Por Marat
1) El Estado –corporativo- del Bienestar:
Los modelos de Estados surgidos tras la Segunda Guerra Mundial en el occidente capitalista tuvieron en su matriz refundacional un doble génesis:
§ La necesidad de superar las crisis sistémicas del capitalismo, y sus efectos de inestabilidades sociales y políticas, aceptando como inevitables las de tipo cíclico, siempre útiles para la regeneración del edificio económico. La experiencia de la crisis del 29, la Gran Depresión USA y su correlato en la Europa de entreguerras tuvieron un efecto desestabilizador de las democracias liberales, de grandes conflictos de clases y de auge de los movimientos obreros, las izquierdas revolucionarias y los fascismos. Se trataba de incorporar a las clases trabajadoras al consumo de masas, creando una gran base de compradores de bienes y servicios que fuesen una sólido sustento económico para la reproducción del sistema y, a la vez, se incorporasen a la “ideología del propietariado”, aburguesando su conciencia social
§ La necesidad de legitimar el nuevo orden surgido tras la gran conflagración mediante la creación elementos de consenso social y cuyo hito más sobresaliente fue la aprobación a finales de 1948 de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”. Ésta, llamada también “Carta Internacional de los DDHH, incorpora un menú declarativo que integra jurisprudencia de tipo social y económico: derecho al trabajo, a la vivienda, a la protección contra el desempleo, a las vacaciones periódicas pagadas, a la sanidad, a la educación, a la cultura, a la protección en caso de enfermedad, invalidez y vejez (pensiones). El matiz de menú declarativo no es ocioso. Forman parte de la declaración fundante de los DDHH pero no necesariamente se convierten en efectivos. Dependen de la voluntad del ejecutivo. Por su carácter universal era Naciones Unidas la que comprometía a los Estados firmantes de dicha declaración pero ya sabemos cómo funciona la ONU y cuándo y qué cosas son para ella de obligado cumplimiento y cuáles y cuándo no.
En todo caso, en los dos puntos anteriormente señalados se encuentran las principales fuentes de origen de los Estados del Bienestar, si bien hay otros antecedentes de los que ya hemos hablado en alguna otra ocasión (1) pero que por lo que respecta al contenido del presente texto no vienen al caso.
Para su funcionamiento de un modo estable la forma capitalista del Estado del Bienestar requería de órganos estables que dieran refuerzo al consenso o pacto social permanente en que el nuevo modelo de Estado necesitaba asentarse. La contrapartida del “bienestar social” para amplios sectores de la población había de ser la paz social o el pacto tácito o expreso de que los límites del sistema político, social y económico no serían desbordados por ninguno de los actores que conformaban dicho pacto social y especialmente por las organizaciones de los trabajadores: sindicatos y partidos de izquierda.
Lo que originariamente, por razón y naturaleza estaba llamado a romper el status quo pasará, de este modo, a convertirse en parte de la estructura legitimadora del Estado y el sistema económico capitalista.
Acompañando a los poderes ejecutivo, legislativo y judicial surge la corporativización del Estado del Bienestar, a través de asociaciones empresariales y sindicales, con entidad consultiva y de creación de consenso, mediante pactos a tres bandas con los gobiernos. Múltiples órganos dan vida al modelo corporativo de Estado del Bienestar: mesas de negociación empresarios-sindicatos-gobierno, elecciones sindicales y de directivas empresariales, para dar ritual democrático y legitimar su papel, las negociaciones colectivas de los convenios, Consejos Económicos y Sociales, sistemas opacos de financiación de los sindicatos mayoritarios, etc.
Un tercer elemento de la corporativización del Estado del Bienestar estaría en los partidos políticos, a los que se integraba en el sistema por la puerta de atrás: pensiones de los diputados, posibilidad de los altos gobernantes provenientes de los partidos de actuar como lobbystas una vez abandonado su puesto político, financiaciones de campaña y de partido poco transparentes, intereses de partido en la elección de órganos judiciales de origen, en los más de los casos, no democrático,...
