Por MaratNOTA PREVIA:
Frente a otros artículos que tienen un destinatario intencionadamente más amplio, este se dirige sólo a quienes se reclaman marxistas y específicamente comunistas.
Si usted se considera al margen de dichas orientaciones políticas no tiene porqué sentirse concernido por las reflexiones que aquí se vierten, del mismo modo que otros no nos sentimos apelados por otras tendencias que nos resultan absolutamente ajenas...salvo que pretendamos combatirlas.
1.-EL MOMENTO PRESENTE Y LOS COMUNISTAS:
El drama más desgarrador para un militante comunista es que el sentido de su identidad política sólo se alcanza plenamente con la revolución socialista y, en tanto ésta no se da, su pervivencia como revolucionario y la de su organización se hace siempre complicada. Se debate entre el riesgo de la esterilidad política o el de la caída en el reformismo posibilista.
Doblemente desgarrador es para un comunista que, cuando la crisis capitalista está creando las condiciones económicas y sociales para la rebelión de los trabajadores, sean las clases medias “indignadas” las que ocupen el escenario de la movilización social, no para provocar una revolución socialista, ni siquiera social, sino para defender un Estado del Bienestar que ya ha muerto y no regresará y la vuelta a una supuesta “democracia real” que nunca se dio bajo el capitalismo. Ese protagonismo de la burguesía en el escenario social que la crisis capitalista ha provocado no es una afirmación gratuita mía. Son ellos mismos los que lo admiten sin pudor (2)
El objetivo de aquellos comunistas que se tengan por tales es y ha sido siempre el derrocamiento del sistema capitalista y sus instituciones burguesas y no el apuntalamiento, regeneración y saneamiento del mismo. Nosotros no estamos por ninguna democracia 4.0 (1), 2.0, engañabobos o de maquillaje de la señorita Pepis. Los comunistas creemos que la democracia sólo empezará cuando el ser humano se haya liberado de la necesidad material que supone su trabajo bajo el desorden económico capitalista. Nuestra tarea debe ser la de combatir esos señuelos por ser falaces y tramposos para la emancipación de los oprimidos de su explotación. Los comunistas estamos por el control de la producción por parte de la clase trabajadora, por la propiedad social de los medios de producción y distribución y por la creación de un Estado dirigido por nuestra clase, y no por otras, para proteger dichos derechos; nunca para situarse por encima y al margen de la clase cuyos intereses debe representar.
Por mucho que algunos pretendan hacernos creer que toda forma institucional es opuesta a “su democracia” de asambleas interminables, destinadas a impedir que se perfile una posición política clara, la frase leninista de “salvo el poder todo es ilusión” se hace hoy, más que nunca una cuestión indiscutible. Sólo la toma del poder político y económico que rompa con la eterna circularidad del tiempo, y no la esperanza “acampada” a la entrada de sus palacios, es garantía del inicio de una nueva era de emancipación social.
Últimamente la idea de transición desde un capitalismo en descomposición a “otra sociedad” está siendo de nuevo expresada por prominentes teóricos de la izquierda como Immanuel Wallerstein o David Harvey. El primero se compromete menos con el tipo de sociedad al que se transitaría desde el capitalismo, si bien sus raíces socialistas de izquierda le avalan, y ello porque percibe la falta de un sujeto revolucionario activo y de una organización que dirija el proceso y hegemonice la correlación de fuerzas en la lucha de clases. Estaría más cerca de la teoría del derrumbe capitalista, más allá de la intervención social en los procesos históricos. Y admite que el final del capitalismo podría traer una sociedad aún peor o bien más “democrática”. El segundo, es más optimista porque ve en los movimientos sociales y en una amplia mayoría de los afectados por la crisis capitalista a ese sujeto que en el pasado fue la clase trabajadora y por ello se siente capaz de definir dar nombre a la nueva formación social, el socialismo.
Pero uno y otro utilizan el término transición al socialismo casi como consecuencia del fin del capitalismo y no tanto y necesariamente como efecto de una agudización mundial de la lucha de clases que abra un proceso revolucionario, nunca una evolución o una mera sustitución casi encontrada, en el cual resultará inevitable derrocar a las clases capitalistas por medio de la fuerza y hasta de la violencia pues no parece sensato creer que vayan a entregar su poder económico, el decisivo mucho más que el político, de buena gana y por mera convicción de la superioridad moral del socialismo.
