20 de diciembre de 2013

¿DÓNDE SE HAN METIDO LOS "REVOLUCIONARIOS" SIRIOS?

Thierry Meyssan. La Haine   

Nunca existió la supuesta revolución popular en Siria, sino una agresión externa orquestada a golpe de mercenarios y de miles de millones de dólares

Se acerca el momento de la conferencia Ginebra 2 y los organizadores estadounidenses ya no tienen ninguna marioneta disponible para hacer el papel de revolucionarios sirios. La brusca desaparición del Ejército Sirio Libre demuestra a quienes creyeron en tal cosa que aquello nunca pasó de ser una ficción.

Los organizadores de la conferencia de paz Ginebra 2 están buscando con urgencia un representante para la oposición siria armada. Según los occidentales, el conflicto sirio se desarrolla entre una dictadura abominable y su propio pueblo. Pero los grupos armados que están destruyendo Siria –desde el Frente Islámico, que afirma que sus miembros son principalmente sirios, hasta al-Qaeda– están recurriendo oficialmente al uso de combatientes extranjeros. Invitarlos a Ginebra 2 sería por lo tanto reconocer que nunca hubo en Siria una revolución sino que se trató de una agresión externa.

Hace varias semanas todavía nos decían que el Ejército Sirio Libre (ESL) disponía de 40 000 hombres. Pero hoy resulta que el ESL ha desaparecido. Su cuartel general histórico fue atacado por otros mercenarios, sus arsenales fueron saqueados y su jefe histórico, el general Selim Idriss, huyó a Turquía para acabar refugiándose en Qatar.

En el momento de su formación, el 29 de julio de 2011, el ESL decía haberse fijado un único objetivo: el derrocamiento del presidente Bachar al-Assad. Nunca llegó a precisar si luchaba por un régimen laico o por un régimen islámico. Nunca tomó posiciones políticas en materia de justicia, de educación, de cultura, de economía, de trabajo, de medio ambiente, etc. Nunca formuló el menor esbozo de algo que se pareciera a un programa político.

Nos decían que el ESL se componía de soldados que habían desertado del Ejército Árabe Sirio. Y es cierto que hubo deserciones durante el segundo semestre de 2011, pero su número total nunca fue más allá del 4%, cifra que resulta despreciable a escala de todo un país.

El hecho es que el ESL no necesitaba programa político porque tenía una bandera, la de la colonización francesa. Utilizada en tiempos del mandato de Francia sobre el territorio de la actual Siria y mantenida durante los primeros años de supuesta independencia, la bandera de la franja verde simbolizaba el acuerdo Sykes-Picot, documento en el que Siria era ampliamente mutilada y dividida en Estados étnico-confesionales. Las tres estrellas de esa bandera representan un Estado druso, un Estado alauita y un Estado cristiano. Los sirios conocen perfectamente esa funesta bandera, que incluso puede verse en la oficina de un personaje sirio que colabora con la ocupación francesa en una conocida novela de televisión.

El primer líder del ESL, el coronel Riad al-Assad, desapareció en el basurero de la historia. Fue seleccionado únicamente porque su apellido, que en árabe se escribe de otra manera, se pronuncia en los diferentes idiomas europeos exactamente igual que el del presidente Bachar al-Assad. La única diferencia entre los dos hombres, desde el punto de vista de las monarquías del Golfo, consistía en que el coronel era sunnita mientras que el presidente es alauita.

El Ejército Sirio Libre es en realidad un invento franco-británico, como antes lo fueron en Libia los «revolucionarios de Bengazi», quienes «escogieron» como bandera la del rey Idriss I, colaborador de los ocupantes ingleses.

Brazo armado de la OTAN en Siria, destinado a tomar el palacio presidencial cuando la alianza atlántica bombardeara el país, el ESL se vio zarandeado por los planes sucesivos y los también sucesivos fracasos de los occidentales y del Consejo de Cooperación del Golfo. Presentado durante una segunda fase como el brazo armado de un Consejo Político en el exilio, el ESL nunca reconoció en realidad ningún tipo de autoridad a aquel consejo y obedeció únicamente a sus empleadores franco-británicos. El ESL fue en realidad el brazo armado de los servicios secretos de esos empleadores, mientras que la Coalición Nacional Siria les servía de brazo político. En definitiva, fue únicamente con la ayuda directa de la OTAN que el ESL pudo registrar algún que otro éxito, fundamentalmente con el respaldo del ejército de Turquía, que incluso lo albergaba en sus propias bases.

Creado en el marco de una guerra de 4ª generación, el ESL no supo adaptarse a la segunda guerra de Siria, la guerra sucia al estilo de la que Estados Unidos desató en el pasado contra la Revolución sandinista nicaragüense.

La primera guerra (desde el momento de la reunión de la OTAN en El Cairo, en febrero de 2011, hasta la conferencia de Ginebra realizada en junio de 2012) fue un montaje mediático destinado a deslegitimar el gobierno sirio para que el país cayera como una fruta madura en las manos de la OTAN. Los ejecutores de las acciones armadas eran diferentes grupúsculos que recibían órdenes directas de la alianza atlántica. Se trataba ante todo de dar una apariencia de realidad a las mentiras mediáticas y de crear la impresión de que existía realmente una revuelta generalizada. Como señalan las teorías de William Lind y Martin Van Creveld, el ESL sólo era una etiqueta utilizada para designar a todos esos diferentes grupúsculos, pero no tenía su propia estructura jerárquica.

La segunda guerra (desde la reunión de los «Amigos de Siria» celebrada en París en julio de 2012 hasta la conferencia Ginebra 2, prevista para enero de 2014) es, por el contrario, una guerra de desgaste cuyo objetivo es desangrar el país hasta que se rinda. Para poder desempeñar su papel, el ESL habría tenido que convertirse en un ejército de verdad, con una verdadera jerarquía y una disciplina interna, cosas que nunca ha logrado concretar.


Sintiendo que se aproximaba su final, a raíz del acercamiento entre Turquía e Irán, el ESL había anunciado su posible participación en Ginebra 2, aunque ponía condiciones completamente irrealistas. Los mercenarios a sueldo de Arabia Saudita se han encargado en definitiva de poner fin a aquella ficción de la OTAN. Y ahora sale relucir la verdad en todo su esplendor: nunca hubo una revolución en Siria.

19 de diciembre de 2013

LOS NIÑOS SOLDADOS DE EE.UU

JROTC y la militarización de EE.UU

Ann Jones. Tom Dispatch

Seguramente el Congreso quería actuar correctamente cuando, en el otoño de 2008, aprobó la Ley de Prevención de Niños Soldados (CSPA, por su nombre en inglés). La ley tenía el propósito de proteger a niños en todo el mundo para que no fueran obligados a librar las guerras de los Grandes. Desde entonces, se suponía que cualquier país que presionara a niños para que se convirtieran en soldados perdería toda ayuda militar de EE.UU.

Resultó, sin embargo, que el Congreso –en su raro momento de preocupación por la próxima generación– se equivocó rotundamente. En su gran sabiduría, la Casa Blanca consideró que países como Chad y Yemen son tan vitales para el interés nacional de EE.UU. que prefirió pasar por alto lo que sucedía a los niños en su entorno.

Como lo exige la CSPA, este año el Departamento de Estado volvió a enumerar 10 países que usan niños soldados: Birmania (Myanmar), La República Central Africana, Chad, la República Democrática del Congo, Ruanda, Somalia, Sudán del Sur, Sudán, Siria, y Yemen. Siete de ellos debían recibir millones de dólares en ayuda militar estadounidense así como lo que es llamado “Financiamiento Militar Extranjero de EE.UU.” Se trata de un ardid orientado a apoyar a los fabricantes de armas estadounidenses entregando millones de dólares públicos a “aliados” tan sospechosos, que entonces deben dar un giro y comprar “servicios” del Pentágono o “material” de los habituales mercaderes de la muerte. Ya los conocéis: Lockheed Martin, McDonnell Douglas, Northrop Grumman, etc.

