22 de abril de 2011
LA IZQUIERDA, LA CRISIS DE DEUDA SOBERANA Y EL EURO
Álvaro Rein. Sin Permiso
Las soluciones a los conflictos causados por la crisis financiera y el fracaso de los bancos deben de tener en cuenta......los principios democráticos’ . – Olafur Ragnar Grimsson, Presidente de Islandia El estallido de la crisis soberana en Europa ha vuelto a reavivar el debate entre la izquierda continental sobre la naturaleza histórica del proyecto del euro, su viabilidad a medio plazo y la posición que debe adoptar la izquierda transformadora frente a la moneda única.
Este artículo trata de aportar una crítica constructiva de los argumentos y análisis realizados recientemente por economistas críticos y de izquierdas. El artículo toma como referencia principal el análisis contenido en los dos informes publicados en marzo y septiembre de 2010 por el instituto `Research on Money and Finance (RMF)’, pero también aborda análisis publicados recientemente por economistas como Pedro Montes, Daniel Albarracín, Özlem Onaran, Michel Husson y Costas Lapavitsas [varios de ellos, recientemente publicados en la revista Viento Sur].
Me centraré en los análisis publicados por RMF porque sintetizan bien la mayor parte de las concepciones, en mi opinión, fundamentalmente erróneas, pero en las que en estos momentos toma pie una gran variedad de interpretaciones y propuestas aportadas desde perspectivas críticas de izquierdas.
Las causas de la crisis europea, según RMF
RMF afirma que la crisis económica europea actual tiene dos causas fundamentales. La primera: la crisis financiera que tuvo sus orígenes en los EE.UU en verano de 2007, y que pronto se convirtió en una recesión global.
La segunda causa sería la acumulación insostenible de lo que RMF llama ‘desequilibrios estructurales` dentro de la zona euro. Esos desequilibrios traerían su origen en la coexistencia de importantes déficit por cuenta corriente en los países “periféricos” (principalmente Grecia, Portugal, España e Irlanda) con importantes superávit por cuenta corriente en los países del ‘núcleo’ (esencialmente, Alemania). La persistencia y agudización de esos desequilibrios se explicaría por la incapacidad del grupo de países `periféricos’ de competir con Alemania.
Los déficit por cuenta corriente de la periferia, resultantes de esos desequilibrios competitivos, deben por definición ser financiados de alguna manera, y según RMF, lo son principalmente por flujos de capital privado procedentes de los países del “núcleo”. Tales flujos consisten sobre todo en compras de deuda privada de los países periféricos por parte de los bancos de los países del “núcleo”. Como veremos más adelante, según RMF, la principal responsable de que los desequilibrios competitivos entre “periferia” y “núcleo” se hayan acentuado es la existencia misma de la zona euro.
Esta visión de que el origen de los desequilibrios económicos que nos han llevado a la actual crisis ha de buscarse en la incongruencia original, y por lo tanto, en el ‘fracaso histórico’ del proyecto de la moneda única europea es compartido por otros economistas críticos de izquierda españoles (como Pedro Montes o Daniel Albarracín) y por neokeynesianos famosos como Krugman o Stiglitz, pero también por toda una corriente de economistas neoliberales.
Más, todavía: según RMF, la creación de la moneda única europea habría propiciado la creciente ‘financiarización’ de la zona euro, facilitando así la financiación de los crecientes déficit por cuenta corriente de los países “periféricos” y el consiguiente endeudamiento de sus economías. El término ‘financiarización’, tan usado como abusado por diversas escuelas de economistas de izquierda, es definido vagamente por RMF como un proceso, a través del cual el sector financiero adquiere cada vez más peso dentro de las economías en relación con el sector productivo real El endeudamiento, tanto el interno como el externo, de una economía sería uno de los indicadores que apuntan a un proceso de creciente ‘financiarización’ de la misma. RMF define la actual crisis como una crisis de la ‘financiarización’, ya que la crisis en el fondo también refleja la culminación de un proceso de transformación de las economías capitalistas avanzadas, a través del cual el sector financiero ha ido adquiriendo cada vez mayor peso.
‘La competitividad’ es una mala explicación de los déficit por cuenta corriente
Para RMF, el aumento de los déficit por cuenta corriente de los países periféricos, y el paralelo aumento del superávit alemán por cuenta corriente desde 2000, reflejan la perdida relativa de competitividad de los primeros frente a Alemania durante estos años. Los economistas, tanto de izquierda como de derecha, que sostienen este argumento típicamente esgrimen como prueba un gráfico comparando la evolución de los costes laborales unitarios (CLUs) entre esos países con base en el año 2000 o 1999. Este gráfico muestra una línea que cae para Alemania con respecto al valor del índice en el año 2000 y otras líneas que aumentan para los países periféricos. Como es sabido, los CLUs son un indicador popular para medir la competitividad que pone en relación los costes laborales con la productividad del trabajo.
La teoría de que existe una relación entre la evolución de la competitividad y las cuentas corrientes de estos países no encaja con una serie de datos. Por ejemplo: no explica porqué si los CLUs de España, como los de Portugal, como los de Italia, se dispararon desde 2000 con respecto a Alemania en proporción similar, la cuenta corriente de Italia se mantuvo en déficit, pero en un nivel estable, mientras que los déficit por cuenta corriente de España y Portugal aumentaron de manera totalmente desproporcionada. La teoría de la competitividad basada en los CLUs tampoco explica porqué, a pesar de que los CLUs de Francia (medidos siempre en relación a los CLUs alemanes) han aumentado muchísimo menos que los de España y Portugal desde 2000, la cuota de mercado de las exportaciones francesas ha caído en picado desde entonces, mientras que, en cambio, las cuotas de mercado de las exportaciones españolas y portuguesas se han mantenido mucho más estables aun habiendo caído también ligeramente.
Si observamos la evolución de la cuota de mercado de cada país de la zona euro atendiendo únicamente al comercio que se da dentro de la propia zona euro, resulta que la cuota de mercado de las exportaciones españolas en la zona euro se ha mantenido prácticamente estable en torno del 3.5% desde el año 2000, mientras que la de Alemania apenas ha aumentado (un 0.2% más durante todo este periodo). La cuota de mercado dentro de la zona euro de las exportaciones de países como Francia, por ejemplo, ha caído un 1.3% desde el año 2000, a pesar de que los CLUs franceses empeoraron muchísimo menos en relación a Alemania que los españoles. La cuota de importaciones españolas en Alemania, por ejemplo, también arroja un perfil relativamente estable y procíclico.
La falta de evidencia empírica que establezca una relación inversa consistente entre la evolución de los CLUs y la evolución de la cuota de mercado de un país o de su crecimiento económico fue ya en su día constatada por economistas como Kaldor –en un estudio basado en el período de expansión posterior a la segunda guerra mundial—, así como en un estudio de Fagerber basado en datos de 1978-94. Esta vieja paradoja es, en efecto, conocida como ‘la paradoja de Kaldor’ en la bibliografía académica.
