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TIEMPO DE PESIMISMO (NO EXAGERAR LOS ADJETIVOS), TIEMPO DE ESPERANZA
SUMAR Y PODEMOS JUNTOS A LAS GENERALES ¿QUÉ PUEDE SALIR MAL?
15 de diciembre de 2013
LA REVUELTA DE LAS HORCAS
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Seguramente una
parte de los lectores de esta entrada se estén preguntando acerca de la
naturaleza social así como de la orientación política de “la revuelta de las
horcas” en Italia.
A pesar de que el
mundo nunca ha estado tan intercomunicado como ahora, las sociedades humanas continúan
conociendo infinitamente mejor lo que sucede en sus localidades que lo que
ocurre tan sólo a 1.500 kms. de distancia. Y ello no sólo porque nos interese más
lo propio que lo que creemos ajeno.
Todo medio de
comunicación orienta la realidad en la dirección que a los grupos económicos,
ideológicos y de poder que están detrás de él le interesa. Y de esto no se
salva tampoco cualquier orientación política que haya tras un medio, puesto que
la visión previa que se tenga del mundo y de lo que en él sucede afecta al
propio tratamiento de la información.
Por otro lado, hasta
los medios más alternativos no dejan de recoger una parte de la información que
posteriormente difunden de los medios oficiales y grandes agencias de
comunicación, las cuáles performan la información previamente e intoxican a la
opinión pública y ocultan o destacan una parte de la noticia en función de sus
intereses.
Dicho esto, y si ustedes conocer
mi visión del fenómeno de la “revuelta de las horcas” que lleva ya una semana
extendiéndose y creciendo en Italia, les diré que mi impresión, recogida aquí y
allá, respecto a la orientación ideológica y el componente social de este
movimiento es muy coincidente con el artículo que les presento. Falsas clases
medias (las ideológicas pero asalariadas) y clases medias reales (pequeños y
medianos empresarios,…) que se ven empobrecidos y desean volver a los años
dorados y que, en su protesta, expresan su componente ideológico de clase, el
mismo que aupó al fascismo en los años veinte y treinta del pasado siglo.
Comparto incluso parte del diagnóstico
que Franca Giacopini hace en este artículo en relación con la responsabilidad
de las izquierdas en que ello esté sucediendo por incomparecencia en el
planteamiento de una propuesta propia ante la protesta social. Hace tiempo
escribí sobre lo que denominé como “izquierda sistémica”. No me refería con
esta expresión sólo a las izquierdas cuyo compromiso con el parlamentarismo y
con el respeto a las reglas de juego del orden burgués y capitalista les impedía
convertirse en herramientas emancipadoras y de lucha contra el capitalismo sino
también a aquellas extraparlarlamentarias cuyas orientaciones ideológicas y de
clase les había convertido en elementos del folklore político con una gran carga de
falsa radicalidad.
Y es a partir de este punto
donde difiero radicalmente y de modo antagónico con la señora Franca Giacopini.
Su apuesta por un ciudadanismo
soberanista y nacional es más de la misma basura ideológica que dice combatir y,
en gran medida, estímulo que alimenta a lo que ella llama el populismo de
derechas y los fascismos.
El discurso de las izquierdas
sistémicas es el de integrar en el mismo a todo “el pueblo” (el pueblo no tiene
contenido de clase sino que es equivalente, desde la revolución francesa a la “nación”,
en la que caben todas las clases sociales, explotadores y explotados, por mucho
que los analfabetos políticos y reaccionarios, que creen ser “de izquierdas”,
usen “pueblo” como sinónimo de clases trabajadoras, cuya mención se les
atraganta porque les suena a comunista y ese nombre, lejos de recibirlo como
galardón, les avergüenza).
Cuando se apela a “los
ciudadanos” se apela a todas las clases, se pretende representar los intereses
de todas ellas, algo tan imposible como sorber y soplar al mismo tiempo, porque
entre las clases sociales existen intereses antagónicos y una parte de esas
clases son enemigas de la clase más amplia, la mayoritaria, la clase
trabajadora).
