7 de mayo de 2013

CONVERGENCIAS: ORIGEN Y DECLINACIÓN DEL CAPITALISMO


Jorge Beinstein

Retorno al origen
En ciertos rituales funerarios de tiempos remotos los muertos eran colocados en posición fetal, por ejemplo se han encontrado restos de neardentales sepultados de esa manera con la cabeza apuntando hacia el Oeste y los pies hacia el Este, algunas hipótesis antropológicas sostienen que esa disposición del cadáver estaba relacionada con la creencia en el renacimiento del muerto.

La civilización burguesa a medida que avanza su senilidad parece reiterar esos ritos, preparándose para el desenlace final apunta la cabeza hacia su origen occidental y va acomodando el cuerpo degradado buscando recuperar las formas prenatales intentando tal vez así conseguir una vitalidad irremediablemente perdida.

El fin y el origen aparentan converger, pero el anciano no consigue volver al pasado sino más bien reproducirlo de manera grotesca, decadente. Hacia el final de su recorrido histórico el capitalismo se vuelca prioritariamente hacia las finanzas, el comercio y el militarismo en su nivel más aventurero “copiando” sus comienzos cuando Occidente consiguió saquear recursos naturales, sobreexplotar poblaciones y realizar genocidios acumulando de ese modo riquezas desmesuradas con relación a su tamaño lo que le permitió expandir sus mercados internos, invertir en nuevas formas productivas, desarrollar instituciones, capacidad científica y técnica. En suma construir la “civilización” que llevó Voltaire a señalar: “la civilización no suprime la barbarie, la perfecciona”.

La decadencia del mundo burgués imita en cierto modo a su origen pero no lo hace a partir de un protagonista joven sino decrépito y en un contexto completamente diferente: el de la gestación era un planeta rico en recursos humanos y naturales disponibles, virgen desde el punto de vista de los apetitos capitalistas, el actual es un contexto saturado de capitalismo, con fuertes espacios resistentes o poco manejables en la periferia, con numerosos recursos naturales decisivos en rápido agotamiento y un medio ambiente
global desquiciado.

Fin de ciclo. Decadencia: del capitalismo industrial al parasitismo.

Toda la historia del capitalismo está atravesada por numerosas crisis de corta, mediana y larga duración, de gestación, de nacimiento, de crecimiento, de madurez, de decadencia, sectorial, plurisectorial, general etc. La actual coyuntura global suele ser descripta empleando el término crisis (del neoliberalismo, financiera, sistémica, del capitalismo, de civilización...), ¿se trata realmente de una crisis o de algo más? ¿Nos encontramos ante una turbulencia devastadora o no tan truculenta pero anunciadora de un nuevo orden mundial capitalista, es decir de una regeneración sistémica o bien del canto del cisne de una civilización caduca?, en el primer caso correspondería hablar de crisis de reconversión, de destrucción creadora en el sentido shumpeteriano, en el segundo podría en principio alcanzar con una sola palabra: decadencia.

Los conceptos de crisis y decadencia son ambiguos, su uso no resuelve completamente los interrogantes que plantea la descripción de la realidad actual. Por lo general hablamos de crisis cuando nos enfrentamos a una turbulencia o perturbación importante del sistema social, el concepto de decadencia suele ser asociado a la idea de irreversibilidad, de trayectoria ineludible, de camino más o menos lento, accidentado o calmo hacia la
extinción, hacia el final. Sin embargo la historia muestra tanto largos procesos de declinación que culminan con el fin de una sociedad o una civilización como fenómenos visualizados como decadencias pero que en algún momento se convierten en renacimiento, en inicio de una segunda juventud. Sobre todo durante ciertos períodos de transición cultural donde se combina lo viejo declinante pero todavía hegemónico con lo nuevo ascendente aunque soportando derrotas, fracasos propios de las experiencias demasiado jóvenes, demasiado dependientes del “sentido común” establecido por las antiguas verdades capaces de sobrevivir durante mucho tiempo a su creciente divorcio
con la realidad.