La teoría de los CLUs tampoco explica porqué si Irlanda fue el país periférico en donde más aumentaron los CLUs, fue también el país periférico en donde más crecieron las exportaciones durante el mismo período y el país periférico en donde menos aumentó el déficit por cuenta corriente.
Todas estas incongruencias apuntan necesariamente a la existencia de otros factores ignorado por el simplista análisis que lo fía todo a los CLUs, desde la explicación de la evolución de la competitividad, hasta la de las cuentas corrientes de los países periféricos. Como han señalado numerosas veces diversos autores (economistas como David Gros, Charles Wyplosz o Jesús Felipe y Utsav Kumar, por ejemplo), indicadores como los CLUs no solo son un instrumento deficiente para medir un concepto complejo y multifacético como la competitividad, sino que, además, suelen servir de poco a la hora de explicar y predecir la evolución de las exportaciones de un país. Sin embargo, de acuerdo con la teoría de RMF, la evolución de las exportaciones condicionada por la competitividad (medida en base a los CLUs) es nada menos que el factor principal que influye directamente en la balanza por cuenta corriente de un país.
Pero ‘la competitividad’ no se puede reducir a simples indicadores de precio o coste, ya que existe toda una dimensión adicional basada en “la calidad” diferenciada de los distintos productos que también condiciona el grado en que un producto nuevo resulta más o menos sustituible por otro en el mercado. Existe toda una amplia bibliografía académica, no precisamente nueva, que explica cómo el comercio entre economías avanzadas, como las de la zona euro, solo puede explicarse cada vez más como comercio basado en el intercambio de productos altamente diferenciados entre sí por su calidad o características específicas. Según esa veterana teoría del comercio internacional son estas características ‘únicas’ las que confieren al productor cierto poder monopolístico sobre su mercancía a la hora de fijar su precio, y por lo mismo, las que le permiten también financiar costes relativamente más elevados a partir de sus rentas monopolísticas. Esta condición, sin embargo, no les libra completamente de tener que competir con otros productores que eventualmente puedan llegar a idear productos de una mayor calidad que el suyo. La existencia de este tipo de ‘competencia monopolística’ indica que los aumentos de coste o precio de un producto, lejos de reflejar una pérdida de competitividad, pueden a menudo reflejar una mejora de la calidad del producto, mejora que, en efecto, lleva al productor a mejorar su competitividad y a aumentar su cuota de mercado.
Lo cierto es que existen también otras teorías del comercio internacional que no se reducen a los costes laborales, sino que buscan explicar los intercambios comerciales entre países también como resultado de las decisiones de ciertas industrias y empresas transnacionales de deslocalizar y descentralizar las distintas fases de su cadena de producción o de sus distintos productos en distintos países. Un ejemplo clásico, por supuesto, es el de la industria europea del automóvil y todo el comercio entre países europeos ligado a la industria auxiliar y de componentes que va asociada a aquella. Este tipo de comercio es de bastante relevancia en el caso de España, en donde, tradicionalmente, la cuarta parte de las exportaciones están compuestas de automóviles producidos por transnacionales extranjeras, cuyas fábricas, a su vez, importan numerosos componentes intermedios de otros países de la zona euro. Otro ejemplo obvio es el del conjunto del comercio intraindustrial relacionado con la decisión de grandes transnacionales de la informática de utilizar a Irlanda como base exportadora y de importar toda una serie de productos intermedios que acaban formando parte de productos finales que son reexportados desde Irlanda.
Curiosamente, a pesar de la ‘rigidez de sus mercados laborales’ y de la falta de “competitividad” de la que son a menudo acusados países como España y Portugal, sus sectores exportadores exhiben en estos momentos posrecesivos un alto ritmo de crecimiento y un dinamismo que contrasta con el estancamiento de sus sectores nacionales. Las exportaciones de estos países ya casi han recuperado el terreno perdido durante la crisis y muestran una correlación positiva con las exportaciones alemanas. El gran ausente es Grecia, que parece ser el único país de la zona euro en el que todavía caen las exportaciones, a pesar de que en los anteriores ciclos la evolución de sus exportaciones siempre anduvo positivamente correlacionada con las de los otros países europeos. ¿Otro ejemplo del éxito de las políticas de reformas estructurales impuestas a Grecia por la Comisión Europea, el FMI y el BCE?
En un magnífico artículo académico publicado en febrero pasado, Jesús Felipe y Utsav Kumar explican cómo, contrariamente a lo que muchos piensan, los CLUs, cuando son calculados en base a agregaciones del valor añadido para toda una economía o para todo un sector económico, dejan de ser una medida de competitividad, ya que lo que miden en realidad es la evolución de la distribución de la renta entre capital y trabajo, en una economía o en un sector, multiplicada por el deflactor de precios de la economía o sector en
cuestión. Éste es también el caso cuando se miden los CLUs en base a la productividad y los costes laborales de una sola empresa que produce un producto; pero la diferencia fundamental es que cuando se utiliza un deflactor de precios agregado para toda la economía o todo un sector, en vez de para un único producto, la medida resultante de CLUs deja de medirse en unidades reales de un producto específico, y por lo tanto, pierde sentido como indicador que relaciona la productividad con los costes laborales.
Partiendo de esta premisa, Jesús Felipe y Utsav Kumar descomponen la evolución de los CLUs en cada economía de la zona euro en sus dos elementos constitutivos: 1) la evolución de la distribución de la renta entre capital y trabajo en cada país; y 2) la evolución del deflactor de precios en cada uno de ellos. Con esta perspectiva analítica, descubren que, en todos los países, salvo en Grecia (en donde la distribución de la renta destinada a salarios es relativamente estable), la proporción de la renta acaparada por los salarios cae, y por lo tanto, el principal factor explicativo del aumento/ caída de los CLUs es si el deflactor de precios en los distintos países aumenta en mayor o menor medida con respecto a la porción de la renta destinada a los salarios en cada país. De modo, así pues, que el aumento de los CLUs en Portugal, España, Irlanda y Grecia respecto de Alemania lo que vendría a reflejar estadísticamente es simplemente que el deflactor de precios ha crecido relativamente más rápido en las cuatro primeras economías que en la última.
Una explicación alternativa a la basada en los CLUs y la competitividad es simplemente que la asimetría en la evolución de las cuentas corrientes entre los periféricos y Alemania durante estos años se debió más a la divergencia en el crecimiento de la demanda interna en cada uno de estos países que a divergencias en su competitividad. Como es harto sabido, el diferencial negativo entre ahorro e inversión interiores en los países periféricos se disparó durante estos años tanto por el aumento de la inversión nacional como por el aumento del consumo interior y la consiguiente caída del ahorro. De acuerdo a la contabilidad nacional, los déficit por cuenta corriente reflejan exactamente el diferencial negativo entre ahorro e inversión interiores, y a estos déficit les corresponde por definición contable un superávit en la cuenta de capital que permite su financiación.