A los ciudadanos apelan los
social-liberales (los PPSS, en Italia el Partido Democrático en el gobierno),
fracción no fascistizada de los monigotes del capital, los socialdemócratas
excomunistas, una parte de las organizaciones supuestamente situadas a la izquierda
de estos últimos y, muy coherentemente, las derechas puras y duras, porque “el
ciudadanismo” es el antídoto ideológico de la conciencia de clase, opone el “todos”
revueltos (ciudadanos) a la gran “mayoría” (clase trabajadora) y niega, como
antigualla, la lucha de clases. Es llamativo el modo en que en España el gobierno
del PP apela a los derechos de los ciudadanos para intentar recortar el derecho
de huelga o los de manifestación, reunión y expresión
Sí, las izquierdas, si no desean
la vuelta del fascismo a Europa, deben impulsar la protesta social y
radicalizarla pero no al servicio del ciudadanismo sino de la clase
trabajadora, ocupada o parada, que es la inmensa mayoría de la población, deben
impulsar el internacionalismo pero no ciudadanista sino de clase y rechazar las
categorías “patria” o “nación” porque ellas son las negadoras de la emancipación
de los oprimidos, al dividirlas y ponerlas al servicio de sus burguesías, y,
principalmente, porque si la crisis capitalista es mundial y, específicamente,
europea, es necesaria una solidaridad internacionalista en un mismo proyecto
político y económico emancipador, el de la inmensa mayoría, la clase
trabajadora. ¿Acaso la señora Giacopini desconoce o no recuerda a dónde nos
llevaron los nacionalismos en Europa en dos momentos distintos del siglo XX?
En España, ahora hay quien dice
que para arrebatarle a la derecha conceptos de los que se ha apropiado como la “seguridad”
hay que dar una alternativa a la misma desde la izquierda. Pero es que, el
concepto de “seguridad” siempre se ha esgrimido como opuesto, y ya está más que
contaminado, al de libertad, cuando se juega en campo ajeno, con reglas y
conceptos ajenos, se hace el juego sucio desde “las izquierdas” primero a la
derecha y luego al fascismo. Lo que hoy está en peligro en las sociedades
europeas no es la “seguridad” sino los derechos sociales de la clase
trabajadora, sus conquistas históricas y las libertades, medios necesarios para
defender los primeros.
Pero a la vez, para conectar con
los oprimidos y para lograr la hegemonía en la protesta social es necesario
oponer al populismo y al fascismo subyacente en los enunciados de una parte de
ese magma “indignado” una movilización ajena y alternativa, capaz de expresar y
proyectar la visión de un horizonte deseable radicalmente opuesto no sólo a ese
populismo prefascista sino al capital y ese horizonte no puede ser otro que el
socialista, no un socialismo evolutivo, respetuoso con el orden social y con
los poderes del sistema sino irredento, con rabia y corazón, con esperanza y
con todo el potencial de la ira social de los oprimidos. El resto, programas
políticos de monjas y caridad tipo “salario social” o “toma y calla”.
Hay un mundo que ganar y ese no
se gana desde la colaboración de clase del sindicalismo amaestrado y
colaboracionista como mono en el circo y desde el “civismo” amable de unas “izquierdas”
desnortadas como vaca sin cencerro.
El fascismo hoy conecta no sólo
con las desclasadas pseudoclases medias y con las reales (empresariado pequeño
y medio de capa caída) sino con crecientes sectores de la clase trabajadora,
que es la que está huérfana de izquierdas, porque canaliza la rabia social,
justo lo que no hacen las consideradas "izquierdas" con el orden del capital.
Ellas, y las que se refugian en los museos de la historia, son sus cómplices,
por omisión e unos casos, por incompetencia en otros.
Sin más, les dejo con un artículo
que quizá les desvele algunas incógnitas, aunque presenta el riesgo de
reproducir propuestas políticamente indeseables para una izquierda que lo sea,
revolucionaria.
La
revuelta de las horcas
Franca Giacopini.
Rebelión
El nombre sugiere rabia y
hambre, y da mucho respeto. Dura ya desde hace cuatro días en los que ha habido
manifestaciones, bloqueos de carreteras, trenes, metros y cierres de
establecimientos en ciudades como Turín, Génova, Florencia, Roma o Palermo, pero
los grandes medios, ocupados como están con lo de Ucrania, le han dedicado poco
espacio a un fenómeno que el director de la Agencia de información y seguridad interna de los
Servicios secretos italianos define como “un
movimiento sin una dirección única que presenta una preocupante unión entre
distintos componentes animados por un sentimiento de contraposición hacia el
Estado y las instituciones”, mientras, por su parte, el ministro del
Interior, en una intervención en el Parlamento, lo describe como “una corriente rebelde contra instituciones
nacionales y europeas a las que no les falta apoyo de organizaciones
antagonistas”.