Muchas veces una crisis prolongada atravesada por turbulencias que se van sucediendo unas tras otras conformando una continuidad de calamidades aparece como un mundo que se derrumba cuando puede llegar a ser el taller de forja de una nueva era. La llamada “larga crisis del siglo XVII” que afectó a Europa y que se fue convirtiendo gradualmente en la base de lanzamiento planetario de la modernidad occidental fue vista por buena parte de sus contemporáneos más lúcidos como una época de desastres y decadencia
universal.

Esa visión se prolongó hasta bien entrado el siglo XVIII cuando la emergencia del iluminismo, de la ideología del progreso, del culto a la Razón, se combinaron en las elites de Occidente con el fantasma de la decadencia, simbolizada por la declinación del imperio romano. En 1734 Montesquieu publicada sus “Consideraciones acerca de las causas de la grandeza y decadencia de los romanos” y curiosamente en 1776 en la Inglaterra donde
comenzaba a abrirse paso la Revolución Industrial mientras Adam Smith publicada la primera edición de “La riqueza de las naciones” estableciendo las bases teóricas del capitalismo liberal naciente, marcando el avance optimista del racionalismo burgués, Edward Gibbon publicaba la primera edición de su “Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano” engrosando el espacio de las visiones pesimistas de las elites tradicionales de Europa angustiadas por la declinación del universo cultural e institucional de las aristocracias.

No está de más recordar lo que podríamos calificar como obsesión y nostalgia plurisecular recurrente de la cultura occidental en torno de la grandeza de la Roma imperial, de su durable “pax romana” o dominación “universal” (del “universo” colonial posible en esa época con centro en el Mar Mediterráneo). Desde la tentativa de restauración del imperio varios siglos después de su derrumbe con la proclamación en Roma de Carlomagno en el año 800 (y en consecuencia del extinto Imperio Romano de Occidente), siguiendo con el
Sacro Imperio Romano Germánico (el “Primer Reich”) en el siglo posterior, llegando a los delirios imperiales-romanos del emperador Napoleón, continuando con el Kaiserreich (“Kaiser” derivado del Caesar romano) o “Segundo Reich” de Alemania desde 1871 radicalizado luego por Hitler como “Tercer Reich”, la Italia fascista proclamada por Mussolini como Tercera Roma (la “Terza Roma” heredera de la Roma Imperial y de la Roma Papal) y por supuesto falangistas, nazis y fascistas saludando con el brazo en alto, el saludo romano imperial, para llegar finalmente (por ahora) a las elucubraciones durante la década pasada acerca de la Pax Americana imaginada por los halcones de George W. Bush como una suerte de reedición a escala planetaria del Imperio Romano tal como lo plantearon en su momento textos influyentes en el primer círculo del poder de los Estados Unidos por autores como Robert Kaplan (1).

Pero la nostalgia imperialista no puede prescindir del temor oculto que se esconde por debajo de la euforia, porque el esplendor esclavista anunciaba su decadencia, sus lujos parasitarios resultado de la incesante expansión del sistema se convirtieron en el veneno mortal, la droga que alentó su ruina. Como señalaba Juvenal: “El lujo, más insidioso que el enemigo extranjero, nos apoya su pesada mano, vengando al mundo que hemos conquistado” (2). La estrafalaria literatura que proliferó a comienzos del siglo XXI alentada
por el triunfalismo de los halcones del Imperio desarrollando paralelos entre Roma (de los césares) y Washington (de Bush) lo hizo en paralelo a la aparición de numerosos textos referidos a la decadencia romana muchos de ellos estableciendo similitudes con las potencias occidentales principalmente los Estados Unidos.

La larga crisis del siglo XVII fue una enorme trituradora histórica de viejas estructuras y mentalidades generando el declive de las monarquías absolutistas de Occidente y más adelante favoreciendo el ascenso del capitalismo industrial a partir de una crisis de nacimiento, del parto turbulento, dramático del mundo moderno entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX marcado por la revolución industrial en Inglaterra, la Revolución Francesa, las guerras napoleónicas, la Restauración, etc.

