6 de mayo de 2017

¿LEYES MORDAZA O ALGO MÁS? HABLEMOS DE REPRESIÓN POLÍTICA DE CLASE

Por Marat

-¿Estamos solo ante un recorte a la libertad de expresión o la represión tiene un contenido más profundo? ¿Cabe hablar de una "represión política de clase"? ¿Cómo definirla?
Es indudable que el PP es un partido con vocación censora, de origen y pulsiones franquistas, que a lo largo de su historia ha mostrado en sobradas ocasiones una auténtica falta de voluntad para aceptar la crítica política, por lo que su comportamiento de recortar la libertad de expresión, de opinión y de manifestación forman parte de su concepto del orden social y la de seguridad ciudadana.

Pero, si no contextualizamos el momento histórico en el que vivimos y en el que se producen dichos ataques, si no abrimos el foco para entender causas más profundas que explican lo que sucede, estaremos hablando de represión en genérico, sin comprender lo que realmente está ocurriendo.

Hay una tendencia pequeñoburguesa, de apariencia pseudoradical que alude a la represión sin más, tratando de articular todas las represiones bajo un mismo concepto en una apelación a la libertad que recuerda demasiado al liberalismo político. Por ese camino podríamos acabar debatiendo solo de libertad de prensa y de información y de libertad de expresión en redes sociales.

Lo cierto es que los ataques a la libertad de expresión, de opinión, de manifestación, de reunión, se vienen sucediendo de forma generalizada en la mayoría de los países del mundo. Estas agresiones se han incrementado de forma exponencial desde el inicio de la crisis capitalista que, en lo social, se ha plasmado en un incremento del desempleo, en la precarización de gran parte del existente, en recortes en derechos sociales y prestaciones y en salarios, así como en el empobrecimiento de amplias capas de la población trabajadora.

Frente a ello, la clase trabajadora reaccionó con manifestaciones populares, protestas, huelgas, etc. para impedir lo que David Harvey denominó como acumulación por desposesión que ha producido una brutal transferencia de las rentas del trabajo a las del capital.

Para lograr la recuperación de su tasa de ganancia, que ya se está produciendo, en gran parte del mundo capitalista y en España en concreto, el capital necesitaba quebrar las resistencias de los asalariados y el medio más útil que ha encontrado es la criminalización de la protesta social, a través de una represión política de clase, de una clase, la capitalista sobre otra, la trabajadora.

Cabe hablar de represión política porque, para cumplir los objetivos de incremento de la tasa de beneficio del capital existe por parte de éste, de su Estado, y de determinados instrumentos de poder social de la burguesía, existe una estrategia punitiva, coactiva y disuasoria que responde a un planteamiento político. Y, sin lugar a dudas, es de clase porque se ejerce por parte de la clase dominante sobre las subalternas, principalmente la trabajadora.

Creo que éste sería el punto de arranque desde el que situar lo que es represión política de clase, antes de expresar en qué dimensiones se manifiesta y de qué modo se despliega.

-¿En qué aspectos concretos se plasma la represión política de clase? ¿Solo en cuestiones de legislación como el nuevo Código Penal y la Ley de Seguridad Ciudadana o va mucho más allá de lo jurídico?
En primer lugar quisiera hacer una observación en relación a la Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana, la llamada Ley Mordaza, aprobada en 2015 y ahora en debate parlamentario, para su supuesta derogación por parte de algunos grupos parlamentarios.

Me resulta cuando menos sospechoso que progres y progreliberales hayan insistido tanto en hablar solo de esta ley y callar respecto al nuevo Código Penal, en primer lugar porque aunque la Ley Mordaza se haya concentrado mucho en castigar con multas, algunas de ellas brutales (hasta 600.000 €), las libertades de expresión, manifestación, reunión y opinión, lo cierto es que el Código Penal reprime también dichos derechos en un número importante de sus artículos y lo hace con penas de prisión.

Sospecho que, en la medida en que el mundo de los juristas progres, los ciudadanistas y los universitarios pequeñoburgueses concentraron sus críticas sobre la Ley Orgánica de Protección de la Seguridad Ciudadana y que el movimiento sindical y eso que algunos se empeñan en llamar aún la “izquierda”, y que no deja de ser colaboracionismo de clase con mentalidad de monja oenegera, asumieron ese discurso, todas las leyes desde las dos citadas a las reformadas de Enjuiciamiento Criminal y la de Seguridad Privada, todo de se ha teñido de ley mordaza, como si en el fondo la represión política de clase no existiera y el problema se limitase a un recorte de libertades que más bien, por el sobrenombre de Mordaza, fueran ante todo de expresión. Puro liberalismo político que podría suscribir perfectamente un partido como Ciudadanos.

Pero lo cierto es que a la tuitera Casandra le han aplicado el artículo 578 del Código Penal, que condena con penas de prisión de 1 a 3 años por enaltecimiento del terrorismo.

Continúo. El artículo 315.3 del Código Penal está pensado directamente para criminalizar a los piquetes en una huelga. Dice así:

315.3 Quienes actuando en grupo o individualmente, pero de acuerdo con otros, coaccionen a otras personas a iniciar o continuar una huelga, serán castigados con la pena de prisión de un año y nueve meses hasta tres años o con la pena de multa de dieciocho meses a veinticuatro meses”.

Este es el artículo por el que se juzgo a los 8 sindicalistas de Airbus por su participación en piquetes informativos durante la Huelga General de 2010. Hay que decir que no fueron declarados inocentes sino absueltos por falta de pruebas, lo que no es sino un modo indirecto de mantener la criminalización de la acción de los piquetes.

Ni que decir tiene que los piquetes empresariales que amenazan con despidos ante una huelga de sus empleados jamás han sido condenados. Es su Estado, sus leyes y su justicia porque el Estado y el conjunto de sus aparatos tienen un carácter de clase en cuanto a los intereses de la burguesía a la que defienden

A Alfon se le condenó a 4 años de cárcel, en régimen FIES. con el artículo 568 del antiguo Código Penal, ratificado en el reformado del 2015, por tenencia de explosivos, cuando su abogado dio datos más que suficientes de que aquellas pruebas habían sido fabricadas por los policías que le detuvieron. Razón real de su condena: ejemplarizar en carne joven e inocente el compromiso de un joven comunista con la lucha de la clase trabajadora en la Huelga General del 14N de 2012 cuando se dirigía a un piquete.

Andrés Bódalo fue condenado a penas de prisión en base a los artículos 550 y 551.2 del nuevo Código Penal

Art. 550.1: “Son reos de atentado los que agredieren o, con intimidación grave o violencia, opusieren resistencia grave a la autoridad, a sus agentes o funcionarios públicos, o los acometieren, cuando se hallen en el ejercicio de las funciones de sus cargos o con ocasión de ellas.”

Art. 551.2: “Cuando el acto de violencia ejecutado resulte potencialmente peligroso para la vida de las personas o pueda causar lesiones graves. En particular, están incluidos los supuestos de lanzamiento de objetos contundentes o líquidos inflamables, el incendio y la utilización de explosivos.”

En el caso, de la supuesta agresión de Bódalo al teniente de alcalde de Jodar, del PSOE, no pasó nada de esto y además no hubo agresión, tal y como señalan vídeos en los que se puede ver la protesta a las puertas del Ayuntamiento.

Podríamos continuar hablando de artículos del nuevo Código Penal que reprimen y criminalizan la lucha social, tales como el 553, el 554, el 556, el 557, el 557, el 557 tercero, el 558, el 559 y el 560, pero creo que sería bueno que ustedes mismos se tomen el esfuerzo de buscarlos y saquen conclusiones por sí mismos

En estos días se han producido ya las peticiones fiscales contra varios sindicalistas de la CNT en Cataluña. Uno es el caso de una protesta a las puertas del Casino de Poble Nou, en una debate electoral durante la campaña de las elecciones municipales del 2015. El piquete que participaba en la protesta fue atacado por agentes provocadores, que eran Guardias Urbanos vestidos de paisano. Por el corte del suministro eléctrico de la televisión catalana durante ese debate se pide a un sindicalista penas de 2 y 4 meses de cárcel y al otro 6 meses de prisión. La Guardia Urbana, junto con el Ayuntamiento de los progres de Ada Colau se presentarán como acusación particular. A la hora de reprimir, reaccionarios, liberales y progres sirven a los intereses de clase de su Estado capitalista.

