19 de noviembre de 2013

STIGLITZ Y KRUGMAN, DOS DE LOS PRINCIPALES MENTORES ECONÓMICOS DE LA "PROGRESÍA"

Alejandro Teitelbaum. La Haine  

No dicen que el problema es la concentración en pocas manos (gran capital y capital financiero parasitario) de las riquezas producidas por el trabajo humano

Con matices ligeramente diferentes pero con rasgos ideológicos similares, Joseph Stiglitz, ex economista jefe del Banco Mundial y Paul Krugman (formador de opinión que difunde sus ideas desde el año 2000 en su columna bisemanal del «New York Times») ambos consagrados con el premio «Nobel» de Economía, son dos de los principales mentores en materia económica de la «progresía» a escala mundial. Tienen en común que critican algunos efectos y, a veces, aspectos del sistema vigente pero se abstienen de criticar al sistema mismo.

I. Joseph Stiglitz, muy solicitado en tribunas académicas y políticas de todo el mundo, recibió en 2001, junto con Akerlof y Spence, el llamado Premio Nobel de Economía (en realidad Premio en Ciencias Económicas del Banco de Suecia creado en Memoria de Alfred Nobel) por su contribución a la teoría de la asimetría de la información, que sostiene que las fallas del mercado capitalista no se deben a la inexistencia en la práctica de una competencia «pura y perfecta» («la mano invisible del mercado») sino que es el resultado de una información asimétrica e imperfecta que, dice, podría “tener profundos efectos en la forma en la que se comporta la economía”.

Escribe Stiglitz:
…”Durante doscientos años los economistas utilizaron modelos económicos simples que asumían que la información es perfecta, por ejemplo, que todos los participantes tienen el mismo transparente conocimiento de los factores relevantes. Ellos sabían que la información no era perfecta, pero tenían la esperanza de que un mundo con moderadas imperfecciones en la información sería semejante a un mundo con información perfecta. Nosotros mostramos que esa noción estaba mal fundamentada: incluso las pequeñas imperfecciones en la información podrían tener profundos efectos en la forma en la que se comporta la economía (nuestro el subrayado). El Comité del Premio Nobel citó nuestro trabajo acerca de la "asimetría de la información", un aspecto de las imperfecciones causadas por el hecho de que distintas personas en un mismo mercado saben distintas cosas. Por ejemplo: el vendedor de un auto puede saber más sobre su auto que el comprador; quien compra un seguro puede saber más sobre sus posibilidades de tener un accidente (tales como la forma en la que maneja) que quien vende el seguro; un trabajador quizá sepa más acerca de sus habilidades que un patrón potencial; la persona que pide prestado tal vez sepa más sobre sus posibilidades de pagar un préstamo que quien otorga el crédito. Pero las asimetrías de la información son sólo una faceta acerca de las imperfecciones de la información, y todas ellas -incluso cuando son pequeñas- pueden tener fuertes consecuencias.” ( http://www.project-syndicate.org/commentary/asymmetries-of-information-and-economic-policy/spanish)

En la misma línea de pensamiento, Stiglitz también formuló con Shapiro la teoría del salario de eficiencia y explica la existencia del desempleo por las deficiencias en la estructura informativa del empleo. (http://links.jstor.org/sici?sici=0002-828).

Entre otras cosas, Stiglitz sostiene que la productividad está principalmente determinada por el nivel del salario del trabajador (el empleador tiende a pagar un salario más elevado a fin de incentivar al trabajador a ser más productivo: salario de eficiencia). Si bien es cierto que un salario más elevado motiva al trabajador no hay que ser muy experto para saber que no es el salario el que determina la productividad sino a la inversa: la productividad (bienes o servicios producidos por hora trabajada) es uno de los determinantes del nivel del salario: por eso un trabajador calificado que produce más valor por hora trabajada que un trabajador manual sin calificación gana más que este último.

Cabe agregar que la productividad ha aumentado enormemente en los últimos decenios, como consecuencia del progreso técnico y del aumento de la intensidad en el trabajo y de la jornada laboral y sin embargo los salarios reales no han seguido – ni aproximadamente- el mismo ritmo de crecimiento. Esto vale también para los cuadros profesionales, cuyos salarios se mantienen congelados y sus condiciones de trabajo no cesan de deteriorarse.

No hace falta haber recibido el premio “Nobel” del Banco de Suecia para darse cuenta que no es la asimetría de la información o la información imperfecta la causa de los males del sistema capitalista (entre ellos el desempleo). Las víctimas del sistema saben –o deberían saber- que las verdaderas causas son la concentración en pocas manos (gran capital y capital financiero parasitario) de las riquezas producidas por el trabajo humano.

Con el aumento de la productividad el desempleo tiende a aumentar y no a disminuir por la sencilla razón que menos trabajadores activos pueden producir más bienes y servicios.
Es la política que prefiere el gran capital para aumentar su tasa de beneficio y mantener una alta tasa de desocupación que presiona a la baja el salario real de los trabajadores activos. Una prueba de la ineficacia de las teorías y de los métodos de Stiglitz para analizar la economía real es un informe que elaboró en 2002, encomendado por los grupos financieros Fannie Mae y Freddie Mac, donde afirmó que la actividad de dichos grupos, que garantizaban los préstamos hipotecarios concedidos por los Bancos a clientes poco solventes, no implicaban prácticamente ningún riesgo para el sistema bancario. Según Stiglitz el riesgo era del orden de entre uno y medio millón y uno y tres millones (sic). Concluía el informe: This analysis shows that, based on historical data, the probability of a shock as severe as embodied in the riskbased capital standard is substantially less than one in 500,000 – and may be smaller than one in three millions. Given the low probability of the stress test shock occurring, and assuming that Fannie Mae and Freddie Mac hold sufficient capital to withstand that shock, the exposure of the government to the risk that the GSEs will become insolvent appears quite low.» (Implications of the New Fannie Mae and Freddie Mac Risk-based Capital Standard. Joseph E. Stiglitz, Jonathan M. Orszag and Peter R. Orszag).

Contra las «previsiones» de Stiglitz, basadas en modelos matemáticos, las políticas de Fannie Mae y Freddie Mac contribuyeron en buena medida a desencadenar la crisis financiera que dura hasta hoy.

II. Paul Krugman, otra figura mediática muy apreciada y citada por la “progresía”, fue miembro del Consejo de Asesores Económicos (Council of Economic Advisers) de la administración de Reagan de 1982 a 1983. En 1999 fue consultor en el Consejo Asesor de Enron, el gigante transnacional de la energía que quebró en 2001 reconociendo una deuda de 40 mil millones de dólares y dejando en la calle a su personal (12000 personas), al que, por añadidura, despojó del capital previsional de su jubilación, invertido en acciones de la propia empresa.

Desde el año 2000 Krugman tiene una columna bisemanal en el New York Times y recibió el premio «Nobel» de economía en 2008. En 2012 publicó un libro titulado «Acabad ya con esta crisis». Subrayamos esta. Es decir no se trata de acabar con las crisis en general, con su cortejo de concentración de las riquezas y expansión de la miseria, sino de acabar con esta crisis.

El enfoque de Krugman aparece claro en la Introducción (Y ahora ¿qué hacemos ?) de su libro. Allí dice que muchos se preguntan «¿Cómo ha pasado esto ?» Y que él, en cambio se pregunta: «Y ahora ¿qué hacemos ?». Y continúa: «Cada vez que leo artículos, académicos o de opinión, que analizan lo que deberíamos hacer para prevenir futuras crisis financieras …me despiertan cierta impaciencia». Más claro imposible: salir del pozo actual como fuere, pero sin cuestionar el sistema.

Comentando este libro de Krugman, Michael Hudson escribe: “Por desgracia, la incapacidad de Krugman para contemplar el problema económico de hoy como una cuestión de deflación de la deuda refleja su fracaso (que sufre la mayoría de los economistas, a buen seguro) a la hora de reconocer la necesidad de reducciones de la deuda, de reestructurar el sistema bancario y financiero, y de volver a transferir los impuestos del trabajo a las ganancias de la propiedad, de la renta económica y de los precios de activos (de “capital”). El efecto de este estrecho conjunto de recomendaciones consiste en defender el statu quo y, pese a su reputación como liberal, eso convierte a Krugman en conservador… Haciendo uso de la prestidigitación neoclásica de dar gato por liebre, restringe el significado de “reforma estructural” en el sentido de los economistas de la Escuela de Chicago que culpan al desempleo actual por ser “estructural,” en el sentido de que los trabajadores ocupan empleos que no corresponden a su formación. Con ello se desvía la atención de los apremiantes problemas que son genuinamente estructurales».