El euro, las contrarreformas saláriales y los desequilibrios competitivos entre países
Supongamos por un momento que la teoría de RMF, según la cual el aumento de los déficit por cuenta corriente de los países periféricos fue resultado de la pérdida de competitividad de éstos en relación con Alemania, fuera cierta. Pues bien: ¿cómo fue exactamente que la creación de la moneda única pudo acentuar los desequilibrios competitivos entre la periferia y el núcleo? El argumento de RMF parece ser que, en general, el marco institucional en el que se ha construido la zona euro deprime, por su propia naturaleza, los salarios al generar una especie de competencia a la baja en temas de derechos laborales y salariales entre los países miembros. De acuerdo a RMF, la relativa caída de los CLUs en Alemania respecto de los países de la periferia desde el año 2000 demuestra que Alemania ‘ganó’ esta competencia a la baja.
Mas no se ve porqué el marco institucional en el que desempeña el euro tuvo que tener más éxito a la hora de reducir salarios en Alemania que en España. Sobre todo considerando que los niveles estructurales de desempleo en España se mantuvieron mucho más elevados que en Alemania durante todo este período, lo que induciría e pensar que tendría que haber sido mucho más fácil contener el crecimiento salarial en España que en Alemania. La explicación ortodoxa sería que en Alemania aumentó la productividad mucho más que en España durante todo este periodo, y que eso explicaría que los CLU cayeran en la primera mientras aumentaban en la segunda. Pero tampoco aquí se ve qué relación con el euro puede guardar exactamente el hecho de que la productividad alemana creciera más que la española.
Es verdad: difícilmente podrá negarse ahora la relación tan directa que existe entre el actual marco de la zona euro y la presión bajista sobre los salarios cuando uno piensa en el caso de países como Grecia, Irlanda o Portugal, sometidos directamente a los planes de ajuste del FMI/Comisión Europea/BCE como condición para poder recibir los fondos de ayuda europeos. Baste para convencer de ello una simple lectura del menú de reformas contenidas en el último Memorandum of Understanding entre FMI/Comision Europea/BCE y los gobiernos de Grecia o Irlanda.
Pero también es difícil cómo pudo el propio marco institucional de la zona euro, antes de que estallase la actual crisis, ser capaz de imponer a cada uno de los países miembros contrarreformas laborales o reducciones salariales. Sin duda, éste habría sido el sueño de los arquitectos neoliberales de la Comisión Europea y del BCE. Sin embargo, la historia de las distintas contrarreformas sociales que se han dado en los países del euro desde el año 2000 lo que parece indicar es que éstas han obedecido más a situaciones políticas concretas, que se fueron dando en distintos momentos en cada país, que a la aplicación de planes detallados articulados a escala europea.
Las reformas de los mercados laborales que se han ido produciendo desde la introducción del euro, como la `Hartz IV’ del año 2004 en Alemania, que recortaba las prestaciones de desempleo, o las distintas reformas del mercado laboral acontecidas en España con anterioridad a la actual crisis (como las de 1994, 2002 o 2006), han obedecido a dinámicas políticas de nivel nacional, y no a la imposición de supuestas directrices europeas, por mucho que a nivel europeo se haya hablado siempre de manera general de la conveniencia de “flexibilizar” los ‘ rígidos’ mercados laborales europeos. Es verdad que acuerdos como la llamada `agenda o estrategia de Lisboa` del año 2000, cuya meta era ni más ni menos que convertir a la UE en ‘la economía del conocimiento más competitiva y dinámica del mundo para el año 2010’, incluía entre sus objetivos aumentar la flexibilidad de los mercados laborales y reformar los sistemas de pensiones (salarios diferidos), pero este pacto siempre fue más una declaración de intenciones por parte de los gobiernos signatarios que un acuerdo capaz de imponer políticas salariales a los distintos países. De hecho, esta ha sido siempre una de las críticas principales que hicieron del pacto la Comisión Europea y otros de sus promotores neoliberales. La propia Comisión Europea, a través del informe Kok de 2004 y del propio Barroso en 2005, básicamente reconocieron que la realización de la estrategia de Lisboa fue un fracaso precisamente por la incapacidad de Bruselas de imponer sus “reformas” a los distintos países miembros si los gobiernos de éstos carecían de voluntad política para aplicarlos.
Está claro que, para países como Grecia, Portugal e Irlanda, la invención del Fondo de Estabilidad Financiera Europea (EFSF, por sus siglas en inglés) ha supuesto que unos países miembros de la zona euro se hallen totalmente, y por primera vez en la historia de la UE, a merced de la voluntad y de los diseños neoliberales de la Comisión Europea y del BCE. En este sentido, los sueños hayekianos para estas instituciones europeas se han visto por fin realizados gracias a la crisis de la deuda soberana. Sin embargo, difícilmente podrían esas instituciones tratar de dictar este tipo de políticas a otros países de la zona euro en estos momentos, y mucho menos al núcleo de Francia y Alemania. Lo demuestra, por ejemplo, el modo en que Francia y Alemania decidieron “flexibilizar”el pacto de estabilidad a su antojo en 2005, cuando eran ellos los que corrían el riesgo de sufrir sanciones.
La política anti-inflacionista del BCE como enemiga del crecimiento salarial:
Algunos autores también han recurrido a la política antiinflacionista del BCE para tratar de explicar cómo la creación de la zona euro impulsó una competencia a la baja entre los salarios de los trabajadores de los distintos países pertenecientes a la moneda única. De acuerdo con este argumento, la política del BCE contribuía a mantener los niveles de desempleo más elevados de lo que habría sido el casi, si su política monetaria hubiese concedido menos importancia a mantener el nivel de inflación por debajo del 2% y más importancia a mantener los niveles de desempleo bajos. Según esta teoría, al mantener deliberadamente altos los niveles de desempleo, el BCE mantenía también controlado el crecimiento de los salarios y la inflación. Volviendo a las tesis de RMF por un momento, no se ve cómo una misma política monetaria puede ser, a un tiempo, capaz de aumentar las divergencias competitivas entre los países de la periferia y Alemania y capaz de mantener el crecimiento de los salarios reprimidos en todos los países. ¿Por qué la misma política monetaria sería una de las causas de que aumenten los CLUs en la periferia y de que caigan en Alemania, si precisamente la tasa de desempleo es relativamente más elevada en el primer grupo de países que en el segundo? Si la explicación la dan, una vez más, los diferenciales de crecimiento de productividad, no se ve tampoco qué tiene que ver una política monetaria única con que aumente más la productividad en unos países que en otros.
La teoría que culpa a la política antiinflacionista del BCE de elevadas tasas de desempleo en la zona euro y de la consiguiente presión a la baja sobre los salarios asume, además, entre otras cosas, que existe una relación estable e inversa entre el nivel de desempleo y la inflación, algo –basta pensar en lo vivido en los años 70— que está en contradicción con la propia experiencia histórica del capitalismo, que enseña elocuentemente que la relación entre estas dos variables es harto más compleja, condicionada como está por otros factores (como la productividad, la estructura económica, etc.).