Otro de los casos es el del Corte Inglés, en el que varios sindicalistas de CNT serán juzgados por una campaña de boicot contra esta cadena de establecimientos por su participación en procesos penales contra sindicalistas en el contexto de la huelga general del 29M del 2012 y por su represión antisindical contra sus empleados, En esa campaña fueron detenidos 3 sindicalistas a los que se pide penas de 5 años de cárcel.

A partir de las huelgas generales, que arrancan del 2011, cerca de 600 sindicalistas de las más diversas organizaciones pueden ser encausados y se les pide penas de prisión y multas elevadas. Desde los nombrados, hasta sindicatos de la minería, pasando por trabajadores de Coca-Cola, de la Universidad Autónoma de Barcelona, de Arcelor, jornaleros andaluces, etc. etc. están conociendo una persecución brutal, de la que no se habla desde los medios de comunicación del capital y muy poco desde los alternativos porque, la gran mayoría de estos, o se han apuntado al ciudadanismo o al identitarismo posmoderno.

La represión política de la clase burguesa contra los trabajadores se lleva a cabo mediante una legislación absolutamente restrictiva que impida y recorte al máximo su derecho a la protesta, pero también la ejercen esos fiscales y jueces a los que no les tiembla la mano pidiendo penas de cárcel o condenando a ellas. Del mismo modo que se ejerce desde unos cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que actúan con completa impunidad al golpear, detener y cumplir con fiero celo con la legislación del Estado capitalista y algo más que celo. Para ser antidisturbios hay que estar hecho de una pasta especial.

Pero cuando hablamos de represión política de clase, no debemos detenernos en los aparatos del Estado, sea éste central, autonómico o local, ni en sus leyes. Hay más.

La prensa del sistema criminaliza a los trabajadores que luchan en defensa de sus derechos, llama privilegiados a mineros, conductores del metro o del AVE, o a los estibadores, como si sus salarios no los ganasen por la peligrosidad o responsabilidad de sus empleos o porque resultan enormemente rentables para sus empresas. Los hace parecer insolidarios frente a otros trabajadores, callando la auténtica insolidaridad de los empresarios que están volviendo a elevar sus tasas de ganancia a costa de salarios de miseria (el 47% gana menos de 1.000 euros al mes, casi 6 millones de ellos, el 32% se encuentra en riesgo de pobreza), con empleos precarios y despidos casi gratuitos.

No solo la prensa del capital reprime a los trabajadores. Los propios empresarios lo hacen también ante cualquier atisbo de descontento o de querer cambiar las situaciones injustas dentro de la empresa. Es frecuente en muchas empresas que Recursos Humanos se encargue de aclarar al nuevo empleado qué sindicatos cuentan con la aceptación de la empresa y cuáles no, que se ejerzan represalias, mobbing e incluso despidos contra trabajadores que quieren presentarse en candidaturas a las elecciones sindicales, o que defienden la estrategia de la acción directa a partir de la base organizada de sus secciones sindicales y sus afiliados, por sindicatos de clase auténticamente combativos, en lugar de hacerlo en las listas de los burócratas y pactistas. Obligar a realizar horas extraordinarias no pagadas por parte de los pequeños y medianos empresarios, esos patrióticos que tanto le gustan a Podemos, es también una forma de represión política de clase. En los últimos días hemos tenido el ejemplo del telecocinero Jordi Cruz sobreexplotando a sus trabajadores casi por la cara o del canalla del Presidente de la CEOE que afirma que se aprende más trabajando gratis que en la Universidad. A ellos se ha unido una caterva de malnacidos darwinistas sociales que han llegado a sugerir que habría que pagar por aprender trabajando para un empresario. A estos sí que habría que aplicarles la ley antiterrorista.

Pero la mayor represión política de clase que existe es no tener trabajo porque te obliga a aceptar las condiciones que puedan ofrecerte, por miserables que éstas sean, porque te obliga a venderte como un trabajador sumiso y obediente, a callar ante los atropellos de tus derechos laborales. El trabajador en paro es jurídicamente libre de vender su fuerza de trabajo pero, una vez que lo ha hecho, ya no es dueño ni de las condiciones en las que desempeña éste ni de su propio trabajo. Las reglas le vienen impuestas porque la empresa no es un órgano democrático sino un lugar en el que se ejerce la dictadura de una clase sobre otra.

Y es que no es cierto esa tontería que dice la Constitución de que tenemos derecho al trabajo. Es un derecho meramente enunciativo y potestativo. A lo que tenemos derechos, según indica el artículo 5 del Estatuto de los Trabajadores, auténtica ley de relaciones laborales, o de explotación del capital al trabajo, es a la ocupación efectiva del puesto de trabajo, una vez, que existe un contrato; es decir, el trabajador contratado tiene derecho al desempeño de unas funciones acordes a su puesto de trabajo y a la categoría laboral contratada, siempre dentro de la máxima de resultar rentable al empresario. Si no hay contrato de trabajo, no hay derecho a ocupación efectiva alguna.

La represión política de clase es el modo intenso y violento, porque la violencia no es solo física, de ejercer la lucha de clases desde el capital y sus instrumentos políticos, policiales, mediáticos, empresariales, jurídicos, legales e ideológicos -un aspecto sobre el que algún día deberé concentrarme- contra la clase trabajadora.

Y, por supuesto, es represión política de clase impedir al trabajador dar la respuesta contundente, merecida y acorde con el ejercicio de la violencia que supone por parte del capital, sus partidos, todos los que aceptan el juego democrático-burgués, su legalidad y su Estado, ante su acción de arrebatar conquistas sociales, derechos por los que se ha peleado durante generaciones y formas de salario indirecto como la sanidad pública, los subsidios de desempleo o las pensiones, hoy amenazadas.

-¿A qué se debe la persecución, encarcelamiento, represión de un creciente número de personas? ¿Es sólo cuestión de la que la derecha del PP es muy franquista o hay motivos más profundos? ¿Cuál es el contexto?
Como señalaba al principio, la persecución, la represión, el encarcelamiento de un creciente número de personas en España, que son presos políticos, por mucho que se pretenda negar, no se debe solo a que el PP sea un partido reaccionario y temeroso de la libertad. Como decía Marx "Nadie combate la libertad; a lo sumo combate la libertad de los demás. La libertad ha existido siempre, pero unas veces como privilegio de algunos, otras veces como derecho de todos". Y éste es el privilegio que hoy defiende el capital, su libertad de empresa, su libertad para sobreexplotar al trabajador. Persigue y reprime al trabajador que se moviliza para dar escarmiento a toda la clase en carne ajena, vaciar las calles, lograr el acatamiento,imponer su ley. Solo de ese modo puede reproducirse económicamente porque es un mito indemostrable que la tarta tenga un reparto equitativo y que crezca para todos. Crece para quienes pueden imponer su poder organizado de oprimir a los demás.

Y esa es una posición de clase contra clase. Lo contrario es caer en un democratismo pequeñoburgués que defiende las libertades en genérico, sin concretar para qué han de servir y quienes necesitan de ellas por encima de todos los demás grupos sociales.