Esta “explicación” de Krugman sobre las causas del desempleo se relaciona con la teoría del “salario de eficiencia” de Stiglitz, mencionada más arriba, que explica la existencia del desempleo por las deficiencias en la estructura informativa del empleo.
En el curso de su libro, Krugman, con un estilo de serie B estadounidense, acumula sofismas y datos falsos.

Por ejemplo en el párrafo “Comprender las tasas de interés”, en la página 147 de la edición argentina escribe: “Recordemos que, como vimos en el Capitulo 2, la trampa de liquidez se produce cuando, incluso con tipos de interés cero, los residentes del mundo, en su conjunto (el subrayado es nuestro), no están dispuestos a comprar tantos bienes como están intentando producir. O, lo que es equivalente: la cantidad que la gente desea ahorrar – es decir los ingresos que no desean gastar en consumo corriente - es superior a la cantidad que las empresas están dispuestas a invertir”.
En este párrafo Krugman mete en la misma bolsa al ahorro familiar (que en las clases modestas tiende a ser inexistente) y al capital financiero improductivo y parasitario (que alcanza cifras siderales) con el denominador común de “residentes del mundo” para intentar ocultar la raíz de las crisis: la transferencia de la mayor parte de las riquezas producidas por el trabajo humano al gran capital, al financiero en particular, que se ha acentuado enormemente en los últimos treinta años. (A Krugman le “impacienta” que se hable de las crisis en general).

Su presunta preocupación por la situación de las clases populares queda al descubierto cuando en el párrafo “El problema esencial en Europa” (páginas 192 y siguientes) escribe que para hacer más competitiva la economía (por ejemplo de España, véase pág. 182 de su libro) hay que reducir los salarios manteniéndose en la zona euro o salir del euro y devaluar la moneda nacional. Según Krugman, en este último caso los salarios reales no caerían. Sólo se devaluarían con relación al euro. Todo el mundo sabe, menos Krugman, que una devaluación de la moneda nacional afecta negativamente el nivel del salario real, pues no existen economías nacionales cerradas.

Comenta Hudson: “El punto ciego de Krugman con respecto a la deuda general hace descarrilar también la teoría del comercio. Si Grecia abandona el euro y devalúa su moneda (el dracma), por ejemplo, las deudas cifradas en euros o en otra divisa fuerte aumentarán de modo proporcional. De manera que Grecia no puede marcharse sin repudiar sus deudas en la en la litigiosa economía global de hoy. Sin embargo, Krugman cree en el viejo sinsentido neoclásico según el cual todo lo que se necesita es la “devaluación” para rebajar el coste laboral interno. Es como si se mostrase indiferente al sufrimiento que impone esa austeridad, como la que sufrieron los países latinoamericanos a manos de los planes de austeridad desde 1970 en adelante. Los costes se pueden “poner bajo control ajustando los tipos de cambio”. El problema es sencillamente, por lo tanto, una cuestión de tipos de cambio (que se traduce al poco en costes laborales). La depreciación de la moneda reducirá (según la teoría del comercio de Krugman) los costes laborales y otros costes internos hasta un punto en que los gobiernos puedan exportar lo bastante no sólo para cubrir sus importaciones sino pagar sus deudas en divisas extranjeras (que se dispararán en términos de moneda local)».

Krugman insiste con la necesidad de aumentar el gasto gubernamental y en su libro (ver pág. 250) no parece desdeñar como “solución” el llamado “keynesianismo armado” es decir una carrera armamentista o la guerra. Que practican periódicamente las grandes potencias.
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Sobre Stiglitz también puede leerse de Jean-Marie Harribey: Commission Stiglitz: l'économie, la montagne et la souris. http://alternatives-economiques.fr/blogs/harribey/2009/09/16/commission-stiglitz-l%E2%80%99economie-la-montagne-et-la-souris/


Sobre Krugman puede leerse: de Michael Hudson, Las anteojeras económicas de Paul Krugman, Theleme, 13/06/2012 y http://www.lahaine.org/index.php?p=62230 13/06/12. El mismo texto en inglés: www.nakedcapitalism.com 14/05/12; de Vincenç Navarro Por qué Paul Krugman está equivocado en sus recetas para España. en SistemaDigital, 15 de abril de 2010. Y en el blog de economía del profesor Rafael Hernández Núñez, La incapacidad intelectual de un Nobel de economía.

18 de noviembre de 2013

¿POR QUÉ EL FORO SOCIAL MUNDIAL SE HA AGOTADO?

Emir Sader. La Jornada

El Foro Social Mundial (FSM) fue la primera gran reacción internacional a la ola neoliberal que pasó a devastar el mundo en las últimas décadas del siglo pasado. Era una ola tan destructiva, que el lema del FSM era minimalista –otro mundo es posible. Se estaba buscando afirmar la disconformidad con las tesis del fin de la historia y el Consenso de Washington.

Esas tesis, nacidas en la derecha –con Reagan y Thatcher–, se habían difundido hacia otras corrientes –socialdemocracia, nacionalismos–, revelando su capacidad hegemónica. El FSM nació en la contramano de esa ola, teniendo un éxito inmediato al demostrar el potencial que la resistencia a esa ola suscitaba.

Su auge fueron las movilizaciones en contra de la guerra de Irak, las más grandes manifestaciones conocidas hasta ahora, donde el FSM tuvo un rol importante en su convocatoria. A partir de ese momento se inició un declive del FSM.

El mismo hecho de no haber realizado un balance de las manifestaciones ni discutido la forma de dar continuidad a la lucha por la solución pacífica y no violento de los conflictos mundiales ya revelaba una debilidad fundamental del FSM. La hegemonía de las ONG y de algunos teóricos vinculados con las concepciones de esas entidades fue la responsable de la decadencia del FSM.

El FSM había nacido en el marco de una ambigua reacción ideológica y política al final de la guerra fría y la posición frente al Estado fue determinante para esa ambigüedad. Hay que recordar que el lema central de Reagan era el de que el Estado no era la solución, sino el problema. Se descargaban sobre el Estado las baterías fundamentales de la nueva derecha, a lo que se sumaban las ONG y sus teóricos.

El lema reaganiano hacía parte de la nueva hegemonía liberal en el mundo, con su vertiente del Estado mínimo –con la correspondiente centralidad del mercado– y la política de promoción de la sociedad civil, con contornos imprecisos y fuertemente permeables a interpretaciones ambiguas. ONG y visiones teóricas vinculadas con ellas dentro del propio FSM centraban su fuego en contra del Estado. En ese campo ambiguo se confundían ONG, intelectuales eurocéntricos y el propio campo neoliberal (1)

No por casualidad las ONG consideraban cuestión de principio la no participación de los partidos políticos en el FSM (2). Postura que llegó al absurdo de que presidentes latinoamericanos, como Hugo Chávez, Lula, Rafael Correa y Evo Morales, tuvieron que presentarse en un acto paralelo, externo a la programación oficial del FSM de Belén, en 2009.

El FSM perdía el hilo de la lucha real en contra el neoliberalismo, que se hacía desde gobiernos, con estados y partidos políticos como partes indispensables en esa lucha.

El FSM y los intelectuales vinculados con las visiones de las ONG, hegemónicos en la organización de los eventos, se separaban de la construcción del otro mundo posible, llevada a cabo por los gobiernos progresistas latinoamericanos. Gobiernos que rompían con la centralidad de los ajustes fiscales del neoliberalismo, imponiendo la prioridad de las políticas sociales. Gobiernos que priorizan los procesos de integración regional y los intercambios Sur-Sur, en lugar de los tratados de libre comercio con Estados Unidos.
Gobiernos que, además, rescatan el rol del Estado como inductor del crecimiento económico y como garante de los derechos sociales de todos.

Las mismas propuestas del FSM, como la recuperación de los derechos sociales expropiados por el neoliberalismo y la regulación de la circulación del capital financiero, sólo podrían ser realizadas a través del Estado. Al rechazar el Estado en favor de la sociedad civil, las ONG y los intelectuales vinculados con ellas –en general, europeos o latinoamericanos con visiones eurocéntricas– han quedado reducidos a la impotencia política y al aislamiento de los movimientos populares.