Mucho tiempo después Europa vivió una crisis relativamente larga entre 1914 y 1945, fue pensada por los bolcheviques como la declinación universal del capitalismo que abría las puertas a su superación revolucionaria, socialista-comunista. En realidad se trató de un proceso complejo que combinaba elementos incipientes de decadencia, significativos pero insuficientes como para conformar una avalancha global imparable, con otros de recomposición, de rejuvenecimiento como la intervención estatal en la economía, la masa
de inventos, de ideas técnicas que se fueron transformando en innovaciones abriendo un nuevo horizonte social y sobre todo la presencia de los aparatos militares en expansión conjugando potencia y acción destructiva con multiplicadores del consumo, la inversión y la renovación tecnológica de la producción civil (keynesianismo militar).

Los comunistas de los años 1920 subestimaban la capacidad de recomposición del mundo burgués pero la extrema derecha, los fascistas de esa época la sobrestimaban, le atribuían una esperanza de vida demasiado prolongada, así es como Mussolini proclamaba triunfalista en un artículo de enero de 1921: “el capitalismo está ahora apenas en el inicio de su historia”, capítulo en el que el nuevo autoritarismo fascista proyectaba cumplir un papel decisivo, refundador, recuperando las raíces más brutales del sistema. El Duce lo sintetizaba ante la Cámara de Diputados italiana algunos meses después: “la verdadera historia del capitalismo empieza ahora... hay que abolir el Estado colectivista, tal como la guerra nos lo ha transmitido por la necesidad de las circunstancias y volver al estado Manchesteriano” (3). Disciplinamiento dictatorial de la fuerza laboral y libertad total para los capitalistas.

Sin embargo el sistema no podía regresar al siglo XIX, sus bloqueos estructurales lo obligaban a utilizar la intervención estatal en la economía para desarrollar nuevos espacios de rentabilización como la industria de guerra y las grandes obras públicas. Lo que se empezaba a instalar no era el viejo capitalismo liberal decimonónico sino su tabla de salvación militarista, intervencionista que en su primera etapa europea durante los años 1920-1930 asumió la forma de mutación ideológica desde el liberalismo hacia el
totalitarismo fascista bajo el paraguas legitimador de la “comunidad nacional” aplastando a los “intereses sectoriales”... de los de abajo. Como señalaba Horkheimer “la idea de comunidad nacional (la “Volksgemeinschaft” de los nazis), levantada como objeto de idolatría no podía en última instancia ser sostenida sino por medio del terror. Esto explica la tendencia del liberalismo a derivar hacia el fascismo” (4).

La recomposición estatista (keynesiana) del capitalismo central cuando emergió de la Segunda Guerra Mundial tuvo una era dorada de apenas un cuarto de siglo (aproximadamente 1945-1970), luego se inició una sucesión de turbulencias que dura hasta el presente.

Más adelante desde los años 1980 apareció lo que los medios de comunicación anunciaban como recomposición neoliberal del sistema, sin embargo los datos duros demuestran que más allá del barullo mediático optimista se producía un deterioro sistémico que se profundizaba con el correr de los años, las tasas de crecimiento productivo global, principalmente en los países centrales, se fueron reduciendo como tendencia de largo plazo, la economía mundial se fue financierizando hasta que hacia fines de la primera década del siglo XXI la masa financiera global equivalía a veinte veces
el Producto Bruto Mundial, los estados, las empresas y los consumidores de las naciones ricas se endeudaban vertiginosamente hasta quedar aplastados por las deudas.

Esta larga degradación tiene todas las características de una decadencia, lenta si la medimos según los ritmos del siglo XX, se trata de una trayectoria de aproximadamente cuatro décadas cuyo despegue puede ser situado en el período 1968-1973/74. A partir de allí la expansión del capitalismo global se combina con el deterioro de sus componentes fundamentales que van siendo cubiertas por el parasitismo financiero y consumista, una militarización desestructurante y donde la dinámica tecnológica está en el centro de una
depredación sin precedentes de los recursos naturales. El recorrido no alcanza un punto de regeneración sino todo lo contrario, hacia los años 2007-2008-2009 se produce un verdadero salto cualitativo y la decadencia se radicaliza convirtiéndose en un fenómeno de autodestrucción.