-¿Cómo enfrentarse a estas políticas represivas?
-Si la clase dominante se organiza para defender con leyes, policías, miedo y represión, sus privilegios, es obvio que la dominada necesita hacerlo también articularse para contraatacar y defender sus derechos, las conquistas que le han sido arrebatadas y pasar a la ofensiva. Porque las ideas no viven sin organización. Y necesita hacerlo al margen y de modo independiente de todas las demás clases, sobre todo de las intermedias, o autopercibidas como tales, que solo buscan salvarse de la quema y reacomodarse para mantener el máximo de sus intereses, siempre ligados a la pervivencia del capitalismo, aunque éste, por la dinámica de su desarrollo y de la concentración del capital tienda, finalmente, a hacerla desaparecer y proletarizarla.

Y necesita hacerlo de modo combativo, sin ilusiones democráticas de cambios mediante los instrumentos del parlamentarismo burgués. Quizá deba hacerlo, eso está por ver -y ésta es una idea que lanzo como reflexión particular que desarrollaré en un futuro- rearticulando nuevas formas de organización que ya no sean ni las puramente partidarias ni las puramente sindicales, sino un híbrido superador de ambas. Las transformaciones sociales que están trayendo la descomposición de las tradicionales formas organizativas y las que se están produciendo en el mundo de la producción requieren de respuestas adecuadas a los tiempos que nos está tocando vivir. Pero, mientras esas formas organizativas no cambien, necesitamos sindicatos auténticamente combativos y fuertes, que sean lo opuesto a esos burócratas del pacto y la concertación sociales. Lo mismo cabe pedir las organizaciones políticas de nuestra clase, las cuáles es más que obvio que no están en absoluto a la altura de las circunstancias sino envueltas en una caquexia terminal, casi siempre investida de una arrogancia falsamente vanguardista que solo se corresponde con su indigencia teórica y su alejamiento absoluto de las necesidades y la realidad de los trabajadores.

Y, desde luego, es necesario hacerlo de un modo unitario desde dentro de la clase, superando la atomización en múltiples plataformas de solidaridad, una por preso, y haciendo converger las luchas antirrepresivas de manera conjunta y desde una perspectiva de clase, justo la que tienen nuestros enemigos.

Y para acabar, algo que sé que va a ser polémico porque tiene esa intención. Es hora de superar cierto estilo sindical de un cristianismo cuasi gandhiano que permite que a sus afiliados se les abrase a multas y a peticiones de cárcel, llevándoles por unas vías que constituyen la estrategia de ponerles a los píes de los caballos, cuando algunos de sus dirigentes se protegen como aforados parlamentarios y limitándose a ponerse la camiseta con el rostro de alguno de sus presos. A los militantes se les cuida y protege. Pero si eliges el camino del sacrificio ponte a la cabeza de él, asegurándote de que tú serás el primer represaliado. Lo contrario es suicida y golfo.  

28 de abril de 2017

AFGANISTÁN: LA VUELTA DEL PERRO RABIOSO

El general James Mattis, el "Perro Rabioso"
Foto:theepochtimes.com
Guadi Calvo. alainet,net

Apenas 12 días después de lanzar la madre de todas las bombas, la GBU-43/B, o para sus íntimos MOAB (massive ordnance air blast), el jefe del Pentágono, el general James Mattis, mejor conocido por sus hombres como el “Perro Rabioso”, viajó sorpresivamente a Afganistán, lo que significa la primera llegada de un alto representante de la administración Trump.

Junto a la llegada de Mattis, se conocieron las renuncias del ministro de Defensa Abdulah Habibi, y el jefe de estado mayor afgano, Qadam Shah Shahim, tras la incursión del Talibán a la base Balj, sede del 209º Cuerpo del ejército, en las proximidades de ciudad de Mazar-i-Sharif en la norteña provincia de Balkh, el viernes 21 que dejó un total de 135 muertos, aunque el vocero de los talibanes Zabihullah Mujahid, habló de 500 militares muertos, además de informar que el ataque fue en venganza por el asesinato de varios líderes talibanes en el norte del país, entre ellos los comandantes, el Mullah Basir en la provincia de Uruzgan, y los Mullah Toryali y Ahmad en la provincia de Helmand.

El cuerpo 209°, es responsable de la seguridad de gran parte del norte de afgano, incluyendo la estratégica provincia de Khunduz, donde el accionar talibán ha desbordado las fuerza gubernamentales, alcanzando a tomar la ciudad capital, Khunduz, a 250 de kilómetros de Kabul, en octubre de 2016 y septiembre de 2015.

En su mayoría, los muertos eran jóvenes reclutas sin entrenamiento, provenientes de diferentes lugares del nordeste afgano como Badakhshan y Takhar.

La visita del general Mattis, un veterano de Afganistán, abre la expectativa de que los Estados Unidos, reforzarán, una vez más, su presencia en el país centro asiático.

En la actualidad, en el marco de la operación Resolute Support (Apoyo Decidido) de la OTAN intervienen Estados Unidos, que cuenta con unos 9800 efectivos, Europa, con 5 mil efectivos, y un número desconocido de “consejeros”, léase “mercenarios”, de distintas empresas de seguridad occidentales.

Mientras el avión de Mattis aterrizaba, “como si alguien lo hubiera sabido” y quisiera alentar la intervención de Washington, dándole material a la prensa y a los senadores que deberán votar la nueva intervención, un coche bomba estalló en la entrada de la base norteamericana Camp Chapman, donde además se encuentran un gran número de mercenarios estadounidenses en la provincia de Jost, en el este del país. El portavoz militar Willian Salvin informó que solo hubo diez muertos de nacionalidad afgana, sin que ningún norteamericano se viera afectado.

En plena campaña de primavera, como era previsible, el Talibán, se presenta más virulento, el ataque del viernes pasado fue una demostración de su preparación.
La semana anterior a la incursión a la base de Balj, en dos atentados suicidas coordinados, contra edificios de los servicios de seguridad en Kabul, había asesinado a 16 personas.
Los insurgentes iniciaron el ataque el viernes, el día sagrado del Islam, cuando un comando compuesto de 10 hombres, además varios insurgentes que se encontraban infiltrados en las filas del ejército, ingresó a la base conduciendo vehículos militares y vistiendo uniformes del ejército afgano; sorprendieron a la dotación de la base en la mezquita durante la oración y atacaron con granadas propulsadas por cohetes, rifles, ametralladoras y chalecos explosivos.

El último ataque de envergadura por parte del Talibán, que podríamos considerar como el inicio de la Campaña de Primavera, se había ejecutado el 8 de marzo pasado contra el hospital militar más grande del país, el Sardar Daud Khan, en pleno centro de Kabul que duró más de siete horas y dejó 42 muertos y más de 120 heridos.

Las operaciones cada vez más virulentas y espectaculares por parte del Talibán, podrían apuntar bien a fortalecer sus posiciones en una mesa de negociaciones, a las que llamó el gobierno del presidente Ashraf Ghani en enero de 2016, junto a diversos líderes políticos y señores de la guerra, pero que hasta ahora los hombres del Mullah Haibatullah Akhundzada no han logrado un punto de entendimiento. O bien a forzar un intervención norteamericana, obligando a Washington al juego del gato y el rato, con el desgaste político que eso significa, tras más de 16 años de intervención en el país, sin ningún logro realmente destacable, más allá del formalismo de una democracia tan endeble como absurda para un país milenariamente tribal como Afganistán.

Desde finales de 2014, en que la administración Obama retiró la mayoría de las fuerzas de Estados Unidos, seguida rápidamente por el resto de la OTAN, el Talibán ha vuelto a posicionarse, atacando con un sinfín de operaciones al ejército local, que se ha replegado de innumerables posiciones, a pesar de la asistencia tanto de “asesores” como de ataques aéreos occidentales.

Prácticamente la mitad del territorio afgano, 15 de las 34 provincias, está bajo control del Talibán o mínimamente en disputa con Kabul.

