NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Aunque el artículo que les presentó se ilustra en el marco geográfico, social, cultural y político de América Latina, conviene hacer cierta abstracción de dicho contexto por parte del lector español y europeo.
Verá que, salvando el detalle de los nombres de los actores locales en cada latitud, aquí encontramos también a los negadores de la lucha de clases, a los deconstructores de un discurso global y revolucionario contra el capitalismo, los que consideran una antigualla el socialismo y unos “antiguos” a quienes seguimos viendo en el marxismo el instrumento teórico y práctico para la transformación social. Aquí, en Europa, estos profetas de “lo nuevo” se hacen llamar “indignados” pero su matriz es igualmente pequeño-burguesa y sirve a los mismos intereses: el capitalismo como sistema de relaciones sociales de producción que, por cierto, no es sólo cosa de banqueros; del mismo modo que nuestros enemigos de clase no sean sólo ese mixtificado 1%, que han importado de USA y repiten como papagayos descerebrados. Es también esa pequeña burguesía indignada para la que el problema no es el capitalismo sino determinada forma de capitalismo: el liberal. De ahí que en su horizonte teórico declarativo nunca esté el socialismo (digan lo que digan, a nivel PARTICULAR, sus miembros) sino una vuelta al Estado del Bienestar que una vez muerto ya no resucitará.
Sin más, les dejo con el sencillo pero interesante artículo
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES Y LOS PROCESOS REVOLUCIONARIOS EN AMÉRICA LATINA: UNA CRÍTICA A LOS POSTMODERNISTAS
Edmilson Costa. Kaosenlared.net
Los años 90 del siglo pasado y los primeros diez años de este siglo estuvieron marcados por un intenso debate entre las fuerzas de izquierda sobre el rol de los movimientos sociales, de las minorías, de las luchas de género y de las vanguardias políticas en los procesos de transformación económica, social y política de la sociedad. Fue colocada en el orden del día la discusión sobre nuevas palabras de orden, nuevos agentes políticos y sociales, nuevas formas de lucha, nuevas concepciones sobre la acción práctica política.
Esos temas y concepciones ocuparon el vacío político en ese periodo en razón de una serie de fenómenos que ocurrieron en la década de los años 80 y 90, como la caída del Muro de Berlín, el colapso de la Unión Soviética y de los países del Este Europeo, el reflujo del movimiento sindical, la reducción de las luchas obreras en los principales centros capitalistas, la pérdida de protagonismo de los partidos revolucionarios, especialmente de los comunistas, además de la ofensiva de la ideología neoliberal en todas partes del mundo, bajo el comando de las fuerzas más reaccionarias del capital.
La coyuntura de derrota de las fuerzas progresistas favoreció todo tipo de modismo teórico y fetiche ideológico. Bajo diversos pretextos, ciertas fuerzas políticas, incluso algunos compañeros de izquierda, comenzaron a cuestionar la centralidad del trabajo en la vida social, el rol de los partidos políticos como vanguardia de los procesos de transformaciones sociales y políticas, la actualidad de la lucha de clases como instrumento de cambio de la historia y el propio socialismo-comunismo como proceso que lleva a la emancipación humana.
Ese movimiento teórico y político envolvió fuerzas difusas pero influyentes junto a la juventud y a varios movimientos sociales. El objetivo era desconstruir el discurso de los partidos políticos revolucionarios, del movimiento sindical y del propio marxismo, como síntesis teórica de la revolución. Para estas fuerzas, los discursos de temas globales, como la igualdad, el socialismo, la emancipación humana, los valores históricos del proletariado, las soluciones colectivas contra la opresión humana, eran cosa del pasado y producto de un mundo que ya no existía más.
En el lugar de esos “viejos” temas, se hacía necesario colocar un nuevo discurso, como forma de reconocer la fragmentación de la realidad y del conocimiento, la constatación de la diferencia, la emergencia de nuevos sujetos sociales, con características, valores y reivindicaciones específicas, como los movimientos sociales, de género, raza, etnia, etc., y nuevas formas de formas de lucha, incluso con renuncia a la toma del poder.
La condensación de ese eclecticismo conservador, de esa matriz teórica disociadora, puede ser expresada en lo que se acordó llamar de postmodernismo. Esa es la fuente teórica inspiradora de todos los modismos teóricos y fetiches que se hicieron moda en las dos últimas décadas. ¿Cuáles son los principales presupuestos teóricos de los postmodernistas, que tanta influencia tuvieron en esos años de vacío político? Vamos a atenernos a tres vertientes fundamentales que nortean los fundamentos de esa corriente teórica.
1) El fin de la centralidad del trabajo. Uno de los temas más destacados por los postmodernistas es el hecho de que las tecnologías de la información, la reestructuración productiva y la inserción acelerada de ciencia en el proceso productivo hicieron obsoleto el concepto de clase obrera y proletariado, incluso porque esos actores están tornándose residuales en un mundo globalizado donde impera la robótica, la internet y la informática avanzada. Algunos de esos teóricos llegaron a dar adiós al proletariado, que sería un concepto típico de la segunda revolución industrial. Prueba de ello sería la constatación de que la clase obrera está disminuyendo en todo el mundo y, por eso, incluso, perdió el protagonismo para otros movimientos emergentes en el capitalismo globalizado.
Los teóricos postmodernistas se comportan como el cazador que ve apenas los árboles, pero no consigue ver la floresta. Mira el mundo desde una perspectiva de Europa o Estados Unidos. Por eso, no consiguen comprender que el capital posee una extraordinaria movilidad, en función de la búsqueda permanente por valorización. Por eso, son incapaces de percibir que el proletariado está creciendo de manera expresiva en términos mundiales, con el desplazamiento de miles de industrias desde los EUA y de Europa para Asia, proceso que está incorporando al mundo del trabajo miles de millones de trabajadores en China, la India y en toda Asia, en un movimiento que está cambiando la coyuntura mundial.
No consiguen entender que el propio capitalismo es una contradicción en proceso, pues mientras más se moderniza, mientras más inserta ciencia en la producción, más amplía su composición orgánica y, consecuentemente, más presiona las tasas de lucro hacia abajo. Por eso, el capitalismo no puede existir sin su contrapunto, el proletariado. Si el capitalismo automatizase todas sus fábricas el sistema entraría en colapso, pues los robots son incluso más disciplinados que los seres humanos, son capaces de trabajar sin descanso, no reivindican salario, ni hacen huelga, pero también tienen su talón de Aquiles: no consumen. Si no tienen consumidores, los capitalistas no tienen para quién vender sus mercancías. O sea, antes de una automatización total, el sistema entraría en colapso en función de sus propias contradicciones.
2) El fin de la centralidad de la lucha de clases. Otro de los argumentos de los teóricos post-modernos es la alegación de que la lucha de clases es cosa del pasado. Finalmente, dicen, si el proletariado está reduciéndose aceleradamente, no existe más identidad de clase y, por lo tanto, no tendría sentido hablarse de lucha de clases. En esa perspectiva, dicen, la reestructuración productiva puede ser considerada una especie de doble de difuntos que vino a sepultar a los viejos agentes del pasado, como el movimiento sindical. Prueba de eso, según ellos, es que los sindicatos perdieron el protagonismo y ahora agonizan en todo el mundo. Y la principal representación teórica del mundo del trabajo, el marxismo, también estaría rebasado, en función de su visión monolítica del mundo.
Nuevamente, los teóricos post-modernistas tampoco comprenden la historia y confunden su sumisión ideológica al orden capitalista con la realidad de los trabajadores. La lucha de clases siempre existió desde que las clases se constituyeron en la humanidad y continuará su trayectoria mientras exista la explotación de un ser humano por otro. No porque los marxistas quieren, sino porque la realidad lo impone. En tiempos de reflujo las luchas sociales disminuyen. Parece que los trabajadores están pasivos y los capitalistas imaginan que consiguieron disciplinar para siempre a los trabajadores.
En esa coyuntura, el discurso del fin de la lucha de clase, de la pasividad de los trabajadores, llega a influenciar a mucha gente, finalmente, quien no tiene una perspectiva histórica del mundo se atiene sólo a la superficie de los fenómenos, a la apariencia de las cosas. Pero en los momentos de crisis del capitalismo, ese discurso se hace enteramente inadecuado, entra en choque con la realidad, una vez que la crisis coloca la lucha de clases en el orden del día con una actualidad extraordinaria, para desesperación de aquellos que imaginaban su fin.
Si observáramos la realidad actual, donde el sistema capitalista enfrenta su mayor crisis desde la gran Depresión, podremos fácilmente constatar la emergencia de la lucha de clases en prácticamente todas las partes del mundo. Es solo observar las insurrecciones en Oriente Medio, en el Norte de la África, las luchas en América Latina, las huelgas y movilizaciones en Europa. Además de eso, la crisis también hizo al marxismo más actual que nunca. Incluso los capitalistas están leyendo El Capital para intentar entender lo que está ocurriendo en el mundo.
3) Las vanguardias políticas no tienen más ningún papel a desempeñar en el mundo globalizado. El tercero de los argumentos clave de los teóricos post-modernistas es que los partidos revolucionarios, especialmente los comunistas, no tienen más ningún papel a desempeñar en el mundo actual. La acción política ahora debe ser comandada por los movimientos sociales, por los movimientos de género, minorías étnicas, ecológicos, sexuales, etc., que son víctimas de “opresiones específicas”. Eso porque los partidos serían organizaciones autoproclamatorias, autoritarias, portadoras de un fetiche irrealizable, que es la revolución socialista. Esas instituciones, portadoras de un discurso utópico de emancipación humana, estarían también deteriorándose en todo el mundo, porque no entendieron la realidad del mundo globalizado.
Otra vez los teóricos post-modernistas no consiguen comprender la totalidad de la vida social. Por eso, ven el mundo sin unidad, fragmentado y disperso. No entienden que, por detrás de la “opresión específica” que alcanzan los movimientos sociales y de género, etnia, sexual, está el gran capital apropiándose de la plusvalía de todos, independientemente de etnia, sexo u orientación religiosa . No comprenden que los movimientos, por su propia naturaleza, tienen límites institucionales y de representatividad.
Un sindicato, por más combativo que sea, debe representar los intereses de los trabajadores de su base. De la misma forma que una entidad estudiantil, una organización de habitantes, de mujeres o de homosexuales tiene como objetivo defender los intereses específicos de sus representados, actúan en los límites institucionales del orden burgués. Solamente el partido político revolucionario, que se propone derrotar el orden capitalista y que junta en sus filas todos esos segmentos sociales, posee condiciones para entender la totalidad de la lucha política y lanzar propuestas globales para la transformación de la sociedad.
La práctica de las luchas sociales
Si observáramos las luchas sociales que fueron realizadas en los últimos años, podremos constatar fácilmente que gran parte de ellas fueron derrotadas exactamente porque no existían vanguardias con capacidad de conducir y orientar esas luchas para la radicalidad de clase y la emancipación del proletariado. No se trata aquí de negar la importancia de las luchas específicas o de los movimientos sociales. Por el contrario, son fundamentales para cualquier proceso de cambio, sirven también como aprendizaje de la lucha de clases, pero dejadas por sí mismas, sólo con su contenido espontáneo, no tienen condiciones de realizar las transformaciones de la sociedad y terminan siendo derrotadas por el capital.