A muchos anticapitalistas les ha entrado en los últimos tiempos, expresada en los movimientos antiglobalización y la multinacional de franquicias “indignadas” un buenismo gandhiano profundamente reaccionario, al crear la falsa esperanza de suave “aterrizaje” desde las turbulencias del capitalismo enloquecido a las verdes praderas de un socialismo utópico con cierto tufillo espiritual y neocristiano. No es el que la toma del poder por la fuerza se niegue. Es simplemente que, al hablar de transiciones, se escamotea.
Y aquí es donde la necesidad de la reconstrucción comunista se hace urgente e ineludible si asumimos que la cuestión del poder y de la toma revolucionaria del mismo es ineludible para romper el orden capitalista y burgués y dotarse de un Estado controlado por la clase trabajadora y sus organizaciones (nótese que hablo en plural porque plurales son las visiones sobre el socialismo y no desaparecen, ni sería bueno que lo hicieran, por decreto) que permita esa transición al socialismo. Sin revolución social, derrocamiento del Estado, de los poderes económicos del capitalismo y la toma de ambos por los trabajadores y sus organizaciones no hay transición al socialismo que valga.
No somos ingenuos. No ignoramos el modo en que otras revoluciones obreras degeneraron en Estados ajenos a las bases sociales que los vieron nacer para, carentes de un apoyo crítico de clase que corrigiera su rumbo y les devolviera su naturaleza originaria, morir sin lucha, dando paso a vueltas mafiosas al paleocapitalismo.
Toda revolución tiene su Thermidor, la soviética lo tuvo a la muerte de Lenin, y corre el riesgo de padecer la restauración al antiguo régimen o de desnaturalizarse. Pero, del mismo modo que la Revolución Francesa tuvo su renacimiento, 82 años después, en la Comuna de París, las revoluciones socialistas empujan de nuevo las agujas de los relojes de la historia como necesidad para la causa del ser humano. Dentro de él, la clase obrera es la que mejor sintetiza la explotación de los seres humanos por otros seres humanos. Por esta razón es la que mejor representa la necesidad de liberación de todos de la alineación a la que nos somete el capital.
En estas últimas semanas hemos visto como Italia ha sido intervenida por el FMI y el BCE, como dicho país y Grecia han sufrido dos golpes de Estado financiero que han sustituido sus gobiernos por otros de tipo “tecnócrata” (como si este calificativo fuera ideológicamente neutral) al servicio de los Goldmann Sachs, para los que alguno de ellos ha trabajado, cómo los ataques de los mercados han disparado contra Francia, cómo el Estado español ha llegado un diferencial de su deuda con el bono alemán que le ha situado en situación de rescate y si no ha sucedido es porque Alemania, que es la que manda en el BCE, no puede ser la gran rescatadora de Europa, cómo la propia Alemania no ha podido colocar más que el 61% de su deuda soberana en bonos a 10 años. También de éxito se muere. El bajo interés de la oferta al 1,98%, por debajo del 2,09% de la anterior convocatoria, no ha resultado atractivo para los tiburones-prestamistas. De momento, parece ser más atractiva la deuda británica, que no es miembro del euro. Lo que esta noticia revela es que los inversores empiezan a perder confianza en la economía alemana pues se supone que el que invierta en ella busca más seguridad a futuro que beneficio, algo importante en tiempos de mudanza. Pero pronto veremos que alcanza a los países de la UE que están fuera de la moneda única.
Dentro de ella, Bélgica ha marcado máximos en su deuda desde la creación de ducha moneda, debido a la situación del banco Dexia.
La zona euro ha entrado ya oficialmente en recesión y los analistas y expertos en economía europea no descartan que ésta llegue también a Alemania.
