NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
El largo pero muy interesante artículo que les expongo a continuación tiene dos partes muy diferenciadas:
● La primera es el impacto que la robotización está comenzando a tener y va a tener previsiblemente en el desempleo crónico y estructural y sus consecuencias sociales, políticas y hasta ideológicas sobre la clase trabajadora.
Especialmente interesante resulta el apunte acerca de las consecuencias sobre la generación de plusvalía, dado que sólo el trabajo humano la produce, lo que podría abundar en un callejón sin salida para el capitalismo.
● La segunda, decepcionante en mi opinión, es la inserción de las alternativas al desempleo en un “postcapitalismo” (cháchara del discurso reformista prosistema) que reniega de defender el socialismo como proyecto de revolución social, y que ignora que el capitalismo intenta recuperar su tasa de acumulación a través de la desposesión, como bien afirma Harvey, a la clase trabajadora de sus conquistas históricas. ¿De verdad creen los autores que en una sociedad que no haya destruido las bases históricas de la acumulación y el beneficio capitalista, el capital iba a permitir formas secundarias de remuneración, tras el reparto del trabajo, que no pudiera valorizar? Está claro que los autores o no leyeron a Marx o intentan ningunear su obra, sobre todo al ignorar que la función del Estado capitalista es la de ser el instrumento de dominación del capital. Un proyecto como el que pretenden no se entiende sin decisiones políticas desde el Estado y éste no es neutral. Lo que pretenden ya se intentó en el siglo XVIII y se llamó “socialismo utópico” porque pretendían una equidad compatible con la conciliación social. Y es que, aunque en ocasiones mencionen a Marx para darse la pincelada de "rojos", los keynesianos caen siempre del lado de las reformas dentro del capitalismo.
En cuanto a lo que ellos llaman “precariado”, término tan del gusto de los hijos de la pequeña burguesía que han accedido al mundo universitario pero que saben que vivirán peor que sus padres y no quieren identificarse con la clase trabajadora, les habría venido bien a los autores de este texto leer “La situación de la clase obrera en Inglaterra” de Federico Engels porque lo que los descubridores del Mediterráneo llaman precariado no era otra cosa que las condiciones de vida del proletariado.
En cualquier caso, recomiendo encarecidamente la lectura de este texto tanto por sus aciertos como con el fin de desmontar sus trampas ideológicas.
Sin más, les dejo con el artículo
EMPLEO, ESTANCAMIENTO ECONÓMICO Y ABISMO SOCIAL ¿CUÁL ES EL FUTURO DEL TRABAJO?
Alberto Rabilotta, Michel Agnaïeff. Alainet
Si
algo define la actual dislocación social, es bien la incertidumbre
en torno al trabajo-empleo. La desconexión radical y rápida de la
economía con relación a la sociedad, provocada por las políticas
neoliberales, ha transformado el problema del desempleo masivo y de
la precarización del empleo en una cuestión de supervivencia para
las sociedades, y en un reto fundamental para la sociedad que será
necesario crear en el futuro.
En
el año 1900 casi la mitad de la población activa en Estados Unidos
estaba empleada en el sector agropecuario, y exactamente un siglo más
tarde sólo el 1.9% dependía de esa rama de la economía (1). En el
mismo período y del otro lado del Atlántico, en Francia, el número
de agricultores se dividió por diez (2). El aceleramiento de los
progresos tecnológicos en todas las áreas pertinentes hizo posible
esta profunda transformación, permitiéndole al mismo tiempo seguir
ocupando un importante papel en la economía. Se había logrado
producir cada vez más con menos mano de obra, y eso explica el éxodo
forzado de los trabajadores agrícolas hacia los refugios que
ofrecían otros sectores de la economía que tenían creciente
necesidad de nuevos brazos.
Un
éxodo comparable puede producirse en las próximas décadas, pero
esta vez sin grandes oportunidades de empleos en el horizonte. En el
curso de las últimas décadas el sector de servicios ha sido el
principal refugio para los trabajadores expulsados de los empleos
industriales por las diferentes olas de progresos técnicos que
fueron sucediéndose de manera cada vez más frecuente con los
avances en la electrónica, la informática y las telecomunicaciones.
Empero, la capacidad del sector de servicios para compensar las
pérdidas de empleos sufridas en diferentes ramas y sectores de la
economía ha ido disminuyendo por las transformaciones profundas que
a su vez lo afectan, y la próxima ola de progresos tecnológicos
puede ser mortífera en el capítulo de empleos en este sector, así
como en otros dominios hasta ahora poco afectados. Según la OIT (3),
el desempleo afectaba a 201 millones de personas en todo el mundo en
el 2014, o sea 30 millones más que antes de la crisis del 2008. Los
efectos que sobre el empleo tendrán las nuevas transformaciones
tecnológicas agravarán un desempleo que ya es masivo. El informe de
la OIT revela otro hecho agravante, como es la disociación creciente
entre los ingresos del trabajo y la productividad, con esta última
aumentando mucho más rápidamente que los salarios, lo que se
constata en las repercusiones negativas sobre el consumo, las
inversiones de capital y los ingresos del erario público.
Progresos
tecnológicos y progresión del desempleo
Hoy
día el progreso técnico permite alcanzar niveles de automatización
(informática y robótica) que imitan algunas dimensiones de la
inteligencia humana. Esos equipos de alta tecnología tienen la
capacidad de asegurar de manera creciente no solamente las tareas muy
rutinarias, como ha sido el caso en el pasado, sino también las
tareas que exigen interacciones con los usuarios o clientes. Pero
esto no termina ahí. Jean-Yves Geoffard, de la Escuela de Economía
de París, subraya que “el riesgo pesa en el pasado, sino también
las tareas que exigen interacciones con los usuarios o clientes. Pero
esto no termina ahí. Jean-Yves Geoffard, de la Escuela de Economía
de París, subraya que “el riesgo pesa también sobre numerosas
actividades intelectuales, relacionadas con el tratamiento y la
síntesis de informaciones, que pueden ser confiadas a esas
‘maquinas’ que aprenden cómo manipular cantidades infinitamente
más grandes de datos que las que el cerebro humano puede aprehender”
(4). Es pues toda la galaxia de empleos del sector de servicios, de
la administración y del conocimiento, que será trastornada por el
progreso tecnológico, y eso sin importar los conocimientos o
habilidades exigidas por las diferentes ocupaciones. En efecto, la
capacidad de los equipos basados en sistemas informáticos para
tratar masas de datos poco estructurados, de interpretar el discurso
humano y de comprender las acciones y decisiones humanas, no cesa de
aumentar.
Capaces de evolucionar mediante el aprendizaje automático,
esos equipos podrán efectuar un creciente número de tareas que
actualmente llevan a cabo los profesores, ingenieros, abogados,
profesionales de la salud, especialistas de finanzas, y los
administradores o ejecutivos de empresas o de los servicios públicos
(5).
Empero,
esta convulsión no será exclusivamente fruto de nuevos avances
científicos o tecnológicos, aun cuando no se los debe minimizar
dado el ritmo actual de innovaciones. Según un informe del McKinsey
Global Institute (6), doce tecnologías ya existentes van a sacudir
los fundamentos del mercado laboral mundial. Algunas de ellas son
bien conocidas, otras menos. Estas son la “Internet nómade”
(wi-fi), la automatización del trabajo intelectual, la “Internet
de los objetos”, la informática en la nube, la robótica
avanzada, los vehículos semiautónomos o autónomos, la genómica de
nueva generación, la acumulación (stockage) de energía, la
impresión tridimensional (3D), los materiales avanzados, la
exploración y la recuperación avanzada de petróleo y de gas, y la
energía renovable.
Otro
estudio (7) sobre el riesgo de la automatización de empleos, llevado
a cabo por la Universidad de Oxford, indica que la informatización
afectará alrededor del 47% de los empleos existentes en Estados
Unidos en el curso de las próximas dos décadas. Sus autores
analizaron 702 categorías de ocupaciones o profesiones bajo el
ángulo de las tareas efectuadas y las habilidades exigidas, y
comparando éstas últimas con las capacidades existentes o
anticipadas de los equipos informáticos. A partir de los resultados,
esas ocupaciones fueron seguidamente clasificadas según el grado de
probabilidad de ser automatizadas, para estimar su vulnerabilidad.
El
estudio sugiere que dos nuevas olas de automatización se sucederán
en el curso de las próximas dos décadas: la primera ola pondrá en
alto riesgo los empleos en el transporte, las actividades logísticas
y las tareas de apoyo administrativo, y aumentará la vulnerabilidad
de los empleos en el sector de servicios, en ocupaciones como
choferes de taxi, recepcionistas, auxiliares jurídicos,
bibliotécnicos, aseguradores o vendedores de servicios por teléfono.
La segunda ola, por otra parte, no tendrá impactos hasta que se
resuelvan las dificultades que se plantean actualmente en la
“imitación informática” de la percepción humana, de la
creatividad y de la inteligencia social. Pero a medida que el recurso
a la “masticación” de megadatos pueda superar las dificultades
actuales, los empleos que exigen juicio, saber, creatividad y
habilidades interpersonales comenzarán a ser afectados (8), por lo
cual los autores del estudio se muestran prudentes y no cifran el
número de empleos susceptibles de ser afectados. Por el contrario,
los autores del informe de McKinsey Global Institute estiman que los
algoritmos sofisticados podrían substituir (el empleo) de 120 a 140
millones de trabajadores en el terreno del saber, y a nivel mundial.
En
suma, como ya sucedió, la tecnología seguirá progresando y nuevos
avances acelerarán el ritmo de las innovaciones. Las tareas que
puedan ser ejecutadas más rápidamente y a un menor costo por los
dispositivos robóticos e informáticos lo serán irremediablemente.