Durante mucho tiempo este sistema funcionó, con sus más y sus menos (mayo del 68 en varios países europeos en los que los sindicatos mayoritarios y los partidos de la izquierda oficial actuaron como fieles desactivadores, inicio de los ataques liberales del tatcherismo durante la década de los 80 del pasado siglo,...). Todo iba bien hasta que estalló la madre de todas las crisis capitalistas (financiera, industrial, de consumo, energética, medioambiental, alimentaria).
2) Toma forma “La Corporación”
Al tipo más común de negocio cuando hay múltiples socios se le llama corporación.
Más de 50 años de cooperante integración de objetivos entre los miembros que componen las elites políticas, empresariales, sindicales y burocráticas han creado una comunidad de intereses, valores y creencias –proclamadas o tácitas-, un espíritu corporativo de casta.
Equipos de trabajo, debate y relación que mantienen entre sí más puntos de contacto, vivencias, aficiones,... que con las bases que les han encumbrado hasta los ámbitos de poder que ocupan, grupos humanos cooptados por los aparatos administrativos del Estado corporativo del Bienestar, largas curricula de agentes sociales profesionalizados en su función, estructuras cuyos miembros están más preocupados por sus supervivencias y por su proyección dentro de ellas,...conforman hoy lo que sin ánimo de exageración en el análisis ni riesgo de falta de rigor en su definición podemos llamar “La Corporación”.
“La Corporación”, una especie de megaestructura que integra el proceso consensual de la suma de entidades desde las que sus miembros ascienden, no se limita a ser una cúpula en el vértice de la pirámide del poder. Se ramifica vertical y horizontalmente en un entramado complejo de delegaciones, ámbitos territoriales y niveles hasta las pequeñas migajas ( tarjetas VISA del partido/sindicato, comidas de negociación,...sueldos de liberado en un mercado laboral difícil, acceso a pequeños privilegios que dependen de estar cerca de los canales de información sobre el modo de obtenerlos) que compran voluntades y actúan como catapulta de lanzamiento de nuevos cachorros que renueven y perpetúen la pervivencia de “la Corporación”, clave para la paz social en el Estado capitalista.
“La Corporación” tiene intereses objetivos ligados a la pervivencia del sistema capitalista, de donde nace y a cuya perpetuación e intereses sirve pero posee también apegos y objetivos propios de sus miembros, una especie de aventureros políticos que, ante el cambio de escenario hacia el fin del Estado del Bienestar, buscan su propia conservación como casta de poder, ante la constatación de que el futuro puede obligarles a abandonar la palestra histórica. Conforman, por tanto, un núcleo de poder evidentemente reaccionario.
“La Corporación” no tiene sede social, o tiene tantas que ninguna aparece como la sede principal, ni está legalizada en el Registro de Asociaciones del Ministerio del Interior, ni es miembro activo y declarado de las diversas asociaciones y grupos de presión. Nunca escucharán a quienes a ella pertenecen admitir su existencia. Su nombre circula sigilosamente, entre susurros, de boca a oído de sus “hermanos numerarios”. “La Corporación” se envuelve en un espeso manto de silencio que la protege. Su ley máxima es la “omertá”.
Pero no nos equivoquemos, “la Corporación” no es una balsa de aceite, carente de tensiones internas. En su interior se viven pequeñas guerras civiles, luchas de poder, enfrentamientos entre las diversas facciones que la componen y que tienen que ver con el mantenimiento o ampliación de las cuotas de poder obtenidas por cada grupo en litigio y no con factores de tipo ideológico, al menos para una parte de sus componentes, por lo que a esto último se refiere.
Aclaremos este último punto, tomando como referencia el caso español, que nos es más próximo, porque es crucial para entender qué se mueve hoy dentro de “la Corporación” y cuál es el carácter de sus luchas internas.
La estrategia de los países de capitalismo avanzado, y específicamente de la UE, –los socios más recientes, provenientes del “socialismo real”, accedieron al capitalismo por la vía de descapitalizar socialmente el Estado y de recapitalizar privada de sus servicios antes de entrar en la Europa de los mercaderes- para afrontar la crisis sistémica es la de la voladura del Estado del Bienestar y la progresiva conversión en servicios de pago de los que antes fueron públicos.