Decadencia general del sistema y no crisis larga ni de crecimiento como lo ocurrido en Europa en el siglo XVII y entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX, tampoco aparecen como en el período 1914-1945 expresiones de declinación mezcladas con otras de recomposición marcadas por la declinación de Europa centro-occidental y el ascenso de los Estados Unidos.

Respecto a esto último es necesario señalar que desde el punto de vista de la dinámica del capitalismo mundial la China de comienzos del siglo XXI no es el equivalente de los Estados Unidos de la primera mitad del siglo XX. La economía china es periférica respecto de las potencias centrales, su desarrollo depende de su estructura industrial-exportadora atada a sus principales clientes: los Estados Unidos, la Unión Europea y Japón compradores del grueso de sus exportaciones que constituyen aproximadamente la mitad de su producción industrial y en consecuencia cerca del 25 % de su Producto Bruto Interno.

Lo hace a partir de su mano de obra barata lo que permite a esas potencias sobreexplotar de manera directa e indirecta a unos 230 millones de obreros industriales y a un abanico aún más extendido de trabajadores chinos. Acumula mas de 3,5 billones (millones de millones) de dólares de reservas, montaña de papeles de valor futuro incierto, el endeudamiento estatal y empresario crece vertiginosamente y su economía está plenamente integrada a la maraña financiera global que impacta en su interior generando burbujas especulativas, distorsiones inflacionarias, corrupción institucional (5).

Su desinfle actual acorde con el estancamiento de los centros imperiales es inevitable y las tentativas de las autoridades por suavizarlo, contenerlo dentro de límites manejables choca cada vez más con una configuración social elitista que bloquea la expansión del mercado interno. A esto se agrega la rigidez de estructuras industriales transnacionalizadas, incorporadas a redes comerciales y financieras globales, tecnológicamente modeladas por la demanda de los países ricos cuya reconversión hacia la demanda local constituye una suerte de cuadratura del círculo.

Mientras tanto China ha salido de la existencia marginal y miserable a la que la había condenado la decadencia del viejo imperio y la colonización occidental y hoy dispone de un potencial industrial, científico-tecnológico, militar, etc. (producto de los procesos de desarrollo iniciado hace algo más de seis décadas) que la convierte en un protagonista decisivo de las futuras turbulencias internacionales.

La visión de una China “más desarrollada” puede ser extendida al conjunto de la periferia, en especial a sus grandes naciones como India, Brasil o Rusia y a otras de menor talla como Sudáfrica, Argentina o Venezuela lo que conduce inevitablemente hacia el campo de las ilusiones en torno de la renovación del capitalismo global a partir de la periferia, de su despegue positivo respecto de la decadencia occidental (y japonesa). Pero los datos sobre China, India, Brasil, Rusia, etc., muestran la integración de esas economías a la red financiera global centrada en los espacios especulativos de Occidente y si bien es cierto que las economías periféricas emergentes siguen creciendo no es menos cierto que su crecimiento se va desinflando, lo hace con un desfasaje temporal que se ha venido sosteniendo durante el último lustro pero que podría ser corregido próximamente de manera abrupta.

Aunque esta aclaración debe ser asociada al hecho de que sobre todo durante la última década se ha producido un cambio significativo en la geografía económica mundial donde ahora una parte significativa de la periferia presenta niveles relativos de desarrollo industrial, militar, urbano, etc. que la hacen menos sometida a la jerarquía global tradicional del capitalismo, más independiente desde el punto de vista político. Medido a “paridad de poder de compra” la suma de los PBI de tres países periféricos Brasil, India y China es hoy equivalente a la de las grandes economías occidentales (Inglaterra, Francia, Canadá, Italia, Alemania y los Estados Unidos) y el comercio entre los países del Sur es ya casi igual al que existe entre los países del Norte.

La agravación futura del deterioro del capitalismo global abre por consiguiente importantes espacios de autonomía en la periferia que cuenta ahora con bases productivas y culturales que le podrían permitir atravesar con mayor facilidad las barreras burguesas y defenderse de eventuales agresiones externas.

