10 de enero de 2011

DE LA UNIDAD, LA RADICALIDAD Y LAS CONVERGENCIAS DE LA IZQUIERDA: APUNTES TRAS EL 29-S


Raul Camargo/Viento Sur

Más de ocho años después de la última, CC OO y UGT volvieron a convocar una huelga general. El pasado 29 de septiembre tuvo lugar una huelga absolutamente distinta a cualquiera de las anteriores. No sólo porque se convocó mucho más tarde de lo que hubiera debido hacerse, sino porque se hizo en el ambiente más hostil posible y con una mínima posibilidad de obtener cualquier resultado positivo. A pesar de todo, la huelga del 29-S salió bien, con un impacto desigual, pero sin duda mucho mejor de lo previsto. Este resultado permite abrir un nuevo ciclo de luchas que ayude a recuperar la confianza de las y los de abajo para romper la camisa de fuerza del neoliberalismo. Ésta es la principal tarea del momento: recuperar la conciencia colectiva a través de un prolongado periodo de movilizaciones. No obstante, el 29-S marca el inicio de una nueva etapa para la izquierda social y política en la que todo el tablero al que estábamos acostumbrados puede cambiar por completo.

Antes del tijeretazo de mayo: entre la perplejidad y la resignación sindical.
Los meses inmediatamente anteriores al fatídico 10 de mayo,fecha en la que el gobierno aprobó el paquete de recortes sociales, transcurrieron sin que CC OO y UGT prepararan movilizaciones fuertes y sostenidas ante el sombrío panorama que ya teníamos encima: más de 4.500.000 de parados,reiteradas bajadas de impuestos a las clases propietarias, aumento de impuestos indirectos y amenaza permanente de la UE para que siguiéramos el ejemplo de Grecia. La promesa de Zapatero de “no tocar derechos sociales básicos”parecía ser suficiente para unas cúpulas sindicales que pensaban salvar los muebles conservando el raquítico Estado de Bienestar hispano. Pero la voracidad patronal no se para con palabras o diálogos que solo sirven para seguir retrocediendo poco a poco. Esta vez lo quieren todo y lo quieren ya. La decisión del gobierno del PSOE de recortar drásticamente el salario del funcionariado y congelar las pensiones causó perplejidad en las centrales mayoritarias,traicionadas por su “aliado político” durante más de seis años y sin capacidad operativa para organizar en poco tiempo una respuesta contundente ante tamaño atropello. Esta fue la principal razón del fracaso de la huelga de funcionarios del 8 de Junio y también la del retraso hasta finales de septiembre de la huelga general: CC OO y UGT llevan años fiándolo todo al diálogo social y, ahora que esta vía se agota, tienen que retomar un tipo de sindicalismo que mucho de sus cuadros, dirigentes o intermedios, habían casi olvidado.El bajísimo seguimiento del 8-J –un error de convocatoria a todas luces, ya que hizo aparecer a los funcionarios como una casta que solo se moviliza por sus derechos cuando ya existían más de 4 millones de parados– fue la oportunidad que necesitaba Zapatero para acometer su segunda estocada: la reforma laboral.

Reforma laboral: el “programa de transición” de los de arriba.
La reforma laboral aprobada por el Consejo de Ministros el 16 de junio es una de esas “utopías regresivas” de las que habla Felipe González, pero en el sentido contrario al que él le confiere. El programa de mínimos de la clase dirigente hace tiempo que fue cumplido con creces y ahora se trata de aplicar medidas de transición desde el “Estado Social” (con todas las comillas posibles en un país como éste) hacia el “Estado-Policía”, sin derechos sociales pero con todo el aparato represivo intacto. En esta línea camina la reforma laboral más salvaje de cuantas se hayan aprobado desde 1977. Esta vez era ya inevitable que los sindicatos respondieran con una huelga general pero el hábil manejo del tiempo político de ZP (que siempre les ha llevado la delantera a Méndez y Toxo en estos meses) hacía casi imposible, so pena de otro estrepitoso fracaso, convocarla antes del inicio de las vacaciones.
La Huelga General del 29-S: ¿inicio de un ciclo de movilizaciones o paréntesis entre dos negociaciones?
Los trabajos previos para el 29-S transcurrieron entre la atonía social y la ofensiva de la derecha mediática contra los sindicatos, que se defendían a duras penas. Las circulares internas de CCOO en la Administración Pública reconocían que no se había hecho nada de lo previsto antes de verano y que había que hacerlo todo en los escasos 20 días que faltaban para la cita. El acto de Vista Alegre del 9 de septiembre sacó del letargo a las bases sindicales y fue una comprobación del ambiente hostil contra el presidente del gobierno, una novedad en este tipo de convocatorias: los gritos de “Zapatero dimisión” fueron los más coreados.
La jornada del 29 tuvo tres partes que podemos diferenciar claramente: los piquetes nocturnos, la actividad de la mañana y las manifestaciones de la tarde.
En la noche, la actividad piquetera fue intensa en las grandes ciudades. En el caso de Madrid, columnas compuestas por varios centenares de personas, recorrieron el centro de la ciudad cerrando todos los bares que permanecían abiertos. Más tarde, las cocheras de autobuses de la EMT fueron cercadas por estas mismas columnas y algunas más que se sumaron a los bloqueos. He aquí una de las enseñanzas más importantes de esta huelga: cuando se ponen las energías necesarias para movilizar a todas las estructuras sindicales, sociales y políticas de la izquierda aún se conserva la fuerza suficiente como para paralizar servicios esenciales. Observar en los piquetes de las cocheras el trabajo conjunto de sindicalistas de CC OO y UGT con los de CGT, Plataforma Sindical de la EMT o con las asambleas barriales creadas al calor de la convocatoria de Huelga es una demostración palpable de que es posible la unidad en la defensa de derechos básicos y que esta puede adquirir formas de radical desobediencia al orden establecido.
La mañana del 29 mostró que, a pesar del despliegue militante de la noche y madrugada, eran muchos los comercios y servicios que abrían. La industria y el transporte, tuvieron un seguimiento muy considerable.
Ya en la tarde, las manifestaciones congregaron a centenares de miles de personas en todas las ciudades. Las marchas tenían el aspecto de las celebradas en 2002 y 2003 contra el PP. Un nuevo ciclo de resistencias sociales parecía comenzar.Pero la gestión de este éxito inesperado por parte de las direcciones de CC OO y UGT está siendo muy errática, sin una línea definida y con una evidente falta de reflejos. Zapatero, una vez más, les tomó la delantera con su cambio de Gobierno, que mandaba, a través de la figura del nuevo ministro de Trabajo, Valeriano Gómez, afiliado a la UGT, un mensaje que podría haber sido contrarrestado con la presentación de un plan de movilización para los próximos seis meses, con diferentes iniciativas que fueran incrementando la presión sobre el gobierno de forma progresiva. Por el contrario, durante este tiempo, hemos asistido a tiras y aflojas sobre si hay que modificar “las partes más lesivas” de la reforma laboral (como si no fuera un engendro en su conjunto) o si las reuniones tripartitas con gobierno y patronal son o no la reanudación del “diálogo social”. La única noticia positiva en este periodo ha sido la convocatoria de manifestaciones para el 15 y 18 de diciembre en todas las provincias,pero desde el 29-S habrán pasado entonces casi 3 meses. Demasiado tiempo para mantener la tensión conseguida aquel día.

Cinco claves del periodo: de la unidad, la radicalidad y el polo anticapitalista.
Hemos centrado hasta ahora el análisis en el papel de los sindicatos mayoritarios, pero en la huelga del 29 participaron muchos otros actores sin los cuales el éxito de la misma no hubiera sido posible. Sindicatos alternativos, organizaciones y redes sociales, asambleas locales de apoyo a la convocatoria y organizaciones políticas de la izquierda se volcaron en la difusión, preparación y participación en el día mismo de la convocatoria. Aunque dispersos en varias organizaciones esa miríada de colectivos puede ser también extraordinariamente relevante en este periodo. La izquierda social y política se enfrenta a un gran desafío en este escenario post huelga. Enfrentada al mayor ataque contra los derechos sociales adquiridos tras décadas de luchas obreras, se juega su futuro para los próximos años en el próximo período. De aquí puede salir un mapa sociopolítico completamente distinto al actual, que dependerá enteramente de las opciones tomadas por los principales agentes de este espacio. Por consiguiente, es preciso analizar qué evoluciones pueden producirse en cada uno de ellos y cómo pueden condicionar unas las del resto.