Era una oportunidad para que Washington enseñara a un conjunto de países a proteger a sus niños, no conducirlos a la matanza. Pero en octubre, como lo ha hecho cada año desde que CSPA fue promulgada, la Casa Blanca volvió a conceder “dispensas” totales o parciales a cinco países en la lista de “no ayuda” del Departamento de Estado: Chad, Sudán del Sur, Yemen, la República Democrática del Congo, y Somalia.

Mala suerte para los jóvenes ­–y el futuro– de esos países. Pero hay que mirarlo como sigue: ¿Por qué debiera Washington ayudar a los niños de Sudán o Yemen a escapar de la guerra si no escatima gastos dentro del país para presionar a nuestros propios niños estadounidenses impresionables, idealistas, ambiciosos para que entren al “servicio” militar?

No debiera ser ningún secreto que EE.UU. tiene el mayor sistema, más eficientemente organizado, del mundo para reclutar niños soldados. Con una modestia poco característica, sin embargo, el Pentágono no utiliza esa descripción. Su término es “programa de desarrollo de la juventud”.

Impulsado por múltiples firmas altamente remuneradas de relaciones públicas y publicidad de alta potencia, contratadas por el Departamento de Defensa, el programa es algo esplendoroso. Su principal cara pública es el Cuerpo de entrenamiento de reserva de oficiales menores (o JROTC por sus siglas en inglés).

Lo que hace que este programa de reclutamiento de niños soldados sea tan impresionante es que el Pentágono lo realiza a plena vista en cientos y cientos de institutos de enseñanza media privados, militares, y públicos en todo EE.UU.

A diferencia de los señores de la guerra africanos occidentales Foday Sankoh y Charles Taylor (ambos llevados ante tribunales internacionales por acusaciones de crímenes de guerra), el Pentágono no secuestra realmente niños y los arrastra físicamente a la batalla. En su lugar trata de convertir a sus jóvenes “cadetes” en lo que John Stuart Mill una vez llamó “esclavos voluntarios”, tan engañados por el guión del amo que aceptan sus partes con un gusto que pasa por ser elección personal. Con ese fin, el JROTC influencia sus mentes aún no enteramente desarrolladas, inculcando lo que los libros de texto del programa llaman “patriotismo” y “liderazgo”, así como una atención por reflejo a las órdenes autoritarias.

La conjura es mucho más sofisticada –tanto más “civilizada”– que cualquiera imaginada en Liberia o Sierra Leone, y funciona. El resultado es el mismo, no obstante: los niños son llevados a servir como soldados, una tarea que no podrán abandonar, y durante la cual serán obligados a cometer atrocidades desgarradoras. Cuando comienzan a quejarse o a no soportar la presión, en EE.UU. como en África Occidental, aparecen las drogas.

El programa JROTC, que todavía se extiende en institutos de enseñanza media en todo el país, cuesta a los contribuyentes de EE.UU. cientos de millones de dólares por año. Ha costado sus hijos a una cantidad desconocida de contribuyentes.

Las brigadas de acné y frenillos dentales
Tropecé con algunos niños del JROTC hace unos pocos años en un desfile del Día de los Veteranos en Boston. Antes de que comenzara, pasé entre grupos uniformados que se instalaban a lo largo del Boston Common. Había algunos viejos luciendo los estandartes de sus grupos de la American Legion, unas pocas bandas de escuelas de enseñanza media, y algunos jóvenes atildados en elegantes uniformes de gala: reclutadores militares del gran Boston.

Y luego estaban los niños. Las brigadas de acné y frenillos dentales, de 14 y 15 años en uniformes militares, portando rifles sobre sus hombros. Algunos de los grupos de niñas llevaban elegantes guantes blancos.

Demasiados grupos semejantes, con demasiados niños impúberos, estaban a lo largo de Bostom Common. Representaban todas las ramas de las fuerzas armadas y muchas comunidades locales diferentes, aunque casi todos eran morenos o negros: africanos-estadounidenses, latinos, hijos de inmigrantes de Vietnam y de otros puntos al Sur. Recién el pasado mes en la Ciudad de Nueva York, vi a semejantes escuadrones de JROTC codificados por colores, marchando por la Quinta Avenida el Día de los Veteranos. Una cosa que JROTC no es, es una coalición arco iris.

En Boston, pregunté a un muchacho de 14 años por qué se había unido al JROTC. Llevaba un uniforme para jóvenes del Ejército y acarreaba un rifle que era casi tan grande como él mismo. Dijo: “Mi papá, nos abandonó, y mi mamá, tiene dos trabajos, y cuando llega a casa, bueno, no está en muy buenas condiciones. Pero en la escuela nos dijeron que hay que tener muy buena condición si se quiere llegar a alguna parte. Por lo tanto se podría decir que me uní por eso.”

Un grupo de niñas, todas miembro del JROTC, me dijeron que iban a clases con los muchachos pero que tenían su propio equipo de entrenamiento (todo negro) que competía contra otros de tan lejos como Nueva Jersey. Me mostraron sus medallas y me invitaron a su escuela para que viera sus trofeos. Ellas, también, tenían 14 o 15 años. Saltaban como las entusiastas adolescentes que eran mientras hablábamos. Una dijo: “Nunca antes obtuve premios”.

Su excitación me sorprendió. Cuando tenía su edad, creciendo en el Medio Oeste, me levantaba antes del amanecer para caminar hacia un campo de fútbol y practicar maniobras en formación cerrada a oscuras antes de que comenzara el día escolar. Nada me hubiera apartado de esa “condición”, ese “ejercicio”, ese “equipo”, pero yo estaba en una banda marcial y el arma que portaba era un clarinete. JROTC ha atrapado esas eternas ansias juveniles de formar parte de algo más grande y más importante, que el propio ser lamentable, desatendido, lleno de acné. JROTC captura el idealismo y la ambición juvenil, la retuerce, la entrena, la arma, y la coloca en camino a la guerra.

Un poco de historia
El Cuerpo de Entrenamiento de Reserva de Oficiales Menores del Ejército de EE.UU. fue concebido como parte de la Ley de Defensa Nacional de 1916 en medio de la Primera Guerra Mundial. Después de esa guerra, sin embargo, solo seis institutos de enseñanza media aceptaron la oferta de los militares de equipamiento e instructores. Una versión más adulta del Cuerpo de Entrenamiento para Oficiales de la Reserva (ROTC), fue convertida en obligatoria en muchos colegios y universidades estatales, a pesar de la entonces controvertida cuestión de si el gobierno podía obligar a los estudiantes a hacer entrenamiento militar.

En 1961, ROTC se había convertido en un programa optativo, popular en algunas escuelas, pero mal recibido en otras. Pronto desapareció por completo de los campus de muchos colegios de elite y universidades estatales progresistas, excluido por protestas contra la guerra en Vietnam y descontinuado por el Pentágono, que insistía en mantener políticas discriminatorias (especialmente respecto a la preferencia sexual y al género) ilegalizadas en los códigos de conducta de las universidades. Cuando renunció a “No preguntes, no lo digas” en 2011 y ofreció un menú de sustanciales subvenciones de investigación para semejantes instituciones, universidades de elite como Harvard y Yale volvieron a aceptar a los militares con una deferencia indecorosa.

Durante el exilio del ROTC de tales instituciones, sin embargo, se arraigó en campus colegiales en Estados que no expresaban inconformidad respecto a la discriminación, mientras el Pentágono expandía su programa de reclutamiento en escuelas de enseñanza media. Casi medio siglo después del establecimiento de JROTC del Ejército, la Ley de Vitalización del Cuerpo de Entrenamiento de Oficiales de Reserva de 1964 abrió semejante entrenamiento para jóvenes a todas las ramas de las fuerzas armadas. Lo que es más, la cantidad de unidades de JROTC en todo el país, limitada anteriormente a 1.200, aumentó rápidamente hasta 2001, cuando desapareció la idea misma de imponer límites al programa.

El motivo fue bastante evidente. En 1973, el gobierno de Nixon descartó el servicio militar obligatorio a favor de un ejército permanente profesional “solo de voluntarios”. ¿Pero dónde se encontraban esos profesionales? ¿Y cómo exactamente iban a ser persuadidos para ser “voluntarios”? Desde la Segunda Guerra Mundial, los programas de ROTC en instituciones de educación superior habían suministrado cerca de 60% de los oficiales comisionados. Pero el ejército necesita soldados de infantería.

