Ángeles
Diez Rodríguez. La Haine
Incluso
se permiten enmendar la plana a los gobiernos latinoamericanos que, defendiendo
la soberanía y el principio de no injerencia, se oponen a la guerra contra
Siria
El caso de Siria es uno de los más paradigmáticos
en los que desde el 2011 se evidencian con claridad el papel legitimador de la
guerra jugado por ciertos intelectuales de izquierda. Una parte importante de
éstos ha optado por servir de coro a la guerra mediática contra Siria
investidos de una áurea ilustrada y cargados de principios morales de factura
occidental. Desde sus púlpitos en los medios alternativos pero también en los
masivos elaboran explicaciones, justificaciones y relatos que presentan como principios
éticos cuando en realidad se trata de su opción política. Ridiculizan y
simplifican, manipulan y tergiversan la opción de los militantes
antiimperialistas e incluso se permiten enmendar la plana a los gobiernos
latinoamericanos que, defendiendo la soberanía y el principio de no injerencia,
se oponen a la guerra contra Siria.
En junio del 2003 en el marco de la guerra y
ocupación de Iraq no fue muy complicado, en el ámbito universitario, en el de
la cultura y en la militancia de izquierdas, que se alzaran cientos de voces
contra la guerra, fuimos capaces de reconocer las trampas discursivas, capaces
de descubrir los intereses del imperio y sus socios, de desvelar las mentiras
mediáticas y sobre todo de establecer prioridades en la movilización y la denuncia.
No pudimos parar la guerra ni la ocupación de Iraq pero pusimos los cimientos
de un movimiento antiimperialista que podría haber sido el freno de mano de la
barbarie bélica y que, de alguna manera, aplazó el objetivo de continuar la
neocolonización de la zona.
Si en el 2003 nos fue relativamente fácil
movilizarnos contra la guerra en Iraq y los planes imperiales, lo cual no
significaba apoyar ninguna dictadura, muchos nos hacemos ahora la pregunta ¿qué
ha pasado para que no surja o para que no se dé continuidad al movimiento que
emergió en el 2003? Seguramente haya diversas razones entrecruzadas pero me
gustaría destacar dos que me parecen centrales: los medios de comunicación
masivos han hecho un buen trabajo disuasorio y una parte de los intelectuales
de izquierdas que antes eran referentes políticos contra la guerra han optado
por servir en el otro bando.
Intelectuales de izquierda al servicio
de la legitimación bélica.
Que los medios masivos mienten, tergiversan,
ocultan, señalan, dan forma y rostro a nuestros enemigos es una evidencia
repetida una y otra vez en la historia. Lo hacen no porque sean instrumentos
del imperio, no, lo hacen porque son parte consustancial del poder. Pero la
justificación de las guerras, la “fabricación
del consenso” que diría Chomsky, no sólo se hace a través de las
corporaciones mediáticas. La propaganda es un sistema en el que se insertan las
empresas mediáticas, la clase política y sus discursos, la cultura occidental
prepotente y colonialista, los periodistas, los artistas, los intelectuales,
los académicos y los filósofos mediáticos. Todos estos intelectuales se han
convertido en un “clero secular” que
“optan por jugar un papel fundamental en la interiorización de la ideología de
la guerra humanitaria como un mecanismo de legitimación” (Bricmont, 2005). Unos
conscientemente otros no tanto se han puesto al servicio de la propaganda de
guerra del imperio.
Lo interesante es que esta cohorte creadora de
opinión pública antes se reclutaba en las filas conservadoras, en las liberales
y una parte en las de los socialdemócratas (recordemos la campaña del PSOE con
“la OTAN de entrada No”) pero desde
la guerra de Yugoslavia (1999) son cada vez más los grupos de intelectuales que
proceden o se reclaman revolucionarios de izquierda, anticapitalistas y
antiimperialistas. Se explican a sí mismos con argumentos morales
universalistas y humanitarios: luchar contra las dictaduras (estén donde estén)
y defender la causa de los pueblos (siendo éstos las mujeres afganas, los
insurgentes libios, los manifestantes sirios o la parte de pueblo que los
medios masivos señalen como víctima de las dictaduras).