1. CC OO y UGT, entre los deseos de recuperar el diálogo social y la realidad dictada por los mercados.
A pesar de su burocratización, siguen siendo las dos únicas centrales sindicales con capacidad para convocar huelgas generales y con una implantación estatal casi total. Por tanto, el concurso de buena parte de sus bases en las luchas sociales que están por venir es imprescindible. La situación económica internacional y la estrategia de las clases dominantes pone en cuarentena la estrategia de la concertación social, por lo que se van a ver confrontados con la dura realidad: El gobierno puede sentarse con ellos y tratar de ganar tiempo con trucos semánticos o retrasando por un tiempo la reforma de las pensiones, pero las decisiones se toman en otro sitio: “los mercados” –ese eufemismo tras el que se esconden bancos como el Santander, que han multiplicado beneficios aún en época de crisis– exigen que se desmantele el Estado del Bienestar y tienen la poderosa arma del control de los créditos internacionales para que el país se pueda seguir endeudando. Una bajada brusca de la calificación de la deuda, podría obligar a un rescate similar al griego, algo que Zapatero quiere evitar a toda costa. Así, los márgenes para el acuerdo son muy estrechos y, aunque seguramente desearían recuperar la senda del pacto, los sindicatos se van a ver obligados a movilizarse si no quieren convertirse en “colegios profesionales”, a los que se consulta para cuestiones legales pero que no pesan nada en las relaciones de fuerza que condicionan las políticas económicas. Por eso, es urgente que, especialmente dentro de CC OO, vuelvan a organizarse sectores críticos, cuyas principales señas de identidad radiquen en la defensa de la movilización sostenida, en la recuperación de un modelo de sindicalismo participativo y asambleario y en la defensa de un plan de medidas sociales alternativas de claro sentido anticapitalista, incluyendo la vertiente ecológica, porque ya no se puede seguir defendiendo el crecimiento, ni siquiera el sostenible, para crear empleo. Comprender la necesidad de presionar, desde dentro y desde fuera, a los sindicatos mayoritarios en este contexto es crucial para el conjunto de la izquierda alternativa y una de las claves para construir un nuevo ciclo de resistencias.

2. Los sindicatos alternativos, entre la disposición a luchar y el “narcisismo de las pequeñas diferencias”.
La constelación de sindicatos alternativos, entre los que catalogaremos a todos aquellos cuyas señas de identidad fundamentales se sitúan del lado del conflicto social, está teniendo dificultades notorias para recoger el descontento con CC OO y UGT y transformarlo en fuerza social organizada bajo sus siglas. De entre todos ellos, el más importante es CGT, que tiene presencia en la mayor parte del Estado y decenas de miles de afiliados. Su combatividad está probaba en numerosos conflictos laborales y han incorporado a su programa aspectos que el sindicalismo tradicional suele obviar sistemáticamente, como el feminismo y el ecologismo, pero tiene un problema tanto en las relaciones con otras organizaciones de su mismo “campo” como con la forma de dirigirse hacia los mayoritarios. Éstos son los dos principales escollos que tiene CGT para convertirse en la referencia sindical de toda la izquierda alternativa, y sin embargo, su concurso es fundamental para dar forma a cualquier “bloque social anticapitalista” que pudiera llegar a conformarse. Pero ser la “cabeza de ratón” requiere tener una clara vocación unitaria con los más próximos y saber mantener relaciones conflictivas, pero relaciones, con CC OO y UGT. El ejemplo de Francia es claro en esta línea: un sindicato como SUD-Solidaires puede ser equiparable a CGT en nivel de combatividad y de discurso, pero forma parte de la Intersindical que convoca las huelgas y paros parciales junto con sindicatos mayoritarios.
Otras organizaciones sindicales alternativas relevantes tienen su mayor peso en determinadas comunidades, naciones o regiones. No es el objeto de este artículo entrar en la diferente composición sociosindical que se da en Catalunya, Euskal Herria o Galiza, aunque es evidente que en las dos últimas las centrales sindicales nacionalistas (ELA y LAB y CIG, respectivamente) son imprescindibles para que haya movilizaciones fuertes. El SAT en el campo andaluz es otra referencia ineludible para ese bloque social crítico, así como la Corriente Sindical de Izquierdas de Asturies. La Confederación Intersindical es un proyecto muy interesante de reagrupamiento sindical aunque, por el momento, solo ha cuajado en Pais Valenciá, Murcia y Catalunya. Pero ese debería ser el objetivo de los sindicatos alternativos con voluntad de construir un referente estatal: encontrar la forma de, respetando dinámicas propias, unir en un solo referente a todas las opciones que se consideren anticapitalistas. Para los tiempos que nos va a tocar vivir, esto sería un enorme paso adelante. No ignoro que es una posibilidad remota a corto y medio plazo. Pero trabajar con esta perspectiva es una tarea fundamental para todos los sindicalistas de la izquierda alternativa que anhelan tener un referente fuerte y combativo capaz de disputarle la hegemonía a CC OO y UGT.

3. Los movimientos sociales, entre la lucha sectorial y la necesidad de articularse.
Las asociaciones y colectivos que conforman los movimientos sociales han de tener también un peso determinante en el diseño y ejecución de un nuevo ciclo de luchas. En este sentido, el dinamismo mostrado por algunos de ellos durante la huelga del 29-S es un buen comienzo en esta dirección. Por su importancia, destaca el rol de Ecologistas en Acción, con una red de activistas que llega a muchas ciudades y cuyas actividades exceden el ecologismo para tener una presencia en toda lucha social de calado. Grupos feministas, iniciativas ligadas a centros sociales, cristianos de base, movimientos vecinales críticos o vinculados a la comunicación alternativa son ya parte indisoluble de cualquier proyecto de resistencia social. Lo más difícil dentro de estas redes es conseguir que exista alguna coordinación estable entre ellas que las permita articularse y responder unitariamente en momentos señalados. Las respuestas a la crisis capitalista justifican impulsar este proceso de articulación y contaminar la respuesta puramente sindical con los nuevos colores de la emancipación que son ya parte del ADN de cualquier proceso serio de sociedad alternativa. Algunas experiencias, como la Asamblea de Movimientos del Foro Social Mundial en Madrid, pese a su modestia, caminan en esta dirección.
En otro nivel se situaría el movimiento estudiantil y juvenil. Estamos viendo que en países como Francia o Reino Unido, y antes en Grecia, este movimiento ha sido el abanderado de la resistencia contra las medidas de sus respectivos gobiernos en contra de la clase trabajadora. Aquí todavía no ha reaccionado frente a unas reformas de las que van a ser los principales paganos. Pero, por su carácter espasmódico, no es descartable que asistamos en un plazo no demasiado largo a una movilización amplia de la juventud. La responsabilidad de las asociaciones de estudiantes críticas y de los y las militantes de organizaciones políticas de izquierda se me antoja fundamental para encender la mecha en este sector.

4. La izquierda política alternativa, entre refundaciones y reconstrucciones.
Los partidos de la izquierda alternativa se enfrentan a su mayor reto en años, en un contexto que debería ser favorable para la comprensión de su discurso por parte de la mayoría de la población pero en el que, por el contario,tiene enormes dificultades para hacerse escuchar y, sobre todo, respetar. IU lanzó su proyecto de Refundación hace más de un año, después de haberlo aprobado en su Asamblea Federal hace dos. Ha habido actos públicos, asambleas abiertas y una manifestación importante el verano pasado en Madrid. El discurso se ha radicalizado pero la práctica sigue siendo más o menos la misma de siempre. Desde junio no hay noticias sobre nuevos pasos en este proceso y las elecciones municipales y autonómicas están a la vuelta de la esquina, con todo lo que ello significa para un partido que tiene miles de concejales y decenas de parlamentarios regionales que mantener. Tiempo habrá para hacer un balance, pero todo parece indicar que este proceso ha atraído a poca gente y que, los pactos para repartirse el poder interno entre las familias que dirigen la coalición, han terminado por devaluarlo. La perspectiva de crecimiento electoral a costa del PSOE también habrá jugado un papel para descartar aventuras que pueden acabar modificando relaciones de fuerza enquistadas hace años.
A diferencia también de países como Alemania o Francia, el giro ultraliberal del PSOE no ha provocado rupturas en su seno, aunque pueda existir cierto malestar interno, pero no se puede contar con sectores significativos organizados de “socialdemócratas desencantados” para una nueva recomposición de la izquierda alternativa, simplemente porque no existen.
Izquierda Anticapitalista continúa su crecimiento y consolidación como partido con presencia en todo el Estado, pero aún no tiene la fuerza, la experiencia y la credibilidad necesaria como para ser un polo federador de un proceso para crear un nuevo partido más amplio.
No obstante, los debates sobre la unidad de la izquierda a la izquierda del PSOE, especialmente en los procesos electorales, van a volver a poner de manifiesto la dificultad para trasladar mecánicamente las dinámicas sociales unitarias al terreno político. Es este un campo de minas para las fuerzas de izquierda anticapitalista que anteponen la razón estratégica del mantenimiento de la independencia de los gobiernos socioliberales frente a los que consideran que todo depende de la coyuntura política. Estoy seguro de que, en la actualidad, la mayoría de los activistas sociales de la izquierda alternativa apuestan porque existan candidaturas conjuntas de toda la izquierda a la izquierda del PSOE en las próximas elecciones, por consideraciones de eficacia electoral a corto plazo. Pero quienes creemos que la táctica electoral no puede ser contradictoria con los contenidos y con los objetivos políticos, apostamos a que eso podría ser un paso adelante ahora... y dos atrás en poco tiempo.
5. El polo anticapitalista, una hipótesis que hay que construir con una “lenta impaciencia”.
La necesidad de un reagrupamiento de la izquierda anticapitalista y alternativa es cada vez más evidente, pero no por ello se atisban caminos sencillos para llegar a él. Está claro que debería contar con buena parte de los sectores sociales descritos anteriormente, que suelen ser muy hostiles a cualquier forma partidaria, con gente crítica de IU, que de momento no se plantea salir de allí y con una renovación generacional importante, especialmente en su dirección. Todas estas condiciones, y la forma de llegar a ellas, forman parte de hipótesis y no están basadas en movimientos reales que puedan fructificar a corto plazo. La aparición de un nuevo ciclo de luchas podría acortar la distancia, pero será un proceso largo, con idas y venidas, con muchas incertidumbres, pero que, si realmente aspiramos a cambiar este mundo de arriba abajo, tendremos que llevar a cabo, aunque sea con la “lenta impaciencia” de la que hablaba Bensaid.
Los caminos hacia el socialismo parecen hoy día oscuros y llenos de trampas. Aprender a avanzar en la oscuridad y saber superar los obstáculos que encontremos son las principales tareas de una nueva herramienta política que comprenda los errores del pasado para iluminar la esperanza en el futuro

