Los máximos
responsables de propaganda del PCUS comenzaron a sostener que el
sistema educativo soviético se había quedado anticuado y que la
educación debía limitarse a impartir conocimientos
científicos.
Cuando una sociedad se organiza para
satisfacer necesidades colectivas, necesita una determinada
ideología; por el contrario, cuando su objetivo es obtener el máximo
lucro, como en la actualidad, la ideología es bien diferente, afirma
Chinkov.
Lo mismo que otras repúblicas ex-soviéticas, en
1990 Rusia llega al capitalismo con una determinada correlación de
fuerzas internacionales y un reparto de los mercados mundiales, por
lo que sectores completos de la producción se liquidan para
concentrarse en la exportación de materias primas.
El
desmantelamiento de la enseñanza soviética no se impuso con rapidez
y, en muchos aspectos, aún subsiste. Se trataba de una educación de
masas y, al mismo tiempo, de calidad cuya erradicación era costosa y
Rusia padecía una escasez de recursos o, por decirlo de otra manera,
Rusia tenía dinero, pero no se lo podía gastar en educación.
Aparecieron otras prioridades.
Por falta de presupuesto,
durante muchos años se conservaron los viejos programas y los viejos
manuales de la época soviética, hasta que llegaron los mecenas
occidentales, como Soros, para que los libros soviéticos ardieran en
la hoguera y se introdujeran otro tipo de materiales
didácticos, “modernos” y “occidentales”.
Lo llamaron “renovación de la enseñanza humanista en
Rusia” y uno de sus primeros objetivos fue estimular la
espiritualidad, el nacionalismo eslavo, así como ese positivismo
estúpido que impera en las universidades occidentales.
Para
hacerse una idea de la campaña de idiotización, en unas
declaraciones públicas el alcalde de Kazan dijo que estaba
escandalizado porque en las escuelas rusas aún se siguiera enseñando
la teoría de la evolución, como en los tiempos soviéticos,
cuando los estudiantes deberían leer el Génesis, o el alcalde
Kaliningrado, para quien un coche arde porque dios así lo ha
querido, como consecuencia de los pecados cometidos por su
propietario.
Ahora el Estado financia las fiestas
religiosas y los políticos van a la iglesia para que los ciudadanos
hagan lo propio, lo cual ha sido un rotundo fracaso: sólo el 3 por
ciento acude a la iglesias durante las fiestas religiosas.
Pero
el Estado se empeña en imponer el oscurantismo en el terreno de la
educación y la ciencia. Recientemente en la cadena “científica” 2.0,
una emisión hablaba de las singulares propiedades de las velas
eclesiásticas. Descubrieron que la cera, el material con el que se
fabrican las velas, es un aislante dieléctrico y que los curas lo
hacen con la composición exacta. Cuando la cera se ablanda se
produce un “electreto” que crea un campo
eléctrico gélido. Tras la combustión se desprenden electrones, por
lo que los creyentes comprueban entonces el bienestar y la bondad,
porque se trata de un proceso terapéutico.
En una
sociedad acostumbrada a la divulgación científica, la emisión
causó un enorme escándalo, y la dirección de la cadena tuvo que
disculparse: la emisión de había producido “por
accidente”.
Otro “accidente” lo
causó Rusatom, la agencia rusa de energía atómica, con el
título “El programa nuclear de la URSS”, uno de
cuyos capítulos se titulaba “Serafín El Bienhechor y el
arma nuclear” y decía que si Serafín, el nombre de un
ángel del paraíso, no hubiera permitido la fabricación de la bomba
atómica, jamás se hubiera fabricado.
Son las
consecuencias de la “desideologización” y el
renacimiento de la espiritualidad para que los rusos vuelvan a caer
en las zarpas de los obispos ortodoxos. En palabras del antiguo
ministro Furcenko, el objetivo de la reforma educativa es
crear “consumidores competentes”, para lo cual hay
que simplificar el programa, evitar la creatividad e impedir que las
personas puedan desempañar tareas distintas. Cada persona debe
cumplir una función bien definida y no pretender ir más allá.