Tal dinámica podría incluir ciertos aspectos de las tareas
definidas como creativas. No solo serán automatizadas las tareas que
requieren menos cualificación, sabiendo sin embargo que “el
trabajo humano deberá tener por largo tiempo una ventaja comparativa
en las tareas que requieren formas de manipulación y de percepción
complejas”.
Fijación
en la economía y negación de la sociedad
La
única tesis que avanza el pensamiento económico dominante es que la
automatización eliminará simplemente las categorías de empleos que
han devenido obsoletas y que las reemplazará por nuevas,
contribuyendo incluso al crecimiento del número de empleos. Se
plantea que, con el conjunto de las nuevas tecnologías, la
automatización facilitará otros descubrimientos que permitirán la
concepción de diferentes productos y, consecuentemente, la creación
de nuevos empleos. Asimismo, se afirma que la automatización
incentivará a que los trabajadores menos calificados busquen subir
en la escala de cualificaciones para poder ocupar esos nuevos
empleos, y que en tal contexto la cuestión fundamental será la
formación profesional. Se trataría simplemente, según este
“pensamiento único”, de una evolución similar a la que
se produjo durante el desenvolvimiento del sistema maquinista
industrial en las fábricas del precedente período tecnológico.
Recordemos que ese proceso contribuyó, en efecto, al crecimiento de
los empleos y a la creación de nuevas categorías de trabajo más
interesantes y mejor remuneradas, contribuyendo así a la afirmación
gradual de una ciudadanía en el trabajo, de una ciudadanía
industrial.
De
manera similar, nos dice el pensamiento dominante, los programas
informáticos, los algoritmos, los robots y demás aplicaciones
cibernéticas inscribirán a los seres humanos en un nuevo círculo
virtuoso de desarrollo, propulsándolos hacia tareas de creciente
valor. En suma, esas tareas permitirán a los trabajadores mejor
afirmar su dimensión humana, disminuyendo los trabajos pesados y
liberando los talentos según los potenciales de los individuos.
Parafraseando a Joseph Schumpeter, la automatización es vista como
un simple episodio de la ‘destrucción creadora’ en marcha, y sus
consecuencias sociales son tratadas como un apéndice normal, siendo
así banalizadas.
Si
el pasado puede ser útil para imaginar el futuro, de manera alguna
es garante de que así será ¿Podemos verdaderamente pretender que
ésta ‘era de los robots inteligentes’ puede ser comparada
a la que inauguró la máquina de vapor? ¿Tomamos suficientemente en
cuenta las especificidades de la mutación económica y social que la
generalización de la automatización está provocando? ¿Más
precisamente, si el robot reemplaza al trabajador, quién consumirá?
¿Con qué poder de compra? ¿Cómo podrá mantenerse la demanda
final en esas condiciones? ¿Qué sucederá con el crecimiento
económico, necesidad sistémica del capitalismo? ¿Cómo podrá
mantenerse la formación y reproducción del capital, puesto que el
dinero atesorado, las mercancías no vendidas y los valores
inmovilizados no constituyen capital, sino a lo sumo valores en
espera de realizarse en tanto que capital? ¿Cómo hacer para que el
ingreso de cada uno dependa del trabajo que provee? Más ampliamente,
¿hacia qué tipo de sociedad llevará la destrucción de empleos si
el crecimiento económico ya no es alcanzable? ¿Qué pensar si se
verifican las dudas del economista Robert J. Gordon de la Universidad
NorthWestern, de que las innovaciones no tendrán en el futuro el
mismo potencial en materia de crecimiento que en el pasado? ¿Qué
devendrá la sociedad si se revela exacta su opinión de que el
crecimiento económico rápido registrado a partir de 1750, y durante
250 años, no ha sido finalmente otra cosa que un episodio único y
excepcional en la historia de la humanidad? (9).
Las
extrapolaciones que se permite el pensamiento económico dominante en
relación a la evolución futura de los empleos reposan
sustancialmente sobre el carácter comparable de las ‘eras de la
máquina’, aunque no hay nada que lo sustente. La ruptura de la
continuidad con la era industrial de la cual estamos saliendo ha sido
bien puesta en evidencia por los pensadores estadounidenses
Brynjolfsson y McAfee en “The Second Machine Age” (La
segunda era de la máquina). A lo largo de la ‘primera era de la
máquina’, la relación entre la máquina y el ser humano fue una
de complementariedad.
La máquina permitía al ser humano decuplar su
fuerza y sus habilidades, estando siempre bajo su control. Más aún,
a medida que la maquina evolucionaba, mayor era la necesidad de la
presencia del ser humano para controlarla. En la ‘segunda era’,
la relación entre el ser humano y la maquinaria se orienta más vale
hacia la substitución del ser humano por la máquina, con la
automatización asumiendo el sistema de control de una maquinaria
cada vez más eficiente respecto al ser humano en esa tarea. La
necesidad de una presencia humana decrece rápidamente a medida que
aumenta la capacidad de potencia de los sistemas automatizados, que
actualmente se duplica cada dos años.
Estimulado
por la creación incesante de informaciones digitalizadas y por
nuevas formas de combinar ideas existentes para generar nuevas y
mejores ideas, un verdadero huracán tecnológico se abate sobre la
economía y trastorna el mercado del trabajo, lo que se refleja ya en
los indicadores económicos recientes. Los empleos y los salarios
caen mientras que la productividad y las ganancias se disparan (10).
Si las tecnologías digitalizadas proveen los medios para la
abundancia en la producción, también generan las condiciones para
que ésta sea muy mal distribuida. Esta es, por otra parte, una
característica que no tiene nada de temporal ni de fortuita, sino
que proviene tanto del régimen de propiedad capitalista como del
funcionamiento de las tecnologías digitalizadas, y de la utilización
que de ellas se hace.
Combinatorias
y exponenciales, estas tecnologías engendran una radical dinámica
económica al posibilitar la conversión de una ventaja relativa –sea
de un producto físico o de un servicio- en factor de dominación
casi total de un nicho o segmento del mercado, con el ganador
quedándose con todo el mercado. Asimismo favorecen al capital en
detrimento del trabajo; el trabajo calificado en detrimento del
trabajo no calificado; a los agentes económicos “superestrellas”
capaces de conquistar los mercados mundiales para cerrarlos a la
competencia, en detrimento de los agentes económicos locales (11).
Es
igualmente dudoso que la actual revolución digital pueda crear una
abundancia de empleos interesantes y bien remunerados. Ciertamente
que creará un buen número, pero no en la cantidad que nos quiere
hacer creer el pensamiento económico dominante cuando afirma que si
los trabajadores mejoran sus cualificaciones y sus competencias, eso
será suficiente para que asciendan hacia tareas de creciente valor.
Se trata de un mensaje tranquilizador que en realidad es un mito,
puesto que solamente un relativamente reducido número de
trabajadores podrá acceder a categorías de trabajo más nobles.
¿Cuál será el destino de los otros? Una primera parte de los
trabajadores seguirán confinados en la parte baja de la escala,
porque ahí se encontraban. Una segunda parte se deslizará de la
parte media hacia la parte baja de la escala, y una tercera parte
simplemente perderá sus empleos.
En
la realidad ya asistimos a la desaparición de empleos poco o
medianamente calificados y a la migración forzada de trabajadores
hacia empleos menos bien remunerados, frecuentemente precarios, sin
seguridad de empleo y con condiciones de trabajo más duras, o
directamente condenados a la salida del mercado laboral. Estamos
asistiendo, en realidad, a una polarización gradual del mercado del
trabajo entre empleos poco cualificados y mal pagados, y empleos más
gratificantes y mejor remunerados. Para David Autor, un experto en
materia del trabajo del MIT, esta polarización del mercado del
trabajo, en Estados Unidos y en dieciséis Estados miembros de la
Unión Europea, es el verdadero inconveniente de la automatización
desde hace ya algún tiempo (12).
Sin
embargo, este no es el único efecto de la revolución digital, que
si bien ha creado categorías de trabajo interesantes en lo alto de
la escala, en revancha también contribuye poderosamente a la
inseguridad del empleo y a imponer condiciones muy duras de trabajo
en las categorías relegadas o en vías de ser relegadas a la base de
la escala. En su trabajo titulado Mindless – Why Smarter Machines
are Making Dumber Humans, Simon Heads describe cómo los sistemas de
gestión de personal semiautomatizados han transformado las
condiciones de trabajo en los almacenes de las grandes empresas, en
los bancos y en los centros de llamadas (13). Tales sistemas permiten
seguir, literalmente, los movimientos y acciones de los empleados
asalariados en la ejecución de sus tareas, juzgar su eficiencia y
despedirlos si fuera necesario. Más aún, este tipo de gestión a
partir de una pantalla de computadora evita a los responsables del
personal los aspectos ‘desagradables’ de la confrontación
con los empleados, y de evitar que se tenga en cuenta su situación
particular.
Simon
Head cita como ejemplo el funcionamiento de los almacenes de la
compañía Amazone. Los algoritmos de esta empresa reciben los
pedidos que entran y crean inmediatamente una ‘ruta’ a
seguir por el empleado. Este último debe conformarse a esa ‘ruta’
y respetar el tiempo asignado para la ejecución del conjunto de
gestos y desplazamientos a efectuar, y eso bajo pena de despido.
Tratándose de ‘empleados temporales’ los responsables de la
gestión laboral pueden despedir fácilmente a los empleados que no
mantienen el ritmo exigido. Al poder reemplazar rápidamente a estos
empleados por otros, al mismo tiempo la empresa se asegura que podrá
seguir manteniendo los salarios muy bajos. En estos casos hay, de
hecho, un retorno a condiciones de explotación abusiva gracias a la
combinación de los métodos de la llamada ‘organización
científica del trabajo’ (OCT), -los algoritmos que minutan la
ejecución de la tarea asignada- con las ventajas de seguimiento y
control que proporcionan los sistemas informáticos.
