3 de febrero de 2014

UCRANIA: EL SILENCIO QUE FAVORECE EL AUGE DEL FASCISMO

Alberto Pradilla. Naiz

Europa tiene que recuperar los momentos de gloria que tuvo hace 400 ó 500 años. Necesitamos una nueva reconquista». Andrei Tarasenko, de 31 años, es el líder del Pravy Sektor, una alianza ultraderechista levantada durante los primeros días de la ocupación de «Euromaidan», la plaza que concentra las protestas en el centro de Kiev, y que se está haciendo fuerte en un campamento donde, progresivamente, el carácter paramilitar se impone. Cada vez más uniformes, cada vez más desfiles marciales, cada vez más entrenamientos y una estética castrense que se complementa con los cascos, escudos artesanales o robados a los antidisturbios y palos. Si en lugar de estacas exhibiesen armas hablaríamos ya de un miniejército en el centro de Kiev. Sin embargo, al menos entre los detractores del presidente, Viktor Yanukovich, todo el mundo mira aquí para otro lado u observa a las «fuerzas de choque» con simpatía. En parte, porque comparten sus ideas sobre un renacimiento nacional basado en alejarse de Rusia y recuperar valores como el orden o la moral. Por otro, porque al margen de palabras, los ultras se han ganado un sitio por derecho propio en la barricada, donde ejercen como barrera que repele las embestidas de los antidisturbios. Así que del «no soy tan extremista» se ha pasado al «laissez faire» que les convierte en los grandes beneficiados del progresivo descrédito de una clase política en manos de los mismos oligarcas que controlan el país desde la caída de la URSS. Es con este silencio, con la comprensión, con la tolerancia al considerarlo un «mal menor» en un contexto de caos e incertidumbre, como se construye el fascismo. Como dijo un pensador (precisamente conservador) como Edmund Burke, «la única cosa necesaria para el triunfo del mal es que los hombres buenos no hagan nada».

Frente a la simplista imagen proyectada desde diversos medios internacionales de que en Ucrania se juega un partido entre proeuropeos y fieles a Moscú, Tarasenko evidencia que existen matices. Porque, para él, lo de Europa es secundario. «Lo verdaderamente importante es que Ucrania sea un país que se preocupe por sí mismo», insiste. De hecho, da la sensación de que, al menos en este momento, ni siquiera ve con buenos ojos sumarse ahora a una unión que considera «sometida al totalitarismo liberal». ¿A qué se refiere exactamente con ese concepto? A la «desnacionalización» entre instituciones que trascienden a los gobiernos y a la «descristianización», las grandes lacras que, en su opinión, se han convertido en los «signos de Sodoma» para el continente.

Contra el «totalitarismo liberal»
«No puedes llevar la cruz, las están retirando de los colegios públicos», protesta este antiguo estudiante de Económicas que, según cuenta, fue expulsado de la universidad por cuestiones relacionadas con su militancia. Su ideología se basa en tres principios: «Dios, Ucrania y libertad». Y aunque el primero y el tercer concepto puedan parecer antagónicos, Tarasenko los une con un contundente «Dios debería de estar por encima de los humanos». El peso de las diferentes confesiones cristianas ortodoxas es patente, tanto entre los opositores como entre quienes defienden al mandatario. Son cruces distintas, pero tienen el mismo peso. También la religión sirve para rechazar las acusaciones de antisemitismo: «las tres religiones monoteístas tenemos que buscar lazos en común», afirma, cuando se le pregunta por los ataques a judíos que se incrementaron en las últimas semanas.

En «Euromaidan», las banderas de la UE y de Ucrania compiten en número con las rojinegras, que han simbolizado los movimientos de «nacionalistas ucranianos» desde su surgimiento a principios del siglo XX. Entre ellos destacó el Ejército Insurgente de Ucrania, liderado por Stepán Bandera, que combatió a la URSS y terminó aliado con Adolf Hitler para declarar la independencia. Cierto es que, durante un breve período, la ocupación nazi condujo a Bandera y los suyos a los campos de concentración del III Reich, pero el avance del Ejército Rojo los terminó exonerando y acabaron nuevamente peleando, codo con codo, junto a Hitler. Toda esta iconografía ha resurgido (probablemente nunca se marchó) entre las barricadas y las tiendas de campaña del centro de Kiev. Porque el anticomunismo es otra de las bases que mueven al Pravy Sektor y sus aliados. «Esa ideología se construye a través del odio a la gente. En el futuro, el Partido Comunista no estará permitido», afirma Tarasenko, que vaticina un futuro «nuevo Nüremberg» para ajustar cuentas.