El teatro de operaciones es más o menos el siguiente: después de un momento de euforia y movilización los movimientos sociales son capaces de realizar proezas impresionantes, como desacreditar el viejo orden, desafiar las clases dominantes, pero en un segundo momento se agotan en sí mismas sin alcanzar los objetivos por falta de perspectivas. América Latina es un importante puesto de observación para constatar esa hipótesis, pero también en varias partes del mundo los ejemplos son fértiles para verificar la necesidad de vanguardias políticas.
Bolivia, por ejemplo, fue escenario de varias insurrecciones populares contra gobiernos neoliberales. Las masas se sublevaron, fueron a las calles pos millones, derrumbaron a los gobiernos conservadores, pero lo máximo que consiguieron fue elegir un presidente progresista que es fustigado a todo momento por el capital y no consigue realizar plenamente ni el propio programa que se propuso en el periodo de las elecciones.
En Ecuador, ocurrieron también varias insurrecciones populares. En una de ellas, los movimientos conquistaron el poder y lo entregaron a un militar que después los traicionó y ahora es un personaje conservador en la política del país. Posteriormente, en el auge de otra insurrección, consiguieron elegir un presidente progresista, pero este no consigue implementar un programa transformador porque el capital no le da tregua. Recientemente casi fue depuesto por sectores militares y policías sublevados.
En Argentina, en función de la crisis económica heredada del gobierno neoliberal de Menen, las masas también se sublevaron en varias regiones del país. En un periodo corto el país cambió tres veces de presidente. El resultado de la sublevación popular fue la elección de Néstor Kirchner y, posteriormente, de su compañera, Cristina Kirchner. En esos años de poder, los Kirchner tampoco realizaron ningún cambio de fondo. El capitalismo siguió su curso como si nada hubiera sucedido.
Más recientemente, dos grandes insurrecciones populares derrumbaron los gobiernos conservadores de Túnez y de Egipto. Miles de personas se sublevaron durante varios días, centenares de personas murieron, los dictadores dejaron el poder, pero los movimientos sociales, sin vanguardia política, no consiguieron sus objetivos. Sectores de la burguesía local encabezaron la formación de nuevos gobiernos y los trabajadores otra vez dejaron escapar de sus manos la revolución.
En Brasil, un gran movimiento social, el Movimiento de los Sin Tierra (MST) enfrentó con bravura los gobiernos neoliberales, teniendo como norte la bandera de la reforma agraria. Organizó un movimiento original y de masas, con base social en todo el país, especialmente entre la población más pobre de la ciudad y del campo. El MST ocupó haciendas de los latifundistas, realizó formación de gran parte de sus cuadros e incluso consiguió construir una universidad popular para formación permanente de sus militantes.
Sin embargo, el desarrollo del capitalismo en el campo brasileño y la emergencia del agro-negocio crearon una nueva coyuntura en el campo brasileño, donde las relaciones de producción pasaron a darse predominantemente entre capital y trabajo. Esa coyuntura, aliada al programa de compensación social del gobierno de Lula, la Bolsa Familia, un programa de transferencia de renta para la población más pobre, llevó al MST a una encrucijada.
O sea, la realidad cambió radicalmente en el campo brasileño, pero la razón de ser del MST era la reforma agraria. Por eso, el movimiento, que se volviera uno de los símbolos de lucha contra el neoliberalismo y, por eso incluso obtuvo simpatía mundial, puede llegar a no tener más el mismo protagonismo. Los campamentos del MST fueron reducidos y el movimiento vive algunas dificultades estratégicas. Finalmente, si la mayoría de los trabajadores está en las ciudades, si el capitalismo hegemonizó las relaciones de producción en el campo y subordinó la pequeña agricultura a la lógica del capital, se hace difícil la supervivencia en el largo plazo de un movimiento que tenga la bandera de la reforma agraria como lucha estratégica.
La condensación más expresiva de la teoría movimentista fue el Foro Social Mundial (FSM). En ocasión del primer FSM, en Porto Alegre, parecía que todos habían encontrado la fórmula ideal para las nuevas luchas sociales. Miles de luchadores de todo el mundo convergieron en Rio Grande do Sul para hacerse presentes en el lanzamiento de la nueva marca de la lucha mundial autónoma. Fue un éxito extraordinario y un contrapunto al Foro de Davos, donde los capitalistas traman nuevas estrategias para la dominación del mundo.
El éxito de público y de los medios del FSM parecía haber enterrado de vez la noción de vanguardia política. Ahora serían los movimientos sociales, los movimientos de género, etnia, de las mujeres, los movimientos sociales que de ahora en adelante comandarían las luchas en el mundo. Adiós partidos políticos, adiós movimiento sindical, adiós viejos actores sociales de la segunda revolución industrial. Ahora eran los movimientos difusos, sin centralidad política, enteramente autónomos, libres de dogmas e ideologías rebasadas que irían a probar al mundo la nueva realidad de la lucha social y política.
Mucha gente sinceramente creyó que el FSM podría ser la fórmula mágica, el contrapunto contemporáneo al capital, el sustituto de las viejas vanguardias políticas y su discurso auto-proclamatorio. Pero la realidad poco a poco fue colocando en el debido lugar el modismo movimientista. Con el tiempo, el FSM fue perdiendo aliento, fue vaciándose, hasta el punto de que hoy nadie más cree que pueda ser alternativa a cosa alguna. Otra vez la vida probó que los movimientos por sí sólo no tienen condiciones de cambiar la sociedad. Es necesaria la vanguardia política para conducir los procesos de transformación.
El significado del post-modernismo y las luchas sociales
En otras palabras, la ideología post-modernista es responsable por gran parte de las derrotas de los movimientos sociales en estas dos décadas, no sólo porque ese modismo teórico influenció parte de la juventud y liderazgos de los movimientos sociales, como también porque llevó a la frustración a miles de luchadores sociales. Eso porque las luchas fragmentadas generalmente se desarrollan de manera espontánea. Al inicio, hay una trayectoria de ascenso, envuelve miles de personas, pero inmediatamente después el movimiento va debilitándose hasta ser absorbido por el sistema.
En otras palabras, el post-modernismo es el fetiche ideológico típico de los tiempos de neoliberalismo y representa la ideología pequeño-burguesa de la sumisión sofisticada al orden del capital. Pero esa ideología carga consigo una contradicción insoluble: en el momento en que el capital más se globaliza, con la internacionalización de la producción y de las finanzas, es justamente en este momento que los post-modernos predican la fragmentación de la realidad, la sectorización de las luchas sociales, la especificidad de los combates de género, etnia, sexo, etc. Sólo quien no quiere cambiar el orden capitalista piensa de esa forma.
En verdad, todos los que siguen ese ritual teórico, de manera directa o indirecta, están renunciando a un proyecto emancipador y esconden su impotencia mediante un discurso lleno de abstracciones sociológicas, pero muy conveniente para el capital. Por eso, combaten las luchas generales, para fragmentarlas en luchas específicas, que no enfrentan abiertamente el sistema dominante. Se trata del comercio al por menor de la política fantaseado de moderno.
Esos sectores cumplieron, en los últimos 20 años y aún cumplen hasta hoy, un papel muy especial en la lucha ideológica actual: ellos son la mano izquierda del social-liberalismo capitalista. Influencian a las generaciones más jóvenes, desarrollan un discurso con apariencia de modernidad, influyen en la organización de las luchas sociales. Con su discurso ecléctico y fatalista, lleno de sentido común, desorientan a sectores importantes de la sociedad en lo que se refiere a la acción política y, en la práctica, ayudan a organizar, aunque indirectamente, la sumisión de varios sectores sociales al orden capitalista y a los valores del mercado.
Esas dos décadas de experiencias fragmentadas nos llevan a la conclusión de que, más que nunca, las vanguardias revolucionarias tienen un papel fundamental en el proceso de transformaciones sociales. Son ellas exactamente las que pueden conducir y orientar los varios movimientos sociales con una plataforma estratégica de emancipación de la humanidad, lo que significa derrotar el imperialismo y el capitalismo y transitar hacia la construcción de la sociedad socialista.
*Edmilson Costa, Secretario de Relaciones Internacionales del Comité Central del PCB
14 de abril de 2012
9 de abril de 2012
LA TRAMPA DE GUINDOS: PROGRESIVIDAD EN LAS PRESTACIONES SANITARIAS
Por Marat
El canto de sirena que lanza el ex Consejero asesor para Europa de Lehman Brothers y ministro de Economía Luis De Guindos proponiendo abrir el debate sobre la introducción de la progresividad en las prestaciones sanitarias (1) es una de las mayores trampas que puede colar el PP a los trabajadores, a los sindicatos y a las izquierdas en general PORQUE:
El canto de sirena que lanza el ex Consejero asesor para Europa de Lehman Brothers y ministro de Economía Luis De Guindos proponiendo abrir el debate sobre la introducción de la progresividad en las prestaciones sanitarias (1) es una de las mayores trampas que puede colar el PP a los trabajadores, a los sindicatos y a las izquierdas en general PORQUE:
1.-Supone empujar a las clases medias y altas fuera del Sistema Nacional de Salud (SNS) español, lo que a medio plazo convertirá la sanidad pública en una “sanidad para pobres”; modelo americano previo a la Reforma de la Sanidad de Obama y lo que teníamos antes de la generalización del sistema público de salud en 1986. Las clases medias y altas que huyesen de la Sanidad Pública posteriormente obtendrían una disminución de su carga tributaria, como ha sucedido en otros países, al pagarse su propia sanidad privada. Esto supondría menores fuentes de ingreso al fisco para la financiación para el Sistema Nacional de Salud
2.-Ello potenciaría aún más el trasvase de usuarios desde la sanidad pública a la privada, incrementando en mayor medida el negocio de la sanidad.
3.-Es una forma de introducir el fin de la universalidad y la gratuidad del sistema sanitario, rasgos característicos de nuestra sanidad pública, por la puerta de atrás y bajo la coartada de una decisión de justicia social que, en realidad, sólo busca rebajar la calidad del sistema sanitario, desproveerle aún más de fondos y darle una puntilla de muerte.
4.-Es infinitamente más reaccionario que recurrir a la progresividad fiscal real (impuesto en el IRPF y otros sobre el capital, las SICAV, los beneficios empresariales y las grandes fortunas). Una progrsividad fiscal real es una forma mucho más eficaz y progresista de recaudar fondos para la sostenibilidad de un sistema sanitario cuya crisis financiera ha sido inducida por la confluencia de intereses entre las grandes corporaciones y mutualidades sanitarias privadas, sectores políticos y de la administración, la industria farmacéutica y sectores financieros privados con intereses cruzados en las grandes entidades de sanidad privada, que encontrarán un nuevo gran mercado en la financiación de la privatización de la sanidad.
5.-Avanza hacia un copago parcial inicial. Una vez aplicada en todas las Comunidades Autónomas sobre una parte de las clases sociales, ya sólo bastará implantarlo a todas las demás, justamente a los trabajadores, pensionistas y familias de rentas bajas, que son las más necesitadas de una sanidad pública de calidad, universal y gratuita.
6.-Es una medida populista que trata de ganar masa crítica hacia más medidas privatizadoras de los servicios, mediante el apoyo a un falso señuelo de “que paguen más los que más tienen” (luego pagará el resto, como en Catalunya con el copago) y el consenso de amplias capas de la población que sienten que no hay un reparto equitativo de las medidas anticrisis –puras medidas antisociales y de voladura de lo público- y verán en esto una medida, aparentemente, más igualitaria y redistributiva del peso de los sacrificios. Puede abrir una brecha en las izquierdas que piquen ese anzuelo.