Explicar la crisis de la deuda europea desde la falta de unidad política en la toma de decisiones económica es seguir situándose dentro de una visión cíclica de la economía –crisis/expansión- sin solución de continuidad. Significa no comprender, o aferrarse a un muerto aunque se haya comprendido que lo está, que el desarrollo del capitalismo, el peso creciente del capital constante en la composición orgánica del capital, su financiarización en crecimiento exponencial, la tendencia a la concentración monopolística, representada por las transnacionales, la globalización del capital y la absoluta, ya irrecuperable dentro del capitalismo, pérdida del control por los Estados han llevado al sistema económico a una suerte de parasitismo senil. Los ciclos de caída-recuperación de Kondratieff han sido pulverizados por una creciente irrupción de ciclos cada vez más cortos de recuperación y de fases cada vez más largas de crisis que se han ido haciendo más profundas y paulatinamente más mundializadas.
Esto es algo que ha comprendido muy bien Obama en sus semanales llamamientos a las autoridades de la UE para que tomen decisiones económicas destinadas a la recuperación de la eurozona. Lástima que el Emperador en horas bajas no comprenda que las causas de la crisis capitalista mundial son mucho más graves y profundas que los avatares de la economía europea.
Nadie espere que China siga siendo por mucho tiempo uno de los principales compradores de deuda USA y europea. Los débiles datos de su economía muestran que su actividad económica se ralentiza. Es lógico si pensamos que su economía depende crecientemente de la exportación.
Los BRIC tienen sus propios problemas –inflaciones endémicas en Brasil y la India, desaceleración económica en China y Rusia- como para ser locomotoras para la recuperación de los países centrales de las economías capitalistas.
Pronto llegará la segunda entrega de los crack financieros USA y europeos en unas economías en las que sus demandas internas se desaceleran a velocidades vertiginosas y que, por el efecto contagio de la crisis mundial, tampoco podrán compensar sus balances mediante las exportaciones pues las demandas internacionales también están cayendo.
Guerras comerciales y guerras de divisas pueden ser los próximos desafíos a los que tenga que hacer frente el capitalismo mundializado, especialmente tras las últimas reuniones de un G-20 que lo único que ya puede acordar es que no hay acuerdo entre sus miembros.
En suma, hemos de prepararnos para un largo invierno de la crisis capitalista más penuria económica, paro, precariedad laboral y de vida de los trabajadores e incremento brutal de las bolsas de pobreza.
2.-SI LOS HECHOS SON ASÍ, ¿PORQUÉ AÚN NO ESTAMOS ANTE EXPLOSIONES SOCIALES QUEN HAGAN TAMBALEARSE AL CAPITALISMO?
Las respuestas no son sencillas, salvo que se pretenda el tranquilizador recurso al socorrido sustantivo de “traición”. Traición para explicar el papel de las organizaciones políticas de la izquierda y de las organizaciones obreras. Traición para explicar el sometimiento de unos gobernantes, que siempre lo estuvieron aunque nunca los hechos les dejaron tan en evidencia, al capital internacional. Traición para explicar el modo en que el Estado del Bienestar evolucionó, pues no fue otro el modo, hacia el retroliberalismo. Traición con vara de castigo para fustigar a los trabajadores por aburguesarse. Traición, traición, traición,...Demasiado simplismo para algo tan complejo salvo que optemos por ese tipo de explicaciones tranquilizadoras que son como el pedo, que sólo satisface a quien se lo tira. Nadie duda de que las traiciones existan. Forman parte del legado humano en todos los órdenes de la vida pero cuando se exhiben como gran argumento cierran el camino hacia explicaciones más complejas y, seguramente, menos autocomplacientes.
La realidad es que la búsqueda de razones para entender porqué la clases trabajadoras no ocupan aún el centro del escenario político, cargadas de ira y rabia y con un proyecto político alternativo al capitalismo por delante, es mucho más complejo de lo aparente.
· La ciega esperanza, aún instalada en un amplio segmento de la población, de que de esta crisis también se saldrá y de que se recuperarán las tasas de empleo, consumo y bienestar. Aún no se ha llegado a la conciencia profunda de que el Estado del Bienestar ha muerto y de que no resucitará bajo ningún gobierno que conviva con el sistema capitalista. Todavía queda mucha izquierda que se autoproclama anticapitalista pero se limita a reclamar soluciones de mayor inversión social como forma de salida de la crisis y recurre para ello a gurús de una ortodoxia keynesiana que no ha de volver, sencillamente porque ya estamos en otro mundo distinto a aquél del New Deal, como Paul Krugman y Joseph Stiglitz.
