“Al sueño americano,
se le han ido las manos
y ya no tiene nada que ofrecer,
sólo esperar y ver si cede
la gran bola de nieve
que se levanta por doquier.”
(“Hay que vivir”. Joan Baptista Humet)
Parece existir un amplio consenso entre los historiadores de las dos Guerras Mundiales en considerar a la II como una continuación de la I, hasta el punto de que con frecuencia se alude a la última como Guerra de Continuación. Se evidencia esta realidad tanto desde los aspectos y causas comunes de las dos como desde las derivadas de la I guerra en la II:
- En ambas guerras intereses de tipo económico, financiero y de dominación mundial tienen un peso decisivo en la participación de determinadas potencias: Inglaterra, USA, que siempre interviene cuando el enfrentamiento bélico ha debilitado a los contendientes (con el objetivo de avanzar hacia una posición imperial mundial, en medio de una Europa y un mundo con otras potencias debilitadas en su peso relativo), Alemania, Francia, Rusia/URSS.
- El factor de lucha por el reparto territorial de áreas de influencia está muy presente. Si en la de 1914 el débil papel alemán en el reparto colonial de África tiene su importancia, en la que se inicia en 1939 la “necesidad” de expansión de Alemania en Europa es una motivación evidente como desencadenante de la misma. Es lo que subyace en los principios del “anschluss” alemán (Austria, Sudetes checoslovacos, parte de Polonia,...).
- La búsqueda de materias primas y fuentes de energía que permitiesen mantener en funcionamiento y desarrollar los nuevos sectores productivos y estratégicos del capitalismo (industria química, automoción, bélica, naval,...)
- La existencia de una oligarquía financiera y de grandes monopolios que confluirán en una alianza entre capital financiero e industrial.
- El sentimiento de orgullo herido que supuso el tratado de Versalles tras la derrota de Alemania en la I G.M. para muchos ciudadanos de aquel país explicaría, en parte, el ascenso del nazismo y la entrada de este país en una nueva conflagración mundial con el objetivo de tomarse la revancha por las humillaciones sufridas a manos de otras potencias europeas.
- La guerra como fenómeno que se mueve alrededor de las crisis capitalistas. En 1913 se inicia la crisis derivada del abandono del patrón oro (USA concentrará a partir de entonces un creciente monto de la reserva mundial de oro) que durará oficialmente hasta 1936. En realidad la II G.M. no será sino una estrategia de salida mundial de la crisis mediante un intervencionismo económico de guerra, que en lo civil había fracasado como solución a dicha crisis de onda larga. La más conocida del 29 es un hito álgido del largo período de depresión económica.
- Una visión cínica y dura de las Relaciones Internacionales (RR.II) basada casi exclusivamente en la geopolítica, la geoestrategia y en el viejo principio del escritor romano Vegecio “Si vis pacem, para bellum”
- El militarismo creciente de los principales países posteriormente contendientes, que representa un rearme brutal tanto en inversión para la defensa, como en ingenios bélicos y, por supuesto, en dimensiones de los ejércitos, es una constante en ambas conflagraciones.
- El fracaso de la Sociedad de Naciones, nacida tras la I G.M., y de la diplomacia para resolver los conflictos de intereses entre las grandes potencias, lo que reforzaría una política de alianza de bloques, precursora del clima previo a ambas guerras. Frente a la carrera armamentista previa a la II G.M. la Sociedad de Naciones se mostraría especialmente ineficaz
- El elemento étnico, muy visible en los Balcanes en la guerra del 14, lo estará también en la que se inicia en el 39.
Desempolvando los viejos tambores de guerra:
Seguramente existan muchos otros factores comunes, causas y consecuencias que arrastran la transición desde la I conflagración mundial hasta la II pero creo que las expuestas son lo bastante poderosas para explicar dicha continuidad.
Posiblemente más de un lector, al repasar los puntos anteriores, haya sentido la inquietante desazón de comprobar que muchos de ellos vuelven a aparecer, tras la espesa bruma de la Historia, en la perspectiva presente.
Hoy, el declinante imperio mundial USA, trae la tensión a Europa a través de las distintas fases de la “revolución naranja” ucraniana, que en otros lugares del mundo han sido sus “revoluciones de colores” -especialmente en el mundo árabe/ musulmán- y que en dicho país han traído como últimas consecuencias un Maidan nazi y el genocidio contra los antifascistas del Donbass. Su objetivo no es otro que el del chantaje de la violencia, la amenaza y la guerra, potenciando el incremento de la tensión en las relaciones internacionales (RR.II.), el realineamiento de sus satélites en una nueva política de bloques que ha resucitado la guerra fría que ocupó desde 1947 hasta la disolución de la Unión Soviética en 1991.