Raul Camargo es militante de Izquierda Anticapitalista

¿EL FIN DE LA RECESIÓN? ¿QUIÉN ENGAÑA A QUIÉN?

 

Immanuel Wallerstein. Kaosenlared.net/ La Jornada


Los medios nos dicen que la crisis económica ya pasó, y que la economía-mundo está de regreso a su modo normal de crecimiento y ganancia. El 30 de diciembre, Le Monde resumió este sentir en uno de sus acostumbrados y brillantes titulares: Estados Unidos quiere creer en una recuperación económica. Exacto, ellos quieren creer, y no es solamente gente Estados Unidos. ¿Pero es esto así?

Primero que nada, como lo he estado diciendo en repetidas ocasiones, no estamos en una recesión sino en una depresión. La mayoría de los economistas tienden a tener definiciones formales de estos términos, basados primordialmente en el aumento de los precios en los mercados bursátiles.

Utilizan estos criterios para demostrar el crecimiento y la ganancia. Y los políticos en el poder se ponen felices de explotar este sinsentido. Pero ni el crecimiento ni la ganancia son las medidas apropiadas.

Siempre hay algunas personas que obtienen ganancias, aun en el peor de los tiempos. La cuestión es cuántas personas, cuáles personas. En los tiempos buenos, la mayoría de la gente disfruta de mejoras en su situación material, aun cuando haya diferencias considerables entre quienes están en la cima y los que están en la base de la escalera económica. Una marea creciente levanta todos los barcos, como dice el refrán, o por lo menos la mayoría de los barcos. Pero cuando la economía-mundo se estanca, como lo ha sido la economía-mundo desde la década de 1970, varias cosas ocurren. La cantidad de gente que está empleada con ganancia y que por tanto recibe un ingreso mínimamente adecuado, baja de modo considerable. Y debido a esto, los países intentan exportarle su desempleo unos a otros. Además, los políticos intentan privar de ingreso a los ancianos retirados y a los jóvenes que aún no están en edad de trabajar, con tal de apaciguar a sus votantes, que caen en las categorías comunes con edad de trabajar.

Si valoramos la situación país por país, es por eso que hay siempre algunos de éstos donde la situación se mira mejor que en la mayoría de los otros. Pero cuáles países parecen estar en mejor situación es algo que varía con alguna rapidez, como ha estado ocurriendo durante los últimos 40 años. Es más, mientras continúa el estancamiento, el cuadro negativo crece y se agranda, razón por la cual los medios comienzan a hablar de crisis y los políticos a buscar remedios prontos. Hacen llamados a la austeridad, lo que significa recortar todavía más las pensiones, la educación y la atención a la niñez. Deflactan sus divisas, si eso les es posible, con el fin de reducir momentáneamente sus tasas de desempleo a expensas de las tasas de desempleo de otro país.

Veamos el problema de las pensiones gubernamentales. En 2009, un pequeño poblado en Alabama agotó su fondo de pensión. Se declaró en bancarrota y dejó de pagar sus pensiones, con lo que violó la ley estatal que le requería hacerlo.

Como apuntó el New York Times, no son sólo los pensionistas los que sufren cuando un fondo de pensiones se seca. Si una ciudad intenta obedecer la ley y pagarle a un pensionista con dinero de su presupuesto anual de operación, probablemente tendrá que adoptar vastos incrementos en sus impuestos, o realizar enormes recortes en los servicios, para juntar el dinero. Los actuales trabajadores urbanos pueden terminar pagando un plan de pensiones que no estará ahí para su propio retiro.

Pero éste es un problema que se avizora en cada uno de los estados de Estados Unidos que, por ley, deben contar con presupuestos balanceados, lo que significa que no pueden recurrir a préstamos para cumplir con sus actuales necesidades presupuestarias. Y hay un problema paralelo en toda nación que se encuentre en la zona del euro que no puede deflactar sus divisas con el fin de cumplir con sus necesidades presupuestarias, lo que ha significado que su capacidad de obtener préstamos conduzca a costos insostenibles y exorbitantes.

Pero qué hay, pueden ustedes preguntar, de aquellos países donde se dice que la economía florece, como Alemania, y más en lo particular dentro de Alemania, en Bavaria –llamado por algunos el planeta de los felices. ¿Por qué ocurre entonces que los habitantes de Bavaria sientan un malestar y parezcan avasallados e inseguros de su salud económica? El New York Times anota que (en Bavaria) está muy extendida la visión de que la buena fortuna de Alemania... llegó a expensas de los trabajadores, que en los últimos 10 años han sacrificado salarios y beneficios para hacer a sus empleadores más competitivos... De hecho, parte de la prosperidad proviene de que la gente no obtenga la seguridad social que debería tener.

Bueno, entonces, por lo menos está el buen ejemplo de las economías emergentes que han mostrado un crecimiento sostenido durante los últimos cuantos años, especialmente en los llamados países BRIC (Brasil, Rusia, India y China). Miremos de nuevo. El gobierno chino está muy preocupado por las sueltas prácticas de otorgamiento de préstamos de los bancos chinos, que parecen ser una burbuja, y que conducen a la amenaza de una inflación. Un resultado es el marcado incremento en los despidos, en un país donde la red de seguridad de los desempleados parece haber desaparecido. Entre tanto, la nueva presidenta de Brasil, Dilma Rousseff, dice perturbarle que la sobreevaluación de la divisa brasileña se conjunte con lo que ella percibe como deflactación de las divisas estadounidense y china amenazando la competitividad de las exportaciones brasileñas. Y los gobiernos de Rusia, India y Sudáfrica, todos enfrentan los primeros síntomas de descontento por parte de grandes segmentos de sus poblaciones que parecen no haber recibido los beneficios de su supuesto crecimiento económico. Finalmente, y no es menor, hay aumentos marcados en los precios de la energía, los alimentos y el agua. Esto es el resultado de la combinación de un crecimiento en la población mundial y el aumento en los porcentajes de gente que exige contar con ellos. Esto implica una lucha en pos de estos bienes básicos, una lucha que puede tornarse mortal.

Hay dos posibles resultados. Uno es que gran cantidad de gente reduzca el nivel de su demanda –lo que es de lo más improbable. Otro es que lo mortal de la lucha termine reduciendo la población mundial y por lo tanto haya menos escasez –una solución malthusiana de lo más desagradable.

Conforme entramos en esta segunda década del siglo XXI, parece poco probable que hacia 2020 miremos hacia atrás a esta década como una en que la crisis fue relegada a recuerdo histórico. No ayuda mucho querer creer en una perspectiva que parece remota. No ayuda para intentar entender qué es lo que debemos hacer al respecto.

Traducción: Ramón Vera Herrera


8 de enero de 2011

INDIGNEZ VOUS!