El perfil de los participantes
en la revuelta se va trazando ya en las crónicas de los incidentes del pasado lunes día
9. "Aristócratas en Jaguar y
agricultores. Empresarios y obreros parados. Camioneros ahogados por las multas
de Equitalia y nuevos ideólogos del fascismo o jóvenes de centros sociales de
izquierda. Simpatizantes de la
Liga Norte y de Grillo. Ex simpatizantes de Grillo y ex
simpatizantes de la Liga. Ex
simpatizantes del Partido Democrático y críticos de Matteo Renzi
[reciente ganador de las elecciones primarias del PD]. Sindicalistas de base o
ex sindicalistas de la
CGIL. Objetores de Hacienda e independentistas vénetos.
Inmigrantes y ultras de equipos de fútbol [...] Un magma volcánico”.
Afinando más, el sociólogo
Marco Revelli desbroza el paisaje de la protesta de lugares comunes y extrae el
común denominador que hace que estalle este volcán social: la clase media
empobrecida que ya “no puede más”, ha llegado al límite, y lo único que quiere
es que “se vayan todos a casa”. Es cierto que hay escuadrones violentos que han
amenazado a un librero de Savona con quemarle los libros, que hay quien enseña
su brazo tatuado con el rostro de Mussolini Dux, y que se oyen en los
reportajes de televisión participantes en las protestas que profieren vivas a
la mafia o la camorra, a sus ojos más honestas que la casta política, que sería
la verdadera mafia. Lo reconocen los propios organizadores del Movimiento de
las horcas [I forconi], que avisan a los políticos de que son incapaces
de controlar a la gente, y que el tiempo apremia, si no quieren ver una nueva
marcha sobre Roma de cuyas consecuencias no responden.También está claro que
hay quien tiene intereses en atizar la revuelta, como Berlusconi, cuyo periódico de familia, Il Giornale, titula: "Los italianos empuñan las horcas".
Asusta de verdad este nuevo
pueblo, y el presidente del Consejo de Ministros, Enrico Letta, tuitea ayer por
la mañana: “Había prometido en abril
abolición financiación pública partidos antes fin de año. Lo confirmé el
miércoles. Hoy en el consejo de ministros mantenemos la promesa”. La casta
trata de aplacar una rabia, ya desatada en las redes sociales y las calles. Los
estudiantes de las universidades se movilizan y ya ocupan la Facultad de Ciencias
Políticas de La Sapienza
en Roma. Se contagia el arranque de rabia y se anuncia no una marcha, pero sí
una "vigilancia" de Roma para el próximo miércoles. Lo nuevo de este
caos es que la crisis ha creado una nueva clase social que carece de
representación política. El único signo de identidad, la bandera italiana, ser
ITALIANOS, en mayúsculas, como escriben en sus octavillas. Poco es necesario en
este contexto para que cuajen discursos xenófobos. Nada de banderas rojas. A un
señor comunista que se presenta con su bandera roja, lo apartan en Teramo diciéndole:
"Somos apartidistas". ¿Qué
hacer? ¿Ensuciarse las manos en estas protestas o dejar que la derecha social
se haga con todo el tejido social más tocado por la crisis?
Es un hecho: la crisis, la
guerra del euro, como antaño la
Gran Guerra , ha parido en Europa una nueva clase social que
busca iracunda un nuevo orden en un periodo de decadencia económica, expresión
de la progresiva disolución de la economía capitalista y la corrupción del
Estado burgués. Se han destruido las precedentes condiciones de vida y la
precedente seguridad de existencia de vastos estratos de la pequeña y media
burguesía, de la pequeña propiedad campesina y de la intelectualidad. El
socialismo reformista ha desilusionado a estas franjas sociales, para las
cuales el Parlamento representa la causa de la ruina del pueblo. Perdonen la
trampa: son frases sacadas tal cual de la Resolución de la Internacional Comunista
de julio de 1923 y del artículo "La
revolución en marcha: el fascismo", escrito por el antifascista Guido
Dorso en 1925.