En
el terreno social, el viceprimer ministro Chuvalov preguntó lo
siguiente: “¿Estamos dispuestos a cerrar bruscamente,
brutalmente, como se ha hecho en ciertos países de la CEI, centros
de salud, dispensarios, hospitales de distrito en los rincones más
remotos del país?, ¿estamos dispuestos a cerrar totalmente las
escuelas? Seguro que no. Ni el presidente, ni la Duma lo permitirán
porque la gente no está dispuesta a eso. Pero resultaría eficaz
desde el punto de vista económico, desde el punto de vista del buen
sentido”.
¿A qué llama “buen sentido” el
viceprimer ministro? Es evidente que a la política económica de
recortes que implementa el gobierno.
Ahora en las escuelas
rusas hay materias que se imparten gratuitamente y otras que son de
pago. Es un primer paso para que la gente se vaya acostumbrando a
pagar por lo que antes era completamente gratuito y también para que
se acostumbren a la discriminación, a que unos tienen más
prestaciones que otros. Al final todo acabará siendo “de calidad”,
es decir, de pago y el que no pueda pagarlo se quedará sin
nada.
Habrá un horario reducido de materias tales como
física, química o literatura, al tiempo que aumentará el número
de horas dedicadas a la gimnasia o a esa nueva asignatura que
llaman “patriotismo” desde hace un tiempo. En
algunos centros experimentales ya sólo hay un horario reducido para
materias como matemáticas o ruso.
El gobierno ruso está
empeñado en reducir la calidad de la enseñanza. En 1990 la
clasificación de la UNESCO ponía a la URSS en el tercer puesto de
países por su nivel educativo; en 2012 ya ha descendido hasta el
puesto 35 y sigue cuesta abajo porque aún no ha tocado fondo.
La
educación ya no se mide por su calidad intrínseca sino por la
productividad del docente. Es eficaz aquel que puede impartir varias
materias diferentes al mismo tiempo en aulas sobrecargadas (cuantos
más alumnos mejor), a fin de suprimir aquellos institutos que
son “ineficaces”, lo cual ha empezado por las
regiones rurales, donde se ha reducido el número de docentes y de
cursos, obligando a impartir varias clases simultáneamente.
Rusia
está cerrando escuelas masivamente mientras abre iglesias también
de forma masiva. Como consecuencia del“renacimiento de la
espiritualidad” en 15 años se han abierto más de 20.000
iglesias ortodoxas y se han cerrado 23.000 centros escolares.
En
las escuelas pretende introducir abiertamente la religión, a pesar
de la prohibición expresa de la ley. Se han creado cursos llamados
de “cultura ortodoxa” que, como muestran los
vídeos, no son otra cosa que propaganda religiosa dirigida por el
sacerdote Kuraev.
Pero como Rusia es un país
multinacional y multireligioso se ha producido un hecho significativo
al permitir que los alumnos pudieran optar: la mayoría no tomó la
decisión que el gobierno esperaba, por lo que los problemas se
acumularon y al final eliminaron la posibilidad de elegir.
La
jerarquía ortodoxa actúa como un grupo de presión para imponer la
propaganda religiosa en las escuelas, sin ningún tipo de posibilidad
de elegir algo diferente. Por lo demás, la religión se está
imponiendo en otro tipo de disciplinas como literatura, historia o
educación para la ciudadanía. Un ejemplo es el manual de educación
para la ciudadanía de Gurevich aprobado en 2014, donde se puede leer
lo siguiente:
“Nosotros somos mortales. Pero la
historia conoce excepciones a esa regla. La fecha de la muerte de
Cristo se borró por el milagro de la Resurrección. Esta vida
extraordinaria se sale de los límites impuestos al hombre, refutando
a lo que estamos acostumbrados a considerar como una de las leyes más
indiscutibles de la naturaleza”.