CARLOS ETCHEVERRÍA. Laopinioncoruña.es

Indignaos” es el título de un manifiesto llamando a la insurrección pacífica en Francia, que por desgracia aún no ha llegado a España en su versión castellana. Es la voz de la indignación de Stéphane Hessel, un hombre de 93 años, antiguo combatiente de la resistencia francesa, superviviente de los campos de concentración de Buchenwald y Dora, uno de los redactores en 1948 de la Declaración de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, embajador de Francia y Comendador de la Legión de Honor.

¿Porqué tenemos que soportar las cosas que aborrecemos? Esta invocación para rescatar los verdaderos valores es también una invitación a los jóvenes a oponerse a todo tipo de totalitarismos y dictaduras y rescatar la verdadera democracia; a exigir independencia a los medios y enfrentarse al acoso a la libertad de prensa; a mostrar su enfado ante la desigualdad, la pobreza, o la despiadada dictadura económica de los mercados financieros, motivo más que suficiente para iniciar una insurrección pacífica real. Es un llamamiento contra la indiferencia que nos encoge de hombros ante la adversidad.

Hessel habla de una amnesia generalizada de la sociedad, despreocupada del desastre ecológico planetario, haciendo especial énfasis en la falta de rumbo y en la pérdida del sentido de los dirigentes políticos por su apoyo a los grandes consorcios bancarios y corporaciones multinacionales, en detrimento de los ciudadanos en un momento en que la crisis está acabando con el bienestar social en Europa.

Lo que está siendo cuestionado, dice, es la base de las conquistas sociales. ¿Quién controla, quién decide y quiénes son los interesados en esas decisiones descabelladas? Por eso hace falta que nos indignemos cuando percibimos que hay cosas intolerables.

Y pide una insurrección pacífica contra el desprecio al débil, la insolidaridad o la exaltación del dinero; contra el consumo masivo o la competencia de todos contra todos.

En su mensaje de coherencia y dignidad, refuerza la desconfianza hacia los poderosos que amenazan la paz y la democracia, reivindicando la actitud del resistente en una apelación al noble sentimiento que, más o menos recóndito, anida en todos nosotros: la rebelión contra la injusticia.

¿CÓMO SE HA LLEGADO HASTA AQUÍ? BREVÍSIMA HISTORIA DE IMPOSICIÓN DE POLÍTICAS ECONÓMICAS NEOLIBERALES


Marshall Auerback. Revista “Sin Permiso”
Un asiduo lector de New Deal 2.0 plantea una aguda cuestión:
"Hay una cuestión que no consigo responder nunca. Muchos expertos dicen que la ideología neoliberal se abrió paso en los 80 con Reagan, Thatcher y la escuela de Chicago. Pero sigo in entender qué hizo posible tal giro en la economía política. ¿Qué elementos, qué nuevas fuerzas en los 80 pueden explicar ese cambio ideológico y las desigualdades que le siguieron?"
Asuntos, todos, muy dignos de exploración, y yo desde luego no puedo hacerles justicia en una respuesta de dos líneas más que recomendando el soberbio libro de Yves Smith Econned. El libro proporciona una excelente explicación histórica del modo en que unas teorías de todo punto infundadas pero ampliamente aceptadas llevaron a la práctica de políticas que generaron el actual estado de cosas. También ilumina la capacidad de esas filosofías para resucitar incluso cuando se acumulan pruebas concluyentes contra ellas. Documenta no sólo la creciente degradación de los economistas profesionales neoclásicos (y su concomitante tendencia a reducir la suma de la experiencia humana a una serie de ecuaciones matemáticas), sino también la manera en que fundaciones muy bien financiadas subvencionaron a universidades y think tanks que, a su vez, legitimaron y validaron esas filosofías charlatanescas. La idea de que los gobiernos democráticamente elegidos deben servirse de políticas fiscales discrecionales para contraestabilizar las fluctuaciones del ciclo del gasto no-público llegó a ser vista como algo muy cercano al socialismo. Los poderes que toman decisiones políticas fueron puestos gradualmente en manos de un cuerpo políticamente incareable de tecnócratas neoliberales que pontificaban sobre las limitaciones de los gobiernos y reforzaban las posiciones fiscalmente procíclicas, es decir: reforzaban la contracción discrecional cuando los estabilizadores automáticos llevaban a grandes déficits presupuestarios como resultado de la débil demanda no-pública.
Ese cambio en nuestras políticas públicas fue acompañado por toda una toma de control de los juristas en una larga marcha a través del poder judicial. Fue un esfuerzo, patrocinado por las grandes empresas, centrado exclusivamente en el asunto de la desregulación, y culminó con un esfuerzo titánico para abrogar las reformas del New Deal, yugular el poder de los sindicatos y atar corto al gobierno (salvo en materia de defensa, huelga decirlo, que desplegó su propio y formidable ejército de lobbistas).
Responder a la cuestión planteada por nuestro lector pasa por reconocer que este ha sido un proceso que ha durado décadas y que ha venido acompañado de enormes sumas de dinero y un vasto ejército de fuerzas empresariales, jurídicas y políticas empeñado en frustrar cualquier alternativa progresista. Ha acontecido en un trecho de tiempo de 40 años. Regulación y supervisión laxas; una creciente desigualdad que llevó a las familias a endeudarse para mantener el nivel de gasto; codicia y exhuberancia irracional y liquidez global excesiva: todos esos son síntomas del problema.
¿Pero cómo empezó todo? El análisis que realizó al final de su vida el gran economista Hyman Minsky es particularmente potente, porque permite ver esos cambios desde una vasta perspectiva histórica. Minsky llamó a la situación salida de la II Guerra Mundial "capitalismo paternalista". Se caracterizaba por un "Tesoro público enorme" (cuyo gasto equivalía al 5% del PIB) dotado de un presupuesto que oscilaba contracíclicamente a fin de estabilizar el ingreso, el empleo y los flujos de beneficios; una Reserva federal a modo de "enorme banco" que mantenía bajos los tipos de interés e intervenía como prestador de último recurso; una amplia variedad de garantías estatales (seguro de depósitos, respaldo público implícito al grueso de las hipotecas); programas de bienestar social (Seguridad Social, Ayuda a las familias con hijos dependientes, Medicaid y Medicare); estrecha supervisión y regulación de las instituciones financieras; y un abanico de programas públicos para promover la mejora de los ingresos y la igualdad de riqueza (fiscalidad progresiva, leyes de salario mínimo, protección para el trabajo sindicalmente organizado, mayor acceso a la educación y a la vivienda para las personas de bajos ingresos). Además, el Estado jugaba un papel importante en materia de financiación y refinanciación (por ejemplo, la Corporación pública para financiar la reconstrucción y la Corporación pública para el crédito y la compra de vivienda) y en la creación de un mercado hipotecario moderno para la compra de vivienda (basado en un préstamo de tipo fijo amortizable en  30 años) sostenido por empresas patrocinadas por el Estado.
Minsky reconoció el papel jugado por la Gran Depresión y la II Guerra Mundial en la creación de unas bases para la estabilidad financiera. En palabras de Randy Wray:
"La Depresión pulverizó y aventó el grueso de los activos y los pasivos financieros: eso permitió a las empresas y a los hogares salir con poca deuda privada. El ciclópeo gasto público durante la II Guerra Mundial creó ahorró y beneficio en el sector privado, llenando los libro de contabilidad con saneada deuda del Tesoro (60% del PIB, inmediatamente después de la Guerra). La creación de una clase media, así como el baby boom, mantuvieron alta la demanda de consumo y alimentaron un rápido crecimiento del gasto público de los estados federados y de los municipios en infraestructura y en servicios públicos deseados por los consumidores metropolitanos. La elevada demanda de los entes públicos y de los consumidores trajo a su vez consigo el que pudiera cubrirse el grueso de las necesidades de las empresas en punto a financiar el gasto interno, incluida la inversión. Así, durante las primeras décadas que siguieron a la II Guerra Mundial, el 'capital financiero' desempeñó un papel inusualmente menor. El recuerdo de la Gran Depresión generó reluctancia al endeudamiento. Los sindicatos presionaban, y a menudo obtenían más y más compensaciones, lo que permitió el crecimiento de los niveles de vida, financiados en su mayor parte sólo con los ingresos."
En la década de 1970 todo eso empezó a cambiar, como bien se explica en Econned. El gasto público comenzó a crecer más lentamente que el PIB; los salarios ajustados a la inflación se estancaron a medida que los sindicatos perdían poder; la desigualdad arrancó a crecer y las tasas de pobreza dejaron de caer; las tasas de desempleo se dispararon; y el crecimiento económico se ralentizó.
En los 70 asistimos también a los primeros esfuerzos sostenidos para escapar a las restricciones puestas por el New Deal a medida que las finanzas respondían para aprovechar las oportunidades. Tras el desastroso experimento monetarista de Volcker (1979-82), muchos de los viejos vestigios del sistema bancario establecido por el New Deal fueron arrasados. El ritmo de innovaciones se aceleró a medida que fueron adoptándose muchas prácticas financieras nuevas para proteger a las instituciones del riesgo de la tasa de interés. A despecho de todas las apologías hechas de los años de Volcker al frente de la Reserva federal, lo cierto es que sus políticas de tipos de interés altos sentaron las bases del actual sistema financiero basado en el mercado, incluidas la titulización hipotecaria, la innovación financiera en forma de derivados para cubrir el riesgo de los tipos de interés, así como muchos de los vehículos financieros "extracontables" que han proliferado en las dos últimas décadas. Se legisló para crear un tratamiento fiscal mucho más favorable a los intereses, lo cual, a su vez, estimuló las compras apalancadas para substituir activos por deuda (con la toma de control empresarial financiada con deuda que sería servida por los futuros flujos de ingresos de la empresa así controlada).
Los excedentes presupuestarios de los años de Clinton –otro ejemplo de ascendencia de una filosofía neoliberal que huyó de la política fiscal y determinó la primacía de la política monetaria— restringieron la demanda agregada, encogieron los ingresos y crearon una mayor dependencia respecto de la deuda privada como medio de sostener el crecimiento y los ingresos. Eso se vio claramente facilitado por innovaciones que ampliaron el acceso al crédito y cambiaron las criterios de las empresas y de los hogares respecto al nivel del endeudamiento prudente. El consumo llevaba la batuta, y la economía volvió finalmente a los rendimientos de los años 60. Regresó el crecimiento robusto, ahora alimentado por el déficit del gasto privado, no por el crecimiento del gasto público y el ingreso privado. Todo eso llevó a lo que Minsky llamó el capitalismo de los gestores del dinero.
Tal es el contexto histórico básico. Pero ha venido desarrollándose desde hace cerca de 40 años. Y esa es probablemente una respuesta que va más allá de lo que nuestro amable lector quería, pero su cuestión no es de las que se deja responder lacónicamente.
Marshall Auerback es un reconocido analista económico norteamericano. Investigador veterano del prestigioso Roosevelt Institute, colabora regularmente con New Economic Perspectives y con NewDeal2.0.
Traducción para www.sinpermiso.info: Casiopea Altisench