En este contexto de ruptura con las bases materiales en las que se basaba el pacto social –los derechos y las conquistas sociales- la permanencia del sindicalismo mayoritario y burocratizado dentro de las estructuras de poder de “la Corporación” se hacía muy difícil y presentaba rasgos de disfuncionalidad, no porque aquél se sintiese incómodo en el pacto social o con su modelo sindical negociador. La razón principal era que el Gobierno nada tenía que ofrecer sobre el mantenimiento del Estado del Bienestar o la retirada de sus planes de recortes sociales que el sindicalismo domesticado pudiera presentar a su base social como un éxito de su política de concertación.
Pero como en un pacto entre cojos y mancos, el Gobierno PSOE, para aplicar su programa social reaccionario necesitaba del simulacro socialdemócrata del pacto social como CCOO y UGT precisaban con urgencia ser entronizados de nuevo como los interlocutores decisivos para que el plan pudiese ser aprobado con alguna “legitimidad” (2).
Lo decisivo no estaba en el intercambio de cromos del pensionazo por una reforma laboral modificada bajo la fórmula de un despido por causas estructurales, que siempre acabarán siendo estructurales para justificar dicho despido, ni en una supuesta flexibilidad de la edad de jubilación, en un mercado laboral de empleo precario, discontínuo, escaso y “flexible” que impedirá reunir los 38,5 años necesarios para jubilarse con el 100% de la pensión y que supondrá tener que hacerlo muy por encima de los 67 años aprobados, si no se quiere cobrar una pensión de mierda.
La clave está en el ataque antisindical desde patronal, PP y Gobierno, que en su reforma laboral ya había dañado la obligatoriedad y universalidad de los convenios colectivos, y en la evidencia de que el Gobierno no negociaría nada que limitase el impacto de las medidas antisociales previstas. Ello convertía al modelo sindical de negociación y concertación en irrelevante para los sectores más a la derecha de “la Corporación”: oposición del PP y patronal de la CEOE. Eso ponía en peligro el estatus de casta de quienes después de muchos años de no pisar un centro de trabajo más que para calentar a la galería afiliada, aún esperaban jubilarse de sindicalistas. Dicho de otro modo, el fin próximo del Estado del Bienestar tiende a negar la necesidad de pertenencia a la hermandad de “la Corporación” a unas burocracias caras para el Estado y la patronal a las que han perdido hace tiempo el miedo porque su aburguesamiento de larga trayectoria les había convertido en gordos tigres de papel que más que miedo daban risa o lástima a sus socios corporativos.
No en otra clave se entiende la convocatoria de Huelga General del pasado 29-S, en la que a pesar de la resistencia a luchar y la apatía de buena parte de sus cuadros sindicales de empresa, CCOO (UGT es sólo el aparcadero de los poco cualificados “socialistas” que no sirven para hacer política en el partido) echó el resto en esa jornada.
El objetivo era dar un toque de atención a sus socios de “la Corporación” y decirles: “aun somos necesarios. Todavía podemos hacer una Huelga General. Si nos mandáis al paro, nos echamos al monte”.
Ni que decir tiene que esa gente nunca se echará al monte porque no hay en ellos otra aspiración que no sea la de encontrar un acomodo al sol del sistema capitalista, trabajar poco y mantener sus privilegios de casta. En realidad mientras ellos sigan bien instalados el retroceso de los derechos de los trabajadores hacia el siglo XIX les importa más bien poco.
De este modo se entienden a quienes justificaban que no se hiciera una nueva Huelga General con “argumentos” basados en que eran los trabajadores los que no deseaban movilizarse, cuando fueron los dirigentes de sus sindicatos y ellos mismos quienes se ocuparon de tirar por la borda el capital de lucha acumulado el 29-S con su denodado esfuerzo desmovilizador desde el día siguiente hasta el día del acuerdo sobre pensiones. O la “inteligente” descalificación de las luchas griegas y francesas contra las políticas de recortes sociales, en base a que, en su opinión no habían logrado nada. Si algo ha logrado ese rosario de huelgas generales ha sido despertar la conciencia de la clase trabajadora de una parte de los países europeos y hacerles ver que las luchas deberán ser sostenidas en el tiempo porque la crisis capitalista será muy larga y profunda.