· Tras el hundimiento de los países del llamado “socialismo real” ha estado flotando, de forma permanente, en el ambiente social la idea de que el capitalismo había cerrado todas las salidas. La persistencia durante 20 años de un pesimismo social de que el único sistema posible era el capitalismo explica incluso que a ciertas izquierdas sistémicas de origen no socialdemócrata se les atragantara la palabra socialismo, no como aquello que hacen los “socialistas” cuando gobiernan sino como proyecto a defender, no fuera que se les acusase de ser dinosaurios, riesgo del que no obstante no se libran tampoco ahora. Independientemente del grado de atractivo menguante que los países del “socialismo real” conservasen para las clases trabajadoras de los países capitalistas aún eran capaces de mostrar que era posible construir sociedades diferentes al capitalismo conocido. Mejores o peores, dichas sociedades, eran la evidencia de que el capitalismo no era la única opción.
· La percepción mistificada, y negada por los hechos, de que un nuevo gobierno puede cambiar las cosas. Desde que la crisis capitalista se instaló plenamente la gente vota al contrario del signo político oficial del gobierno. Si el gobierno de turno es socialiberal (la auténtica socialdemocracia hace muchos años que está enterrada), vota conservador o liberal. Si es liberal o conservador, vota progresista. Pero ninguno de esos gobiernos es capaz de revertir la situación porque el capitalismo se ha liberado de las “ataduras” de cualquier tipo de regulación (3). Si hubo un tiempo en que los políticos profesionales fueron cómplices en la vuelta al capitalismo salvaje, lo cierto es que ahora su voluntad importa poco porque ni el sistema económico los necesita ni pueden hacer otra cosa que representar el papel de muñecos del “pim-pam-pum”, concitadores de todos los odios que no alcanzan al capital.
· La dureza de unas condiciones de vida en las que el esfuerzo por sobrevivir ocupa la mayor parte del tiempo y la tarea de la reproducción social el resto (atención al hogar y los hijos, gestiones, obligaciones con el entorno afectivo de familia y amigos, desplazamientos entre el hogar y el trabajo,...). Los rostros de cansancio y hastío de trabajadores inmigrantes y nativos que regresan a sus hogares al final del día enseña mucho sobre la dificultad de su incorporación a las luchas.
· La alineación en la producción y en la reproducción sociales. Cuando el trabajador dice “mi empresa” expresa hasta qué punto ignora las relaciones de producción en las que se encuentra atrapado. Cuando la gente busca abstraerse en esos utensilios tecnológicos (Ipod, móviles,...) o aislarse del mundo mediante los auriculares, cuando se cuelga de los programas de telerealidad, cuando se engancha a la prensa “rosa”, está expresando que lo que hay fuera no le interesa en absoluto o que le gusta tan poco que, en vez de cambiarlo, prefiere pensar que no existe, poniéndole fácil al poder la perpetuación de su propia reproducción. El onanista “yo, mí, me conmigo” puede que nazca de una disidencia blanda con lo establecido o simplemente sea una muestra de conformismo social con una situación que no desagrada a quien prefiere no verla en toda su injusta crudeza.
· El horror al vacío. ¿Conocen el chiste del tipo que tras el choque de su coche salió despedido hacia el barranco y se agarró a una rama que nacía del inicio del precipicio? Gritó: ¿Hay alguien ahí? Una voz plena, significativa, redonda, con autoridad, le respondió: “Hijo mío, soy tu padre celestial, abre tus brazos y déjate caer, que una legión de mis arcángeles, al mando de Rafael, te recogerá y entregará en el suelo sin que sientas daño alguno”. Y el hombre respondió: “Vale, pero ¿hay alguien más ahí?” ¿Cuántos de nosotros estamos dispuestos a aventurarnos por el camino una incierta revolución con los sacrificios personales que ello conlleva?
· La ausencia de una propuesta desde la izquierda revolucionaria creíble, perceptible como posible, ilusionante y deseable para los trabajadores.