7 de enero de 2011

LA INTIFADA TUNECINA


CORINNE QUENTIN. REVISTA “VIENTO SUR”

A partir de que un joven parado, el 17 de diciembre, se inmolara dándose fuego, se desarrolla en Túnez la revuelta más importante desde los “motines del pan” de 1984.

La Intifada tunecina ha nacido en un contexto de pauperización de la población y de paro de la juventud, particularmente la diplomada. Frente a ello, una primera reacción ha sido la huida hacia la emigración, y para destinos muy expresivos, pues Argelia se ha convertido en una tierra de exilio económico para ciertas poblaciones fronterizas. Una segunda consecuencia ha sido el suicidio de jóvenes parados algunos de ellos por inmolación (once suicidios de parados solo en la ciudad de Bousalem en 2010). Una tercera ha sido un ascenso de las luchas obreras, con un pico de huelgas en marzo pasado y revueltas por el empleo y contra el paro. Estas últimas han sacudido en particular de enero a junio de 2008 la región de la cuenca minera de Gafsa-Redeyef y, en 2010, la ciudad de La Skhira así como la región de Ben Guerdane.

En Sidi Bouzid, una región agrícola, los campesinos de Regueb han sido los primeros en ocupar las tierras de las que estaban amenazados de expulsión por los bancos en junio pasado. Regueb, de donde proviene la familia del joven Bouazizi, cuya inmolación, el 17 de diciembre, ha sido la chispa que ha hecho arder Túnez.

El movimiento comenzó en el centro del país, pero actualmente la población se manifiesta en todas partes espontáneamente por el empleo. Participan en el movimiento numerosos diplomados en paro y sindicalistas. El movimiento se ha ampliado a los abogados, categoría en punta en la lucha contra la dictadura, y el reinicio de las clases debería permitir la entrada en lucha de los estudiantes de secundaria y los de la universidad, condenados al paro. Los manifestantes reclaman empleos. Denuncian la corrupción, al partido en el poder, la “Trabelsia”, es decir la familia en el poder que ha saqueado la riqueza del país. Exigen la marcha de Ben Alí, presidente desde hace 23 años. Los locales odiados son atacados, saqueados o incendiados: locales de la policía, de la guardia nacional, los monumentos erigidos a la gloria de la dictadura, los locales importantes de las delegaciones del gobierno.

La respuesta del poder es la misma desde hace 23 años: despliegue policial, arrestos, tortura, procesos y agresiones físicas, particularmente a los periodistas y abogados que quieren romper la omertá. Pero la revuelta espontánea se ha transformado en resistencia. Tres semanas después del desencadenamiento del movimiento, las poblaciones continúan saliendo a la calle, a pesar de los muertos, los heridos y el estado de sitio y a pesar de la debilidad, incluso de la inexistencia, de la autoorganización.

La única fuerza que tiene implantación en todo el país, a falta de oposición con capacidad de hacerlo, es la UGTT, la central sindical única. Están en punta de las movilizaciones las mismas federaciones que habían apoyado plenamente a los inculpados de Gafsa-Redeyef: enseñanza, correos y telecomunicaciones, algunos sectores de la salud, etc. Numerosas uniones locales y regionales apoyan a la población, pero no la organizan, como lo habían hecho en 2008 los sindicalistas y los militantes de Redeyef, permitiendo al movimiento estar centralizado en esta región, a fin de construirse en el medio plazo. Hay que deplorar la actitud de la dirección confederal de la UGTT que se ha desolidarizado oficialmente de movilizaciones organizadas por algunas de sus estructuras y de las consignas hostiles al régimen que eran gritadas en ellas.

Ben Alí sabe que pueden contar con las potencias imperialistas. Por su parte, el NPA está plenamente comprometido en la ampliación del movimiento de solidaridad que se ha manifestado ya en París, Londres, Ginebra, Montreal, Berna, Bonn, Munich y el Cairo.

06/01/2011
http://www.npa2009.org/category/tout-est-à-nous/journal/hebdo-tout-est-à-nous-84-060111
Traducido por Faustino Eguberri para VIENTO SUR


5 de enero de 2011

DE RICOS Y POBRES

2010 en imágenes: Crisis global, globalización de la miseria y alternativas al discurso hegemónico
“Los ricos están destruyendo el planeta, será que piensan irse para otro”. (Hugo Chávez).
La nueva fase del capitalismo que abrió la crisis de las hipotecas subprime ha puesto en primer plano un aspecto clave de la globalización: los derechos sociales y laborales de las personas son un estorbo para el capital financiero, que, a través de las recomendaciones y amenazas de sus instrumentos de Gobierno (FMI, Banco Mundial, OCDE, etc.) procede a recortarlos y eliminarlos para aumentar su tasa de beneficio.

Redacción del Periódico “Diagonal”
Lunes 3 de enero de 2011.  Número 140
Como ha quedado demostrado en la cumbre de cambio climático de Cancún, el poder tampoco repara en los atentados ambientales que provoca su modelo de desarrollo, que, desde hace décadas, depende sobremanera del expolio de las materias primas del Sur.
Toda vez que se hace inminente el cénit del petróleo, ese expolio se centra en el abastecimiento energético, clave para mantener la huída hacia adelante de este modelo desarrollista. En 2010, no obstante, las fricciones que causa este modelo de globalización se han puesto de manifiesto en distintos puntos del mundo. En diciembre, en Bangladesh, cientos de trabajadores se enfrentaron con la policía para protestar por sus bajos salarios.
La noticia podría parecer alejada de nuestra vida cotidiana si no fuera porque esas personas cosen los pantalones y faldas que venden a precios competitivos cadenas como Zara o H&M en nuestras ciudades. Son las mismas cadenas que condenan al cierre a la pequeña y mediana industria autóctona, moribundos vestigios de lo que un día se llamó ‘capitalismo popular’.



ROUSSEFF COMO LULA
El pueblo brasileño entregó el mando del país a la sucesora de Lula, Dilma Rousseff, en la segunda vuelta de las presidenciales del 31 de octubre. Rousseff, que contó con el apoyo del Movimiento de los Trabajadores sin Tierra, ha prometido continuar con el legado de Lula. Una de sus primeras medidas como presidenta entrante, toma posesión el 1 de enero, fue respaldar la decisión de Lula de enviar al ejército al complejo de favelas de Morro de Alemão en Rio de Janeiro. La seguridad es una de las prioridades del programa electoral de Rousseff.