Oficialmente, el Pentágono afirma que JROTC no es un programa de reclutamiento. En privado, nunca consideró que sea algo diferente. El JROTC se describe ahora como “desarrollado de una fuente de reclutas alistados y candidatos a oficiales a un programa ciudadano dedicado a la elevación moral, física y educacional de la juventud estadounidense”. Sin embargo, el ex secretario de Defensa William Cohen, testificando ante el Comité de Servicios Armados de la Cámara en 2000, calificó al JROTC de “uno de los mejores instrumentos de reclutamiento que podemos tener”.

Con esa misión no acreditada en mano, el Pentágono presionó por un objetivo planteado primero en 1991 por Colin Powell, entonces jefe del Estado Mayor Conjunto: el establecimiento de 3.500 unidades del JROTC para “elevar” a los estudiantes en las escuelas de enseñanza media en todo el país. El plan era expandir hacia “áreas educacional y económicamente marginadas”. Las escuelas de mala calidad de los centros urbanos, los cinturones industriales, el Sur profundo, y Texas se convirtieron en ricos campos de caza. Al comenzar 2013, solo el Ejército estaba reciclando a 4.000 oficiales en retiro para que dirigieran sus programas en 1.731 escuelas de enseñanza media. En total, unidades del JROTC del Ejército, la Fuerza Aérea, la Armada, y los Marines surgieron en 3.402 escuelas en todo el país –65% de ellas en el Sur– con un enrolamiento total de 557.129 niños.

Cómo funciona el programa
El programa funciona como sigue. El Departamento de Defensa gasta varios cientos de millones de dólares –365 millones en 2013– para suministrar uniformes, libros de texto aprobados por el Pentágono, y equipamiento al JROTC, así como parte de los salarios de los instructores. Esos instructores, asignados por los militares (no por las escuelas), son oficiales en retiro. Siguen cobrando la pensión federal, a pesar de que se requiere que las escuelas cubran sus salarios a niveles que recibirían en servicio activo. Los militares luego reembolsan a la escuela cerca de la mitad de la considerable remuneración, pero a pesar de ello a la escuela le cuestan mucho dinero.

Hace diez años el Comité de Servicio de Amigos (CSA en español y AFSC en inglés) estableció que el verdadero coste de los programas de JROTC para los distritos escolares locales era “a menudo mucho más elevado –en muchos casos más que el doble– del coste mencionado por el Departamento de Defensa”. En 2004, los distritos escolares locales estaban gastando “más de 222 millones de dólares solo en costes de personal”.

Varios directores de escuelas quienes me hablaron sobre el problema, elogiaron al Pentágono por subvencionar el presupuesto de la escuela, pero al respecto evidentemente no comprendían las finanzas de sus propias escuelas. El hecho es que las escuelas públicas que ofrecen programas de JROTC subvencionan actualmente la campaña de reclutamiento del Pentágono. De hecho, una clase de JROTC cuesta a las escuelas (y a los contribuyentes) significativamente más de lo que costaría un curso regular de educación física o de historia de EE.UU. – aunque a menudo es considerada como un sustituto adecuado para ambos.

Las escuelas locales no tienen ningún control sobre los planes de estudio del JROTC prescritos por el Pentágono, que son inherentemente orientados hacia el militarismo. Muchos sistemas escolares simplemente adoptan programas del JROTC sin siquiera echar un vistazo a lo que se enseñará a los estudiantes. El Comité de Servicios de Amigos de EE.UU., Veteranos por la Paz, y otros grupos civiles han compilado evidencia de que esas clases no solo son más costosas que las clases regulares, sino también inferiores en calidad.

¿Qué otra cosa que calidad inferior podría esperarse de libros de texto interesados escritos por ramas en competencia de las fuerzas armadas y utilizados por militares en retiro sin cualificaciones o experiencia pedagógica? En primer lugar, ni los textos ni los instructores enseñan el tipo de pensamiento crítico que es central actualmente en los mejores planes de estudio escolares. En su lugar, inculcan obediencia a la autoridad, miedo a “enemigos”, y postulan la primacía de la fuerza militar en la política exterior estadounidense.

Grupos civiles han presentado una serie de otras objeciones al JROTC, que van desde prácticas discriminatorias –por ejemplo, contra gays, inmigrantes y musulmanes– a otras peligrosas, como llevar armas a las escuelas (precisamente). Algunas unidades incluso establecieron polígonos de tiro donde se usan rifles automáticos y munición de guerra. JROTC embellece la peligrosa mística de semejantes armas, convirtiéndolas en objetos que hay que ansiar, aceptar, y apresurarse a encontrar la posibilidad de utilizarlas.

En su propia defensa, el programa publicita una ventaja principal ampliamente aceptada en todo EE.UU.: que suministra “condición”, que evita que los niños abandonen la escuela, y convierte a niños (y ahora niñas) de antecedentes “problemáticos” en “hombres” quienes, sin JROTC para salvarlos (y al resto de nosotros contra ellos), se convertirían en drogadictos o criminales o algo peor. Colin Powell, el primer graduado de ROTC que llegó al máximo puesto en las fuerzas armadas, pregonó precisamente esa línea en sus memorias My American Journey. “Niños de los centros urbanos pobres”, escribió, “muchos de hogares deshechos, [encuentran] estabilidad y modelos que imitar en JROTC”.

No existe evidencia para probar esas afirmaciones, sin embargo, aparte de testimonios de estudiantes como el que me presentó el de 14 años que me dijo que participó en busca de “condición”. El que esos niños (y sus padres) se dejen convencer por ese argumento de ventas es una medida de sus propias opciones limitadas. La gran mayoría de los estudiantes encuentra mejor “condición”, más positiva para la vida, en la escuela misma a través de cursos académicos, deportes, coros, bandas, clubs de ciencia o lenguaje, períodos de capacitación – de todo– en escuelas donde existen semejantes oportunidades. Es precisamente en escuelas con semejantes programas, donde administradores, maestros, padres y niños, trabajando en conjunto, tendrán más éxito en mantener afuera al JROTC. A los sistemas escolares “económica y socialmente deficitarios” que son el objetivo del Pentágono les queda la posibilidad de eliminar “detalles” semejantes y gastar sus presupuestos en un coronel o dos que puedan ofrecer a estudiantes necesitados de “estabilidad y modelos” un futuro prometedor, aunque tal vez muy corto, como soldados.

Días en la escuela
En una de esas escuelas del barrio marginado del centro de Boston, predominantemente negra, estuve en clases del JROTC donde niños miraban interminables filmes de soldados desfilando, y luego tuvieron que hacerlo ellos mismos en el gimnasio de la escuela, rifles en mano. (Tengo que admitir que podían marchar mucho mejor que escuadrones del Ejército Nacional Afgano, que también he observado, ¿pero es motivo para estar orgullosos?) Ya que esas clases parecían consistir a menudo de pasar el rato, los estudiantes tenían mucho tiempo para conversar con el reclutador del Ejército cuyo escritorio estaba convenientemente ubicado en la sala de clases del JROTC.

También conversaron conmigo. Una niña africano-estadounidense de 16 años, quien era la primera de su clase y ya se había alistado en el Ejército, me dijo que convertiría a las fuerzas armadas en su carrera. Su instructor –un coronel blanco a quien ella consideraba como el padre que nunca tuvo en casa– había llevado a la clase a creer que “nuestra guerra” continuaría durante mucho tiempo, como dijo, “hasta que hayamos matado al último musulmán en la Tierra”. Ella quería ayudar a salvar EE.UU. dedicando su vida a esa “gran tarea que nos espera”.

Sorprendida, exclamé, “¿Y qué piensas de Malcolm X?” Malcolm X nació en Boston y una calle no lejos de la escuela lleva su nombre. “¿No era musulmán?” pregunté.

“Oh, no, señora”, dijo. “Malcolm X era estadounidense”.