Esta
combinación ha dado un nuevo impulso a la propensión de la OCT de
crear ámbitos de trabajo controlados verticalmente, donde los
trabajadores son despojados de sus competencias y de toda
satisfacción en la ejecución de las tareas. Precisemos que es tal
combinación la que produce efectos tan nefastos, y no la
automatización en sí.
Monopolización
de la economía y regresión salarial
La
noción de ‘tareas de valor creciente’, presentada por el
pensamiento económico dominante como una panacea, es bastante difusa
¿Quién se beneficia de este valor creciente? ¿El empleador o el
empleado? Retomando la pregunta del ensayista Nicholas Carr,
“¿medimos éste valor en el plano de la productividad y de las
ganancias, o en el terreno de la competencia y de la satisfacción
del trabajador?” (14). Estas dos apreciaciones no solamente son
diferentes, sino que muy seguido están en conflicto entre sí, como
testimonia la historia de las relaciones laborales.
Además,
si la automatización contribuye a reducir el número de trabajadores
requeridos para una tarea dada, también tenderá a reducir las
cualificaciones exigidas para cumplirla. Al ritmo actual del progreso
técnico no se puede dejar de pensar que tal erosión de las
cualificaciones requeridas terminará alcanzando a las ‘tareas
de valor creciente’, forzando así a que trabajadores muy
cualificados se vean forzados a aceptar puestos de baja
cualificación. Este proceso estaría ya en curso, según los datos
presentados por Paul Beaudry y David A. Green de la Universidad de
British Columbia, y por Ben Sand de la Universidad York, ambas de
Canadá (15), quienes revelan que los jóvenes egresados de las más
prestigiosas universidades de América del Norte que estudiaron para
alcanzar los bien pagados puestos en las finanzas o la alta
tecnología, cada vez más raros de encontrar, están viéndose
obligados a ‘refugiarse’ en empleos de un tipo inferior para los
cuales fueron preparados, o sea que son demasiados cualificados para
los empleos existentes. Según los autores citados, desde el comienzo
de este siglo cada nueva cohorte de diplomados se encuentra
enfrentada a un mercado laboral en el cual van disminuyendo la oferta
de empleos prestigiosos y bien remunerados. En el 2010, el número de
tales empleos había disminuido al nivel de 1990. Esto revela una
contradicción importante entre el discurso euforizante en torno a la
‘economía del conocimiento’ y la realidad factual. Las
dificultades crecientes de los jóvenes diplomados estadounidenses a
reembolsar las deudas contratadas para financiar sus estudios son una
ilustración brutal de la realidad. A finales del 2015 el total de
esas deudas sumaba 1.3 billón de dólares (16)
Pero
no todo se resume a una simple cuestión de brecha salarial entre los
trabajadores más escolarizados y a la necesidad absoluta para los
trabajadores menos formados de subir en la escala de cualificaciones
para sobrevivir a la actual transformación del mercado laboral. En
realidad esta brecha se mantiene estable, como vemos en Estados
Unidos, donde los salarios de los trabajadores más escolarizados
comenzaron a estancarse desde antes de la crisis financiera del 2008
(17). Lo que significa que no todo de lo que sucede en el mercado
laboral se puede atribuir a los impactos del progreso tecnológico.
En
una de sus crónicas en el New York Times el economista Paul Krugman
subraya que la explicación se sitúa también en el fuerte aumento
del poder monopolista. Habría de un lado los robots y del otro los
“barones ladrones” (robber barons). Si el progreso
tecnológico favoreció a las empresas en detrimento de los
asalariados, la concentración de empresas, por las fusiones o tomas
de control, contribuyen igualmente al debilitamiento de los
trabajadores (18). En casi todos los sectores de nuestra economía
–escriben Barry C. Lynn y Phillip Longman en Who broke America’s
Jobs Machine (19)-, un número mucho menor de grandes empresas
controlan mayores partes de sus mercados, comparativamente a la
situación de hace una generación.
Esta
concentración permite a esas empresas mastodontes utilizar su
creciente poder monopolístico para aumentar los precios impunemente,
evitando al mismo tiempo acordar una fracción de la ganancia a sus
empleados. Esta práctica es dañina tanto para el crecimiento de la
demanda como para las inversiones. De hecho, estos grandes grupos se
inscriben así en un comportamiento rentista. Es haciendo bajar
constantemente la parte de los trabajadores asalariados en la
distribución del valor agregado que, finalmente, pueden mantenerse
en posición dominante. Y esta disminución de la parte salarial
tiene como contrapartida el aumento de aquella destinada a las
ganancias, sin que eso conduzca, empero, a un incremento de las
inversiones. El declive del gasto en inversiones mundiales ha pasado
a ser algo persistente en los últimos años (20).
En
suma, el descenso de la parte salarial sirve para aumentar la
distribución de las ganancias no invertidas bajo la forma de
dividendos a los accionistas, bajo la presión de los mercados
financieros. La desigualdad de los ingresos se vuelve más profunda,
revelando así la gigantesca transferencia de riquezas que tiene
lugar, de los asalariados y hacia la clase capitalista en su sentido
más amplio, en un proceso que no genera un aumento de la riqueza
real global (21)
Por
otra parte, las empresas en causa se comportan de esta manera no
importa dónde se encuentren, países desarrollados o países en vías
de desarrollo, y actúan así gracias al marco definido a la vez por
las normas de excesiva rentabilidad económica impuestas por los
accionistas y por la rarificación de las oportunidades de
inversiones rentables en economías en las cuales por razones
estructurales el crecimiento se ha ralentizado. Y es así que estas
empresas explotan sin piedad una correlación de fuerzas que, por los
efectos de la combinación de la globalización y de la
financiarización que se refuerzan mutualmente, ha sido convertida en
muy desfavorable para los trabajadores. Hay que subrayar que ambos
fenómenos son de carácter socioeconómico, y no tecnológico.
Fruto
de la desregulación tan importante en el pensamiento económico
dominante de inspiración neoliberal, el poder monopolístico
mencionado anteriormente debe ser visto como el producto de un
capitalismo con una sobredosis de sí mismo, retomando la definición
de Wolfang Streeck (22).
¿Cambia
la automatización las reglas de juego del capitalismo?
Antiguas
cuestiones relacionadas con las ganancias, la utilización de las
ganancias y la propiedad del capital reaparecen en los análisis y se
añaden a las consideraciones más específicas de los impactos
económicos y sociales del progreso tecnológico. La automatización
no puede ser objetada en sí misma. Todo depende de la utilización
que de ella se haga, de los valores que la encuadran y de la
finalidad proseguida por la empresa y el sistema socioeconómico. En
otras palabras, las sociedades no podrán avanzar exitosamente en el
camino de la automatización de la producción de bienes y servicios
sin reconsiderar cuestiones fundamentales, como el consumo, el
trabajo, el ocio y la repartición de los ingresos. El profesor
Robert Skidelsky, de la universidad británica de Warwick, ha
subrayado en ese sentido que “sin esos esfuerzos de imaginación
social, el restablecimiento después de la crisis actual será
simplemente un preludio a otras calamidades aplastantes en el futuro”
(23). La más actual de esas amenazantes calamidades es la división
de la sociedad en dos partes, con una de ellas compuesta por una
minoría de productores, profesionales, supervisores y especuladores
financieros, y la otra parte conformada por una mayoría forzada a la
ociosidad y a una existencia precaria.
El
economista John M. Keynes (24) había asociado el progreso
tecnológico a la posibilidad de liberar al menos parcialmente a la
humanidad de su carga más antigua y natural, el trabajo. Pero, en el
momento mismo en que esta posibilidad está al alcance de la mano,
nuestro sistema socioeconómico se muestra incapaz de convertir el
crecimiento de la riqueza y el aumento del desempleo tecnológico que
lo acompaña en incremento del tiempo de ocio voluntario, y de
abordar el trabajo de otra manera que como una mercancía. En un
contexto en el cual la función mercantil prima sobre las otras
funciones sociales, abordar el trabajo de manera diferente sería
reconocer que las leyes del mercado difícilmente se pueden aplicar a
esta mercancía que Karl Polanyi (25) tan justamente describió como
ficticia. En síntesis, eso sería reconocer que la “magia del
mercado” no podrá resolver el problema de la rarificación
creciente del empleo, producto de la ruptura del ‘casamiento de
razón’, viejo de dos siglos, entre el capital y el trabajo
asalariado.
En
“La Gran Transformación”,
Polanyi nos recuerda que una economía de mercado requiere de una
sociedad de mercado, en la cual el mercado autoregulado, pero en
realidad desenfrenado, tiende a extenderse mucho más allá de su
terreno original, el comercio de bienes materiales y de servicios. Es
así que el mercado coloniza poco a poco todas las dimensiones de la
actividad humana, asimilándolas a mercancías sin importar su
compatibilidad a que pudieran devenirlo. Toda producción debe estar
destinada a la venta y ese debe ser el origen de todo ingreso. En
términos marxistas hablaríamos de subsunción a la lógica de la
acumulación del capital. La tierra (o la naturaleza), el trabajo y
el dinero, elementos no destinados a la venta, han sido convertidos
en mercancías falsas, en mercancías ficticias pero ya encastradas
en el mercado. Vivir del trabajo de uno sin pasar por el sistema se
ha convertido en algo imposible.
