedido
de impeachment acusando a Dilma precisamente de haber cometido crimen
de responsabilidad fiscal por haber gastado, en lo que va del año,
más de lo que había sido autorizado por diputados y senadores.
Cunha,
quien enfrenta un juicio en el Consejo de Etica de la Cámara de
Diputados, habló de manera serena e insistió, en tres ocasiones, en
que la suya había sido una decisión “estrictamente técnica”.
También repitió dos veces que no sentía “ninguna felicidad”
por haberla adoptado. Minutos después, en su cuenta de Twitter, el
mismo Cunha divulgaba alegres mensajes, asegurando que había
escuchado “los pedidos de la calle”. De decisión estrictamente
técnica, ninguna palabra.
Tan
pronto supo de la medida adoptada por Cunha, Dilma se reunió con su
núcleo duro y decidió hacer un rápido comunicado a la Nación, a
través de una cadena nacional de radio y televisión. En escasos
tres minutos, la presidenta manifestó que recibió “con
indignación” la medida “contra el mandato que me fue concedido
democráticamente por el pueblo brasileño”, aseguró que su
gobierno “no practicó actos ilícitos” y rechazó cualquier
fundamento en el pedido de impeachment aprobado por Cunha.
En
un clarísimo mensaje al presidente de la Cámara de Diputados, que
enfrenta procesos en la Corte Suprema por haber practicado evasión
fiscal, lavado de dinero, fraude contra el fisco y recibido coimas
millonarias, Dilma Rousseff dijo, con semblante claramente
contrariado, que “no existe sobre mí ninguna sospecha de desvío
de recursos públicos, no mantengo cuentas en el exterior y jamás
oculté del conocimiento público la existencia de mis bienes
personales”.
Luego
de las palabras de Dilma, algunos de sus asesores más cercanos
admitieron, en conversaciones reservadas (o casi), que “ha sido
mejor así”. Se explica: el gobierno estaba virtualmente paralizado
en manos de una Cámara de Diputados presidida por Cunha, que desde
hace al menos siete meses actuaba de manera pendular, como forma de
chantajear tanto al gobierno como a la oposición. Al gobierno lo
amenazaba con aceptar un pedido de impeachment si no era atendido en
sus insistentes pedidos de apoyo para mantenerse en su puesto,
principalmente después de que sobre él se desató una tormenta de
denuncias acompañadas de pruebas contundentes. A la oposición la
amenazaba con no aceptar ninguno de los pedidos de impeachment, a
menos que le asegurasen la tan requerida protección. Será más
fácil, dicen los asesores, derrumbar en el Congreso la iniciativa de
Cunha.
Controlando
al menos cien diputados en una Legislatura de 513 que es la de peor
nivel –político, intelectual, ético y moral– de los últimos
treinta años en Brasil, Cunha se movió como pez en el agua hasta
hace poco menos de tres meses, cuando creció de manera consistente
el volumen de acusaciones contra él. Dueño de una larga carrera de
escándalos, Cunha llegó a la presidencia de la Cámara gracias al
apoyo de las bancadas más retrógradas, y por haber sido siempre un
excelente captador de recursos –casi nunca lícitos– para ayudar
a financiar campañas ajenas, además, claro, de las suyas. Con eso
logró contar con la lealtad absoluta de muchos diputados
inexpresivos, que lo siguen y obedecen con la fidelidad de los perros
bien entrenados y alimentados.
A
partir de ahora, el trámite seguirá lo que determinan las leyes, y
será largo. Primero, se arma una Comisión Especial para analizar la
eventual admisibilidad del pedido de impeachment. Esa comisión es
formada obedeciendo a la proporcionalidad de los partidos en la
Cámara. Si la comisión mantiene el pedido, el tema será llevado al
Pleno, donde necesitará la aprobación de dos tercios, o sea, 342
diputados. Para impedir que eso ocurra, el gobierno tendrá de
alcanzar 171 votos. Si no los consigue, Dilma Rousseff será alejada
del puesto mientras se analiza el tema en el Senado, que tiene la
palabra final. En tal caso, asume el vicepresidente Michel Temer. El
gobierno necesitará igualmente del voto de dos tercios de los
senadores.
Es
muy poco probable que el gobierno, ya en la primera etapa, es decir,
en la Cámara, no logre los 171 votos necesarios. Algunos analistas
dicen que eso es casi imposible. De todas formas, mientras tramita el
proceso –cuyo plazo es difícil de calcular, una vez que la ley
establece un determinado número de sesiones para cada paso, y las
sesiones no tienen fecha rígida para ocurrir–, la tensión será
permanente. Con el país atravesando un cuadro económico
especialmente grave, ese nuevo ingrediente en una crisis política
que ya era bastante seria no hace más que dejar entrever un 2016 muy
duro.
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