27 de octubre de 2015

LOS MEDIOS AGRANDAN A MARINE LE PEN

Eduardo Febbro. Página/12

NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:

Les sugiero que lean detenidamente el contenido del texto que les presento a continuación. Se trata de un texto en el que su autor, periodista progresista de un medio argentino, también progresista, retrata la imagen mediáticamente “carismatizada” de la dirigente fascista francesa Marine Le Pen.

Llamativamente Eduardo Febbro cae en la trampa de colaborar en el ungimiento fervoroso de la figura representada en su artículo, institucionalizar al FN y dotarle de un aura de modernizada respetabilidad, deseo creer que de forma involuntaria, aunque a mi edad hace ya demasiado tiempo que casi nada puede sorprenderme.

¿Han acabado ya su lectura? Les propongo que respondan ahora a tres interrogantes:
1º) ¿Por qué los medios del capital aúpan figuras populistas o abiertamente fascistas? ¿Cuál es el objetivo de todo ello?
2º) ¿Les recuerda a ustedes algún caso reciente o actual dentro de nuestra realidad política nacional?
3º) ¿Qué ha pasado en eso que llaman “la izquierda” para que esto sea posible y el discurso que estas debieran hacer haya sido envilecido, sustituido o deformado por este tipo de nuevas figuras, partidos y movimientos “emergentes”?

Pues bien, les dejo con esta lectura que espero resulte provechosa a su intelecto.

LOS MEDIOS AGRANDAN A MARINE LE PEN

Hija del fundador del Frente Nacional, la actual presidenta del partido se mueve cómoda en los estudios de televisión. Indigesta a los biempensantes, corroe la vida política y, sin embargo, atrae a partidarios y adversarios.

Hay un instante en la vida de un dirigente político en que una suerte de leyenda empieza a posarse sobre su cabeza como la corona de un santo. Algo que, de pronto, está por encima de sus ideas y de la rama política que representa. Es él, emancipado de su ideología. Allí comienza la fascinación de adversarios y partidarios. En este caso se trata de ella: Marine Le Pen, la presidenta del partido de extrema derecha Frente Nacional. La hija del fundador del partido, Jean-Marie Le Pen, indigesta a los bienpensantes, corroe la vida política, acorrala a la derecha, deja amordazados a los socialistas y fascina a todo el mundo, empezando por los medios. Su mejor escenario es la televisión y los mitines, el peor, su plataforma política. Pero el efecto que produce en el primero borra las asperezas y aproximaciones del segundo.

En pocos años, la dirigente francesa humanizó a la extrema derecha, le sacó los velos negros que la cubrían, izó al FN a cimas electorales inéditas e hizo pasar a la ultraderecha del patíbulo al patio común de la casa de los ciudadanos. Allí donde su padre era una suerte de diablo, ella es una figura normalizada. Que los semanarios políticos le hayan consagrado primeras planas es una obviedad, pero que las revistas para mujeres como la célebre Elle o el semanario conservador Le Figaro Magazine, o que el semanario Paris Match le consagre une sesión de fotos matinal, además de las innumerables invitaciones que recibe para participar en programas de radio por la mañana o esas emisiones de televisión donde acuden futbolistas, cantantes humoristas y políticos, dice mucho acerca del ascenso que esta mujer de 47 años tiene en la sociedad.

Ese ha sido hilo conductor de su ascenso y el de la renovación del partido. En el entorno del palacio presidencial se comenta que la prensa ha hecho de Marine Le Pen “una heroína romanesca”. Primer partido de Francia en las elecciones europeas de 2014, el Frente Nacional encara la línea final hacia las elecciones regiones de los próximos 6 y 13 de diciembre en las mejores condiciones, con Marine Le Pen como su mejor bandera y el populismo xenófobo como resorte argumental. Su eficacia escénica y la combinación de una palpable irritación social, el desempleo, la obsesión por el ocaso de Francia, el colapso de los partidos políticos, el terror al islam, la idea fija de que Francia desaparece en un mundo globalizado y el rechazo masivo a la inmigración hacen el resto. Y como se ha vuelto una sensación normativa desechar a los políticos del sistema, cada vez que ella aparece en los medios para arremeter contra ese sistema, Marine Le Pen se lleva la bolsa de las apuestas. Con ello, la mujer encarna la lucha de clases, empezando la lucha contra las castas privilegiadas y gobernantes. Analistas, estrategas y dirigentes políticos siguen empecinados en combatirla en el terreno de los valores sin que el “valor” de referencia de las encuestas de opinión se mueva a favor de ellos.

