8 de noviembre de 2010

CRISIS INTERNACIONAL Y DESAFÍOS DE LA DEUDA EN EL SUR Y EN EL NORTE

Eric Toussaint


Exposición de introducción a un taller sobre deuda publica durante la Conferencia Nacional de Comités Locales (CNCL) ATTAC Francia, 16 y 17 de octubre 2010, Universidad de Saint-Denis, Paris VIII
Eric Toussaint es presidente del CADTM Bélgica (www.cadtm.org ) y miembro del Consejo Científico de ATTAC Francia.

I. Algunos datos sobre la deuda externa de los países en desarrollo (PED) y de los países mas industrializados

Volumen de las deudas:
Deuda pública externa de todos los PED |1|. 1,5 billones de dólares (1 500 000 000 000 dólares)
Deuda pública externa del África subsahariana: 100.000 millones de dólares.
Deuda pública externa de América latina: 400.000 millones de dólares (400 000 000 000 dólares)
Deuda pública externa de Francia: 1,2 billones de dólares (1 200 000 000 000 dólares) -esta cifra incluye solamente la deuda del gobierno central- |
2|
Deuda pública externa de España: 318.000 millones de dólares.
Deuda pública externa de Estados Unidos: 3,5 billones de dólares (la deuda total interna y externa de todas las administraciones públicas de Estados Unidos es de unos 15 billones de dólares).

Otro concepto a tener en cuenta: la deuda total externa es la suma de la deuda pública y de la deuda privada, y se compara con el PIB (producto interior bruto).
Deuda externa de América Latina: cerca del 40 % del PIB.
Deuda externa de Irlanda: 1.100 % del PIB.
Deuda externa de España: 169 % del PIB.
Deuda externa de Portugal: 233 % del PIB.
Deuda externa de Grecia: 162 % del PIB.
Deuda externa de Estados Unidos: 100 % del PIB.
Deuda externa de Reino Unido: 400 % del PIB.

II. La deuda en el Sur

El contexto actual es favorable en muchos aspectos a los PED, debido a tres factores que producen un peligroso sentimiento de despreocupación, cuando no de euforia en sus jefes de gobierno, ya sean éstos de derecha, de centro o de izquierda.
 En lo que concierne a la deuda pública:
1) Los bajos tipos de interés (0 % en Japón, 0,25 % en Estados Unidos, etc.) permiten a los PED refinanciar en el Norte su deuda externa, además con una reducción en las primas de riesgo vinculadas a cada país. Por otro lado, para algunos países pobres muy endeudados, los efectos de la anulación de deuda por el Club de París, el Banco Mundial, el FMI, etc. comienzan a aliviar realmente el servicio de la deuda. Los problemas subsisten pero el peso del reembolso de la deuda es menor. Pero, atención, este alivio es la contrapartida de la prosecución de las políticas neoliberales dictadas por el FMI y el BM que afectan mucho a las condiciones de vida de la mayoría de la población.
2) El alza de los precios de los productos primarios (a partir de 2004) aumenta los ingresos de los países que los exportan y, al mismo tiempo, aumenta sus reservas en divisas fuertes. Al tener estas reservas se facilita el reembolso de sus deudas exteriores (que se deben pagar en divisas).
3) Debido a la enorme masa de liquidez que se mueve a través del mundo, existen flujos de capitales que van, temporalmente, a las bolsas de los países emergentes.
► De manera general, la deuda externa pública de los PED baja, y esta evolución concierne a casi todos estos países, incluso a los más pobres. Pero de nuevo atención: hasta aquí hemos tenido en cuenta que la deuda pública externa disminuye. Sin embargo, la situación se complica claramente si se toma en cuenta la deuda pública total, ya que la deuda interna va en aumento. En consecuencia, el peso del servicio de la deuda pública con respecto al presupuesto del Estado es, en muchos casos, idéntico al de hace unos años.
No obstante, como los gobiernos del Sur, el Banco Mundial y el FMI ponen énfasis en la deuda externa, la situación parece a primera vista totalmente controlada. Sin embargo, esta coyuntura es frágil, puesto que depende de factores que los PED no controlan:
1.- La evolución de uno de ellos tiene y tendrá un papel determinante, se trata de China. Este país —el taller del mundo— es el mayor importador de bienes primarios. El mantenimiento de un nivel elevado de importación de estos bienes por China provoca la elevación del nivel de precios de estos productos. Si los pedidos chinos bajaran de manera significativa, se correría un fuerte riesgo de que su precio se redujeran o se desplomaran. Varios factores pueden fragilizar el crecimiento actual chino, que podrían conducir a una reducción de la demanda: la especulación en la bolsa, con unas fluctuaciones considerables; el desarrollo de una burbuja inmobiliaria que alcanza proporciones realmente preocupantes. Todo esto en un marco de endeudamiento exponencial dentro sus fronteras |3| puede producir la explosión de unas acreencias más que dudosas, provocando la fragilización de un sistema bancario principalmente público. Podemos temer el estallido de varias burbujas en China —llamadas en particular crisis gemelas: crisis de la bolsa y crisis inmobiliaria, que pueden producir el crash bancario, como ocurrió en Estados Unidos en 2007-2008, y en Japón en 1990—, y sin embargo, no se hace una valoración seria de cuáles serán las consecuencias en el resto del planeta, incluidos los PED. Lo que es probable, y es lo que debemos tener presente, es que en caso de desaceleración del crecimiento de la economía china existe un riesgo importante de descenso del precio de los productos primarios.
2.- Los tipos de interés algún día aumentarán. En el Norte, los bancos privados tienen acceso en los Bancos Centrales (la Fed, el Banco Central Europeo, el Banco de Ingletera, el Banco de Japon,…) a un recurso financiero muy poco costoso, o sea, con un interés bajo. Con esta enorme liquidez, los bancos prestan, pero en cantidades limitadas, a las empresas que invierten en producción y a las familias que consumen. El resto, grandísimo, les sirve para especular con las materias primas, con los títulos de la deuda pública, o para prestar a terceros (por ejemplo a empresas industriales, que con ese dinero a su vez especulan en lugar de invertirlo en producción). Los Bancos Centrales de los países más industrializados saben que se están formando nuevas burbujas y en consecuencia tendrían que aumentar los tipos de interés para disminuir la liquidez en circulación. Pero dudan, puesto que si se resuelven a hacerlo existe de nuevo un riesgo de quiebras bancarias. Es como la elección ente la peste y el cólera: si los tipos permanecen bajos, se formarán nuevas burbujas y pueden llegar a un volumen realmente inquietante; si los tipos aumentan, las burbujas que ya existen podrían estallar rápidamente.
Si los tipos de interés aumentan, la especulación con las materias primas debería disminuir (ya que la liquidez disponible para esas actividades se agotará), lo que producirá una disminución en su precio.
Resumiendo, si los tipos de interés acaban aumentando, los PED pueden acabar estrangulados: encarecimiento del servicio de la deuda, unido a un descenso en la entrada de divisas por la fuerte reducción en el precio de los bienes primarios (véase el punto precedente). Los PED corren el riesgo en este caso de encontrarse de nuevo en la situación de los años ochenta: el alza del tipo de interés decidido por la Reserva Federal estadounidense a fines de 1979 —decisión seguida por otros Bancos Centrales de los países más industrializados—que provocó el aumento brutal de los reembolsos de las deudas que debían efectuar los PED, que, al mismo tiempo, se vieron confrontados a una caída del precio de los productos primarios (recordemos que el precio de las materias primas mantuvo una tendencia a la baja de 1981 a 2003).
3.- Finalmente, los flujos de capitales que van hacia las bolsas de los países emergentes pueden cambiar su rumbo bruscamente, desestabilizando la economía de estos países.