Algunos de estos intelectuales enarbolaron el “No a la guerra” contra Iraq en el 2003,
sin embargo, desde el inicio de las llamadas “primaveras árabes” tocan en la misma orquesta que sus gobiernos
llamando al derrocamiento de tirano B. Al-Assad y a la Transición democrática
en Siria; incluso hay quien reclama la intervención militar de Occidente como
la novelista Almudena Grandes: “Al fondo está El Asad, un dictador, un tirano,
un asesino en serie que resultará el único beneficiario de la no intervención”.
Suponemos que para ellos S. Huseim era menos
dictador que B. Al-Assad o quizá se trate de que en esa guerra había cientos de
miles de ciudadanos en las calles gritando “No
a la guerra”, caso que no se da ahora.
El papel que juega este “clero secularizado” es doble, por un lado suministran argumentos
justificadores de la intervención armada, por otro dividen, debilitan o
bloquean cada vez con mayor intensidad el surgimiento de una oposición fuerte a
las guerras imperiales.
Unas veces por ignorancia política, otras por
confusión pero la mayoría de las veces por un sentido subyacente de
superioridad moral como intelectuales del mundo desarrollado, esta “izquierda” ha interiorizado los
argumentos de la derecha. Según Bricmont se ha movido en dos actitudes: a) lo
que llama el imperialismo humanitario, que se apoya en creer que nuestros “valores universales” (la idea de
libertad, democracia) nos obligan a intervenir en cualquier lugar. Sería una
especie de deber moral (derecho de ingerencia) b) el “relativismo cultural” que parte de que no hay costumbres buenas o
malas. Tendríamos el caso de que si hay un movimiento wahabista o
fundamentalista que se revela contra la represión hay que aplaudirlo porque “los pueblos no se equivocan” o, como me
explicó un filósofo español “cuando los
pueblos hablan la geoestrategia calla”.
Extrañas coincidencias por la libertad
y la democracia
La dominación imperial es siempre militar pero
necesita una ideología que la justifique para eliminar resistencias en la
retaguardia. Hoy día, gracias a la complejidad del sistema de propaganda cada
vez más sofisticado, tecnificado y efectivo, una gran parte de la construcción de
esta ideología legitimadora está en manos de una izquierda, ahora ya
respetable, que cuenta con credibilidad para la opinión pública crítica gracias
a su currículo como defensora de la causa Palestina. El núcleo duro de los
discursos legitimadores se ha desplazado de la ya clásica “libertad” a la críptica “dignidad”
y mantiene la “democracia” y los
derechos humanos como consignas. La democracia como “la intervención soñada” del filósofo Santiago Alba sirve de utopía
light para sumar adeptos y confundir los deseos con la realidad.
Sin embargo, hay ocasiones en las que la consigna
de la libertad emerge cual ave fénix cuando el público al que se dirigen es
demasiado occidentalizado para desentrañar el enigma de la “dignidad”. Dice Bricmont que justo cuando el imperio abandona el
lenguaje de la libertad porque ya no resulta creíble lo retoma este clero
humanitarista. Así, en el llamamiento de la Campaña de solidaridad global con
la Revolución Siria firmado entre otros por G. Achcar, S. Alba y Tariq Ali cuyo
título es “solidaridad con la lucha Siria
por la dignidad y la libertad”, en apenas dos páginas se utiliza 14 veces
la palabra libertad.
A medida que la guerra mediática contra Siria se
ha ido recrudecido han aumentado las coincidencias entre los relatos imperiales
y los discursos de los que dicen apoyar a los “revolucionarios sirios”. Sigamos con los ejemplos ilustrativos y
comparemos el “llamamiento de Solidaridad
global con la Revolución Siria” con la declaración conjunta sobre Siria que
firmaron 11 países en el marco de la reunión del G20, a propuesta de EEUU, para
forzar un frente de Estados que apoyen la intervención armada.