Mientras, América Latina, que había sido víctima privilegiada del neoliberalismo, elegía y consolidaba gobiernos antineoliberales, el FSM, al perder sintonía con la historia real, se fue vaciando. Las ONG caracterizan a los foros como lugar apenas de intercambio de experiencias entre distintos movimientos, sin plantearse alternativas a la construcción del postneoliberalismo. Ni siquiera reservan lugar para el debate necesario entre gobiernos progresistas y movimientos sociales.

Las ONG y los teóricos de la sociedad civil han visto su paradigma liberal, antiEstado, superado por la realidad. Varios de ellos pasaron a tomar gobiernos progresistas, como los de Evo Morales, Rafael Correa, Lula o Rousseff, como sus enemigos fundamentales, latinoamericanos, prestándose a servir a la derecha de esos países. (3)

Los errores teóricos son pagados de forma grave por la realidad concreta, relegando el FSM a la intranscendencia y a visiones equivocadas, que perdieron el sendero de la construcción del otro mundo posible, encarnados por los gobiernos postneoliberales de América Latina.

NOTAS DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
(1) ¿Les suena a ustedes este discurso en España?
(2) ¿Y éste otro?

(3) Algo sobre esto escribí desde este blog hace unos meses por el modo en que determinadas izquierdas han jaleado los objetivos  de la indignación globalista y globalizada de derribar gobiernos progresistas en América Latina

17 de noviembre de 2013

ALEMANIA ACTÚA COMO SIRVIENTA DE EE.UU. EN LA GUERRA SUCIA GLOBAL

El Presidente de EE.UU., Barack Obama, da la bievenida a
la canciller alemana Ängela Merkel en Camp David, AFP/
Brendan Smialowsky
Rafael Poch. La Vanguardia

El principal diario alemán publica un informe que pone la guinda a las denuncias de Eduard Snowden, y sugiere una complicidad y cooperación total del gobierno de Berlín con el espionaje y la acción militar encubierta de Washington en el mundo.

Alemania es cómplice y fiel cooperante de la guerra sucia y el espionaje que Estados Unidos practica en el mundo. Una “masiva violación de la ley internacional”, denuncia en su edición de hoy el mayor periódico alemán. Con la ciudadanía ya muy irritada por la generalizada vigilancia que practica la Agencia de Seguridad Nacional (NSA) de Estados Unidos, incluido el móvil de la canciller, lo que explica hoy el Südddeutsche  Zeitung podría colmar el vaso.

Una “investigación de meses” en unión con el consorcio de radiotelevisión pública NDR. Su contenido es devastador: Alemania es la sirvienta de la guerra sucia de Estados Unidos; desde su territorio se manejan los aviones no tripulados que practican ejecuciones extrajudiciales en Somalia en el marco de una “guerra secreta que supone una violación masiva de la ley internacional”. En ningún país del mundo, excepto Afganistán, Estados Unidos se gasta tanto en guerra como en Alemania: 3000 millones de dólares en 2012.

“Alemania actúa como el cuartel general de la guerra secreta en África, responsable de la muerte de civiles inocentes”. Sin Alemania, “la maquinaria de la guerra contra el terror no estaría tan bien engrasada”: 43.000 soldados en 40 bases militares. Desde Ramstein y Stuttgart, sede del Africom -el estado mayor para operaciones en África, que más de una docena de países africanos rechazaron acoger en su territorio- se dirige la guerra de los aviones no tripulados. En la zona de los ríos Rin y Meno, alrededor de Francfort, se concentra el “hub”, el nudo gordiano del espionaje; CIA, NSA, servicios secretos, seguridad interior, enumera el diario.

A todos ellos se añaden “nuevos actores aún más siniestros que los de antes”, explica: “el ejército de matemáticos, expertos en juegos y teorías de guerra, estadísticos, administradores de información y especialistas de todo tipo”, dice. “Esa gente ya no se dedica a pinchar teléfonos o a esconder micrófonos en despachos como antes, simplemente se dedican a escuchar, a escucharlo todo”, continúa. Y ni siquiera son funcionarios, sino personal privado contratado a, “compañías que reciben órdenes secretas para hacer el trabajo sucio: espiar, analizar, secuestrar e incluso torturar”.

Este “ejército en la sombra se incrementa cada año, especialmente en Alemania”, explica el informe. “Alemania ha dado permisos especiales a 207 compañías americanas para realizar tareas sensibles para el gobierno de Estados Unidos en suelo alemán”. Al mismo tiempo, “centenares de esos espías contratados ni siquiera están registrados ante las autoridades alemanas”. “¿Quién puede asombrarse de que nadie los controle si ni siquiera los espías registrados por el gobierno lo son?”, se pregunta.

El brazo de las agencias de espionaje de Estados Unidos en Alemania es largo. Una de ellas, el Secret Service, que forma parte del Homeland Security, la seguridad interior, “se arroga cada vez más el derecho de dictar quien puede embarcar y quien no en un avión en aeropuertos alemanes, a veces hasta detienen ellos mismos a sospechosos”, explica ilustrando un cuadro de república bananera que nuestro diario ha presenciado en el aeropuerto de Francfort en diversas ocasiones a lo largo de los últimos quince años. “¿Podría un funcionario alemán hacer algo así en Estados Unidos?, impensable”, dice.

La comedia de la sorpresa, del “no sabíamos”, que el gobierno federal, su ministro del interior, su canciller y las agencias de seguridad alemanas han representado al conocerse los informes del ex agente Eduard Snowden, queda en evidencia en este informe:

“Las autoridades alemanas han suministrado sistemáticamente información a Estados Unidos sobre solicitantes de asilo en Alemania y esa información ha sido utilizada por Estados Unidos para planificar sus ataques con aviones no tripulados”, explica. “Las compañías privadas, algunas de ellas implicadas en graves violaciones de derechos humanos, tienen acceso a la información en los niveles más altos de las autoridades alemanas”, señala.

Un historiador residente en Munich, Josef Foschepoth, ha explicado documentalmente el carácter histórico de esta labor de servidumbre en materia de seguridad y espionaje. Foschepoth, que ha publicado un libro, basado en investigaciones de archivo, hace remontar esa labor al derecho de ocupación de posguerra, aún vigente a efectos prácticos. El libro de Foschepoth, que una de las principales comentaristas del Süddeutsche Zeitung calificó de “libro del año”, ha sido objeto de un sintomático silencio en los medios alemanes, pese a la rabiosa actualidad que el caso Snowden le ha dado.

En un gesto sin apenas precedentes, la embajada de Estados Unidos en Berlín ha reaccionado al informe publicado por el diario de Munich calificándolo de “indignante”. “Mezcla medias verdades con especulaciones e insinuaciones”, dice. “Daña las relaciones germano-americanas y su compartida agenda global”, considera, negando que Estados Unidos secuestre y torture, pero sin entrar en ninguno de los aspectos concretos denunciados.

“Si lo que se dice en el informe es correcto, entonces el gobierno nos ha mentido en la comisión de servicios secretos del Bundestag”, dice el diputado Hans-Christian Ströbele, miembro de dicha comisión y autor de diversas preguntas parlamentarias sobre algunos de los puntos contenidos en el material publicado por el diario.


16 de noviembre de 2013

INDUSTRIA DE LA MENTIRA Y GUERRA IMPERIALISTA

Fotografía de la auténtica masacre de Timisoara
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Quien se haya tomado algún interés en conocer mi pensamiento sabrá que, dentro del marxismo, e incluso fuera de él, no soy un sectario que escoja el contenido de los textos ajenos que reproduce en base a su proximidad ideológica, sino a partir de los objetivos que comparto con otros muchos: derribar el capitalismo y contribuir a edificar una sociedad socialista. Ello dentro del hecho de que soy marxista y leninista pero no marxista-leninista porque creo que Lenin fue un gran científico político y un gigante en la construcción del partido revolucionario de y para la clase trabajadora pero, pienso, que él nunca hubiera deseado ver convertido su pensamiento en dogma ni en religión.

No es la primera vez que publico un artículo de Doménico Losurdo ni será la última, a pesar de que se la haya tildado de estalinista, no siéndolo en absoluto yo. Sospecho que él tampoco lo es, a pesar de que algunos consideren que una de sus obras, “Stalin. Historia y crítica de una leyenda negra” es una apología del hombre “de acero”. “El viejo topo”, poco sospechoso de estalinista, publicó su obra.