III. La deuda en el Norte

Sobre esta parte, Eric Toussaint toma como referencia un informe de economistas de la Universidad de Londres, en especial Costas Lapvitsas, donde se trata, entre otras, la cuestión de la deuda de Grecia, Portugal y España. Este estudio de 72 páginas, que merece ser traducido al español, es una mina de informaciones y de ideas. |4| También se hace referencia a un trabajo de 4 páginas sobre el tema del la deuda en el Norte del CADTM. |5|
Referencia histórica: La deuda comenzó a tener en el Norte niveles elevados en los años ochenta del siglo pasado. En efecto, después del primer shock petrolero y de la crisis económica de 1973-1975, los gobiernos trataron de relanzar la economía con empréstitos públicos. La deuda explotó cuando la Reserva Federal estadounidense aumentó sin previo aviso los tipos de interés a partir de octubre de 1979 (véase más arriba).
Seguidamente, a partir de fines de los años ochenta, la situación de las finanzas públicas se agravó de nuevo. Su causa: la «contrarreforma fiscal » llevada a cabo a favor de las empresas y de las personas de altos ingresos, que tuvo como consecuencia una reducción de la recaudación fiscal, compensada por una parte por el aumento de los impuestos indirectos (el IVA), y por la otra por el recurso al endeudamiento.
La crisis que comenzó en 2007 y sobre todo la manera con que los gobiernos rescataron a los bancos privados degradaron aún más la situación de las finanzas públicas.
En los países como el Reino Unido, Bélgica, Alemania, los Países bajos, Irlanda, los gobiernos gastaron sumas considerables de dinero público para salvar a los bancos. En un futuro próximo, el gobierno español decidirá seguramente hacer lo mismo con las cajas de ahorro regionales, en quiebra virtual debido a la crisis del sector inmobiliario. Irlanda está literalmente hundida bajo las deudas provenientes de los grandes bancos privados que el gobierno ha nacionalizado, sin recuperar el costo del salvataje, con los recursos de los accionistas.
Por otra parte, con la enorme liquidez puesta a su disposición por los Bancos Centrales en 2007-2009, los bancos del Oeste europeo (sobre todo los alemanes y franceses) concedieron un gran volumen de créditos (principalmente al sector privado pero también a los poderes públicos) a los países de la «periferia de la Unión Europea», como España, Portugal y Grecia, ya que los banqueros consideraban que no existía ningún peligro. La consecuencia de esta política de préstamos fue un fuerte aumento de la deuda de estos países, en particular el de la deuda privada (la relación deuda privada/deuda total externa es del 83 % en España, 74 % en Portugal y 47 % en Grecia) |6|. Los banqueros alemanes y franceses tienen entre ambos el 48 % de los títulos de la deuda española (los bancos franceses el 24 %); también el 48 % de los títulos de la deuda portuguesa (los franceses, ellos solos, el 30 %); el 41 % de los títulos de la deuda griega (los franceses el 26 %) |7|.
A pesar de que los gastos sociales de los Estados no son en absoluto responsables del aumento de la deuda pública, están en el punto de mira de los planes de austeridad.
El aumento de la deuda pública es utilizada por los gobiernos como argumento para justificar la adopción de nuevos planes de austeridad.
Por otro lado, se dice en el Norte que El Problema es la deuda pública, cuando, en la mayor parte de países es la deuda privada la que plantea problemas. Esta enorme deuda de las empresas privadas corre el riesgo, si no se toman medidas adecuadas, de transformarse en poco tiempo en deuda pública.
La crisis griega:
Gran parte de los préstamos fueron concedidos a Grecia para financiar la compra de material militar a Francia y a Alemania, aumentar el consumo a crédito de las familias y para favorecer el endeudamiento de las empresas privadas. Después del estallido de la crisis, el lobby militar-industrial logró que el presupuesto de defensa fuera apenas tocado, mientras el gobierno del PASOK recortaba brutalmente los gastos sociales. Sin embargo, en plena crisis griega, a comienzos de año, Recep Tayyip Erdogan, el primer ministro de Turquía, país que mantiene tensas relaciones con su vecino griego, fue a Atenas a proponer una reducción del 20 % en los presupuestos militares de ambos países. Pero el gobierno griego no cogió el cable que le había tendido Turquía. Se encontraba bajo la presión de las autoridades francesas y alemanas, que querían promover sus exportaciones de armas. A eso hay que agregar los numerosos préstamos de los bancos, principalmente alemanes y franceses, a empresas privadas y a las autoridades griegas en 2008-2009. Estos bancos habían recibido préstamos del Banco Central Europeo a tipos de interés bajos y ese dinero, así obtenido, lo prestaron a Grecia con tipos de interés más altos. Como resultado, un buen negocio, que les permitió obtener en un corto plazo jugosos beneficios. Los banqueros no se preocuparon de la capacidad de los deudores para reembolsar el capital prestado a medio plazo. Por lo tanto, los bancos privados tienen una gran responsabilidad en este endeudamiento excesivo. Los préstamos de los países miembros de la Unión Europea y del FMI a Grecia no respetan los intereses de la población griega, sólo sirven para el pago a los bancos alemanes y franceses en peligro por una arriesgada política de préstamos. Además, están unidos a políticas que atentan contra los derechos sociales de la población griega. Y bajo este aspecto, constituyen préstamos odiosos. Nota bene: ver la ponencia que hizo Claudio Katz en Atenas el 16 de octubre 2010 comparando Grecia 2010 y Argentina 2001- … http://www.cadtm.org/Grecia-2010-Ar...

IV. Las alternativas

1.- El CADTM ha propuesto 8 medidas que conciernen a la deuda pública (véase las 4 páginas mencionadas más arriba en http://www.cadtm.org/Juntos-para-im... ), en el que el elemento central es la moratoria unilateral de la deuda, sostenida por una auditoría de la deuda pública efectuada bajo control ciudadano. Cuando el CADTM recomienda una cesación de pagos sabe de qué habla, pues participó en la comisión de la auditoría de la deuda de Ecuador, creada en julio de 2007. Comprobamos que numerosos préstamos habían sido concedidos violando las reglas más elementales. En noviembre de 2008, el nuevo gobierno se basó en nuestro informe para suspender el reembolso de bonos de la deuda que vencían, algunos en 2012 y otros en 2030. Finalmente, el gobierno de este pequeño país de Latinoamérica salió vencedor del pulso mantenido con los banqueros norteamericanos tenedores de los bonos de la deuda ecuatoriana. El gobierno compró por 1.000 millones de dólares títulos que valían 3.200 millones, ahorrando así el tesoro público ecuatoriano cerca de 2.200 millones de dólares del stock de la deuda, a lo que hay que sumar los 300 millones de dólares de interés por año, que desde 2008 no se pagan. Esto le dio al gobierno ecuatoriano nuevos medios financieros para poder aumentar los gastos sociales en sanidad, educación, ayuda a los pobres.
La cuestión es poner en evidencia el carácter legítimo o ilegítimo de la deuda (concepto histórico de «deuda odiosa», precedentes históricos como la anulación de la deuda iraquí en 2004, a pedido de Estados Unidos).
2.- Recurso de los Estados a efectuar «actos soberanos». Habitualmente se piensa a Estados Unidos o a Israel cuando se citan.
Sin embargo hay ejemplos recientes, en particular en Latinoamérica, de actos soberanos para resistir a la dominación de las IFI, de acreedores privados o de países dominantes:
• El ejemplo de la suspensión unilateral del pago de la deuda por Ecuador, mencionado más arriba.
• El ejemplo de Argentina, que rechazó el pago de su deuda entre 2001 y 2005, poniendo por delante la responsabilidad de los acreedores. Argentina, después de haber suspendido el reembolso de su deuda, finalmente la renegoció en febrero-marzo de 2005 al 45 % de su valor. Gracias a esta moratoria unilateral sobre los títulos de la deuda por un monto de cerca de 100.000 millones de dólares, el país pudo invertir sus recursos y reanudar su crecimiento (8 % de crecimiento anual en el período 2003-2007). Argentina todavía tiene una cuenta pendiente con miembros del Club de París. Desde diciembre de 2001 no hace ningún reembolso a los países miembros del Club y lo lleva muy bien. El Club de París representa los intereses de los países industrializados y no quiere publicidad acerca del no pago de la deuda argentina, ya que teme que otros gobiernos puedan seguir el ejemplo. Hay que destacar que Argentina forma parte actualmente del G20 y que, por lo tanto, no está en absoluto marginada a pesar de sus actos unilaterales soberanos.

Se puede agregar que, condenados por los órganos de las IFI, algunos países notifican a estas mismas organizaciones que han dejado de reconocer sus decisiones o arbitrajes, y eso está muy bien. Así, en 2009, Ecuador denunció 21 tratados bilaterales de inversiones y notificó al Banco Mundial que dejaba de reconocer al CIADI, el tribunal de Banco Mundial en materia de litigios sobre inversiones. Ya Bolivia había tomado la delantera en 2007.
3.- El Banco del Sur, lanzado en 2007 por 7 países de América del Sur (Argentina, Bolivia, Brasil, Ecuador, Paraguay, Venezuela), aunque todavía no ha comenzado sus actividades (véase la entrevista a Eric Toussaint publicada en el diario suizo Le Courrier, el 16 de octubre de 2010, http://www.cadtm.org/Senales-preocu... )
Perspectivas de trabajo para ATTAC
Después de este taller, podemos sugerir varias pistas de trabajo: - Hacer difusión, mediante un material apropiado, las «gestiones soberanas» de resistencia realizadas por algunos países (Ecuador, Bolivia, Argentina, etc.), los actos efectuados y sus consecuencias.
• Impugnación de la deuda: condiciones de aplicación de una gestión análoga a la de Ecuador en el marco de la Unión Europea o de la zona Euro, con la identificación de los márgenes de maniobra que podrían disponer los países frente a los diktats de la Unión Europea, del FMI y a las presiones de los acreedores, etc.
• Integrar la reivindicación de la auditoría de la deuda en las proposiciones realizadas por ATTAC.
 Proponer una información accesible sobre los respectivos papeles de la deuda pública y de la deuda privada en la situación actual, sobre la responsabilidad de los bancos en la formación de las burbujas financieras y por lo tanto en el aumento de la deuda pública.
Traducido por Griselda Pinero.

Notas

|1| Los países llamados PED por los organismos internacionales (FMI, BM, OCDE) son los de América Latina, África, Oriente Medio, Asia —salvo Japón y Corea del Sur— y Europa del Este.
|2| OCDE, Dette de l’Administration centrale, Annuaire statistique 2000-2009, p. 31
|3| Ojo! Nos referimos al endeudamiento interno preocupante en China. No confundir la situación de la China respecto a su deuda interna con la posición del país asiático frente al exterior. China es el mayor acreedor internacional.
|4| C. Lapavitsas, A. Kaltenbrunner, C. Lambrinides, D. Lindo, J. Meadway, J. Michell, J. P. Painceira, E. Pires, J. Powell, A. Stenfors, N. Teles «THE EUROZONE BETWEEN AUSTERITY AND DEFAULT», SEPTEMBER 2010 http://www.researchonmoneyandfinanc...
|5| http://www.cadtm.org/Juntos-para-im...
|6| C. Lapavitsas y … p. 8.
|7| C. Lapavitsas y … p. 10
http://www.cadtm.org/Crisis-internacional-y-desafios-de

¿GUERRA DE DIVISAS?, POR SUPUESTO

Immanuel Wallerstein | La Jornada


Las divisas son un problema económico muy particular. Porque las divisas son la verdadera relación donde unos ganan y otros pierden. Sean cuales sean los méritos de la revaluación o devaluación de una divisa particular, estos méritos son ganancias sólo si otros pierden. No puede todo mundo devaluar al mismo tiempo. Es imposible lógicamente y por tanto carece de sentido en lo político.

La situación mundial es bien conocida. Hemos estado viviendo en un mundo donde el dólar estadounidense ha sido la divisa mundial de reserva. Esto, por supuesto, le ha dado a Estados Unidos un privilegio que ningún otro país tiene. Puede imprimir su divisa a voluntad, siempre que piense que al hacerlo resuelve algún problema económico inmediato. Ningún otro país puede hacer esto; o más bien ningún otro país puede hacerlo sin penalización mientras el dólar se mantenga como la divisa de reserva aceptada.

Es también muy conocido que, por algún tiempo ya, el dólar ha estado perdiendo su valor en relación con otras divisas. Pese a las fluctuaciones continuas, la curva ha sido descendente tal vez durante 30 años por lo menos.

Los países del noreste de Asia –China, Corea y Japón– han emprendido políticas relativas a las divisas que otros países han criticado. De hecho éste es un asunto que es el objeto de una atención constante en los medios. Sin embargo, para ser justos, en este momento no es de ningún modo fácil establecer la política más sabia, aun desde la perspectiva egoísta de cada país.