Un muchacho mayor, que también se había alistado con el reclutador, quería escapar a la violencia de las calles de la ciudad. Se alistó poco después que uno de sus mejores amigos, atrapado en el fuego cruzado de otros, fue muerto en un mini-mercado muy cercano a la escuela. Me dijo: “No tengo ningún futuro aquí. Igual podría estar en Afganistán.” Pensaba que sus probabilidades de supervivencia serían mejores allí, pero estaba preocupado por el hecho de que tenía que terminar la escuela secundaria antes de incorporarse para cumplir su “deber”. Dijo: “Solo espero que pueda llegar a la guerra”.

¿Qué clase de sistema escolar ofrece a niños y niñas semejantes “alternativas? ¿Qué clase de país?

¿Qué pasa en las escuelas en tu ciudad? ¿No es hora de que lo descubras?

18 de diciembre de 2013

LA PRIVATIZACIÓN DE LA SANGRE

Luisa Lores Agüin. Nueva Tribuna

El Gobierno de la Comunidad de Madrid ha aprobado la privatización de la gestión de las donaciones de sangre, que ceden a la Cruz Roja a cambio de 9,3 millones de euros (67 euros por donación).

La crisis económica disparará la afluencia de personas sin trabajo, que necesitarán vender su sangre como último recurso

Realizar cualquier crítica a la gestión de la donación y del uso de la sangre humana conlleva gran responsabilidad, ya que la sangre es un bien imprescindible y gracias a su donación altruista muchas personas logran recuperar su salud y salvar su vida, pero precisamente por eso debemos exigir la mayor transparencia y evitar cualquier suspicacia.

A finales de la década de los 80 y principios de los 90 las empresas privadas que comerciaban con sangre humana contrataron a donantes de alto riesgo en EEUU, incluyendo presos y consumidores de drogas inyectables y trataron con productos derivados de estas donaciones a personas afectadas de hemofilia en muchos países, entre ellos España, sin realizar los controles pertinentes, provocando miles de contagios de hepatitis y VIH.

Las compañías farmacéuticas implicadas lograron acuerdos extrajudiciales para evitar la mayor parte de las demandas, pero la alarma creada impulsó la prohibición de comerciar con sangre humana y la generalización de las donaciones voluntarias y no remuneradas.

A pesar de estos graves hechos y de que la OMS sigue alertando sobre la inseguridad asociada a la mercantilización de la sangre y se ha marcado el objetivo de que todos los países obtengan sus suministros de sangre de donantes voluntarios no remunerados entre 2014 y 2020, Ignacio González y Javier Fernández-Lasquetty caminan en dirección opuesta y acaban de aprobar la privatización de la gestión de las donaciones de sangre en la comunidad madrileña, que ceden a la Cruz Roja a cambio de 9,3 millones de euros (67 euros por donación)

La Cruz Roja es una institución privada patrocinada por grandes empresas españolas y aunque las personas voluntarias son merecedoras de gran respeto no sucede lo mismo con su presidente, Juan Manuel Suárez del Toro Rivero, un banquero que compatibilizaba hasta hace unos meses su cargo retribuido en esta ONG con la presidencia de Caja Canarias y con su pertenencia al Consejo de Administración de BFA/Bankia.

Por otra parte, al contrario de lo que sucede en otros países de nuestro entorno como Francia y Holanda, donde la fabricación de hemoderivados corre a cargo del sistema público, en España este proceso está en manos de la compañía farmacéutica (CF) Grifols, Multinacional catalana vinculada a fondos de inversión, que además de recibir gratuitamente el plasma donado por la población española, importa plasma de USA para elaborar hemoderivados para el mercado Europeo.

Esta CF tiene gran interés en disponer de cantidades suficientes de plasma sin necesidad de importarlo desde el otro lado del atlántico, así que su presidente Victor Grifols ha solicitado al gobierno de España la legalización del comercio de la sangre. “Me comprometo a pagar 60 o 70 euros por donante a la semanalo que sumado al paro es una forma de vivir”.

La privatización iniciada en Madrid abre las puertas a este mercado y facilita el acuerdo comercial entre Grifols y la Cruz Roja. Tanto el gobierno madrileño como las empresas privadas saben que estos hechos pueden generar desconfianza entre los donantes y disminuir su número, pero las nuevas tecnologías permiten incrementar la producción por donante, ya que la reintroducción de los hematíes tras la extracción de la sangre evita la anemia y posibilita realizar dos donaciones semanales y hasta 24 anuales, frente a las 3 ó 4 permitidas con el método convencional. Además, la crisis económica disparará la afluencia de personas sin trabajo, que necesitarán vender su sangre como último recurso, como ya ocurrió en épocas a las que creímos no regresar, posibilitando una gran oportunidad de negocio para la  industria privada, a costa de desgajar otro servicio esencial del SNS y de una enorme pérdida para la credibilidad y la seguridad de la gestión de la sangre en España, que costará mucho recuperar.
Se da la circunstancia de que el presidente de Cruz Roja no ha dimitido ni tampoco ha sido destituido por la cúpula de su organización a pesar de su imputación en el caso Bankia, el mismo banco que ha hecho perder sus casas y sus ahorros a los mismos madrileños a los que ahora se les conmina a vender su sangre para sobrevivir.


Hay que exigir el cumplimiento de las recomendaciones de la OMS, la paralización del convenio de la Comunidad de Madrid con la Cruz Roja y la gestión pública de la totalidad de las donaciones de sangre.

17 de diciembre de 2013

UCRANIA: DE ENCRUCIJADAS Y MANIPULACIONES

Jon Kortazar Billelabeitia, Asier Blas et al.(*) Cartas del Este 

Los acontecimientos de los últimos días en el país eslavo nos han creado una profunda tristeza. Tristeza al ver la voracidad de los imperialistas para apoderarse de un país soberano y de sus recursos. Tristeza al ver cómo manipulan los voceros de ese mismo imperialismo. Y tristeza al ver la desorientación de cierta izquierda ante el problema ucraniano. La imagen made in USA de “jóvenes antisistema que luchan contra el gobierno”actúa con el doble objetivo de dividir a una juventud comprometida cada vez más alienada, desideologizada y simplista en el análisis; además de dar una cierta legitimidad “popular” (tanto nacional como internacionalmente al golpe), ha actuado como un potente medio de confusión ante una izquierda desorientada y desideologizada. En Ucrania no hay una revolución, hay un golpe de estado contra la soberanía nacional. 

El problema ucraniano actual, la firma de un acuerdo de adhesión finalmente no materializado con la Unión Europea, se nos ha presentado como una encrucijada entre “Europa” y Rusia o incluso de manera más descarada entre “democracia” y “autoritarismo”. Todo ello con una concepción romántica como los “manifestantes antiautoritarios” y “protestas” de fondo, sin ser analizados los actores (internos y externos) que capitalizan dicha protesta. 

Ucrania es hoy en día un Estado independiente. Tal obviedad no sería necesaria repetirla si no fuese por el continuo machaque en presentarnos ese país como “un territorio en disputa entre Europa Occidental y Rusia”. Análisis de este tipo menosprecian a Ucrania como Estado y pueblo, como si fuese incapaz de tomar sus propias decisiones. Se hacen ver los acontecimientos de Ucrania, tanto las decisiones del gobierno, como las protestas, como las abiertas presiones de los diferentes mandatarios, “en clave rusa”, esto es, influenciadas por Putin y a la manera en que pueden afectar a Rusia (los más cándidos sueñan con una “transformación democrática del gigante ruso” influenciada por una Ucrania en la UE). Existe también la obsesión de presentar a Yanukovich como “prorruso”, como si no tuviese más ideología, o como si fuese un títere del Kremlin; obviando los roces que ha tenido con el vecino ruso. Curiosamente, este tipo de análisis que provienen de sectores “anti-Putin”, esto es, partidarios de aislar a Ucrania de Rusia en nombre de su presunta “soberanía”, contribuyen a crear una imagen de Ucrania subordinada a Rusia que no se corresponde con la realidad. De paso se justifica la colonización “europea” de Ucrania, ya que “o es una colonia de ellos, o de nosotros”. La realidad es que Ucrania como un país independiente tiene sus instituciones y capacidad de decisión. Hay gente que todavía no se ha enterado de que Putin no es el presidente de Ucrania, el presidente de Ucrania ha sido votado por los propios ucranianos. Y ahí enlazamos con la siguiente cuestión. 