A la revolución neoliberal de la Europa supranacional, le
está llegando su contrarrevolución nacionalista. Los populismos de las derechas
nacionales han cogido la delantera hace tiempo. No tienen problemas para que el
análisis de la coyuntura les encaje. Según ellos, de esta crisis del Estado
supranacional europeo, se sale volviendo a las soberanías nacionales, al Estado
fuerte, a la moneda nacional, al rechazo del Tratado Transatlántico, al
refuerzo de la identidad nacional, a la lucha contra la inmigración
clandestina. Esa contrarrevolución pisa fuerte, pues recibe apoyos, como antaño
el fascismo, de ciertos sectores capitalistas. Marine Le Pen llama a disolver la Asamblea Nacional
francesa, mientras Berlusconi avisa
que si le arrestan habrá una revolución, y Grillo escribe a los responsables de la Policía y los Carabinieri
para pedir que no se castigue a los policías que se quitaron el casco en el
primer día de revuelta, y que no sigan protegiendo más a la clase política que
ha llevado a Italia al desastre, que se sumen a los italianos, porque están de
su lado, lo que sería una señal revolucionaria, pacífica, extrema, necesaria para
que Italia cambie. (Nada dice Grillo de la dura actuación de la Policía en la Universidad de La Sapienza de Roma contra
300 estudiantes.) Pero la cuestión de fondo es: ¿basta con cambiar una clase
política para resolver los problemas? A la derecha, le puede bastar; a la
izquierda, no.
Estos días se reúne en Madrid el
Partido de la
Izquierda Europea , que parece seguir apostando por una
organización supranacional, internacionalista, alejada de las “tentaciones
localistas”. Pero si al término “internacionalismo”, le quitamos la raíz
“nación”, nos queda solo un palabro, “interalismo”, que no significa nada de
nada. Menos aún delante de una bandera o un ciudadano con una horca. No
afrontar a fondo la cuestión de la soberanía nacional, quedarse en la alergia a
las banderas y las palabras "patria" o "nación", deja a la
ciudadanía de las naciones colonizadas del sur de Europa con una única
respuesta: la del populismo de derecha. Hay que arrebatar la idea de la
soberanía a la derecha, como bien dice Ludovic Larmant, porque es nuestra, porque
nuestra soberanía es la soberanía popular, que significa extender los derechos
a toda la ciudadanía (emigrantes, precarios etc.), quitárselos a quienes abusan
de ellos (las corporaciones, los bancos, los lobbies...). Sólo así habrá mayor
democracia. No salir a las calles, no dar respuesta a las revueltas populares
que, gusten o no, ya están en marcha, es brindar ya por el triunfo aplastante
de los populismos de derechas en las próximas elecciones europeas.
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14 de diciembre de 2013
¿PRETEXTO PARA OTRA GUERRA EN EL PACÍFICO?
Yoichi Shimatsu. La Haine 

El
militarismo de los regímenes estadounidense y japonés: la ilegal disputa por
los islotes Senkaku-Diaoyu y la zona de identificación aérea de China

La negativa de la Casa Blanca de
reconocer la nueva Zona de Identificación de Defensa Aérea de China (ADIZ) es
una reacción visceral que revela una sorprendente ignorancia de los problemas
históricos, legales y geopolíticos en Asia y el Pacífico. El Tratado de
Seguridad EE.UU.-Japón, como acuerdo de defensa para proteger Japón contra una
invasión extranjera, no tuvo nunca el propósito de dirimir conflictos
fronterizos, como en los casos actuales de la disputa de los islotes
Senkaku-Diaoyu con China, la riña Tokishima-Tokdo con Corea del Sur y el
reclamo de los Territorios del Norte-Kuriles del Sur contra Rusia. Washington
no debiera meter su larga nariz en estos asuntos bilaterales de incumbencia
local limitada, exactamente cómo Japón no debería intervenir en problemas
fronterizos de EE.UU. con México.
Si algo debiera
llevar a Washington a desistir de sembrar el belicismo, es la afirmación
japonesa de que no existe ninguna disputa por los islotes. Tokio mantiene la
pretensión de que el tema Senkaku-Diaoyu solo está siendo explotado por Pekín
para dominar la exploración energética del lecho marino y que la controversia
pronto terminará como un chubasco veraniego. Esta postura diplomática es,
realmente, contradicha por el envío de barcos de guerra japoneses y de
cazabombarderos listos a combatir a las aguas y el espacio aéreo aledaños.
Japón ha
establecido su propia ADIZ, modelada según el mapa del espacio aéreo de 1945
elaborado por la fuerza de ocupación estadounidense. La demanda japonesa
incluye no solo esas rocas áridas sino también una vasta zona dentro de la
plataforma continental, que es reivindicada por China y Corea del Sur. En 2011,
Pekín y Seúl presentaron una declaración conjunta ante las Naciones Unidas
contra la usurpación japonesa en la plataforma continental.
Rechazo de la Corte Internacional
de Justicia
La solución más
rápida de la disputa Senkaku-Diaoyu junto con las zonas de defensa aérea
superpuestas sería llevar un caso territorial ante la Corte Internacional
de Justicia, (CIJ), el tribunal internacional que trata disputas fronterizas
internacionales en La Haya.