Gurevich es el
mismo cretino que en la época soviética redactaba los manuales
contra la religión y el oscurantismo. Es un tipo de persona de los
que aún se conservan varios en la Rusia actual, sumisos con la
autoridad como perritos falderos de quien tenga la sartén por el
mango;“comunistas” que en 1990 hicieron su
propia perestroika, primero como apóstoles de los soviets, luego del
neoliberalismo, después de la religión y finalmente de lo que venga
por delante. Son capaces de redactar manuales de esto y de lo otro,
varios al mismo tiempo, diciendo una cosa y luego la contraria,
verdaderos camaleones de la “pedagogía”.
En
sus incendiarias “Pequeñas historias de una cotilla del
Kremlin” la periodista Elena Tregubova afirma que los
funcionarios rusos han acabado por considerar que la “idea
nacional” de la que tanto se hablaba en los tiempos de
Yeltsin era el capitalismo “popular” y
la “igualdad de oportunidades”.
Ahora esos
mismos funcionarios hablan de “patriotismo”, un tipo
de propaganda que ya circula pero de la que ahora se pretende extraer
toda su fuerza gracias a la popularidad creciente de Putin,
convertido en verdadero icono de los patriotas.
La
recomendación es que la enseñanza de la historia se sustente en las
Sagradas Escrituras, en la Revelación, en el amor a la patria y a su
lengua. La historia es la ejecución de la voluntad de dios para el
mundo y la humanidad. Según los manuales, la creación, la expulsión
del paraíso y la resurrección de Jesucristo son los hechos
fundadores de la historia y la vida de Jesucristo fue un viraje en la
historia de la humanidad.
De las Sagradas Escrituras, los
manuales pasan al patriotismo, según el cual Dios creó las naciones
por separado para el desempeño de objetivos que son propios de cada
una de ellas. Además de la enseñanza de la lengua materna, la única
manera de que los rusos se amen los unos a los otros es la enseñanza
patriótica de la historia nacional.
Por eso, se ha
erradicado de la historia de Rusia el socialismo y la URSS,
reconvertido en un periodo totalitario, estigmatizado como
misántropo, enemigo de la humanidad y del que sólo se rescatan la
carrera espacial y la Gran Guerra Patriótica, realizaciones que
fueron posibles “a pesar del comunismo” y no
gracias a él.
Por el contrario, el zar Alejandro II fue
un “libertador” y Nicolás II un “mártir”.
La etapa de la vieja Rusia imperial fue una época dorada en la que
la población vivía felizmente, hasta que llegaron los bolcheviques,
causando una revolución sanguinaria.
Naturalmente que en
Rusia son muchos los que se oponen a este tipo de relatos
fantásticos. Pero los científicos son allá tan simplones como acá
y dicen que el problema es siempre la falta de medios y de
presupuestos, como si el dinero y la contabilidad no tuvieran nada
que ver con la política, con el Estado y con el poder.
El
núcleo de la cuestión, según Chinkov, es que se ha desmantelado la
organización científica de la sociedad, lo cual es lógico si
quiere “optimizarla”. Se ha eliminado la organización
científica del trabajo, la del ocio e incluso la de las enfermedades
graves. Hoy la ciencia se organiza en torno al interés estricto de
un determinado grupo, que es la clase dirigente, cuyo objetivo
principal es el beneficio puro y simple. Del mismo modo, el interés
de los científicos también es el beneficio.
En la Rusia
actual, incluso cuando se produce un progreso real para la humanidad,
no se pone al alcance de todos sino de los que más dinero tienen.
Cuando se mantienen las relaciones mercantiles y la ciencia depende
de una financiación que privilegia proyectos rentables, es muy poco
probable que la sociedad apoye a la Academia de Ciencias de Rusia o a
cualquier otra institución parecida. Es necesario que la ciencia no
sea dirigida por el beneficio sino por las necesidades de la
sociedad, concluye Chinkov.