MUNDIAL Y POBREZA
El Mundial de fútbol celebrado en Sudáfrica en junio de 2010 dejó al descubierto la situación de extrema pobreza que padece más del 40% de la población de ese país. Sudáfrica se vio obligada a gastar más de 6.000 millones de euros para cumplir las exigencias de la FIFA, a pesar de que carga con una deuda externa que supera los 60.000 millones de euros.

LA ‘MODERNIDAD’ CHINA
La transformación de China y su papel como potencia económica contrasta con las desigualdades sociales, que este año se plasmaron en distintos conflictos laborales en el Norte del país. El capitalismo con tintes ‘socialistas’ ha generado una brecha entre una minoría pudiente y una masa de trabajadores explotados, desplazados del campo. China es el mayor contaminante del mundo, aunque no se priva de celebrar sus propios macroeventos: la Exposición de Shanghai tomó el relevo de los Juegos Olímpicos de 2008.

Foto: Boris Svartzman.




HONDURAS RESISTE
La represión del nuevo Gobierno de Porfirio Lobo ha marcado el año 2010 en Honduras. Lobo, salido de unas elecciones amañadas por los golpistas, ha dejado un rastro de sangre en la sociedad hondureña. Al menos siete periodistas críticos han sido asesinados, también varios campesinos fueron ajusticiados en el Bajo Aguán y los movimientos hondureños han denunciado la desaparición de líderes sindicales y sociales.

Foto: Francesco Miche.

MINERÍA
Las denuncias contra las transnacionales mineras aumentan, sobre todo en Latinoamérica. En Perú, los residuos mineros han contaminando acuíferos en 5.000 áreas. Mientras, los indígenas se enfrentan contra multinacionales como la GoldCorp, que, por presiones, abandonó sus explotaciones en Guatemala.

VERTIDO EN EL MAR
British Petroleum provocó el mayor derrame de crudo en las costas de EE UU, por delante del Exxon Valdez. Hasta primeros de junio, había en el mar el equivalente a 444.000 barriles de petróleo, la mayoría en el fondo del océano. BP usó dispersantes que contaminaron más aún.

Foto: Derra.


TRANSGÉNICOS
Los Organismos Genéticamente Moficados (OGM) han encontrado el respaldo en la UE del Ejecutivo de Zapatero. La patata transgénica Amflora fue autorizada el año pasado, tras diez años de moratoria de transgénicos establecidos por la Comisión Europea. Además, el Estado español lideró la defensa del maíz transgénico MON810 entre los países de la UE: más del 70% del maíz que se cultiva en el Estado español es transgénico. Los lobbies europeos de agricultura intensiva y las empresas de biotecnología han pedido libertad para cultivar alimentos transgénicos, con el argumento de que los OGM son más productivos. Mientras, los grupos ecologistas denuncian consecuencias de los OGM como la contaminación de cultivos.

Foto: Olmo Calvo.

Foto: José Alfonso.
LITIO Y COCHES
Frente a la crisis del petróleo, las multinacionales del automóvil apuestan por los coches eléctricos con baterías de litio–ion. Los yacimientos más importantes están en Bolivia y Afganistán. Pero científicos y ecologistas advierten de que no es una solución “verde” y que es imposible mantener el actual parque móvil.


Foto: José Alfonso.