En consecuencia, oponerse a esa medida, explicando muy bien los motivos, con el fin de ganar la batalla de la opinión pública y de la calle debe ser una de las batallas que los sindicatos, la clase trabajadora y las organizaciones de izquierdas acometan con firmeza y sin dudas ni titubeos.
NOTAS:
(1)http://www.publico.es/dinero/428768/de-guindos-plantea-la-progresividad-en-las-prestaciones-sanitarias y también http://politica.elpais.com/politica/2012/04/09/actualidad/1333954688_207882.html
2.-Ello potenciaría aún más el trasvase de usuarios desde la sanidad pública a la privada, incrementando en mayor medida el negocio de la sanidad.
3.-Es una forma de introducir el fin de la universalidad y la gratuidad del sistema sanitario, rasgos característicos de nuestra sanidad pública, por la puerta de atrás y bajo la coartada de una decisión de justicia social que, en realidad, sólo busca rebajar la calidad del sistema sanitario, desproveerle aún más de fondos y darle una puntilla de muerte.
4.-Es infinitamente más reaccionario que recurrir a la progresividad fiscal real (impuesto en el IRPF y otros sobre el capital, las SICAV, los beneficios empresariales y las grandes fortunas). Una progrsividad fiscal real es una forma mucho más eficaz y progresista de recaudar fondos para la sostenibilidad de un sistema sanitario cuya crisis financiera ha sido inducida por la confluencia de intereses entre las grandes corporaciones y mutualidades sanitarias privadas, sectores políticos y de la administración, la industria farmacéutica y sectores financieros privados con intereses cruzados en las grandes entidades de sanidad privada, que encontrarán un nuevo gran mercado en la financiación de la privatización de la sanidad.
5.-Avanza hacia un copago parcial inicial. Una vez aplicada en todas las Comunidades Autónomas sobre una parte de las clases sociales, ya sólo bastará implantarlo a todas las demás, justamente a los trabajadores, pensionistas y familias de rentas bajas, que son las más necesitadas de una sanidad pública de calidad, universal y gratuita.
6.-Es una medida populista que trata de ganar masa crítica hacia más medidas privatizadoras de los servicios, mediante el apoyo a un falso señuelo de “que paguen más los que más tienen” (luego pagará el resto, como en Catalunya con el copago) y el consenso de amplias capas de la población que sienten que no hay un reparto equitativo de las medidas anticrisis –puras medidas antisociales y de voladura de lo público- y verán en esto una medida, aparentemente, más igualitaria y redistributiva del peso de los sacrificios. Puede abrir una brecha en las izquierdas que piquen ese anzuelo.
En consecuencia, oponerse a esa medida, explicando muy bien los motivos, con el fin de ganar la batalla de la opinión pública y de la calle debe ser una de las batallas que los sindicatos, la clase trabajadora y las organizaciones de izquierdas acometan con firmeza y sin dudas ni titubeos.
NOTAS:
(1)http://www.publico.es/dinero/428768/de-guindos-plantea-la-progresividad-en-las-prestaciones-sanitarias y también http://politica.elpais.com/politica/2012/04/09/actualidad/1333954688_207882.html
7 de abril de 2012
DOLOR
Por Marat (en un momento de rabia)
DOLOR. ¿LES SUENA LA SITUACIÓN DE UNA MADRE GRIEGA QUE NO PUEDE PAGAR LECHE PARA SUS HIJOS -1,50 €- CUANDO GANAN EN SU CASA 500? DOLOR: ¿IMAGINAN QUE LA MEJOR FANTASÍA DE UN NIÑO GRIEGO SEA IR AL COLEGIO PARA PODER DESAYUNAR (Y EN ELLO SEGURO HARÁ TAMBIÉN COMIDA, MERIENDA Y CENA)? DOLOR. ¿SABEN QUE UN CRECIENTE NÚMERO DE ANCIANOS -USTEDES LO SERÁN- DE LA UE REBUSCAN EN LA BASURA PARA COMER? DOLOR. ¿SABEN LO QUE ES ESPERAR A UNA OPERACIÓN QUE MUY PROBLABLEMENTE SEA DE CÁNCER HASTA QUE LLEGUE TARDE, COMO YA HA SUCEDIDO MUCHAS VECES Y OCURRIRÁ UNA VEZ MÁS? DOLOR. ¿SABEN LO QUE ES QUE TU MEJOR JEFA, UNA DE ESAS QUE NO IMAGINABAS TENER, FUERA EXPULSADA DEL TRABAJO PORQUE ERA DEMASIADO BLANDA CON SUS “COMPAÑEROS”, PORQUE PARA ELLA LO ERAN? YO SÍ. DOLOR, ¿SABEN LO QUE ES QUE ALGUIEN QUE NUNCA TUVO CARNÉ SINDICAL DIERA LA CARA EL 29M, COMO TANTAS VECES LO HIZO ANTES Y, A SUS 58 AÑOS, PERDIERA SU PUESTO DE TRABAJO? AL PRÓXIMO IMBÉCIL QUE USE LA PALABRA "MERCADOS" Y NO CAPITALISMO, AL QUE HAY QUE DESTRUIR PARA CONSTRUIR UN MUNDO HUMANO Y SOCIALISTA, LE AVISO QUE ME CAGO EN SUS CALOSTROS POR CRETINO Y MAL INFORMADO
LOS OBREROS DE LA ACERÍA GRIEGA ENTRAN FIRMES EN SU SEXTO MES DE HUELGA INDEFINIDA
La Mancha Obrera.
El domingo pasado, una multitud de gente participó en la gran concentración-concierto de solidaridad dando un impulso y fuerza militante a los huelguistas de la Acería que continúan en huelga por 157 días, entrando en el sexto mes de su lucha. En este evento el PAME entregó a la dirección del sindicato la tercera parte de la ayuda financiera que ha concentrado. Al mismo tiempo continúa la ola conmovedora de solidaridad clasista internacional con apoyo financiero y otro tipo de asistencia organizado por las fuerzas clasistas militantes en todo el mundo.
El mensaje de solidaridad resonó en un ambiente de clase y canciones y la entrada de la fábrica quedó inundada de nuevo por obreros, jóvenes, mujeres y pensionistas. Estaban al lado de los trabajadores de la acería aclarando una vez más que “su lucha es nuestra lucha también”. Esta solidaridad fue expresada por varios artistas y grupos que declararon su solidaridad con su propia manera especial.
Giorgos Sifonios en su discurso de bienvenida en el concierto dijo:
“Estamos orgullosos de que aún estamos aguantando. Ya hemos vencido, porque la lucha heroica que estamos librando es un punto de referencia a nivel mundial. Vamos a estar aquí tanto cuanto sea necesario; lucharemos hasta el fin y pueden estar seguros que venceremos.”
Se pone de manifiesto cada vez más que el gobierno se burla de la lucha de los obreros metalúrgicos. Al mismo tiempo ha concedido numerosos privilegios a los empleadores de la “Acería Griega” y facilitó la construcción de un puerto privado. El sindicato de los obreros metalúrgicos respondió a los supuestos compromisos del gobierno para una “conferencia gubernamental con respecto a la Acería” y dejó claro que hasta el fin de la semana habrá nuevas concentraciones multitudinarias.
El lunes por la mañana, los lacayos conocidos de la patronal y aspirantes rompehuelgas aparecieron en la puerta de la fábrica y fueron una vez más provocativos. Junto con los gerentes de la fábrica querían entrar para trabajar. Los piquetes respondieron decisivamente a sus planes de romper la huelga. Los títeres de los empleadores se marcharon sin lograr nada.
Es más necesario que nunca fortalecer la solidaridad con los huelguistas en la acería con todo tipo de ayuda y solidaridad.
El domingo pasado, una multitud de gente participó en la gran concentración-concierto de solidaridad dando un impulso y fuerza militante a los huelguistas de la Acería que continúan en huelga por 157 días, entrando en el sexto mes de su lucha. En este evento el PAME entregó a la dirección del sindicato la tercera parte de la ayuda financiera que ha concentrado. Al mismo tiempo continúa la ola conmovedora de solidaridad clasista internacional con apoyo financiero y otro tipo de asistencia organizado por las fuerzas clasistas militantes en todo el mundo.
El mensaje de solidaridad resonó en un ambiente de clase y canciones y la entrada de la fábrica quedó inundada de nuevo por obreros, jóvenes, mujeres y pensionistas. Estaban al lado de los trabajadores de la acería aclarando una vez más que “su lucha es nuestra lucha también”. Esta solidaridad fue expresada por varios artistas y grupos que declararon su solidaridad con su propia manera especial.
Giorgos Sifonios en su discurso de bienvenida en el concierto dijo:
“Estamos orgullosos de que aún estamos aguantando. Ya hemos vencido, porque la lucha heroica que estamos librando es un punto de referencia a nivel mundial. Vamos a estar aquí tanto cuanto sea necesario; lucharemos hasta el fin y pueden estar seguros que venceremos.”
Se pone de manifiesto cada vez más que el gobierno se burla de la lucha de los obreros metalúrgicos. Al mismo tiempo ha concedido numerosos privilegios a los empleadores de la “Acería Griega” y facilitó la construcción de un puerto privado. El sindicato de los obreros metalúrgicos respondió a los supuestos compromisos del gobierno para una “conferencia gubernamental con respecto a la Acería” y dejó claro que hasta el fin de la semana habrá nuevas concentraciones multitudinarias.
El lunes por la mañana, los lacayos conocidos de la patronal y aspirantes rompehuelgas aparecieron en la puerta de la fábrica y fueron una vez más provocativos. Junto con los gerentes de la fábrica querían entrar para trabajar. Los piquetes respondieron decisivamente a sus planes de romper la huelga. Los títeres de los empleadores se marcharon sin lograr nada.
Es más necesario que nunca fortalecer la solidaridad con los huelguistas en la acería con todo tipo de ayuda y solidaridad.
6 de abril de 2012
MITOS Y MENTIRAS SOBRE LOS SINDICATOS
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
El autor del texto que les presento incurre en algún defecto de análisis, al olvidar el efecto que la Contrarreforma Laboral, ya operante, tiene sobre la realidad laboral de los trabajadores, y sobre el escenario en el que tienen que moverse a partir de ahora sus organizaciones de clase en los centros de trabajo (inicio de la muerte de los convenios colectivos y fin, desde mi punto de vista afortunado para la reactivación de la lucha de clases, del pacto social como filosofía de Estado y del capitalismo postwelfariano)
También creo produndamente errónea su crítica, y en este caso con mucha mayor gravedad a la credibilidad de los partidos políticos y de sus dirigentes; crítica en la que no matiza, ni establece diferencias, ni concreta siglas, en un estilo tan querido por los "indignados", en el que desafortunadamente se coincide con la extrema derecha. Las consecuencias a medio plazo de este tipo de "análisis" pueden acabar siendo nefastas para el pluralismo político, las libertades y, en definitiva, la propia política, que es la única herramienta de enfrentamiento contra el capitalismo de la que disponemos los trabajadores, ya que el sindicalismo, por su propia naturaleza, tiene características meramente defensivas.