Yo considero que el asunto subyacente es más simple que las enredadas explicaciones de la mayoría de los analistas de política. Comienzo con algunos cuantos supuestos. El estatus del dólar como divisa de reserva del sistema-mundo es la última ventaja importante con que cuenta Estados Unidos en el sistema-mundo de hoy. Es por tanto entendible que Estados Unidos hará lo que pueda para mantener esta ventaja. Para hacer eso, requiere de la voluntad de otros países (incluidos, notablemente, esos del noreste de Asia) no sólo para que usen el dólar como modo de calcular las transferencias sino como algo en lo cual invertir sus excedentes (particularmente en bonos del Tesoro estadounidense).

No obstante, la tasa de cambio del dólar ha ido deslizándose constante. Esto significa que tales excedentes invertidos en bonos del tesoro valen menos conforme pasa el tiempo. Llega un punto en que las ventajas de tal inversión (siendo la principal ventaja el sostener la capacidad de las empresas estadounidenses y los consumidores individuales para pagar por sus importaciones) serán menores que la pérdida del valor real de las inversiones en bonos del Tesoro. Ambas curvas se mueven en direcciones opuestas.

El problema es uno que está presente en cualquier situación de mercado. Si el valor de unas acciones está cayendo, los dueños querrán deshacerse de ellas antes de que caigan muy bajo. Pero si un accionista grande se deshace de ellas muy rápido, esto puede impeler a que otros corran a vender, lo que ocasiona pérdidas aún mayores. El juego es siempre encontrar un momento elusivo para deshacerse de las acciones, uno que no sea ni demasiado tarde ni demasiado pronto, ni demasiado lento, ni demasiado aprisa. Esto requiere un sentido perfecto del tiempo, y la busca de esta sincronía perfecta es el tipo de juicio que con frecuencia se tuerce.

Esto es lo que veo como retrato básico de lo que está ocurriendo y ocurrirá con el dólar estadounidense. No puede continuar manteniendo el grado de confianza mundial de que alguna vez gozó. Tarde o temprano, la realidad económica se le empantanará. Esto puede ocurrir en una conmoción de cinco minutos o en un proceso mucho más lento. Pero cuando ocurra, la pregunta clave es ¿qué ocurrirá entonces?

No hay hoy otra divisa que tenga el equilibrio necesario para remplazar al dólar como divisa de reserva. Siendo ese el caso, cuando el dólar caiga, no habrá divisa de reserva. Estaremos en un mundo multipolar de divisas. Y un mundo multipolar de divisas es un mundo muy caótico, en el cual nadie se siente a gusto porque los constantes virajes repentinos de las tasas de cambio hacen muy precarias las mínimamente racionales predicciones económicas de corto plazo.

El director administrativo del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn, en este momento advierte públicamente que el mundo se está hundiendo en una guerra de divisas, cuyo resultado podría tener un impacto negativo y muy dañino en el más largo plazo.

Una posibilidad real es que el mundo pueda revertir, a mí me parece que ya lo está haciendo, a acuerdos de trueque de facto, una situación que no es en realidad compatible con el funcionamiento efectivo de la economía-mundo capitalista. ¡Caveat emptor!, ¡compren a su propio riesgo!
Traducción: Ramón Vera Herrera


5 de noviembre de 2010

CLAVES DE LA OFENSIVA INTERNACIONAL CONTRA LAS PENSIONES Y LAS CONDICIONES DE TRABAJO

PENSIONES | EL AUTOR DE ‘LA ARMADURA DEL CAPITALISMO’ EXPLICA LA OFENSIVA CONTRA LOS DERECHOS SOCIALES SOBRE TIEMPO DE TRABAJO


Las protestas en Francia abren un escenario político que el autor equipara con la situación que se dio en Europa durante los años ‘20.


Periódico “Diagonal”. Alejandro Teitelbaum / Abogado y diplomado en Relaciones Económicas Internacionales (Universidad de Paris I)
Jueves 4 de noviembre de 2010. Número 136


Pensiones: Trabajar más para vivir peor. Foto: Martin Barzilai.

Las actuales protestas y manifestaciones, no sólo en Francia sino en otros países, podrían indicar que se está llegando nuevamente a la convergencia de los años ‘20 entre las condiciones objetivas de un sistema agotado, que ha puesto en evidencia sus contradicciones insuperables, y el hecho de que se está profundizando en la gente la conciencia de la injusticia social inherente al sistema. Los bienpensantes critican a los jóvenes porque participan en las protestas en Francia, pero éstos tienen buenas razones para inquietarse: con un mercado de trabajo restringido que genera desocupación, la propuesta gubernamental de retrasar la edad de la jubilación saturará más aún el mercado de trabajo e impedirá a buena parte de las nuevas generaciones obtener un primer empleo.


Memoria: vuelta a los años ‘20
La primera revolución industrial (el maquinismo que permitió el paso del trabajo artesanal a la manufactura) produjo dos resultados fundamentales: el surgimiento del proletariado industrial y un enorme aumento de la productividad del trabajo. Primero no hubo límites en las jornadas laborales: hombres, mujeres y niños trabajaban 16 o 18 horas diarias, no había descanso semanal ni vacaciones y menos aún jubilaciones.
Pero el nuevo proletariado comenzó a resistir y exigir mejores condiciones de trabajo. Este movimiento culminó en el decenio de 1920 cuando las luchas de los trabajadores, ayudadas por el temor de los capitalistas al ejemplo de la Revolución de Octubre en Rusia, lograron la jornada semanal de 48 horas. Esto respondió a la convergencia de dos factores: el aumento de la productividad, que permitía satisfacer las demandas del mercado con menos tiempo de trabajo, y la lucha de los trabajadores para mejorar sus condiciones de trabajo. Con el fordismo aumentó la intensidad del trabajo, como muestra agudamente Chaplin en Tiempos Modernos.
Desde entonces la jornada de trabajo se mantuvo estable, aunque disminuyó la jornada anual como resultado de las vacaciones más prolongadas y en algunos países disminuyó también la jornada semanal. A esto se unió que, con la revolución científico-técnica, la productividad del trabajo aumentó vertiginosamente, lo que, por otra parte, dio lugar al toyotismo o just in time. Por ejemplo, según las estadísticas oficiales del Institut national de la statistique et des études économiques (INSEE) una hora de trabajo asalariado en Francia era en 2004 23 veces más productiva que en 1975.
La lógica que se impuso en los ‘20 indica que, si para satisfacer la demanda del mercado consumidor (de “activos” y de “pasivos”) hace falta menos tiempo de trabajo, corresponde disminuir éste: la jornada diaria, semanal y anual. Y también el tiempo total de la vida llamada activa, adelantando y no retrasando la edad de la jubilación. Porque, aunque los activos sean relativamente cada vez menos en proporción a los jubilados, la tarta a repartir crece más rápidamente. El argumento demográfico (la población envejece, aumenta la esperanza de vida) es entonces insostenible. La cuestión es cómo se reparte esa tarta.
Las élites político-económicas, con su cortejo de economistas, “politólogos” y otros “especialistas” presentan como inevitables políticas sociales injustas y económicamente irracionales. En realidad, no hacen otra cosa que defender encarnizadamente la tasa de ganancia (o tasa de explotación) de los patrones. El aspecto financiero es secundario o simplemente un pretexto. La raíz del problema es que el estado actual de desarrollo de las fuerzas productivas y el formidable incremento de la productividad del trabajo podrían permitir estar en el umbral de la sociedad que vislumbró Marx hace más de un siglo y medio: el ser humano liberado de la necesidad de buena parte de los trabajos físicos y del trabajo alienado, y disponiendo de más tiempo libre (durante su vida activa y jubilándose antes) para dedicarlo a su realización personal.
Pero la liberación del ser humano está en contradicción con la esencia misma del sistema capitalista, basado en la opresión y la explotación de los seres humanos. Por eso, cuando lo que habría que hacer en función del aumento de la productividad, sería disminuir el tiempo de trabajo (lo que permitiría crear nuevos empleos) y aumentar los salarios y las pensiones, los dueños del poder, con el pretexto de combatir la crisis y la desocupación y de “salvar” la Seguridad Social, congelan o disminuyen los salarios, aumentan la jornada de trabajo, introducen la “flexibilidad laboral”, aumentan la edad de la jubilación y reducen las pensiones. Esta es la paradoja de la sociedad contemporánea, en la que, mientras una ínfima minoría mantiene confiscado el poder y acumula riquezas hasta la obscenidad (inclusive y aún más en tiempos de crisis) las necesidades mínimas de buena parte de la población mundial permanecen insatisfechas y les resultan inalcanzables sus legítimas aspiraciones materiales y espirituales.


TRABAJAR MÁS PARA VIVIR PEOR
Productividad
En los últimos años, pese a que ha aumentado la productividad, también ha aumentado la intensidad del trabajo con el “toyotismo” (o just in time: producción de lo necesario en función de la demanda de cada momento evitando la acumulación de stocks de mercancías) y con la flexibilidad laboral. Esta tendencia al aumento de la jornada de trabajo se acentúa a causa de la necesidad que tiene mucha gente de trabajar más tiempo a fin de ganar lo mínimo necesario para sobrevivir.


Privatización
El FMI aconseja la privatización para resolver los problemas financieros de la Seguridad Social. Pero esa privatización margina a los trabajadores con menores ingresos, es decir, a los más necesitados, a causa de que las cotizaciones son muy elevadas. Esto es más notorio en los países donde los salarios son de por sí bajos. Además, el porvenir de los sistemas privados es incierto y los trabajadores que pertenecen a ellos corren el riesgo de encontrarse en el futuro sin protección.

3 de noviembre de 2010

CURSO RÁPIDO E INTENSIVO DE TEORÍA ECONÓMICA LIBERAL. EN 2 MINUTOS Y 48 SEGUNDOS

BAUMAN Y LAS NUEVAS DINÁMICAS DE LA DESIGUALDAD

Cambios en las estructuras del mercado y globalización de la miseria

La última edición de los premios Príncipe de Asturias facilitó la llegada a España de Zygmunt Bauman. El creador de conceptos como la ’modernidad líquida’ expuso en Barcelona su pensamiento acerca de las mutaciones en el sistema capitalista y de la falta de instrumentos que pongan coto a la devaluación de las democracias occidentales.

Carles SÁNCHEZ. Periódico “DIAGONAL” / Barcelona

Martes 2 de noviembre de 2010.  Número 136


El polaco Zygmunt Bauman es uno de los más importantes pensadores de la post modernidad.