· La descorazonadora experiencia de mirar hacia las organizaciones revolucionarias y extraer la conclusión de que los marxistas somos una minoría que encuentra enemigos más acérrimos en la organización contigua que en quienes defienden el sistema económico y social imperante, que nos aferramos a mitos e iconos sagrados como si de ellos dependiera nuestra supervivencia, nuestra identidad y las convicciones en lo que somos y en lo que creemos, que repetimos una letanía esclerotizada y fría, incapaz de apoderarse de las mentes y los corazones de los esclavos a los que pretendemos liberar.
· La atomización, debilidad estructural, escasísima penetración social y dificultad para una renovación teórica y organizativa que nos permita comprender mejor la realidad en la que nos insertamos y ser más eficaces en la acción nos ha llevado a la esclerosis más devastadora.
Sin duda las razones que explican que la clase trabajadora no sea aún hoy la clase en ascenso que decían los comunistas del pasado siglo son más amplias y seguramente complejas pero ésta es sólo una aportación individual a lo que debate ser un debate y un esfuerzo colectivos mucho más amplio.
3.-LO QUE TOCA ES PROPONER:
¿Cómo retomar la propuesta comunista
· Sin seguir agrediéndonos entre comunistas?
· Aportando propuestas que nos permitan avanzar en nuestra necesidad de proyecto?
El primer punto de arranque debiera ser el esfuerzo por avanzar en la recuperación de una confianza mutua entre comunistas que nos negamos a nosotros mismos desde hace ya demasiados decenios. Si nacimos con la Revolución de Octubre y nos reclamamos herederos de esa voluntad ¿ha de ser lo sucedido tras la muerte de Lenin lo que mantenga una eterna división, una vez que nuestro fracaso fue colectivo, y no las razones que nos llevaron a la victoria en 1917? ¿Qué éxitos presentes que abran paso al socialismo en el mundo puede esgrimir cada fracción comunista y restregar en el rostro a las ajenas?
A día de hoy ninguna reflexión autocrítica dentro de las organizaciones comunistas ha logrado imponerse por presiones externas. Sólo desde la propia libertad de cada corriente comunista ésta podrá avanzar en la recuperación de las mejores tradiciones comunistas y, a la vez, en un discurso que mire más hacia los desafíos presentes y futuros que a las viejas gestas de las que particularmente cada corriente se reivindica. No avanzaremos en el respeto entre comunistas ni en unidad de acción exigiendo autocríticas ajenas y negando la necesidad de las propias. Todo cuerpo que se siente atacado externamente reacciona replegándose sobre su núcleo duro. Mantener la cultura de la “vendetta” y el ajuste político de cuentas es el más firme y seguro camino hacia la insignificancia política. Arguyen muchos que no analizar las causas de los errores contribuye a su repetición. Lastima que haya mucha más presteza a analizar los errores/horrores de corrientes comunistas ajenas que de las propias y que cuando los análisis internos se llevan a cabo persista mayor pasión en buscar chivos expiatorios propios que en enderezar las trayectorias colectivas. El sectarismo y el dogmatismo casan mal con el marxismo y ninguna de las corrientes que se reivindican del mismo es ajena a dichos males. Las reflexiones son más productivas cuando nacen más del estímulo que de la presión forzosa.
Sin pretender, por incapacidad propia, no porque crea innecesario hacerlo, dar respuesta satisfactoria a cada uno de los factores freno de la revuelta social contra el capitalismo, apuntados en el apartado anterior, intentaré señalar algunas tareas que, en mi opinión, pueden contribuir al buscar caminos para la transformación socialista de la sociedad:
· ACABAR CON LA ESPERANZA PARA CREAR OTRA NUEVA. ES NECESARIO CONVENCER A LA GENTE DE QUE NO HAY SALIDAS DENTRO DEL CAPITALISMO. Sólo desde la derrota de las falsas ilusiones es posible construir certezas instaladas en la mente y en el corazón de los seres humanos con la fortaleza de la más firme convicción.