Curiosamente, muchos de los autores que critican la política ‘antiinflacionista’ del BCE han dicho en numerosas ocasiones que la política ‘del 2%’ es demasiado ‘acomodaticia’ para países acostumbrados a niveles de inflación relativamente elevados como España, y demasiado ‘restrictiva’ para países como Alemania. Pero este es un argumento difícil de casar con el que culpa al BCE de seguir una política monetaria demasiado restrictiva para toda la zona euro. Lo cierto es que el país que más contribuyó a la creación de empleo a nivel agregado de la zona euro durante la anterior fase ‘acomodaticia’ de la política monetaria del BCE (que empezó en el año 2001) fue precisamente España, en donde se crearon 4 millones de empleos nuevos entre 2001-2007.
Algunos de estos mismos autores dirán que lo que precisamente demuestra esto es que es incongruente que economías tan distintas como España y Alemania compartan una misma política monetaria y una moneda común. Pero es que dentro del propio estado español también conviven regiones caracterizadas por estructuras y dinámicas económicas totalmente distintas sometidas a una misma política monetaria y sin embargo esto no es cuestionado. En la actualidad, por ejemplo, Canarias y Andalucía tienen tasas de paro del 28% mientras que en el País Vasco el paro es de un 10%.
Responderán que esto es cierto pero que a diferencia de la zona euro dentro de España existe un sistema de transferencias fiscales de unas regiones a otras que actúa como contrapeso a las diferencias intra-regionales que existen. Lo que es sin duda cierto, y a la zona euro efectivamente le convendría enormemente dotarse de un sistema de transferencias fiscales entre países, aparte de una mayor harmonización fiscal. Pero, contrariamente a lo que comúnmente se supone, eso nada tiene que ver con la cuestión de si es o no congruente el que estructuras económicas diversas compartan una misma moneda, o con la hipótesis de que esas incongruencias tengan que llevar inevitablemente a la ‘desintegración’ de la zona euro. ¿Desde cuándo es condición necesaria para que dos regiones económicas distintas compartan ‘con éxito’ una misma moneda y una misma política monetaria el que hayan de tener antes niveles de desarrollo y estructuras económicas parecidos? La teoría clásica del comercio internacional, sin ir más lejos, sostiene que la integración comercial entre países diversos se produce precisamente en base a las diferencias y no las similitudes entre sus estructuras económicas y niveles de productividad. Es más: nada hace pensar que ni la integración económica ni la comercial entre dos regiones tengan que conducir inexorablemente a una creciente similitud en sus respectivos niveles de productividad y estructuras. ¿Si esto no sucede entre las distintas regiones de un mismo país (ya sea dentro de España, entre el norte y el sur de Italia, entre el oeste y el este de Alemania o dentro de los EE.UU), donde sí existen mecanismos de transferencias fiscales intraregionales, por qué habría que pensar que la homogeneidad resulta indispensable entre los distintos países que forman parte de una unión monetaria?
La relación entre crisis bancarias y crisis soberanas
Tanto Husson como Lapavitsas afirman en sus artículos que la intervención estatal para salvar los bancos fue lo que transformó la crisis financiera en una crisis de deuda pública soberana europea. Lo fue sin duda alguna el caso de Irlanda. No es, empero, el caso de Grecia, ni el de Portugal; y sólo indirecta y parcialmente es el caso de España.
Los bancos griegos y portugueses no tenían realmente problemas financieros significativos –no habían financiado burbujas inmobiliarias, como en Irlanda y España—, hasta que la crisis de la deuda de sus gobiernos les cortó el acceso al mercado mayorista de financiación. Como es sabido, cuando el mercado determina el tipo de interés al que presta dinero a los bancos de un país y valora el riesgo que asume con ese préstamo, siempre toma como base de referencia el riesgo y el tipo de interés al que puede tomar prestado dinero el gobierno del país del banco deudor. El mercado siempre asume que si hay riesgo de que el gobierno de un país se hunda, los bancos de ese país se hundirán con él. Ésta es también, por cierto, la razón fundamental de que a los últimos a los que interesen las subidas de los intereses de la deuda pública sean los bancos de ese mismo país: saben que eso repercutirá directamente en los costes de y en su acceso a la financiación. De aquí que resulten tan absurdas las teorías conspirativas empeñadas en señalar a los bancos nacionales como responsables de la especulación contra la deuda de sus propios gobiernos.
Al contrario de lo ocurrido en Irlanda, en Grecia y en Portugal fue el problema de la deuda soberana el que terminó convirtiéndose en un problema para los bancos. El problema de la deuda soberana en estos países tuvo su origen principalmente en una caída en picado de la recaudación fiscal de los gobiernos provocada por la crisis económica. Eso mismo sucedió también en otros países que no se vieron afectados del mismo modo por la crisis soberana, pero en el caso de Irlanda, como en el de Grecia y Portugal, la enorme dependencia de la financiación extranjera de sus mercados de deuda pública –que refleja la enorme posición deficitaria de la balanza de sus cuentas corrientes— añadía un factor de riesgo considerable.
En el caso de España, la caída en picado de la recaudación fiscal del gobierno provocada por la crisis económica fue asimismo una causa importante del estallido de la crisis soberana. Pero también es cierto que esta caída en la recaudación fiscal iba estrechamente ligada a la caída del sector inmobiliario y del de la construcción, que arrastraron consigo a la economía, y a los que se hallaba muy expuesto el sector bancario nacional. Con todo y con eso, al contrario que en Irlanda y a pesar de que el sector bancario español también acumula importantes riesgos, lo cierto es que la crisis soberana no estalló luego de una crisis del sector bancario español, sino antes. Porque el caso es que la tan augurada ‘crisis bancaria española’, al contrario que la irlandesa, tiene todavía que materializarse. La crisis de la deuda pública española, en cambio, sí que ha limitado notablemente el acceso al mercado mayorista de las entidades bancarias españolas, aumentando de manera desproporcionada su dependencia respecto de la financiación del BCE del mismo modo que ha sucedido con Portugal, Grecia e Irlanda.
Los bancos centrales y la “monetización” de los déficit públicos
Otro malentendido terriblemente extendido entre los economistas de izquierda en todo este debate consiste en pensar que al banco central estadounidense, ´la Fed´, le está permitido ´monetizar los déficit públicos´ porque compra deuda pública norteamericana (los famosos programas bautizados como QE1 y QE2 por el mercado), y en cambio, al BCE, no; de lo que infieren que un objetivo deseable sería que el BCE pudiese hacer lo que hace la Reserva Federal.
Tanto los estatutos de la Fed (sección 14 del Federal Reserve Act) como los del BCE (artículo 21.1 de su Estatuto y artículo 123 del Tratado de Lisboa) prohíben expresamente a los dos bancos centrales comprar directamente deuda pública de sus gobiernos centrales, aun autorizándoles a comprar este tipo de deuda si las compras se realizan en los mercados secundarios. Quienquiera que haya estudiado economía, recordará de su primer año de carrera la lección de que los bancos centrales influyen en los tipos de interés inyectando la liquidez que necesita el sistema bancario (normalmente, para poder financiar el dinero al contado que deben comprarle al banco central) mediante compras de bonos del gobierno central a los bancos.