El fracaso de la política imperial USA en Afganistán, Irak, Libia -tres Estados fallidos por la guerra-, en su agresión a Siria, armando a grupos terroristas yihadistas, derrotados una y otra vez por el ejército de este país, se ha visto acompañado de una pérdida del peso económico relativo de la que está dejando de ser primera potencia mundial ante el empuje de China y del resto de los BRICS, que cooperan hacia la desdolarización de las relaciones económicas mundiales, lo que impedirá a USA continuar exportando su inflación, la mayor del mundo, en medio de la más grande crisis económica en la historia del capitalismo.
La política de presión y amenazas contra Cuba, Venezuela, Bolivia y en menor medida Ecuador, el chantaje financiero contra Argentina están fracasando y previsiblemente lo seguirán haciendo, a pesar de la virulencia con la que se practican -incluso mediante atentados de falsa bandera, “guerras de baja intensidad”, "guerras de cuarta generación" o revueltas bien programadas de las franquicias “indignadas” de las clases medias argentinas, brasileñas o venezolanas- porque los gobiernos de dichos países han establecido con sus clases populares sólidas alianzas basadas en políticas sociales y resistentes a la hegemonía imperialista, que en algunos casos han abierto procesos de avance hacia el socialismo.
Ante el evidente fracaso del imperialismo USA en Oriente Medio y en América Latina, la cuál ha dejado de ser su patio trasero, el gendarme se vuelve hacia una Europa dócil, siempre dispuesta a recibir las patadas del amigo americano a Rusia en su propio culo.
El papel de los gobiernos europeos y de la gran mayoría de los medios de desinformación de los países de la UE en la crisis ucraniana desatada desde el Maidan nazí ha sido tan complaciente con los intereses USA que las sucesivas provocaciones contra Rusia, que se han plasmado no sólo en el atentado de falsa bandera contra el avión de pasajeros MH17 de Malaysia Arlines del que se intenta culpar alternativamente a los antifascistas del Donbass como al gobierno ruso, sino también tras las sanciones económicas a Rusia resultantes de la adhesión por referéndum de Crimea a este país o del tímido apoyo de ésta a los antifascistas del Este de Ucrania.
Pues bien, los principales expertos económicos europeos y grandes dirigentes empresariales ya reconocen abiertamente que las sanciones a Rusia tendrán un efecto rebote sobre la economía de los países miembros de la UE, y específicamente de Alemania, hasta el punto de que reducirán a la mitad el crecimiento esperado, con anterioridad a dichas sanciones, de la zona euro para 2015. Y es que el entrelazamiento financiero y empresarial de las economías de estos países con la rusa en un marco mundial globalizado trae este tipo de consecuencias que pueden dar incluso al traste con la prevista pero muy débil recuperación europea.
Para USA este riesgo, lejos de ser un freno al sacrificio de los intereses europeos por parte USA, actuará como acicate, ya que ello puede, mediante una combinación de propaganda belicista y antirusa de la guerra fría que vuelve, presiones sobre las cancillerías europeas, militarismo OTAN y claudicante subordinación de los países de la UE a los intereses del imperialismo, exacerbar las tensiones UE-Rusia y acabar con las veleidades alemanas de buscar en dicho país un socio económico que permita al gobierno Merkel un acercamiento al gran mercado postsoviético.
Actualmente la OTAN trata de cercar a Rusia, una vez satanizada la figura de su Presidente como causante de todos los males de Occidente. En Polonia, Hungría, Rumanía, Bulgaria, Estonia, Ucrania, Azerbaiyán, Tayikistán, Armenia y Georgia se realizan operaciones, entrenamientos y maniobras de la OTAN, con el fin de amenazar a Rusia y mostrarle el poder de aislamiento de la organización armada al servicio del Imperio.