La historia de la hija de Jean-Marie Le Pen es la trama de un ascenso imparable desde aquella noche del 22 de mayo del 2002 cuando su padre salió electo para disputar la segunda vuelta de la elección presidencial contra el mandatario saliente Jacques Chirac. Esa noche apareció por primera vez ante las cámaras para no dejarlas jamás. De una mala fe prodigiosa y una osadía monumental, Marine Le Pen eligió su primer domicilio político en la pantalla chica. En 2004, su mismo padre decía: “A Marine Le Pen la hicieron los medios”. Su punto de inflexión también lo alcanzó en la televisión, en el año 2006, durante un programa nocturno. Con expresión compungida y una mirada triste, Marine Le Pen contó las etapas de su vida: a los 8 años, cuando el departamento familiar fue volado por una bomba; a los 16, cuando tuvo que enfrentar el abandono del hogar por parte de su madre, Pierrette Le Pen, quien se escapó con un periodista que había venido a escribir la biografía del padre; o a los 18, cuando descubrió a su madre posando desnuda en la primera plana de Playboy. Poco a poco, Marine Le Pen se convirtió en la hija del pueblo. Por eso nunca rehusó identificarse con Eva Perón y con el peronismo. No hay nada común entre ambos, pero Marine Le Pen aceptó la interpretación de “un peronismo a la francesa”. En varios momentos coqueteó con el aura de Evita, y hasta se acercó a su prosa política con recurrentes mensajes sobre la unión del pueblo. Marine Le Pen entró en la vida de Evita mediante un libro escrito por un autor ligado a la extrema derecha, Jean-Claude Rolinat (Evita Perón, editorial Dualpha, 2010).

No hay puentes entre el Frente Nacional y el peronismo. El FN es clara e inobjetablemente una fuerza política reaccionaria y xenófoba, carece de bases sindicales masivas y más que los derechos de las clases trabajadoras defiende el derecho de la nación a no ser tragada por la obsesiva y obsesional figura del extranjero. Pero esa centralidad del pueblo y el hecho de que Evita sea mujer empapan el aura de “Marine”. Lo paradójico es que Marine Le Pen no proviene del pueblo. Se educó en un hogar burgués pero cada vez que aparece logra hacer que el otro, quien la interroga, salga retratado como un miembro del sistema de privilegios, totalmente alejado de las realidades populares que ella conoce y representa.

Periodistas de radio o de televisión, quienes la entrevistaron testimonian de su eficacia: “viene a jugar un partido y a ganarlo”, cuenta Bruce Toussaint, un periodista del canal ITelé. La mujer es todo un espectáculo: firmeza, humor, agresividad, vivezas, suavidad o rectitud, Marine Le Pen sabe interpretar en pocos minutos muchas emociones humanas. Sus intervenciones son vistas por el público no ya como un mensaje político, sino como un espectáculo. Aunque hoy se haya peleado irreconciliablemente con Jean Marie Le Pen, Marine Le Pen aprendió de él muchas de sus técnicas actuales. El padre le decía: “toma cursos de ortofonía porque tus frases se caen al final, por falta de aliento”. Atribuirle todo el éxito político que ha tenido desde que, en enero de 2011, fue electa presidenta del Frente Nacional, sería inexacto y superficial. Marine Le Pen prosiguió la obra de su padre transformando las zonas tenebrosas en áreas políticamente digeribles. Modernizó a la ultraderecha, la desvistió de sus uniformes, cambió el antisemitismo original por un anti Islam arraigado en la sociedad y supo capitalizar el terror social ante un ultraliberalismo asumido hasta por los socialistas. Marine Le Pen, dicen, está convencida de que será presidenta de Francia. Nada es hoy imposible con una mujer que ha captado la voz popular que los socialistas, y los conservadores abandonaron a sus masivas incertidumbres.


25 de octubre de 2015

ABENOMICS NO CONSIGUE PONER FIN A LA CRISIS JAPONESA

Ariel Noyola Rodríguez. alainet.net

Los pasados 3 meses nos revelan que el panorama del sistema mundial es cada vez más preocupante. Tanto por las tensiones geopolíticas en Siria, como por las tendencias económicas que rozan la recesión. Por cuarta vez consecutiva en lo que va del año, el Fondo Monetario Internacional (FMI) disminuyó sus estimaciones de crecimiento: la economía global se expandirá 3.1% en 2015, la tasa más baja desde 2009.

Es que el proceso de recuperación económica en Estados Unidos es muy débil, mientras que la Unión Económica y Monetaria Europea y el Reino Unido conservan el riesgo de consolidar la deflación (caída de los precios). Los países de América Latina y el Continente Asiático, por su parte, tampoco están a salvo de la turbulencia económica mundial.