Los discursos antihuelga de los “sindicalistas” lacayunos contra las organizaciones que sí estuvieron en lucha y movilización los días previos y posteriores al 27-E son casi calcados a los de los esquiroles que actuaron como piquetes tóxicos antihuelga antes del 29-S. “La historia se repite dos veces, la primera como tragedia, la segunda como farsa”
Lo que un día fue un sindicalismo luchador (me refiero a CCOO. UGT no tiene categoría, ni siquiera como material de esquirolaje, para ser mencionada) se ha convertido en una cueva de parásitos en riesgo de paro porque el Estado capitalista y el patrón empiezan a no necesitarlos. Y, después de la traición a los trabajadores efectuada con el acuerdo sobre el pensionazo aún menos, ya que si poca legitimidad moral conservaban entre los trabajadores antes de la pasada Huelga General del 29-S, ahora la que tienen es ninguna y sí un gran rechazo entre asalariados y parados.
Para amortiguar el impacto de su descrédito han escenificado un ritual del cortejo con avances y retrocesos, amagos de riña de novios y requiebros mimosos, de gestión de los tiempos en las palabras y en los silencios, de momentos de supuesta tensión y peligro del acuerdo. ¿Se acuerdan del numerito aquél montado con la propuesta del Gobierno de prolongar la vida las centrales nucleares a cambio de prolongar la edad de jubilación y de las declaraciones tan “dignas e irritadas” de Fernández Toxo de que “alguien en el Gobierno está trabajando para no llegar a un acuerdo”? (3) Convenía transmitir el mensaje de “escollos en la negociación” para disimular la evidencia de que estos apuñaladores del sindicalismo y la movilización hacía ya mucho que habían decidido dejar la dignidad de los trabajadores con los pantalones y calzoncillos muy por debajo de sus rodillas.
Mientras tanto la derecha oficial del PP, aparentemente incómoda por un triunfo del Gobierno, disfrutaba de saber que tras esta entrega indecente del derecho al disfrute de una vejez digna, a cambio de la supervivencia de una casta mafiosa, será mucho más difícil movilizar a los trabajadores contra las agresiones que perpetrarán contra ellos cuando alcancen el poder próximamente, una vez que el sindicalismo de clase ha recibido el más duro golpe de quienes debieran proteger su dignidad y combatividad.
3) Eso que llamamos izquierda:
El papel de la izquierda es el de transformar la sociedad en el sentido del progreso, la justicia social, la igualdad y la profundización de unos valores democráticos que no sean un mero ritual de representación política sino que alcancen de lleno el orden económico. Los límites de esa transformación no son los mismos durante los períodos de paz social –Estado del Bienestar- que en momentos en los que la crisis del capitalismo implica el acoso y derribo de todas las conquistas sociales duramente arrancadas por la lucha de clases de generaciones y generaciones de trabajadores.
En el primer caso, la transformación social se ve limitada por las posibilidades de lucha que deja el sistema, que rara vez van más allá de pequeños avances de tipo gradual. En el segundo, la necesidad de agudizar la lucha de clases y la confrontación contra el sistema capitalista exige giros marcados a la izquierda.
En cualquier caso, la posición que adopte la izquierda en relación con el constructo al que hemos dado el nombre de “la Corporación” define qué es hoy izquierda y qué derecha.
Izquierda y derecha mantienen una relación dialéctica entre sí, en la que las premisas que una defienda frente a la otra, y viceversa, definen el lugar que ocupa cada una de ellas. Y en esa relación dialéctica “la Corporación” actúa como segmentadora de lo que cada actor político es, más allá de sus enunciados públicos.
En este sentido cabe avanzar que la izquierda es, recurriendo al lenguaje de la otrora nueva matemática, un conjunto vacío. Ese conjunto tiene nombre pero le faltan elementos. Explicaré porqué digo esto.
El PSOE hace muchos años que dejó de ser un partido de izquierda. Su progresismo se limita a ser una respuesta a las demandas expresivas de libertades civiles (derechos de los homosexuales, ampliación de la ley del aborto, mayor presencia de la mujer en los órganos de poder político,...). Lo mismo que en los años 80 del pasado siglo reivindicaba el Partido Radical Italiano o que suelen asumir los partidos liberales. En los económico ha sido un modernizador de las estructuras productivas (reconversión industrial), un muñidor de la concentración del poder financiero (bancario) y un poder político con el que el que los plutócratas han convivido muy gustosamente (Emilio Botín: “a mí con los socialistas me va muy bien”, dicho durante el período de Gobiernos de Felipe González).