La CIJ requiere que las partes soberanas involucradas en la
disputa acepten la jurisdicción de la corte y cumpla con su dictamen. Por ello,
el rechazo por Japón de un caso ante la
CIJ indica serias debilidades en sus reivindicaciones
territoriales según el derecho internacional vigente.
Por lo tanto
EE.UU. está respaldando a un perdedor seguro según el Derecho del Mar de las
Naciones Unidas, convirtiendo su apoyo al control japonés sobre los Senkaku en
un acto insostenible y probablemente ilegal de agresión marítima y
expansionismo territorial.
Japón debiera renunciar a cualquier territorio que podría seguir reteniendo como vestigio de las políticas colonialistas de los últimos 120 años. La captura y el cambio de nombre de esos pequeñísimos islotes fue un acto deshonroso de engaño internacional, que daña la política de posguerra de legítima autodefensa según el derecho internacional de Japón.
La lógica de las
zonas de defensa aérea
La reciente
acción de China de declarar una zona de defensa aérea no crea un precedente, ya
que EE.UU., Japón y Corea del Sur ya han impuesto sus propias fronteras
arbitrarias de ADIZ en el Mar Chino del Este. Según las reglas de una ADIZ que,
a propósito, no es regulada por ningún tratado internacional, se requiere que
los aviones civiles notifiquen a la autoridad de tráfico aéreo relevante de su
plan de vuelo y número del avión.
Misión de
espionaje de la CIA
Estas medidas de
seguridad son especialmente necesarias sobre áreas marítimas en disputa para
evitar el derribo de un avión civil confundido con un avión militar intruso. El
potencial para el derribo deliberado de un avión jet de pasajeros fue destacado
por el misil que alcanzó al KAL007 en 1983, cuando un jet de Korean Airlines
voló en una misión de espionaje de la
CIA sobre una base de defensa aérea soviética en la Península Kamchatka
al norte de Japón. Una zona de defensa aérea es por lo tanto necesaria a veces
para garantizar la seguridad de la aviación civil y desalentar incidentes
dañinos por agencias de inteligencia y secuestradores terroristas.
Hay un lado más
sombrío en esta disputa en el espacio aéreo, que ninguna de las partes está
dispuesta a admitir. El ex gobernador de Tokio, Shintaro Ishihara, durante su
último año en el puesto, dirigió un equipo ultranacionalista de ingenieros
civiles a fin de planificar la construcción de una pista de aterrizaje para
helicópteros, capaz de recibir aviones ligeros, en el mayor islote, Uotsuri.
Donaciones para la candidatura a los Juegos Olímpicos de Tokio fueron
supuestamente malversadas en 2012 para el proyecto cuasi-militar, según la
prensa de la ciudad.
La intervención
de Ishihara en la disputa Senkaku-Diaoyu fue iniciada mucho antes, en 1996, con
la construcción de un faro en los islotes, con el propósito de facilitar el
desembarco de embarcaciones de la
Federación de la
Juventud de Japón. Esta organización derechista fue creada
por un grupo de yakuza basado en Ginza, cuyos miembros son “zai-nichi” o
coreanos étnicos, específicamente descendientes de colaboracionistas con la
ocupación colonialista japonesa de la península coreana de 1895 a 1945. El grupo de
gángsteres étnicos suministró fondos de campaña electoral para el gobernador
metropolitano de Tokio, Ishihara, a pesar de su agitación racista contra
inmigrantes del tercer mundo de Corea, China y las Filipinas.
Memorias
manchurianas
Más preocupante
tal vez desde la perspectiva histórica china es el potencial para sabotaje
encubierto de uno de los propios jets de pasajeros de Japón. Un violento
accidente aéreo, por el que se culpara a Pekín, podría reunir apoyo
internacional para invocar el Tratado de Seguridad EE.UU.-Japón a fin de lanzar
un contraataque contra Pekín. El tristemente célebre precedente para ataques de
bandera falsa fue establecido en el Incidente de Mukden en 1931, cuando
oficiales del Ejército Imperial atacaron con bombas el Ferrocarril Sud
Manchuriano (Mantetsu) de propiedad japonesa. La operación clandestina
suministró el pretexto para una inmediata invasión militar del noreste de
China. Poco después que el complot fuera denunciado en la prensa mundial, el
ministro de Exteriores japonés Yosuke Matsuoka, ex jefe de Mantetsu, encabezó
la salida en 1933 de la Liga
de Naciones, que marcó el verdadero comienzo de la Segunda Guerra
Mundial.
