Michael Klare. Le Monde Diplomatique
“Nuestra nación vive un momento de transición”, anunciaba en enero de 2012 el presidente Obama, antes de develar la futura estrategia de defensa de su país: reducir el tamaño del ejército, destacar la ciberguerra y las operaciones especiales, poner fin a algunas misiones de combate y centrar su atención en el Pacífico. China es la sombra que planea sobre los nuevos planes.
Las reducciones que contempla la reforma militar de Estados Unidos comprenden especialmente los combates por tierra mecanizados en Europa y las operaciones contrainsurreccionales en Afganistán y en Pakistán. El fin es concentrarse mejor en otras regiones –en particular en Asia y el Pacífico– y otros objetivos: la ciberguerra, las operaciones especiales y el control de los mares. “La fuerza interaliada estadounidense será aligerada –precisaba el secretario de Defensa, Leon Panetta–, pero será más ágil y flexible, lista para desplegarse rápidamente, innovadora y tecnológicamente perfeccionada” (1).
Según Barack Obama y Panetta, esta nueva orientación es el reflejo de una situación interna y externa sombría. En Estados Unidos, debilitado por la crisis económica, la deuda pública explotó; en virtud del Acta de Control Presupuestario adoptada en 2011, el presupuesto del Departamento de Defensa será recortado en 487.000 millones de dólares en el transcurso de los próximos diez años. Es posible que haya recortes más importantes aun, si republicanos y demócratas no llegan a ponerse de acuerdo sobre otras medidas económicas. En el plano internacional, la retirada de Irak no hizo disminuir la presión militar. Washington enfrenta nuevos conflictos potenciales, por ejemplo con Irán o Corea del Norte, como también el afianzamiento de China.
A primera vista, esta política que apunta a constituir una fuerza militar más restringida, pero mejor adaptada a los futuros peligros potenciales, puede pues ser percibida como una respuesta pragmática a un contexto económico y geopolítico en transformación. Sin embargo, si se la considera más atentamente, se descubren objetivos más amplios. Confrontado con el surgimiento de rivales ambiciosos y con el inevitable desgaste de su estatus de superpotencia, Estados Unidos quiere perpetuar su supremacía mundial manteniendo su superioridad en los conflictos decisivos y en las zonas clave del planeta, es decir, en la periferia marítima de Asia, según un arco que se extiende desde el Golfo Pérsico hasta el Océano Índico, el Mar de China y el noroeste del Pacífico. Para eso, el Pentágono va a dedicarse a conservar su superioridad tanto en el aire y en el mar como en el dominio de la ciberguerra y de la tecnología espacial. El contraterrorismo, que es un aspecto central de la política de defensa estadounidense, será delegado en gran parte a fuerzas de élite, equipadas con drones de combate y con material ultramoderno.
Nunca es fácil para un imperio administrar la contracción de su presencia en el extranjero o, para decirlo de otra manera, administrar su declinación. Varios países confrontados a este desafío, especialmente el Reino Unido y Francia después de la Segunda Guerra Mundial, o Rusia después de la caída de la Unión Soviética, lo han constatado en carne propia. Con frecuencia se precipitaron en aventuras militares temerarias, como la invasión franco-británica de Egipto en 1956, o la de Afganistán por la URSS en 1979; iniciativas que han acelerado la decadencia en lugar de retardarla. Cuando atacó Irak en 2003, Estados Unidos se encontraba en la cima de su poder. Pero la insurrección que siguió duró tanto tiempo y costó tan cara –alrededor de tres billones de dólares– que erosionó la propensión y, en parte, la capacidad de Estados Unidos de comprometerse en un conflicto de largo aliento en Asia. Parece ahora muy poco probable que Obama o cualquier otro presidente, demócrata o republicano, se lance próximamente a una campaña militar comparable a las guerras de Irak y de Afganistán (2).
Seleccionar objetivos
Como buenos conocedores de la historia, el presidente Obama y sus principales consejeros comprendieron que sería ineficaz –y desastroso– aferrarse a la totalidad de los compromisos militares estadounidenses en el extranjero, pero no por ello tienen la intención de abandonarlos todos. Su nueva política de defensa elige una vía intermedia: reducir su implicación en algunas regiones, en particular Europa, y reforzar su presencia en otras. “En el transcurso de las próximas décadas, el Pacífico se convertirá en la parte del mundo más dinámica y más importante para los intereses estadounidenses –comunicaba el secretario de Estado adjunto William J. Burns durante un discurso en Washington en noviembre de 2011–. Esta zona reúne ya a más de la mitad de la población mundial, a varios aliados clave, a potencias emergentes y a algunos de los principales mercados económicos.” Con el fin de seguir siendo prósperos, y no padecer el crecimiento chino, Estados Unidos debe concentrar sus esfuerzos en esta zona, explica Burns: “Para responder a los profundos cambios que se dan en Asia, debemos desarrollar una arquitectura diplomática, económica y securitaria que pueda estar a la altura de estos cambios” (3).
Esta “nueva arquitectura” comporta varias dimensiones, a la vez militares y no militares. Washington reforzó recientemente sus lazos diplomáticos con Indonesia, Filipinas y Vietnam (4), y restableció relaciones oficiales con Birmania. Paralelamente, la Casa Blanca se dedica a estimular el comercio estadounidense en Asia y milita fervientemente a favor de la adopción de un tratado multilateral de libre comercio: el Acuerdo Estratégico Trans-Pacífico de Asociación Económica (TPP). Esta estrategia tiene un objetivo implícito: contrarrestar el ascenso de China y su influencia en el Sudeste Asiático. Restableciendo relaciones diplomáticas con Birmania, por ejemplo, Estados Unidos espera penetrar en un país donde Pekín tenía, hasta el presente, pocos competidores.