En el llamamiento del clero
humanitarista se apuntan los siguientes argumentos:
1) En Siria hay una revolución en marcha 2) El
único responsable de las muertes, de la militarización del conflicto y de la
polarización de la sociedad es B. Al-Assad 3) Hay que apoyar a los
revolucionarios sirios porque “luchan por
la libertad a nivel regional y mundial” 4) Hay que “apoyar una Transición pacífica hacia la democracia para que decidan
los propios sirios” 5) Se pide una “Siria
libre, unificada e independiente” 6) Se pide ayuda a todos los refugiados y
desplazados internos sirios
En la Web de la Campaña se introduce el texto del
llamamiento especificando que “la
revolución del pueblo debe ser apoyada por todos los medios”, suponemos que
todos los medios significa todos los medios, y se exige que B. Al-Assad dimita,
sea juzgado y se ponga fin al apoyo militar y financiero al régimen sirio, sólo
al “régimen sirio”.
Por su parte la declaración conjunta de EEUU y sus
socios, entre los que curiosamente no se encuentra ningún país latinoamericano
y el único árabe es Arabia Saudita, expone los siguientes tópicos: 1) Condena
exclusivamente al gobierno sirio al que hace responsable del ataque con armas
químicas 2) La guerra contra Siria es para defender al resto del mundo de las
armas químicas evitando su proliferación. 3) La intervención trataría de evitar
males mayores: “un mayor sufrimiento del
pueblo sirio y la inestabilidad regional” 4) Se condena la violación de los
Derechos humanos “por todas las partes”
5) Se pide una salida política, no militar y se dice: “Estamos comprometidos con una solución política que se traduzca en una
Siria unida, incluyente y democrática” 6) Se llama a la asistencia
humanitaria, a los donantes y a la ayuda a las necesidades del pueblo sirio.
En la comparación de ambos textos lo sorprendente
es que en el primero se destila un aire mucho más belicista, no se reconoce que
haya dos bandos en el conflicto, el conflicto se reduce a B. Al-Assad, se
justifica el apoyo a los “revolucionarios
sirios” porque están haciendo la revolución mundial y no se plantea una
salida política sino la derrota del gobierno sirio. Pareciera que este llamamiento
hubiera sido redactado precisamente por uno de los bandos en conflicto que se
arroga la portavocía del pueblo sirio en su conjunto.
Las trampas del lenguaje: “Condenamos la intervención, ni con unos ni
con otros, los pueblos siempre tienen razón”
La construcción de la ideología del imperialismo
humanitario ha tenido distintos recorridos. Como decíamos al inicio de esta
intervención, ha sido el estandarte de la izquierda bienpensante (parte de ella
vinculada al trotskismo de la Cuarta Internacional) que desde la guerra contra
Yugoslavia (1999) fue dando forma a un discurso moralista cómodo que la
homologaba como “izquierda respetable”
aunque se declarara “anticapitalista”.
Si analizamos algunos de sus discursos sobre Siria
encontramos las pautas que se repiten. En primer lugar hay que dejar claro
constantemente el punto de partida antiimperialista, y negar que se esté con “la intervención militar extranjera”
como hace G. Achcar en el artículo “Contra
la intervención militar extranjera, apoyo a la revuelta popular siria”, o
S. Alba en “Siria, la intervención
soñada” que termina con un “condeno,
condeno, condeno, la intervención militar estadounidense”. Decía V.
Klemperer en su obra “La lengua del
Tercer Reich” que “el lenguaje saca a
la luz aquello que una persona quiere ocultar de forma deliberada, ante otros o
ante sí mismo, y aquello que lleva dentro inconscientemente”. El clero
humanitarista no está a favor de la intervención militar pero se ve obligado a
repetirlo constantemente en sus escritos y conferencias como si el público al
que se dirigen no estuviera del todo convencido. Tampoco conviene hablar de
guerra y por tanto se utiliza constantemente el eufemismo “intervención militar extranjera” o “intervención militar estadounidense”.
Ni con EEUU ni con B. Al-Assad. La equidistancia
es sin duda un refugio ideal para las buenas conciencias y tiene la ventaja de
la ambigüedad que permite posicionarse en un lado o en otro según discurran los
acontecimientos. Se trata de una falsa simetría que coloca en el mismo plano al
agresor y al agredido. Si en una situación en la que un Estado o un conjunto de
Estados amenazan y declaran la guerra a otro nos declaramos neutros, en
realidad, apoyamos la opción del más fuerte. No ha sido Siria quien ha
declarado la guerra a EEUU o a Europa y comparativamente el poderío y la
capacidad bélica de Siria respecto al imperio y sus socios (armas químicas,
nucleares y convencionales) es incomparable.