Ayer publiqué una obra de Alex Callinicos, un trotskista que me parece sugerente en algunos aspectos. Le he leído lo suficiente para decidir que comparto con él determinados puntos de vista respecto a la revolución social. Considero a Trotsky, a pesar de sus contradicciones, un legado del pensamiento revolucionario marxista. De sus herederos, como su mujer, Natalia Sedova, no tengo precisamente las mejores opiniones, después de haberlos conocido suficientemente, pero distingo a mis camaradas, de unos y otros signos, más allá de su tendencia, a menudo tan sectaria, por su capacidad de aportar algo valioso a la lucha por el socialismo.

Vivimos tiempos extraordinariamente difíciles para la clase trabajadora como para que los comunistas tengamos derecho alguno a despreciar los puntos de vista válidos en función de quiénes los emiten. En Venezuela lo han comprendido unos y otros, apoyando su revolución, que no vino de ninguna de ambas corrientes, a pesar de todas las contradicciones y aspectos criticables del proceso revolucionario que allí se lleva a cabo.  En Grecia, frente al fascismo, como respuesta del capital, debiieran comprenderlo igualmente. Y en tantos lugares del planeta me pregunto porqué no es posible, además de por un cainismo entre comunistas, estimulado por cúpulas sobre el odio al otro perteneciente al mismo tronco, que nos impide avanzar, en un contexto en el que cualquier idea comunista ha sufrido una derrota a manos del capitalismo y en el que la clase trabajadora sufre las consecuencias de esa derrota.

Como escribió el gran Pablo Neruda, "Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos"

Es hora, no ya del marchar separados y golpear juntos sino de ocupar, unidos, la misma trinchera de combate bajo la bandera del socialismo.  

Sin más, les dejo con el interesante artículo de Domenico Losurdo.

INDUSTRIA DE LA MENTIRA Y GUERRA IMPERIALISTA

Domenico Losurdo. Red Voltaire
Solía decir Joseph Goebbels que es más fácil que la gente se trague una mentira enorme que una pequeña. Es un principio que la CIA ha venido aplicando durante los últimos años con el invento de masacres falsas que justifican guerras. El filósofo Domenico Losurdo analiza la facilidad sorprendente con que nos dejamos engañar.

En la historia de la industria de la mentira como parte integrante del aparato militaro-industrial del imperialismo, el año 1989 marcó un verdadero viraje. Nicolae Ceaucescu se mantiene en el poder en Rumania. ¿Cómo derrocarlo? Los medios de prensa occidentales comienzan a divulgar masivamente informaciones e imágenes del «genocidio» perpetrado en Timisoara por la policía del propio Ceaucescu.

Los cadáveres mutilados
¿Qué había pasado en realidad? Basándose en el análisis de Guy Debord sobre la «sociedad del espectáculo», un ilustre filósofo italiano, Giorgio Agamben, sintetizó magistralmente este caso:

"Por vez primera en la historia de la humanidad, cadáveres que habían sido enterrados hacía poco tiempo o que se hallaban aún en las mesas de las morgues fueron desenterrados apresuradamente y mutilados para simular ante las cámaras de televisión el genocidio destinado a legitimar un nuevo régimen. Lo que el mundo entero tenía ante sus ojos como la realidad real en las pantallas de televisión, era la absoluta anti-verdad y, aunque la falsificación era a veces evidente, fue de todas maneras autentificada como real por el sistema mediático mundial, para que quedara claro que lo real no era a partir de entonces otra cosa que un momento del movimiento necesario de lo falso. Verdad y falsedad se hacían así imposibles de distinguir una de la otra y el espectáculo se legitimaba solamente mediante el espectáculo
Timisoara es, en ese sentido, el Auschwitz de la sociedad del espectáculo. Incluso se ha dicho que si después de Auschwitz es imposible escribir y pensar como antes, después de Timisoara ya no será posible mirar una pantalla de televisión de la misma manera." [1]

El año 1989 es el año en que el paso de la sociedad del espectáculo al espectáculo como técnica de guerra comenzó a manifestarse a escala planetaria.

Varias semanas antes del golpe de Estado, o sea antes de la «revolución de Cinecittà» en Rumania [2], se producía en Praga –el 17 de noviembre de 1989– el triunfo de la «revolución de terciopelo» con una consigna inspirada en Gandhi: «Amor y verdad». En realidad, la difusión de la información falsa según la cual la policía había «matado brutalmente» a un estudiante desempeñaba un importante papel. Eso es lo que nos revela, 20 años más tarde y con satisfacción, «un periodista y líder de la disidencia, Jan Urban», protagonista de aquella manipulación: su «mentira» tuvo en aquel momento el mérito de suscitar la indignación de las masas y el derrumbe del régimen, ya debilitado [3].
Algo similar ocurrió en China. El 8 de abril de 1989, Hu Yaobang, secretario del Partido Comunista Chino (PCCh) hasta el mes de enero de 1987, sufre un infarto en medio de una reunión del Buró Político y muere una semana después. La multitud de la Plaza de Tiananmen vincula su deceso al enconado conflicto político que se había manifestado en el marco de aquella reunión [4]. El fallecido se convierte de cierta forma en víctima del sistema cuyo derrocamiento se desea.

En los 3 casos, el invento del crimen y su denuncia buscan suscitar la ola de indignación necesaria para favorecer el movimiento de protesta. Esa estrategia encuentra éxito en Checoslovaquia y Rumania –países donde el régimen socialista había surgido al calor del avance del Ejército Rojo– pero fracasa en la República Popular China, fruto de una gran revolución nacional y social. Y el fracaso mismo se convierte en punto de partida de una nueva guerra mediática más masiva aún, desencadenada por una superpotencia que no tolera la existencia de rivales reales o potenciales. Esa guerra mediática aún se mantiene en vigor. Pero lo cierto es que el momento que define el viraje histórico es, en primer lugar, Timisoara, «el Auschwitz de la sociedad del espectáculo».

«Dar publicidad a los bebés»  y al cormorán
Dos años después, en 1991, se producía la primera guerra del Golfo. Un periodista estadounidense tuvo el coraje de revelar cómo se desarrolló «la victoria del Pentágono sobre los medios», o sea la «colosal derrota de los medios implementada por el gobierno de Estados Unidos» [5].

En 1991, la situación no era nada fácil para el Pentágono –ni para la Casa Blanca. Había que convencer de que la guerra era necesaria a una población que aún conservaba en mente el recuerdo de Vietnam. ¿Qué hacer? Diversos subterfugios van a reducir drásticamente las posibilidades de que los periodistas hablen directamente con los soldados o de que envíen crónicas directamente desde el frente. En la medida de lo posible, todo debe ser sometido a un filtro: la fetidez de la muerte y, sobre todo, la sangre, los sufrimientos y lágrimas de la población civil no deben irrumpir en las casas de los ciudadanos de Estados Unidos –ni de los habitantes del resto del mundo– contrariamente a lo sucedido en tiempos de la guerra de Vietnam.

Pero el problema central y más difícil de resolver es otro: ¿Cómo demonizar el Irak de Sadam Husein, que años antes había ganado méritos –a los ojos de los propios Estados Unidos– al agredir el Irán nacido de la Revolución islámica y antiestadounidense de 1979 y con tendencia al proselitismo en el Medio Oriente? El proceso de demonización no habría sido difícil si la víctima [de Sadam Husein –Kuwait–] hubiese sido [un país] angelical. Pero la operación no iba a ser nada fácil. Y no sólo debido a la implacable represión reinante en Kuwait contra toda forma de oposición. Había cosas mucho peores: los peores trabajos eran para los inmigrantes, víctimas de una «esclavitud de hecho» que tenía por demás visos de sadismo. Los casos de «serbios defenestrados, quemados, cegados o asesinados a golpes» no suscitan la menor emoción [6].

¡Pero se logró! Generosa o fabulosamente pagada, una agencia publicitaria lo resuelve todo… denunciando que los soldados iraquíes les cortan las «orejas» a los kuwaitíes que se resisten. Pero el punto culminante de esta campaña estaba por venir: los invasores habían irrumpido en un hospital «sacando 312 recién nacidos de sus incubadoras y dejándolos morir de frío sobre el suelo del hospital de Kuwait» [7]. Repetida hasta el cansancio por el presidente Bush padre, reafirmada por el Congreso, avalada por la prensa más autorizada e incluso por Amnistía Internacional, esa información tan horrible, y también detallada, no podía dejar de provocar una enorme ola de indignación: Sadam Husein era el nuevo Hitler, hacerle la guerra no sólo era necesario sino además urgente y quienes se oponían o no parecían convencidos tenían que ser considerados como cómplices más o menos conscientes del nuevo Hitler. Por supuesto, esa información era una mentira cuidadosamente fabricada y divulgada. Precisamente por eso la agencia publicitaria se había ganado su dinero.