Y
sin embargo, al no imponerse límites, esta expansión del mercado
conlleva en sí misma el riesgo permanente de socavarse y de minar
así la viabilidad del sistema socioeconómico capitalista. Es
precisamente por eso que en un pasado reciente, en los países
centrales del capitalismo industrial, mediante leyes, reglamentos e
instituciones se intentaba, con mayor o menor éxito, limitar esta
expansión del mercado para evitar que infringiese los elementos
fundadores de toda sociedad, como el altruismo, las relaciones de
buena fe o la solidaridad en el seno de las familias y de las
colectividades. De hecho, se trataba de impedir que el capitalismo se
autodestruyera al devenir totalmente capitalista, demoliendo mediante
la expansión del mercado las fundaciones no capitalistas de la
sociedad en la cual había triunfado. Es por eso que desde esta
óptica el trabajo, fruto de la actividad humana, la tierra, una
subdivisión de la naturaleza, y el dinero, cuyas fluctuaciones son
peligrosas para la organización de la producción, fueron objeto de
muy diversos acomodamientos reglamentarios, con frecuencia ambiguos,
entre las élites políticas y financieras, para tratar de proteger
la sociedad de una mercantilización completa.
Desde
entonces, con el retorno del liberalismo económico puro y duro, y de
la subsecuente globalización, el capital adquirió una movilidad que
le ha dado un poder coercitivo sin equivalencia sobre los Estados.
Diferentes tratados internacionales, por otra parte, han creado por
encima de la política los santuarios que protegen los intereses de
las finanzas y de los monopolios. Si las orientaciones de un gobierno
no responden a las exigencias de los inversores, estos últimos los
sancionan inmediatamente retirando sus capitales, escapando así a
toda restricción mínimamente inspirada por la noción del bien
común o por imperativos sociales, sean de naturaleza medioambiental,
de protección de la salud, de la seguridad del empleo, de
condiciones de trabajo o de prosperidad.
Como
apunta Zaki Laïdi (26), en la actualidad la fuerza ideológica de la
sociedad de mercado reside quizás no tanto en su capacidad de
convertir en mercantiles los sectores no comerciales, sino en
representar la vida social como un espacio comercial, incluso cuando
no hay cómo poder entablar una transacción mercantil. Y agrega que
éste es un punto fundamental que se debe explicar. Se puede decir,
por ejemplo, que en el sector de la educación la sociedad de mercado
está actuando, no porque se lo privatiza a toda marcha, sino porque
socialmente se nos presenta cada vez más la escuela como una empresa
de servicios cuya misión es preparar a los niños para la vida
activa. En efecto, podemos agregar, la escuela se encuentra así
reducida a un simple lugar de ‘prestación de servicios’ a
los ‘clientes’, algo que sucede ya con los demás bienes y
servicios que hasta recientemente eran percibidos como cuasi-derechos
sociales, como es notable en los casos de la salud pública o el
sistema de correo postal.
En
este contexto no es sorprendente constatar que la mayoría de los
estudios consagrados a los cambios provocados por los avances
tecnológicos en las últimas décadas sobre las formas de producción
se inscriban en la lógica dominante. Es decir, en una concepción
del desarrollo que confunde crecimiento y desarrollo e ignora las
“externalidades”, sean los daños ecológicos y sociales;
que considera como infinitos los recursos del planeta; que acuerda la
prioridad al valor de cambio en detrimento del valor de uso, o del
valor concreto de un bien o de un servicio; y que asimila la economía
a las tasas de ganancia y a la acumulación de capital, aunque eso
genera profundas desigualdades. Muy pocos estudios abordan las
consecuencias socioeconómicas de estos cambios y de su impacto sobre
la supervivencia misma de las sociedades nacidas de la civilización
del capitalismo industrial. Pensemos en los contragolpes de la
rarificación de los empleos y la disminución de la masa salarial
sobre la demanda de productos y servicios o sobre los ingresos
fiscales de las colectividades municipales, provinciales y estatales,
y lo que eso significa para su capacidad de continuar manteniendo el
financiamiento de las infraestructuras y de los programas sociales.
¿Podrán sobrevivir mucho más tiempo sin tener que revisitar sus
fundamentos básicos, sea su relación con la naturaleza; su sistema
técnico de producción de la base material de la vida, en el sentido
físico, cultural y espiritual; su manera de organizarse
colectivamente en los planos políticos y sociales; su forma de
interpretar la realidad y de dedicarse a su construcción, su manera
de ser y de actuar, su cultura en suma? En otras palabras, ¿podrán
sobrevivir sin revisitar su modo de producción?
La
automatización en la génesis de un modo de producción
poscapitalista
Un
modo de producción no concierne solamente la manera mediante la cual
son tratados los factores de producción para brindar un bien o un
servicio a ofertar para el consumo. Como lo precisó el historiador
británico Eric Hobsbawm en Marx et l’Histoire (27), “un
modo de producción incluye a la vez un programa particular de
producción (una manera de producir, sobre la base de una tecnología
y de una división productiva de la mano de obra en particular) y un
conjunto especifico, históricamente válido, de relaciones sociales
a través de las cuales la mano de obra es desplegada para extraer
energía de la naturaleza mediante herramientas, experiencia,
organización y conocimientos, en un momento dado de su desarrollo, a
través del cual los excedentes producidos socialmente circulan, son
distribuidos y utilizados para su acumulación u otros fines”.
Un
cambio en el modo de producción implica pues un cambio de los
principales aspectos que regulan la organización social de las
relaciones de producción entre los seres humanos para la puesta en
marcha de las fuerzas productivas (trabajadores, maquinarias,
tecnología), e históricamente un cambio de este tipo ha venido
acompañado de cambios en el sistema de propiedad de los medios de
producción.
Un
nuevo modo de producción determina a la vez la organización social
de la producción, por ejemplo el recurso al trabajo asalariado, la
repartición del fruto del trabajo y las relaciones entre las clases
sociales, estas últimas encontrándose separadas por el lugar que
ocupan en las relaciones de producción y por sus intereses
respectivos. Podemos entonces comenzar aquí a interrogarnos sobre la
naturaleza de las relaciones sociales que prevalecerán en un modo de
producción en el cual la repartición de la creación de valor
agregado no podrá seguir siendo hecha, en lo fundamental, a partir
del trabajo asalariado.
En
efecto, cuando las élites dirigentes permiten que la esfera de la
economía se libere del control social (o del control político),
inevitablemente la sociedad sufre las consecuencias, porque es
desmantelada en beneficio de las fuerzas económicas. La decadencia
del feudalismo, ya minado y corroído interiormente por el dinero, es
una buena ilustración. El ascenso de las fuerzas financieras de
aquella época permitió quebrar el sistema feudal desde arriba,
subordinando social y políticamente a la señoría feudal por medio
de préstamos, y por abajo encerrando a los campesinos en la espiral
de los préstamos usurarios. Las bases sociales del régimen feudal
fueron así poco a poco destruidas, permitiendo de esta manera el
desarrollo de un nuevo modo de producción fundado sobre la propiedad
privada de los medios de producción. Esos medios fueron las tierras
arables, y más tarde las manufacturas. Ese proceso, o sea la
destrucción de una jerarquía social en plena decadencia, de un
régimen de propiedad y de un modo de producción que habían
alcanzado sus límites, abrió la puerta del progreso económico y
social.
La
situación actual recuerda esta dinámica. La dislocación de la
sociedad salida de la civilización del capitalismo industrial en los
países avanzados sigue su marcha porque la economía, desencastrada
de lo social y dirigida hacia el restablecimiento a toda costa de
altas tasas de ganancia, está en el puesto de comando. Las bases
sociales de esta civilización han sido erosionadas, particularmente
las garantías que ofrecían los derechos sociales y los contrapesos
al derecho de propiedad privada introducidos por los derechos
laborales colectivos. Todo el edificio de protección y de derechos
que sirvió de incubadora para la ciudadanía industrial –de
finales de la segunda Guerra Mundial hasta la década de 1970-, está
agrietado por los impactos de la ‘terciarización’
laboral, de la informática, de las maquiladoras, de la
multiplicación de los contratos temporales, entre la panoplia de
medios destinados a aumentar las ganancias de las empresas.
Hubo
cambios estructurales no solamente en el sistema técnico de
producción, sino igualmente en el régimen de propiedad y en su
influencia sobre los medios de producción y la riqueza colectiva.
Todavía sigue su curso el largo período de transición sistémica
que comenzó en la década de 1970. Este es a la vez un período de
incertitud profunda, un momento de masivo cuestionamiento sobre los
logros de la “civilización industrial”, y un tiempo de
maduración y de emergencia progresiva de un nuevo modo de producción
que se construye ineluctablemente sobre las nuevas potencialidades
tecnológicas, institucionales y sociopolíticas. La naturaleza de
las relaciones sociales de producción que resultarán es una
cuestión civilizacional.
Paralelamente,
desde un punto de vista estructural el capital está llegando al
límite de su capacidad de valorización. La instauración de un
modo de producción que se libera en consecuencia de la fuerza de
trabajo humana y del trabajo asalariado (trabajo vivo) pone también
término a la producción de valor, atrapando completamente al
capital en el callejón sin salida que constituye la creación de
demasiadas fuerzas de producción y de mercancías, y una
insuficiente masa salarial que alimente la demanda final para
absorberlas, o dicho de otra manera, demasiado capital acumulado y
una plusvalía insuficiente para permitir su reproducción, para su
realización. Estas son dos manifestaciones de una misma
contradicción, que reside en el hecho de que el capital siempre ha
tendido a disminuir la cantidad de trabajo asalariado que él emplea,
al mismo tiempo que tiende a aumentar la potencia de las fuerzas
productivas y la cantidad de mercancías producidas. Su objetivo y su
propia naturaleza lo llevan a producir más y a más bajo costo, para
lograr suficientes ganancias que le permitan la acumulación y llevar
a cabo nuevas inversiones. La automatización agrava fatalmente esta
contradicción fundamental, puesto que se necesita mantener una
creciente demanda, y no son ni serán los robots que comprarán las
mercancías producidas por ellos mismos: substitutos de los
trabajadores cuyos salarios alimentan la demanda, los robots no
pueden participar en la regeneración del capital. Sin trabajo
asalariado el problema de la solvencia de los consumidores se plantea
inmediatamente, como también la cuestión de la perennidad misma del
sistema económico.