Este ejemplo de las clases de primer año de carrera está en gran medida basado en la experiencia concreta norteamericana. Efectivamente, las compras de deuda pública en el mercado secundario eran ya (antes de la crisis y del QE1 y QE2) el método tradicional por el cual la Fed inyectaba regularmente liquidez en el mercado interbancario para suplir la demanda estructural de liquidez de los bancos generada por la necesidad que tienen estos de comprarle el dinero en contante al banco central. El BCE tradicionalmente ha inyectado liquidez en el mercado interbancario a través de préstamos contra colateral en forma de títulos del estado o de entidades bancarias (las llamadas simultáneas o repo), pero podría perfectamente haber hecho lo mismo a través de compras directas en el mercado secundario de deuda pública, tal como se lo permite también su estatuto.
El método concreto por el que se inyecta liquidez –compras directas en el mercado secundario o repo de deuda pública o privada— es irrelevante, ya que lo que se está haciendo es simplemente satisfacer una previa demanda estructural de liquidez del sistema interbancario. La razón por la que muchos bancos centrales dan preferencia a la deuda pública, en vez de a la privada, como instrumento usadero para inyectar liquidez se debe, por lo pronto, a que el mercado de deuda pública suele ser el mercado de títulos más grande y más liquido; y luego, al hecho de que el riesgo de impago que asume el banco central cuando inyecta liquidez a través de la compra de deuda pública es relativamente menor.
Los programas adicionales de compras de deuda pública norteamericana que lanzó la Fed durante la crisis (el QE1 y QE2) no tenían nada que ver con un supuesto intento de la Fed de ´monetizar el déficit del gobierno estadounidense. Esos programas se lanzaron cuando la Fed había ya reducido su tipo de interés de referencia hasta el nivel más bajo posible (a una banda entre el 0-0.25%). Habiendo agotado toda su política de estímulo monetario basada en las bajadas de los tipos de interés a corto plazo, la Fed se dispuso a continuar presionando a la baja los tipos a largo plazo mediante un aumento masivo de la liquidez a través de la compra de cantidades adicionales (nunca ilimitadas, y siempre fijadas de antemano) no sólo de deuda pública norteamericana, sino también de títulos de deuda privada (como las Mortgage Backed Securities), y aunque en menor medida, también de títulos de deuda de las agencias Freddie Mac y Fannie Mae. El BCE lanzó un programa de compra de títulos de deuda pública en los mercados secundarios de deuda de los países periféricos de la zona euro (llamado el SMP) en Mayo del 2010 con el objetivo de intervenir y tratar de estabilizar estos mercados de deuda cada vez que se desplomaban sus precios. Hasta la fecha, ha acumulado ya una cartera nada despreciable valorada en 77.000 millones de euros en deuda pública periférica a través del SMP. Tampoco aquí tiene este programa nada que ver con la famosa ‘monetización de los déficit públicos’, sino que su objetivo es estabilizar la prima de riesgo de países muy concretos.
Así pues, en resolución, el hecho en sí de que un banco central compre o no deuda pública no tiene nada que ver con la llamada ´monetización de los déficit fiscales de los gobiernos´, si por este concepto se entiende la financiación ilimitada del déficit fiscal de un gobierno por parte de un banco central a través de la creación de dinero nuevo por parte del banco central. Otro malentendido consiste en pensar que una supuesta monetización del déficit público es automáticamente inflacionista. Pero la creación de dinero sólo puede ser inflacionista cuando está relacionada con el gasto en la economía, y el aumento del gasto, a su vez, sólo puede presionar al alza la inflación de manera sostenida, si y sólo si la economía se halla en una situación tal, que todos sus recursos productivos están ya empleados a plena capacidad. Cuando la economía se halla en un estado de recesión, con numerosos recursos productivos ociosos, un aumento del gasto aumentará el grado de utilización de recursos que previamente habían dejado de ser empleados en la producción. Pero no llevará a un aumento sostenido de los precios. Por eso cuando, pongamos por caso, el Banco de Inglaterra ideó su programa de compra de deuda pública, calculó la cantidad de esta deuda que tenía como objetivo comprar en base a su estimación del output gap o hiato de resultados –el nivel de ociosidad de los recursos productivos realmente disponibles de una economía— de la economía británica.
Sobre la independencia de los bancos centrales
Algunos economistas de izquierda también han argüido que el problema es la supuesta ´independencia´del BCE’, que le exime del control democrático y, ofuscado por su obsesión con la inflación, no le priva de la posibilidad de comprar deuda para apoyar a los gobiernos de la zona euro. Según estos autores, el BCE debería ser más como la Fed y menos `independiente´. Sobre este tema basta aclarar que tanto la Fed como el BCE son bancos centrales independientes. El dueño formal de la Fed es el Congreso de los EE.UU (no el gobierno), pero éste le ha dado un mandato a la Fed (incorporado a sus estatutos) y le ha delegado la autoridad para aplicar ese mandato según le acomode y llevar a cabo la política monetaria. A partir de propuestas del Presidente de los EE.UU es el Congreso quien tiene el poder formal de aprobar o no la elección de la mayoría de los miembros que componen el comité que decide la política monetaria de la Fed de manera independiente. En el caso del BCE, su dueño es el Consejo Europeo de jefes de gobierno y de estado, que es el que ha autorizado su mandato y sus estatutos (y el que los puede cambiar), siendo también el que elige a su presidente y a los demás miembros de su consejo de gobierno. El Consejo Europeo, al igual que el Congreso de los EE.UU, ha delegado en el BCE la autoridad para aplicar su mandato y desarrollar la política monetaria: en eso consiste su ´independencia´.
Los distintos gobiernos que componen el Consejo Europeo han decidido, por cuestiones de principio, controlarse unos a otros, y no interferir en el modo en que el BCE desarrolla su mandato: eso es lo que quiere decir respetar su ´independencia´; pero si quisiesen, nada les impediría formalmente acabar con ella, siempre que estuviesen todos de acuerdo en hacerlo. Eso no es óbice para que, de vez en cuando, algunos primeros ministros o jefes de estado critiquen en público al BCE; pero siempre que esto pasa, Alemania u otros gobiernos salen en defensa del BCE, y la cosa queda en nada.
La cuestión de la independencia de los bancos centrales es, en realidad, análoga a la de la función del estado bajo el capitalismo. El capitalismo, por definición, está compuesto de intereses particulares o capitalistas específicos que se hallan en competencia y conflicto permanente entre sí. Precisamente por eso precisa el capitalismo de la ´independencia´del estado (independencia respecto de los intereses de los capitalistas particulares): para proteger el sistema en su conjunto de los intereses contradictorios de los capitalistas particulares. Por el bien de los intereses comunes de los capitalistas, el sistema capitalista también necesita de la ‘independencia’ del banco central, a fin de protegerse de los intereses inmediatos de los capitales particulares.
