16 de junio de 2016

EL FASCISMO VUELVE: CON HITLER, EN LA CERVECERÍA

Xavier Terrades. El viejo topo

La extrema derecha europea se reorganiza, se pone al día, actualiza su discurso, intentando aumentar su influencia entre los ciudadanos arrojados a las cunetas sociales por la nueva voracidad capitalista, que, mientras despoja derechos, impone salarios de hambre, condena a los jubilados a pensiones miserables, limita huelgas, intenta destruir los sindicatos obreros, extiende también las ráfagas del miedo al futuro, arrebatando a inmigrantes y refugiados la condición de víctimas objetivas de las guerras capitalistas y de la acción imperial de Estados Unidos y sus aliados europeos, para otorgarles la máscara infame de invasores que llaman a las puertas de Europa, de musulmanes terroristas y de africanos indeseables. Y esos nuevos destacamentos fascistas empiezan a cubrirse, en todo el continente, con las banderas de cada país: porque ellos son los verdaderos griegos, los auténticos finlandeses, los legítimos alemanes, los acreditados franceses, los innegables austriacos.

En Hungría y en Polonia, en Dinamarca y en Holanda, en Austria y en Finlandia, en Estonia y en Eslovaquia, en Lituania y en Grecia, en Letonia y en Alemania, la extrema derecha aumenta su influencia, indagando en los fermentos del miedo y de las viejas identidades patrióticas para construir un nuevo lenguaje que les permita acumular el patrimonio del espanto ante la nueva pobreza, y del miedo ante la invasión de gentes extrañas que esperan ante las fronteras de Europa. La Polonia de Kaczyński se apodera de todos los resortes del país, y, fiel atlantista, introduce en las escuelas polacas la rectitud sombría del catolicismo más estricto, represor y penitente, junto a la nueva sabiduría de la bondad de la OTAN, para que los niños polacos aprendan que la seguridad depende de la posesión de las armas, del discurso guerrero que postula acumular más soldados en el Este; que el patriotismo pasa por acoger tropas extranjeras, soldados norteamericanos que harán frente a la eterna amenaza de Moscú. Los niños polacos ya tienen los materiales escolares para acoger a la OTAN, para aprender a querer a los marines, para estar en guardia permanente y alejar para siempre la tentación de la vieja comuna polaca, como califica la extrema derecha de Kaczyński a los años socialistas en Polonia. Las librerías tienen también esos materiales, y los maestros deberán llenar de patriotismo los días escolares, hacerles comprender que las armas son imprescindibles, enseñar a los niños que la soberanía polaca requiere tener en casa a esos extraños militares del otro lado del mundo. Esa es la nueva garra fascista, que empieza a mostrarse en Polonia.

Pero no es sólo Polonia. En todos los países europeos, los nuevos fascistas se visten con los ropajes patrióticos, aunque la historia de cada país y las rencorosas obsesiones impongan diferencias. La extrema derecha polaca es patriota pero también servil a Washington; en cambio, otros movimientos enarbolan el patriotismo exclusivo, como hacen Marine Le Pen y el Frente Nacional en Francia, cuyo articulado discurso se apropia incluso de reclamaciones históricas de la izquierda, y lanza demagógicas soflamas contra la Europa liberal, instalando en el debate público francés que la alternativa política a esta insuficiente, mezquina y gangrenada Unión Europa en manos de la plutocracia, no es la izquierda sino la extrema derecha que se apodera de la bandera del país. Le Pen huye de los tópicos tradicionales del fascismo y de los nazis, de las banderas con esvásticas y de las marchas con el saludo romano, y se ofrece a Francia como la solución a los males que llegan desde Europa y desde una globalización capitalista que ha aplastado a millones de ciudadanos franceses. En otros lugares, como en los países bálticos, como en Ucrania, los nazis desfilan con sus estandartes, protegidos por los gobiernos, pero una parte del movimiento fascista también se apresta a adoptar un nuevo lenguaje, mirándose en Le Pen y en la poderosa extrema derecha del norte de Europa, que cuenta con sólidos apoyos electorales.

Ese es el nuevo escenario, aunque esos nacientes movimientos fascistas, nazis, se dan a veces de bruces con su propia historia: la Alternativa para Alemania (AfD), la nueva extrema derecha teutona, se reunió hace unas semanas en la cervecería Hofbräukeller de Múnich, en la Wiener Platz, un lugar venerado por el nazismo alemán, porque allí inició Hitler su irresistible ascensión al poder, allí hizo su primer discurso público, y empezaron a desfilar los patriotas para, unos años después, cruzar el puente de Maximiliano sobre el río Isar y llegar a la Odeonsplatz durante el Putsch de Múnich que, pese a su fracaso, pondría las bases para su llegada a Berlín.



Es apenas un aviso, que ha pasado inadvertido para casi todos, pero esos nuevos patriotas que desfilan por toda Europa con las enseñas y banderas nacionales, acaban siempre extrayendo las esvásticas de los matorrales del odio, terminan siempre tejiendo las camisas pardas, aventando el sudor agrio de los hombres con correajes, tomando cerveza en la Hofbräukeller de Hitler.