Baste ver el modo en que los partidarios de este degenerado sistema económico posponen cada cierto tiempo el inicio de la fecha de la recuperación. Ahora la cifra mágica es 2013. ¿De dónde la sacan? ¿En qué argumentos racionales, económicos, fundados apoyan esta afirmación? La fuerza de sus razones es la misma que la de aquel hombre al que, cuando le preguntaban la hora, estiraba el elástico de su pantalón de chándal y decía una cualquiera. Un día alguien, que venía fijándose desde hacía algún tiempo en tan peregrino compartimiento, le preguntó, por el motivo del mismo ante lo que aquél respondió: “es que yo siempre doy la hora que me sale de los c...”. No hay razón de peso alguno para creer en que habrá recuperación económica. Al contrario, cualquier indicador que se consulte nos lleva a la conclusión de que la implosión del capitalismo mundial está produciéndose ya. Y las alternativas de recurso a la desglobalización, al vuelta a las monedas nacionales en la zona euro o las políticas proteccionistas en cada país sólo acelerará espasmos mayores. El capitalismo no puede salir de su crisis porque carece de vías de salida a la misma.
· HACER DEL SOCIALISMO UN ANHELO ARRAIGADO EN LOS CORAZONES DE LOS TRABAJADORES. No basta con crear conciencia del daño que el capitalismo está haciendo a los más débiles. Que los desposeídos coincidan con nosotros en aquello que rechazamos no significa que defiendan o deseen aquello que ansiamos. Es necesario recrear la utopía, dibujar el futuro, provocar que los expoliados ansíen el cambio de sus vidas que el socialismo puede representar para ellos. La didáctica de qué es el socialismo, sin falsas épicas de un pasado mitificado pero con toda la carne fieramente humana que debe representar una vida nueva, justa, emancipada de la necesidad, que ponga al valor por encima del precio, debe hacer germinar e iluminar la esperanza.
· CONVENCER DE LA FACTIBILIDAD DEL SOCIALISMO. El mayor enemigo de la utopía es su percepción de bello sueño irrealizable. Si una vez fue posible construir sociedades diferentes al capitalismo tal cómo lo conocíamos, esta vez es posible hacerlo mejor que la primera. Hemos aprendido de nuestros errores. Sabemos qué fue válido en los anteriores intentos de liberación social y qué no.
· DESENMASCARAR LA FALACIA DE QUE LA VOLUNTAD POLÍTICA DE LOS GOBIERNOS INTEGRADOS DENTRO DEL SISTEMA CAPITALISTA PUEDE CAMBIAR LAS COSAS. Por encima de su orientación política, los gobiernos y los Estados carecen hoy de capacidad para hacer otras políticas que las liberales; más o menos agresivas en su carácter antisocial, siempre siervas del capital. Dentro del marco de respeto a las reglas del juego del mercado no es posible defender a los castigados por la crisis capitalista. Y dentro de la legalidad de las “democracias” capitalistas no hay sueños de justicia social realizables.
Pero es que además los Estados han perdido hace ya muchos años, por cesión, los mecanismos y resortes del control de lo público sobre lo privado, cada vez más independiente y desembarazado de toda autoridad que limite su expansión.
No son los gobiernos sino las masas trabajadoras las que pueden contraponer el poder de su número y de su fuerza frente al capital ya que aún son insustituibles en la producción y, desde luego lo son, en el consumo. Sin los trabajadores el mundo capitalista, su “orden” y su funcionamiento no son posibles.
· LA NECESIDAD DE ORGANIZACIÓN PARTIDARIA Y DE PROYECTO POLÍTICO. La horizontalidad asambleísta en la que todo se discute de forma permanente por cualquiera que pase por allí, independientemente de la ideología política a la que pertenezca, de un asambleismo en el que caben las propuestas más surrealistas y cualquiera de las asambleas locales adheridas puede vincularse o no a acuerdos generales, no es sino el instrumento útil para quien pretenda el caos, la confusión y la inoperancia para avanzar en una dirección política concreta. La organización vertebrada, la construcción de un bloque de trabajo homogéneo, que no es sinónimo de monolítico, son elementos centrales para la construcción de un proyecto y de un programa políticos. Sin ambos sólo hay populismo, extrañas amalgamas ideológicas y oportunidad para que las protestas sociales queden en manos de oportunistas, aventureros, demagogos y “gattopardistas” ideológicos.
Pero el proyecto ideológico, que no puede existir sin debate abierto interno y con la sociedad y que necesita la organización coherente de dicho debate, no es suficiente. El proyecto político necesita elaboración teórica, actualización del pensamiento en el que se encuadra, definición del mismo, argumentación, programa mínimo y máximo y una gran dosis de honestidad ideológica que afirme lo que se es, sin camuflajes, ni calculadas indefiniciones.