El ensayo norteamericano con la MOAB no le ha puesto mejor las cosas al endeble presidente Ghani, que ha debido soportar una andanada de críticas del establishment afgano, encabezadas por su competidor más inmediata en el ejecutivo, algo así como un vicepresidente con más atribuciones, el pashtu Abdullah-Abdullah, y por el ex presidente Hamid Karzai, por permitir que el país sea usado como campo de pruebas norteamericano.

Guerra sin cuartel entre el Daesh y el Talibán
La sorpresiva visita del secretario de Defensa, un hombre conocedor del territorio, pues fue jefe de las tropas especiales tras la invasión norteamericano de 2001, estaría enmarcada en las nuevas políticas internacionales de la administración Trump.
El nuevo presidente estadounidense estaría obligado a desplegar no solo en Afganistán sino, como ya lo hemos visto, en Medio Oriente, Somalia y en el mar de la China, un rol más “intenso” presionado por los personeros del aparato militar-industrial dentro de las fuerzas armadas norteamericanas.

Por otra parte, el comandante de las fuerzas estadounidenses en Afganistán, general John Nicholson, declaró en febrero ante el Comité de Servicios Armados del Senado de Estados Unidos en Washington que necesita “unos cuantos miles más de soldados para apoyar al ejército afgano”, al tiempo que el Consejero Nacional de Seguridad, el general H.R. McMaster, quien estuvo en Afganistán dos semanas atrás, se informó in situ, del importante crecimiento del Talibán.

También el jefe de las fuerzas especiales alemanas, las Kommando Spezialkräfte, general de brigada Dag Baehr en Afganistán, que han tenido la responsabilidad de vigilar el norte del país, informó a Berlín que “la situación demuestra que no podemos dejar de apoyar, entrenar y asesorar a nuestros socios afganos”.

Las referencias de los jefes de las distintas fuerzas que operan en el país coinciden que la situación es cada vez más compleja ya no solo por el resurgimiento del Talibán, sino también la cada vez más fuerte presencia del Daesh o Wilayat Khorasan, como se conoce la fuerza del Abu-Bark al-Bagdadí, que opera en Asía Central.

La guerra con el Talibán ya ha dejado de ser esporádica: se producen operaciones casi a diario; pocos días después del ataque a la base Balj, se supo que fuerzas de seguridad afgana lograron aniquilar a sesenta militantes del Daesh, que opera junto a la frontera con Pakistán, en las localidades de Deh Bala y Achin en la provincia de Nangarhar, en las cercanías de donde el Pentágono lanzó la MOAB.

También se intensifican los enfrentamientos entra ambas fuerzas wahabitas (Talibán y Daesh) que desde hace dos años vienen protagonizado una guerra cada vez más cruenta, fundamentalmente por el control del tráfico de opio, clave para la sustentación de su guerra, que se articula con varios carteles de los países del mar Caspio y especialmente Turquía de donde sigue camino a Europa. Tanto el opio, como su subproducto: la heroína, son, junto a la miel, los únicos productos de exportación afganos, siendo, en el caso de opio, el mayor productor mundial. Los sembradíos de la adormidera (variante de la amapola) de donde se extrae la goma para la fabricación del opio, particularmente en la provincia de Helmand, son el centro de la disputa.

Según fuentes rusas, en el norte de Afganistán un enfrentamiento entre ambas organizaciones fundamentalistas dejó casi cien muertos, el último martes en el distrito de Darzab, combates que continuaban hasta la noche del miércoles.

La inestabilidad política y la guerra declarada entre el ejército afgano, el Talibán, Daesh y algunas otras organizaciones armadas, vinculadas al tráfico de drogas y el contrabando, convierte al país en una caldera inmanejable, por lo que muchos líderes tribales esperan que Mattis y Ghani lleguen a un acuerdo sobre el envío y aumento de tropas norteamericanas y que el “Perro Rabioso” vuelva otra vez al ataque.

24 de abril de 2017

CRÍTICA MARXISTA: KEYNES, LA CIVILIZACIÓN Y EL LARGO PLAZO

Michael Roberts. Resumen Latinoamericano

La teoría económica keynesiana es dominante en la izquierda del movimiento obrero. Keynes es el héroe económico de los que quieren cambiar el mundo; para poner fin a la pobreza, la desigualdad y las continuas pérdidas de ingresos y puestos de trabajo en las crisis recurrentes. Y sin embargo, cualquiera que haya leído las notas de mi blog sabe que el análisis económico keynesiano es erróneo, empíricamente dudoso y sus prescripciones políticas para corregir los errores del capitalismo han demostrado ser un fracaso.

En los EEUU, los grandes gurús de la oposición a las teorías neoliberales de la escuela de economía de Chicago y a las políticas de los republicanos son keynesianos. Paul Krugman , Larry Summers y Joseph Stiglitz o, ligeramente más radicales, Dean Baker o James Galbraith. En el Reino Unido, los líderes de la izquierda del Partido Laborista en torno a Jeremy Corbyn y John McDonnell, socialistas confesos, se inspiran en economistas keynesianos como Martin Wolf, Ann Pettifor o Simon Wren Lewis para sus propuestas políticas y análisis. Los invitan a sus consejos de asesores y seminarios. En Europa, los Thomas Piketty mandan.

Los estudiantes graduados y profesores que participan en Rethinking Economics , un movimiento internacional para cambiar la enseñanza y las ideas económicas en ruptura con la teoría neoclásica, son dirigidas por autores keynesianos como James Kwak o post-keynesianos como Steve Keen, o Victoria Chick o Frances Coppola. Kwak, por ejemplo, ha publicado un nuevo libro titulado Economism, que sostiene que la línea de falla económica en el capitalismo es el aumento de la desigualdad y que el fracaso de la economía convencional consiste en no reconocerlo. Una vez más la idea de que la desigualdad es el enemigo, no el capitalismo como tal, exuda de los keynesianos y post-keynesianos como Stiglitz, Kwak, Piketty o Stockhammer , y es dominante en los medios de comunicación y el movimiento obrero. Con ello no pretendo negar la horrible importancia del aumento de la desigualdad, sino demostrar que no se tiene en cuenta una visión marxista sobre este tema.

De hecho, cuando los medios de comunicación quieren ser audaces y radicales, se llenan de publicidad sobre los nuevos libros de autores keynesianos o post-keynesianas, pero no de los marxistas. Por ejemplo, Ann Pettifor, de Prime Economics, ha escrito un nuevo libro, The Production of Money, en el que nos dice que “el dinero no es más que una promesa de pago” y que “creamos dinero todo el tiempo haciendo esas promesas” , el dinero es infinito y no limitado en su producción, por lo que la sociedad puede imprimir tanto como quiera para invertir en sus opciones sociales sin ningún tipo de consecuencias económicas perjudiciales. Y a través del efecto multiplicador keynesiano, los ingresos y los puestos de trabajo pueden crecer. Y “no importa donde el gobierno invierta su dinero, si al hacerlo se crea empleo” . El único problema es mantener el costo del dinero, las tasas de interés, tan bajas como sea posible, para asegurar la expansión del dinero (¿o se trata de crédito?) para impulsar la economía capitalista. Por lo tanto, no hay necesidad de ningún cambio en el modo de producción con fines de lucro, simplemente basta con controlar la máquina de dinero para asegurar un flujo infinito de dinero y todo funcionará bien.

Irónicamente, al mismo tiempo, el destacado poskeynesiano Steve Keen se prepara para ofrecer un nuevo libro, abogando por el control de la deuda o del crédito como forma de evitar las crisis. Haga su elección: ¿más dinero-crédito o menos? De cualquier manera, los keynesianos difunden una narrativa económica con un análisis que considera que sólo el sector de las finanzas es la fuerza causal de los problemas del capitalismo.