Mutación
regresiva y dislocación social
La
concentración de riquezas en este período de transición sobrepasa
actualmente los límites de lo concebible para la existencia de una
sociedad compleja. Conjugada a un desempleo tenaz, convertido en
estructural por el deslizamiento masivo hacia un desempleo de larga
duración y la salida de la vida activa para un creciente número de
trabajadores, esta concentración de riquezas permite entrever la
construcción de un nuevo sistema sociopolítico que reproducirá y
amplificará los peores aspectos del sistema actual. Los cambios
profundos en curso en la estructura de clases en los países de la
‘Triada’ son signos indicativos en este sentido (28).
Examinando
los cambios intervenidos en la esfera del trabajo (29), el sociólogo
británico Guy Standing nota que la estructura de clases creada por
la civilización industrial está fragmentándose en los países
centrales. La liberalización de la economía y la globalización han
sacudido el orden económico, pero también las relaciones sociales,
y ambos factores han puesto fin al consenso subyacente del Estado del
bienestar creado después de la segunda Guerra Mundial, que consistía
en un liberalismo en parte encastrado en lo social, con la
característica –fruto de los derechos sociales modernos- que
permitía una limitada ‘desmercantilización’ del trabajo.
Ambas evoluciones –el neoliberalismo y la globalización-, han
poderosamente contribuido a crear un contexto en el cual todo queda
subordinado a los rigores de la competencia, que sea a nivel de la
producción, la distribución, el consumo, la empresa, la nación o
el individuo. Si ambos factores han llevado en la periferia, en
particular en Asia, a la industrialización y a la urbanización, por
la explotación de una mano de obra abundante, de bajo costo, y muy
seguido educada y calificada, en revancha en los países centrales
condujo a la desindustrialización, a la generalización del
subempleo y la eliminación progresiva de las ventajas sociales y
salariales adquiridas por las luchas de los trabajadores. Poco a poco
las “sociedades del trabajo” fueron convertidas en
“sociedades sin trabajos”.
La
liberalización y la mundialización han concurrido así a la
desagregación de la ciudadanía efectiva de la cual se beneficiaba
una proporción importante de los trabajadores en los países
centrales. Esta ciudadanía efectiva o industrial se fundaba en los
derechos colectivos que a través de las luchas de clase
cristalizaron avances importantes en materia de políticas públicas
para el trabajo y abrieron la vía hacia el disfrute de derechos
políticos y sociales en las sociedades industriales avanzadas. Todo
esto se ha ido ‘licuando’ en el curso de la transformación
de los medios de trabajo, por la influencia del desarrollo acelerado
de las tecnologías de información y de telecomunicación, por la
transnacionalización creciente de la producción de bienes y
servicios, los cambios en la organización del trabajo, la
destrucción y la restructuración del trabajo en el tiempo y el
espacio, y la multiplicación y fragmentación de las identidades
individuales y colectivas, en el trabajo y el resto de la vida (30).
Las
antiguas jerarquías se han reforzado y nuevas fisuras salieron a luz
en los rangos de quienes no tienen otra cosa que vender que su fuerza
de trabajo. La brecha de ingresos con las clases superiores siguió
creciendo. La creación de cadenas de producción mundiales y la
constitución de espacios de poder internacionales han fragilizado a
las clases trabajadoras, que han sido aún más alejadas de los
centros de poder y de decisión.
Las diferencias se han acentuado a
medida que la economía perdía su sincronización con la sociedad, y
se han convertido en muy marcadas en materia de ingresos, de
salarios, de condiciones de empleo y de trabajo, de habitación y de
la vida en general. Estas diferencias reflejan al mismo tiempo el
aumento de la desigualdad y de la inseguridad económica, y el
deslizamiento de una masa crítica de la población hacia una
precariedad sin salida, y traducen en realidad la emergencia de una
nueva estratificación social y la evolución de las mentalidades
hacia la desigualdad y la orientación de las políticas sociales.
Esta evolución complica, entre otras cosas, la defensa de los
derechos adquiridos o las reivindicaciones de orden social.
Guy
Standing distingue, por ejemplo, siete estratos jerarquizados en
función del ingreso social. En la cúspide de esta jerarquía figura
una pequeña élite global y globalista dotada de una inmensa
influencia política; inmediatamente debajo están quienes reciben
muy altos salarios, y los profesionales o técnicos a su servicio; en
el medio está lo que resta de la clase trabajadora y de personal
todavía estable de empresas, organismos y administraciones; y en la
parte inferior se encuentran los trabajadores precarios o el
“precariado”, flanqueados por los desempleados de larga
duración, y finalmente los individuos marginados. Estos últimos
constituyen el equivalente del lumpen-proletariado o del
sub-proletariado de antaño. Standing señala, igualmente, que el
régimen estatal de seguridad social está en el epicentro de una
polarización: los tres estratos superiores tienden a desligarse de
él más que a tratar de mejorarlo, mientras que los estratos
inferiores van perdiendo el acceso por los mecanismos de
inadmisibilidad o de restricciones a las prestaciones sociales
existentes. La reciprocidad y la redistribución, que constituyen la
esencia de la civilización, se encuentran considerablemente
debilitadas.
El
fenómeno distintivo de esta nueva estratificación social es el
“precariado”, que no se limita a las sociedades de los
países avanzados, ya que la mayoría de las poblaciones de los
países en desarrollo o emergentes viven también en la inestabilidad
y la inseguridad del empleo. El “precariado” reúne tanto
a los trabajadores intelectuales y a los jóvenes trabajadores como a
los trabajadores inmigrados y a los “trabajadores pobres’,
todos ellos desprovistos de perspectiva de futuro, despojados de un
buen número de derechos y sin acceso a lo que sobrevive de la clase
trabajadora y de los derechos de la ciudadanía industrial.
En
muchos aspectos este fenómeno comienza a presentarse como la
emergencia de una nueva clase social constituida por personas en
situación de precariedad permanente en el mercado laboral. Este
grupo de trabajadores tiene el potencial de constituirse en una
verdadera clase social, en sí o quizás para sí, en la medida en
que esos trabajadores se inscriben ya en las relaciones de producción
y de distribución que les son especificas.
Estas especificidades,
como subraya Standing en “La Carta del Precariado”, les
conducen a una conciencia distinta y propia a ellos sobre la
necesidad de reformas y de políticas sociales (31). En coyunturas
sociales y políticas particulares, la similitud de sus posiciones
objetivas podría conducirlos a movilizarse a nivel nacional e
internacional, y a jugar colectivamente un importante papel como
agente del cambio. Pensemos en las recientes movilizaciones masivas
de los empleados de los fast-foods en Estados Unidos para obtener un
salario mínimo de 15 dólares la hora. Otro ejemplo es proporcionado
por los desempleados y trabajadores precarios de Madrid, España, que
recientemente se han dotado de una estructura de coordinación y de
una plataforma económica, social y política (32).
Mientras
tanto, estos trabajadores forman un mundo paralelo, al margen del
contrato social ya ‘laminado’ por una sociedad de mercado
que tiende hacia una forma de anarquía. Para más de un observador
la sociedad de mercado tiende incluso hacia una “no-sociedad”
regida finalmente por nada más que lazos contractuales y un código
penal que amenaza con castigos. Si algo define bien esta dislocación
social en curso es la incertitud en torno al trabajo-empleo. La
desconexión radical y rápida de la economía en relación a la
sociedad, provocada por las políticas neoliberales, ha transformado
el vital tema del desempleo masivo y de la precarización del empleo
en una cuestión de supervivencia para la sociedad actual, y en un
reto fundamental para la sociedad que será necesario crear en el
futuro.
Trabajar
menos para que todos trabajen y gocen de tiempo libre
Las
nociones de trabajo, de empleo y de tiempo han sido sujetos de
reflexión desde tiempo inmemoriales y en todas las civilizaciones, y
como prueba el poema “Los Trabajos y los Días” de Hesíodo
escrito 700 años antes de Jesucristo, porque ambos definen en
realidad la relación social del hombre con la naturaleza y la
sociedad. El Trabajo, con T mayúscula, consiste en mucho más que la
acepción corriente y puramente mercantil que reduce su campo de
aplicación al trabajo asalariado, remunerado. De la misma manera, el
Empleo no puede ser solamente reducido a “tener un empleo” o a
“estar sin empleo”. Lo mismo con el Tiempo, única
posesión de la cual disponemos verdaderamente en la finitud de
nuestras vidas. Ese Tiempo no puede limitarse al proverbio “Time
is Money”, erróneamente atribuido a Benjamín Franklin pero
revelador de cómo en una sociedad capitalista el “tiempo”
de trabajo (no pagado a los trabajadores) es un valor o una plusvalía
para el capitalista.
El
impasse social y económico actual remonta a las últimas tres o
cuatro décadas y proviene, en efecto, de la crisis del
trabajo-empleo y del mecanismo que permite la valorización del
capital. En el curso de este período los empleos y los ingresos
estables han devenido poco a poco un privilegio. Las sociedades
occidentales fueron incapaces de conservar los logros de la
civilización industrial y de aprovechar los progresos tecnológicos
logrados desde entonces para reinventarse, convirtiendo el tiempo de
‘desempleo tecnológico’ en tiempo consagrado a las
actividades socialmente útiles y al ocio voluntario. La persistencia
del impasse social y económico indica que la reducción continua del
trabajo-empleo define ahora y de manera fundamental la metamorfosis
socioeconómica en curso. Sin embargo, a la vista de los aportes del
progreso tecnológico reciente, este impasse crea también una
ocasión única para poner en tela de juicio el orden económico
vigente, su modelo de crecimiento y su régimen de propiedad. Los
imperativos ineludibles de la vida en sociedad y las inevitables
limitaciones medioambientales figuran entre otros elementos que
incitan a tal cuestionamiento. El rechazo o la incapacidad de abordar
esta ocasión consagrarían la vía que lleva directamente a una
división de la sociedad en dos, de una parte la minoría de los
riquísimos especuladores, de los productores y profesionales, en la
otra la mayoría reducida al ocio forzado y a la miseria.