Pero lo cierto es que el resto del texto es un análisis que desmonta las falacias y embustes del nuevo corpus ideológico (el fascio-liberalismo) emergente contra los sindicatos. Por este motivo se hace necesaria la difusión de escritos como el presente, con las salvedades ya señaladas. No es el único existente en la línea de defensa del movimiento sindical pero me ha parecido oportuno reproducir siquiera éste en un momento histórico de "malos tiempos para la lírica"
Sin más les dejo con este artículo de un profesor de Sociología de la Universidad de Barcelona.
Mitos y mentiras sobre los sindicatos
Joaquim Juan Albalate. Mientras Tanto
Desde hace ya unos años, se viene difundiendo desde los medios de comunicación que operan en España ciertas afirmaciones que cuestionan la legitimidad de los derechos que se asignaron a los sindicatos —mediante diversas leyes, empezando por la Constitución— a finales de los años setenta y principios de los ochenta. Esta objeción ha empezado a adquirir durante estos últimos tiempos visos de una auténtica ofensiva de las fuerzas políticas y económicas de índole neoliberal, tanto a escala nacional como en la Unión Europea. Determinados partidos políticos y gobiernos conservadores o liberales españoles y europeos, pero también representantes cualificados de los poderes económicos y financieros, están protagonizando una intensa y persuasiva campaña de descrédito contra el rol y las funciones que, desde la restauración de la democracia, vienen desarrollando los sindicatos.
Desde hace ya unos años, se viene difundiendo desde los medios de comunicación que operan en España ciertas afirmaciones que cuestionan la legitimidad de los derechos que se asignaron a los sindicatos —mediante diversas leyes, empezando por la Constitución— a finales de los años setenta y principios de los ochenta. Esta objeción ha empezado a adquirir durante estos últimos tiempos visos de una auténtica ofensiva de las fuerzas políticas y económicas de índole neoliberal, tanto a escala nacional como en la Unión Europea. Determinados partidos políticos y gobiernos conservadores o liberales españoles y europeos, pero también representantes cualificados de los poderes económicos y financieros, están protagonizando una intensa y persuasiva campaña de descrédito contra el rol y las funciones que, desde la restauración de la democracia, vienen desarrollando los sindicatos.
Esta campaña pretende debilitar a una de las pocas instituciones que aún subsisten en los países industrializados y que, junto con otras organizaciones no gubernamentales y movimientos sociales, constituyen, por encima de los partidos políticos, la más importante instancia colectiva que todavía planta cara a los intentos de acabar con los derechos sociales y económicos asociados al Estado del Bienestar, tan dura y costosamente conseguidos en España a lo largo de los últimos treinta y cinco años. Ante esta situación, algunos profesores universitarios, investigadores sociales, escritores, periodistas, artistas, intelectuales y, en particular, sindicalistas, han reaccionado contra semejante cruzada, recurriendo a diversas formas de denuncia de dichos ataques.
Concretamente, hace unos meses apareció un artículo en la revista de la Federación de Educación del sindicato CCOO, publicado en noviembre de 2011, en el que se apuntaban una serie de frases y expresiones, ampliamente extendidas entre la población y difundidas desde casi todos los medios de comunicación, de cuyo contenido se deducía un claro intento de degradar la imagen de los sindicatos, con el beneplácito, más o menos confesado, de las citadas organizaciones e instituciones. Pues bien, partiendo de esas expresiones y de las contribuciones aportadas por otras personas al respecto (V. Navarro, M. García Biel, J. López, J. Rodríguez, C. Barrera, etc.), cabe realizar los siguientes comentarios a cada uno de tales enunciados:
Concretamente, hace unos meses apareció un artículo en la revista de la Federación de Educación del sindicato CCOO, publicado en noviembre de 2011, en el que se apuntaban una serie de frases y expresiones, ampliamente extendidas entre la población y difundidas desde casi todos los medios de comunicación, de cuyo contenido se deducía un claro intento de degradar la imagen de los sindicatos, con el beneplácito, más o menos confesado, de las citadas organizaciones e instituciones. Pues bien, partiendo de esas expresiones y de las contribuciones aportadas por otras personas al respecto (V. Navarro, M. García Biel, J. López, J. Rodríguez, C. Barrera, etc.), cabe realizar los siguientes comentarios a cada uno de tales enunciados:
1. “Los sindicatos tienen cada vez menos soporte laboral y social”
El soporte que reciben los sindicatos tiene, al menos, dos dimensiones: la laboral y la social, ambas íntimamente relacionadas puesto que cualquier suceso laboral tiene connotaciones sociales, aunque no siempre sucede lo contrario.
El soporte que reciben los sindicatos tiene, al menos, dos dimensiones: la laboral y la social, ambas íntimamente relacionadas puesto que cualquier suceso laboral tiene connotaciones sociales, aunque no siempre sucede lo contrario.
Por lo que se refiere al soporte laboral, éste se puede “medir” a partir de la confianza que depositan los trabajadores, bien cuando se afilian a un sindicato pagando una determinada cuota, bien cuando respaldan a unos determinados candidatos, participando en las elecciones sindicales.
Estos dos aspectos (afiliación y elecciones sindicales) son los que legitiman a los sindicatos para que ejerzan la representación de los intereses de los trabajadores, recogiendo sus demandas y trasladándolas a las mesas de negociación con la patronal, o con el propio Estado cuando se trata de empleados públicos.
Con respecto a la afiliación, debe tenerse en cuenta que, desde que se legalizaran los sindicatos a finales de los años setenta, la afiliación sindical en España no ha dejado de crecer. Mientras que en el año 1980 (aún en plena transición democrática) los sindicatos apenas contaban con 500.000 afiliados, esta misma cifra se había multiplicado por más de 6 a finales del primer decenio de este siglo, de modo que eran más de 3 millones los afiliados a alguno de los actuales sindicatos —encabezados por CCOO, que contaba con 1,2 millones—, a lo que habría que añadir la reciente tendencia que, desde 2009, han iniciado las tasas de afiliación, con un repunte de más del 40% en 2011.
Estas cifras contradicen el supuesto distanciamiento de los sindicatos de sus bases sociales. Y ello a pesar de la grave crisis económica y de empleo que está atacando, particularmente, a los colectivos de trabajadores que, históricamente, más cerca han estado del sindicalismo. Si bien es cierto que la tasa de afiliación sindical en España se sitúa por debajo de la de otros países occidentales (en torno al 17% del total de asalariados), también lo es que viene manteniéndose bastante estable durante los últimos años.
Y todo ello en un país que sigue caracterizándose por tener una patronal con una cultura laboral esencialmente contraria a cualquier acuerdo que implique una mínima renuncia a sus prerrogativas, pero también por poseer un tejido empresarial con un porcentaje muy elevado de pymes, donde es más difícil que arraiguen y se extiendan los valores de solidaridad de clase que se derivan del trabajo colectivo. Además, a ello habría que sumar la no obligatoriedad de afiliarse para poder beneficiarse de los resultados de la negociación colectiva.
Una segunda fuente de legitimidad proviene de las elecciones sindicales que se realizan, periódicamente, entre el “electorado” de los trabajadores asalariados. Se trata de otro soporte, tan o más importante que el anterior, de cuyos mejores o peores resultados se desprende un mayor o menor amparo democrático con el cual se legitiman las decisiones que toman los sindicatos en nombre de sus representados.
En este sentido, cabe decir que el porcentaje de participación de los trabajadores en las elecciones sindicales es, desde que éstas se celebran, muy elevado (alrededor de un 75-85% del total de asalariados que pueden participar a lo largo de los cuatro años que dura el actual cómputo electoral). Unas cifras que en modo alguno han obtenido los partidos políticos en todas las elecciones políticas celebradas desde los años ochenta, tanto en las de ámbito local como en las autonómicas, nacionales o europeas, y no por ello se cuestiona el cada vez más mermado soporte que reciben de los ciudadanos.
Por último, vale la pena agregar a lo anterior que los sindicatos recaban también un soporte que va más allá de la esfera laboral. Personas que están en paro o en situación de inactividad también respaldan la actividad sindical, a pesar de no trabajar ni estar afiliadas. Las miles de personas que congregan los sindicatos cuando convocan manifestaciones, paros o huelgas, acogen a muchas otras personas que apoyan a los sindicatos desde ámbitos distintos del estrictamente laboral, puesto que muchas de las reclamaciones sindicales son también demandas que afectan a la sociedad en su conjunto.
Y es que, aparte de la Iglesia, no hay ninguna otra institución ni organización social de índole voluntaria en España que concite — contrariamente a lo que algunos dicen— tanto soporte social como los sindicatos.
Estos dos aspectos (afiliación y elecciones sindicales) son los que legitiman a los sindicatos para que ejerzan la representación de los intereses de los trabajadores, recogiendo sus demandas y trasladándolas a las mesas de negociación con la patronal, o con el propio Estado cuando se trata de empleados públicos.
Con respecto a la afiliación, debe tenerse en cuenta que, desde que se legalizaran los sindicatos a finales de los años setenta, la afiliación sindical en España no ha dejado de crecer. Mientras que en el año 1980 (aún en plena transición democrática) los sindicatos apenas contaban con 500.000 afiliados, esta misma cifra se había multiplicado por más de 6 a finales del primer decenio de este siglo, de modo que eran más de 3 millones los afiliados a alguno de los actuales sindicatos —encabezados por CCOO, que contaba con 1,2 millones—, a lo que habría que añadir la reciente tendencia que, desde 2009, han iniciado las tasas de afiliación, con un repunte de más del 40% en 2011.
Estas cifras contradicen el supuesto distanciamiento de los sindicatos de sus bases sociales. Y ello a pesar de la grave crisis económica y de empleo que está atacando, particularmente, a los colectivos de trabajadores que, históricamente, más cerca han estado del sindicalismo. Si bien es cierto que la tasa de afiliación sindical en España se sitúa por debajo de la de otros países occidentales (en torno al 17% del total de asalariados), también lo es que viene manteniéndose bastante estable durante los últimos años.
Y todo ello en un país que sigue caracterizándose por tener una patronal con una cultura laboral esencialmente contraria a cualquier acuerdo que implique una mínima renuncia a sus prerrogativas, pero también por poseer un tejido empresarial con un porcentaje muy elevado de pymes, donde es más difícil que arraiguen y se extiendan los valores de solidaridad de clase que se derivan del trabajo colectivo. Además, a ello habría que sumar la no obligatoriedad de afiliarse para poder beneficiarse de los resultados de la negociación colectiva.
Una segunda fuente de legitimidad proviene de las elecciones sindicales que se realizan, periódicamente, entre el “electorado” de los trabajadores asalariados. Se trata de otro soporte, tan o más importante que el anterior, de cuyos mejores o peores resultados se desprende un mayor o menor amparo democrático con el cual se legitiman las decisiones que toman los sindicatos en nombre de sus representados.
En este sentido, cabe decir que el porcentaje de participación de los trabajadores en las elecciones sindicales es, desde que éstas se celebran, muy elevado (alrededor de un 75-85% del total de asalariados que pueden participar a lo largo de los cuatro años que dura el actual cómputo electoral). Unas cifras que en modo alguno han obtenido los partidos políticos en todas las elecciones políticas celebradas desde los años ochenta, tanto en las de ámbito local como en las autonómicas, nacionales o europeas, y no por ello se cuestiona el cada vez más mermado soporte que reciben de los ciudadanos.