Entonces, ¿por qué siguen siendo dominantes las ideas keynesianas? Geoff Mann nos proporciona una explicación atractiva. Mann es el director del Centro de Economía Política Global en la Universidad Simon Fraser, de Canadá. En un nuevo libro, titulado In the Long Run we are all Dead, Mann reconoce que no es que la economía keynesiana se considere correcta. Ha habido “poderosas críticas desde la izquierda de la economía keynesiana de la que extraer conclusiones; los ejemplos incluyen las obras de Paul Mattick, Geoff Pilling y Michael Roberts” ( ¡gracias! – MR ) (p218), pero las ideas keynesianas son dominantes en el movimiento obrero y entre los que se oponen a lo que Mann llama el ‘capitalismo liberal’ (lo que yo llamaría el capitalismo) por razones políticas.

Keynes reina porque ofrece una tercera vía entre la revolución socialista y la barbarie, es decir, el fin de la civilización tal y como (en realidad la burguesía como a la que pertenecía Keynes) la conocemos. En los años 1920 y 1930, Keynes temió que el ‘mundo civilizado’ se enfrentase a la revolución marxista o la dictadura fascista. Pero el socialismo como una alternativa al capitalismo de la Gran Depresión, podría acabar con la ‘civilización’, abriendo la puerta a la ‘barbarie’ – el final de un mundo mejor, el colapso de la tecnología y el estado de derecho, más guerras, etc-. Así que intentó ofrecer la esperanza de que, a través de alguna modesta reforma del ‘capitalismo liberal’, sería posible hacer que volviese a funcionar el capitalismo sin la necesidad de una revolución socialista. No habría ninguna necesidad de ir a donde los ángeles de la ‘civilización’ se negaban a ir. Esa fue la narrativa keynesiana.

Este llamamiento atrajo (y todavía atrae) a los líderes del movimiento sindical y a los ‘liberales’ que desean cambios. La revolución es algo arriesgado y puede arrastrarnos a todos al abismo. Mann: “La izquierda quiere democracia sin populismo, quiere políticas de cambio sin los riesgos del cambio; quiere revolución sin revolucionarios” . (p21).

Este miedo a la revolución, Mann reconoce, apareció por primera vez después de la Revolución francesa. Ese gran experimento de democracia burguesa desembocó en Robespierre y el terror; la democracia se convirtió en dictadura y barbarie – ese es más o menos el mito burgués. La economía keynesiana ofrecía una manera de salir de la depresión de 1930 o de la actual Larga Depresión sin socialismo. Es la tercera vía entre el statu quo de los mercados rapaces, la austeridad, la desigualdad, la pobreza y las crisis y la alternativa de una revolución social que conlleve a Stalin, Mao, Castro, Pol Pot y Kim Jong-un. Es una ‘tercera vía’ tan atractiva que Mann confiesa que incluso le seduce como una alternativa al riesgo de que la revolución se tuerza (ver el último capítulo, donde Marx es presentado como el Dr. Jekyll de la Esperanza y Keynes como el Mr. Hyde del miedo).

Como Mann escribe, Keynes creía que si expertos civilizados (como él mismo) abordaban los problemas a corto plazo de la crisis económica y las recesiones, se podría evitar el desastre a largo plazo del colapso de la civilización. La famosa cita que recoge el título del libro de Mann, ‘a largo plazo todos estaremos muertos’, se refiere a la necesidad de actuar frente a la Gran Depresión mediante la intervención del gobierno y no esperar a que el mercado se auto-corrija con el tiempo, como pensaban los economistas y políticos neoclásicos ( ‘clásicos’ según Keynes). Porque “ese largo plazo es una mala guía para los temas de actualidad. A largo plazo todos estaremos muertos. Los economistas se fijaron una tarea demasiado fácil, demasiado inútil, si en épocas turbulentas sólo nos puede decir que cuando la tormenta haya pasado, el océano volverá a estar como un plato” (Keynes). Es necesario actuar sobre los problemas a corto plazo o se convertirán en un desastre a largo plazo. Este es el significado adicional de la larga cita anterior: hay que lidiar con la depresión y las crisis económicas ahora o la misma civilización se verá amenazada por la revolución a largo plazo.

A Keynes le gustaba considerar que el papel de los economistas era similar al de los dentistas a la hora de resolver un problema técnico de la economía como si se tratase de un dolor de muelas (“Si los economistas pudieran llegar a pensar que son personas humildes y competentes como los dentistas, sería espléndido”). Y los keynesianos modernos han comparado su tarea a la de los fontaneros: reparar las fugas en la tubería de la acumulación y el crecimiento. Pero el método real de la economía política no es el de un fontanero o un dentista cuando soluciona problemas a corto plazo. Es el de un científico social revolucionario (Marx), transformándolos a largo plazo. Lo que el análisis marxista del modo de producción capitalista revela es que no hay una ‘tercera vía’ como Keynes y sus seguidores proponen. El capitalismo no puede ofrecer el fin de la desigualdad, la pobreza, la guerra a cambio de un mundo de abundancia y bien común a nivel mundial, y evitar así la catástrofe medioambiental, a largo plazo.

Al igual que todos los intelectuales burgueses, Keynes era un idealista. Sabía que las ideas sólo se llevan a cabo si se ajustan a los deseos de la élite gobernante. Como él mismo dijo, “El individualismo y el laissez-faire no podían, a pesar de sus profundas raíces en las filosofías políticas y morales de finales del siglo XVIII y principios del XIX, garantizar su influjo duradero en la dirección de los asuntos públicos, si no hubiera sido porque encajaban con las necesidades y deseos del mundo de los negocios de entonces … Todos esos elementos han contribuido al actual ambiente intelectual dominante, a la estructura mental, a la ortodoxia de la época”. Sin embargo, seguía creyendo que un hombre inteligente como él, con ideas contundentes, podría cambiar la sociedad aun en contra de los intereses de aquellos que la controlan.

Lo equivocado de esa idea fue evidente incluso para él cuando intentó conseguir que la administración Roosevelt adoptase sus ideas sobre cómo terminar con la Gran Depresión y que la clase política aplicase sus ideas para un nuevo orden mundial después de la guerra mundial. Keynes quería crear instituciones ‘civilizadas’ para garantizar la paz y la prosperidad a nivel mundial a través de la gestión internacional de las economías, las monedas y el dinero. Pero estas ideas de un orden mundial para controlar los excesos de un capitalismo desenfrenado se convirtieron en instituciones como el FMI, el Banco Mundial y el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que acabaron promoviendo las políticas de un imperialismo encabezado por los Estados Unidos. En lugar de un mundo de líderes ‘civilizados’ que resolvían los problemas del mundo, lo que tenemos es una terrible águila que clava sus garras en el mundo, imponiendo su voluntad. Son los intereses materiales los que deciden las políticas, no los economistas inteligentes.

De hecho, Keynes, el gran idealista de la civilización se convirtió en un pragmático en las reuniones de Bretton Woods de la posguerra, en representación no de las masas del mundo, o incluso de un orden mundial democrático, sino de los estrechos intereses nacionales del imperialismo británico frente al dominio estadounidense. Keynes informó al parlamento británico que el acuerdo de Bretton Woods no era “una afirmación de poder estadounidense, sino un compromiso razonable entre dos grandes naciones con los mismos objetivos: restaurar una economía mundial liberal”. Otras naciones fueron ignoradas, por supuesto.

Para evitar la situación en la que a largo plazo todos estemos muertos, Keynes creía que había que resolver los problemas a corto plazo. Pero resolverlos a corto plazo no puede evitar el largo plazo. Si se logra el pleno empleo, todo irá bien, pensó. Sin embargo, en 2017 tenemos casi ‘pleno empleo’ en EEUU, el Reino Unido, Alemania y Japón, y no todo está bien. Los salarios reales se han estancado, la productividad no está aumentando y las desigualdades se agravan. Hay una Larga Depresión y no parece que vayamos a salir de un ‘estancamiento secular’. Por supuesto, los keynesianos dicen que la causa es que no se han aplicado las políticas keynesianas. Pero no se han aplicado (al menos no el aumento del gasto fiscal) porque las ideas no se imponen a los intereses materiales dominantes, al contrario de lo que creía Keynes. Keynes lo veía boca abajo; de la misma manera que Hegel. Hegel defendía que era el conflicto de ideas el que determinaba el conflicto histórico, cuando es lo contrario. La historia es la historia de la lucha de clases.