Los intereses contradictorios de los capitalistas se evidencian, por ejemplo, cuando el capital industrial pide a gritos que el banco central le mantenga los tipos de interés bajos para ayudarle, o cuando los bancos con más problemas le piden lo mismo porque su supervivencia depende de los costes bajos de refinanciación. Y eso sucede al mismo tiempo que los bancos más fuertes y los fondos de inversión le piden al banco central que suba ya los tipos para que puedan mejorar sus márgenes de explotación financiera. El papel del banco central ‘independiente’ consiste en sobreponerse a todos esos intereses encontrados y tratar de pensar en lo que realmente conviene a la estabilidad y el buen funcionamiento del sistema en su conjunto.
Esta lógica es también la que en el fondo da razón las decisiones que ido tomando el BCE durante la crisis. El BCE no decidió comprar deuda pública periférica o inyectar liquidez para proteger las carteras de los bancos alemanes o ayudar a enriquecer a los ‘especuladores de deuda pública’. El BCE hizo siempre estas cosas, sólo cuando pensaba que la estabilidad del capitalismo financiero de la zona euro en su conjunto estaba en juego.
Tomemos como ejemplo la oposición del BCE a que los bancos Irlandeses puedan aplicarle una quita a su deuda senior. Ni cabe duda de que eso ayudaría a los bancos irlandeses y de que el impacto sobre los acreedores individuales seria seguramente mínimo, ya que en proporción a la cartera global de la mayoría de los bancos acreedores esta deuda representa una proporción ínfima del total, además del hecho de que una gran parte de los acreedores probablemente son bancos británicos y no de la zona euro. El BCE, sin embargo, se opone frontalmente a eso, porque piensa que tal medida sentaría un precedente peligroso para el sistema financiero en su conjunto y llevaría al mercado a demandar una prima de riesgo añadida a la deuda senior de todos los bancos de la zona euro para compensarles ante este riesgo.
Que el BCE vele por los intereses generales del capitalismo financiero de la zona euro, no quiere decir, por supuesto, que tenga siempre claro cómo se hace eso, ni que todos los miembros de su consejo de gobierno estén siempre de exactamente acuerdo la mejor manera de alcanzar este objetivo. Lo que está claro es que el objetivo de defender los intereses generales del sistema del mejor modo posible también podría dar cabida a apoyar medidas como la reestructuración (o el impago parcial) de la deuda pública de los países periféricos, contrariamente a lo que parecen pensar algunos en la izquierda.
La posibilidad de que Grecia cometa un impago o reestructure radicalmente su deuda, por ejemplo, ya hace tiempo que ha sido descontada por el mercado en el precio al que valora los bonos griegos, por mucho que las autoridades europeas se nieguen a reconocer tal posibilidad. Y de acuerdo con algunas estimaciones, el mercado está actualmente descontando con una probabilidad que ronda el 60% que Grecia cometa u impago y realice quitas de al menos el 50% del valor nominal de su deuda. Hablar de ´impago dirigido por los acreedores’ como la opción ´light´ y plantear, frente eso, el ‘impago dirigido por los deudores’ como la única opción radical respetablemente de izquierda, según hace Costas Lapavitsas, no tiene mucho sentido, cuando parece que el mercado hace ya tiempo que, con el sufragio de sus precios, se ha anticipado a la opción que propugna ese sector de la izquierda radical. Este voto del mercado no tiene nada que ver, huelga decirlo, con principios de justicia, sino con un simple análisis realista de sostenibilidad que indica que para maximizar las posibilidades de que Grecia algún día devuelva al menos parte de su deuda es necesario que se ‘libere’ también de una parte de ella.
Salirse del euro o gobernarlo de manera alternativa
El debate sobre las causas de la actual crisis soberana europea ha llevado a algunos a plantear que la alternativa más favorable para la clase trabajadora tiene que construirse a partir de una salida del euro. Sobre este punto, los argumentos de Husson me parecen bastante más razonables que los de Lapavitsas. Para empezar, si Grecia, por ejemplo, se saliese del euro ahora mismo, no cabe duda de que el tipo de interés que tendría que pagar sobre su deuda se dispararía todavía más para compensar a los acreedores del riesgo adicional de una devaluación (seguramente inevitable) de su nueva moneda con respecto al euro. Grecia tendría que financiar las amortizaciones de su deuda ya existente acudiendo al mercado con nuevas emisiones. Suponiendo que todavía quedase alguien en el mercado dispuesto a comprar estas nuevas emisiones de deuda, y a asumir el riesgo una vez que la UE le hubiese retirado todas las ayudas y garantías implícitas a la deuda griega por haberse salido del euro, Grecia tendría que colocar sus nuevas emisiones a tipos tan elevados, que sólo harían que su deuda fuese todavía menos sostenible a medio plazo de lo que es ahora. Es dudoso que una devaluación incentivara lo suficiente las exportaciones (que por otro lado están ya creciendo de manera acelerada en Irlanda y Portugal, como en España, aunque no en Grecia) a medio plazo como para compensar el brutal ajuste que se produciría en el poder adquisitivo de los hogares, en el gasto y en el crédito interno para reducir el déficit por cuenta corriente una vez que se hubiese perdido el acceso a la financiación externa.
¿Controles de capital? ¿Nacionalizaciones de la banca? El problema aquí es que con un déficit por cuenta corriente del tamaño del que existe actualmente en Grecia el país simplemente no puede prescindir de grandes flujos de capital externo para financiarse, a menos que se produzca una contracción significativa de la demanda interna. ¿Quién va a querer meter más dinero en un país de donde no lo va a poder sacar luego y que amenaza con un impago de dimensiones desconocidas? ¿Sería menor el problema de refinanciación de las amortizaciones, si se reestructurara la deuda y se aplicara una quita radical? Sí, pero no haría desaparecer el problema de cómo continuar financiando el enorme déficit fiscal que mantiene el gobierno griego en la actualidad para poder seguir funcionando.
La alternativa, a mi parecer, tiene que estar basada en mantener las ayudas que actualmente recibe Grecia de sus socios de la UE para protegerse de la necesidad de tener que acudir al mercado de capital privado así ganar tiempo. Pero en vez de plantear como condiciones para recibir esta ayuda un programa de ajuste neoliberal que lo único que está consiguiendo es deprimir aún más las perspectivas de crecimiento de la economía griega –lo cual, al final, también aumenta la probabilidad de impago—, estas ayudas pueden estar basadas en un programa alternativo que ataje los problemas estructurales de la economía griega en base a reformas socialmente progresistas. En vez de ser dictado por sus socios de la UE, este programa se podría elaborar mediante un proceso democrático con destacada participación de los sectores populares griegos. Este programa por supuesto que también podría incluir una quita y una reestructuración de la deuda para hacerla más sostenible y liberar así el dinero público necesario para financiar reformas alternativas de carácter progresista. ¿Pero cómo responderían los mercados? Los mercados lo que quieren ver es que la sostenibilidad de la deuda en estos países (y por lo tanto, también la probabilidad de recuperar su dinero) mejora a medio plazo. Esta sostenibilidad de la deuda sólo mejorará, si se consigue que estas economías vuelvan a crecer de manera significativa y esto es precisamente lo contrario de lo que están consiguiendo actualmente las políticas neoliberales que recortan todavía más la demanda interna y restringen el crecimiento.