Luego de la contracción del crédito (credit crunch) internacional en los primeros meses de 2009, la mayor parte de las economías emergentes evitaron sumergirse en una crisis profunda. Los países latinoamericanos cayeron en desaceleración pero no en depresión.

Lo mismo sucedió con los países de la región de Asia-Pacífico: China continuó con la compra de una gran cantidad de materias primas (commodities), con lo cual los países primario-exportadores de la periferia capitalista resistieron más ante el colapso si se los compara con las naciones industrializadas. Ahora la situación es muy distinta, la recesión avanza en América del Sur y la desaceleración cobra fuerza en el Continente Asiático.

El Grupo de los 7 (G-7, integrado por Alemania, Canadá, Estados Unidos, Francia, Italia, Japón y Reino Unido) se encuentra atrapado en una crisis estructural. Estados Unidos, la Zona Euro, Japón y el Reino Unido lanzaron una enorme cantidad de estímulos monetarios y fiscales para evitar la profundización de la debacle.

Sin embargo, esas políticas, más que dinamizar el grueso de la actividad productiva y promover la creación de empleo masivo, precipitaron la acumulación de deuda pública y el auge bursátil. La crisis no se resolvió, solamente se contuvieron sus rasgos más destructivos unos meses.

En Japón ya se presencian los primeros síntomas del regreso a la deflación (caída de precios). Cuando el primer ministro, Shinzo Abe, comenzó su mandato en diciembre de 2012, se comprometió a sacar a su país del atolladero. Con graves penurias desde 1980, por una crisis de los bienes raíces, la economía nipona se hundió a principios de la década de 1990 en el estancamiento, y siempre se mantuvo amenazada por la caída de precios.

El gobierno de Abe apostó todo su capital político en un plan de recuperación (conocido con el nombre de Abenomics) sustentado en las denominadas “tres flechas”: las reformas estructurales, los estímulos fiscales (20.2 billones de yenes) y el programa de flexibilización cuantitativa (aumento de la base monetaria en un monto anual que equivale a 16% del producto interno bruto, 80 billones de yenes).

A grandes rasgos, el objetivo consistía en incrementar la productividad y la competitividad empresarial de Japón en la economía global. Se liberalizó el mercado laboral para eliminar las barreras de la explotación capitalista. Para sumarse en el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por su sigla en inglés) que impulsa Estados Unidos, Abe pretende llevar adelante la apertura de los sectores de la agricultura y la salud, entre otros, aunque la resistencia interna no se lo permite todavía.

También se disminuyeron los impuestos a las corporaciones para promover la inversión productiva y se incrementó el impuesto al valor agregado de 6 a 8% para no generar un hoyo fiscal. Por último, se puso en marcha un programa de inyección de liquidez para favorecer la subida del nivel de precios. Sin embargo, el plan Abenomics aún no consigue el despegue de la economía.

La economía nipona cayó -1.2% entre abril y junio (en términos anuales). Y hay señales que apuntan a que la recesión no cederá en los últimos 2 trimestres del año. A pesar de la agresividad de las políticas del Banco de Japón, la tasa interanual de inflación (si se excluyen los alimentos y la energía) sigue sin crecer. En agosto disminuyó -0.1 por ciento. Es la primera vez que registra números negativos desde abril de 2013.

La depreciación del yen en más de 30% ante el dólar todavía no termina de dinamizar lo suficiente el comercio exterior. La producción industrial (maquinaria, automóviles y aparatos electrónicos) se desploma y el nivel de consumo de las familias no basta para elevar la demanda interna. La deuda pública ya casi supera 250% como proporción del producto interno bruto; la degradación de la solvencia es tal que la agencia Standard & Poors no tuvo alternativa y a mediados de septiembre disminuyó la calificación de la deuda soberana del país asiático de A+ a AA-.

El gobernador del Banco de Japón, Haruhiko Kuroda, sostuvo que la caída de la actividad económica se trata de una situación que muy pronto será superada, pues es transitoria: tanto el desplome de las cotizaciones del petróleo, como la drástica desaceleración de China obstaculizan que el plan Abenomics logre superar el estancamiento y la deflación.

Sin lugar a dudas, entre los países del capitalismo industrializado, Japón vive uno de los mayores dramas económicos desde hace más de 2 décadas. A principios de octubre, el banco central reiteró que no cancela la posibilidad de ampliar su programa de estímulos monetarios en caso de que la situación se vuelva más crítica. No obstante, es evidente que de nada servirá proveer dosis más altas de una medicina que en lugar de curar, prolonga los males.