Ucrania es también un Estado “democrático” de democracia formal representativa. No entraremos a valorar ahora si este tipo de democracia es el ideal o no, pero es algo homologable a los diversos países de la UE: se presentan diversos partidos a las elecciones y se forman mayorías y se eligen políticos para tomar decisiones. Organismos internacionales, como la OSCE, reconocen que sus elecciones son limpias y la propia Unión Europea o The Economist en su índice de la democracia sitúan a Ucrania como uno de los países más democráticos de su entorno, sin ir más lejos, más democrático que Georgia, país que acaba de firmar el Tratado de libre comercio y asociación que se le ha ofrecido también a Ucrania. Por lo tanto, el pueblo ucraniano ha elegido al presidente Yanukovich y una mayoría parlamentaria de su partido de forma democrática. Sus decisiones pueden gustar o no gustar, pero tiene la misma legitimidad para tomarlas, como cualquiera de los países considerados “democráticos”. Con lo cual, como presidente democrático de un Estado independiente, el Presidente y el gobierno ucraniano han rechazado firmar el acuerdo de Asociación y Libre comercio con la UE. 

¿Cuáles han sido las razones de Yanukovich para no firmar el Acuerdo de Asociación y Libre comercio con la UE? Básicamente han sido razones de pragmatismo económico ante el saqueo que se le avecinaba. La evidencia empírica demuestra que este tipo de acuerdos han perjudicado seriamente la economía de países con una estructura económica similar a la ucraniana. En este sentido, es importante entender que la UE no está ofreciendo una integración a Ucrania, lo que le oferta es una tratado de asociación y libre comercio (como por ejemplo ha hecho con Egipto o Sudáfrica) sin que además, medie ningún tipo de ayuda económica o financiación ventajosa. En cambio, a corto plazo sí que el país debería cumplir medidas destinadas a favorecer intercambios comerciales con los países de la UE lo que abundará en una política económica perjudicial para la mayoría de ucranianos, como por ejemplo, la “reducción del déficit presupuestario” (lo que se traduce como “recortes”), congelaciones salariales, subida de las tasas del gas y limitación del papel del Estado en este sector (privatización) y la apertura de sus mercados interiores a los productos europeos (pero sin ser miembro de la UE, con lo cual se encontraría en una situación vulnerable frente a los productos-dumping europeos). 

A largo plazo las perspectivas no son mucho mejores, ya que la ruptura de la armonización aduanera con Rusia y por añadidura con el espacio postsoviético (el comercio de Ucrania con esos países es del orden del 40%, un sacrificio importante), pondría en grandes dificultades a las empresas que dependen de inputs rusos o que exportan a Rusia. Por otro lado, no se ve que los productos ucranianos pudiesen exportarse con facilidad a los países que ya forman parte de la Unión Europea. A largo plazo Ucrania simplemente sería periferia de la UE y, por ello, el presidente Yanukovich ha resumido el programa para el intento de tratado como un “intento de poner de rodillas a Ucrania”. Quizá deberíamos escucharlo a él y a sus razones en lugar de hacer cábalas fuera de lugar sobre la presunta maldad de Putin y sus supuestos “chantajes” y “diplomacia brutal” (palabras del ministro de exteriores sueco Carl Bildt, país que dicho sea de paso, impone su dominación a los países bálticos con extrema virulencia ). 

Aquí entran en juego los actores externos. Está claro que un mercado de 45 millones de habitantes es un bocado apetecible para cualquiera y por ellos se entienden las prisas europeas para la firma del acuerdo, sobre todo por parte de Alemania y Polonia, tanto en la persona de los primeros ministros Merkel y Tusk así como de los ministros de Exteriores Westerwelle y Sikorski. Alemania y Polonia han chocado en varias ocasiones sobre la política hacia Rusia, debido a que Varsovia consideraba que Berlín era demasiado condescendiente con Moscú, sobre todo debido a la dependencia teutona respecto al gas ruso. Sin embargo, estos últimos años han entrado en sintonía, precisamente en una línea agresivamente antirrusa. Una línea que aúna las ambiciones alemanas de la expansión económica hacia el Este con las concepciones geopolíticas polacas (compartidas por EEUU, el alma mater de la geopolítica estadounidense, Brzezinski, es de origen polaco) del aislamiento total de Rusia y el cierre de sus rutas occidentales. Así mismo puede que haya habido un cierto ánimo de venganza por el fracaso diplomático occidental frente a Rusia respecto a Siria, y puede ser que hayan querido cobrarse la venganza en el terreno ucraniano. La UE incluso se ha negado a facilitar la presencia de Rusia en las conversaciones con Ucrania, algo que podía ayudar a armonizar los diversos intereses de ese país, con el paradójico argumento de que esa presencia rusa “lesionaba la soberanía de Ucrania”. Cabe destacar que la deuda que arrastra Ucrania con Rusia es en gran parte consecuencia de los nefastos acuerdos firmados en 2009 sobre el gas (a mediados de año se calculaban 2.200 millones de dólares) por la entonces Primera ministra Timoshenko, ella misma empresaria del gas que se enriqueció con la venta al por menor de los bienes estatales soviéticos tras la caída de la URSS. 

A todas estas cuestiones se les sumaba que la presidencia rotatoria de la UE estaba en manos de Lituania (no en vano la cumbre de la “Asociación Oriental” de la UE se celebraba en Vilnius), un país exsoviético muy alineado con Occidente y partícipe de las concepciones geopolíticas occidentales, en cuya capital Vilnius se celebró la cumbre de la “Asociación Oriental” de la UE. Y como corolario al asunto tenemos el espinoso asunto Timoshenko, la ex Primera ministra encarcelada por corrupción (fue acusada de firmar unas condiciones lesivas en el acuerdo del gas de 2009 con Rusia precisamente, con presuntas compensaciones personales. Por cierto, Putin fue uno de los mayores detractores de la sentencia). Los países de la UE le han exigido a Ucrania que libere a Timoshenko como “prueba de buena voluntad en el avance de la democracia”, lo cual es como pedir a Estado español que libere a Bárcenas de prisión. 

Por consiguiente es básicamente a unos recortes y a unas medidas económicas impuestas desde el exterior a lo que se ha opuesto el Gobierno ucraniano. ¿Entonces por qué no despierta más que desprecios esta decisión? Hay cierta izquierda que ve legítima la protesta en Madrid o Atenas contra los recortes de la “troika” o una Bruselas identificada con los “mercados” y presiona a sus respectivos Gobiernos para que no se plieguen al dictado de las mismas. Pero, en cambio, no es así si esta decisión es tomada por un Gobierno soberano aunque periférico al sistema cultural de valores occidental, ya que en este caso último caso esta misma izquierda se alinea con los intereses de los poderes fácticos de la Unión Europea criticando la decisión soberana del gobierno del Estado en cuestión (y además se suma al coro eurocentrista que ataca el país en cuestión como “autoritario”). Incomprensiblemente, la UE torna de ser un ente “al servicio de los mercados” a ser un “agente de la democracia”. Sin duda alguna aquí nos topamos con un tópico icónico en el universo de la izquierda: la santificación de la “protesta”, la toma de partido contra “la autoridad”. Y es precisamente cuando el enemigo utiliza la “protesta social” para injerir y subvertir la soberanía de otro Estado cuando la izquierda aparece inerte frente al ataque ideológico y confusionismo propalado por el imperialismo y sus voceros. 