¿Es este un objetivo imposible de realizar? Para empezar, haría falta que el gobierno actual ‘socialista’ griego fuese sustituido por otro que, en vez de mostrarse partidario de una política económica neoliberal para salir de la crisis, se empeñase en construir alianzas con los gobiernos de los otros países en situaciones parecidas (Irlanda y Portugal) para plantear a nivel de la UE un programa alternativo al ajuste neoliberal. Este gobierno también tendría que tener el valor de dirigirse directamente a las clases trabajadoras de los países acreedores y explicarles que a ellos tampoco les interesa a medio plazo que se les impongan ajustes neoliberales a los trabajadores de los países periféricos. No les interesa, por la sencilla razón de que el ajuste neoliberal en la periferia de Europa servirá de justificación y de trampolín para aplicar también políticas neoliberales en los países acreedores. Los gobiernos de los países acreedores de hecho ya advierten a sus trabajadores de que, para evitar convertirse en ‘periféricos’, ellos tampoco tienen otro remedio que aplicar reformas neoliberales ‘preventivas’.
El discurso que debe hacerse oír es que el principal problema de la clase trabajadora alemana no es minimizar la financiación, a través de sus impuestos, de ayudas para mantener a flote a la periferia y asegurarse de que les devuelvan el dinero lo más rápido posible. Al contrario: el principal peligro para sus intereses es olvidarse de que al final comparte los mismos intereses con los trabajadores de la periferia y de toda Europa y que esos intereses son diametralmente opuestos a los de las elites políticas y económicas de sus países, empeñadas en dividirles y separarles de sus herman@s de clase.
Álvaro Rein es el heterónimo de un analista económico y financiero que colabora regularmente con Sin Permiso en temas de la Unión Europea.
21 de abril de 2011
ERIC TOUSSAINT: "UNA REBELIÓN EN EUROPA ES POSIBLE"
Entrevista realizada por David Muratore Rosario (Argentina), 19 de abril de 2011.
Eric Toussaint estuvo en Rosario invitado por distintas organizaciones sociales (la CTA Rosario entre ellas) y dejó varias definiciones sobre la economía mundial y la del sur de América. “La rebelión popular en algunos países de Europa es posible” afirmó. Alertó también sobre el crecimiento de las tasas de interés en el norte, lo que acarrearía graves problemas a las economías dependientes. “Hay que investigar la deuda ilegítima, no pagarla e invertir en fuentes de financiamiento propio, como el banco del Sur” recomendó para América Latina.
Economista e historiador, su primer trabajo “y por diez meses en 1973” fue periodista deportivo, concretamente comentaba partidos de fútbol para un diario belga, aunque se declara no futbolero ya que detesta el negocio que lo rodea.
La crisis económica y financiera mundial va a durar entre 10 y 15 años más
“La crisis económica y financiera mundial va a durar diez o quince años más en los países industrializados” rompe el hielo el economista belga en una charla con el equipo de Comunicación de CTA Rosario y el periodista Álvaro Torriglia de La Capital. El belga explica que la situación para los países del sur es distinta, “tienen una coyuntura favorable gracias a los altos precios de las materias primas, y debido a la situación de China como locomotora de la economía mundial”. Otro de los temas alentadores para el sur del mundo - por ahora- son las bajas tasas de interés en los países del primer mundo “que le permiten a los países emergentes poder cumplir con los pagos de la deuda sin que esto afecte demasiado sus economías ya que pagan un precio relativamente bajo, sostenible”. Pero acá viene la primera advertencia: “Esta bonanza depende de factores que son ajenos a América latina, a África y gran parte de Asia, esta política sigue dependiendo de las decisiones de los bancos centrales y privados del norte y de la bonanza económica de China”. Pero esto, según Toussaint de ninguna manera desarma la situación que provocó la crisis internacional. “Las bajas tasas de interés que aplica desde 2008 Estados Unidos y desde 2009 Europa permitió a empresas que estaban al borde de la bancarrota refinanciarse y a los bancos que tenían activos tóxicos, también refinanciarse; esto alivió la crisis, pero con la inyección masiva de dólares y de euros en el sector financiero tenemos una liquidez enorme, gran parte de la cual va a actividades especulativas vinculadas a las materias primas, alimentos y títulos de la deuda pública de países europeos, como Grecia, Portugal, España e Irlanda. Lógicamente los bancos centrales deberían subir esas tasas ahora, con lo cual disminuirían la inflación de estas nuevas burbujas, pero a la vez las harían explotar, lo que traería nuevamente bancarrotas, y apenas se suba la tasa de interés, el costo de la deuda pública aumenta, y de hecho esto está pasando, hace pocos días el Banco Central Europeo aumentó las tasas. De cómo se dé este incremento dependen mucho las economías del sur.”
La alternativa del no pago de la deuda para los países europeos periféricos
Eric Toussaint ve como posible la entrada en default de varios países europeos. “El caso argentino está en discusión en Europa” asegura. “La suspensión de pagos de la deuda pública es una posibilidad cierta en países como Grecia, Portugal o Irlanda e inclusive España”. Y para que no parezca una locura, enfatiza: “Es una discusión evidente, y está en el The Financial Times o lo puede ver en el último número de The Economist. A todo esto, los movimientos sociales como el nuestro - El Comité por la Anulación de la Deuda del Tercer Mundo www.cadtm.org - venimos sosteniendo eso. Eric Toussaint propone la suspensión de pagos, realización de auditorías -“esta es la diferencia con Argentina” aclara- para detectar la parte ilegítima y forzar a los tenedores de bonos a aceptar anulaciones o reestructuración con reducción del stock de la deuda” propone el economista belga.
Insisten con las viejas recetas neoliberales
A pesar de esta discusión sobre la salida de la crisis de varios países europeos a través de la cesación de pagos, las políticas que los gobiernos están aplicando son las mismas recetas neoliberales de siempre, explica Eric Toussaint. “Insisten con privatizaciones millonarias, como en Grecia, un pequeño país donde piden privatizaciones por mas de 70 mil millones de dólares” dice para ejemplificar el modelo seguido, “pero la protesta es también fuerte” aclara, y se va acercando a una idea que es el título de esta nota “no se debe descartar que pueda haber un viraje en un momento dado producto del crecimiento de estas protestas”, se acerca aún más: “Yo digo que estamos en una situación tipo gobierno de De la Rúa, Domingo Cavallo, en Europa esta es la situación actual, pero después ocurrió lo que ocurrió en diciembre de 2001 en Argentina”. Eric Toussaint ve que este tipo de “virajes” es posible en países como Irlanda, Portugal o Grecia. Pero luego hace una aclaración: “esto puede también demorar años, porque está claro que las izquierdas tradicionales europeas cuando llegan al poder, siguen las recetas neoliberales, por lo que para que haya un cambio debiera haber también una crisis en este tipo de orientación, es decir, la crisis de los partidos tradicionales de izquierda europeos.” “Lo vemos con los gobiernos socialistas de Portugal y Grecia” ejemplifica. En Europa puede haber una rebelión popular de las magnitudes del Argentinazo o de los levantamientos contra las dictaduras del norte de África. Ante la pregunta de si veía condiciones objetivas para levantamientos populares en los países de la periferia europea (Grecia, Irlanda o Portugal), Toussaint fue tajante. “Sí, definitivamente que sí”. Hasta ahora las protestas han ido por el camino tradicional, explica el belga, “huelgas generales, sin desbordamientos, salvo en Islandia donde hubo rebelión en las calles” – Islandia es un país de apenas 350 mil habitantes, a pesar de lo cual las protestas contra los culpables de la Crisis se convirtieron en un hito- “y dos veces en distintos referéndum rechazaron el pago de la deuda externa de Islandia”.