La reconstrucción de ese caso aparece en un capítulo del libro ya mencionado aquí, con un título apropiado: «Dar publicidad a los recién nacidos» [8]. La verdad es que los recién nacidos no fueron los únicos que recibieron publicidad. Al inicio de las operaciones de guerra se difundió en el mundo entero la foto de un cormorán que se ahogaba en el petróleo proveniente de los pozos que Irak había volado. ¿Verdad o manipulación? ¿Fue Sadam quien provocó la catástrofe ecológica? ¿Hay cormoranes en esa región del mundo y en esa temporada del año? La ola de indignación, autentica y cuidadosamente manipulada, arrasaba con las últimas muestras racionales de resistencia.

Fabricación de falsedades, terrorismo de la indignación y desencadenamiento de la guerra
Viajemos en el tiempo hasta la disolución, o más bien el desmembramiento de Yugoslavia. Contra Serbia, que había sido históricamente el protagonista del proceso de unificación de ese país multiétnico, se desencadenaban una tras otra –en los meses anteriores a los verdaderos bombardeos– sucesivas olas de bombardeo mediático. En agosto de 1998, dos periodistas, un estadounidense y un alemán, «reportaban la existencia de fosas comunes con 500 cadáveres de albaneses entre los cuales había 430 niños, en los alrededores de Orahovac, donde se habían producidos intensos combates. Otros diarios occidentales retomaron la noticia y le dieron gran difusión. Pero todo era falso, como demuestra una misión de observación de la Unión Europea». [9]

Pero eso no pone en crisis la fábrica de falsedades. A inicios del año 1999, los medios occidentales comenzaban a hostigar a la opinión pública internacional con fotos de cadáveres amontonados en el fondo de una fosa y a veces decapitados y mutilados. Las explicaciones y artículos que acompañaban aquellas imágenes proclamaban que eran civiles albaneses desarmados masacrados por los serbios. Pero:

«La masacre de Racak es aterradora, con mutilaciones y cabezas cortadas. Una escena ideal para suscitar la indignación de la opinión pública internacional. Pero algo parece extraño en las características de esa matanza. Habitualmente, los serbios matan sin realizar mutilaciones […] Como nos muestra la guerra de Bosnia, las denuncias de barbaries cometidas con los cuerpos, huellas de tortura, decapitaciones, son un arma de propaganda frecuentemente utilizada […] Quizás no sean los serbios sino los guerrilleros albaneses quienes mutilaron los cuerpos.» [10].

O quizás los cadáveres de las víctimas de uno de los innumerables enfrentamientos fueron objeto de un tratamiento ulterior, para dar la impresión de ejecuciones a sangre fría y de un desencadenamiento de furia bestial, atribuido de inmediato al país que la OTAN quería bombardear [11].

El montaje de Racak no era más que el punto culminante de una campaña de desinformación obstinada e implacable. Unos años antes, el bombazo del mercado de Sarajevo había permitido a la OTAN presentarse como la instancia moral suprema, que no podía tolerar que las «atrocidades» serbias quedasen impunes. Hoy en día podemos leer, incluso en el diario italiano Corriere della Sera que «fue una bomba de origen bastante dudoso lo que provocó la masacre de Sarajevo, desencadenando la intervención de la OTAN» [12]. Con ese precedente, Racak nos parece ahora una especie de reedición de Timisoara, reedición que se prolongó por varios años. Sin embargo, incluso antes de ese caso, ya se habían registrado otros éxitos. El ilustre filósofo que había denunciado en 1990 «el Auschwitz de la sociedad del espectáculo» que había tenido lugar en Timisoara, se unía 5 años más tarde al coro dominante criticando de manera maniquea «el súbito deslizamiento de las clases dirigentes ex comunistas hacia el racismo más extremo (como en Serbia, con el programa de “purificación étnica”)» [13].

Después de haber analizado con agudeza la trágica ausencia de diferenciación entre «verdad y falsedad» en el marco de la sociedad del espectáculo, Agamben acababa por confirmarla involuntariamente al acoger expeditivamente la versión (o sea la propaganda de guerra) difundida por el «sistema mediático mundial», que él mismo había designado anteriormente como fuente principal de la manipulación. Después de haber denunciado la reducción de lo «verdadero» a «un momento del necesario movimiento de lo falso», reducción implementada por la sociedad del espectáculo, Agamben se limitaba a conceder una aparencia de profundidad filosófica a ese «verdadero» reducido precisamente a «un momento del necesario movimiento de lo falso».

Por otro lado, un elemento de la guerra contra Yugoslavia nos remite, más que a Timisoara, a la primera guerra del Golfo: el papel de los public relations.
«Milosevic es un hombre esquivo, no le gusta la publicidad, no le gusta mostrarse ni hacer discursos públicos. Parece que en el momento de los primeros anuncios de la descomposición de Yugoslavia, Ruder&Finn, la compañía de relaciones públicas que trabajaba para Kuwait en 1991, fue a verlo para proponerle sus servicios. Y la pusieron de patitas en la calle. En cambio, Ruder&Finn fue contratada por Croacia, por los musulmanes de Bosnia y los albaneses de Kosovo a cambio de 17 millones de euros al año, para proteger y promocionar la imagen de los tres grupos. ¡E hizo un excelente trabajo! James Harf, director de Ruder&Finn Global Public Affairs, afirmaba […] en una entrevista: “Logramos hacer coincidir, en la opinión pública, a serbios y nazis […] Somos profesionales. Tenemos un trabajo que hacer y lo hacemos. No nos pagan por dedicarnos a la moral”» [14].

Veamos ahora la segunda guerra del Golfo. En los primeros días de febrero de 2003, el secretario de Estado estadounidense, Colin Powell, mostraba al Consejo de Seguridad de la ONU las imágenes de los laboratorios móviles de producción de armas químicas y biológicas que supuestamente poseía Irak. Algún tiempo después, el primer ministro británico Tony Blair reforzaba la dosis: Sadam Husein no sólo tenía esas armas sino que ya había elaborado planes para utilizarlas y podía activarlas «en 45 minutos». Y de nuevo venía el espectáculo que, más que el preludio de la guerra, constituía en sí el primer acto de guerra, con la advertencia contra un enemigo que el género humano tenía que liquidar a toda costa.

Pero el arsenal de mentiras usadas o por usar iba mucho más allá. En su empeño por «desacreditar al líder iraquí a los ojos de su propio pueblo», la CIA se proponía «divulgar en Bagdad un documento filmado donde se revelaba que Sadam era gay. El video debía mostrar al dictador iraquí en plena relación sexual con un muchacho. Tenía que dar la impresión de haber sido filmado con una cámara oculta, como si fuera una grabación clandestina». También se estudiaba «la posibilidad de interrumpir las transmisiones de la televisión iraquí con una edición extraordinaria –falsa– del noticiero de televisión en la que se anunciaría que Sadam había dimitido y que todo el poder había pasado a manos de su hijo, el temido y odiado Uday» [15].

El Mal tenía que ser denunciado y estigmatizado mientras que el Bien debía aparecer en todo su esplendor. En diciembre de 1992, los Marines estadounidenses desembarcaban en el litoral de Mogadiscio. Para decirlo con más exactitud, desembarcaban allí 2 veces, pero la repetición de la operación no se debía a dificultades militares ni de logística. Había que demostrarle al mundo que, además e incluso antes de ser una formación militar de élite, los Marines estadounidenses eran una organización benéfica y caritativa que traía esperanza y sonrisas al pueblo somalí víctima de la miseria y el hambre. La repetición del desembarco-espectáculo tenía como objetivo corregir detalles erróneos y defectos. Un periodista que fue testigo del hecho explicaba:

«Todo lo que está pasando en Somalia y lo que va a producirse en las próximas semanas es un show militaro-diplomático […] Realmente, una nueva época en la historia de la política y de la guerra comenzó en aquella extraña noche de Mogadiscio […] La “Operación Esperanza” fue la primera operación militar que no sólo se filmó en vivo para las cámaras de televisión sino que además se pensó, se construyó y se organizó como un show de televisión» [16].

Mogadiscio era la contraparte de Timisoara. Unos años después de haber puesto en escena la representación del Mal (el comunismo que al fin se desplomaba) se montaba la representación del Bien (el Imperio estadounidense que surgía del triunfo obtenido en la guerra fría). Los elementos que conforman la guerra-espectáculo y que determinan su éxito están ahora claros.