En paralelo la OTAN chantajea a China, un país que a pesar de su gran crecimiento económico, no exento de riesgos de burbujas, apenas ha incrementado su gasto militar en los últimos años, a través de la operación Rimpac 2014, la mayor maniobra militar del mundo, con más de 50 buques de guerra, unos 200 aviones y 25.000 soldados de 22 países. Este objetivo, que no es el otro que el de disuadir a China de su colaboración militar y económica recientemente establecida con Rusia, complementa a las tensiones militaristas que USA anima en la disputa de Japón -su gran aliado en el Pacífico- con China sobre los islotes Senkaku-Diaoyu.
Provocación tras provocación, el imperialismo USA busca, por un lado, lograr que el Kremlin dé un traspiés en su política internacional al sentirse acorralado. Hasta ahora la diplomacia y los estrategas moscovitas han demostrado ser infinitamente más sensatos y mesurados que los expertos y asesores de la Casa Blanca y el Pentágono que recuerdan al demente y desproporcionado doctor Strangelove de la magnífica película de Stanley Kubrick “¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú”. Del mismo modo, el Ministro de Exteriores ruso Serguéi Lavrov es claramente más conciliador que su homólogo norteamericano John Kerry o que su predecesora Hilary Clinton.
El efecto de una presión constante y creciente del Imperialismo norteamericano sobre Rusia es el de exacerbar sus tendencias nacionalistas, ya muy marcadas en el Kremlin, pero que están reforzando a los sectores de extrema derecha de la sociedad rusa, como los representados por Alexander Duguin y Eduard Limonov, lo que abre vías a un posible descontrol futuro de la situación interna, algo por el momento evitado, dado el auge de popularidad de Putin, y, consecuentemente, de una tensión internacional que si hasta ahora no se ha incrementado más es precisamente por la templanza rusa.
Asistimos a una reedición de la Nueva Jerusalén, como forma física de una visión espiritual de la Ciudad de Dios, representada en la figura de pueblo elegido o, en su versión laica, en la vieja doctrina del Destino Manifiesto, que ahora no puede aplastar a los pueblos de América Latina sino que trata de sojuzgar a un mundo (Europa, Rusia, Sudeste Asiático, Oriente Medio) que rechaza y se muestra cada vez más insumiso a la unipolaridad impuesta por el gendarme norteamericano.
El riesgo de esta escalada belicista es no sólo la patologización de las RR.II sino también la creciente fascistización de la política interior y exterior USA, u riesgo para el resto de las potencias mundiales, que se ven sometidas al albur de la paranoia de una Casa Blanca y un Pentágono que perciben el mundo con la aguda desconfianza de quien sólo ve enemigos a su alrededor -incapaz de aceptar el nuevo mundo que está naciendo en el que Norteamérica ya no será más la primera potencia mundial y tendrá que compartir con otras potencias emergentes el protagonismo internacional-, la posibilidad de establecer estrategias diplomáticas sólidas, racionales, previsibles y duraderas.
Hoy ya no es necesario que la paz mundial sea amenazada por el ascenso a los gobiernos de psicópatas tipo Hitler, Hirohito o Mussolini. La institucionalización de esa psicopatología como vía de acción política internacional a través de la amenaza de la guerra, empleada para intentar revertir la decadencia de un Imperio es, en sí, cien veces más peligrosa que la figura de un político loco y genocida, por mucho que no falten personajes así entre los asesores y políticos norteamericanos o entre la extrema derecha del Tea Party, todos ellos alimentados por el complejo militar-industrial norteamericano. Ahora es el sistema político USA el que se ha instalado en la locura, sin necesidad de que la acción carismática de ningún dirigente lo transforme con posterioridad. La demencia es sistémica en origen.
Los herederos de los teóricos del realismo político en las RR.II. (Morgenthau, Carr, Kennan,...), para los que los Estados son las entidades supremas y actores cuasi únicos de las mismas, son hoy los halcones de Washington que conciben un mundo en el que el respeto a los derechos humanos, a la soberanía de los pueblos, a la cooperación internacional entre las naciones y a la opinión pública internacional son obstáculos que han de ser abatidos para desplegar, sin oposición alguna, su voluntad de poder; algo muy parecido a la concepción de prusiana y nacionalsocialista del oponente como enemigo.
Por otro lado, la guerra aparece hoy como la gran tentación capitalista para unas élites políticas y económicas que saben que la actual crisis del sistema económico mundial puede encontrar alguna onda corta de recuperación pero que, a largo plazo, es irresoluble porque no es sólo financiera, económica y de sobreproducción sino también alimentaria, energética, ecológica y de civilización y por tanto irresoluble dentro del marco capitalista.