El grueso de este movimiento de “protesta social” consta de pintorescos grupos que protagonizaron las revoluciones de colores principalmente a comienzos del siglo presente. Estos grupos tienen un perfil de militante bien definido: joven, con estudios, de pensamiento cosmopolita (orientado a Occidente) e insatisfecho; lo cual se traduce en un resentimiento muy fuerte contra el “poder” o quien lo detenta. Pero, ¿y la ideología? Nada, no se conoce. Por ello, la mayoría de sus mensajes son muy asimilables, intencionadamente escogidos por el mínimo común: “democracia”, “derechos humanos” (siempre hacen ver que en el país en el que actúan son mucho más violados que en países occidentales), “fuera la corrupción” y frases por el estilo. Sin embargo, el trasfondo ideológico real es muy pequeño. Este tipo de movimientos “de colores” actúan en países en los que se produjo la caída del socialismo en los 90, con la consiguiente pérdida de calidad de vida y derechos sociales, pero apenas vemos críticas hacia el capitalismo como modo de producción, la pobreza o el injusto reparto de la riqueza. Tal vez eso explique la sobrerrepresentación de jóvenes de clase media en este tipo de movimientos. Curiosamente, estos grupos tratan de cambiar gobiernos que en algunos casos, como en Moldavia, estaban clasificados por todo tipo de organizaciones e índices occidentales de democracia como el más democrático de los países postsoviéticos (exceptuando los tres Bálticos –que dicho sea de paso dos de ellos tienes a una parte importante de la población autóctona como apátridas por no darles la ciudadanía-), pero como gobernaban los comunistas montaron otra de sus golpes de estado blandos. Y es que la finalidad de estos grupos sea explícitamente o implícitamente siempre es impulsar las políticas neoliberales, tal y como demuestra la realidad empírica, todos los cambios de gobiernos que han logrado implementar han tenido como resultado un impulso decidido de las políticas neoliberales. 

La ausencia de la crítica al capitalismo real (no al capitalismo icónico según la concepción post-materialista y post-moderna), como medio de producción y sociedad de clases (en efecto, la desaparición de la URSS y el desastre consiguiente son conceptos ajenos al análisis político de estos grupos, es más en Kiev han derribado la estatua de Lenin), explica más cosas que las que parecen a primera vista. De hecho, todos estos movimientos de colores se basan en manuales del teórico estadounidense del “conflicto no-violento” llamado Gene Sharp. Este Gene Sharp, quien es la cabeza del Instituto Albert Einstein con sede en los Estados Unidos, es quien ha inventado una nueva técnica de lucha política: las manifestaciones y la llamada “presión popular” serían los sustitutos del golpe de Estado; la “no violencia” la alternativa a la intervención militar. Sin embargo, detrás de esa imagen romántica (romántica de verdad, ya que estos nuevos “disidentes” en muchas ocasiones no tienen empacho de utilizar iconografía tradicionalmente relacionada con la izquierda o el anticapitalismo, como el puño cerrado o palabras como “poder popular” o “desobediencia civil”), se esconde otra cosa: la ambición de una poderosa red estadounidense de ONGs para cambiar por la fuerza a Gobiernos de Estados “inconvenientes” (una realidad no ocultada, tal y como se puede ver en el documental “Estados Unidos a la conquista del Este” en el que los jóvenes del Este y los financiadoras e impulsores de la estrategia desde EEUU se confiesan sin rubor alguno). 

Esas redes u organizaciones informales, con amplia base juvenil, casi todos con acceso, conocimiento y costumbres tecnológicas (su puerta de entrada hacia el anhelado “Mundo occidental”) y con una aparición y crecimiento repentinos (esquema que se ha repetido en todos los países donde ha habido alguna “revolución de colores”, protagonizadas por organizaciones prácticamente inexistentes varios meses antes de producirse dichas rebeliones), tal y como ellos mismos afirman no son para nada espontáneas. Esas organizaciones y su “crecimiento repentino” se basan en sobre todo en dos vectores: en las conexiones internacionales y en el “entrenamiento” de los jóvenes activistas opositores. En cuanto al primer vector son claras las conexiones de estas organizaciones y del Instituto Albert Einstein con ONGs muy importantes estadounidenses y europeas, tales como la NED o la Fundación por una Sociedad Abierta de George Soros. Ya lo dijo el mismo Sharp: “Hacemos abiertamente lo que hace 20 años hacía la CIA encubiertamente”. Con la ventaja añadida de contar con una imagen más democrática: es mucho más “vendible” una manifestación de jóvenes idealistas agitando banderas que un golpe de Estado de una banda de militares corruptos. Sin embargo el objetivo sigue siendo el mismo, el cambio de un Gobierno por la fuerza. No es la desaparición de la inteligencia encubierta en las pugnas geopolíticas, sino su desarrollo cuasiperfecto, hasta al punto de manipular movimientos de masas. Cuestión de eficiencia: ya lo dijo Clausewitz: “la política es la continuación de la guerra por otros medios”. Si vemos que destacados políticos como el Ministro de Exteriores alemán Guido Westerwelle o la Subsecretaria para Asuntos Europeos de la Secretaría de Estado de EE.UU. Victoria Nuland han participado en las movilizaciones, Catherine Ashton se ha fotografiado con los “líderes de la oposición” (incluido el ultraderechista Oleh Tyahnybok), y las cancillerías occidentales han llamado a Ucrania que “escuche y/o a las protestas populares” (cosa que los demandantes no suelen hacer con las protestas populares de sus países); se nos plasma claramente el adagio clausewitziano: las protestas actúan como una extensión de la ofensiva diplomática occidentalista. 

El segundo vector es el mismo patrón de comportamiento: logos llamativos e identificativos que priman por encima de la ideología, campañas virales, la inevitable caja de resonancia en la prensa (prensa mainstream se entiende) que les presenta como (únicos) “disidentes” y como “ejemplo para el mundo” (con lo cual penetran en la conciencia de la izquierda de otros países), manifestaciones en apariencia “pacíficas” (con asaltos a edificios oficiales incluidos), etcétera. Este mecanismo ya se puso en marcha en 2004 en Ucrania, durante la llamada “Revolución Naranja”, que trajo la imposición de un gobierno pro-occidental que fue un auténtico fracaso. La prueba piloto se hizo en el 2000 en Serbia, contra el Gobierno de Slobodan Milošević. El golpe fue preparado por el grupo Otpor (Resistencia), cuyos líderes han sido encargados de “dar clases de resistencia pacífica” a los activistas en diversos países bajo el nuevo nombre de “Centro para la Aplicación de Estrategias No Violentas” (CANVAS). “Veteranos” de Otpor han sido vistos en Ucrania durante estos días. Srdja Popović, ex líder de Otpor, es un empleado de Stratfor, la “consultora de análisis internacional” cercano a la CIA. Por tanto tenemos a unos “revolucionarios” no tan autónomos en su papel, sino más bien, ejecutores de otros intereses, cuya función es sacar la foto de “protesta de masas”. En Ucrania, durante la “revolución naranja” esta organización análoga a y entrenada por Otpor! Se llamaba “Pora!” (“Ahora”). El legado de Pora! en estas protestas es visible, pero la renovación de la marca se ha dado a través de Femen, supuesto grupo feminista y “sextremista”, cuyas protestas políticas se centran en Putin, en el presidente bielorruso Lukashenko, y ahora en el presidente ucraniano Yanukovich (pero jamás en Merkel, Cameron, Obama u Hollande). 

Sin embargo, una cosa que tienen clara todas estas organizaciones es el derrocamiento del Gobierno de turno. Es algo que en Ucrania se ha visto, con una violencia inusitada: uso de excavadoras contra la policía, uso de gases, cocteles molotov, bengalas, asalto violento al Parlamento ucraniano y al Ayuntamiento de Kiev, algo que en cualquier país de la Unión Europea (o como en Tailandia, como está sucediendo ahora) a la que aspiran en nombre del “antiautoritarismo” sería disuelto sin contemplaciones (con pelotas y balas de goma por ejemplo), no dando la callada por respuesta como ha hecho la policía ucraniana (según datos de Amnistía Internacional, organización que no es precisamente simpatizante de Yanukovich, hay más heridos policías que manifestantes). Y están dispuestos a conseguirlo cueste lo que cueste. En Ucrania ese precio se llama Svoboda, el partido de ultraderecha (sus invectivas racistas contra rusos y judíos son palmarias, así como su reivindicación de los colaboracionistas pronazis y antisoviéticos de la II Guerra Mundial) ahora presente en el parlamento. En la manifestaciones las banderas azules con el logo de Svoboda o las banderas rojinegras de la UPA, el ejército colaboracionista antisoviético de la II Guerra Mundial son bien visibles, así como la aparición del líder ultra Oleh Tyahnybok en las tribunas junto a “respetables demócratas” opositores. 