NOTAS: 
[1Mezzi senza fine. Note sulla politica, por Giorgio Agamben, Bollati Boringhieri, Turín, 1996, p. 67, y citado en Le langage de l’Empire. Lexique de l’idéologie états-unienne, por Domenico Losurdo, Delga, París, 2013, p. 313.
[2La fine delle democrazie popolari. L’Europa orientale dopo la rivoluzione del 1989, por François Fejto, Mondadori, Milan, 1994, p. 263.
[3] «A rumor that set off the Velvet Revolution», por Dan Bilefsky, inInternational Herald Tribune del 18 del noviembre de 2009, pp. 1 e 4., citado en Losurdo 2013, p. 313.
[4La Chine, por Jean-Luc Domenach y Philippe Richer, Seuil, París. 1995, p. 550.
[5Second Front. Censorship and Propaganda in the Gulf War, por John R. Macarthur, Hill and Wang, Nueva York, 1992, p. 208 et 22.
[6] Macarthur 1992, p. 44-45.
[7] Macarthur 1992, p. 54.
[8Selling Babies.
[9] «La via verso la guerra», por Roberto Morozzo Della Rocca, in suplemento del n. 1 (Quaderni Speciali) de Limes. Rivista Italiana di Geopolitica, 1999, pp. 11-26.
[10Morozzo della Rocca, 1999, p. 24, y citado en Losurdo 2013, p. 314.
[11Racak. De l’utilité des massacres, tomo II, por Fréderic Saillot, L’Harmattan, París, 2010, p. 11-18.
[12] «Le vittime e il potere atroce delle immagini», por Franco Venturini, inCorriere della Sera del 22 de agosto de 2013, pp. 1 et 11.
[13] Agamben 1995, p. 134-35.
[14] «Milosevic visto da vicino», por Jean Toschi Marazzani Visconti, Suplemento del n. 1 (Quaderni Speciali) de Limes. Rivista Italiana di Geopolitica, 1999, pp. 27- 34.
[15] «La Cia girò un video gay per far cadere Saddam», por Enrico Franceschini, en La Repubblica, 28 de mayo de 2010, p. 23.

[16] «Quello sbarco da farsa sotto i riflettori TV», por Vittorio Zucconi, enLa Repubblica del 10 de diciembre de 1992.

15 de noviembre de 2013

¿QUÉ ES LA CLASE TRABAJADORA?

Alex Callinicos. En lucha

¿Desapareció la clase trabajadora?
La cuestión de las clases sociales ha sido uno de los principales temas de debate político de la última década. Se ha planteado, sin embargo, de una forma paradójica: gran parte de la izquierda sostiene que, en general, los antagonismos de clase ya no constituyen la división fundamental de la sociedad y, en particular, que la clase trabajadora está en declive y no se puede esperar que juegue el papel de agente de la revolución socialista que Marx le asignó.

El telón de fondo de estos debates son las derrotas sufridas por el movimiento obrero desde finales de los años 70, sobre todo en Gran Bretaña y en Estados Unidos, pero también en el resto del mundo capitalista avanzado. La cuestión se planteó por primera vez durante el primer gobierno de Margaret Thatcher, con la publicación, en inglés, de un libro del escritor francés André Gorz. El menor número de huelgas, el aumento del paro y de los cierres de fábricas, junto con los avances electorales de los partidos conservadores, otorgaban credibilidad a la idea de que la clase trabajadora ya no representa una fuerza social y política.

Creo que es esencial cuestionar la idea de que los cambios ocurridos en la estructura social del capitalismo contemporáneo hagan necesario que las y los socialistas dejen de considerar la lucha de clases como el elemento indispensable para entender el capitalismo, y como el medio fundamental para remplazarlo por una sociedad sin clases.

Esta idea se ha propagado con relativa facilidad entre la izquierda, debido, entre otras razones, a la confusión reinante, incluso entre mucha gente de izquierdas, acerca del concepto de clase. Los conceptos de clase fundamentados en el sentido común que a menudo sirven para sustentar teorías sociológicas aparentemente sofisticadas, son un obstáculo para entender cuales son las divisiones reales en la sociedad. Que sean éstos los conceptos que prevalecen es reflejo de la influencia ideológica que ejerce la clase dominante sobre mucha de la izquierda.

Entre apariencia y realidad
Estos conceptos de sentido común se asemejan entre sí porque identifican las apariencias superficiales existentes en la sociedad con la clase social. Las apariencias más importantes son, probablemente, el estatus, la ocupación y los ingresos.

El estatus refleja, sobre todo, de qué manera las personas perciben su propia posición social y como la perciben los demás. Estudiar el estatus requiere dilucidar las sutiles diferencias en los niveles del prestigio social (entender su jerarquía y el esnobismo que éste conlleva).

Cuando se dice que Gran Bretaña es una sociedad “de clases”, en general, se piensa en el estatus (en la monarquía, en la aristocracia, en las relaciones forjadas en los colegios exclusivos, etcétera).

Hacer hincapié en el estatus significa centrarse en los estilos de vida de las personas y en 
sus pautas de consumo. En términos generales, desde 1945, los ingresos reales de los obreros manuales han aumentado significativamente. En ciertas cosas, las pautas de consumo de muchos obreros manuales y las de aquellos que tradicionalmente han sido considerados profesionales de clase media, han llegado a parecerse: miembros de ambos grupos tienen coche, compran en los mismos supermercados, viajan más, tienen hipotecas.
Pero las semejanzas han sido, a menudo, exageradas. Una definición de clase que exagere la importancia de las pautas de consumo probablemente conduzca a creer que los antagonismos de clase han desaparecido y que ha habido una fusión entre la clase trabajadora y la clase media. Después de la tercera derrota electoral consecutiva sufrida por el Partido Laborista británico en los años 50, quienes sostenían que la clase trabajadora estaba “aburguesándose” (tornándose clase media) se basaban en la mayor opulencia y en los cambios en el estilo de vida de los obreros manuales.

Las similitudes en las pautas de consumo, sin embargo, pueden esconder posiciones muy diferentes en la estructura general de las relaciones de poder y privilegio en la sociedad. En general, el estatus es, por definición, subjetivo y refleja las actitudes de los individuos hacía la sociedad y hacia los otros individuos. Por consiguiente, es poco útil para explicar los cambios sociales, sobre todo cuando éstos afectan a diversos grupos de personas que adoptan actitudes diferentes. ¿Cómo puede el concepto de estatus ayudar a comprender las razones que llevaron a los maestros y a las enfermeras (que se consideraban a sí mismos como “profesionales humanitarios”), a fines de los años 60 y en los 70, a aceptar una cada vez mayor participación en las organizaciones sindicales colectivas, en movilizaciones sindicales y hasta en huelgas? Se mire como se mire, no puede darse mucha credibilidad a un concepto de clase según el cual los Estados Unidos son una sociedad menos clasista que la de Gran Bretaña, debido a que en ese país los rituales de privilegio de los ricos y poderosos no son tan visibles, ni están tan desarrollados. El estatus es un concepto totalmente idealista que no sirve para analizar la sociedad.

La ocupación es otro factor que el sentido común identifica como útil para la definición de clase. En este caso, la clave para determinar la posición de clase del individuo es el tipo específico de trabajo que realiza. El mejor ejemplo de este enfoque son las investigaciones oficiales sobre la estructura social. En Gran Bretaña estas investigaciones utilizan la clasificación de las ocupaciones establecida por el Registro General, según la que se identifican amplias categorías ocupacionales tales como ocupaciones manuales y de “cuello blanco”. Gran parte de los datos empíricos sobre la clase social identifica a ésta con la ocupación. Este enfoque merece nuestra atención, entre otras razones, porque los estudios que lo adoptan tienden a identificar a la clase trabajadora con quienes realizan ocupaciones manuales. Debido a que, en las sociedades capitalistas avanzadas, el número de personas en ocupaciones manuales constituye una proporción cada vez menor de la mano de obra, puede fácilmente pensarse que la clase trabajadora está desapareciendo.