Y de todos modos, las recetas económicas de Keynes se basan en una falacia. La larga depresión continúa no porque haya demasiado capital que deprime los beneficios (‘eficiencia marginal’) del capital en relación con la tasa de interés sobre el dinero. No hay demasiada inversión (las tasas de inversión de las empresas son bajas) y las tasas de interés están cerca de cero o incluso son negativas. La larga depresión es el resultado de una muy baja rentabilidad y por lo tanto de insuficiente inversión, lo que ralentiza el crecimiento de la productividad. Los salarios reales bajos y la baja productividad son el costo del ‘pleno empleo’, en contra de todas las ideas de la teoría económica keynesiana. No ha sido el exceso de inversión lo que ha causado la baja rentabilidad, sino la baja rentabilidad la que ha causado la escasa inversión.

Lo que Mann sostiene es que la teoría económica keynesiana es dominante en la izquierda a pesar de sus falacias y fracasos porque expresa el temor de muchos de los líderes del movimiento obrero a las masas y la revolución. En su nuevo libro, James Kwak cita a Keynes: “En su mayor parte, creo que el capitalismo, gestionado con prudencia, puede probablemente ser más eficiente para alcanzar fines económicos que cualquier sistema alternativo conocido, pero que en sí mismo es en muchos maneras muy objetable. Nuestro problema es desarrollar una organización social que fuera lo más eficiente posible sin ofender nuestras nociones de una vida satisfactoria”. Comentarios de Kwak: “Ese sigue siendo nuestro reto hoy. Si no podemos resolverlo, las elecciones presidenciales de 2016 (Trump) pueden convertirse en un presagio de cosas peores por venir”. En otras palabras, si no podemos controlar el capitalismo, las cosas pueden ir a peor.

Detrás del miedo a la revolución está el prejuicio burgués de que dar poder a las “masas” implica el fin de la cultura, el progreso científico y el comportamiento civilizado. Sin embargo, fue la lucha de los trabajadores en los últimos 200 años (y antes) la que consiguió todos estos logros de la civilización de los que la burguesía está tan orgullosa. A pesar de Robespierre y de la revolución que ‘devora a sus propios hijos’ (un término introducido por el pro-aristócrata Mallet du Pan y adoptado por el burgués conservador británico, Edmund Burke), la revolución francesa permitió la expansión de la ciencia y la tecnología en Europa. Acabó con el feudalismo, la superstición religiosa y la inquisición e introdujo el código napoleónico. Si no hubiera tenido lugar, Francia habría sufrido más generaciones de despilfarro feudal y declive.

Como celebramos el centenario de la Revolución rusa, podemos considerar la situación hipotética contraria. Si la Revolución rusa no hubiera tenido lugar, el capitalismo ruso se hubiera industrializado quizás un poco, pero se habría convertido en un Estado cliente de los capitales británicos, franceses y alemanes y muchos millones más habrían muerto en una guerra mundial inútil y desastrosa en la que Rusia hubiera seguido envuelta. La educación de las masas y el desarrollo de la ciencia y la tecnología se habrían frenado; como ocurrió en China, que se mantuvo en las garras del imperialismo durante otra generación más. Si la revolución china no hubiera tenido lugar en 1949, China hubiera seguido siendo un ‘Estado fallido’ comprador, controlada por Japón y las potencias imperialistas y devastada por los señores de la guerra chinos, con una extrema pobreza y atraso.

Keynes era el burgués intelectual por excelencia. Su defensa de la ‘civilización’ significaba para él la defensa de la sociedad burguesa. Como él mismo dijo: “la guerra de clases me encontrará en el lado de la burguesía educada”. No había manera de que apoyase el socialismo, para no hablar de un cambio revolucionario porque “prefiriendo el barro a los peces, exalta al proletariado grosero por encima de burgués y los intelectuales que, cualesquiera que sean sus defectos, son la sal de vida y llevan en si las semillas de todo progreso humano”

De hecho, en sus últimos años, alabó desde el punto de vista económico ese capitalismo ‘liberal’ laissez faire que sus seguidores condenan ahora. En 1944, escribió a Friedrich Hayek, el principal ‘neoliberal’ de su tiempo y mentor ideológico del thatcherismo, alabando su libro, El Camino de servidumbre, que sostiene que la planificación económica conduce inevitablemente al totalitarismo: “moral y filosóficamente me encuentro de acuerdo con prácticamente la totalidad de él; y no sólo de acuerdo con él, sino en un acuerdo profundamente conmovido”.

Y Keynes escribió en su último artículo publicado , “me encuentro obligado, y no por primera vez, a recordar a los economistas contemporáneos que la enseñanza clásica encarna algunas verdades permanentes de gran importancia. . . . Hay en estos asuntos profundas influencias actuantes, fuerzas naturales si se quiere, o incluso la mano invisible, que operan hacia el equilibrio. Si no fuera así, no hubiéramos podido conseguir tantas cosas buenas como hemos hecho durante muchas décadas pasadas”.

Por lo tanto, vuelven la economía clásica y un mar como un plato. Una vez que la tormenta (o la recesión y la depresión) ha pasado y en el océano reina la calma, la sociedad burguesa puede respirar un suspiro de alivio. Keynes el radical se convirtió en Keynes el conservador después del fin de la Gran Depresión. ¿Los radicales keynesianos se convertirán en economistas ‘ortodoxos’ conservadores cuando termine la Larga Depresión?

Todos estaremos muertos si no acabamos con el modo de producción capitalista. Y ello requerirá una transformación revolucionaria. Las chapuzas reformistas de los supuestos fallos del capitalismo ‘liberal’ no ‘salvarán’ a la civilización, a menos a largo plazo.


23 de abril de 2017

¡NO ES LA DESIGUALDAD, ESTÚPIDO!

Alfredo Apilánez. Trampantojos y embelecos

La "nueva izquierda" y el trampantojo de la desigualdad
"Hay que preguntarse si la economía pura es una ciencia o si es “alguna otra cosa”, aunque trabaje con un método que, en cuanto método, tiene su rigor científico. La teología muestra que existen actividades de este género. También la teología parte de una serie de hipótesis y luego construye sobre ellas todo un macizo edificio doctrinal sólidamente coherente y rigurosamente deducido. Pero, ¿es con eso la teología una ciencia?”
Antonio Gramsci

Sería una gran tragedia detener los engranajes del progreso sólo por la incapacidad de ayudar a las víctimas de ese progreso”
Alan Greenspan, presidente de la Reserva Federal (1987-2006)

No existe tema que concite actualmente debates más vehementes sobre cuestiones económicas que el de las causas y posibles medidas correctoras de las crecientes desigualdades de renta y de riqueza agudizadas en estos tiempos de crisis y de recrudecimiento del embate neoliberal.

En los últimos cuarenta años, el peso de los salarios en la renta nacional ha sufrido un significativo descenso en paralelo a la extraordinaria acumulación de riqueza en el fastigio de la pirámide social (la moda de referirse al abismo entre el 1 y el 99% remite a esta extrema divergencia entre la cúspide y la base).

El éxito reciente del texto de Piketty (“El capital en el siglo XXI”) demuestra la enorme preocupación que la erosión acelerada de los colchones amortiguadores del Welfare State perpetrada por la apisonadora neoliberal suscita en las capas sociales ilustradas nostálgicas del capitalismo con “rostro humano”.