Pensemos por ejemplo en la ola de movimientos sociales y los crecimientos productivos de América Latina en la última década, en China pasando de 50 millones a 230 millones de obreros industriales en un cuarto de siglo, en una periferia donde la comunicaciones se han expandido exponencialmente: la masificación de internet era a comienzos de la década pasada una marca distintiva de los países centrales pero actualmente en la periferia los usuarios de internet superan las 1500 millones de personas contra poco más de 600 millones en los países centrales.

Esto nos lleva al primer indicador de la decadencia global: la declinación sin remplazo a la vista del centro dominante (occidental) del sistema. La integración (política, militar, financiera, etc.) de las grandes potencias capitalistas en torno de los Estados Unidos conformó una suerte de imperialismo colectivo que solo una grado muy avanzado de la decadencia podría llegar a deshacer y por otra parte ninguna de las economías importantes de la periferia está en condiciones de convertirse en superpotencia imperialista planetaria. Queda planteada la posibilidad teórica de un capitalismo mundial sin centro imperialista, es decir sin un amo capaz de imponer reglas de juego al conjunto del sistema ante lo cual las mismas serían el resultado de una suerte de idílica armonía universal. De ese modo una formación social esencialmente autoritaria conseguiría funcionar de manera democrática en el plano internacional estableciendo reglas de juego mínimamente estables: un verdadero milagro histórico. La otra alternativa sería la del funcionamiento del sistema sin reglas de juego estables reproduciéndose positivamente en medio del caos: un milagro histórico aún mayor.

A este indicador decisivo es posible agregar otros como la tendencia (desde los años 1970 hasta el presente) a la desaceleración del crecimiento global, la hipertrofia (hegemónica) de las redes financieras cuya expansión ha ingresado en el nivel de metástasis invadiendo-degradando a la totalidad del sistema global, la evidencia de rendimientos productivos decrecientes de la revolución tecnológica que sometida a la dinámica del capitalismo parasitario se va convirtiendo en un factor de destrucción neta de fuerzas productivas, el estancamiento o declinación en la extracción de recursos naturales
no renovables decisivos (por ejemplo el petróleo), la decadencia del estado burgués, su transformación en los países centrales en un aparato manipulado por bandas mafiosas, la desintegración social en el centro, principalmente en los Estados Unidos.

La distintas “crisis” de las últimas cuatro décadas quedan entonces inscriptas en un proceso de decadencia sistémica de larga duración. La última crisis abierta en 2007-2008 inauguró una etapa donde la decadencia experimenta un gigantesco salto cualitativo, la tendencia iniciada en los años 1970 a la reducción de la tasas de crecimiento económico global comienza a tocar piso: el fatídico crecimiento cero al que ya ha llegado la Unión Europea, Japón lo ha atravesado y ahora navega en la recesión y los Estados Unidos agota sus últimas artimañas financieras, las reactivaciones son cada vez más costosas y
menos eficaces.

Los países centrales ya se encuentran recorriendo una nueva etapa donde la
desocupación a gran escala, la concentración acelerada de ingresos y el
desmantelamiento de tejidos productivos pasan a ser aspectos “normales” de su vida económica y donde las discursos acerca de una futura recomposición han periodo toda credibilidad. Lo que parecía ser una bravuconada de especialistas cuando el banco francés Natixis anunciaba en agosto de 2012 que “la crisis en la zona euro puede durar hasta veinte años” aparece hoy como un pronóstico relativamente realista (6). Lo que no parece realista es suponer que la “zona euro” podría sobrevivir como espacio monetario común durante dos décadas de contracción económica permanente, salvo que la referencia futurista a la “zona euro” se limite al espacio geográfico.