Intentan confundirnos, mistificarnos, ocultarnos la realidad. No es una protesta por la democracia, sino lucha geopolítica. Hoy Ucrania está en una encrucijada, pero no en la encrucijada entre Europa y Rusia o entre democracia (a manos de corporaciones occidentales y ultraderechistas) y “autoritarismo” sino entre soberanía nacional y política económica soberana y colonización europea. La izquierda debe posicionarse en coherencia. 

(*) Jon Kortazar Billelabeitia, Asier Blas; Axier Lopez, Beatriz Esteban, Ibai Trebiño, Joseba Agudo, Marikarmen Albizu, Nerea Garro, Ruben Sánchez Bakaikoa, Xabier De Miguel.

16 de diciembre de 2013

ITALIA: LOS SÍNTOMAS ALARMANTES DE UNA EXPLOSIÓN SOCIAL

Franco Turigliatto. A l´encontre 

Desde hace dos días, diferentes medios no italianos han percibido un corte sociopolítico en Italia bastante más importante que el nombramiento de Mateo Renzi, alcalde de Florencia, a la cabeza del Partido Demócrata. El día 12 de diciembre, el corresponsal del semanario francés Le Point escribía: “Desde Palermo a Turín, de Roma a Génova, de Savona a Milán, un viento de protesta sin precedentes barre Italia. Interrupción del metro en la capital, cierre de las tiendas en los cascos antiguos, ocupación de estaciones y mercados, concentraciones ante los palacios institucionales, operaciones bloqueo en las fronteras: desde el domingo pasado, las manifestaciones contra la “casta política” se multiplican en la península”. Dejaremos de lado la interpretación de este periodista sobre la orientación y las fuerzas políticas que intentan vertebrar este movimiento. En el artículo que publicamos a continuación, Franco Turigliatto subraya con razón el peso concreto, visible por ejemplo en la capital piamontesa Turin -antigua capital de la Fiat- , de las fuerzas de la derecha extrema y las complicidades existentes entre éstas últimas y una parte de la policía y de la magistratura. Es tradicional considerar Italia como un laboratorio político. La fórmula ha estado justificada más de una vez. En el contexto de la crisis europea, habría que estar ciego para no tomar en cuenta de forma muy seria la posible dinámica de las recientes “sacudidas socio-políticas” en Italia y no concentrar la atención más que en la emergencia de una oposición sindical de izquierdas o de un reagrupamiento de las fuerzas de la izquierda anticapitalista. Estos últimos elementos tienen ciertamente toda su importancia, pero precisamente porque emergen en un contexto sociopolítico que no ha existido jamás en Italia desde finales de los años 1960 -Redacción de A l´encontre

Lo que está ocurriendo estos últimos días con las movilizaciones y los “levantamientos” de los llamados “forconi” [quienes enarbolan las horcas] indica que hemos entrado en una nueva fase de la crisis económica y social en nuestro país. Se movilizan sectores de la pequeña y media burguesía golpeados muy duramente por la crisis en sus intereses y sus rentas: los comerciantes, los vendedores ambulantes, los camioneros. Se han sumado a ellos otros sectores sociales populares más o menos marginales: jóvenes de las barriadas urbanas, parados o estudiantes. Esos fenómenos son particularmente evidentes y conflictivos en Turín, la vieja ciudad obrera y fordista que, más allá del nuevo escaparate turístico que significan los palacios del centro, se encuentra en una gran fase de pauperización y de postración social. 

La crisis y la pequeña burguesía 
Esos sectores de la pequeña burguesía -con sus diferentes estratos- han gozado durante muchos años de una relativa tranquilidad y confort (en algunos acaso eso se ha realizado gracias a diversas formas de evasión fiscal), pero hoy, después de seis años de una crisis económica aguda, sus certezas sociales y económicas son puestas en cuestión y para muchos de ellos se abre la posibilidad, a corto plazo, de un descenso a la pobreza. Esos sectores están golpeados no solo por las dinámicas de la crisis económica sino, también, como la gran mayoría de ciudadanos y ciudadanas, por las políticas de austeridad y de contracción presupuestaria aplicadas por los gobiernos de la burguesía. 

Desde hace años, esas políticas masacran en primer lugar, y ante todo, a los trabajadores y trabajadoras de los sectores privado y público que sufren recortes en los salarios, el empleo, con la destrucción de puestos de trabajo y en el llamado estado social. Esos “sacrificios” han sido exigidos permanentemente por las políticas neoliberales cuya única función es garantizar las ganancias y las rentas de la patronal, de la gran burguesía como clase y de sus miembros en particular. Para asegurar esa transferencia de riqueza de abajo hacia arriba, la clase dominante “reclama” hoy a amplios sectores de la pequeña burguesía que “participe en los sacrificios”, lo que empobrece a esas capas sociales intermedias que, sin embargo, son fundamentales para garantizar el statu quo social y político. 

El verbo inglés “squeeze” indica la acción simultánea de apretar y de extraer el jugo. Ese verbo se traduce de forma activa en lo que se refiere a la clase trabajadora. Pero concierne también a las capas de la pequeña burguesía y determina su desintegración social. 

Y eso constituye uno de los rasgos distintivos de las grandes crisis económicas que se transforman así en crisis políticas y sociales que producen contradicciones y heridas en todos los estratos de la sociedad. Es por lo que hablamos de un cambio de época en Europa. 

La crisis en la ciudad de Turín 
En algunas ciudades, entre ellas Turín, el fenómeno se presenta bajo formas particularmente dramáticas: la ciudad del mundo del trabajo, en otra época rica y con una clase obrera activa, ha sufrido profundas transformaciones. En algunos años, el paro ha alcanzado a toda la región del Piamonte, lo que implica no solo centenares de miles de personas en paro sino, también, un gran número de “cassa integrati” (gente que ha perdido su empleo pero cobra una parte de su salario, fruto de las conquistas de comienzos de los años 1970). 

Es evidente que la pequeña burguesía, ante todo la comercial en sus diversas facetas, afectada ya por la crisis no podía más que, incluso sin tener una conciencia exacta de ello, sufrir una reducción de sus actividades comerciales y de sus rentas como consecuencia del simple hecho de que un gran número de asalariados habían perdido su salario o lo había visto reducido y estaban obligados a reducir su consumo. La crisis que golpeó primero a los asalariados no podía sino repercutir a los comerciantes que, mientras tanto, a pesar del fraude fiscal de algunos de ellos, tuvieron que hacer frente a las reducciones presupuestarias de las entidades nacionales y locales, que debían ser los actores en última instancia de las medidas de austeridad decididas por el gobierno. 

Además, antes existía una cierta delimitación y planificación de los puntos de venta, pero ahora la casi total liberalización del comercio y el poder enorme de las grandes marcas de distribución han puesto de rodillas a todo el pequeño comercio local, comenzando por los vendedores ambulantes [los mercados locales tienen una gran importancia en Italia], aplastados por la competencia de los centros comerciales, pero también golpeados por la competencia sin freno entre ellos mismos. 

Esos comerciantes cierran sus tiendas y renacen como champiñones con nuevas actividades, aún a riesgo de volver a cerrarlas ante la imposibilidad de garantizarse una renta suficiente. Pero hay otro fenómeno que debe ser comprendido. Muchos de esos pequeños comerciantes (comercios, bares, etc.) han salido de la clase obrera. De hecho, mucha de la gente en paro, entre ella un gran número de jóvenes y de antiguos asalariados, han reunido todas las reservas financieras familiares para poner en pie un pequeño negocio a fin de obtener un ingreso. Y luego se han dado cuenta de que no era suficiente para vivir. 

En Turín, estos últimos días, el cierre de las tiendas ha sido total, bien como consecuencia de la decisión de sus propietarios, bien por el efecto de grupos activos ligados a los organizadores de la huelga que han circulado permanentemente por la ciudad para imponer a todos los comerciantes el cierre de la persiana. 