El 23 de octubre Zigmunt Bauman, flamante premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades junto con Alain Touraine, dio una conferencia en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona en la que disertó sobre la estrategia universal de la lucha por el poder y de cómo ésta, mientras los estados desarrollados han creado estructuras burocráticas que han dado visos de razonabilidad y modernidad a sus sociedades, ha llevado a cabo un proceso de transversalización de la economía mundial a través de la globalización, poniendo en peligro el futuro de las democracias.
Bauman explica cómo los Estados, preocupados por conseguir que el comportamiento de sus ciudadanos fuera previsible ha permitido que el poder económico manipulara los niveles de incertidumbre rompiendo el contrato social entre empresa y trabajadores, en el que ambas partes estaban confinadas a una ausencia de libertad de elección por estar ligadas a un espacio geográfico que no podían romper so pena de incrementar los costes finales de los productos al consumidor por la vía de las barreras arancelarias de acceso a los mercados internos. Capital y trabajo estaban obligados a entenderse. Era necesario para el capital poner coto a esa dependencia mutua abriendo las barreras arancelarias que permitieran deslocalizar la producción, rescindiendo unilateralmente aquel contrato mutuo que tanto permitió a las sociedades industriales alcanzar los niveles de bienestar que las caracterizó. Este contrato, enfatiza Bauman, ha sido rescindido unilateralmente porque mientras el capital ha pasado a moverse a escala planetaria con total libertad, la fuerza de trabajo ha continuado atada a unas fronteras políticas. La imagen que propone Bauman a este fenómeno es la de una fuerza de trabajo enraizada al territorio mientras que el capital sólo está anclado cual barco en un puerto, con la posibilidad de zarpar en cualquier momento.
Una consecuencia directa de estos hechos ha sido la rotura de una tendencia que ha sido permanente durante todo el siglo XX: el crecimiento económico de las naciones ricas era variable explicativa directa del crecimiento de sus clases medias y del empobrecimiento de las naciones pobres. Esta tendencia ha cambiado con la consolidación de la globalización económica: mientras disminuyen las distancias entre naciones ricas y naciones pobres, están aumentando las diferencias sociales internas de las economías ricas alcanzando niveles de concentración de la riqueza análogos a los del siglo XIX. También estamos asistiendo a un desvío del capital inversor hacia las economías emergentes (20.000 millones de euros en 2010 hasta el momento) que ya está causando una burbuja en los activos de aquellas economías. Otra de las consecuencias de esta dinámica que ha quedado evidenciada con la crisis ha sido la pérdida de poder de la política local frente a las fuerzas económicas mundiales. En palabras de Bauman, nos encontramos en un campo minado y sin instrumentos de intervención a escala planetaria.
En referencia a la afirmación de Bauman con respecto al peligro que corren nuestras democracias, la deriva del Tribunal Supremo estadounidense culminada por Bush ha puesto fin a los esfuerzos por controlar la financiación de las campañas electorales permitiendo la creación de unas sociedades opacas que vehicularán el dinero de forma secreta hacia los partidos. Los demócratas y liberales temen que se conviertan en un instrumento para apoyar a los aspirantes republicanos más conservadores. Las próximas elecciones americanas prevén una mayoría republicana en el Congreso que facilitaría la aprobación de este instrumento y que pondría a la política americana, todavía más si cabe, al servicio de los intereses empresariales.
Pero aquí no acaba todo, los conservadores de todo el mundo se están planteando si la democracia continúa siendo un instrumento válido para el crecimiento económico o, por el contrario, está suponiendo un exceso de trabas a sus aspiraciones económicas, tomando como referencia la pujante economía China y su ausente sistema de libertades.
No es casual que Bernie Ecclestone, propietario de la Fórmula 1, haya declarando su ausencia de fe en la democracia y poniendo como ejemplo cómo la democracia ha traído el desastre a Irak. Bien podría el sr. Ecclestone haber cuestionado la guerra inventada con documentos falsos de la CIA o denunciado las atrocidades cometidas por ejército estadounidense sobre la población local y que han sido reveladas por Wikileaks, o la tradicional ingerencia de occidente en el resto del mundo impidiendo, como alertaba Terzani en El fin es mi Principio, la supervivencia de otros oasis económicos. Como pueden ver, aquella “estrategia universal de la lucha por el poder” a la que aludía Bauman, camina con paso firme en su intención de convertir al mundo, como bien dice Josep Fontana, en una sociedad anónima.

1 de noviembre de 2010

ES HORA DE VOLVER A LLAMAR A LA LUCHA DE CLASES POR SU NOMBRE

David Rosen/ Revista “Sin Permiso”

Las grandes palabras no pronunciadas del discurso político norteamericano son "lucha de clases". La premisa moral y política del moderno "Siglo Norteamericano" surgido de la II Guerra Mundial es que los EEUU habrían superado las divisiones de clase y la lucha de clases. Todos, o casi todos, salvo los muy pobres y los muy, muy ricos, fueron absorbidos por una vastísima e indiferenciada clase media.
La ficción, según la cual Norteamérica es una nación sin clases, una leyenda mentirosa desde su nacimiento hace medio siglo, resulta cada vez más insostenible, a medida que se intensifica día tras día la lucha de clases. Ha llegado la hora de aceptar el sencillo pero profundo hecho de que Norteamérica se halla en medio de una guerra de clases: y los archiricos, la sección norteamericana de la oligarquía global, la están ganando.
En Francia y en Gran Bretaña, la lucha de clases se libra explícitamente. En Francia se expresa en forma de resistencia masiva y a menudo violenta, con sangre en las calles. En el Reino Unido se impone en forma de exigencia de austeridad por parte de la clase dominante a través despidos en masa en el sector publico, recortes ciclópeos en los servicios públicos y escasa resistencia abierta. En Alemania y en los EEUU, los lubricantes mediadores constituidos por las sutilezas leguleyas y los partidos políticos siguen conteniendo y amortiguando el conflicto directo de clases.
La extrema derecha es en todo el Occidente la única tendencia política explícitamente comprometida con la guerra de clases. Sin embargo, en la extrema derecha no se ve a la política como un mero fin en si mismo (la conquista del poder del estado), sino como medio para un fin de mayor alcance: la utilización del poder del Estado para imponer al cuerpo político disciplina legislativa, económica y moral.
El Tea Party es un movimiento popular comprometido la guerra de clases, normalmente no violenta. Es la voz de los cristianos vulnerables de las clases baja y medias. Su mundo está en crisis, y asisten a su colapso. Sus otrora envidiables privilegios sociales dimanantes de su raza ya no les protegen de los vicisitudes del capitalismo granempresarial. Como reacción a eso, se reatrincheran en la segura fortaleza del odio y se alinean con el absolutismo ideológico y moral promovido por algunas facciones de los archiricos, precisamente los mayores responsables de sus miserias.
La lucha de clases ha sido un rasgo inveterado de la cultura política norteamericana. Batallas de clase marcaron el primer período de formación de la nación, incluidas las insurrecciones de los aparceros de Nueva York en 1766, la Rebelión de Shay en 1786 y la Rebelión del Whisky en la década de 1790. Batallas de clase atravesaron el siglo XIX, incluyendo el Movimiento de los Hombres Trabajadores de la década de 1830 y la Revuelta de Nat Turner en 1831, así como las luchas populistas posteriores a la Guerra Civil en Haymarkey y en Homestead en el último trecho del XIX y el Ejército Coxey de trabajadores desempleados en 1894. Las batallas de clase cruzaron también el primer tercio del siglo XX, culminando en la Marcha de Veteranos de la I Guerra Mundial, la resistencia de los campesinos y granjeros a a las ejecuciones hipotecarias y las huelgas de los sindicalistas de la CIO en la década de los 30.
Las clases y la guerra de clases se hicieron desaparecer oficialmente durante la II Guerra Mundial, y efectivamente desaparecieron con la integración del sindicalismo y la legislación Taft-Hartley después de la guerra. El programa nacional de prosperidad y el anticomunismo de impronta maccarthysta, combinados con la campaña exterior de intervención militar de la Guerra Fría y la renovación económica del Plan Marshall, sentaron las bases de una revitalización del orden capitalista.
Este sistema de valores del nuevo orden mundial, que absorbía la lucha de clases, fue articulado por un grupo de intelectuales liberales "post-marxistas" entre los que se hallaban Daniel Bell, Sidney Hook, James Burnham e Irving Kristol. Respaldados por el Congreso para la Libertad Cultural de la CIA, fueron ellos que forjaron la ideología del "Siglo Norteamericano". Como escribió Bell: "La abundancia… fue el substituto norteamericano del socialismo".
Y desde luego, Norteamérica logró la abundancia en las primeras décadas de posguerra. Con la crisis del petróleo y la recesión de los 70, el Siglo Norteamericano comenzó a declinar. A mediados de los 80, la abundancia era ya cosa del pasado. Como David Bloom, un economista de Harvard, advirtió en 1986: "Se ha producido un encogimiento de la clase media. (…) A medida que la sociedad se polariza más, hay más 'poseedores" y más 'desposeídos', y menos gente en medio." [Time, 3 noviembre 1986.]
Desde la Revolución de Reagan, la abundancia de la clase media ha sido crecientemente substituida por deuda. Con Reagan desaparecieron los guantes de seda que durante tanto tiempo amortiguaron la guerra de clases. La promesa del Siglo Norteamericano languidece, y los ricos son cada vez más ricos y las clases medias trabajadoras están cada vez más esquilmadas.
En un poema escrito en 1894, el autor inglés Lord Alfred Douglas se refirió a la homosexualidad como al "amor que no osa decir su nombre". En 1895, Oscar Wilde fue juzgado y condenado por sodomía; durante el proceso, se le requirió para que se definiera en relación con el poema de Douglas, lo que contribuyó a popularizar la expresión. Un siglo después, en la homosexualidad en Occidente es ya, en general, un amor que no teme decir su nombre.
Hace un siglo, la guerra de clases se reconocía comúnmente como un rasgo distintivo de la modernización norteamericana. Grandes conglomerados industriales, encabezados por Standard Oil, dominaban el sistema económico y político norteamericano; y a los magnates que los dirigían se los conocían con el jocosamente despectivo sobrenombre de "barones ladrones". Dada esa situación de opresión, la guerra de clases era un concepto político aceptado de consuno por el periodismo de denuncia, el radicalismo, el sindicalismo y el pueblo trabajador común y corriente. Todo el mundo sabía que la única forma de luchar contra los conglomerados monopólicos y los barones ladrones era a través de la guerra de clases.
Hoy, la lucha de clases no osa ya decir su nombre. El capital financiero ha venido a sustituir al capital industrial como factor determinante de la economía global. Y uno de los progenitores de la Standard Oil, Citibank, influye de manera determinante en las decisiones federal de política económica. Desgraciadamente, los actuales archiricos, ya sean miembros de clubs exclusivos de ricachones, financiadores del Partido Republicano, mecenas de think tanks de extrema derecha o subsidiadotes del movimiento "populista" del Tea Party, raramente son despreciados y ridiculizados como barones ladrones.
Los actuales barones ladrones conocen la importancia de los medios de comunicación, y han sobornado a los formadores de la opinión popular. Bien trajeados ejecutivos empresariales y financieros, no moralmente mejores que arteros robacarteras, han sido convertidos en celebridades. Son lisonjeados hasta la náusea en reality shows televisivos, alabados a diario en programas y noticiarios económicos y sensacionalistamente ensalzados día sí y otro también en la prensa rosa. Los grandes medios de comunicación norteamericanos, obvio es decirlo, no quieren morder la mano que les da de comer.
El de clase, y particularmente el de clase media, es un concepto que se ha hecho vagaroso en el discurso político norteamericano. Se refiere a todos y a ninguno. La Oficina del Censo norteamericana no define, ni usa, la noción de "clase media", pero ha fijado el ingreso mediano de una familia de cuatro en 2008-2009 en 70.000 dólares anuales. Una investigación del instituto Pew en 2008 mostró que la mitad de los norteamericanos se definen a sí mismos como de clase media.
El grueso de los norteamericanos reconocen la realidad de la lucha de clases, por un lado, en las incesantes informaciones referidas a los elevados niveles de desempleo, al número cada vez mayor de ejecuciones hipotecarias y a la creciente morosidad, y, por el otro, en los disparados mercados de valores y los indecibles bonos pagados a los ejecutivos financieros. Eso pone ante la rotunda evidencia de las diferencias de clase, pero resulta un tanto confundente respecto del conflicto, más profundo, dimanante de la acrecida polarización de la riqueza en Norteamérica.
De acuerdo con Edward Wolff, un economista de la Universidad de Nueva York, la riqueza cada vez está más concentrada. En los 15 años que median entre 1983 y 1007, la participación en la riqueza nacional del 1% más rico creció de un 33,8% a un 34,6%; y el 20% más rico de los hogares norteamericanos en 2007 controlaba el 85% de la riqueza nacional, mientras que en 1983 sólo controlaba el 81,3%. El destino de la vasta "clase media" norteamericana, el restante 80%, no ha hecho sino empeorar: en 2007 controlaba un 15%, contra un 18,7% en 1983.
Es hora de que Norteamérica vuelva a llamar a la lucha de clases por su nombre. Por dos razones. Primero, para poder combatir el expolio que está arruinando las vidas de millones de norteamericanos enfrentados a la catástrofe financiera. Y segundo, para poner fin a la campaña de los archiricos (mancomunada con las políticas públicas de desfravación fiscal, subsidios y otros regalos) y de los medios de comunicación para mantener viva la ficción de que los EEUU son una sociedad sin clases y libre de guerra de clases.
David Rosen es un analista político norteamericano. Su libro más reciente: Sex Scandals America: Politics & the Ritual of Public Shaming (Key, 2009).
Traducción para www.sinpermiso.info: Ventureta Vinyavella