El arco de opiniones “respetables” abarca desde las posturas- llamémoslas “redistribuidoras”- de los restos de la socialdemocracia que ejemplifica Piketty (defensor de medidas correctoras, como un impuesto global sobre la riqueza que contrarreste las tendencias hacia una forma de capitalismo “patrimonial” marcado por lo que califica como desigualdades de riqueza y renta “aterradoras”) hasta el despiadado neoliberalismo privatizador y desregulador de los cachorros de Friedman y Hayek.

Los “redistribuidores” ponen el foco asimismo en la necesidad de poner coto (la Tasa Tobin y la lucha contra los paraísos fiscales serían ejemplos paradigmáticos) a la colosal extracción de rentas por parte del capital financiero y de los monopolios energéticos que agostan con su voracidad parasitaria las virtudes de las sanas actividades productivas que –en caso contrario- derramarían sus dones sobre el tejido social.

La contraposición entre rentismo financiarizado depredador versus capitalismo temperado creador de riqueza y empleo domina el discurso regenerador (la obra –en otros aspectos interesantísima- de Steve Keen o Michael Hudson ilustra bien esta posición) de la izquierda reformista. El Estado debe, por tanto, mediante regulaciones financieras estrictas y medidas fiscales deficitarias de incremento del gasto y la inversión públicos, posibilitar la corrección de las fuerzas desatadas por la brutalidad de la agresión neoliberal (detener el “austericidio”) orientándolas hacia cauces que reviertan los rasgos patológicos en pos de un capitalismo bonancible (recuperar la soberanía monetaria, controlar el casino financiero, cambio de modelo energético, etc.).

Tales planteamientos, hegemónicos en la “nueva izquierda” institucional y en extensos ámbitos de los movimientos sociales, están atrapados en un falso dilema y eluden afrontar el núcleo del problema que aparentemente desean mitigar. Dicho de una forma un poco brutal: “su impotencia deriva de su mojigatería”.

El acento puesto en la corrección de las iniquidades (“vivimos en un mundo donde el patrimonio neto de Bill Gates supera el PIB de Haití durante 30 años”) o en la utópica reforma financiera que embride la “fiera rentista” evita enfrentarse con las causas estructurales que las provocan. El agudo crecimiento de la fractura social que reflejan los terribles niveles de desigualdad y la hegemonía de la “máquina de succión” financiera son en realidad síntomas (epifenómenos) de un proceso más profundo: el agotamiento de la base de rentabilidad del capitalismo fordista-fosilista de los "treinta gloriosos" y de su función social legitimadora (combinando el “american way of life” de la sociedad de consumo con sistemas de protección social a la europea).

Poner el acento en las políticas paliativas y en el control de las finanzas desaforadas (como si fuera posible un sistema posneoliberal, con una distribución del ingreso más equitativa y un sector financiero “domesticado”, al servicio de las actividades productivas, dentro del marco capitalista), ejes neurálgicos de los discursos moderados de los fustigadores de los excesos de la Bestia, omite el análisis –nunca más imperioso que en la actualidad- del funcionamiento de la "sala de máquinas". Y, a su pesar, el discurso regenerador cae en la sutil trampa tendida por la economía ortodoxa que -con la pretensión de cientificidad que se arroga- trata los problemas distributivos como independientes de las instituciones de propiedad y de las relaciones sociales de producción. Se constituye así un campo de juego "neutral" que logra colar la ilusión de que, con el timonel adecuado, el control del Estado -como pretendido agente reequilibrador- será capaz de voltear las relaciones de poder social a favor de las clases subalternas.

Al no explicar los mecanismos reales –y su evolución histórica- a través de los cuales la acumulación de capital esquilma sus fuentes nutricias queda en la penumbra el auténtico foco infeccioso que causa los síntomas que se pretenden combatir: la creciente dificultad de exprimir el jugo del trabajo humano que lo alimenta como sustrato de la violencia creciente –de la cual la impúdica desigualdad y la financiarización rentista son las manifestaciones más visibles- que el orden vigente ejerce sobre el ser humano y su medio natural.

Una prueba indirecta de esa centralidad de los procesos de extracción de riqueza social que se desarrollan en la “sala de máquinas” del capitalismo sería la ocultación sistemática de los mecanismos reales del funcionamiento del reino de la mercancía llevada a cabo por la disciplina que tendría como finalidad primordial desvelarlos. La economía vulgar se contenta, en las fieramente sarcásticas palabras de Marx, con “sistematizar, pedantizar y proclamar como verdades eternas las ideas banales y engreídas que los agentes del régimen burgués de producción se forman acerca de su mundo, como el mejor de los mundos posibles”.

Los ejes sobre los que gira la agudización de la lucha por el producto social (la creciente explotación del trabajo y la exacerbación del imperialismo belicista; la expropiación financiera a través del monopolio de los medios de pago y del imperio de la deuda en manos de la banca privada y la destrucción de los mecanismos redistributivos que el Estado “benefactor” implementó para amortiguar los acerados efectos de los desbridados "mercados libres") están cuidadosamente ocultos bajo un marco conceptual permeado por la ideología dominante. Su principio axial, como decimos, es la consideración de las leyes que determinan la distribución del ingreso y del excedente social (que eran el objeto fundamental de la economía política para los clásicos: "la ciencia que se ocupa de la distribución del ingreso entre las clases sociales", en la definición de David Ricardo) como totalmente independientes de las instituciones de propiedad y de las relaciones sociales de producción.

Todos los datos relevantes (precios, salarios, beneficios y rentas) del reparto de la “tarta” se obtienen de los maravillosos modelos matemáticos construidos por los apóstoles de la teología económica a mayor gloria de la libertad de mercado y de la soberanía del consumidor. De este modo, los reformistas de nuevo cuño, al priorizar únicamente el eje redistribuidor-paliativo dejando intacta la “máquina de succión” de riqueza social que sigue operando en las calderas del modo de producción, coinciden involuntariamente con uno de los axiomas basales de la teoría ortodoxa: la exclusión de la redistribución de la renta, de las condiciones de producción y de las relaciones de propiedad del campo de la “ciencia” económica para dejarlos en manos de los bienintencionados legisladores y gestores de las políticas públicas (encargados de corregir externalidades y demás impurezas residuales generadas por el cuasi perfecto funcionamiento autónomo de las fuerzas del mercado libre y la iniciativa individual).

La crítica de las “verdades eternas” (“las verdades económicas son tan ciertas como la geometría” pontificaba solemnemente Alfred Marshall) proclamadas acerca del reino del capital por su discurso legitimador debería contribuir a descorrer el velo que camufla cuidadosamente el engranaje interno del régimen de producción de mercancías cuyos dos ejes claves son la agudización de la explotación del trabajo y de la expropiación financiera rentista que propulsa la financiación de colosales burbujas de bienes raíces por parte de la banca privada.

Así pues, al contrario de la opinión de Paul Sweezy (que en su texto clásico Teoría del desarrollo capitalista’ justificaba centrarse únicamente en la exposición constructiva del análisis marxista en lugar de dedicar ímprobos esfuerzos a la “ingrata tarea” de una crítica del discurso del capital), desvelar la condición profundamente ideológica de la teología económica debería servir, no sólo para revelar sus flagrantes inconsistencias al servicio de sus intereses de clase, sino sobre todo para evitar que la pusilanimidad y la falta de rigor de una visión superficial de la realidad y de las fuerzas sociales en pugna por parte de las fuerzas progresistas aumenten la sensación de impotencia que amplias capas populares sienten ante la aparente imposibilidad de lograr cotas reales de cambio social.


Continuará...