Por último, vale la pena agregar a lo anterior que los sindicatos recaban también un soporte que va más allá de la esfera laboral. Personas que están en paro o en situación de inactividad también respaldan la actividad sindical, a pesar de no trabajar ni estar afiliadas. Las miles de personas que congregan los sindicatos cuando convocan manifestaciones, paros o huelgas, acogen a muchas otras personas que apoyan a los sindicatos desde ámbitos distintos del estrictamente laboral, puesto que muchas de las reclamaciones sindicales son también demandas que afectan a la sociedad en su conjunto.
Y es que, aparte de la Iglesia, no hay ninguna otra institución ni organización social de índole voluntaria en España que concite — contrariamente a lo que algunos dicen— tanto soporte social como los sindicatos.
2. “Los sindicatos subsisten gracias a los fondos que les da el Estado”
La financiación de los sindicatos españoles proviene, fundamentalmente, de los ingresos que reciben de las cuotas de los tres millones de afiliados que poseen: unos 250 millones de euros anuales que cubren el 60% de los gastos corrientes. El Gobierno español sólo aporta (¿aportaba?) 16 millones de euros, que se reparten en función de la influencia electoral de cada sindicato. El resto de los ingresos se obtienen de otras fuentes privadas o públicas, como la venta de servicios o, simplemente, de créditos bancarios.
La financiación de los sindicatos españoles proviene, fundamentalmente, de los ingresos que reciben de las cuotas de los tres millones de afiliados que poseen: unos 250 millones de euros anuales que cubren el 60% de los gastos corrientes. El Gobierno español sólo aporta (¿aportaba?) 16 millones de euros, que se reparten en función de la influencia electoral de cada sindicato. El resto de los ingresos se obtienen de otras fuentes privadas o públicas, como la venta de servicios o, simplemente, de créditos bancarios.
Esos ingresos deben ser suficientes para cubrir los gastos de funcionamiento ordinario y del mantenimiento y, en su caso, alquiler de los locales donde se realizan las actividades ordinarias. Pero también para cubrir los costes de una de las principales funciones sociales atribuidas a estas organizaciones: la negociación colectiva —a veces a lo largo de muchas horas o jornadas— de más de 4.000 convenios colectivos que, más tarde o más temprano, acaban repercutiendo en la mejora de las condiciones de trabajo de millones de asalariados.
En contraste con los 16 millones de euros que reciben los sindicatos españoles del Estado, las ayudas con ese mismo origen que ingresan los sindicatos británicos alcanzan los 98 millones, mientras que los italianos recaudan 600 millones y las organizaciones sindicales francesas del sector público, 700 millones.
En contraste con los 16 millones de euros que reciben los sindicatos españoles del Estado, las ayudas con ese mismo origen que ingresan los sindicatos británicos alcanzan los 98 millones, mientras que los italianos recaudan 600 millones y las organizaciones sindicales francesas del sector público, 700 millones.
Por su parte, las organizaciones patronales españolas reciben del Estado una cantidad parecida a la de los sindicatos, criterio éste, como mínimo, discutible, pues ni por el número de afiliados que aquéllas tienen, ni por la disponibilidad de recursos que esos afiliados poseen para pagar sus cuotas o, más aún, ni por el hecho de que esas mismas organizaciones disponen de otras fuentes de financiación inaccesibles para los sindicatos, las patronales deberían obtener el mismo volumen de financiación que el que reciben los sindicatos.
Pero, puestos a cuestionar la legitimidad —que no la legalidad— de los 16 millones de euros que reciben los sindicatos de los fondos públicos, nadie pone en duda —y menos los dirigentes políticos o algunos medios de comunicación que así se lo reprochan— la pertinencia de que los partidos políticos se merezcan los 85 millones que también reciben del Estado —por mucho que, según todas las encuestas, su credibilidad social sea bastante menor que la de los sindicatos— o que, como recientemente se ha podido saber, la Casa Real obtenga de los presupuestos generales del Estado una renta de centenares de millones de euros cada año, sin contar el valor del patrimonio que esa institución posee.
Y todo ello por no hablar —por mucho que lo merezcan— de la subvención de 90 millones que se concede al cine español, de los 360 millones que reciben la prensa y las televisiones privadas o, en fin, de los 6.000 millones que percibe la Iglesia para cubrir la parte de los gastos que no puede financiar con los ingresos de sus feligreses, etc.
Pero, puestos a cuestionar la legitimidad —que no la legalidad— de los 16 millones de euros que reciben los sindicatos de los fondos públicos, nadie pone en duda —y menos los dirigentes políticos o algunos medios de comunicación que así se lo reprochan— la pertinencia de que los partidos políticos se merezcan los 85 millones que también reciben del Estado —por mucho que, según todas las encuestas, su credibilidad social sea bastante menor que la de los sindicatos— o que, como recientemente se ha podido saber, la Casa Real obtenga de los presupuestos generales del Estado una renta de centenares de millones de euros cada año, sin contar el valor del patrimonio que esa institución posee.
Y todo ello por no hablar —por mucho que lo merezcan— de la subvención de 90 millones que se concede al cine español, de los 360 millones que reciben la prensa y las televisiones privadas o, en fin, de los 6.000 millones que percibe la Iglesia para cubrir la parte de los gastos que no puede financiar con los ingresos de sus feligreses, etc.
3. “Los sindicatos se lucran con las ayudas que reciben para la formación profesional continua de los trabajadores”
Los sindicatos reciben unos 150 millones —al igual que la patronal— de fondos públicos que se destinan a cubrir los gastos de profesorado, personal auxiliar, instalaciones, material fungible, etc., de los miles de cursos de formación continua que cada año se prescriben para el reciclaje voluntario de las cualificaciones de los asalariados. Se trata de otra de las funciones sociales más importantes con que los sindicatos colaboran, junto con la patronal y algunas administraciones públicas, para que la competitividad de los bienes y servicios que se producen en España vaya al alza, justamente, como resultado de dichos cursos. No se trata de un gasto, sino de una inversión de futuro muy importante aunque, no por ello, sometida, igualmente, al control y auditoría de las autoridades públicas españolas y europeas.
Los sindicatos reciben unos 150 millones —al igual que la patronal— de fondos públicos que se destinan a cubrir los gastos de profesorado, personal auxiliar, instalaciones, material fungible, etc., de los miles de cursos de formación continua que cada año se prescriben para el reciclaje voluntario de las cualificaciones de los asalariados. Se trata de otra de las funciones sociales más importantes con que los sindicatos colaboran, junto con la patronal y algunas administraciones públicas, para que la competitividad de los bienes y servicios que se producen en España vaya al alza, justamente, como resultado de dichos cursos. No se trata de un gasto, sino de una inversión de futuro muy importante aunque, no por ello, sometida, igualmente, al control y auditoría de las autoridades públicas españolas y europeas.
Y es importante porque, además de que la formación continua se imparte de forma gratuita a unos 2,5 millones de trabajadores al año por término medio —que, de otro modo, posiblemente no recibirían, y menos de forma gratuita—, lo es también por las repercusiones que tiene en el aumento de la autoestima del trabajador, así como en las oportunidades de promoción interna y en las de movilidad inter e intrasectorial, e incluso —con las matizaciones que se quiera— en las de poder encontrar trabajo antes que quienes se forman menos, cuando se está en el paro o, en fin, en las de eludir el despido en mayor medida que estos últimos.
La formación continua sigue siendo una herramienta fundamental para afrontar en mejores condiciones los cambios técnicos y organizativos que hoy, tan rápida e intensamente, se producen en el mundo del trabajo. Y, aunque no sea una condición suficiente para encontrar empleo —sobre todo en situaciones de paro masivo como la que se vive en España desde hace demasiados años—, sigue siendo un recurso útil para que los trabajadores que siguen ocupados conserven el puesto de trabajo.
En definitiva, la inversión que hacen los sindicatos con los fondos recibidos no sólo es rentable porque eleva las cualificaciones de los trabajadores, sino porque las empresas se benefician también de contar con unos trabajadores más formados y cualificados. En todo caso, ante cualquier sospecha de lucro indebido siempre se tiene al alcance la correspondiente denuncia en los tribunales.
La formación continua sigue siendo una herramienta fundamental para afrontar en mejores condiciones los cambios técnicos y organizativos que hoy, tan rápida e intensamente, se producen en el mundo del trabajo. Y, aunque no sea una condición suficiente para encontrar empleo —sobre todo en situaciones de paro masivo como la que se vive en España desde hace demasiados años—, sigue siendo un recurso útil para que los trabajadores que siguen ocupados conserven el puesto de trabajo.
En definitiva, la inversión que hacen los sindicatos con los fondos recibidos no sólo es rentable porque eleva las cualificaciones de los trabajadores, sino porque las empresas se benefician también de contar con unos trabajadores más formados y cualificados. En todo caso, ante cualquier sospecha de lucro indebido siempre se tiene al alcance la correspondiente denuncia en los tribunales.
4. “Los dirigentes sindicales ‘viven del cuento’ en vista de lo que hacen”
Además de la financiación estatal o de los planes de formación continua, otra de las críticas que se vierten contra los sindicatos se refiere a los sueldos que cobran sus dirigentes. Si bien es cierto que los ingresos en concepto de trabajo de los dirigentes sindicales proceden de una parte de las subvenciones públicas que reciben sus organizaciones, también lo es que tales remuneraciones no sólo están fiscalizadas por Hacienda y otros entes de control público —como a cualquier otro ciudadano que cobra un salario o una subvención del erario público—, sino que dichas cantidades son, como mínimo, ridículas, atendiendo al volumen de horas que destinan a organizar y resolver un conjunto creciente de problemas.
Además de la financiación estatal o de los planes de formación continua, otra de las críticas que se vierten contra los sindicatos se refiere a los sueldos que cobran sus dirigentes. Si bien es cierto que los ingresos en concepto de trabajo de los dirigentes sindicales proceden de una parte de las subvenciones públicas que reciben sus organizaciones, también lo es que tales remuneraciones no sólo están fiscalizadas por Hacienda y otros entes de control público —como a cualquier otro ciudadano que cobra un salario o una subvención del erario público—, sino que dichas cantidades son, como mínimo, ridículas, atendiendo al volumen de horas que destinan a organizar y resolver un conjunto creciente de problemas.
Si se compara con lo que ingresan otros cargos públicos, por no hablar de lo que cobran algunos dirigentes o ejecutivos de organizaciones o empresas privadas, las tareas que realizan los miembros de los sindicatos pueden ser tantas, o tan o más estresantes y tener tanta o más responsabilidad social y, por tanto, tanto o más riesgo por omitir o errar en la toma de decisiones, que las que realizan aquéllos. Por ejemplo, una hipotética gestión deficiente de las actuaciones que se llevan a cabo durante la negociación colectiva o en alguno de los diversos servicios que ofrecen los sindicatos, podría repercutir muy negativamente en las condiciones de trabajo de muchos miles de persones o, en su caso, en la calidad de dichos servicios, con consecuencias igualmente negativas para aquellos, al estar sometidos a la competencia del mercado.