30 de octubre de 2010

IN MEMORIAN, MARCELINO CAMACHO









Por Marat
Cada hombre lleva en su mochila sus luces y sus sombras. Marcelino no era un hombre perfecto. Su ser de obrero consciente vivió la dura escisión entre el insobornable antifascista y trabajador concienciado de la necesidad de cambiar el mundo y el drama de una "transición" pactada y amnésica, en el que los pactos de la izquierda y su partido le exigieron desactivar lo más explosivo de las luchas de los trabajadores en aquél momento, a cambio del plato de lentejas para el Partido Comunista de España. Pero, siendo diputado por el PCE, devolvió su acta de diputado cuando comprendió que los sacrificios exigidos a los trabajadores ya no eran de recibo. Cierto, el mal estaba hecho. Pero el viejo león antifascista y obrero en sus últimos años, como cuenta Pepe Gutiérrez en su artículo "Las cenizas de Marcelino" (no sean vagos y búsquenlo en google o en Kaosenlared.net), "con el auge del neoliberalismo, Marcelino se había radicalizado, y los del “aparato” (los que salen en la foto institucional) ya no lo querían".

El balance final de la vida de Marcelino, más allá de las contradicciones socialdemócratas de los PPCCs exestalinistas, o no tan ex, según se ven sus purgas internas aún hoy, es claramente merecedor de nuestro reconocimiento, gratitud y recogida de bandera de lucha, para vergüenza de burócratas que dan las gracias a "príncipes" por sus condolencias, o Fidalgos que encendían el cigarrillo cada vez que los asistentes en el homenaje de la Puerta de Alcalá levantábamos el puño (este hombre de FAES va a acabar con un cáncer de pulmón pues levantamos el puño muchas veces) y Presidentes de gobierno traidores a la clase trabajadora. Ninguno de ellos podrá limpiar sus miserias en el sudario de Marcelino. Es de un blanco nuclear su integridad que resiste todas las manchas que deseen traspasarle los Pilatos al secar sus sucias manos.

Reconocer su grandeza, dentro de sus contradicciones, es humano, nos enaltece como personas, nos ayuda en este difícil momento en el que NINGUNO de cuantos deseamos transformar la sociedad en un sentido socialista tenemos una hoja intachable de servicios.

Salvando todas las distancias de una vieja tradición que ya no es mía porque hace muchos años dejé de pertenecer a esa corriente de la izquierda para encontrar su mejor continuación, sin la pesada herencia del estalinismo, hay un ejemplo del que me siento heredero porque extrae lo mejor de nosotros mismos y de la izquierda: su generosidad.

El viejo Presidente socialista de la República Italiana, el antiguo “partisani” Sandro Pertini, ante la muerte de su amigo comunista, secretario general del PCI, el 11 de Diciembre de 1984, corrió a velar su cuerpo, partiendo hacia Roma con un vuelo presidencial para escoltar al cortejo fúnebre.

Esa es la grandeza moral de la izquierda (“llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones”, en palabras de Buenaventura Durruti) y, en mi opinión, ahí se debiera haber quedado el homenaje a Marcelino. Cuando digo izquierda en ella me cabe la que hace lo que dice y dice lo que hace. Sobraban Fidalgos, Zapateros traidores y Príncipes de Asturias. El último de ellos porque, como parado parásito de lujo, ensucia con su presencia el homenaje al viejo luchador y los dos anteriores porque a la izquierda le sobran enterradores de empresas funerarias privatizadas.

Seguramente, con ello, los actos fúnebres hubieran tenido menos brillo mediático pero habrían ganado en limpieza moral de la izquierda y muestra de lo que significa ser diferente de verdad. Hubiera habido menos contradicción entre el legado de Marcelino y sus poco ennoblecidos herederos de huelgas y movilizaciones a meses vista y por obligación.

Comprender que Marcelino era un patrimonio de toda la izquierda combativa, pero sólo de esa izquierda, nos hubiera ahorrado el asco de ver cómo los partidarios de pasar página sobre los años de lucha obrera del ayer se retrataban intentando fagocitar su mensaje para quitarle toda la fuerza que, ante las nuevas luchas que nos ha tocado vivir hoy, él nos dejó como herencia.

DECLINACIÓN DEL CAPITALISMO, FIN DEL CRECIMIENTO GLOBAL, ILUSIONES IMPERIALES Y PERIFÉRICAS, ALTERNATIVAS

Jorge Beinstein |Kaos en la Red

NOTA DEL ADMINISTRADOR DEL BLOG: Presentamos un texto largo y difícil, no tanto por su complejidad como por su densidad.
El autor, Jorge Bienistein, no pertenece a la corriente política del administrador de este blog pero aporta reflexiones interesantes.  Es uno de los teóricos de la teoría del “desacople”, junto con Samir Amin, o de lo que Walden Bello denomina como la desconexión y aporta puntos de vista sugerentes, dentro de los pensadores apocalípticos, sobre un origen de la tendencia del capitalismo hacia una crisis terminal que va más allá de la crisis financiera mundial, iniciada en el último trimestre del 2007.
Espero que, con paciencia y esfuerzo (nadie dijo que ser anticapitalista fuera sencillo), lo disfruten.
 
Primer Encuentro Internacional sobre “El derecho de los pueblos a la rebelión” Caracas 7-8-9 de Octubre de 2010, día del guerrillero heroico
Las fanfarronerías de los lejanos años 1990 acerca del mileno capitalista-neoliberal han pasado a ser curiosidades históricas, tal vez sus últimas manifestaciones (ya a la defensiva) han sido las campañas mediáticas que nos señalaban el pronto fin de las “turbulencias financieras” y el inmediato retorno de la marcha triunfal de la globalización.

Ahora, al comenzar el último trimestre de 2010 las expectativas optimistas de los altos mandos del planeta (jefes de estado, presidentes de bancos centrales, gurúes de moda y demás estrellas mediáticas) van dando paso a un pesimismo abrumador. Se habla de trayectoria de las economías centrales en forma de W como si después del desinfle iniciado en 2007-2008 hubiera ocurrido una verdadera recuperación a la que ahora seguiría una segunda caída y a cuyo término llegaría la expansión durable del sistema, algo así como una segunda penitencia que permitiría a las elites purgar sus pecados (financieros) y retomar el camino ascendente.

La «recuperación» no ha sido otra cosa que un alivio efímero obtenido gracias a una sobredosis de “estímulos” que prepararon las condiciones para una recaída que se anuncia terrible. Porque el enfermo no tiene cura, su enfermedad no es la consecuencia de un accidente, de un mal comportamiento o del ataque de algún virus (que la súper ciencia de la civilización mas sofisticada de la Historia podrá más temprano que tarde controlar) sino del paso del tiempo, del envejecimiento irreversible que ha ingresado en la etapa senil.

La modernidad capitalista ya casi no tiene horizonte de referencia, su futuro visible se retrae a una velocidad inesperada, su posible supervivencia aparece bajo la forma de escenarios monstruosos marcados por militarizaciones, genocidios y destrucciones ambientales cuya magnitud no tiene precedentes en la historia humana.