El definir la clase social según la ocupación tiene, por lo menos, el mérito de contemplar las realidades materiales del mundo laboral. No obstante, este enfoque obvia los antagonismos intrínsecos que enfrentan a los diferentes grupos sociales dentro del sector productivo. Es así que algunos expertos en Ciencias Políticas consideran que uno de los mayores éxitos de los Tories ha sido recabar el apoyo de los trabajadores manuales cualificados. Después de las elecciones de 1987, Ivor Crewe compiló las estadísticas acerca del creciente número de votantes del Partido Conservador entre este grupo de trabajadores: en 1974, 31%, en 1979, 45% y en 1987, 43%, lo cual daba al Partido Conservador una ventaja de 9 puntos sobre el Partido Laborista. La conclusión a la que llegó Ivor Crewe fue que: “Éste es el testamento más apabullante del Thatcherismo que pueda haber”. Pero la categoría de “trabajadores manuales cualificados” abarca a los capataces, a los trabajadores manuales autónomos y a los pequeños empresarios. Es decir que se sitúan en una única categoría a grupos de personas cuyos intereses son diferentes, e incluso antagónicos, a los intereses de aquellos trabajadores manuales quienes, independientemente de su nivel de cualificación, dependen de la venta de su fuerza de trabajo para su supervivencia.

Para que esta amplia categoría sea útil es necesario establecer cuales son los diversos grupos que la constituyen, ya que es probable que éstos difieran mucho en su conducta social y política.

Algo similar ocurre con la categoría “trabajadores de cuello blanco”. ¿Qué tienen en común el consejero delegado y el personal auxiliar administrativo de una gran empresa?

Este es un tema importante debido a que el incremento de la proporción de trabajadores de “cuello blanco” en la población activa se ha visto acompañado por un aumento de la actividad sindical de estos sectores. En el período posterior a la derrota de la gran huelga de los mineros en 1985, los maestros y los funcionarios se opusieron más activamente a las políticas del gobierno, encabezado por Margaret Thatcher, que grupos de trabajadores manuales con una tradición de mayor militancia, tales como los trabajadores de la industria mecánica o de la automovilística. En palabras del marxista estadounidense Stanley Aronowitz, “la etiqueta ‘cuello blanco’ presupone que existe una diferencia esencial entre la estructura laboral de la fábrica y la de la oficina. Se trata de una categoría derivada de la ideología social y no de las ciencias sociales”. Toda clasificación de la mano de obra por tipos de ocupación esconde los conflictos fundamentales que existen en la sociedad capitalista.

El tercer concepto de sentido común identifica la clase por los niveles de ingresos. A menudo, esto conduce a esgrimir argumentos sorprendentemente ingenuos y torpes, tales como que el aumento del nivel de vida socava la militancia de clase. Es así que Gavin Kitching declaró hace poco tiempo que salarios brutos de sólo 30.000 pesetas por semana para un trabajador manual, y de 24.000 pesetas para un trabajador no manual representan “una significativa participación material en el sistema” (!). En "Trabajo asalariado y capital", Marx argumenta que el análisis de clase no contempla los niveles absolutos de ingresos sino los ingresos relativos que son los que reflejan cual es la distribución de la riqueza en la sociedad. En 1985, por ejemplo, los ingresos semanales de una familia perteneciente al 10% de las más pobres en Gran Bretaña eran de 10.000 pesetas, mientras que los de una familia perteneciente al 10% de las más ricas eran de 84.000. La “participación material en el sistema” de estos dos grupos es, claramente, muy diferente. Los conflictos de intereses, que se derivan de esta situación, quedaron reflejados en el período de 1979-1985. En esos años, los ingresos netos de un quinto de los asalariados mejor pagados aumentaron 11,6%, en tanto que un quinto de los asalariados peor pagados sufrieron un recorte de 2,9% en sus ingresos netos.

Sin embargo, incluso la distribución de los ingresos no es una guía perfecta para entender las razones del conflicto de clases. Los ingresos relativos de un individuo no explican de qué manera accede a su proporción del producto social. Hay, en primer lugar, una diferencia fundamental entre diferentes tipos de ingresos, y sobre todo, entre los salarios y los beneficios. Un gran accionista de una empresa cuyo salario son los dividendos que recibe de los beneficios obtenidos por la empresa, y un trabajador manual semicualificado, viven en mundos diferentes. Incluso entre los asalariados hay diferentes posiciones de clase. El trabajador manual, cuyo salario es alto gracias a la organización sindical en la fábrica, es un empleado; también lo es el licenciado universitario que ocupa un puesto directivo, y cuyos altos ingresos reflejan su posición en la jerarquía por encima de los trabajadores manuales y del personal auxiliar administrativo. Pero, ¿pertenecen a la misma clase?

Marxismo y lucha de clases
Para responder a esta pregunta hay que abandonar los tres enfoques de sentido común que hemos señalado. En los tres casos se considera la estructura social como una escalera en la que los diferentes grupos sociales tienen una posición social, por encima o por debajo de los otros grupos, según su estatus, ocupación o ingresos (algunas ambiciosas teorías sociológicas consideran que los tres factores juntos son determinantes). El marxista estadounidense Erik Olin Wright sostiene que los conceptos de clase que se basan en estas “detalladas diferenciaciones son ‘estáticos’”. Wright agrega que: “tales conceptos pueden servir para clasificar a las personas en términos de la distribución de las recompensas materiales que reciben, pero no son válidos para identificar a las fuerzas sociales dinámicas que determinan y transforman esa distribución”.a1

La teoría marxista de las clases sociales, por el contrario, es parte de un intento más amplio dirigido a entender los procesos a través de los cuales los seres humanos construyen y transforman las sociedades en las que viven. Los cambios históricos dependen del desarrollo de las fuerzas productivas, de los medios materiales de producción y del elemento humano que las pone en marcha para satisfacer las necesidades sociales. Las relaciones de producción y las relaciones sociales que los seres humanos establecen a partir de ellas estimulan o restringen el crecimiento del poder productivo de las personas.
La sociedad de clases surge cuando una minoría adquiere un control suficiente sobre los medios de producción como para obligar a los productores directos (esclavos, campesinos o trabajadores) a trabajar no sólo para si mismos, sino también para la minoría explotadora.

De esta concepción de la historia se desprende que la posición de clase de las personas está determinada por el lugar que ocupan en las relaciones de producción. La mejor definición de clase que adopta este enfoque es la del historiador marxista Geoffrey de Ste Croix:

“La clase (que es esencialmente una relación), es la expresión colectiva de la explotación, de la manera en que la explotación está enraizada en una estructura social. La explotación es la apropiación por parte de unos de una porción del producto del trabajo de otros…”
“Una clase (una clase específica) es un grupo humano que dentro de una comunidad se identifica por la posición que ocupa en el sistema general de producción social. Este grupo se define, sobre todo, por su relación con las condiciones de producción (fundamentalmente por su grado de propiedad o de control de los medios de producción y del trabajo productivo) y por su relación con las otras clases”.2
La definición marxista de la clase social tiene una serie de características que la diferencian de otras definiciones.

En primer lugar, se define a la clase social como una relación. La posición de clase del individuo depende de su relación, como miembro de un grupo social, con los otros grupos sociales y no, como sugieren los conceptos de sentido común mencionados anteriormente que se basan en otros factores (en el estatus, la ocupación, etc.), de la posición que ocupe el individuo en la jerarquía social.

En segundo lugar, esta relación es antagónica: la clase dominante minoritaria que controla los medios de producción se beneficia de la plusvalía del trabajo los productores directos. Por consiguiente, el concepto de clase es inseparable del de lucha de clases, una lucha que enfrenta a explotadores y explotados. En tercer lugar, la relación antagónica se desarrolla en el proceso de producción: la explotación y la lucha de clases son el resultado de los intentos realizados por la clase dominante para controlar los medios de producción y el trabajo mismo de los productores directos.

Por último, la clase es una relación objetiva. Al contrario de lo que sostienen quienes se valen del estatus para definir la clase social, ésta no depende de actitudes subjetivas por parte del individuo. La clase depende de la posición que ocupe el individuo en las relaciones de producción, independientemente de sus opiniones al respecto. Aunque un obrero de la industria automovilística considere que pertenece a la clase media, no deja de ser un asalariado explotado por el capital.

Wright lo resume así: “las clases en la teoría marxista (...) se definen por la posición que ocupan en las relaciones sociales de producción, la producción se considera, sobre todo, un sistema de explotación”.3 Con esta definición de clase social se puede analizar mejor los procesos mediante los cuales los seres humanos transforman la sociedad. En otras palabras, la concepción marxista de las clases forma parte de una teoría dinámica. Su objetivo no es etiquetar las posiciones existentes en unas jerarquías sociales inmutables, sino comprender como las relaciones que mantienen grupos humanos con las fuerzas productivas y con otros grupos, les otorgan el poder para, colectivamente, escribir la historia.

