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23 de febrero de 2020

CORONAVIRUS Y CONTROL SOCIAL. UNA REFLEXIÓN BREVE


Por Marat

La provincia de Hubei y su capital, Wuhan, aún permanecen cerradas por la epidemia del coronavirus o COVID-19. 76.288 casos, 2.345 muertes desde que se inició la epidemia hace oficialmente 2 meses.

La epidemia se ha extendido por otros 28 países pero en estos dos meses apenas se ha extendido la enfermedad en unos 1.000 casos más fuera de China y el número de muertos que estos países han sumado a esas 2.345 muertes es de 15 más, a día de hoy, 23 de Febrero de 2020. Previsiblemente en los próximos días aumente en algunas personas más fuera de China el número de fallecidos por esta enfermedad.

Sin embargo, Italia ya ha replicado las medidas de aislamiento y prevención chinas frente a la amenaza de expansión de la enfermedad en 11 municipios, 10 en Lombardía y 1 en el Véneto. El número total de muertos es de 2 personas, a pesar de que las cifras de las autoridades sanitarias hablan de 50.000 afectados.

Es llamativo que la dictadura capitalista china, que hace tanto tiempo ya usurpó el símbolo de la hoz y el martillo, actúe como la progre Italia poniendo en cuarentena a poblaciones enteras. Lugares en el mundo en los que se impone la cuarentena en los barcos, en los que se aísla en sus casas a los ciudadanos, en los que se cortan los transportes por carretera o aire con el exterior, en los que se golpea y detiene como criminal al que no lleva mascarilla, en los que se controla la información que se transmite.

Los reaccionarios y los fascistas oficiales que hoy gobiernan en países europeos y en alguno latinoamericano debieran tomar nota porque podrían aprender lecciones interesantes en cuanto a control social y propagación política y mediática del miedo. 

Es curioso que frente a una enfermedad que en el país de origen empieza a remitir y el número de curados es superior al de nuevos infectados y que se concentra sobre todo en Asia (Japón, Singapur, Corea del Sur,  Irán,…), por su mayor proximidad al foco de origen y que ha desatado un número de muertos totales a nivel mundial muy inferior al sarampión en 2019 (6.000 muertos sólo en la República Democrática del Congo) produzca un efecto histérico inducido por los medios de comunicación mundiales tan brutal. Pero claro, el sarampión es algo que vende poco por su antigüedad y además es algo que les pasa a los negros africanos.

En la temporada de gripe de 2019 murieron por esta afección en España 6.300 personas pero la gripe es algo muy asumido, que parece tener poco impacto histérico. Necesitaríamos el fantasma de la mal llamada gripe española que mató a 50 millones de personas a nivel mundial en 1918 para darle el nivel de alarma social que ahora se quiere extender en las conciencias de la población de todos los países.

Tengo para mí que esta enfermedad es una oportunidad para un experimento de ingeniería social, para comprobar hasta qué punto puede ser posible controlar a importantes contingentes de población, para estudiar cuál puede ser el nivel de aceptación colectiva a medidas que restrinjan la libertad de movimiento, de expresión y de información. Y, como derivada de ese control social de cualquier otra libertad.

Cuando el nivel de poder omnímodo de los Estados, ligada a la paranoia colectiva sembrada, ponga en peligro a la economía capitalista mundial veremos con qué rapidez remite la alarma social por el coronavirus. Hay cosas sagradas que no se tocan.

En cualquier caso, quiero dejar claro que la cuestión no está en el origen del COVID-19 ni en las teorías conspiranoicas que sirven al mismo objetivo que supuestamente dicen combatir sino en la oportunidad del uso social y político que han encontrado el capital y sus Estados en esta coyuntura para ensayar formas de control que generen mucha más aceptación que disenso en un mundo futuro en el que la explotación y la dominación de clase a través de los Estados necesitarán gigantescas dosis de resignación y pasividad.

En un mundo en el que la vigilancia de cámaras de calle y en lugares cerrados de tipo público o privado lo invaden todo, donde los sensores biométricos son ya una realidad cada vez más implantada, en la que el temor a los atentados terroristas hace que escáneres nos muestren desnudos en los aeropuertos y que puedan conculcarse garantías ciudadanas en nombre de la seguridad, en el que las empresas vigilan el uso que hacen sus empleados de sus ordenadores, en el que se ha instalado en la mentalidad de los borregos ciudadanos que no hay que temer a la creciente vigilancia y control estatal y privado de las personas porque el que no ha hecho mal nada tiene que ocultar, una plaga como la del coronavirus es muy útil para ejercer el control social.

Si aquél no es suficiente, mientras haya Facebook, Twitter, Instagram, Tinder y “La isla de las tentaciones” habrá una masa imbécil lo bastante numerosa como para que su complicidad los convierta en vícitmas de su opresión. Sin unas convicciones que vayan mucho más allá de las razones que da el ser humano para confiar en él sería fácil convertirse en un nazi.

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