El capitalismo ha llegado a ser finalmente mundial en el sentido más riguroso del término, ha conseguido llegar hasta los rincones más escondidos. En ese sentido puede afirmarse que la civilización burguesa de raíz occidental es hoy la única civilización del planeta (incluyendo adaptaciones culturales muy diversas). Pero la victoria de la globalización llega en el mismo momento en que comienza su decadencia, dicho de otra manera, si miramos a este comienzo de siglo desde el largo plazo la concreción del dominio planetario del capitalismo aparece como el primer paso de su decadencia, en consecuencia la condición necesaria pero no suficiente para la emergencia del post capitalismo ya está instalada.

Estamos ingresando en una nueva era caracterizada por el enfriamiento del capitalismo global y los fracasos para relanzar a las economías imperialistas que coinciden con el empantanamiento de la guerra colonial de Eurasia. En esa zona los Estados Unidos y sus aliados están sufriendo un desastre geopolítico que presenta en una primera aproximación la imagen de un Imperio acorralado. Pero por debajo de esa imagen se desarrolla un sordo proceso de redespliegue imperialista, de nueva ofensiva apoyada en su aparato militar y un amplio abanico de dispositivos comunicacionales e ideológicos que lo acompañan. Los Estados Unidos van configurando sobre la marcha una renovada estrategia global, política de estado cuyos primeros pasos fueron dados hacia el fin de la presidencia de George W. Bush y que tomo cuerpo con la llegada de Obama a la Casa Blanca. El Imperio decadente al igual que otros imperios decadentes del pasado busca superar su declinación económica utilizando al máximo lo que considera su gran ventaja comparativa: el dispositivo militar. Su agresividad aumenta al ritmo de sus retrocesos industriales, comerciales y financieros. Sus delirios militaristas son la compensación psicológica de sus dificultades diplomáticas y económicas y alienta el desarrollo de peligrosas aventuras, de masacres periféricas, de emergencias neofascistas.

La nueva estrategia implica el lanzamiento de una combinación de acciones militares, comunicacionales y diplomáticas destinada a hostigar a enemigos y competidores, provocar disputas y desestabilizaciones apuntando hacia conflictos y situaciones más o menos caóticas capaces de debilitar a potencias grandes y medianas y a partir de allí restaurar posiciones de fuerza actualmente en declive. Extensión de la agresión contra Afganistán-Pakistán, amenazas (y preparativos) de guerra contra Irán, contra Corea del Norte, provocación de contradicciones entre Japón y China, etc.

También desde el fin de la era Bush se desarrollan grandes ofensivas sobre África y especialmente sobre América Latina, el tradicional patio trasero hoy atravesado por gobiernos izquierdizantes, más o menos progresistas que han terminado por conformar un espacio relativamente independiente del amo colonial. Allí la ofensiva norteamericana aparece como un conjunto de acciones concertadas con fuerte dosis de pragmatismo destinadas a recontrolar a la región. Su esencia queda al descubierto cuando detectamos su objetivo. No se trata ahora principalmente de ocupar mercados, dominar industrias, extraer beneficios financieros. Ya no estamos en el siglo XX. La mira imperial apunta hacia recursos naturales estratégicos (petróleo, grandes territorios agrícolas como productores de biocombustibles, agua, litio, etc.). En muchos casos las poblaciones locales, sus instituciones, sindicatos y más en general el conjunto de sus entramados sociales constituyen obstáculos, barreras a eliminar o a reducir al estado vegetativo (en ese sentido lo ocurrido en Irak puede ser considerado un caso ejemplar).

Es necesario tomar conciencia de que el poder imperial ha puesto en marcha una estrategia de conquista de largo plazo del estilo de la que implementó en Eurasia, se trata de una tentativa depredadora-genocida cuyo único precedente comparable en la región es lo ocurrido hace quinientos años con la conquista colonial. El fenómeno es tan profundo e inmenso que se torna casi invisible para las miradas progresistas maravilladas con los éxitos fáciles obtenidos durante la década pasada. Los progresistas buscan y buscan vías de negociación, equilibrios “civilizados” deambulando de fracaso en fracaso porque el interlocutor racional a sus propuestas solo existe en su imaginación. Hoy el sistema de poder del imperio se apoya en una “razón de estado” fundada en la desesperación, producida por un cerebro senil, en última instancia razón delirante que ve a los acuerdos, a las negociaciones diplomáticas o a las maniobras políticas de sus propios aliados-lacayos como puertas abiertas para sus planes agresivos. Lo único que realmente le interesa es recuperar territorios perdidos, desestabilizar los espacios no controlados, golpear y golpear para volver a golpear, su lógica se monta sobre una ola de reconquista cuya magnitud suele a veces desbordar a los propios estrategas imperiales (y por supuesto a una amplia variedad de dirigentes políticos norteamericanos).

Pero el imperio está enfermo, es gigantesco pero está plagado de puntos débiles, el tiempo es su enemigo, aporta nuevos males económicos, nuevas degradaciones sociales y amplifica las áreas de autonomía y rebelión.

Agotamiento de los estímulos
Hacia fines de 2010 presenciamos el agotamiento de los estímulos financieros lanzados en las potencias centrales a partir de la agudización de la crisis global en 2007-2008.

El caso norteamericano ha sido descrito de manera contundente por Bud Comrad, economista jefe de Casey Research: “en 2009 el gobierno federal tuvo un déficit fiscal del orden de los 1,5 billones (millones de millones) de dólares. Por su parte la Reserva Federal gastó cerca de 1,5 billones de dólares para comprar deudas hipotecarias y así impedir el colapso de ese mercado. Es decir que el gobierno gastó 3 billones de dólares para obtener una pequeña recuperación evaluada en un 3 % del Producto Bruto Interno, aproximadamente 400 mil millones de dólares de crecimiento económico. Ahora bien gastar 3 billones de dólares para obtener 400 mil millones es un pésimo negocio” (1).

Con las políticas de “estímulos” (una suerte de neokeynesianismo-neoliberal) no llegó la recuperación durable de las grandes potencias, lo que si llegó fue una avalancha de deudas públicas: entre 2007 (último año previo a la crisis) y 2010 la relación entre deuda pública y Producto Bruto Interno pasará en Alemania del 64 % al 84%, en Francia del 64% al 94 %, en los Estados Unidos del 63 % al 100 %, en Inglaterra de 44 % al 90 % (2).

Luego ocurrió lo que inevitablemente tenía que ocurrir: se inició la segunda etapa de la crisis a partir del estallido de la deuda pública griega que anticipaba otras en la Unión Europea, afectando no solo a los países deudores más vulnerables sino también a sus principales acreedores ante quienes se alzaba la amenaza de sobreacumulación de activos crediticios basura. Hacia fines de 2009 las deudas de los llamados “PIIGS” (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España, es decir los países europeos expuestos por el sistema mediático como los más vulnerables) con Francia, Inglaterra y Alemania sumaban unos 2 millones de millones de dólares suma equivalente al 70 % del producto Bruto Interno de Francia o al 75 % del de Inglaterra.

Si la primera etapa de la crisis estuvo marcada por los estímulos estatales al sector privado y la expansión de las deudas públicas, la segunda etapa se inicia con el comienzo del fin de la generosidad estatal (más allá de algunos posibles futuros intentos desesperados de reactivación), la llegada de los recortes de gastos, de reducciones salariales, de aumentos en las tasas de interés; en síntesis la entrada a una era de contracción o estancamiento económico que se irá prolongando en el tiempo y extendiendo en el espacio.

Nos encaminamos hacia el enfriamiento del motor de la economía global, los países del G7 aplastados por las deudas luego de una reactivación débil y efímera gracias a las políticas de subsidios. Sus deudas públicas y privadas han venido creciendo hasta acercarse ahora a su punto de saturación. En 1990 las deudas totales del G7 (públicas + privadas) representaban cerca del 160 % de la suma de sus Productos Brutos Internos. En el 2000 habían subido al 180% y en el 2010 superarán el 380 % (110 % las deudas públicas y 270% las deudas privadas) (3).

La opción que ahora enfrentan es simple: tratar de amontonar más deudas, lo que les permitiría postergar la recesión por muy poco tiempo (con alta probabilidad de descontrol, de alta turbulencia en el sistema global), o entrar a la brevedad en un período recesivo (con esperanza de control) que anuncia ser muy prolongado. En realidad no se trata de dos alternativas antagónicas sino de un único horizonte negro al que pueden llegar por distintos caminos y a varias velocidades.

Hipertrofia financiera
La lluvia de estímulos, masivas transferencias de ingresos hacia las elites dominantes (con rendimientos aceleradamente decrecientes) aparece como el capítulo más reciente de un largo ciclo de hipertrofia financiera originado en los años 70 (y tal vez un poco antes) cuando el mundo capitalista, inmerso en una gigantesca crisis de sobreproducción, debió acudir a partir de su centro imperial, los Estados Unidos, a sus dos muletas históricas: el militarismo y el capital financiero. Detrás de ambos fenómenos se encontraba un viejo conocido: el Estado, aumentando sus gastos bélicos, aflojando los controles sobre los negocios financieros, introduciendo reformas en el mercado laboral que retrasaban a los salarios respecto de los incrementos de la productividad.

El proceso fue encabezado por la superpotencia hegemónica pero integrando a los dos espacios subimperialistas asociados (Europa Occidental y Japón). Es necesario aclarar que la unipolaridad en el mundo capitalista, con sus consecuencias económicas, políticas, culturales y militares, se inició en 1945 y no en 1991 aunque a partir de esa última fecha (con el derrumbe de la URSS) devino planetaria.
Se trató de un cambio de época, de una transformación que permitió controlar la crisis aunque degradando al sistema de manera irreversible. Las altas burguesías centrales se desplazaron en su mayor parte hacia las cúpulas de los negocios especulativos, fusionando intereses financieros y productivos, convirtiendo a la producción y al comercio en complejas redes de operaciones gobernadas cada vez más por comportamientos cortoplacistas. La hegemonía parasitaria, rasgo distintivo de la era senil del capitalismo acaparó los grandes negocios globales y engendró una subcultura, en realidad una degeneración cultural desintegradora basada en el individualismo consumista que fue desestructurando los fundamentos ideológicos e institucionales del orden burgués. De ello se derivaron los fenómenos de crisis de legitimidad de los sistemas políticos y de los aparatos institucionales en general y sirvió de caldo de cultivo para las deformaciones mafiosas de las burguesías centrales y periféricas (complejo abanico de lumpenburguesías globales).