Negarse a definir siquiera los fundamentos básicos del modelo de sociedad que se pretende, es decir las características que ha de tener una sociedad socialista, bajo el argumento de que las cosas nunca salen como se prevé es olvidar que una de las tareas de un revolucionario es mantener un permanente diálogo con la realidad, a través de la tensión constante entre teoría y praxis revolucionaria. Cada nueva generación de comunistas tiene ante sí el desafío de cambiar el mundo sin abrazarse religiosa y milimétricamente al cumplimiento de esquemas anteriores. El aprendizaje de lo que continúa siendo válido necesita ir acompañado del abandono de aquello que ya no lo es o que incluso no lo fue nunca. Ésta es la gran virtud de la teoría de la praxis: su visión laica de una realidad a la que pretende transformar.
· LA NECESIDAD DE CONSTRUIR ALGO MAYOR QUE LO QUE EXISTE CONTANDO CON EL CONJUNTO. La defensa de un modelo socialista de sociedad necesita pluralidad interna que la enriquezca pero con la condición de un compromiso real de no estar defendiendo otra cosa o una mera puesta al día, “humanizada” del capitalismo. Para ello, los comunistas, de las más diversas corrientes, son necesarios porque sólo los comunistas han demostrado históricamente estar por el socialismo.
Ninguna de las corrientes que hoy se reclaman comunistas tiene “la verdad” por sí misma. “La verdad” tiene una carga gnoseológica que no se ha apartado del todo de una visión fideista e idealista de la realidad. Como materialistas históricos, los marxistas hemos de apartar los hechos de aquellas interpretaciones que pretendan ajustar los mismos a cualquier teoría previamente establecida.
Ello nos lleva al asunto del eterno desencuentro entre los diversos ismos que supusieron en su día las sucesivas rupturas entre los comunistas a nivel mundial, uno de sus mayores fracasos históricos.
Las razones de los incesantes desgarros que en su día se explicaron como inevitables a los seguidores de cada nueva corriente desgajada del tronco común de la Internacional Comunista, creada en vida de Lenin, tuvieron mucho que ver, aunque no fueran ajenas rivalidades más espurias, con la justificación intelectual del tipo de Estado que se estaba erigiendo en la construcción del socialismo y con el modelo de relaciones a establecer con el resto de partidos comunistas del mundo, nacidos tras la revolución bolchevique. Esto es particularmente cierto en el caso de la creación de la IV Internacional pero también en el de la aparición de un segundo polo socialista (República Popular China) que, tras el fracaso de las revoluciones espartaquista y húngara, significaría, años más tarde una nueva ruptura. Los casos yugoslavo y albano contribuirían a nuevos cismas, de menor envergadura, como mucho antes lo representaron otras corrientes como el comunismo consejista.
Salvo la República Popular China, sólo nominalmente inspirada en el maoísmo y profundamente integrada en un capitalismo que ya casi no es ni de Estado, el resto de las revoluciones que inspiraron las sucesivas divisiones en la corriente política comunista fracasaron (espartaquismo) o bien simplemente los Estados que los inspiraron han desaparecido (Yugoslavia) o simplemente han sido sustituidos por Estados capitalistas (Rusia, Albania).
Respecto a los partidos herederos de aquello que se llamó eurocomunismo (Carrillo, Berlingüer,...) y que alcanzaron a casi todos los PPCCs y ex PPCCs de Europa e incluso de Japón, hoy reconvertidos muchos de ellos en otra cosa, hoy son, con honrosas excepciones, mera socialdemocracia sustitutoria de los partidos del socialiberalismo de la Internacional “Socialista”. Son partidos para un reformismo ya imposible del capitalismo y la mayoría de sus militantes nostálgicos de un pasado más o menos glorioso, envueltos en piel neokeynesiana. Pero dentro de dichas organizaciones quedan militantes válidos que deben ser incorporados a un proyecto de revolución socialista.