4 de enero de 2011

PERSPECTIVAS DE LA ECONOMÍA MUNDIAL EN 2011

Walden Bello. Revista Sin Permiso

En contraste con sus previsiones cautamente optimistas, a fines de 2009, de una recuperación sostenida, el humor dominante en los círculos económicos liberales cuando termina 2010 es sombrío, si no apocalíptico. Los halcones fiscales han ganado la batalla política en EEUU y Europa, para alarma de los abogados del gasto público, como el premio Nóbel Paul Krugman y el columnista del Financial Times Martin Wolf, quienes ven las restricciones presupuestarias como la receta más segura para matar la incipiente recuperación en las economías centrales.
Pero aunque los EEUU y Europa parecen abocados a una crisis más profunda a corto plazo y al estancamiento en el plazo largo, algunos analistas se precian de observar un “desacoplamiento” del Este asiático y de otras áreas en desarrollo respecto de las economías occidentales. Esa tendencia empezó a comienzos de 2009 en la estela del programa de estímulos masivos de China, que no sólo reestableció el crecimiento chino de doble dígito, sino que sacó de la recesión y llevó a la recuperación a varias economías vecinas, desde Singapur hasta Corea del Sur. En 2010, la producción industrial asiática recuperó ya su tendencia histórica, “casi como si la Gran Recesión nunca hubiera tenido lugar”, de acuerdo con The Economist.
¿Sigue Asia un camino realmente separado de Europa y EEUU? ¿Estamos realmente asistiendo a un “desacoplamiento”?
El triunfo de la austeridad
En las economías centrales, la indignación con los excesos de las instituciones financieras que precipitaron la crisis económica ha dado paso a la preocupación por los déficits públicos masivos en que han incurrido los gobiernos para poder estabilizar el sistema financiero, frenar el colapso de la economía real y afrontar el desempleo. En los EEUU el déficit se sitúa por encima del 9% del PIB. No es un déficit desbocado, pero la derecha norteamericana logró la hazaña que el miedo al déficit y a la deuda federal pesara más en el espíritu de la opinión pública que el miedo a la profundización del estancamiento y al aumento del paro. En Gran Bretaña y en los EEUU, los conservadores fiscales lograron un mandato electoral claro en 2010, mientras que en la Europa continental una Alemania recrecida hizo saber al resto de la eurozona que no seguiría subsidiando los déficits de los miembros más débiles de las economías meridionales o periféricas, como Grecia, Irlanda España y Portugal.
En los EEUU, la lógica de la razón dio paso a la lógica de la ideología. El impecable argumento de los Demócratas de que el gasto público en estímulos era necesario para salvar y crear puestos de trabajo no pudo resistir el asalto del tórrido mensaje Republicano, según el cual un mayor estímulo público, añadido los 787 mil millones de dólares del paquete de Obama en 2009 significaría un paso más hacia el “socialismo” y la “pérdida de libertad individual”. En Europa, los keynesianos arguyeron que la relajación fiscal no sólo ayudaría a Irlanda y a las economías meridionales con problemas, sino también a la poderosa maquinaria económica alemana, pues esas economías absorben las exportaciones de Alemania. Lo mismo que en los EEUU, los argumentos racionales sucumbieron a las imágenes sensacionalistas, en este caso a la retrato mediático de unos esforzados alemanes subsidiando a hedonistas mediterráneos y derrochadores irlandeses. A regañadientes aprobó Alemania paquetes de rescate para Grecia e Irlanda, pero sólo a condición de que griegos e irlandeses fueran sometidos a salvajes programas de austeridad que han sido descritos por nada menos que dos exministros alemanes en el Financial Times como medidas antisociales “sin ejemplo en la historia moderna”.
El desacoplamiento, resucitado
El triunfo de la austeridad en EEUU y  Europa, la cosa no ofrece duda, eliminará a esas dos áreas como motores para la recuperación económica global. ¿Pero se halla Asia en una senda diferente? ¿Puede soportar, como Sísifo, el peso del crecimiento global?
La idea de que el futuro económico de Asia se ha desacoplado del de las economías del centro no es nueva. Estuvo de moda antes de la crisis financiera tumbara la economía norteamericana en 2007-2008. Pero se reveló ilusoria en cuanto la recesión en los EEUU, de los que China y otras economías del Este asiático dependían para absorber sus excedentes, disparó una repentina y drástica en Asia entre fines de 2008 y mediados de 2009. De ese momento proceden las imágenes televisivas de millones de trabajadores chinos migrantes abandonando las zonas económicas costeras y regresando al campo.
Para contrarrestar la contracción, China, presa del pánico, lanzó lo que Charles Dumas, autor de Globalisation Fractures, caracterizó como un “violento estímulo interior” de 4 billones de yuanes (580 mil millones de dólares). Eso significaba cerca del 13% del PIB en 2008 y constituyó “probablemente el mayor programa de la historia de este tipo, incluidos los años de guerras”. El estímulo no sólo restituyó el crecimiento de dos dígitos; también comunicó a las economías del Este asiático un impulso recuperador, mientras Europa y los EEUU caían en el estancamiento. Ese notable inversión es lo que ha llevado al renacimiento de la idea del desacoplamiento.
El gobernante Partido Comunista de China ha venido a reforzar esa idea al sostener que se ha producido un cambio de política que da primacía al consumo interior sobre el crecimiento orientado a la exportación. Pero si se observa con mayor detenimiento, se ve que eso es más retórica que otra cosa. En efecto, el crecimiento orientado a la exportación sigue siendo el eje estratégico, algo que se ve subrayado por la continuada negativa china a reapreciar el yuan, una política destinada a mantener competitivas sus exportaciones. La fase de empuje al consumo interior parece haber terminado, hallándose ahora China, como observa Dumas, “en proceso de cambio masivo desde el estímulo benéfico de la demanda interior hacia algo muy parecido al Business as usual de 205-2007: crecimiento orientado a la exportación con un poco de recalentamiento”.
No sólo analistas occidentales como Dumas han llamado la atención sobre ese regreso al creamiento orientado a la exportación. Yu Yongding, un influyente tecnócrata que sirvió como miembro del comité monetario del Banco Central Chino confirma que, en efecto, se ha vuelto a la práctica económica habitual: “En China, con una ratio comercio/PIB y exportaciones/PIB que excede ya, respectivamente, el 60% y el 30%, la economía no puede seguir dependiendo de la demanda externa para sostener el crecimiento. Desgraciadamente, con un enorme sector exportador que emplea a millones y millones de trabajadores, esa dependencia se ha hecho estructural. Eso significa que reducir la dependencia y el excedente comerciales de China pasa por harto más que por ajustar la política macroeconómica.”
El regreso al crecimiento orientado a la exportación no es simplemente un asunto de dependencia estructural. Tiene que ver con un conjunto de intereses procedentes del período de la reforma, intereses que, como dice Yu,”se han transformado en intereses banderizos que luchan duramente para proteger lo que tienen”. El lobby exportador, que junta a empresarios privados, altos ejecutivos de empresas públicas, inversores extranjeros y tecnócratas del estado, es el lobby más poderosos ahora mismo en Beijing. Si la justificación ofrecida para el estímulo público ha sido derrotada por la ideología en los EEUU, en China la argumentación igualmente racional a favor del crecimiento centrado en el mercado interior ha sido aniquilada por intereses materiales banderizos.
Deflación global
Lo que los analistas como Dumas llaman el regreso de China al tipo de crecimiento orientado a la exportación chocará con los esfuerzos de los EEUU y Europa de empujar la recuperación mediante un crecimiento orientado a la exportación simultaneado con el levantamiento de barreras a la entrada de importaciones asiáticas. El resultado más probable de la promoción competitiva de esa volátil mezcla de empuje a la exportación y protección interior por parte de los tres sectores que encabezan la economía mundial en una época de comercio mundial relativamente menos boyante no será la expansión global, sino la deflación global. Como ha escrito Jeffrey Garten, antiguo subsecretario de comercio bajo Bill Clinton: “Aunque se ha prestado mucha atención a la demanda de consumo e industrial en los EEUU y en China, las políticas deflacionarias que envuelven a la UE, la unidad económica más grande del mundo, podrían hundir de mala manera el crecimiento económico global… Las dificultades llevar a Europa a redoblar su empeño en las exportaciones al tiempo que EEUU, Asia y América Latina están disponiendo sus economías para vender más en todo el mundo, lo que no podría sino exacerbar las tensiones, ya suficientemente altas, en los mercados de divisas. Podría llevar a un resurgimiento de las políticas industriales patrocinadas por los estados, cuyo crecimiento ya se observa por doquiera. Tomados de consuno, todos esos factores podrían llegar a propagar el incendio proteccionista tan temido por todos.”
La crisis del Viejo Orden
Lo que nos aguarda en 2011 y en los próximos años, advierte Garten, son momentos de “turbulencia excepcional, a medida que el ocaso del orden económico global tal como lo hemos conocido avanza caótica y tal vez destructivamente”. Garten destila un pesimismo que está apoderándose cada vez más de buena parte de la elite global que otrora anunciaba la buena nueva de la globalización y que ahora la ve desintegrarse literalmente ante sus propios ojos. Y esta ansiedad fin de siècle no es monopolio de los occidentales; es compartida por el influyente tecnócrata chino Yu Yongding, que sostiene que el “tarón de crecimiento chino ha prácticamente agotado su potencial”. China, la economía que con mayor éxito consiguió cabalgar la ola globalizadora, “ha llegado a una disyuntiva crucial: de no poner por obra penosísimos ajustes estructurales, podría perder súbitamente el impulso de su crecimiento económico. El rápido crecimiento económico se ha logrado a un coste extremadamente alto. Sólo las generaciones venideras conocerán el verdadero precio pagado.”
La izquierda en la presente coyuntura
A diferencia de las medrosas aprensiones de figuras del establishment como Garten y Yu, muchas gentes de izquierda ven la turbulencia y el conflicto como la necesaria compañía del nacimiento de un nuevo orden. Y, en efecto, los trabajadores se han movilizado en China, y se ganaron incrementos salariales significativos con huelgas organizadas en determinadas empresas extranjeras a lo largo de 2010. La protesta ha estallado también en Irlanda, Grecia, Francia y Gran Bretaña. Pero a diferencia de China, en Europa marchan para mantener derechos perdidos. Y lo cierto es que ni en China, ni en Occidente, ni en parte alguna son los resistentes portadores de una visión alternativa al orden capitalista global. Al menos, no todavía.
Walden Bello, profesor de ciencias políticas y sociales en la Universidad de Filipinas (Manila), es miembro del Transnational Institute de Amsterdam y presidente de Freedom from Debt Coalition, así como analista sénior en Focus on the Global South.
Traducción para www.sinpermiso.info: Ricardo Timón

28 de diciembre de 2010

DOS EUROPAS

Gerardo Pisarello · Jaume Asens. Revista "Sin Permiso"

Al cierre del 2010, todo indica que la Unión Europea ha abdicado de la tarea de construir de un proyecto social y democrático a escala continental para convertirse en su más enconada adversaria. El eje Berlín-París-Londres está consiguiendo imponer su pretensión de consolidar un mecanismo de rescate financiero condicionado a la aceptación de políticas de “austeridad” y de congelar hasta el año 2020 un presupuesto comunitario no mayor al 1% del PIB de los Estados miembros. Estas medidas sólo pueden comportar la profundización de un camino de servidumbre muy diferente al fantaseado por Friedrich Hayek. Como mínimo, para los países situados en la periferia de la actual UE, que se verían constreñidos a aplicar una serie de políticas suicidas para su propia recuperación interna, so pena de perder los fondos comunitarios y, llegado el caso, su derecho de voto en las instituciones europeas. Los impulsores de estas políticas son plenamente conscientes de su carácter anti-popular. Por eso pretenden trasladarla al mortecino Tratado de Lisboa a través de un procedimiento especial que exigiría el visto bueno de los parlamentos estatales pero que permitiría, al mismo tiempo, sortear los incómodos e imprevistos referendos ciudadanos. La deriva elitista y tecnocrática de la UE ha devenido así en obstinación. A excepción de algunas honrosas excepciones, las energías democratizadoras hoy existentes en el espacio europeo no provienen de sus instituciones. Más bien, radican en las voces que, de Atenas a París, de Dublín y Lisboa a Londres, Roma, Madrid o Barcelona, se están atreviendo, con enormes dificultades, a contestar este proceso en las calles, en los barrios, en los lugares de estudio y de trabajo, negándose a asumirlo como si de un irresistible designio divino se tratara.

Cuando el tsunami financiero proveniente de Estados Unidos se desplazó a Grecia, algunas voces optimistas pensaron que la Europa social llamaría a la puerta. Que la retórica a favor de un “gobierno europeo” se traduciría en un esfuerzo coordinado por establecer un centro redistributivo de ámbito continental, por convertir al Banco Central Europeo, a la manera de la Reserva Federal,  en un emisor masivo de euro-deuda y por yugular, en fin, a unos capitales especulativos que amenazaban los fundamentos mismos de la integración. Sin embargo, los bancos golpearon primero y las instituciones europeas no tardaron en exigir medidas drásticas para reducir unos déficits públicos largamente disimulados o generados, como en el caso español, para licuar las deudas privadas de las entidades financieras.