Es necesario ir más allá de la economía integrándola a la totalidad social lo que nos permite describir estrategias, interacciones perversas entre estructuras militares, financieras, mediáticas, religiosas, parlamentarias, etc. de las potencias centrales, es decir mecanismos de reproducción del sistema cuyos manipuladores se sumergen en el pantano de la desesperación, de la psicología del náufrago sin esperanza. El capitalismo global bloqueado desde el punto de vista económico elabora y pone en ejecución estrategias político-militares de rapiña periférica destinadas a apropiarse y explotar intensamente hasta el agotamiento al conjunto de recursos naturales del planeta y exprimir hasta su extinción los mercados periféricos compensando así la reducción de los beneficios productivos y de los mercados internos centrales. Apuntando contra la mayor parte del territorio global y una población de varios miles de millones de personas que lo habitan, dicha estrategia amenaza provocar el mayor desastre humano y ambiental de la historia.

Se trataría de la liquidación de la periferia devorada en unas pocas décadas, pero la historia del capitalismo desde sus orígenes es la de la articulación imperialista entre centro y periferia, esta última como base esencial en la reproducción ampliada de la civilización burguesa, su destrucción integral equivaldría a la anulación de un pilar decisivo del sistema. Más aún, si visualizamos al “centro” y a la “periferia” como formas específicas de la totalidad mundial capitalista (no hay desarrollo en el centro sin subdesarrollo en la periferia) la anulación del suburbio global, su transformación en un caos no es el aplastamiento de una realidad externa sino de un espacio inferior interno estrechamente interrelacionado con los niveles superiores del sistema global a través de un conjunto de redes visibles e invisibles, de infinitas interpenetraciones, la destrucción de la periferia es autodestrucción del mundo burgués, de su historia, de subsistemas decisivos para su reproducción.

La destrucción de Irak, Afganistan, Libia, Siria, México y de las próximas víctimas puede llegar a ser pensada por los miembros más duros de las élites imperiales como una autodestrucción parcial, sacrifico necesario para la supervivencia del sistema, en ese caso nos encontramos ante un pensamiento delirante, una profunda crisis de percepción de la realidad escindida artificialmente entre dos planetas: el propio, humano, desarrollado, y el otro, simiesco, inferior, subdesarrollado, condenado a perecer. Pero las estrategias imperiales no se limitan a circular por el mundo imaginario, golpean al mundo real y al hacerlo desestructuran al sistema en su totalidad: la destrucción de la periferia se convierte en autodestrucción del capitalismo como totalidad universal.

Los orígenes: del parasitismo al capitalismo industrial.
Occidente inició su carrera imperial con una primera arremetida que terminó en fracaso. Al despertar el segundo milenio se produjeron paralelamente fenómenos cuya interacción creó las bases para una gran transformación social. Las cruzadas fueron el primer intento serio, a gran escala de ocupación y saqueo colonial de un espacio externo rico y su largo desarrollo engendró cambios y ampliaciones significativas de las actividades militares. Por otra parte redes de mercaderes y banqueros comenzaron a desplegarse implantando embriones de capitalismo.

En la misma época impulsado por un sector “modernizador” de la Iglesia, los monjes cistercienses, se desarrolló un conjunto de innovaciones técnicas calificado por algunos historiadores como “primera revolución industrial” causando transformaciones de la producción agrícola en espacios limitados de Europa occidental (introducción del molino hidráulico, del arado de metal, difusión de mejoras de semillas, etc.). También se dieron importantes pasos estableciendo elementos embrionarios para futuros desarrollos de la ciencia moderna uno de cuyos capítulos decisivos fue la desacralización de la
“naturaleza”, su percepción como realidad externa, hostil pero que podía ser
racionalizada, controlada, explotada, base de las grandes revoluciones tecnológicas del capitalismo... y del desastre ambiental que ahora conocemos (7).

Nos encontramos así ante el despliegue de una gran transformación cultural apoyada en el militarismo colonial y en emergencias comerciales y financieras, engendrando desarrollos técnico-productivos, ideológicos, etc. El ascenso del parasitismo colonial, militar, comercial y financiero comenzaba a producir modernidad burguesa.