20 de abril de 2017

EL VIOLINISTA DEL GHETTO DE VARSOVIA

Higinio Polo. El Viejo Topo

No se puede recorrer Muranów, un barrio de Varsovia, sin que el corazón se encoja y un nudo nos atenace la garganta. Aquí estaba el ghetto, y, a cada paso, surgen los recuerdos del horror. Nos hablan de él, Antoni Szymanowski; y los diarios de Emmanuel Ringelblum –los Escritos del ghetto–; y las páginas de Hersch Berlinski, y de Aurelia Wylezynska, muerta durante el levantamiento de Varsovia. Y las de Cyvia Lubetkin, y Jan Karski, correo de los partisanos polacos. Emmanuel Ringelblum, que fue asesinado por la Gestapo en 1944, pudo enterrar en Muranów algunos documentos que reunió. También los nazis hablan de ese infierno: el general de las SS, Jürgen Stroop, conquistador del ghetto de Varsovia; y el propio Goebbels.

Antes de la guerra vivían en Polonia tres millones de judíos polacos, más de la décima parte de la población. En los combates de septiembre de 1939, murieron más de cincuenta mil personas, y, un año después, los nazis crearon los ghettos. En Varsovia, más de cuatrocientas mil personas fueron encerradas en él, entre el hacinamiento, el hambre, las enfermedades. Las condiciones de vida eran inhumanas: cada mes morían más de cinco mil personas; decenas de miles de obreros fueron obligados a trabajar para sus verdugos en condiciones de esclavitud, alimentados sólo con sopa. Otros eran conducidos a fábricas fuera del ghetto: eran un excelente negocio para los industriales alemanes. Miles de mendigos llenaban las calles, junto a centenares de niños abandonados, porque sus padres habían muerto. El tifus, la gripe, y otras enfermedades hicieron estragos, y los piojos se apoderaron de todo. Casi 85.000 personas murieron por efecto del hambre y de las enfermedades en el ghetto de Varsovia, antes de que el resto fueran enviados al campo de exterminio de Treblinka.

Muro del ghetto de Varsovia, con el Palacio
Lubomirski bombardeado
Al alba, los enterradores arrojaban a la fosa común los cadáveres recogidos cada día. Los nazis apenas entregaban alimentos, pero mentían al mundo sobre las condiciones del ghetto: llegaron a rodar noticieros donde forzaron a aparecer al jefe del Judenrat, Adam Czerniaków, y otras personas, en grandes banquetes. Arnold Mostowicz, superviviente de otro ghetto, el de Lodz, nunca pudo arrancarse de la memoria una escena atroz: tenía que atender a una joven enferma. Cuando llegó a la casa, ya había muerto, así como uno de sus hijos pequeños. No pudo hacer nada, sólo estremecerse viendo cómo se agitaba el cadáver en un mar de piojos.

Pese a todo, las organizaciones judías resistieron: en la calle Mila, 18, estaba el cuartel general de la Organización Judía de Combate, y un túnel secreto en la calle Muranowska comunicaba con el exterior del ghetto. Incluso organizaban la vida, atendían a la ciencia y la cultura, imprimían prensa clandestina, crearon una biblioteca infantil. Incluso investigaron, como el doctor Israel Milejkowski, que dirigió un trabajo científico en aquellas increíbles condiciones. En la víspera de su muerte en el ghetto, anotó: “con la pluma en los dedos, siento la muerte deslizarse en mi habitación…”

El 22 de julio de 1942 los nazis iniciaron la operación para liquidar el ghetto de Varsovia: engañaron a la población simulando un simple traslado, y concentraron a miles de personas cada día en la Umschlagplatz, para enviarlas a Treblinka, con los ucranianos y letones nazis disparando a matar para mantener el orden. En septiembre de 1942, los trenes de la muerte transportaban desde Varsovia hacia Treblinka entre cinco y siete mil personas diariamente. Allí, 265.000 prisioneros del ghetto fueron convertidos en humo.

En el verano de 1942, algunos judíos del ghetto entran en contacto con la resistencia polaca, para pedir armas. Crean la OJC, Organización Judía de Combate. Consiguen algunas pistolas y dinamita, que introducen en el ghetto por puntos secretos, como el agujero de la calle Bonifraterska, o a través de la fábrica situada en la calle Okopowa, al lado del cementerio judío; y por el túnel excavado en la calle Muranowska, y por la entrada al ghetto de la plaza Parysowski, donde la resistencia consiguió sobornar a los guardias polacos. Contaban además con las cloacas, utilizadas por el mercado negro y para intentar escapar al exterior. La OJC organiza incluso una pequeña prisión dentro del ghetto, ejecuta a judíos colaboracionistas con los nazis y distribuye octavillas explicando sus acciones.

El 18 de enero de 1943, los alemanes lanzan el ataque final. Siguen las deportaciones, y fusilan en el ghetto a los enfermos impedidos. Los grupos judíos responden, y los combates duran cuatro días. El 21 de enero, el mando alemán evita arriesgar a sus soldados en luchas callejeras y decide volar con explosivos los edificios donde se concentra la resistencia, que utiliza tácticas de guerrilla urbana y se mueve por los tejados, los sótanos, las cloacas. La OJC ha conseguido encuadrar a setecientos combatientes, y otro grupo, la AMJ, a cuatrocientas personas más. El 19 de abril de 1943 estalla la insurrección del ghetto. Mordechaj Anielewicz es el principal dirigente de la resistencia: sus integrantes saben que sólo les espera la muerte.

Civiles polacos en armas durante el
levantamiento de Varsovia
Comienzan los combates por diferentes calles, y decenas de alemanes mueren. Los nazis utilizan lanzallamas para incendiar todavía más el barrio, que arde desde los primeros días de luchas. Los informes del general Jürgen Stroop, que manda las tropas nazis, recogen que “familias enteras se arrojan por las ventanas de los edificios incendiados”. Los combatientes se ocultan en sótanos, en pasadizos, y atacan cuando pueden. Algunos grupos de la resistencia polaca intentan abrir brechas en el muro, desde el exterior, para ayudar a los judíos, mientras que otros atacan a los soldados, pero la diferencia de fuerzas es demasiado grande. El 8 de mayo, después de veinte días de combates, las calles del ghetto son una montaña de ruinas y de edificios destripados, donde los insurrectos mueren abrasados o tienen que refugiarse a veces en sótanos en los que se acumulan los cadáveres, que están siendo devorados por las ratas.

Soldados alemanes de las SS durante el levantamiento
Los alemanes se retiran, y deciden destruirlo todo. “Nunca olvidaré la noche que incendiaron el ghetto”, escribió después Cyvia Lubetkin. El día 7 de mayo, muere combatiendo Mordechaj Anielewicz. Algunas decenas de personas permanecen agazapadas en las alcantarillas y en los sótanos, sin alimento, sin agua, con los labios convertidos en esparto: unas pocas podrán salvarse todavía gracias a un camión de la resistencia que espera camuflado en una alcantarilla fuera del ghetto: entre ellos estaba Marek Edelman, uno de los dirigentes de la insurrección. Otros optan por el suicidio, para no caer en manos de los nazis, o se ven forzados a matarse unos a otros, entre lágrimas. El 16 de mayo Jürgen Stroop declara que la resistencia ha cesado: para celebrarlo vuelan con explosivos la sinagoga de la calle Tlomacka. Después, en agosto de 1944, estalla la insurrección general de Varsovia, y en enero de 1945 el Ejército Rojo libera la ciudad. Los combatientes del ghetto de Varsovia escribieron: “¡Vivir con dignidad y morir con dignidad!” Sabían que la resistencia no sólo era posible sino imprescindible para el futuro de la humanidad.

Nos queda su ejemplo, y las insoportables fotografías del horror: fosas comunes, niños muertos en las aceras del ghetto, el lento paso del niño judío, cubierto con su gorra, con los brazos en alto, con el miedo asomando en sus ojos, observado por los soldados nazis; y el rostro de otro niño, que arrastra un carro con cadáveres; y la del violinista con la piel en los huesos, que pide ayuda: va a arrancar unas notas del violín, mientras nos mira, para que no olvidemos nunca que ellos estaban allí, en el infierno.