Al clero humanitarista no le convence el
posicionamiento “ni-ni” y trata por
todos los medios de decantar las opiniones hacia el lado del bando donde se
encuentran los llamados “revolucionarios
sirios”. En ese intento no escatima adjetivos contra el gobierno Sirio y su
presidente y se sitúan por encima de la realidad o la veracidad de los hechos;
tenemos así a S. Alba diciendo que es un hecho irrefutable que “con independencia de que haya usado o no
armas químicas contra su propio pueblo, el régimen dictatorial de la dinastía
Assad es el responsable primero y directo de la destrucción de Siria, del
sufrimiento de su población y de todas las consecuencias, humanas, políticas y
regionales que se deriven de ahí”; o a Almudena Grandes calificando a El
Assad como “asesino en serie”. Pero
lo cierto es que como dice Bricmont “En
tiempos de guerra denunciar los crímenes del adversario, aun suponiendo que
estén sólidamente fundamentados, algo que con frecuencia no es así, acaba
contribuyendo a estimular el odio que hace que la guerra sea aceptable”.
Otro de los tópicos clásicos es estar del lado de
los pueblos. Aquí tenemos un escollo difícil de salvar ya que, en el caso de
las primaveras árabes, los gobiernos imperiales se han posicionado claramente a
favor de los pueblos y han sido los primeros en señalar su apoyo a los “revolucionarios” sirios. La explicación
más rocambolesca de estos intelectuales humanitarios es la pura casualidad, el
cinismo o las intenciones perversas del imperio que le lleva a apoyar a los
pueblos árabes para luego apropiarse de las revoluciones e imponer sus propios intereses.
La realidad es, según ellos, que ni EEUU ni a Europa le interesa intervenir
militarmente en Siria. Pero cuando los “rebeldes
y los refugiados sirios”, como antes hicieron los rebeldes libios,
manifiestan que “anhelan el ataque de
EEUU a Siria” se complica la definición de “revolucionarios” y la de “pueblo”
pues ¿Quién es ese pueblo revolucionario o parte del pueblo que clama por un
ataque militar de otros estados?
Dada la complejidad de la situación
refugiémonos en nuestros principios.
Podemos denunciar a las corporaciones mediáticas,
a los políticos y publicistas que nos siguen vendiendo la guerra con la misma
retórica moralista y con prácticas cínicas, el problema es que les sigue
funcionando, por lo menos con la gente poco concienciada. La novedad es que
ahora disponen de una cohorte de filósofos, intelectuales y artistas que se
venden como estrellas mediáticas, aunque sea en medios alternativos, que
incluso se creen lo que dicen, creen defender realmente los derechos humanos y
estar del lado de los pueblos, pero su labor ha sido la de acompañar los
discursos imperialistas y bloquear el surgimiento de movimientos de oposición a
la guerra enfangándonos en discusiones estériles sobre su propio
posicionamiento.
Sus textos, conferencias e intervenciones
mediáticas han tenido una gran eficacia para confundir, persuadir y
culpabilizar a los activistas contra la guerra, a la gente más dispuesta a
ofrecer resistencia efectiva a la guerra imperial y a la propaganda de guerra.
Para curarse en salud suelen afirmar que todo es más complejo, impredecible, de
modo que la única opción que nos queda como gente buena que somos es
refugiarnos en nuestra buena conciencia. Si nuestros conocimientos y retórica
son tergiversados y utilizados para favorecer el apoyo a la guerra será un
efecto no querido, un daño colateral por el que no se nos puede
responsabilizar.
Lo cierto es que los discursos, los llamamientos y las exigencias del clero humanitarista no tienen la más mínima repercusión sobre los gobiernos occidentales pero también es cierto que sí afectan a la posibilidad de un movimiento antiimperialista. Quisiera terminar con unas palabras de R. Sánchez Ferlosio sobre la guerra “aparte de unos pocos exaltados todos vemos la guerra con matices pero en momentos decisivos los matices no pueden ser el lastre que nos impida oponernos a la guerra con la contundencia necesaria. Ni debemos dejar que se conviertan en munición en nuestra contra. Es nuestra responsabilidad política”.