Pero las cruzadas fueron derrotadas, la expansión colonial hacia el rico Medio Oriente fue contrarrestada por la resistencia de las víctimas frustrando el saqueo, por otra parte los esfuerzos y éxitos iniciales de los saqueadores había desordenado a su retaguardia: la cristiandad occidental (el espacio imperialista). La combinación de esos procesos generó en Occidente un retroceso productivo general, luchas intestinas, el deterioro del sistema
alimentario y del estado de salud de la población. Todo eso culminó hacia mediados del siglo XIV con la “peste negra”, epidemia que se expandió fácilmente en una sociedad frágil atravesada por hambrunas y causó un gigantesco derrumbe demográfico.

Ese mega desastre significó la sepultura del feudalismo que venía siendo desestabilizado por su expansión interna y externa. Ello incluyó a su sistema militar, el año 1348 es el del inicio de la peste negra pero en 1346 se produjo la batalla de Crecy donde la caballería francesa con sus imponentes y pesadas armaduras, fuerza blindada aparentemente invencible, fue derrotada por la infantería inglesa marcando el ocaso de la vieja configuración social.

Pero la segunda arremetida colonial fue exitosa, la sucesión de olas de pillaje y control de la periferia iniciada en el siglo XV culminó casi quinientos años después con la dominación total del planeta. Los pilares sobre los que se instaló la modernidad fueron en primer lugar la depredación periférica que potenció la expansión comercial y financiera y apoyado por esta última el desarrollo de las estructuras militares, su renovación técnica, parte esencial del desarrollo de estados despóticos. Fue ese complejo colonial, estatal, militar, comercial y financiero el padre de la modernidad burguesa, acumulando riquezas, destruyendo estructuras sociales internas y creando mercados prósperos, acaparando tierras, expulsando campesinos hacia las ciudades, formando desde fines del siglo XVIII masas de pobres urbanos mano de obra barata del capitalismo industrial. Históricamente no fue el capitalismo productivo (y la cultura burguesa en general) la cuna del estado moderno, del militarismo y de las finanzas sino exactamente al revés.

Con toda razón Robert Kurz se refería a “los orígenes destructivos del capitalismo” colocando al desarrollo militar como disparador de la modernidad (9). El “Arsenal de Venecia” fábrica militar avanzada del siglo XVI sin cuya existencia es imposible explicar el resultado de la batalla de Lepanto, es decir la victoria estratégica de Occidente sobre el Imperio Otomano, fue una de las escuelas más importantes de organización industrial, sus innovaciones en materia de división y programación del trabajo sentaron las bases de la producción capitalista.

Pero junto al señor de la guerra, a la monarquía despótica, se encontraba al banquero a su vez ligado a negocios comerciales, por ejemplo la Casa Fugger facilitando fondos al emperador Carlos I y su descendiente Felipe II titulares de un extendido sistema colonial.

La revolución industrial llegará más de dos siglos después parada sobre un enorme surplús histórico (10) que no solo fue acumulación de riquezas coloniales sino también disciplinamiento social por parte del estado y su dispositivo militar.

Esta vez el parasitismo pudo parir capitalismo con tanto éxito que consiguió ocultar la memoria de sus orígenes y de ese modo instalar trampas ideológicas destinadas no solo a construir legitimidad productivista sino también para confundir tanto a sus partidarios como a sus enemigos.

Uróboros.
El mito de uróboros, de la serpiente que se devora a si misma atraviesa varias
civilizaciones desde la Grecia clásica hasta el Antiguo Egipto llegando al Occidente medieval, se funda en la ilusión conservadora de que la serpiente empieza devorando su cola y al hacerlo va regenerando su propio cuerpo en un juego infinito donde el comienzo es a la vez fin y viceversa consumándose el eterno retorno, la inmortalidad del mundo. El mito parecería encontrar una referencia concreta en casos observables de ese animal alimentándose y suicidándose al mismo tiempo, el espectáculo es aterrador.