En
las sociedades que evolucionan hacia el “sin empleo”, en
lugar del “pleno empleo”, la disminución del
trabajo-empleo puede ser tanto sinónimo de lo mejor como de lo peor.
Como ha subrayado Immanuel Wallerstein, “la historia no está
del lado de nadie. Cada uno de nosotros puede influir en el futuro,
pero no sabemos y no podemos saber cómo actuarán los demás para
también influir en él” (33). Desde el punto de vista de la
defensa de los intereses de la mayoría, la cuestión estratégica es
la de saber si la automatización y la robotización pueden
efectivamente contribuir al asentamiento de un modo de producción
que dispondría de los atributos necesarios para la emergencia de una
sociedad poscapitalista. ¿Debemos ver o no en la automatización y
la robotización los medios que permitirán una repartición
diferente de las horas trabajadas y una utilización del tiempo más
en fase con la participación social y el despliegue personal de los
individuos? Dicho de otra manera, ¿podrían verdaderamente servir
para cuestionar la presente división social del trabajo y conducir a
una valorización diferente del tiempo consagrado a diferentes formas
de actividades, sea el trabajo productivo, el trabajo reproductivo y
las actividades personales o de placer? ¿Permitirán la
automatización y la robotización la creación de nuevas formas de
cambio y una mejor distribución social de la riqueza? ¿Y en esta
óptica, el primer paso a dar no sería relanzar la reivindicación
de una semana de trabajo más reducida?
André
Gorz precisaba a este sujeto que lo esencial del combate a emprender
no debería ser sobre la preservación de la estabilidad del
trabajo-empleo en sí misma, sino más vale contra la tentativa de
perpetuación de la ideología que glorifica el trabajo-empleo en sí
mismo como la fuente de los derechos, de la identidad y del alcance
de logros personales.
La reducción del tiempo de trabajo requerido
para responder a las necesidades materiales debería, pues, ser
considerada en primer lugar en función de las nuevas posibilidades
que se abren de emancipación colectiva y personal. Diferentes
medidas, como un ingreso de existencia universal y de redes de
cooperativas comunales de autoproducción, pueden abrir la vía a una
reapropiación del trabajo y a la construcción de un futuro liberado
del molde de una sociedad fundada sobre el trabajo-empleo y el
salario.
Gorz
también recordaba que el trabajo-empleo, el trabajo como mercancía,
no era una categoría antropológica, sino un concepto inventado a
finales del siglo 18. La monopolización gradual de los medios de
trabajo permitió entonces aislar el trabajo de la persona que lo
efectuaba, de sus intenciones y más fundamentalmente de sus
necesidades. El trabajo quedó así reducido a la cantidad de fuerza
abastecida por un “trabajador”, una cantidad medible e
intercambiable por dinero, comprada por un patrón que determinaría
en consecuencia tanto la finalidad como las modalidades y el precio
del trabajo. El trabajo fue así llevado al rango de mercancía y el
trabajador desposeído del producto de su trabajo, de su autonomía y
del empleo de su tiempo, a cambio de un salario.
Desde
entonces, el trabajo se encontró asociado con el empleo, mientras
que las actividades propias a la supervivencia, a la reproducción
social, al desarrollo de los individuos y sus comunidades, y
esenciales desde tiempos inmemoriales al funcionamiento de no importa
qué tipo de economía, fueron retiradas de la esfera económica y
por lo tanto de toda evaluación monetaria. El ‘saber hacer’
asumió así la primacía sobre el ‘saber ser’. El
trabajo-empleo se impuso a la vez como la única fuente de ingresos
para poder vivir y de estatuto social, así como la única base
posible de la formación de la sociedad y de su cohesión.
Hoy
día, a pesar de la creciente rarificación del empleo, el discurso
dominante hace como si esta rareza no se debe a causas sistémicas, y
continua remachando que sin empleo nada es posible, que no se puede
vivir en la dignidad y que todo ingreso acordado fuera de un empleo
es una forma de caridad. Todo es hecho para impedir una salida de la
noción trabajo-empleo, y en consecuencia de una revalorización del
tiempo fuera del trabajo asalariado, y del trabajo en su sentido más
amplio. Es muy paradójico que la lucha contra el desempleo y la
reivindicación del pleno empleo contribuyan a complicar esta salida,
al reforzar el estatus o lugar del trabajo-empleo en la sociedad.
Todo tiende así a obstaculizar un cambio radical de las mentalidades
en lo referente al trabajo-empleo y el tiempo fuera del trabajo
asalariado.
Simultáneamente,
la aspiración de alcanzar otras formas de ser y de actuar, otras
prioridades que aquellas impuestas por un empleo, está creciendo en
potencia. Esta aspiración está en fase con la evolución y los
cambios de valores que se caracterizan por la convergencia entre la
búsqueda de nuevos equilibrios (desarrollo personal/desarrollo
profesional, calidad de vida, cantidad de bienes, etcétera), la
aparición de nuevas expresiones de compromisos colectivos en los
jóvenes (código fuente abierto, economía social, consumo
cooperativo, por ejemplo) para reemplazar el consumo individual, por
ejemplo, y la emergencia de una visión del mundo más consciente,
más ecológica, y sobre todo más respetuosa de la coherencia entre
los valores y el comportamiento (34). Esta no es una aspiración que
data de ayer, ya que podemos encontrar su origen en las críticas del
trabajo-empleo a comienzos del capitalismo, cuando no se lo consideró
como siendo la salvación de la sociedad, ni tampoco como la fuente
de riquezas en el siglo 20, sino más bien como una experiencia
vectorial de afirmación y de realización de sí mismo. Las empresas
del sector de nuevas tecnologías, entre otras, privilegian mucho
este punto de vista (35).
El
cambio y la evolución de los valores, la rarificación del empleo,
la importancia adquirida por el desempleo crónico o de largo plazo,
lo extendido y la persistencia del precariado, la liberación de la
imaginación y la autonomía exigida por la economía del
conocimiento, el nacimiento y la multiplicación de viables
iniciativas económicas no-capitalistas, figuran entre otros muchos
factores que pueden contribuir a borrar los obstáculos culturales
que hacen que las gentes sean “incapaces de imaginar que podrían
apropiarse del tiempo liberado del trabajo, de las intermitencias de
más en más frecuentes y extendidas del empleo para desplegar
auto-actividades que no necesitan de capital y que no lo valorizan”
(36).
Sin
embargo, ese bloqueo psicológico sigue presente y el debate sobre el
futuro del trabajo se cristaliza más que nunca antes en torno a la
noción de “ingreso de existencia”.
La potente idea de
instaurar un ingreso de base distribuido por igual a todos para
asegurar la supervivencia de cada uno no es nueva, Thomas Paine la
mencionaba en 1797. Desde entonces ha sido objeto de diferentes
interpretaciones, marcadas por las concepciones ideológicas de
quienes las presentaron en un momento u otro. Más recientemente hubo
quienes percibieron esta idea como un mal menor para enfrentar los
peligros de un estancamiento percibido como secular, o más aún,
como una herramienta apropiada para llevar más lejos la fórmula del
“workfare” (retribuir la ayuda monetaria con trabajo,
capacitación o estudios, por ejemplo). Por otra parte hay quienes la
ven como una panacea frente a la pobreza o una manera de asegurar una
verdadera igualdad de género, y hay otros, más cercanos al
pensamiento de Gorz, que se interesaron sobre todo a las
posibilidades que ofrece esta noción de ingreso de existencia para
cambiar radicalmente la sociedad, notablemente mediante la
reapropiación del trabajo.
La
idea de un ingreso de existencia sigue haciendo su camino, en
particular por el contexto aparentemente favorable creado por la
incorporación de un ingreso de base garantizado en la agenda
política de ciertos Estados europeos. Son muchos quienes la ven como
una ocasión de franquear una etapa decisiva hacia una sociedad
diferente. Empero, la instauración eventual de tal ingreso ha sido
abordada por esos Estados como parte del espíritu del neoliberalismo
dominante y sin una verdadera investigación paralela de una solución
innovadora y durable a la cuestión del trabajo y su papel en la
sociedad y en la vida de los individuos. La necesidad asimismo de
aportar una respuesta a las urgentes y no adecuadamente satisfechas
necesidades sociales por el mercado, no parece formar parte de las
políticas consideradas. A juzgar por la documentación disponible,
la ambición es poder manejar el ocio forzado y mantener la demanda,
y no la de construir una sociedad sin desempleo a partir de una
redefinición del trabajo, como presuponía la noción de ingreso de
existencia planteada en la década de 1980.
En
otro orden de ideas, parece muy incierto que los Estados que encaran
la implantación de esa política dispondrán de los medios
financieros adecuados para proveer un ingreso de existencia
suficiente, en el sentido en que lo entendía Gorz, especialmente a
la luz de las políticas de austeridad y de la política monetaria
impuesta por el orden económico vigente. Esto plantea inmediatamente
el problema de la credibilidad económica de esos proyectos de
ingresos de base garantizados, tanto en su fase de implantación como
en su continuidad, especialmente si anticipamos los arbitrajes
presupuestarios inevitables por la situación económica actual,
tomando en cuenta la lógica del capitalismo realmente existente.