Por tanto, que un alto dirigente de uno de los sindicatos españoles más representativos ganara en 2011 unos 2.470 euros brutos mensuales, no parece que se corresponda con la dimensión de las consecuencias que pueden derivarse de una mala gestión de las responsabilidades que tienen a su cargo. Se trata de una cifra que, a ojos de algunos dirigentes empresariales, puede suscitar una cierta sonrisa sarcástica, pero que no sólo se corresponde con los valores fundacionales de modestia y honestidad propios de los sindicatos de clase, sino que constituye una remuneración mínima por todo lo apuntado antes. Por cierto, no hay que olvidar que, a diferencia de la inmensa mayoría de los dirigentes empresariales privados y públicos, los líderes sindicales son escogidos democráticamente, por lo que los sueldos que cobran están revestidos de un plus de legitimidad, como mínimo, superior al de los que también cobran sin proceder de procesos democráticos.
Por tanto, que un alto dirigente de uno de los sindicatos españoles más representativos ganara en 2011 unos 2.470 euros brutos mensuales, no parece que se corresponda con la dimensión de las consecuencias que pueden derivarse de una mala gestión de las responsabilidades que tienen a su cargo. Se trata de una cifra que, a ojos de algunos dirigentes empresariales, puede suscitar una cierta sonrisa sarcástica, pero que no sólo se corresponde con los valores fundacionales de modestia y honestidad propios de los sindicatos de clase, sino que constituye una remuneración mínima por todo lo apuntado antes. Por cierto, no hay que olvidar que, a diferencia de la inmensa mayoría de los dirigentes empresariales privados y públicos, los líderes sindicales son escogidos democráticamente, por lo que los sueldos que cobran están revestidos de un plus de legitimidad, como mínimo, superior al de los que también cobran sin proceder de procesos democráticos.
5. “Las horas sindicales se utilizan para excusarse del trabajo mermando la productividad”
El número de horas sindicales que se prevé en el artículo 68 del Estatuto de los Trabajadores aún hoy vigente es, en comparación con la mayoría de los países europeos, escaso. Eso podría explicar, al menos en parte, por qué una porción importante de los delegados que salen elegidos en las elecciones sindicales tienen que dedicar un porcentaje significativo de su tiempo personal, que a menudo va mucho más allá del número de horas que, efectivamente, se remuneran.
El número de horas sindicales que se prevé en el artículo 68 del Estatuto de los Trabajadores aún hoy vigente es, en comparación con la mayoría de los países europeos, escaso. Eso podría explicar, al menos en parte, por qué una porción importante de los delegados que salen elegidos en las elecciones sindicales tienen que dedicar un porcentaje significativo de su tiempo personal, que a menudo va mucho más allá del número de horas que, efectivamente, se remuneran.
En el citado artículo se notifican los "créditos" de horas a los que tiene derecho cada uno de los miembros elegidos del comité de empresa y de los delegados de personal, estos últimos en el caso de empresas de 50 o menos trabajadores, con un mínimo de un delegado para las de 30 o menos trabajadores.
El volumen de horas mensuales a que dan derecho tales "créditos" se distribuye en función del tamaño del centro de trabajo: en los de 100 o menos trabajadores, la ley concede 15 horas a esos miembros o delegados, en los que tienen entre 101 y 250, 20 horas, y así sucesivamente, hasta llegar a los que exceden de 750, que pueden disponer de 40 horas. En ese mismo artículo se precisa que los "créditos" de horas que disponen los distintos delegados pueden ser transferidos por parte de algunos de éstos y ser acumulados por otros, algo que suele suceder en la práctica.
Es de ese modo que algunos de los miembros del comité o delegados elegidos pueden quedarse sin “crédito” horario —porque lo han cedido a otros miembros—, o bien ser “liberados", parcial o totalmente, según hayan conservado el consiguiente “crédito” atribuido o, por el contrario, hayan acumulado a los suyos los cedidos por otros, hasta un máximo del 100% de las horas totales de la jornada, según sea el tamaño de cada centro de trabajo, algo que rara vez sucede, pues, a la hora de la verdad, sólo puede ser factible en algunos de los centros de trabajo de gran dimensión.
Pues bien, en España los delegados sindicales que estaban "liberados" en su totalidad alcanzaba, aproximadamente, a unos 4.000, un 1,3% sobre un total de más de 300.000 delegados sindicales escogidos en 2010.
Por tanto, cuando se acusa a los sindicatos de ser los responsables del gran volumen de horas que se “pierden” cada año para la productividad de la economía del país por "culpa" de ejercer un derecho legal como éste, habría que advertir a quienes así lo afirman que, además de que no se comete infracción alguna, sólo repercute en una ínfima parte de los delegados: aquellos que, realmente, ejercen su derecho al "crédito" horario, sea éste parcial o total.
Ahora bien, las horas que se "pierden” para la productividad económica son relativamente pocas si se comparan con las que se (¿pierden?) también en las, a veces, inacabables reuniones que tienen lugar en el seno de las patronales o dentro de las mismas empresas, sin que por ello computen como pérdidas para la competitividad de los bienes y servicios que se producen en la economía española.
En realidad, no es ciertamente el coste de las horas sindicales lo que preocupa a la patronal o a las fuerzas políticas que representan a sus intereses en toda España. Lo que verdaderamente les inquieta es la misma existencia de los sindicatos, hagan muchas o pocas horas sindicales.
Por ejemplo, sin ir más lejos, mejorar un 1% el salario de todos los trabajadores españoles comporta, de media, diez veces más costes para los empresarios que el de las horas sindicales que deben sufragar. Que los sindicatos hayan logrado hace años que los padres o las madres puedan disfrutar de permisos remunerados para cuidar de sus hijos equivale a un coste tres veces mayor que el de las horas sindicales respectivas. Y así sucesivamente, con otros derechos sociales y económicos conseguidos durante las últimas décadas.
Y todo ello gracias a que los sindicatos han existido y siguen existiendo, mal que les pese a algunos.
El volumen de horas mensuales a que dan derecho tales "créditos" se distribuye en función del tamaño del centro de trabajo: en los de 100 o menos trabajadores, la ley concede 15 horas a esos miembros o delegados, en los que tienen entre 101 y 250, 20 horas, y así sucesivamente, hasta llegar a los que exceden de 750, que pueden disponer de 40 horas. En ese mismo artículo se precisa que los "créditos" de horas que disponen los distintos delegados pueden ser transferidos por parte de algunos de éstos y ser acumulados por otros, algo que suele suceder en la práctica.
Es de ese modo que algunos de los miembros del comité o delegados elegidos pueden quedarse sin “crédito” horario —porque lo han cedido a otros miembros—, o bien ser “liberados", parcial o totalmente, según hayan conservado el consiguiente “crédito” atribuido o, por el contrario, hayan acumulado a los suyos los cedidos por otros, hasta un máximo del 100% de las horas totales de la jornada, según sea el tamaño de cada centro de trabajo, algo que rara vez sucede, pues, a la hora de la verdad, sólo puede ser factible en algunos de los centros de trabajo de gran dimensión.
Pues bien, en España los delegados sindicales que estaban "liberados" en su totalidad alcanzaba, aproximadamente, a unos 4.000, un 1,3% sobre un total de más de 300.000 delegados sindicales escogidos en 2010.
Por tanto, cuando se acusa a los sindicatos de ser los responsables del gran volumen de horas que se “pierden” cada año para la productividad de la economía del país por "culpa" de ejercer un derecho legal como éste, habría que advertir a quienes así lo afirman que, además de que no se comete infracción alguna, sólo repercute en una ínfima parte de los delegados: aquellos que, realmente, ejercen su derecho al "crédito" horario, sea éste parcial o total.
Ahora bien, las horas que se "pierden” para la productividad económica son relativamente pocas si se comparan con las que se (¿pierden?) también en las, a veces, inacabables reuniones que tienen lugar en el seno de las patronales o dentro de las mismas empresas, sin que por ello computen como pérdidas para la competitividad de los bienes y servicios que se producen en la economía española.
En realidad, no es ciertamente el coste de las horas sindicales lo que preocupa a la patronal o a las fuerzas políticas que representan a sus intereses en toda España. Lo que verdaderamente les inquieta es la misma existencia de los sindicatos, hagan muchas o pocas horas sindicales.
Por ejemplo, sin ir más lejos, mejorar un 1% el salario de todos los trabajadores españoles comporta, de media, diez veces más costes para los empresarios que el de las horas sindicales que deben sufragar. Que los sindicatos hayan logrado hace años que los padres o las madres puedan disfrutar de permisos remunerados para cuidar de sus hijos equivale a un coste tres veces mayor que el de las horas sindicales respectivas. Y así sucesivamente, con otros derechos sociales y económicos conseguidos durante las últimas décadas.
Y todo ello gracias a que los sindicatos han existido y siguen existiendo, mal que les pese a algunos.
6. “Los sindicatos no sirven para nada”
Ésta comienza a ser también otra de las afirmaciones que se propaga cada vez a mayor velocidad y que, aparentemente, ha calado con bastante facilidad entre muchos trabajadores y entre la población en general. Al menos, eso es lo que podría deducirse de los resultados de algunas encuestas sobre la confianza de los ciudadanos en determinadas instituciones, patrocinadas por una serie de entidades dedicadas al estudio de la llamada "opinión pública" y que, periódicamente, aparecen en los medios de comunicación. En estas encuestas se insiste en que, sin ser los "últimos de la cola", los sindicatos son percibidos por estas encuestas como una de las instituciones que, paulatinamente, mayor credibilidad pierden, a ojos de, por lo visto, una mayoría creciente de ciudadanos.
Ésta comienza a ser también otra de las afirmaciones que se propaga cada vez a mayor velocidad y que, aparentemente, ha calado con bastante facilidad entre muchos trabajadores y entre la población en general. Al menos, eso es lo que podría deducirse de los resultados de algunas encuestas sobre la confianza de los ciudadanos en determinadas instituciones, patrocinadas por una serie de entidades dedicadas al estudio de la llamada "opinión pública" y que, periódicamente, aparecen en los medios de comunicación. En estas encuestas se insiste en que, sin ser los "últimos de la cola", los sindicatos son percibidos por estas encuestas como una de las instituciones que, paulatinamente, mayor credibilidad pierden, a ojos de, por lo visto, una mayoría creciente de ciudadanos.
Parecería como si, por arte de magia, un amplio conjunto de personas consideraran, desde hace ya unos años, que los sindicatos ya no son necesarios porque, por poner un ejemplo, las condiciones de vida y de trabajo de una mayoría social han llegado a ser tales que, efectivamente, sobra su presencia, al menos en España.
¿Se trata de una maniobra orquestada desde los diversos poderes políticos y económicos —siempre reticentes, históricamente, a la existencia de los sindicatos— que se sostiene en sólidos fundamentos o, por el contrario, responde a la realidad porque los sindicatos ya no son capaces de dar respuesta a los problemas sociolaborales de los trabajadores?
Todo indica que ambas preguntas tienen algo de verdad. Y es que, de ser cierto que una gran mayoría opina que los sindicatos “no sirven para nada”, éstos tendrían que replantearse a fondo el papel que juegan en los momentos más recientes. Ahora bien, de entrada no parece que esto pueda sostenerse.
En primer lugar, aunque esas encuestas pueden haber recogido una cierta sensibilidad social contraria a la pervivencia de los sindicatos, es lícito preguntarse sobre el procedimiento seguido por dichas encuestas para llegar a tales conclusiones. Como en otros escrutinios, y dando por correctos los cálculos del volumen y la distribución de la muestra, del margen de error, etc., es importante saber cómo se ha recopilado y qué se ha preguntado a los ciudadanos, pues, según se haya orientado el enunciado de las preguntas, se podrían haber alcanzado otros resultados.