Ninguna fracción heredera de lo que fueron proyectos comunistas desgajados del mismo árbol tiene las respuesta de cómo abordar el necesario derribo del capitalismo. Ninguna puede erigirse en revolución triunfante que no haya sido posteriormente derrotada y las que nominalmente quedan en pie no son faro de ningún tipo para los trabajadores del mundo como ninguna que ni siquiera haya tenido la posibilidad de éxito puede exhibir hoy un proyecto suficiente por sí solo. Nuestro fracaso ha sido colectivo y el escaso predicamento que hoy tienen las diversas corrientes comunistas entre la mayoría de los trabajadores del mundo es responsabilidad de todos. Levantar de nuevo la bandera de las traiciones para explicar este hecho sería antimarxista al ser un cierre a explicaciones que nos ayuden a comprender los motivos racionales, materiales, reales por los que hoy los comunistas nos encontramos en esta situación.
No voy a intentar exponer aquí dichos motivos. Muchos lo han intentado ya desde el marxismo revolucionario y están a mano de quienes quieran conocerlos o discutirlos. Lo sabemos, lo admitamos o no.
No creo que sea esa, por tanto, la labor que, en esta hora decisiva de la crisis capitalista, nos toque acometer a los comunistas. Creo más bien que nuestra tarea es otra: la de centrarnos de un modo eficaz en la lucha contra el capitalismo y en la defensa de nuestra clase, los trabajadores.
Pero para que ambas luchas sean, de verdad, eficaces es necesario derribar ya, de una vez por todas, los muros “teóricos”, sectarios, defensivos de cada parcela de corriente frente a otras que se reclaman también comunistas, construidos para mantener artificialmente una división que no favorece en absoluto a cada fracción por separado sino que debilita a la idea comunista en su conjunto.
Los oprimidos, lo sepan o no, necesitan de la unidad de acción de todos los comunistas en los niveles nacionales e internacionales para construir ya la alternativa frente a la nueva, y quizá definitiva, rueda dentada del capitalismo que destroza las vidas y la dignidad de sus víctimas. La lucha por el socialismo y su construcción necesita de un inmenso mar de energías y voluntades y no pequeños riachuelos encajonados entre paredes de cemento que les separan entre sí mientras discurren, si no están enfangados, en diferentes direcciones divergentes.
Ante la gravedad de la situación en la que se encuentran los trabajadores del mundo es un acto de suma irresponsabilidad, ceguera y complicidad con el sistema que pretendemos combatir no poner por delante el mínimo común múltiplo que compartimos, buscando lo que nos une, frente a nuestra vieja y cainita tradición del máximo común divisor que nos separa. La vieja máxima de que las autodepuraciones internas (nadie vea una alusión concreta porque aquí ninguna corriente se salva) nos fortalecen nos ha llevado al lugar en el que estamos. Felizmente la medicina ha descubierto una práctica mucho más generosa y útil frente a las sangrías medievales con sanguijuelas, la donación de sangre, que nos federa a los humanos en un común torrente solidario.
Ojalá que no seamos nosotros, los comunistas, con nuestra ciega desunión, los responsables de que no lleguen a hacerse verdad las frases finales de “El Manifiesto Comunista”:
“Que las clases dominantes tiemblen ante una revolución comunista. Los proletarios nada tienen que perder en ella, salvo sus cadenas. Y tienen un mundo que ganar”NOTAS:
(1)
http://www.pateandopiedras.com/2011/10/analisis-estadistico-del-movimiento-15m-%c2%bfcuantos-y-quienes-se-han-manifestado/ Dejando de lado la delirante cifra de manifestantes, lo más interesante del enlace se encuentra en el “quienes se han manifestado”. Según el autor señala, las clases altas-medias altas y las nuevas clases medias, quedando muy por detrás las viejas clases medias y los distintos segmentos de la clase obrera. Luego intentará, creativamente, convertir incremento en la participación a lo largo del período de movilización en una composición alterada de la estructura social “indignada”. Resulta llamativo que antes de la cocina de los datos intente una explicación de porqué predomina una clara composición burguesa “indignada”.
(2)
http://www.democraciarealya.es/blog/2011/10/26/sumemonos-a-democracia-4-0/(3)
http://marat-asaltarloscielos.blogspot.com/2011/10/un-brillante-porvenir.html