El legado de la
operación encubierta manchuriana es también un capítulo importante en la
historia familiar del primer ministro Shinzo Abe, cuyo abuelo Nobusuke Kishi se
convirtió en el ministro de finanzas y economía del Estado títere de Manchukuo
como beneficiario directo de ese ataque de bandera falsa. Dentro de Manchuria,
Kishi patrocinó la infame Unidad 731 de armas biológicas, que lanzó ataques de
asesinato masivo contra ciudades populosas con peste bubónica y Hanta virus.
Simultáneamente, Kishi sirvió como jefe en tiempos de guerra del Ministerio de
Municiones, que desarrolló un programa de bombas atómicas en Konan (Isña
Hungnam) en el norte de Corea y dentro de la Prefectura Fukushima.
El primer
ministro Shinzo Abe es un admirador impenitente de su abuelo Kishi, y cita a
menudo a su antepasado respecto a la necesidad de armas nucleares para Japón.
El impasse naval por los islotes Senkaku-Diaoyu, como campaña de provocación,
está conectado con el continuo programa de armamentos nucleares centrado en la Prefectura Fukushima ,
donde los militares dirigían minas de uranio y torio a fines de los años
treinta, bajo un proyecto secreto con el nombre de código BUND-1.
La cortina de
humo del secreto está siendo reforzada por el Partido Liberal Democrático, que
acaba de imponer la aprobación de una ley de secretos del Estado con el fin de
suprimir a denunciantes y periodistas por motivos de "seguridad
nacional" en asuntos exteriores. Mientras el choque por Senkaku-Diaoyu sirve
de diversión noticiosa de la masiva contaminación radiactiva de la destruida
planta nuclear de Fukushima, el conflicto marítimo también sirve de punto de
encuentro para los llamados de Abe a favor de la “capacidad nuclear”.
Declaraciones del
secretario de Defensa Chuck Hagel en apoyo a las demandas de Tokio respecto a
los islotes revelan la agenda militar global del Pentágono.
Engaños en la
historia
La pretensión de
Tokio al grupo de Senkaku se basa en el principio de “terra nullis”, un término
latino que describe que el lugar no estaba habitado ni reivindicado hasta su
descubrimiento por Japón. En los antecedentes históricos, sin embargo, el grupo
Diaoyu fue registrado como parte del Ayuntamiento Touchend en el noreste de
Taiwán, la masa territorial más cercana a esos islotes (140 kilómetros en
comparación con una distancia de 170
km de la Isla Ishigaki , Prefectura de Okinawa).
El
“descubrimiento” japonés de los islotes en enero de 1895 coincidió con la
primera Guerra Chino-Japonesa de siete meses de duración. Ese conflicto terminó
en abril de ese mismo año con la firma del Tratado de Shimonoseki, según el
cual diplomáticos de la derrotada Dinastía Qing cedieron la Península Coreana
y Taiwán al dominio japonés.
Aunque ese tratado, redactado y firmado bajo coerción, no mencionó específicamente el grupo Diaoyu, esos islotes formaron el flanco crítico para subsiguientes operaciones navales japonesas, que comenzaron en junio contra la resistencia de la recién declarada República de Formosa. Cruceros y transportes de tropas tuvieron que cruzar cerca de los islotes Senkaku para atacar las islas Pescadores en el Estrecho de Taiwán y luego proceder al extremo sur de Taiwán. En breve, la captura de las Diaoyu fue un paso integral en la primera guerra de Japón contra China y en preparación de su ocupación militar de Taiwán.
Raíces del
militarismo estadounidense-japonés
Taiwán fue
víctima de la agresión de las primeras operaciones militares conjuntas de
EE.UU. y Japón décadas antes de la intervención de las Nueve Potencias contra la Rebelión Bóxer , que
destruyó Pekín y Tianjin a principios del siglo. La Expedición punitiva
Taiwán de 1874 fue organizada por el veterano de la Guerra Civil
estadounidense general Charles Le Gendre, mientras las fuerzas de invasión
japoneses fueron dirigidas por Saigo Tsugumori.
En contraste con
el romántico orientalismo de la versión hollywoodense de esos eventos, las
verdaderas personalidades históricas no fueron practicantes tradicionalistas
del código del guerrero conocido como “Bushido”. De hecho, Le Gendre y los
hermanos Saigo fueron modernizadores militares y agresivos imperialistas responsables
de la matanza de aborígenes taiwaneses que estableció las líneas directrices
para el expansionismo japonés hacia Corea y China.