En cuanto al TPP, excluye, simplemente, a China, supuestamente por razones técnicas.
La voluntad de coronarle el peón al rival chino necesita también de una nueva orientación militar. Según las estrategias del Pentágono, la prosperidad de los aliados estadounidenses en Asia depende de su libertad de acceso al Pacífico y al Océano Índico, condición indispensable para importar materias primas (en particular petróleo) y exportar productos manufacturados con toda tranquilidad. “El ascenso de China no sólo remodeló las ciudades y las economías asiáticas: rediseñó asimismo el mapa geoestratégico –analizaba Burns–. Para no citar sino un solo ejemplo, la mitad del tonelaje mercante pasa en la actualidad por el Mar de China meridional” (5).
Privilegiar la Marina
Al dominar las aguas chinas, Estados Unidos podría ejercer un poder coercitivo latente sobre Pekín y los otros Estados de la región, como lo hacía antes la Marina británica. Los asesores del Pentágono defendieron mucho tiempo esta política, proclamando que la ventaja singular de Estados Unidos residía en su capacidad de controlar las principales vías marítimas mundiales, una ventaja de la que no goza ninguna otra potencia. Parece que la administración Obama ha adoptado también este punto de vista (6). El presidente estadounidense así lo prometió durante un discurso en Canberra, Australia, en noviembre de 2011: a pesar de los recortes presupuestarios, aseguró que “asignaremos los recursos necesarios al mantenimiento de nuestra presencia militar en esta región mejorando al mismo tiempo nuestra presencia en el Sudeste Asiático”. Hay que esperar entonces que los ejercicios militares y el desplazamiento de buques de guerra estadounidenses en la zona se multipliquen. Obama anunció también la creación de una nueva base en Darwin, sobre la costa norte de Australia, y el aumento de la ayuda militar a Indonesia (7).
La puesta en práctica de este vasto proyecto geopolítico generará finalmente una transformación del ejército estadounidense. Éste va a “aumentar su peso institucional y concentrar su presencia, su poder de proyección y su fuerza de disuasión en Asia-Pacífico”, anuncia un documento del Pentágono (8). Aunque el texto no precise qué componentes del ejército serán favorecidos, está claro que el acento recaerá sobre las fuerzas navales –en particular los portaaviones y sus flotillas– y sobre los aviones y misiles de última generación. En efecto, mientras que la fuerza total del ejército estadounidense pasará, en diez años, de 570.000 a 490.000 efectivos, Obama rechazó la idea de reducir la flota. Estados Unidos prevé además invertir sumas considerables en armas destinadas a contrarrestar la estrategia llamada de “anti-acceso” y de “prohibición de zona” de sus enemigos potenciales (9). “Con el fin de disuadir de manera creíble a sus eventuales adversarios y evitar que éstos alcancen sus objetivos –explica el nuevo plan del Pentágono–, Estados Unidos debe conservar su poder de proyección en las zonas donde nuestra libertad de circulación y de acción es cuestionada”: una referencia casi explícita al Mar de China meridional y oriental, así como a Irán y a Corea del Norte. En estas regiones, indica el texto, es posible que los adversarios potenciales de Estados Unidos “como China”, utilicen “medios asimétricos” –submarinos, misiles antibuques, ciberguerra, etc.– para vencer o inmovilizar a las tropas estadounidenses. En consecuencia, “el ejército estadounidense invertirá cuanto sea necesario para garantizar su capacidad de acción en el entorno A2/AD” (10). Es decir, la prioridad actual de Estados Unidos es dominar la periferia marítima de Asia. Poco importa si China y otras potencias emergentes se oponen.
1. Leon E. Panetta, “Statement on Defense Strategic Guidance”, Pentágono, Washington, 5 de enero de 2012.
2. Stephen M. Walt, “The End of the American Era”, The National Interest, noviembre-diciembre de 2011.
3. William J. Burns, “Asia, the Americas and U. S. strategy for a new century”, World Affairs Councils of America National Conference, Washington, 4 de noviembre de 2011. Véase también Hillary Clinton, “America’s Pacific Century”, Foreign Policy, noviembre de 2011.
4. Xavier Monthéard, “Una alianza insólita, Vietnam y Estados Unidos”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, junio de 2011.
5. Olivier Zajec, “Pekín reafirma sus ambiciones”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, septiembre de 2008.
6. Ronald O’Rourke, “Special – U. S. Grand Strategy and Maritime Power”, U. S. Naval Institute Proceedings, enero de 2012.
7. “Remarks by President Obama to the Australian Parliament”, Parliament House, Canberra, Australia, 17 de noviembre de 2011.
8. U. S. Department of Defense, “Defense Strategic Guidance Briefing from the Pentagon”, 5 de enero de 2012.
9. Anti-access/area denial, o A2/AD, designa especialmente la estrategia china que apunta a mantener a las fuerzas estadounidenses fuera de las zonas de la primera y la segunda cadenas de islas. (La primera, llamada línea verde, cubre el Mar de China oriental y meridional, incluyendo Taiwán y las Paracels; la segunda, llamada línea blanca, se extiende mucho más allá de las Filipinas). Véase Zajec, ob. cit.
10. U. S. Department of Defense (DoD), Sustaining U. S. Global Leadership: Priorities for 21st Century Defense, Washington, enero de 2012.
No hay comentarios :
Publicar un comentario