Techo energético y “destrucción creadora” (de más destrucción).
Desde el punto de vista de las relaciones entre el sistema económico y su base material la depredación (en tanto comportamiento central del sistema) comenzó a desplazar a la reproducción. En realidad el núcleo cultural depredador existió desde el gran despegue histórico del capitalismo industrial (hacia fines del siglo XVIII, principalmente en Inglaterra) y aún antes durante el largo período precapitalista occidental. Marcó para siempre a los sistemas tecnológicos y al desarrollo científico, empezando por su pilar energético (carbón mineral primero, luego petróleo) y siguiendo por una amplia variedad de explotaciones mineras de recursos naturales no renovables (esa exacerbación depredadora es uno de los rasgos distintivos de la civilización burguesa respecto de las civilizaciones anteriores). Sin embargo, durante las etapas de juventud y madurez del sistema, la depredación estaba subordinada a la reproducción ampliada del sistema.

La mutación parasitaria de los años 1970-1980-1990 no permitió superar la crisis de sobreproducción sino hacerla crónica pero controlada, amortiguada, exacerbando el pillaje de recursos naturales no renovables e introduciendo a gran escala técnicas que posibilitaron la superexplotación de recursos renovables violentando, destruyendo sus ciclos de reproducción (es el caso de la agricultura basada en transgénicos y herbicidas, como el glifosato, de alto poder destructivo). Esto ocurría cuando varios de esos recursos (por ejemplo los hidrocarburos) se aproximaban a su máximo nivel de extracción.

La avalancha del cortoplacismo (de la financiarización cultural del capitalismo) liquidó toda posibilidad de planificación a largo plazo de una posible reconversión energética, lo que deja planteado el tema de la viabilidad histórica-civilizacional de las vías de reconversión (ahorro de energía, recursos energéticos renovables, etc.). Viabilidad en el contexto de las relaciones de poder, de las estructuras industriales y agrícolas, en síntesis: del capitalismo concreto inseparable de la obtención de “ganancias-aquí-y-ahora” y no de la probable supervivencia de las generaciones venideras.

El sistema tecnológico del capitalismo no estaba preparado para una reconversión energética. El tema tampoco era de interés prioritario para las elites dominantes (lo que no les impedía “preocuparse” por el problema). No es la primera vez en la historia de la decadencia de las civilizaciones en que los intereses inmediatos de las clases superiores entran en antagonismo con su supervivencia a largo plazo.

El techo energético que ha encontrado la reproducción del capitalismo converge con otros techos de recursos no renovables que afectarán pronto a un amplio espectro de actividades mineras, a ello se suma la explotación salvaje de recursos naturales renovables. Se presenta así un escenario de agotamiento general de recursos naturales a partir del sistema tecnológico disponible, más concretamente, del sistema social y sus paradigmas; es decir del capitalismo como estilo de vida (consumista, individualista, autoritario-centralizador, depredador).

De la crisis crónica de sobreproducción a la crisis general de subproducción. El ciclo largo del capitalismo industrial.
Por otra parte la crisis de recursos naturales indisociable del desastre ambiental converge con la crisis de la hegemonía parasitaria. En las primeras décadas de la crisis crónica el proceso de financiarización impulsó la expansión consumista (sobre todo en los países ricos), la concreción de importantes proyectos industriales y de subsidios públicos a las demandas internas, de grandes aventuras militares imperialistas. Pero al final del camino las euforias se disiparon para dejar al descubierto inmensas montañas de deudas públicas y privadas. La fiesta financiera (que tuvo en su recorrido numerosos accidentes) se convierte en techo financiero que bloquea el crecimiento.

Las turbulencias de 2007-2008 pueden ser consideradas como el punto de arranque del crepúsculo del sistema, la multiplicidad de “crisis” que estallaron en ese período (financiera, productiva, alimentaria, energética) convergieron con otras como la ambiental o la del Complejo Industrial-Militar del Imperio empantanado en las guerras asiáticas. Esa sumatoria de crisis no resueltas impiden, frenan la reproducción ampliada del sistema.

Visto desde el largo plazo, la sucesión de crisis de sobreproducción en el capitalismo occidental durante el siglo XIX no marcó un sencillo encadenamiento de caídas y recuperaciones a niveles cada vez más altos de desarrollo de fuerzas productivas sino que luego de cada depresión el sistema se recomponía pero acumulando en su recorrido masas crecientes de parasitismo.

El cáncer financiero irrumpió triunfal, dominante entre fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, y obtuvo el control absoluto del sistema siete u ocho décadas después, pero su desarrollo había comenzado mucho tiempo antes, financiando estructuras industriales y comerciales cada vez más concentradas y a los estados imperialistas donde se expandían las burocracias civiles y militares. La hegemonía de la ideología del progreso y del discurso productivista sirvió para ocultar el fenómeno, instaló la idea de que el capitalismo, a la inversa de las civilizaciones anteriores, no acumulaba parasitismo sino fuerzas productivas que, al expandirse, creaban problemas de inadaptación superables al interior del sistema mundial, resueltos a través de procesos de “destrucción-creadora”. El parasitismo capitalista a gran escala, cuando se hacía evidente, era considerado como una forma de “atraso” o una “degeneración” pasajera en la marcha ascendente de la modernidad.

Esa marea ideológica atrapó también a buena parte del pensamiento anticapitalista (en última instancia “progresista”) de los siglos XIX y XX, convencido de que la corriente imparable del desarrollo de las fuerzas productivas terminaría por enfrentar a las relaciones capitalistas de producción, saltando por encima de ellas, aplastándolas con una avalancha revolucionaria de obreros industriales de los países más “avanzados” a los que seguirían los llamados “países atrasados”. La ilusión del progreso indefinido ocultó la perspectiva de la decadencia, de esa manera dejó a medio camino al pensamiento crítico, le quitó radicalidad con consecuencias culturales negativas evidentes para los movimientos de emancipación de los oprimidos del centro y de la periferia.

Por su parte el militarismo moderno hunde sus raíces más recientes en el siglo XIX, desde las guerras napoleónicas, llegando a la guerra franco-prusiana hasta irrumpir en la Primera Guerra Mundial como “Complejo Militar-Industrial” (aunque es posible encontrar antecedentes importantes en Occidente en las primeras industrias de armamentos de tipo moderno aproximadamente a partir del siglo XVI). Fue percibido en un comienzo como un instrumento privilegiado de las estrategias imperialistas y como reactivador económico del capitalismo, pero este era solo un aspecto del fenómeno que ocultaba o subestimaba su profunda naturaleza parasitaria, el hecho de que detrás del monstruo militar al servicio de la reproducción del sistema se ocultaba un monstruo mucho más poderoso a largo plazo: el del consumo improductivo, causante de déficits públicos que al final del recorrido no incentivan más la expansión sino el estancamiento o la contracción de la economía.

Actualmente el Complejo Militar-Industrial norteamericano (en torno del cual se reproducen los de sus socios de la OTAN) gasta en términos reales más de un billón (un millón de millones) de dólares, contribuye de manera creciente al déficit fiscal y por consiguiente al endeudamiento del Imperio (y a la prosperidad de los negocios financieros beneficiarios de dicho déficit). Su eficacia militar es declinante pero su burocracia es cada vez mayor. La corrupción ha penetrado en todas sus actividades. Ya no es el gran generador de empleos como en otras épocas. El desarrollo de la tecnología industrial-militar ha reducido significativamente esa función (la época del keynesianismo militar como eficaz estrategia anti-crisis pertenece al pasado). Al mismo tiempo es posible constatar que en los Estados Unidos se ha producido la integración de negocios entre la esfera industrial-militar, las redes financieras, las grandes empresas energéticas, las camarillas mafiosas, las “empresas” de seguridad y otras actividades muy dinámicas conformando el espacio dominante del sistema de poder imperial.

Tampoco la crisis energética en torno de la llegada del “Peak Oil” (la franja de máxima producción petrolera mundial a partir de la cual se desarrolla su declinación) debería ser restringida a la historia de las últimas décadas, es necesario entenderla como fase declinante del largo ciclo de la explotación moderna de los recursos naturales no renovables, desde el comienzo del capitalismo industrial que pudo realizar su despegue y posterior expansión gracias a esos insumos energéticos abundantes, baratos y fácilmente transportables desarrollando primero el ciclo del carbón bajo hegemonía inglesa en el siglo XIX y luego el del petróleo bajo hegemonía norteamericana en el siglo XX. El ciclo energético condicionó todo el desarrollo tecnológico del sistema y expresó, fue la vanguardia de la dinámica depredadora del capitalismo extendida al conjunto de recursos naturales y del ecosistema en general.

En síntesis, el desarrollo de la civilización burguesa durante los dos últimos siglos (con raíces en un pasado occidental mucho más prolongado) ha terminado por engendrar un proceso irreversible de decadencia, la depredación ambiental y la expansión parasitaria, estrechamente interrelacionadas, están en la base del fenómeno. La dinámica del desarrollo económico del capitalismo marcada por una sucesión de crisis de sobreproducción constituye el motor del proceso depredador-parasitario que conduce inevitablemente a una crisis prolongada de subproducción (el capitalismo obligado a crecer-depredar indefinidamente para no perecer termina por destruir su base material). Existe una interrelación dialéctica perversa entre la expansión de la masa global de ganancias, su velocidad creciente, la multiplicación de las estructuras burocráticas civiles y militares de control social, la concentración mundial de ingresos, el ascenso de la marea parasitaria y la depredación del ecosistema.

Esto significa que la superación necesaria del capitalismo no aparece como el paso indispensable para proseguir “la marcha del progreso” sino en primer lugar como tentativa de supervivencia humana y de su contexto ambiental.

La decadencia es la última etapa de un largo súper ciclo histórico, su fase declinante, su envejecimiento irreversible (su senilidad).