«Si somos fascistas, hay miles de ellos»
Consciente de que grupos como el suyo o como Spilna Sprava («Causa Común», uno de los colectivos ultras que ocupó la semana pasada el Ministerio de Justicia) ganan progresivamente adeptos, Tarasenko saca pecho. «¿Son ustedes fascistas?» «Si lo somos, tendrán un problema, porque hay cientos de miles de personas que piensan como nosotros», responde. No hay más que pasearse por ese microcosmos opositor para comprobar que, entre la liturgia nostálgica con muchas referencias al pasado cosaco, crece la simbología ultraderechista, con referencias al «white power», que se ha reforzado con la progresiva (para)militarización de la zona.

«Nosotros estamos en la vanguardia de la revolución. No solo en las barricadas, sino también ideológicamente», afirma el líder del Pravy Sektor, que no se separa de un inmenso guardaespaldas. «La gente no solo nos sigue por los cócteles molotov. También porque comparte nuestras ideas», insiste. Si uno pregunta entre quienes, al menos en apariencia, se mantienen a distancia de esos grupos que desfilan y se adiestran, encuentra un «sí, pero» como respuesta más crítica. Y, en general, una creciente simpatía. «Sin ellos no tendríamos nada de esto», dice Tania, estudiante de Medicina, mientras señala las barricadas de hielo y los autobuses calcinados que forman la primera línea frente a los antidisturbios. También afirma estar de acuerdo con muchas de las afirmaciones de Tarasenko. «Son extremistas, pero ahora, nuestros aliados para expulsar al presidente», añade Valery Bidnoshev, director de una agencia de cooperación con fondos europeos. Y eso que se refiere a Slovoda, la formación ultra que, junto a UDAR y Batkivschina, configuran el triunvirato opositor.

La falta de expectativas, la certeza extendida entre buena parte de la población de que ni siquiera unas nuevas elecciones cambiarían absolutamente nada, es su caldo de cultivo. Tarasenko se reafirma: «no vale con ciertas concesiones. Hay que cambiarlo todo». Yuyislav, uno de los jefes de la tienda de campaña del Pravy Sektor en el corazón de «Euromaidan», insiste en esta tesis: «solo hay una opción, cambiar el país». Apenas se le ven los ojos, entre el grueso abrigo militar y una capucha con la que se cubre el rostro. Descansa junto al fuego a la espera de que le llegue el turno de colocarse en la barricada o custodiar alguno de los accesos a la plaza. Asegura que está aquí porque «todos los gobiernos de los últimos 23 años han sido corruptos». Y se reafirma en la idea de que, en tiempos de caos, «son los radicales quienes toman fuerza. Ya lo vimos con Hitler».

Exmilitares en afganistán como líderes de las fuerzas de choque
Comenzaron como «fuerzas de autodefensa» pero cada vez más se asemejan a grupos paramilitares. Son entrenados por antiguos soldados que combatieron en Afganistán con el uniforme de la URSS o que estuvieron presentes en la guerra de los Balcanes. No permiten acceder a sus cuarteles generales (como, por ejemplo, el ubicado en el Ayuntamiento) ni a sus tiendas, aunque verles desfilar o realizar instrucción no es difícil. Están por todos lados en la zona ocupada por los opositores a Viktor Yanukovich. Frente al descrédito de los partidos, han cogido fuerza. Y solo aceptan la renuncia del presidente, aunque tampoco dejan claro qué harían el día después. «¿Armas? Seguro que las tenemos. Y si ellos disparan, nosotros responderemos. Aunque nadie te lo confirmará», afirma una de las jóvenes que duerme a diario en el cuartel general de la oposición. Por ahora, aunque se han disparado, las escaramuzas se han limitado a los cócteles molotov. Pero el riesgo está latente, porque se sabe quién dispara el primero pero no cuándo acaba.