Sus políticas de igualdad (cheque bebé, ley de dependencia, hoy ambos sin fondos) son formas de captación clientelista del voto por cuotas o segmentos sociales. Las auténticas políticas de igualdad habrían tenido que ocuparse, entre otras cuestiones, de la dignificación de los salarios en un país con un 70% de la población activa ocupada mileurista y menos que mileurista, en el que el salario mínimo interprofesional es de 641,50 €. Políticas que hiciesen que la crisis la pagase quien la había producido tampoco formaban, obviamente, parte de su agenda.
En la actual crisis ha asumido, con la más absoluta desvergüenza, las demandas de los 37 grandes del Ibex (reunión de Noviembre de 2011) sobre pensiones, cajas de ahorros y sector energético.
Su reforma laboral está a la altura de las realizadas por los principales gobernantes europeos, subordinados a las exigencias del FMI, el BCE y Bruselas.
Respecto al clan de “la Corporación” el PSOE es su principal promotor, potenciando el oscurantismo en las deliberaciones reales y los pactos a largo plazo que se han venido produciendo y se producirán en los próximos tiempos con sindicatos y patronal. Tanto uno como otros miembros de ese grupo de chantaje sobre los trabajadores españoles sustraen la capacidad de decidir a los afectados sobre cuestiones que, por su envergadura, les competen directamente (reforma laboral, pensionazo, próximo plan de empleo juvenil) y sobre lo que debieran tener voz y voto (capacidad de decidir en referéndum), ya que será la amplia masa laboral del país la sacrificada por el saqueo de sus derechos en beneficio del capital. El PSOE es el principal auspiciador de este grupo mafioso, que actúa como expresión política de los intereses del capital.
A su izquierda, Izquierda Unida, es la expresión más palmaria de las contradicciones entre el discurso político, de izquierda, y su práctica, cercana a un sector de la cúspide de “la Corporación” (CCOO y UGT) y copartícipe de la misma en sus estratos inferiores, de acuerdo a su baja representación política.
Para IU, el paulatino deterioro que habían conocido las relaciones entre la organización y CCOO, impulsada en sus primeros años de vida por el PCE (principal organización de IU), durante la etapa de Antonio Gutiérrez como secretario general del sindicato y, de modo aún más marcado, durante la de Fidalgo, significó un hecho dramático. Suponía perder su principal área de influencia y su conexión más directa con el “movimiento obrero” organizado y la casi ruptura con uno de sus principales rasgos de identidad.
Con la llegada de Fernández Toxo a la dirección de CCOO, la de IU establece algunos acercamientos al núcleo dirigente del sindicato, acercamientos que habían sido imposibles durante el “mandarinato” de José María Fidalgo. Toxo, que hasta su nombramiento había sido un jerarca obediente a Fidalgo se destapaba ahora, no como sindicalista de izquierda, que nunca lo fue, sino como un nuevo secretario general algo menos indigno que el “apaleado (por vendeobreros) de Sintel”. Ahora vemos lo que ha dado de sí su recorrido. La salida de Julio Anguita, demasiado radical para estos sindicalistas de alfombra, de la Presidencia de IU y el posterior período “realista” de la nueva dirección de IU, más próxima a entendimientos con el PSOE (referencia política de CCOO y UGT) facilitaría dicha aproximación.
El período previo a la Huelga General del 29-S pasado, con una larga etapa de abandono del trabajo sindical de base, el aletargamiento de la vida interna de las secciones sindicales, la sustitución de la movilización y la lucha por la influencia mediática, buena parte de ella de dudosa eficacia (videos del Chiquilicuatre, declaraciones de Toxo de que “la huelga general es una gran putada”), la convocatoria de la huelga de funcionarios por correo electrónico, el aburguesamiento y el gandulismo sindical de buena parte de los delegados de empresa...hicieron más necesario que nunca el apoyo de los partidos de izquierda y los movimientos sociales y ciudadanos a dicha convocatoria. Sin ese apoyo la huelga, probablemente, habría fracasado.