Extremando los reduccionismos tan practicados por las “ciencias sociales”, podríamos hablar de “ciclos” de distinta duración: energético, alimentario, militar, financiero, productivo, estatal, etc., y así describir en cada caso trayectorias que despegan en Occidente entre fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX con raíces anteriores e involucrando espacios geográficos crecientes hasta asumir finalmente una dimensión planetaria para luego declinar cada uno de ellos. La coincidencia histórica de todas esas declinaciones y la fácil detección de densas interrelaciones entre todos esos “ciclos” nos sugieren la existencia de un único súper ciclo que los incluye a todos. Se trata del ciclo de la civilización burguesa que se expresa a través de una multiplicidad de “aspectos” (productivo, moral, político, militar, ambiental, etc.).

Declinación del Imperio, redespliegue militarista, ilusiones periféricas e insurgencia global
Toda la historia del capitalismo gira desde fines del siglo XVIII en torno de la dominación primero inglesa y luego estadounidense.

Capitalismo mundial, imperialismo y predominio anglo-norteamericano constituyen un solo fenómeno (ahora decadente).

La articulación sistémica del capitalismo aparece históricamente indisociable del articulador imperial pero resulta que en el futuro previsible ningún nuevo imperialismo global ascendente, en consecuencia el planeta burgués va perdiendo una pieza decisiva de su proceso de reproducción. La Unión Europea y Japón son tan decadentes como los Estados Unidos, China ha basado su espectacular expansión en una gran ofensiva exportadora hacia los mercados ahora declinantes de esas tres potencias centrales.

El capitalismo va quedando a la deriva, a menos que pronostiquemos el próximo surgimiento de una suerte de mano invisible universal (y burguesa) capaz de imponer el orden (monetario, comercial, político-militar, etc.). En ese caso estaríamos extrapolando al nivel de la humanidad futura la referencia a la mano invisible (realmente inexistente) del mercado capitalista pregonada por la teoría económica liberal.

La decadencia de la mayor civilización que ha conocido la historia humana nos presenta diversos escenarios futuros, alternativas de autodestrucción y de regeneración, de genocidio y de solidaridad, de desastre ecológico y de reconciliación del ser humano con su entorno ambiental. Estamos retomando un viejo debate sobre alternativas interrumpido por la euforia neoliberal. La crisis rompe el bloqueo y nos permite pensar el futuro.

Volvamos a la reflexión inicial de este texto: el comienzo del siglo XXI señala una paradoja decisiva: el capitalismo ha asumido claramente una dimensión planetaria pero al mismo tiempo ha iniciado su declinación.

Por otra, parte cien años de revoluciones y contrarrevoluciones periféricas produjeron grandes cambios culturales. Ahora en la periferia (completamente modernizada, es decir completamente subdesarrollada) existe un enorme potencial de autonomía en las clases bajas. Allí se presenta lo que de manera tal vez demasiado simplista podríamos definir como patrimonio histórico democrático forjado a lo largo del siglo XX. Los periféricos sumergidos han construido sindicatos, organizaciones campesinas, han participado en votaciones de todo tipo, han hecho revoluciones (muchas de ellas con banderas socialistas), reformas democratizantes, la mayor parte de las veces han fracasado. Todo ello forma parte de su memoria, no ha desaparecido; por el contrario es experiencia acumulada, procesada por lo general de manera subterránea, invisible para los observadores superficiales. Eso ha sido reforzado por la propia modernización que por ejemplo le suministra instrumentos comunicacionales que le permite interactuar, intercambiar informaciones, socializar reflexiones. Finalmente, la decadencia general del sistema, el posible comienzo del fin de su hegemonía cultural abre un gigantesco espacio a la creatividad de los oprimidos.

La guerra eurasiática engendró un inmenso pantano geopolítico del que los occidentales no saben como salir, el traspié ha consolidado y extendido espacios de rebelión y autonomía cuya contención es cada día más difícil ante lo cual el Imperio redobla sus amenazas y agresiones. Corea del Norte no ha podido ser doblegada al igual que Irán, la resistencia palestina sigue en pié e Israel, por primera vez en su historia sufrió una derrota militar en el sur del Líbano, la guerra de Irak no pudo ser ganada por los Estados Unidos lo que les plantea allí una situación donde todos los caminos conducen a la pérdida de poder en ese país.

En el otro extremo de la periferia, América Latina, el despertar popular trasciende a los gobiernos progresistas y deteriora estratégicamente a las pocas oligarquías derechistas que aún controlan el poder político. El proyecto estadounidense de restauración de “gobiernos amigos” tropieza con un escollo fundamental: la profunda degradación de las elites aliadas, su incapacidad para gobernar en varios de los países candidatos al derechazo aunque el Imperio no puede (no está en condiciones) de detener o desacelerar su ofensiva a la espera de mejores contextos políticos. El ritmo de su crisis sobredetermina su estrategia regional.

En última instancia no es demasiado diferente la situación en Asia donde la dinámica imperial combina la sofisticación y variedad de técnicas y estructuras operativas disponibles con el comportamiento grosero.

Si observamos al conjunto de la periferia actual desde el largo plazo histórico constataremos que de un lado se sitúa un poder imperial desquiciado enfrentado a una gigantesca ola plural de pueblos sumergidos desde Afganistan hasta Bolivia, desde Colombia hasta Filipinas, expresión de la crisis de la modernidad subdesarrollada. Es el comienzo de un despertar popular muy superior al del siglo XX.

En medio de esas tensiones aparece un colorido abanico de ilusiones periféricas fundadas en la posibilidad de generar un desacople encabezado por las naciones llamadas emergentes, fantasía que no toma en consideración el hecho decisivo de que todas las “emergencias” (las de Rusia, China, Brasil, India, etc.) se apoyan en su inserción en los mercados de los países ricos. Si esos estados que vienen practicando neokeynesianismos más o menos audaces compensando el enfriamiento global quisieran profundizar esos impulsos mercadointernistas e/o interperiféricos se encontrarían tarde o temprano con las barreras sociales de sus propios sistemas económicos o, para decirlo de otra manera, con sus propios capitalismos realmente existentes, en especial los intereses de sus burguesías financiarizadas y transnacionalizadas.

A medida que la crisis se profundice, que las debilidades del capitalismo periférico se hagan más visibles, que las bases sociales internas de las burguesías imperialistas se deterioren y que la desesperación imperial se agudice, la ola popular global, ya en marcha, no tendrá otro camino que el de su radicalización, su transformación en insurgencia revolucionaria. Compleja, a distintas velocidades y con construcciones (contra)culturales diversas, avanzando desde distintas identidades hacia la superación del infierno. Es solo desde esa perspectiva que es posible pensar al postcapitalismo, al renacimiento (a la reconfiguración) de la utopía comunista, ya no como resultado de la “ciencia” social elitista, desde la superación al interior de la civilización burguesa a través de una suerte de “abolición suave”, sino de su negación integral en tanto expansión ilimitada de la pluralidad recuperando las viejas culturas igualitarias, solidarias elevándolas hacia un colectivismo renovado.
Los movimientos insurgentes de la periferia actual suelen ser presentados por los medios globales de comunicación como causas perdidas, como resistencias primitivas a la modernización o como el resultado de la actividad de misteriosos grupos de empecinados terroristas. La resistencia en Afganistán y Palestina o la insurgencia colombiana aparecen en dicha propaganda protagonizando guerras que nunca podrían ganar ante aparatos superpoderosos, no faltan los pacificadores profesionales que aconsejan a los combatientes deponer su intransigencia y negociar alguna forma de rendición ventajosa “antes de que sea demasiado tarde” . El siglo XX debería ser una buena escuela para quienes se encandilan ante el gigantismo y la eficacia de los aparatos militares (y de los aparatos burocráticos en general) porque ese siglo vio el nacimiento victorioso de los grandes aparatos modernos como lo es hoy el Complejo Militar Industrial de los Estados Unidos y también fue testigo de su ruina, de su derrota ante pueblos en armas, ante la creatividad y la insumisión de los de abajo.

En los años 90 los neoliberales nos explicaban que la globalización constituía un fenómeno irreversible, que el capitalismo había adquirido una dimensión planetaria que arrasaba con todos los obstáculos nacionales o locales. No se daban cuenta que esa irreversibilidad transformada poco después en decadencia global del sistema le abría las puertas a un sujeto inesperado: la insurgencia global del siglo XXI. El tiempo (la marcha de la crisis) juega a su favor. El Imperio y sus aliados directos e indirectos quisieran hacerla abortar, empezando por intentar borrar su dimensión universal, tratando mediáticamente de convertirla (fragmentarla) en una modesta colección de residuos locales sin futuro, pero esos supuestas resistencias residuales poseen una vitalidad sorprendente, se reproducen, sobreviven a todos los exterminios y cuando observamos el recorrido futuro de la declinación civilizacional en curso, la profunda degradación del mundo burgués, su despliegue de barbarie anticipando crímenes aun mayores entonces la globalización de la insurgencia popular aparece como el camino más seguro para la emancipación de las mayorías sumergidas que es a su vez su única posibilidad de supervivencia digna.

(1), Bud Conrad, “Beyond the Point of No Return”, GooldSeek, 12 May 2010
(2), “La explosión de la deuda pública. Previsiones de la OCDE para 2010”, AFP, 25-11- 2009 (3), Fuente: FMI. OCDE, McKinsey Global Institute.


Jorge Beinstein es Doctor de Estado en Ciencias Económicas (Universidad de Franche Comté – Besançon, Francia), especialista en pronósticos económicos, ha sido durante los últimos veinticinco años consultor de organismos internacionales y gobiernos, dirigió numerosos programas de investigación y fue titular de cátedras de economía internacional y prospectiva tanto en Europa como en América Latina.
Actualmente es profesor titular de las cátedras libres "Globalización y Crisis" en las universidades de Buenos Aires y Córdoba (Argentina) y de La Habana (Cuba), y Director del Centro de Prospectiva y Gestión de Sistemas(Cepros).
Entre 1986 y 1998 fue titular de la Cátedra de Historia económica mundial ("Historia económica y social general") de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina, donde a comienzos de los 90s fundó y dirigió el Centro de Estudios e Investigaciones Multidisciplinarias en Innovación Tecnológica y Prospectiva (Cemitep). En esa época coordinó el Programa de Prospectiva de la Comisión Latinoamericana de Ciencia y Tecnología del SELA (Sistema Económico LatinoAmericano).
Varios centenares de publicaciones científicas internacionales y de divulgación en medios de difusión masiva (en la actualidad publica regularmente en Le Monde Diplomatique en español /El Dipló de Buenos Aires) expresan una larga trayectoria consagrada a la prospectiva y al análisis de la economía global