Es algo que el imperialismo comprende muy bien. Algunos teóricos sobre el origen de los Estados, vinculan la formación de estos al control de los recursos hídricos, del agua. Seguramente la última guerra de la humanidad pudiera ser por el control de los últimos humedales, si no lo impedimos. De momento, las agresiones USA a Irak, porque ha habido varias, han tenido las mismas motivaciones que la destrucción de Libia, el petroleo, y las provocaciones a Rusia a través de Kiev tienen que ver con el interés por hacerse con parte del gas ruso que atraviesa Ucrania o de las formidables reservas del gas del lignito, de metano, de petróleo o de uranio que se encuentran en su subsuelo.
Como tras el inicio de la crisis del 29, con un New Deal que fracasó, la guerra mundial aparece hoy en el horizonte como una tentación deseable para unos poderes sistémicos que no piensan sino en su propia supervivencia, aunque ello pueda suponer el riesgo de la devastación total y de la desaparición de la especie humana, dentro de un tablero de ajedrez en el que las piezas principales son ojivas nucleares y misiles de largo alcance. La destrucción del excedente mediante el negocio de la carrera armamentista y de la conflagración bélica de grandes dimensiones primero, y de la reconstrucción después, es la visión enloquecida de quienes ven en la guerra su oportunidad para la supervivencia de un sistema que está revelando toda la perversión que lleva en sus entrañas.
Como si del gran potlatch pirómano de los kwakiult se tratara, la orgía destructora sería el gran festín ceremonial del derroche y el impulso irracional de la manifestación de poder.
Necesidad de un poderoso movimiento mundial por la paz:
“Ara que som junts
diré el que tu i jo sabem
i que sovint oblidem:
Hem vist la por
ser llei per a tots.
Hem vist la sang
—que sols fa sang—
ser llei del món.”
(“Digem no”. Raimon)
100 años después del inicio de la I Guerra Mundial y 75 del comienzo de la II, éste es el retrato de la nueva amenaza que se yergue sobre los seres humanos y las naciones.
Seguramente serán muchos quienes consideren mis palabras exageradas y el cuadro que les he pintado un tanto fantasioso. Así debió parecerles en el inicio de aquel verano de 1914 a muchos más pero apenas un mes más tarde los campos de Europa se llenaban de muertos. Seguramente también en el verano de 1939 fuesen muchos los que desestimasen como muy improbable una nueva conflagración pero el 1 de Septiembre de ese mismo año las tropas de la Wehrmacht entraban en Polonia y Francia e Inglaterra, como consecuencia de ello, declaraban la guerra al Tercer Reich.
Las sociedades humanas a menudo actúan demasiado tarde frente a los desafíos que se les vienen encima, rara vez muestran su capacidad de anticipación y, cuando responden, muchas veces es ya demasiado tarde para evitar las consecuencias de esa imprevisibilidad.
Una de las razones de ello es la desinformación tan hábilmente practicada por los medios de adocenamiento y desinformación actuales. Otra es la más diversa oferta de opio narcotizante en forma de entretenimiento.
No podemos olvidar tampoco la mal entendida forma de autoprotegerse el ser humano de aquello que le produce miedo, pesar o dolor y que no es otra cosa que la de mirar para otro lado o hacer como el avestruz que entierra su cabeza en un hoyo.
Sea como sea, y sin ánimo de pontificar o adoctrinar, creo imprescindible y urgente ponerse manos a la obra para levantar un poderoso movimiento por la paz a nivel mundial; un poderoso movimiento por la paz capaz de desenmascarar las políticas guerreras a las que el imperialismo pretende conducir a la humanidad para salvar su poder mundial y al sistema económico de muerte, explotación y depredación al que lleva siglos condenándonos; un movimiento por la paz que informe, denuncie, organice y movilice a la inmensa mayoría de la sociedad humana del horror bélico al que los tambores de guerra capitalistas pretenden arrastrarnos.
Quizá sólo dos agresiones armadas del imperialismo -la de Vietnam y la de Irak- en los últimos 40 años hayan generado tanta solidaridad antibelicista internacional pero ellas fueron en mucho mayor medida una reacción “ex post” frente a una iniciativa militarista que ya había tomado sus decisiones por anticipado. Ni siquiera el genocidio sionista de Israel contra el pueblo palestino, perpetrado estos días en Gaza por el gran amigo del inquilino de la Casa Blanca, moviliza hoy las conciencias en un movimiento tan activo e insurgente como lo hicieron aquellas luchas contra la guerra.