La presencia de Toxo y Méndez en la fiesta del PCE, unos días antes (18 de Septiembre pasado) de la Huelga General, pudo crear a este partido y a IU el espejismo de que el acercamiento a los sindicatos mayoritarios era aún mayor del previsto. Nada más lejos de la realidad. Simplemente, como en otras ocasiones, son la muleta de la que se sirven cuando han de aparentar el simulacro de presionar por la izquierda al Gobierno PSOE.
Pero aquí no hay víctimas ingenuas ni inocentes sino utilizaciones mutuas. Entre pillos anda el juego.
CCOO y UGT sabotearon, desde el día siguiente de la Huelga General, sabotear todo la fuerza social recogida en esa jornada de lucha. Se trataba de desmovilizar con su silencio sospechoso (mientras tanteaban su regreso a las mesas negociadoras de “la Corporación”), de acallar y pacificar a sus afiliados, algo bastante fácil, por otro lado, de hacer que el tiempo fuese convirtiendo en retazos de un sueño borroso que un día no lejano hubo una Huelga General en España. Eran las 30 monedas de plata de su traición, el coste que debían pagar para volver a convertirse sus dirigentes en personajes estrella de un “sindicalismo del sí señor”.
En todo ese tiempo la dirección federal de IU criticó la política del Gobierno del PSOE, opinó que era necesaria otra Huelga General y no dijo esta boca es mía respecto a la actitud desmovilizadora de CCOO y UGT. ¿Casualidad? ¿Ustedes lo creen? Yo no. ¿Hizo presión desde la movilización, como en su día realizó (28 de Junio de 2010), tras su asamblea de refundación, en la que concentró a 15.000 personas en la Plaza Mayor de Madrid? Yo no he visto muchas en ese período. ¿Y ustedes? Lo cierto es que a IU no se le pueden pedir las mismas exigencias que a otras organizaciones políticas a su izquierda mucho más débiles.
Pero la cosa no acaba aquí.
El 8 de Enero del presente año se iniciaron las conversaciones sobre la reforma de las pensiones entre Gobierno, por un lado, y CCOO y UGT, por el otro. Desde el principio se hizo palpable una “extraña sintonía” que indicaba que habían existido contactos previos y que los tiras y aflojas, los entendimientos y desencuentros, iban a ser algo así como el tongo de un combate de pressing catch entre “Demoledor Man” y “La Bestia Parda de Barbate”: torpe espectáculo para la galería. Negarlo entonces y negarlo ahora es estupidez o cinismo, o ambas cosas a la vez. Y eso se entendió muy bien cuando llegaron las rebajas de Enero y Gobierno y sindicatos mayoritarios hablaron de pactos globales que fueran más allá de la reforma de las pensiones. Se trataba de que los últimos se hicieran para el Estado más necesarios que nunca, no fuera que acabase cerrándose el grifo de las subvenciones.
Pues bien, IU volvió a las andadas, cuando lo que estaba sucediendo era algo más que claro y su dirección lo sabía porque muchos de sus cuadros políticos lo son, a su vez de CCOO: crítica a las propuestas del Gobierno sobre los años de cotización necesarios para cobrar íntegramente la pensión y los 67 años de edad de jubilación, alusión a la necesidad de una Huelga General, sin mucho entusiasmo (de nuevo, ausencia de campaña federal al respecto). Mutismo sobre la actuación de CCOO y UGT. Vale, admitimos confianza y respeto a las decisiones de los sindicatos mayoritarios como mentira piadosa.
¿Y una vez alcanzado el pacto entre Gobierno y CCOO y UGT sobre la reforma de las pensiones, que dijo Cayo Lara o IU Federal al respecto? “Miró al soslayo, fuese y no hubo nada”, que diría Cervantes.
¿Qué explica este comportamiento de IU? Sencillamente que la máxima de “pillar cacho” se impone sobre el ser consecuente, que perder la mínima influencia que creen haber recuperado sobre CCOO está por encima de un comportamiento realmente de izquierda, que supondría no dejar de denunciar la traición de clase cometida por estos quintacolumnistas del capital y romper con ellos, para apostar por un auténtico sindicalismo de clase, aunque sea más débil. Al fin y al cabo, el argumento de que la mayoría de los trabajadores organizados estén en CCOO y UGT para justificar su no ruptura con ellos es tan bueno como el de que la mayoría de los trabajadores votan PSOE y PP.