La confrontación entre el mito y su referencia real sugiere la reflexión en torno de lo que podría ser calificado como “trampa de uróboros”: la civilización burguesa al igual que otras civilizaciones anteriores en decadencia considera que al devorar su parte más lejana, menos próxima a la cabeza imperial recupera fuerzas y dinamiza su funcionamiento. No experimenta ninguna sensación de horror, no se angustia sino todo lo contrario, provisoriamente se siente mejor, mejora su autoestima fundada en el aplastamiento y pillaje de los débiles. Para que se ponga en marcha y avance el proceso de suicidio es necesario que el suicida realice una suerte de ruptura psicológica con la parte de su cuerpo que está siendo sacrificada. La cola deja de ser cola o tal vez pasa a ser la cola de otro animal, la periferia deja de ser periferia del sistema y se convierte en otro universo, sus habitantes dejan de ser seres humanos. La realidad se aparta de la cabeza, la crisis de percepción se convierte de locura suicida.

El fenómeno tiene antecedentes en la historia del sistema, en sus mecanismos de reproducción desde sus orígenes más lejanos atravesando sus etapas más prósperas. Dicho de otra manera debajo de las revoluciones culturales y productivas de la modernidad, del progreso en su sentido más amplio podemos encontrar pistas que nos conducen al actual proceso de autodestrucción sistémica global. La disociación hombre-naturaleza fundamento de las revoluciones técnicas de la modernidad convirtiéndose finalmente en degradación ambiental planetaria, la explotación imperialista de la periferia, interacción desarrollo-subdesarrollo como motor histórico de la expansión global de fuerzas productivas tendiendo ahora al exterminio de sociedades y recursos naturales, las finanzas impulsoras de mercados e inversiones industriales transformándose en devoradora de tejidos productivos y capacidades de consumo, etc.

El mito de uróboros se expresó en la tradición europea-nórdica como Jörmungander una gigantesca serpiente cuyo crecimiento, en una de las versiones del tema, la lleva a rodear completamente al planeta hasta llegar a su propia cola iniciándose la autofagia presentada como el resultado inevitable del éxito del proceso expansivo que encuentra el límite superior, el máximo nivel de expansión no como frontera externa al monstruo sino como autobloqueo. La solución a la tragedia no pasa por persuadir a la serpiente completamente decidida a seguir el rumbo elegido inscripto en su dinámica de desarrollo sino en la metamorfosis, la transformación radical de la bestia en un ser diferente. No hay otro capitalismo posible lo que abre la perspectiva del postcapitalismo, instala dramáticamente su necesidad histórica.
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(1), Robert Kaplan, “El retorno de la Antigüedad”, Ediciones B, Barcelona, 2002.
(2), Juvenal, Satiras, Editorial Gredos, Madrid, 1991, Satira VI.
(3), Angelo Tasca, “El nacimiento del fascismo”, pp. 152-153, Crítica, Barcelona, 2000.
(4), Max Horkheimer, “Éclipse de la Raison”, pp. 29-30, Payot, París, 1974.
(5), Los datos estadísticos aquí señalados se apoyan en cifras de los años 2011 y 2012.
(6), Natixis, “The euro-zone crisis may last 20 years”, Flash Economics-Economic Research, August 16th
2012 - No. 534
(7), Jean Gimpel, “La révolution industrielle du Moyen Age”, Éditions du Seuil, Paris, 1975.
(8), La batalla de Crecy constituyó un acontecimiento decisivo pero no había sido el primero de la serie, en 1302 las milicias populares de Courtrai (Belgica) había derrotado a pié con picas y lanzas a la caballería feudal del Conde de Artois. La Caballería feudal se fue desmoronando gradualmente golpeada por una realidad social en transformación, hacia 1415 la batalla de Agincourt donde nuevamente la caballería francesa es aniquilada por la infantería inglesa cierra definitivamente el ciclo militar del feudalismo. El proceso se desarrolló a lo largo del espacio europeo durante algo más de un siglo, por ejemplo la infantería suiza derrotó a golpes de hacha (una alabarda de más de dos metros de longitud) a la caballería austríaca en Morgarten (1315), Laupen (1339), Sempach (1386).
(9), Robert Kurz, “Los orígenes destructivos del capitalismo”, 1997,
http://www.oocities.org/pimientanegra2000/kurz_origen_destructivo_capitalismo.htm
(10), Anouar Abdel Malek, “Political Islam”, Socialism in the World, Number 2, Beograd 1978.

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