El gobierno socialista de Papandreu decidió que la única manera de plegarse al mandato del directorio franco-alemán consistía en sacrificar salarios y pensiones y en aumentar los impuestos indirectos. Todo ello en un país que dedicaba un 3,6% de su PIB a gastos militares y cuya estructura fiscal era una de las más regresivas del continente. Con el aliento griego encima y la amenaza de unas agencias de calificación de deuda libres de todo escrutinio público, también el gobierno del PSOE optó por soltar el lastre de la retórica social utilizada durante los años de euforia inmobiliaria. El paquete de ajustes incluyó la puesta en marcha de ingentes ayudas a la banca, el estímulo a las fusiones y a la privatización de las cajas de ahorro y el inmediato sacrificio de derechos sociales y laborales de por sí débiles en comparación con los vigentes en la antigua UE de los quince. Ni una medida dirigida a limpiar y democratizar el sistema de crédito, poniéndolo al servicio de emprendimientos social y ambientalmente sostenibles. Ni una a dar respuesta al drama de las más de 350.000 familias afectadas por el fraude inmobiliario y las ejecuciones hipotecarias. Ni una a revertir la regresividad del sistema fiscal y atenuar, así, las desigualdades y la exclusión que están alimentando el crecimiento de la xenofobia y la extrema derecha. Nada que pudiera enviar una señal equívoca a unos mercados financieros bien dispuestos, en cambio, a especular sin rubor contra sus benefactores. Poco a poco, la debilidad y de la falta de coraje político de los gobiernos de la periferia europea se hizo evidente. Y los mercados no tardaron en cebarse con Irlanda y Portugal. Allí, la crisis también pasó la factura de haberse calzado demasiado pronto el corsé que supusieron la entrada en el euro y la asunción de los criterios de convergencia pergeñados en Maastricht.

Lejos de quedarse en la periferia europea, la fiebre del ajuste se extendió también al norte. Si en el sur los ejecutores han sido unas socialdemocracias desnortadas, que al desmovilizar a sus bases cavaron su propia tumba ante los especuladores, en el norte el protagonismo ha correspondido sobre todo a los gobiernos conservadores. Cuando estalló la crisis, algunos, como el de Nicolás Sarkozy, fueron los primeros en apostar tácticamente por “refundar el capitalismo”. Pero aquella consigna se reveló pronto como una mera cortina de humo, como una manera de ganar tiempo en un país que, ya desde las huelgas de 1995 contra los planes neoliberales de Juppé, cuenta con una sólida tradición de luchas en defensa de lo público. Consciente, sin embargo, de que la economía francesa no es la alemana, Sarkozy no tardó en aprovechar la coyuntura para cargar contra el sistema público de pensiones, imponiendo prácticamente sin debate parlamentario, la ampliación de la edad de jubilación. El recién estrenado gobierno de David Cameron no le ha ido a la zaga. A poco de asumir, entregó a los especuladores un 40% del gasto social, intentando hacer pasar como medida de racionalización administrativa lo que en el fondo constituye una nueva carga de profundidad contra dos de los pilares históricos del Welfare británico: la sanidad y la educación públicas.

Que estas políticas comportan un auténtico estado de emergencia económico, impuesto al margen o al filo de la legalidad vigente queda probado, en buena medida, por la manera furtiva en que los países fuertes de la UE han decidido reflejarlo en el Tratado de Lisboa. Lejos queda el tiempo en que, tras el rechazo francés y holandés al tratado constitucional, las clases dirigentes europeas planteaban la necesidad de un Plan B que acercara la UE a la ciudadanía y que perfeccionara los mecanismos de participación democrática. La idea, ahora, es precisamente la opuesta: evitar, a cualquier precio, referendos que puedan llevar el debate sobre el proceso de la integración a la opinión pública y acarrear resultados no queridos. Desde esta perspectiva, incluso la reforma del Tratado de Lisboa se presenta como un trámite engorroso. Engorroso pero inevitable, si se tiene en cuenta que son varias ya las demandas de constitucionalidad planteadas ante el Tribunal constitucional alemán contra el Fondo de Ayuda Financiera de 750 mil millones de euros aprobados el pasado mes de mayo sin discusión parlamentaria alguna.

A estas alturas, no es ningún secreto que el marco económico impuesto por la UE, sobre todo en la zona euro, está abiertamente reñido con la mejor tradición del constitucionalismo social y democrático de la que muchos estados miembros pretenden extraer su legitimidad. La crisis, en efecto, ha demostrado la extrema debilidad, cuando no la futilidad de protocolos, cláusulas sociales y cartas europeas supuestamente encargados de frenar la erosión de derechos arduamente conquistados. Pero no sólo eso: también ha forzado reformas regresivas y mutaciones en las constituciones formalmente vigente en los estados, sobre todo en aquellas más exigentes desde el punto de vista de su contenido social. Este es el caso, por ejemplo, de Portugal. Allí, el avanzado texto de 1976, aprobado tras la revolución de los claveles, tuvo que ser reformado en siete ocasiones, entre otras razones, para acomodarse a la horma monetarista y neoliberal de la constitución económica europea. Y ahora, no por casualidad, ha sido objeto de un nuevo embate a manos de la derecha conservadora, que ha impulsado una octava modificación con el propósito de devaluar el alcance normativo de derechos sociales básicos como los derechos a la educación y a la sanidad, públicos y gratuitos. Este fenómeno, en cualquier caso, también ha impactado en estados con constituciones sociales relativamente más débiles. Así lo demuestra la experiencia española, donde el propio tribunal constitucional tuvo que recurrir a una dudosa operación semántica para compatibilizar la “supremacía” del texto de 1978 con la “primacía” del derecho de la UE, y donde el Partido Popular no ha dudado en proponer la constitucionalización de la ausencia de déficit como una forma, precisamente, de europeizar el derecho interno.  

Más allá de la cuestión de la legalidad, estas políticas estás revelándose, además, como un despropósito desde el punto de vista de su efectividad. No servirán para conseguir algunos de los fines que aseguran perseguir, como aplacar a las oligarquías financieras. Por el contrario, lo más probable es que desaten un espiral de recortes que ahondará el actual marco recesivo, empujará a algunos países directamente a la depresión y aumentará todavía más la exclusión social. Es más, si la desintegración y el dumping social no han ido ya más lejos, es, nuevamente, gracias a las protestas que, de manera embrionaria pero persistente, se han propuesto plantar cara a estas políticas y despojarlas de su aura de inevitabilidad. A diferencia de lo que podía ocurrir a inicios del siglo pasado, estas resistencias se producen tras décadas de políticas neoliberales, en un contexto de fuerte fragmentación social y sindical y con la extrema derecha al acecho. Lo cierto, empero, es que sin las huelgas generales griegas, francesas y portuguesas, sin la movilización, contra el miedo y el chantaje, de millones de trabajadoras y trabajadores, de parados, precarios, estudiantes y pensionistas de todo el continente, las perspectivas serían sin duda peores.

Los grandes grupos económicos y mediáticos y sus aliados políticos son plenamente conscientes de ello. Por eso, a pesar de la relativa debilidad de la respuesta social producida hasta ahora, han combinado el desdén por la misma con su criminalización preventiva. En Grecia, el gobierno no tardó en sacar a relucir el espantajo del manifestante terrorista y la represión pronto sumó en su haber varios muertos y centenares de heridos y detenidos. En Francia, Sarkozy lanzó los gendarmes a las calles para obligar a los manifestantes a volver a sus trabajos, y aunque algunos tribunales consideraron que la medida constituía una restricción ilegítima al derecho de huelga, la cifra de arrestados pronto superó los dos mil. Incluso en el caso español, donde el paro juvenil es ya del 40%  y donde la protesta no fue ni la mitad de intensa que en Grecia o Francia, bastó que la huelga del 29-S tuviera más éxito del esperado para que la patronal, la derecha política y ciertos medios de comunicación la rebajaran a un ejercicio de vandalismo protagonizado por sindicalistas y anti-sistemas que pretendían acabar con el Estado de derecho.
En realidad, quienes buscan reducir la protesta social a actos aislados de salvajismo o de delincuencia no sólo tratan de despojarla de legitimidad. También intentan minimizar u ocultar la enorme violencia pública y privada que hay detrás de las políticas impuestas para afrontar la crisis. Y es que en el fondo, en el conflictivo escenario que se extiende por Europa en estos tiempos, dos proyectos se baten a duelo. Uno, el del ajuste y el despotismo financiero, lleva en su seno la semilla de un futuro lúgubre, capaz de convocar los peores fantasmas del populismo represivo, la xenofobia y el nacionalismo excluyente. El otro, el de la Europa movilizada en defensa de los derechos sociales y los bienes públicos, comunes, contiene en cambio la promesa de una alternativa igualitaria y democrática al desorden actual, dentro pero también más allá de las fronteras estatales. En ese contexto, el imperativo ético y político de los tiempos por venir no puede ser otro que preservar esta Europa indómita de la fragmentación, el enfrentamiento cainita y la criminalización. Y hacerle espacio. Y conseguir que dure.


Gerardo Pisarello es profesor de derecho constitucional en la Universidad de Barcelona y miembro del Comité de Redacción de Sin Permiso. Jaume Asens es abogado y ambos son miembros del Observatorio de Derechos Económicos, Sociales y Culturales de Barcelona.