La intervención de las fuerzas de la derecha 
Naturalmente, todos estos fenómenos socio-económicos hacen frente a la intervención y a la orientación política de las asociaciones profesionales especializadas en la creación de una ideología y de una identidad según las cuales la figura social del trabajador/a independiente garantizaría la riqueza de Italia. A partir de ahí, resulta que casi todos los demás son “ladrones”: no solo el personal político, sino también los asalariados del sector público, que son parásitos, así como, incluso, los asalariados del sector privado que dispondrían del “privilegio” de la “cassa integrazione”. Por tanto resulta fácil generar la división entre los sectores populares con grandes dificultades y hacer emerger una revuelta qualunquista [corriente política italiana de derechas que tiene rasgos antiparlamentarios y antiestatales, cuya revista Uomo qualunque -el hombre ordinario- conoció una audiencia electoral en 1946; hay similitudes con el poujadismo francés]. 

Las fuerzas de derecha y de extrema derecha están muy presentes y activas a través de quienes componen el comité de huelga de Turín y dirigen la dinámica de la protesta, lógicamente confusa. En las calles de la ciudad, se podía reconocer a grupos de jóvenes de derechas, provenientes de las hinchadas de los equipos de fútbol; además, estaban bien representados Forza Nuova [organización neofascista fundada en 2003 cuyo presidente, Roberto Fiore, fue diputado europeo en 2008-2009] y CasaPound [centro social neofascista y nacionalista-revolucionario creado en Roma en diciembre de 2003; el término Pound hace referencia al propagandista del fascismo Ezra Pound], y eran numerosos los eslóganes y los comportamientos claramente fascistas y reaccionarios. Numerosos jóvenes, a menudo de los barrios, han utilizado esta jornada como una posibilidad de expresar sus frustraciones sociales y su descontento. Al mismo tiempo, se ha visto que existía una puesta en escena y una organización precisa de la jornada. Otros elementos dan fe de una cierta entente que no solo tiene que ver con la simpatía por los manifestantes por parte de las fuerzas del orden, sino que remite a una relación política organizada con las fuerzas de la derecha extrema. 

En este contexto se ha distinguido la actitud diligente de la magistratura de Turín que al alba de estas movilizaciones había dado la orden de llevar a cabo un amplio registro de los activistas del movimiento No TAV [movimiento popular del valle de Susa contra la construcción de una línea de tren de alta velocidad], registro que condujo a la detención de cuatro jóvenes a quienes se les ha puesto el calificativo de “terroristas” (sic). 

La pequeña burguesía y las fuerzas de derechas 
Es más que evidente que esas clases sociales en vías de pauperización -en la calle estaban presentes ante todo comerciantes ambulantes y sectores inferiores del sector del comercio- y la gran masa de los parados pueden convertirse en una base de masas de las fuerzas ultrarreaccionarias y fascistas. El potencial de radicalización reaccionaria de los sectores pequeñoburgueses implica grandes peligros para la clase obrera. Esta situación puede tomar una configuración muy nociva a causa de la ausencia, desde hace cierto tiempo, de un fuerte movimiento de masas y de luchas de la clase obrera. La responsabilidad de las direcciones sindicales, cómplices de los gobiernos de los banqueros y de la gran burguesía, es aquí inmensa. 

De hecho, solo una fuerte movilización obrera y de clase puede impedir derivas reaccionarias. Para responder positivamente a lo que se está desarrollando es necesario que el movimiento sindical y el de los trabajadores, apoyándose en los sectores más disponibles para la lucha, construya rápidamente una amplia iniciativa sobre la base de la defensa del salario, del empleo y de una política económica diferente que pueda dirigirse al conjunto de las masas trabajadoras y, también, a una parte de esos sectores de la pequeña burguesía y, ante todo, a los parados y paradas. Para ello es necesaria una huelga general. Si una huelga así hubiera tenido lugar ya, al menos una parte de los jóvenes que ayer (9 de diciembre) salieron a la calle habría tenido una buena y diferente ocasión de expresar su rabia. 

Sería una ilusión peligrosa, como algunos que desvarían en la izquierda, considerar estas movilizaciones como precursoras de una real lucha positiva contra las políticas de austeridad y los gobiernos que las han aplicado. Pensar que la pequeña burguesía y las capas más marginadas del proletariado, en la época de la mundialización capitalista, a diferencia de lo que ha resultado siempre a lo largo de la historia y en particular en la gran crisis europea de los años 1930, puedan formar un proyecto alternativo al gran capital tiene que ver no solo con una ilusión, sino que es un error de los más peligrosos, que puede abrir la vía a verdaderas y reales tragedias políticas. 

Como escribía Trotsky, la pequeña burguesía, ese polvo humano -un gran número de individuos no organizados en los lugares y los eslabones de la producción y de la distribución, pero en último análisis que depende de las relaciones sociales que traducen-, no tiene ni la función ni la fuerza social y política para expresar un proyecto alternativo al de las clases dominantes. Las clases sociales intermedias entre las dos clases fundamentales siguen estando, en última instancia, atraídas por la que demuestre más fuerza sobre el terreno. Hoy como ayer, la burguesía puede utilizar sectores de la pequeña burguesía y de los parados -como el hizo el fascismo- como arietes contra la clase obrera. Trotsky añadía, en 1930: “En cada giro del camino de la historia, en cada crisis social, hay que reexaminar el problema de las relaciones existentes entre las tres clases de la sociedad actual: la gran burguesía con el capital financiero a su cabeza, la pequeña burguesía que oscila entre los dos campos principales, y, finalmente, el proletariado. La gran burguesía que no constituye más que una fracción ínfima de la nación no puede mantenerse en el poder sin apoyarse en la pequeña burguesía de la ciudad y del campo, es decir sin apoyo entre los últimos representantes de las antiguas capas medias, y entre las masas que constituyen hoy las nuevas capas medias”. Prosigue: “Para que la crisis social pueda desembocar en la revolución proletaria, es indispensable, al margen de otras condiciones, que las clases pequeñoburguesas basculen de forma decisiva del lado del proletariado. Esto permite al proletariado tomar la cabeza de la nación, y dirigirla. Las últimas elecciones revelan una tendencia en sentido inverso y es ahí donde reside su valor sintomático esencial. Bajo los golpes de la crisis, la pequeña burguesía ha basculado no del lado de la revolución proletaria, sino del lado de la reacción imperialista más extremista, arrastrando a capas importantes del proletariado”. Luego afirma de forma incisiva: “Si el partido comunista es el partido de la esperanza revolucionaria, el fascismo en tanto que movimiento de masas es el partido de la desesperación contrarrevolucionaria” (León Trotsky, “El giro de la Internacional Comunista y la situación en Alemania” 27/09/1930). 

La importancia de la lucha de los trabajadores 
Solo la capacidad y el protagonismo, la fuerza y la lucha de las masas trabajadoras por sus propios objetivos de salvaguardia de sus condiciones de vida y de trabajo pueden convertirse en un polo atractivo para sectores de la pequeña burguesía o, al menos, neutralizar sectores de ella en el curso del enfrentamiento agudo con la clase dominante. Es una de las tareas urgentes que se encuentra ante nosotros y que hace de la reanudación del conflicto en los lugares de trabajo, aunque muy difícil, un elemento necesario y posible. 

Nos enfrentamos a una cuestión de tiempo. El movimiento obrero y sindical debe recuperarse. De un lado, no debe demonizar a ciertos sectores sociales como tales, aliándose así a la política del Partido Demócrata y a las direcciones sindicales, quienes han subordinado a las trabajadoras y trabajadores a las orientaciones de la gran burguesía. Del otro lado, debe ser consciente de que ese movimiento de los “forconi” está dirigido por fuerzas reaccionarias y de derechas que deben ser combatidas. 

Por esta razón, los miembros de clase obrera -y en particular las fuerzas de la izquierda anticapitalista que deben dedicarle todas sus fuerzas- deben comenzar su propia lucha, la revuelta de clase contra los gobiernos de los paquetes de austeridad, es decir contra la clase burguesa.


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