Desde la visita
en 1879 a
Japón del presidente en retiro y "héroe" de la Guerra Civil y como
fue continuado por Theodore Roosevelt durante la Guerra Ruso-Japonesa
de 1904-05, EE.UU. estuvo firmemente aliado con su república asociada, el Japón
de Meiji, contra un Asia Oriental “retrasada”. La visión estadounidense de
Japón republicano ignoró convenientemente el poder del “estado profundo” de una
camarilla de aristócratas militaristas e industriales de la guerra que estuvo
por sobre la ley desde la
Restauración de 1868 hasta la derrota de 1945. La Guerra Fría y los
conflictos en Corea y Vietnam condujeron al renacimiento del complejo
militar-industrial conocido como “zaibatsu”, que ahora mismo está procediendo a
eliminar los derechos democráticos de un atemorizado público japonés.
Las
espectaculares victorias del Japón de Meiji sobre las armadas de la China de la dinastía Qing y
Rusia zarista, junto con la captura y colonización de Taiwán y Corea, fueron
posibilitadas por barcos de guerra que eran los mejores de su categoría,
construidos en astilleros escoceses con préstamos del banco J.P. Morgan y con
entrenamiento de artillería por oficiales británicos y estadounidenses. Desde
esos días de pólvora y gloria, la dominación de Asia continental sigue siendo
una parte vital de la agenda globalista de las elites financieras y políticas
en Nueva York, Tokio y Londres. La amenaza de otra guerra mundial surge de esos
centros globales, y ciertamente no de las defensivas Pekín, Pyongyang o Moscú.
Rivalidad por
recursos marítimos
En su documento
político sobre la no disputa de Senkaku, el ministerio de Exteriores japonés
afirmó que China nunca reivindicó su soberanía sobre los islotes hasta que
recursos petrolíferos fueron descubiertos en la vecindad a fines de los años
setenta. La credibilidad de esta afirmación, sin embargo, fue anulada por una
revelación en 2012 del veterano del LDP, Hiromi Nonaka, experto en asuntos de seguridad,
en su recuerdo de la inesperada consulta del difunto primer ministro Takuei
Tanaka al primer ministro Zhou Enlai en septiembre de 1972.
Según informes,
asistentes del Ministerio de Exteriores fueron desconcertados por la pregunta
espontánea de Tanaka al primer ministro Zhou sobre la posición de China
respecto a la disputa por los islotes. En vista de la urgencia por normalizar
las relaciones con EE.UU. y Japón, mientras se negociaba un fin de la Guerra de Vietnam, el
estadista chino sugirió una postergación de las negociaciones por Senkaku hasta
un futuro no especificado, según Nonaka, quien estuvo presente en esa histórica
cumbre. Desde entonces portavoces del ministerio de Exteriores han afirmado que
los archivos diplomáticos no contienen registro alguno de ese intercambio, lo
que ciertamente no es la primera o última vez en la cual un registro histórico
desaparece en Tokio.
Taiwán excluido
Incluso entre los
partidarios más incondicionales de la independencia de Taiwán, Pekín y no
Taipei ha sido reconocida como el poseedor de la soberanía en la disputa
bilateral. Como antiguo parlamentario del LDP, Shintaro Ishihara organizó el
club Onda Azul de miembros de la
Dieta que apoyaba la independencia de Taiwán. Después del
ataque con gas en el metro de Tokio, sin embargo, Ishihara renunció a los
liberales demócratas debido a revelaciones en los medios sobre su papel en la
fundación del Colegio Rusia-Japón, que era dirigido por la secta Aum Shinrikyo
como una fachada para el contrabando de armas de destrucción masiva de la
economía rusa en colapso. Su cercano socio en la creación de la secta
apocalíptica fue el difunto ministro de Exteriores Shintaro Abe, padre del
actual primer ministro.
A pesar de su
apoyo verbal para un Taiwán independiente, Ishihara nunca reconoció que los
islotes Senkaku o la isla Yonaguni en disputa formaban parte de Taiwán, y en su
lugar se concentró en la oposición a China continental como la potencia
soberana y el enemigo jurado. Las fanfarronadas y bufonadas de Ishihara sobre
los islotes han unido a los chinos en todo el mundo como nunca antes, una
repercusión con ramificaciones negativas para la economía de Japón así como
para su diplomacia. El desembarco de activistas de Hong Kong en los islotes
presta aún más apoyo a una reivindicación china unida de los Diaoyu como parte
de la Provincia
Taiwán.