Es lo mismo que sucede cuando se critica la política del Gobierno PSOE pero se callan sus corruptelas urbanísticas (Sevilla), porque IU ostenta una tenencia de Alcaldía en la ciudad, o se mantienen pactos municipales y autonómicos en “gobiernos de progreso” que aplican recortes sociales (Asturies) como lo hace el Gobierno de la nación. Demagogia y oportunismo, decir una cosa y hacer otra. ¿Es eso izquierda? Yo creo que no.
Es obsceno estar obsesionado con no perder la escasa presencia parlamentaria, autonómica y municipal, estar todo el día con el raca-raca de pedir que a uno le voten (como si en un Parlamento futuro dominado por el PP tener más escaños cambiase algo), no hacer nada para ganarse a pulso de luchas en la calle ese voto y no ser consecuente cortando en cualquier escala de la representación pública las relaciones con los neoliberales a los que condenan.
Más bien lo que se detecta es un discurso antineoliberal, sin ir mucho más allá, con propuestas puramente keynesianas, como las del PSOE antes de la crisis (pretendiendo heredar su voto, en vez de impulsar una conciencia radical de izquierda), de una organización con una visión pequeñoburguesa (compartida por toda su dirección, no por una parte de ella) de lo que significa izquierda, que se obsesiona por no perder su cuota ínfima de poder en los alrededores de “la Corporación”.
Cuando la crisis sistémica del capitalismo demuestra que no hay salidas dentro del mismo, entender que la demandada “dictadura de los trabajadores” (Cayo Lara.13 de Noviembre de 2010) pasa por porque se aplique la Constitución deja bien a las claras que el carácter izquierdista de sus dirigentes se agota en el ratón que produjo el parto de los montes.
¿Y la izquierda a la izquierda de la izquierda?
En ella hay de todo, como en botica. Pero en general, se observa un esfuerzo por colocar la lucha de clases en el centro de las resistencias contra los recortes de derechos sociales que impone el capital y sus esbirros políticos y sindicales, una voluntad de lucha y confluencia con las múltiples movilizaciones que se han experimentado alrededor de la fecha del 27-E y que parecen tener intención de continuar, con las dificultades derivadas de hacerlo tras la imposición del pensionazo. Sin su concurso, la importancia de las movilizaciones, acalladas por falsimedia y los “periodistas” en nómina de los poderes económicos, políticos y mediáticos, hubiera sido indudablemente menor.
Le faltan muchas cosas imprescindibles –claridad estratégica, definición de objetivos políticos más allá de las consignas, reforzamiento de la unidad de acción, superación de sectarismos entre todos los que sí luchan,...- pero en ella están los mimbres de las revueltas que, más temprano que tarde, han de venir, a medida que se agudice la crisis y las contradicciones sociales que su agudización estimulará.
En lo sindical, las organizaciones de tipo alternativo necesitan ahondar mucho más en sus esfuerzos por superar la división en múltiples grupos atomizados que, unidos en un proyecto que vaya más allá de la mera confluencia de luchas, más o menos unitarias, podrían poner en jaque al desacreditado sindicalismo de burócratas, vividores y pisaalfombras de edificios nobles. Es necesario avanzar desde la unidad de acción a la unidad orgánica, superar las divisiones provenientes de estériles diferencias que, las más de las veces, ocultan un espíritu del chiringuito y un temor a superar el síndrome de Peter Pan. Cuando hay unidad de acción se pone en evidencia que es posible mover la calle, al menos casi tanto como lo han hecho CCOO y UGT en esa penosa procesión de delegados sindicales del 18 de Diciembre en la que Toxo amago con la Huelga General.
No quiero dejar pasar por alto la incongruencia de un sector de la izquierda alternativa que, si aunque critica abiertamente el pacto de las pensiones y la actitud sindical durante las negociaciones, así como el rechazo de CCOO y UGT a realizar una segunda Huelga General, diversifica riesgos, apostando a su vez por el sindicalismo combativo y permaneciendo dentro del burocrático y entreguista de CCOO.