En 1914 el movimiento obrero socialista fue derrotado bien por ponerse del lado de los señores de la guerra desde el primer momento, bien por oponerse inicialmente a ellos para acabar claudicando después.
Hace demasiado tiempo que los exaltadores de la irracionalidad de la muerte y las patrias armadas hasta los dientes llevan la iniciativa y lo hacen quizá porque quienes amamos la paz entre los pueblos no hemos sido capaces de construir una cultura de la misma; una cultura y unos valores de la paz capaces de imponerse a la pulsión destructora de Thánatos, con la inteligencia suficiente para no ir a la zaga de los acontecimientos que los halcones marcan en cada una de sus arremetidas sino de condicionar decisivamente las relaciones entre los países y los Estados.
Pero ello no significa caer en la ingenuidad del aséptico “ni-nismo” político o de un gandhismo reaccionario en el fondo porque ambos pretenden hacernos ignorar que a las guerras las alimentan, junto a la demagogia patriotera de los mercaderes de la muerte y de los gobernantes criminales, la injusticia, la desigualdad, la opresión, la pobreza o el temor a ella y, en consecuencia, un capitalismo que ve en la guerra un medio “alternativo” para la realización de su beneficio. Y que, en tanto que el capitalismo sea el modo bajo el que los seres humanos “organicen” sus vidas, no existirá una auténtica oportunidad para la paz.
Esa cultura de la paz debe ser ante todo una visión de cómo deben regirse las relaciones entre los pueblos y entre los Estados. Pretender extenderla hacia una cooperación desigual entre explotadores y explotados, entre opresores y oprimidos sería una lectura interesada de conciliación de intereses entre clases sociales que son antagónicas por definición, como hoy pretenden hacernos creer discursos supuestamente transideológicos y que son, en realidad, cómplices del mismo capitalismo que nos lleva a las guerras. Paz entre los pueblos no significa en absoluto concordia entre las clases.
Ese movimiento por la paz debiera afirmar también su carácter antifascista porque el fascismo es hoy una de las banderas del capitalismo que conducen hacia la guerra, como queda más que patente con el actual gobierno ucraniano o el lenguaje matonesco de los "recuperados" fascismos europeos, y un enemigo declarado de la razón y la humanidad.
Tampoco significa alinearse con los intereses específicos de Estado de ningún país, por justas que puedan parecer o ser sus posiciones. Una cosa es denunciar el acoso belicista del imperialismo a otras naciones o su furor guerrero y algo muy distinto reproducir errores, hoy afortunadamente superados por la propia historia, como aquellos en los que en su momento cayeron organizaciones como el Consejo Mundial por la Paz.
Es necesario, frente al creciente nacionalismo reaccionario y de confrontación que amenaza la convivencia de las gentes que habitan Europa, recuperar una conciencia de pertenencia universal al único pueblo al que merece la pena pertenecer, el de la especie humana, esa idea que estaba tras la frase de Samuel Johnson para quién “el patriotismo es el último refugio de los canallas”. El derecho a la soberanía de los pueblos no puede legitimar el “ius belli” como razón fundacional y última de los Estados.
Del mismo modo que en el ejército sionista israelí ha crecido la objeción de conciencia ante la barbarie criminal contra el pueblo palestino, es necesario que la cultura de la paz penetre en los cuarteles de las potencias agresoras, especialmente de los ejércitos de la OTAN, empapando las conciencias de los militares hasta el punto de que, en caso de riesgo de confrontación bélica, la insumisión a coger las armas y la deserción sean auténticas opciones incluso entre los militares profesionales. Ello exige permeabilizar las relaciones entre civiles y soldados, haciendo que estos últimos se vean cada vez más influidos por una nueva sensibilidad antibelicista.
Sólo la creación de una conciencia de que habitamos un único mundo, al que no podemos sustituir porque no tenemos otro, y que debemos hacerlo mejor para nosotros y para las generaciones venideras, puede llegar a sobreponerse frente a una visión de las patrias y las naciones concebida como oposición y antagonismo al otro, algo tan absurdo e idiota como que cada ejército reza a su dios para que le dé la victoria en las batallas.
No hay honor ni gloria en la muerte. Sólo muerte definitiva...para siempre.
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