Convertida
en una importante cuestión política, la definición de un ingreso
de existencia se ubica en el centro de una lucha de influencias en la
cual “los ganadores” en la fase actual de la evolución
del sistema socioeconómico no podrán dejar de participar. Y se
corre el riesgo de que la noción de ingreso de base garantizado sea
despojada de todo el alcance transformacional que posee y simplemente
convertida en una banal ocasión de consolidar los “mínimos
sociales” ya reconocidos en los países de la Triada. Este
parece ser el caso en la iniciativa finlandesa. Vaciada de esta
manera, la noción de ingreso de base garantizado jalonará
simplemente la vía hacia una forma moderna de servidumbre, en lugar
de abrir la vía a una mejor repartición del volumen creciente de
riquezas producidas por un volumen decreciente de capital y de
trabajo. Una mayoría de la población reducida a la precariedad
permanente se vería así incitada a resignarse a su condición, a
cambio de un mínimo vital definido arbitrariamente por un proceso
político sobre el cual ésta mayoría tendrá menos poder aún. El
ingreso de base garantizado se convertirá de esa manera en una vía
rápida hacia un sistema social que, en el curso de la destrucción
de empleos asalariados, estructurará y perpetuará la pobreza y
marginación política de una proporción cada vez más importante de
la población, que sobrevivirá así fuera de un mundo nuevo creado
por una economía que hará de un “nivel general de
conocimientos la fuerza productiva principal”.
Es
difícil asimismo pasar por alto la ruptura que tal ingreso de base
garantizado provocaría entre el trabajo y la protección social,
particularmente en una fase en que el capitalismo vuelve a ser
salvaje. En efecto, esta articulación se ha considerablemente
debilitado desde la salida de la civilización del capitalismo
industrial, pero ahora la cuestión primordial es más la repartición
del trabajo-empleo que la distribución de un ingreso de existencia.
A condición, por supuesto, de considerar que el objetivo a proseguir
es bien el de asegurar que en el período de transición hacia una
sociedad poscapitalista el nuevo modo de producción en emergencia
estará basado sobre una mejor correlación de fuerzas entre el
Trabajo y el Capital, y sobre un mejor equilibrio entre el
trabajo-empleo, las actividades sociales y las actividades
personales.
Asimismo,
es un hecho que los seres humanos son también tan sensibles a la
iniquidad en la repartición de ingresos como sobre la iniquidad en
la repartición del trabajo. Las situaciones en las cuales algunos se
ven forzados a trabajar, y otros no, son muy mal aceptadas
socialmente y no podrían constituir soluciones a largo plazo. La
facilidad con la cual los desempleados y las personas bajo asistencia
social pueden ser estigmatizados nos dice mucho sobre ese sujeto.
Como lo señala Seith Ackerman en un artículo publicado en la
revista Jacobin (37), “mientras la reproducción social
necesitará de un trabajo alienado, seguirá existiendo esta demanda
social de una igual responsabilidad para todos de trabajar, y un
malestar de conciencia sobre ese sujeto entre quienes podrían
trabajar, pero que por una u otra razón no lo hacen”. Esta
actitud social impone un reexámen profundo de la cuestión de la
repartición equitativa del trabajo-empleo y de las posibilidades que
tal repartición ofrece en materia de reducción y de una diferente
planificación del tiempo de trabajo, y de la transformación de la
distribución actual, profundamente desigual, de los frutos del
crecimiento económico.
La
disociación entre crecimiento económico y la creación de empleos
puede ser gestionada tanto por la disminución de las horas
trabajadas como por la disminución del número de trabajadores.
Desde el punto de vista social, la primera solución es mucho más
preferible que la segunda, puesto que permite tratar a todos los
trabajadores de la misma manera, y al mismo tiempo asegurar al mayor
número posible las ventajas de un empleo. Una vía atrayente sería
la de vincular la disminución del número de horas trabajadas al
aumento de la productividad, lo que igualmente permitiría proteger
el ingreso “per capita”.
Pero
escoger esta solución no crearía empleos suplementarios. Para
poder crear más empleos es necesario que la disminución de la
duración del tiempo de trabajo supere el umbral de las
compensaciones por horas suplementarias o por nuevos aumentos de la
productividad, o dicho de otra manera, que sea superior a los
progresos de la productividad del trabajo y a la capacidad de
absorción de la mano de obra por nuevas empresas u organismos. Se
trata de un marco de acción sin mucho margen de maniobra.
Más
precisamente, tal marco no podría ser aplicado sin que haya
repercusiones importantes sobre los niveles de remuneración de los
trabajadores y los gastos de explotación de las empresas u
organismos. En la lógica económica actual, la realidad brutal es
que la reducción del tiempo de trabajo no podrá ser efectuada sin
cuestionar la remuneración. Por otra parte, su adopción y su puesta
en aplicación solo será posible a partir de procesos largos y
complejos, tanto a nivel de las instancias políticas como de las
empresas. Finalmente, no menos problemático es el escollo de la
capacidad real de intercambios perfectos o aceptables de personas en
relación a las exigencias de un empleo. Tal posibilidad de
intercambios está lejos de poder ser asegurada en las condiciones
existentes. En un contexto mundial en el cual el costo del trabajo
amenaza su existencia, una reivindicación de disminución del tiempo
de trabajo que gravitaría exclusivamente en torno al principio de
quitarle una parte del trabajo a quienes trabajan mucho para
redistribuirlo a todos aquellos que no tienen un trabajo, no tiene
muchas posibilidades de triunfar desde el punto de vista de la
movilización de los trabajadores concernidos, y tampoco para llegar
a ser incluida en la actual agenda política.
Hacia
reformas no reformistas
Pero
la terca realidad persiste. El trabajo sigue siendo la llave de la
producción, y por lo tanto de la actividad económica, y la forma
privilegiada de la repartición de la riqueza producida. Su
validación social continúa pasando por la colectividad y el
mercado. El gran reto en la actual fase de la evolución del sistema
socioeconómico será el de lograr dar un mayor peso a la
colectividad en la validación social del trabajo. Eso facilitará su
reapropiación, aunque más no sea que sacando el sector de la
economía social y solidaria de su actual papel de amortiguador
social en el marco de la actual política de descompromiso del
Estado, para que juegue plenamente su papel de desarrollo hacia una
nueva sociedad en la cual lo económico esté encastrado en lo
social. Tal proceso deberá inscribirse, sin embargo, en una
perspectiva más amplia de reflexión sobre el lugar del trabajo en
la cambiante situación actual. A partir de que constatamos la
imposibilidad de repetir los esquemas anteriores en la lucha contra
el desempleo, esta reflexión debería tomar en cuenta la existencia
de necesidades sociales no satisfechas por el mercado y las nuevas
posibilidades de revisar las proporciones de tiempo consagradas al
trabajo-empleo, a las actividades sociales y a las actividades
personales. También debería incluir la creación de oportunidades
para refundar la ciudadanía sobre nuevas bases y de avanzar así en
la vía de la democracia productiva.
La
traducción de las conclusiones de tal reflexión en proyecto
político en primer lugar, y seguidamente en una estrategia de su
puesta en marcha, es un reto de talla. Este desafío se revelará con
particular agudeza en el reposicionamiento y el desarrollo del sector
de la economía social y solidaria, que constituye un asunto
estratégico. En la fase actual de la evolución del sistema
socioeconómico, los monopolios y oligopolios dominan el mercado y
tienen fuerte influencia en las políticas, las leyes y reglamentos.
Los poderes públicos, que controlan las colectividades, están
profundamente impregnados por esta influencia.
Los monopolios y
oligopolios de sectores industriales, agrícolas, comerciales y de
los servicios usan y abusan de su poder para preservar sus rentas de
situación, impiden la emergencia de toda iniciativa surgida de los
medios económicos y sociales que podrían poner fin a tales
ventajas. Este comportamiento se propaga a los poderes públicos. Las
limitaciones reglamentarias y las exigencias de funcionamiento,
compatibles solamente con una producción o una organización de gran
escala, asfixian la producción en pequeña o mediana escala, que sea
con objetivos de lucro o no. De esta manera se dificulta la
innovación económica, social y cultural. Más fundamentalmente,
esas limitaciones y exigencias de funcionamiento perjudican
igualmente la preservación de las diversas formas de habilidades
para la vida y del “saber-hacer”, esos conocimientos y
prácticas que son el fruto de los avances logrados por la humanidad
y sin los cuales cualquier sociedad tendría dificultad en progresar
y desarrollarse. Todo esto constituye el terreno de lucha política
que apunta en el horizonte, porque en síntesis se trata de trabajar
para volver a poner la economía en el seno de la sociedad.
Para
retornar a la necesidad de disponer de una perspectiva más vasta, un
ejemplo interesante es la propuesta avanzada por Guy Aznar (38), un
investigador francés independiente, a finales de la década de 1980.
Aznar lanzó la idea de una sociedad sin desempleo y en la cual se
podría “vivir a tres tiempos”, equilibrando producción,
actividades sociales y tiempo individual. Cada uno organizaría
libremente su proyecto de vida en torno de esos tres polos: el
trabajo en la esfera productiva, la actividad en la esfera social, la
actividad o no-actividad en el espacio individual. Una persona podría
así ocupar un empleo en el sector productivo (pequeña empresa, gran
empresa, etc.), pero trabajando menos horas para permitir al mayor
número posible de tener un empleo. Ese individuo podría también
consagrar un cierto número de horas semanales a las actividades
sociales, por ejemplo en un organismo de dimensión comunitaria. En
fin, podría ocupar su tiempo libre en actividades individuales con
objetivos recreativos o lucrativos, o más prosaicamente al placer y
el reposo. Aznar partía de la constatación que la proporción
relativa de esos tres tiempos podía ser cambiada en caso de una
marcada disminución del empleo.