Como si se tratase de jóvenes “skaters” montan a la vez sobre dos monopatines que se mueven simultáneamente en direcciones opuestas. La posibilidad de que su credibilidad política acabe por trastabillar y darse el gran morrón contra el suelo, quedando en evidencia el discurso sobre el “hacer lo que se dice y decir lo que se hace”, y que todo el mundo pueda ver su doble apuesta como puro oportunismo, es casi certera.
Establecer una equidistancia crítica, modulada, hacia la derechización más vil del sindicalismo de CCOO y UGT y el “sectarismo” existente en el sindicalismo combativo, desautorizando a ambos a similar nivel es falaz y sucio. Nunca alcanzarán las evidentes insuficiencias y defectos del sindicalismo alternativo la abyección de la que son poseedores exclusivos estos nuevos sindicatos verticales.
Si se admite, en privado, que CCOO y UGT son irrecuperables para la lucha, como han demostrado la limitación y escasez de las disensiones internas provocadas por el acuerdo sobre la ley de pensiones, ¿para qué permanecer dentro cuando hacerlo es dar un aval, por acción u omisión, a sus prácticas internas? ¿Qué utilidad tiene para la clase trabajadora no hacer un llamamiento a abandonarlos en masa para afiliarse al sindicalismo alternativo? ¿Qué eso no pasa porque lo que hacen muchos de los que se desafilian de CCOO es pasarse al sindicalismo gremialista y amarillo? ¿Cuál es la diferencia HOY entre la práctica sindical de los mayoritarios y los llamados amarillos? ¿Qué eso suceda no indica hasta qué punto la práctica sindical de CCOO y UGT derechiza a sus afiliados? ¿Acaso debilitarlos no sería, quizá, la única posibilidad de que tomaran nota sus miembros más conscientes y dieran una batalla por cambiarlos? ¿No será que los motivos por los que se diversifican riesgos, poniendo los huevos en cestas distintas son otros y menos explicables de un modo airoso?
Cuando no se está abierta y decididamente enfrentado a un tipo de práctica antiobrera y cuando se calla, ante lo que debiera convertirse en denuncia activa, se está haciendo, consciente o inconscientemente, un guiño desde fuera de “la Corporación” a ésta. No se transforma el mundo si no se entiende que éste ha de ser cambiado de base y que contemporizar, en lo más mínimo, con quienes nos traicionan tiene un punto de complicidad. El sistema nos integra cuando permitimos que lo haga. Pactar con él, siquiera treguas para tomar aire o los términos y límites de la confrontación, lleva directamente a acabar siendo parte del mismo. Y CCOO y UGT son el sistema, en su brazo sindical.
Para terminar, volvamos a la definición de la izquierda hoy como conjunto vacío. Cabe hablar de partidos que se dicen tal y son pura derecha, de partidos que pretenden ser de izquierda pero están integrados en el sistema porque les preocupa más el cacho institucional que hacer de la institución sólo un barómetro del crédito ganado en la calle y de partidos que, desde fuera del sistema, lo condenan y combaten pero mantienen un píe dentro de su puerta, a través de una relación con lo que es parte intrínseca e irrecuperable para la lucha. Esa es hoy la realidad de la práctica totalidad de lo que culturalmente llamamos izquierda, su drama y su limitación para llegar a ser.
A riesgo de ser acusado de moralista diré que la base moral de un proyecto revolucionario y anticapitalista y la consecuencia con ella es tan importante como el proyecto mismo porque nos señala la práctica a seguir.
Sólo desde una regeneración moral de la izquierda, desde la constatación de que ser antisistema no puede ser simplemente una bonita etiqueta sino una práctica necesaria, desde una ruptura absoluta con lo que ha unido su supervivencia como organización a la pervivencia del propio sistema, porque de él se alimenta en dinero, poder e influencia, será posible ganarse la credibilidad y el respeto de una creciente mayoría que ha deslegitimado ya a esa “Corporación”, que no es otra cosa que la parte más parasitaria de las estructuras políticas y económicas del capitalismo. Y ese es el primer reto para reconstruir hoy a la izquierda, sus valores y su praxis: la credibilidad.
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