Por ejemplo, ¿la encuesta era específica sobre los sindicatos o trataba de más temas?, ¿qué número de preguntas se incluían y qué se preguntaba exactamente sobre los sindicatos?, ¿en qué lugar del cuestionario se situaban estas preguntas?, ¿existían respuestas abiertas?, ¿cuáles eran?, etc. Éstas y otras interpelaciones sobre la elaboración del instrumento utilizado para recabar la información podrían deparar resultados distintos de los obtenidos en esas encuestas.
En segundo lugar, aun aceptando que el diseño de dicho instrumento se hubieran ajustado a los requisitos de objetividad científica y, derivado de ello, se hubiera detectado que, efectivamente, existe una percepción social de los sindicatos como entes superfluos, no significaría, necesariamente, que muchos de los interpelados deseen prescindir de ellos. Algunas personas pueden defender su inutilidad y, al mismo tiempo, estar afiliadas o votar por un sindicato en las elecciones sindicales, en este caso si se es un trabajador en activo. Es común observar que muchas personas pueden compatibilizan ideas (“los sindicatos no sirven para nada”) con otras que se contradicen con las que se llevan a la práctica.
No obstante, a pesar de todo lo dicho hasta ahora, es posible que dicha percepción pudiera aproximarse a una cierta realidad, aunque llena de matices. La crisis económico-financiera actual se ha encargado de reforzar el desmantelamiento, iniciado ya en los años ochenta, de las bases materiales e ideológicas con las que los sindicatos de clase encontraban el apoyo necesario para afrontar las desigualdades laborales y sociales existentes.
Desde que esas bases declinaron en favor de otras, completamente, opuestas a éstas, la sintonía de los sindicatos con las "nuevas" demandas sociales y laborales planteadas por los jóvenes, pero también por otros no tan jóvenes, se ha quebrado, dando paso a una desafección e inhibición sociales, propicias a la aparición de, entre otras cosas, frases como "los sindicatos ya no sirven para nada". Y eso, paradójicamente, cuando el empleo se encuentra en una situación en la que cabría esperar, más que nunca, la adhesión masiva a la lucha contra las causas que provocan el paro, históricamente encabezada por los sindicatos.
El declive de las ideas críticas contra el sistema capitalista de una parte importante de los trabajadores, pero también de los propios parados y de muchos de aquellos jóvenes, ha facilitado a los poderes económicos y políticos, y a los medios de comunicación que estos mismos controlan, inculpar a los sindicatos, unilateralmente, de la responsabilidad del actual paro masivo, empezando, como ya se ha visto, por eliminar las horas sindicales.
Si bien algunas estrategias dudosas llevadas a cabo por las direcciones de los sindicatos durante las épocas anteriores en relación con las políticas de empleo podrían haber contribuido a un cierto descrédito, también es verdad que, si alguien no es responsable de la destrucción de empleo y del paro masivo existente, éstos son los sindicatos, sino aquellos que pueden crear ocupación —empresarios y, cuando no, el propio Estado— y que, por motivos económicos y políticos, respectivamente, no lo hacen.
Por tanto, aunque una potente socialización regresiva intenta revertir la responsabilidad de la situación económica actual, los sindicatos no sólo "no han servido para nada", sino que han servido, en la medida en que lo han permitido sus escasos recursos, para concienciar y movilizar a los ciudadanos a fin de denunciar a los auténticos causantes de dicha crisis y, con ello, colaborar con otros colectivos para frenar, en la medida de lo posible, las peores consecuencias de la crisis iniciada por aquéllos.
¿Se trata de una maniobra orquestada desde los diversos poderes políticos y económicos —siempre reticentes, históricamente, a la existencia de los sindicatos— que se sostiene en sólidos fundamentos o, por el contrario, responde a la realidad porque los sindicatos ya no son capaces de dar respuesta a los problemas sociolaborales de los trabajadores?
Todo indica que ambas preguntas tienen algo de verdad. Y es que, de ser cierto que una gran mayoría opina que los sindicatos “no sirven para nada”, éstos tendrían que replantearse a fondo el papel que juegan en los momentos más recientes. Ahora bien, de entrada no parece que esto pueda sostenerse.
En primer lugar, aunque esas encuestas pueden haber recogido una cierta sensibilidad social contraria a la pervivencia de los sindicatos, es lícito preguntarse sobre el procedimiento seguido por dichas encuestas para llegar a tales conclusiones. Como en otros escrutinios, y dando por correctos los cálculos del volumen y la distribución de la muestra, del margen de error, etc., es importante saber cómo se ha recopilado y qué se ha preguntado a los ciudadanos, pues, según se haya orientado el enunciado de las preguntas, se podrían haber alcanzado otros resultados.
Por ejemplo, ¿la encuesta era específica sobre los sindicatos o trataba de más temas?, ¿qué número de preguntas se incluían y qué se preguntaba exactamente sobre los sindicatos?, ¿en qué lugar del cuestionario se situaban estas preguntas?, ¿existían respuestas abiertas?, ¿cuáles eran?, etc. Éstas y otras interpelaciones sobre la elaboración del instrumento utilizado para recabar la información podrían deparar resultados distintos de los obtenidos en esas encuestas.
En segundo lugar, aun aceptando que el diseño de dicho instrumento se hubieran ajustado a los requisitos de objetividad científica y, derivado de ello, se hubiera detectado que, efectivamente, existe una percepción social de los sindicatos como entes superfluos, no significaría, necesariamente, que muchos de los interpelados deseen prescindir de ellos. Algunas personas pueden defender su inutilidad y, al mismo tiempo, estar afiliadas o votar por un sindicato en las elecciones sindicales, en este caso si se es un trabajador en activo. Es común observar que muchas personas pueden compatibilizan ideas (“los sindicatos no sirven para nada”) con otras que se contradicen con las que se llevan a la práctica.
No obstante, a pesar de todo lo dicho hasta ahora, es posible que dicha percepción pudiera aproximarse a una cierta realidad, aunque llena de matices. La crisis económico-financiera actual se ha encargado de reforzar el desmantelamiento, iniciado ya en los años ochenta, de las bases materiales e ideológicas con las que los sindicatos de clase encontraban el apoyo necesario para afrontar las desigualdades laborales y sociales existentes.
Desde que esas bases declinaron en favor de otras, completamente, opuestas a éstas, la sintonía de los sindicatos con las "nuevas" demandas sociales y laborales planteadas por los jóvenes, pero también por otros no tan jóvenes, se ha quebrado, dando paso a una desafección e inhibición sociales, propicias a la aparición de, entre otras cosas, frases como "los sindicatos ya no sirven para nada". Y eso, paradójicamente, cuando el empleo se encuentra en una situación en la que cabría esperar, más que nunca, la adhesión masiva a la lucha contra las causas que provocan el paro, históricamente encabezada por los sindicatos.
El declive de las ideas críticas contra el sistema capitalista de una parte importante de los trabajadores, pero también de los propios parados y de muchos de aquellos jóvenes, ha facilitado a los poderes económicos y políticos, y a los medios de comunicación que estos mismos controlan, inculpar a los sindicatos, unilateralmente, de la responsabilidad del actual paro masivo, empezando, como ya se ha visto, por eliminar las horas sindicales.
Si bien algunas estrategias dudosas llevadas a cabo por las direcciones de los sindicatos durante las épocas anteriores en relación con las políticas de empleo podrían haber contribuido a un cierto descrédito, también es verdad que, si alguien no es responsable de la destrucción de empleo y del paro masivo existente, éstos son los sindicatos, sino aquellos que pueden crear ocupación —empresarios y, cuando no, el propio Estado— y que, por motivos económicos y políticos, respectivamente, no lo hacen.
Por tanto, aunque una potente socialización regresiva intenta revertir la responsabilidad de la situación económica actual, los sindicatos no sólo "no han servido para nada", sino que han servido, en la medida en que lo han permitido sus escasos recursos, para concienciar y movilizar a los ciudadanos a fin de denunciar a los auténticos causantes de dicha crisis y, con ello, colaborar con otros colectivos para frenar, en la medida de lo posible, las peores consecuencias de la crisis iniciada por aquéllos.
7. “Si no existieran los sindicatos la sociedad tampoco notaría su ausencia”
Este enunciado aún no se ha extendido tanto como los anteriores, aunque, puestos a imaginar lo peor, no es descabellado que, tal como se suceden los acontecimientos, sea sólo una cuestión de tiempo. Se trata de una falacia más que se deriva del enunciado anterior: si los sindicatos no sirven para nada, entonces lo mejor es que desaparezcan.
Este enunciado aún no se ha extendido tanto como los anteriores, aunque, puestos a imaginar lo peor, no es descabellado que, tal como se suceden los acontecimientos, sea sólo una cuestión de tiempo. Se trata de una falacia más que se deriva del enunciado anterior: si los sindicatos no sirven para nada, entonces lo mejor es que desaparezcan.
La hipótesis de una supuesta desaparición de los sindicatos suscita la existencia de, al menos, dos escenarios: el primero sería que, efectivamente, los sindicatos “ya no sirven para nada”, algo que ya se ha intentado desmentir en el anterior enunciado. El segundo, en cambio, haría referencia a que los sindicatos “sí que sirven para algo” y, a pesar de ello, los poderes económicos y/o políticos decidan, sea cual sea la opinión pública sobre ellos, eliminarlos.
Este último escenario plantearía numerosos problemas que habría que resolver. En primer lugar, tal desaparición nos remitiría, aunque con un contexto histórico distinto, a otras épocas del pasado, no tan lejano, en las que, tras ser proscritos, volverían a ser perseguidos, puesto que si “servían de algo” antes de ser prohibidos, es lógico pensar que volverían a luchar para salir de la clandestinidad y exigir, una vez más en la historia, su legalización.
Este escenario no parecería ser “funcional” para el propio sistema capitalista actual, dado el “compromiso” de los poderes políticos y económicos para mantener la democracia formal vigente y, por tanto, de las instituciones básicas que la acompañan, como, por ejemplo, los sindicatos. Ahora bien, es éste un compromiso al que hoy nadie podría asegurarle permanencia, vistos los embates de que son objeto los sindicatos en la actualidad.
En segundo lugar, el cese automático de las funciones que desarrollan los sindicatos, en particular la referida a las relaciones laborales y, específicamente, a la negociación colectiva de los convenios con las patronales y, en su caso, la concertación social con estas últimas y el propio gobierno, quedaría sin efecto. Sin duda, los primeros perjudicados serían los trabajadores, especialmente los de las pequeñas y medianas empresas (las que acogen a menos de 50 trabajadores), en la medida en que son los que más se benefician de la actual normativa que permite extender los logros conseguidos en esa negociación a estos trabajadores, siempre y cuando los sindicatos o, sobre todo, las patronales que los representan se adhieran a tales acuerdos.
Cabe recordar que este tipo de empresa congrega en España a más del 95% del total de empresas. Por tanto, aunque se conservaran el resto de las funciones que desempeñan los sindicatos, la abolición de la negociación colectiva, por sí sola, conduciría directamente a la negociación individual descentralizada, empresa por empresa, con las más que probables consecuencias negativas para las condiciones de vida y trabajo de una gran mayoría de los asalariados, salvo los que, con la negociación individual de su convenio, pudieran obtener, hipotéticamente, más o mejores beneficios, algo que, como se ha venido demostrando durante los últimos treinta años, contrasta con lo que ha sucedido en la realidad.