El
tiempo de trabajo productivo sería compartido entre todos. El tiempo
social existe –o sería creado- bajo la forma de la vida
asociativa, pero numerosas otras funciones sociales deberán ser
desarrolladas para responder, entre otras cosas, a las necesidades no
satisfechas por el mercado. El tiempo libre quedaría sujeto a las
opciones personales de cada uno y podría eventualmente servir para
inventar un nuevo trabajo al lado del primero. Lo esencial en ese
modo de organización es que cada uno pueda “vivir a tres tiempos’.
Y
a cada tiempo correspondería un ingreso: para el tiempo de trabajo
productivo un salario ligado al tiempo consagrado a las tareas
asignadas; para el tiempo social un “segundo cheque”
relacionado a la productividad de la sociedad, a su crecimiento
económico, y del cual podrán beneficiar solamente las personas que
habrán aceptado reducir su tiempo de trabajo, y jamás las personas
profesionalmente inactivas o que ocupan un empleo a tiempo completo;
para el tiempo libre, un ingreso facultativo y fruto de la
autoproducción bajo el signo del valor de uso.
En
el contexto específico de la Francia de finales de los años 80, Guy
Aznar retenía tres estrategias para poner en ejecución este
sistema: la reducción general del tiempo de trabajo para llegar al
tope de cuatro días por semana; la opción personal de reducción
del tiempo de trabajo productivo, recurriendo a diferentes
disposiciones existentes (pre-jubilación, año sabático, tiempo
parcial voluntario, etc.), la estrategia -a partir de la duración de
la vida activa-, de reducir por libre decisión el tiempo de trabajo
productivo mediante períodos de interrupción en alternancia con
períodos de trabajo. Y la creación masiva y voluntarista de un
vasto sector de empleos sociales, el sector de actividades de
utilidad colectiva para responder a las necesidades sociales no
satisfechas o a las necesidades relacionadas con los servicios a las
personas.
Una
de las orientaciones de fondo defendidas por Guy Aznar era que había
que cesar de considerar el salario como la única fuente de ingresos
y que, en consecuencia, una reorganización de las fuentes de ingreso
se imponía. De ahí viene la proposición de un “segundo
cheque”, por el cual el autor había por otra parte propuesto
tres modos de funcionamiento y no exclusivos entre ellos. El objetivo
común seguía siendo, empero, el de favorecer la reducción del
tiempo de trabajo productivo, facilitar el ejercicio de actividades
sociales y de permitir en el futuro que el hombre disponga más
libremente de esos “tres tiempos” para devenir
verdaderamente “el hijo de sus obras”.
Recordemos
que este ejemplo fue escogido para ilustrar la importancia de abordar
desde una visión de conjunto el reto del trabajo para todos, y no
caer en la trampa de formulas milagrosas o de reivindicaciones “a
la pieza” dictadas por la urgencia de actuar. Es importante
también la forma cómo se aborda el sujeto en el ejemplo presentado,
porque puede resumirse a la voluntad de partir de la realidad,
abriendo bien los ojos sobre las transformaciones que están teniendo
lugar, y luego de imaginar una sociedad sin desempleo retornar a la
realidad con vista a determinar cuáles son los principales elementos
estructurantes de tal sociedad en el contexto existente. La idea es
la de no luchar simplemente contra el desempleo, sino de comenzar a
construir poco a poco una sociedad sin desempleo, avanzando
reivindicaciones cuidadosamente orientadas hacia la creación de esos
elementos estructurantes. Esos elementos deberían, por otra parte,
poder traducirse en objetivos intermediarios y con la preocupación
de agrupar gradualmente a todas las fuerzas posibles del cambio,
aquellas bien enraizadas en sus medios respectivos y forjadas en las
luchas contra las políticas neoliberales, así como las
potencialmente susceptibles de emerger de este embrión de clase
social que es el precariado.
La
incertitud creciente en torno al trabajo-empleo, la inseguridad
estresante que esto provoca en crecientes masas de individuos, que en
consecuencia se sienten incapaces de poder planificar sus vidas y de
alcanzar el sentimiento de que disponen de cierto control sobre sus
destinos, constituyen los factores que deberían jugar a favor de la
exigencia, y del enraizamiento en la sociedad, de que hay que crear
una sociedad sin desempleo. Esta exigencia no podrá, empero,
imponerse en la agenda política sin una importante movilización, un
movimiento suficientemente poderoso como para quebrar la intolerancia
absoluta del sistema hacia cualquier desviación del orden
neoliberal.
NOTAS
1-Carolyn
Dimitri, Anne Effland, and Neilson Conklin, “ The 20th Century
Transformation of U.S. Agriculture and Farm Policy”, Economic
Information Bulletin Number 3, United States Department of
Agriculture
2-Jean-Alix
Jodier, « Panorama de l’agriculture – Population agricole », La
France agricole.fr, 14 Enero 2010
3-«Emploi
et questions sociales dans le monde – Des modalités d’emploi en
pleine mutation», OIT, mayo 2015
4-
Pierre -Yves Geoffard, «Former demain aux emplois
d’après-demain», Libération, 25 mayo 2015
5-
J. Manyika, M. Chui, J. Bughiné, R. Dobbs, P. Bisson, A. Marrs,
«Disruptive technologies: Advances that will transform life,
business, and the global economy», McKinsey Global Institute,
mayo 2013.
6-
Ibidem
7-
Carl Benedikt Frey and Michael Osborn, « The Future of Employment:
How susceptible are jobs to computerisation?”, Oxford Martin
Programme on the impacts of Future Technology, Oxford University,
Oxford, septiembre 2013.
8.-
Ibídem
9-
Robert J. Gordon, «Is US Economic Growth over? Faltering
Innovation Confronts the Six Headwinds», NBER working papers
series, Working Paper 18315, http://www.nber.org/papers/w18315
10-
Bureau of Labor Statistics – USA Department of Labor
11.-
Erik Brynjolfsson and Andrew McAfee, “The second Machine Age –
Work, Progress and Prosperity in a Time of Brilliant Technologies”,
W.W. Norton & Company, New York, 2013
12.-
Timothy Aeppel, «Be Calm, Robots Aren’t About to Take Your Job,
MIT Economists Says», The Wall Street Journal, Business, Real
Time Economics, February 25 2015.
13.-
Simon Head, «Mindless – Why Smarter Machines are Making Dumber
Humans», Basic Books, Persues Books Group, New York, 2004
14.-
Nicholas Carr, «The myth of the endless ladder», Rough Type,
roughtype.com
15.-Paul
Beaudry, David A. Green, Ben Sand, «The Great Reversal in the
demand for skill and cognitive tasks», Economics, University of
British Columbia, enero 2013, pdf
16.-
Claude Lévesque, «Endettement étudiant : une bombe à
retardement aux États-Unis», Le Devoir, Montréal, 9 de julio
2015.
17.-
Heidi Shierholz, Natalie Sabadish and Hilary Wething, “Wages of
young college graduates have failed to grow over the last decade”,
Press release, Economic Policy Institute, mayo16, 2012
18.-
Paul Krugman, “Robots and Robber Barons”, New York Times,
New York, diciembre 9, 2012
19.-
Barry C. Lynn and Phillip Longman, “Who Broke America’s Jobs
Machine – Why creeping consolidation is crushing American
livehood”, PDF, Washington Monthly, marzo/abril 2010
20.-BIT,
«Emploi et questions sociales dans le Monde – Tendances pour
2016», OIT, Genève, enero 2016
21.-Michel
Husson, «Le partage de la valeur ajoutée en Europe», La
revue de l’Ires, No64, enero 2010
22.-
Wolfgang Streeck, «How will capitalism end», New Left
Review, mayo/junio 2014
23.-
Robert Skidelsky, «Return to capitalism ‘red in tooth and claw’
spells economic madness”, The Guardian, London, June 21 2012
24.-
John Maynard Keynes, « Economic Possibilities for our Grandchildren
», in Essays of Persuasion, New York, W.W. Norton & Co. 1963
25.-Karl
Polanyi, «La Grande Transformation», 1944, edición
Gallimard, 1983
27.-
Eric Hobsbawm, «Marx et l’Histoire», Paris, Éditions
Demopolis, 2008, p 74
28.-
Las estadísticas oficiales no dan, por otra parte, que una imagen
muy parcial de la amplitud real del desempleo. Dependiendo del número
de variables utilizadas, la tasa de desempleo puede pasar así, en el
caso de Estados Unidos y en el mes de octubre 2014, de 5.4% (la tasa
oficial utilizada generalmente por los medios de prensa) , a 11.5%
(considerando aquí a los trabajadores “desalentados” a
corto plazo y por el trabajo a tiempo parcial), y a 23.0% (si se
incluyen las ‘salidas forzadas de la vida activa’, una categoría
que dejó de ser tomada en cuenta a partir de 1994). Fuente:
http://www.shadowstats.com[1]
29.-Guy
Standing, «Work after Globalization – Building Occupational
Citizenship», Edward Elgar Publishing Limited, Cheltenham, UK,
2009
30.-
Sobre esto ver Travail et citoyenneté : quel avenir ?, publicado
bajo la dirección de Michel Coutu y Gregor Murray, Québec, Presses
de l’Université Laval, 2010
31.-
Guy Standing, «A Precariat Charter – From Denizens to
Citizens», Bloomsbury, London, UK, 2014
33.-
Immanuel Wallerstein, “Nuevas revueltas contra el sistema”,
newleftreview.es, página 102
35.-
Peter Frose, «The Politics of Getting Life», The Jacobin,
abril 2012
36.-
Palabras de André Gorz, citado por YOVAN GILLES, «Oser l’exode
de la société de travail vers la production de soi»,
entrevista retomada por el portal Perspectives gorziennes, 30 agosto
del 2015
37.-
Seith Ackerman, «The Work of Anti-Work : A response to Peter
Frase», Jacobin, May 2012
38.-
Guy Aznar, «Le travail c’est fini (à plein temps, toute la
vie, pour tout le monde) et c’est une bonne nouvelle», Paris,
Édition Belfond, 1990