El antagonismo fundamental que rige las relaciones entre las clases en la sociedad capitalista es el que existe entre el capital y el trabajo asalariado. Este antagonismo se deriva de la extracción de la plusvalía del trabajador en el proceso de producción. En El Capital Marx explica que la clase trabajadora está compuesta por aquellos que, al carecer del control de los medios de producción, se ven obligados a vender su fuerza de trabajo a la clase capitalista que es la que posee los medios de producción. La cuestión ahora es saber si las transformaciones del capitalismo, en el siglo que ha transcurrido desde la muerte de Marx, hacen que el antagonismo de clase en la estructura social del mundo moderno, entre el capital y el trabajo asalariado, sea cada vez menos relevante.

Hay dos temas de suma importancia para tratar esta cuestión. Primero, desde el comienzo del siglo XX, se advierte una tendencia a largo plazo al incremento del número de trabajadores de “cuello blanco”, y a la disminución del de trabajadores manuales en la composición de la mano de obra. ¿Significa esto que se hay producido un aburguesamiento (es decir, un aumento de la clase media)?

Nosotros sostenemos que, una vez establecido que el lugar que el individuo ocupa para definir cuál es su posición de clase, es necesario distinguir entre tres grupos de trabajadores de “cuello blanco”: 1º, un grupo minoritario de estos trabajadores que son miembros asalariados de la clase capitalista y que participan en la toma de decisiones de la que depende el proceso de acumulación de capital; 2º, un grupo mucho más amplio de trabajadores con altos ingresos, la llamada “nueva clase media”. La mayoría de estos trabajadores desempeñan cargos directivos o de supervisión, y ocupan una posición intermedia entre la clase capitalista y la clase trabajadora. 3º, el resto de los trabajadores de “cuello blanco”, la mayoría, que desempeñan cargos administrativos auxiliares, y cuyo control sobre su propio trabajo es tan limitado como el de los trabajadores manuales y sus ingresos, a menudo, más reducidos. La conclusión fundamental a la que llegamos mediante este análisis es que el aumento de este tercer grupo representa una expansión, y no una disminución, de la clase trabajadora.

Otro tema que ha incidido en la discusión acerca de la naturaleza del trabajo de “cuello blanco” es el de la “desindustrialización”. ¿Han desatado las continuas recesiones económicas que se han producido a nivel mundial, desde principios de los años 70, un proceso de “desindustralización” que esté eliminando a la clase trabajadora de Occidente?

La clase trabajadora vive y lucha
La distribución ocupacional específica de la clase obrera siempre ha reflejado la estructura de acumulación de capital. En los tiempos de Marx, el grupo mayoritario de trabajadores asalariados lo constituían los sirvientes domésticos. Incluso en el sector industrial, la manufactura mecanizada, método capitalista por excelencia de producción a gran escala mediante la utilización generalizada de maquinaria, que Marx analizó a fondo en el primer volumen de El Capital, estuvo poco extendida durante gran parte del siglo XIX. Este método lo utilizaban, sobre todo, las industrias más avanzadas de la época, en particular la industria algodonera de Lancashire. Raphael Samuels observa que: “gran parte de las empresas capitalistas en el sector manufacturero, así como en la agricultura o en la minería, se organizaban con tecnologías manuales más que con las de energía a vapor”

La producción mecanizada no se generalizó durante el período de la Revolución Industrial, sino después, a finales del siglo XIX y a comienzos del siglo XX, con el desarrollo, especialmente en los Estados Unidos, de la producción en cadena.

La clase trabajadora nunca ha tenido una estructura ocupacional fija, sino que ésta ha cambiado conforme han cambiado las necesidades de la acumulación de capital. Las crisis pueden considerarse períodos de reorganización y de reestructuración durante los que se abandonan los sectores ineficientes, se absorben y los capitales más eficientes ocupan su lugar. La clase trabajadora misma participa en este proceso en el que desaparecen ciertos trabajos y se crean otros. Con frecuencia, se deduce que estos cambios significan la destrucción de la clase obrera, en lugar de interpretarlos como una reorganización que responde a los cambios producidos en el sistema capitalista. En la crisis actual únicamente se ha producido una nueva reorganización de la clase trabajadora. Es particularmente importante acabar con el mito, ampliamente propagado por comentaristas burgueses de los que se hacen eco sectores de la izquierda, de que una brecha profunda e irreversible está abriéndose entre un “núcleo” de trabajadores permanentes y privilegiados y una “periferia” de trabajadores eventuales y a tiempo parcial, identificados como la nueva “clase de servidores”.

Siempre habrá quien lo proclamará, en periodos en que la clase trabajadora misma está a la defensiva, que se está produciendo la desaparición de esta. Tales argumentos los esgrimen quienes pretenden justificar su propia capitulación política ante el orden existente. Thomas Cooper, uno de los líderes de los Cartistas, el primer gran movimiento trabajador que se produjo entre los años 1830 y 1840, dijo en 1872 que el gran boom económico de mediados del siglo XIX había transformado completamente a la clase trabajadora:

“Cierto es que antaño, en la época de los Cartistas, miles de trabajadores de Lancashire iban cubiertos de harapos y que, a menudo, muchos no tenían que comer. Pero su inteligencia se demostraba por doquier. Se veían grupos de trabajadores debatiendo la importante doctrina de la justicia política según la cual todo adulto, en su sano juicio, debería tener, derecho al sufragio en la elección de los hombres que debían establecer las leyes que los gobernarían; o se debatía con suma seriedad acerca de las enseñanzas del socialismo. Grupos así ya no se ven en Lancashire. Pero si se ven trabajadores bien vestidos, con las manos en los bolsillos, que hablan de las cooperativas y las acciones que en ellas poseen, o de las cajas de ahorro para la construcción de viviendas.”4

Para entonces, Thomas Cooper había dejado de ser parte del movimiento obrero revolucionario y había abrazado el liberalismo gladstoniano5. La mezcla de nostalgia y auto complacencia con la que Cooper describe la muerte de la clase trabajadora es idéntica a la que utilizan publicaciones de la izquierda actualmente. Ahora se dice que los temas de conversación son las acciones en la compañía de telecomunicaciones de Gran Bretaña, o los videos, mientras en los años 50, los sociólogos y el ala derechista del partido laborista dieron gran importancia a la compras a plazos y al incremento en el número de coches en propiedad. A menudo han sido los mismos trabajadores supuestamente “opulentos”, producto de un periodo de restauración, los que se han convertido en líderes de un nuevo resurgimiento de la lucha de clases. La “aristocracia obrera” de Cooper (los mecánicos cualificados de la era victoriana en Inglaterra), se transformó a principios del siglo XX en la vanguardia del movimiento obrero organizado y militante. Otros movimientos obreros más avanzados existían entre los obreros de la industria del metal en Petrogado, Berlín y Turín. 

En los años 30 y 40, los mecánicos semicualificados de las nuevas fábricas de automóviles y de aviones estructuraron la poderosa organización de representantes sindicales que entre 1970 y 1974 derrotó al gobierno conservador de Edward Heath.

Es imposible pronosticar qué formas adoptará el nuevo resurgimiento de las organizaciones, de las luchas de la clase trabajadora. No obstante, es indudable de que la lucha de clases se acentuará. Las profundas contradicciones en las que se debate el capitalismo mundial desembocarán, inexorablemente, en convulsiones sociales. Sin embargo, no es seguro que el resultado de las luchas sea la derrota del capitalismo. Eso dependerá de cuales sean las políticas que tengan influencia en el movimiento obrero cuando se de el enfrentamiento. Es también indudable que la socialdemocracia derechista, para la que la lucha de clases no es ni posible ni deseable, conducirá al movimiento obrero a nuevas derrotas, si mantiene su predominio entre los trabajadores.

Por consiguiente, a través de nuestro análisis llegamos a una simple conclusión práctica: es esencial que exista una organización socialista revolucionaria, que considere las luchas colectivas del movimiento obrero como la base para la derrota del capitalismo y para la construcción del socialismo, a fin de salir de la crisis actual.

Notas
1. E. O. Wright, Class structure and income determination, Nueva York, 1979, pp. 7-8. Ver también G. E. M. de Ste Croix, The Class Struggle in the Ancient Greek World, Londres, 1981, pp. 90-91. 
2. Ste Croix, pág. 43. 
3. Wright, pág. 17. 
4. Citado en T. Rothstein, From Chartism to Labourism, Londres, 1983, pp. 183-184. 

5. Doctrina política que propugna el libre mercado y la mínima intervención del gobierno. El nombre proviene de Gladstone, líder del Partido Liberal en la segunda mitad del siglo XIX. [N.E.]