Una nota de
pasada: Yonaguni, famoso por su misteriosa “pirámide” submarina, es la isla al
extremo sur de la cadena Ryukyu, y fue tradicionalmente controlada por Taipei.
En los años setenta, el entonces presidente Chiang Ching-kuo envió cazas jet
taiwaneses a volar sobre la isla para reafirmar la demanda territorial de
Taipei sobre esa pequeña isla habitada.
Marcas marítimas
Actualmente, los
farallones áridos son mucho más importantes como marcas para las 200 millas náuticas de
zonas económicas marítimas, según el Derecho del Mar de la ONU , que por el valor de su
terreno. Los países del Este de Asia compiten por los recursos pesqueros y, lo
que es más importante, por los depósitos minerales y petrolíferos bajo el suelo
marino.
Las demandas
chinas y coreanas por la plataforma continental de Asia del Este ascienden a
cerca de 1 millón de kilómetros cuadrados de áreas marítimas incluyendo los
archipiélagos Paracel y Spratley, que son disputados por naciones del Sudeste
Asiático.
Al contrario, la Zona Económica
Exclusiva de Japón, en constante expansión, incluye 4,5 millones de kilómetros
cuadrados, y es doce veces mayor que la tierra firme de Japón. Mientras fija a
los medios noticiosos sobre la confrontación Senkaku-Diaoyu, Tokio ha reclamado
silenciosamente más de 30 islas y atolones en los extremos más lejanos del
Norte del Pacífico, junto con la zona oceánica de 200 millas alrededor de
cada arrecife y farallón.
Las islas Senkaku
incluyen solo unas 9
hectáreas de rocas abruptas que sobresalen de mares
agitados. En comparación, el área terrestre perdida por el desastre nuclear de
Fukushima dentro de la zona de exclusión asciende a unos 3.000 kilómetros
cuadrados. Más de 33.000 archipiélagos Senkaku cabrían dentro de la zona muerta
radiactiva.
Como partidario
incondicional de la energía nuclear, el primer ministro Abe está dispuesto a
desprenderse de millones de dólares “defendiendo” un trozo remoto en el Mar del
Este de China mientras no provee compensación y gastos de subsistencia, mucho
menos terrenos y casas alternativas, a 160.000 evacuados de áreas radiactivas
de Fukushima en la zona central de Honshu. El actual énfasis en la seguridad
nacional y la capacidad nuclear está totalmente desfasado con las condiciones
cada vez más duras enfrentadas por el pueblo japonés.
Ganadores y
perdedores
El conflicto de
los islotes también ha dañado permanentemente las probabilidades de Japón de
recuperar de Rusia dos de las cuatro islas en disputa de la cadena de las
Kuriles del Sur, que tienen una vegetación exuberante y que otrora eran
habitadas por pescadores japoneses, quienes han vivido en el exilio en Hokkaido
desde el fin de la guerra. La provocación de China y Corea del Sur ha arruinado
cualquier esperanza de recuperar los Territorios del Norte.
El único ganador
en la disputa de los islotes es la armada china, que ahora cuenta con un
abrumador e incondicional apoyo interior para la modernización naval y la
expansión de la flota. La actitud de confrontación de Tokio ha resucitado
dolorosos recuerdos de atrocidades del pasado y de arrogancia imperialista
durante las dos guerras modernas contra China. Es solo cosa de tiempo antes de
que un Japón que envejece y es menos ágil cometa un error, y las fuerzas chinas
lleguen – es de esperar que no sea para nada más que esos pequeñísimos
farallones.
La estratega
política del giro promete solo costosos gastos militares y reveses humillantes.
Los políticos japoneses debieran aceptar una decisión de la corte mundial, aunque
sea solo para impedir futuras pérdidas de legítimo territorio nacional, que es
más vulnerable de lo que cualquier estratega militar esté dispuesto a admitir
en público. Los intereses a largo plazo de Japón y de EE.UU. serían mejor
servidos por un tratado de seguridad marítima y una cooperación en los recursos
con China y Rusia, no por una rivalidad contraproducente contra esas potencias
del Este de Asia.
Si una retirada
estratégica no es implementada más temprano que tarde, la disputa de
Senkaku-Diaoyu puede escalar rápidamente hacia la última batalla de la Guerra del Pacífico y los
primeros tiros disparados en la Tercera Guerra Mundial. Se necesita más que nunca
diplomacia, como arte del compromiso, para impedir lo impensable.
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