Pero, además de esas consecuencias directas para los asalariados, la eliminación de los sindicatos conllevaría también otras secuelas. Por un lado, la patronal tendría dificultades para legitimar sus decisiones en ausencia de los sindicatos, al menos en el marco democrático europeo e internacional. Por otro, aumentarían las probabilidades de una quiebra del mismo Estado del Bienestar si, como sería de esperar, los salarios y el resto de las condiciones de trabajo fueran a la baja, comprometiendo el consumo privado y los ingresos públicos del Estado, a no ser que —algo bastante improbable en un marco neoliberal dominante como el presupuesto en esta hipótesis— existiera una intervención de éste que regulara esas condiciones por decreto.
Realmente, si ese hipotético escenario general se aproxima bastante a lo que sucede en la actualidad habiendo sindicatos, es fácil imaginar, más allá de lo relatado hasta ahora, qué acontecería de más si no existieran. Como ya se ha apuntado, la presión contra el Estado del Bienestar repercutiría, necesariamente, en la estabilidad del propio sistema democrático, de modo que, más tarde o más temprano, afectaría no sólo a los sindicatos, sino también a algunos partidos políticos e instituciones democráticas y, quizás, quién sabe, a otros.
No hay que olvidar que, si alguien luchó por la restauración de la democracia en España, fueron sin duda los sindicatos. No fueron los únicos, pero sí los que, junto con otros líderes políticos de izquierdas, más arriesgaron su vida por ella
Este último escenario plantearía numerosos problemas que habría que resolver. En primer lugar, tal desaparición nos remitiría, aunque con un contexto histórico distinto, a otras épocas del pasado, no tan lejano, en las que, tras ser proscritos, volverían a ser perseguidos, puesto que si “servían de algo” antes de ser prohibidos, es lógico pensar que volverían a luchar para salir de la clandestinidad y exigir, una vez más en la historia, su legalización.
Este escenario no parecería ser “funcional” para el propio sistema capitalista actual, dado el “compromiso” de los poderes políticos y económicos para mantener la democracia formal vigente y, por tanto, de las instituciones básicas que la acompañan, como, por ejemplo, los sindicatos. Ahora bien, es éste un compromiso al que hoy nadie podría asegurarle permanencia, vistos los embates de que son objeto los sindicatos en la actualidad.
En segundo lugar, el cese automático de las funciones que desarrollan los sindicatos, en particular la referida a las relaciones laborales y, específicamente, a la negociación colectiva de los convenios con las patronales y, en su caso, la concertación social con estas últimas y el propio gobierno, quedaría sin efecto. Sin duda, los primeros perjudicados serían los trabajadores, especialmente los de las pequeñas y medianas empresas (las que acogen a menos de 50 trabajadores), en la medida en que son los que más se benefician de la actual normativa que permite extender los logros conseguidos en esa negociación a estos trabajadores, siempre y cuando los sindicatos o, sobre todo, las patronales que los representan se adhieran a tales acuerdos.
Cabe recordar que este tipo de empresa congrega en España a más del 95% del total de empresas. Por tanto, aunque se conservaran el resto de las funciones que desempeñan los sindicatos, la abolición de la negociación colectiva, por sí sola, conduciría directamente a la negociación individual descentralizada, empresa por empresa, con las más que probables consecuencias negativas para las condiciones de vida y trabajo de una gran mayoría de los asalariados, salvo los que, con la negociación individual de su convenio, pudieran obtener, hipotéticamente, más o mejores beneficios, algo que, como se ha venido demostrando durante los últimos treinta años, contrasta con lo que ha sucedido en la realidad.
Pero, además de esas consecuencias directas para los asalariados, la eliminación de los sindicatos conllevaría también otras secuelas. Por un lado, la patronal tendría dificultades para legitimar sus decisiones en ausencia de los sindicatos, al menos en el marco democrático europeo e internacional. Por otro, aumentarían las probabilidades de una quiebra del mismo Estado del Bienestar si, como sería de esperar, los salarios y el resto de las condiciones de trabajo fueran a la baja, comprometiendo el consumo privado y los ingresos públicos del Estado, a no ser que —algo bastante improbable en un marco neoliberal dominante como el presupuesto en esta hipótesis— existiera una intervención de éste que regulara esas condiciones por decreto.
Realmente, si ese hipotético escenario general se aproxima bastante a lo que sucede en la actualidad habiendo sindicatos, es fácil imaginar, más allá de lo relatado hasta ahora, qué acontecería de más si no existieran. Como ya se ha apuntado, la presión contra el Estado del Bienestar repercutiría, necesariamente, en la estabilidad del propio sistema democrático, de modo que, más tarde o más temprano, afectaría no sólo a los sindicatos, sino también a algunos partidos políticos e instituciones democráticas y, quizás, quién sabe, a otros.
No hay que olvidar que, si alguien luchó por la restauración de la democracia en España, fueron sin duda los sindicatos. No fueron los únicos, pero sí los que, junto con otros líderes políticos de izquierdas, más arriesgaron su vida por ella
5 de abril de 2012
CITI Y MERRILL RECIBEN LOS PRESUPUESTOS CON OTRO VARAPALO Y HABLAN DE "INTERVENCIÓN"
ESPERAN UNA ESPECIE DE RESCATE DEL FMI Y EL FEEF
María Igartua. Cotizalia.com
Los Presupuestos de Cristobal Montoro no han pasado el examen de los mercados internacionales, que continúan con su feroz ataque a España. Hoy mismo, Merrill Lynch y Citi han vuelto a la carga. Mientras el primero habla de “terrible panorama” para los inversores, el segundo alerta -por enésima vez- sobre la próxima intervención del país.
“Parece probable que España entre en algún tipo de programa de la Troika este año”, según insiste el equipo de analistas de Citi encabezado por Ebrahim Rahbari en un informe con fecha de este martes. O lo que es lo mismo, el banco de inversión avisa sobre el próximo rescate del país, aunque sea distinto del vivido por Grecia, Portugal o Irlanda, en tanto que España es demasiado grande para caer.
Una suerte de ayuda que pasaría por más apoyo del Banco Central Europeo a los bancos y/o deuda española. Sólo así el país podría seguir “financiándose por su cuenta, al menos parcialmente, en el mercado”, pero “parte de esa financiación va a tener que provenir del Fondo Monetario Internacional y del Fondo Europeo de Estabilización Financiera”.
Por cierto, que la semana pasada Bruselas aprobó la ampliación del fondo de rescate hasta los 800.000 millones de euros, lo que supone que el Mecanismo Europeo de la Estabilidad, cuando entre en vigor en julio, ha reservado 500.000 millones de euros íntegros para un posible rescate de España o Italia.
Y es que en Citi piensan que la recesión va a ser más profunda y larga de “lo que las fuentes oficiales y muchas firmas privadas predicen, como consecuencia de la presión fiscal y por el aumento de las presiones de desendeudamiento del sector privado”.
No obstante, los expertos del banco descartan una reestructuración de la deuda, al menos de momento. Eso sí, "para asegurar la sostenibilidad fiscal, son necesarias medidas estructurales más radicales y, en particular, fiscales. A parte de un sustancial incremento de las provisiones de los bancos, hace falta más capital." Así mismo, "España debe dejar claro que no está intentando seguir los pases de Irlanda en este sentido".
Los Presupuestos de Cristobal Montoro no han pasado el examen de los mercados internacionales, que continúan con su feroz ataque a España. Hoy mismo, Merrill Lynch y Citi han vuelto a la carga. Mientras el primero habla de “terrible panorama” para los inversores, el segundo alerta -por enésima vez- sobre la próxima intervención del país.
“Parece probable que España entre en algún tipo de programa de la Troika este año”, según insiste el equipo de analistas de Citi encabezado por Ebrahim Rahbari en un informe con fecha de este martes. O lo que es lo mismo, el banco de inversión avisa sobre el próximo rescate del país, aunque sea distinto del vivido por Grecia, Portugal o Irlanda, en tanto que España es demasiado grande para caer.
Una suerte de ayuda que pasaría por más apoyo del Banco Central Europeo a los bancos y/o deuda española. Sólo así el país podría seguir “financiándose por su cuenta, al menos parcialmente, en el mercado”, pero “parte de esa financiación va a tener que provenir del Fondo Monetario Internacional y del Fondo Europeo de Estabilización Financiera”.
Por cierto, que la semana pasada Bruselas aprobó la ampliación del fondo de rescate hasta los 800.000 millones de euros, lo que supone que el Mecanismo Europeo de la Estabilidad, cuando entre en vigor en julio, ha reservado 500.000 millones de euros íntegros para un posible rescate de España o Italia.
Y es que en Citi piensan que la recesión va a ser más profunda y larga de “lo que las fuentes oficiales y muchas firmas privadas predicen, como consecuencia de la presión fiscal y por el aumento de las presiones de desendeudamiento del sector privado”.
No obstante, los expertos del banco descartan una reestructuración de la deuda, al menos de momento. Eso sí, "para asegurar la sostenibilidad fiscal, son necesarias medidas estructurales más radicales y, en particular, fiscales. A parte de un sustancial incremento de las provisiones de los bancos, hace falta más capital." Así mismo, "España debe dejar claro que no está intentando seguir los pases de Irlanda en este sentido".
Los mercados internacionales 'suspenden' los Presupuestos
Los analistas de Citi no han sido los únicos que este martes han aprovechado que Montoro presentaba oficialmente los Presupuestos, de los que adelantó el recorte de 27.000 millones de euros y las líneas generales el pasado viernes, para atacar a España. Tal es así que el director de Inversiones de Europa, Oriente Medio y África de Merrill Lynch, Bill O´Neal, aseguraba que "la situación de España es menos tranquilizadora, con una terrible perspectiva económica para este año".
"Es la tónica general fuera de España", explica a Cotizalia.com Javier Ferrer, director de la mesa de renta fija de Ahorro Corporación, "Yo ya no entiendo qué más podemos hacer, si se está haciendo lo divino y lo humano. Los mercados son los que son".
Y sobre qué más se puede hacer, el gurú Nouriel Roubini lo tiene claro: España debe abandonar el euro, junto a Irlanda, Portugal, Italia y Grecia. Lo ha dicho en su columna de opinión del Financial Times.
Los analistas de Citi no han sido los únicos que este martes han aprovechado que Montoro presentaba oficialmente los Presupuestos, de los que adelantó el recorte de 27.000 millones de euros y las líneas generales el pasado viernes, para atacar a España. Tal es así que el director de Inversiones de Europa, Oriente Medio y África de Merrill Lynch, Bill O´Neal, aseguraba que "la situación de España es menos tranquilizadora, con una terrible perspectiva económica para este año".
"Es la tónica general fuera de España", explica a Cotizalia.com Javier Ferrer, director de la mesa de renta fija de Ahorro Corporación, "Yo ya no entiendo qué más podemos hacer, si se está haciendo lo divino y lo humano. Los mercados son los que son".
Y sobre qué más se puede hacer, el gurú Nouriel Roubini lo tiene claro: España debe abandonar el euro, junto a Irlanda, Portugal, Italia y Grecia. Lo ha dicho en su columna de opinión del Financial Times.
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