Luego, Eric Toussaint elige un camino de pensamiento según el cual las últimas rebeliones en el norte de África podrían tener también algún rebote en los países más afectados por la crisis en Europa. La cercanía con el área mediterránea de Europa, en especial de Grecia y España, y una importante masa de trabajadores cuyo origen son esos países africanos dan sustento a esta posibilidad. Sin llegar a decir que serían el “sujeto de la rebelión europea”, explica que “si se han enfrentado en noráfrica con regímenes absolutistas y violentos, porque no hacerlo contra gobiernos, como los europeos, que no respetan la voluntad popular”. El hartazgo se ve reflejado también en el voto. Posteriormente “leyó” el voto europeo, y en todos los casos Eric Toussaint ve un hartazgo que se refleja en buscar alternativas opositoras, inclusive en la extrema derecha. Es, según el belga, una muestra más del hartazgo con respecto a la política económica llevada a cabo por los tradicionales partidos europeos, tanto de centro izquierda como de centro derecha. Obviamente, en donde el electorado se corre a la derecha, la rebelión parece alejarse. Hungría y Finlandia son ejemplos de este viraje a la derecha, y un voto ya no demasiado marginal de derecha en Francia.
¿Hacia el final del Euro?, Centro / periferia europea
La crisis europea tiene otros signos además de los movimientos sociales de izquierda que propugnan el no pago de las deudas ilegítimas o de un voto más o menos marginal a la derecha o a la izquierda. “El Euro está en crisis” afirma Eric Toussaint, “Son varios los países donde hay sectores de la opinión que están pensando en salirse de esta moneda, es una discusión abierta”.
Luego el economista propone una agenda con los temas más importantes: “Tema principal: deuda, auditoría de deuda, pagar o no. Segundo tema: salir o no del Euro de parte de países como Grecia, Portugal e Irlanda. En los países de la Europa periférica, explica el economista, la Unión Europea tenía mucha popularidad entre los países más atrasados de Europa a fines de los 60 y principio de los 70, porque significaba incluso alejarse de experiencias totalitarias que se habían dado en España, Portugal y Grecia. Hoy ese contexto ya no existe. También había transferencia de capitales de Alemania, Francia y Benelux (Bélgica, Holanda, Luxemburgo) hacia esos países, hecho que hoy tampoco existe. “Más bien hoy tenemos una relación Centro – Periferia dentro de la Unión Europea desfavorable a la periferia” indica el belga. “¿Quiénes son los dueños de los títulos de la deuda de Grecia?” se pregunta, para contestar: “banqueros alemanes y franceses en un 50 por ciento, seguido de belgas, holandeses y británicos; lo mismo sucede con las deudas de España, Portugal e Irlanda”, por lo cual los países más pobres de Europa están transfiriendo sus recursos a los países centrales de ese continente. Esto está generando un sentimiento de antipopularidad en estos países. “En los medios de comunicación dominantes de Alemania y tambien de Europa en general se quiere presentar a Alemania ayudando a los países europeos periféricos, cuando no es así, esa “ayuda” alemana vuelve al sector privado financiero de ese país”.
Los países del Sur y la deuda
“El problema en América Latina, por ejemplo, es que los gobiernos descuidan lo que puede ocurrir en el futuro, consideran que el pago de la deuda es sostenible, por las actuales tasas de interés que son bajas, y entonces no hacen nada, o peor, se endeudan rápidamente” afirma Eric Toussaint, aunque aclara que “Argentina no es el caso, no se ve un nuevo endeudamiento acelerado” aunque sí lo están haciendo los países cuya entrada de divisas se debe fundamentalmente al petróleo. “Es un descuido muy grave” alerta Eric Toussaint, porque lo que habría que hacer es “aprovechar esta situación en la cual las reservas son altas para hacer dos cosas: Auditar la deuda, identificar la parte ilegítima, y suspender esta última para reducir de manera radical el stock y acelerar el ritmo de la integración regional”.
El Banco del Sur, objetivo necesario
Una política necesaria y viable que deben emprender los países de Latinoamérica, según Eric Toussaint es activar el Banco del Sur, colocar parte de las reservas en ese banco y lograr financiar proyectos regionales gracias a este banco latinoamericano sin tener que pedir dinero prestado al BID, al Banco Mundial o al FMI o a los mercados financieros internacionales. Eric Toussaint marca aquí una alerta para los países emergentes: “se está perdiendo un tiempo precioso y la situación puede degradarse rápidamente por falta de previsión, por lo que quiero alertar a la opinión pública de los peligros, que no son inmediatos, pero no se puede prever el ritmo de aumento de las tasas de interés en el norte, pero es claro que el aumento de las tasas es la tendencia, y eso va afectar a los países del sur.”
Eric Toussaint termina su café con leche en el bar del micro centro de Rosario en donde se realizó la entrevista; le pregunta al cronista de La Capital la tirada de ese diario, lo que sirve de argumento para contarle el intento de atropello de la patronal de ese multimedios y la respuesta de trabajadores primero, y del pueblo rosarino después. ¿Y cómo terminó?, pregunta y ante el ganamos nosotros, los trabajadores, esboza una sonrisa y dice “Muy bien” más para si que para sus interlocutores.
18 de abril de 2011
VIENTOS DE CAMBIO EN EL MUNDO ÁRABE Y MÁS ALLÁ
Immanuel Wallerstein. Kaosenlared.net
Hace 51 años, el 3 de febrero de 1960, el entonces primer ministro de Gran Bretaña, Harold Macmillan, un conservador, pronunció un discurso frente al Parlamento sudafricano, gobernado por el partido que había levantado el apartheid como base de su gobierno. Fue entonces que pronunció lo que ha venido a llamarse el discurso de los vientos de cambio. Vale la pena recordar sus palabras. Vientos de cambio soplan por todo el continente, y nos guste o no, el crecimiento de una conciencia nacional es un hecho político. Debemos aceptarla como un hecho político, y nuestras políticas nacionales deben tomarla en cuenta.
El primer ministro de Sudáfrica, Hendrik Verwoerd, no apreció esas palabras y rechazó sus premisas y su consejo. El año 1960 vino a ser conocido como el año de África, porque 16 colonias se transformaron en estados independientes. De hecho, el discurso de Macmillan reconocía la cuestión de que en esos estados de la mitad sur del continente había grupos significativos de colonos blancos (y con mucha frecuencia grandes recursos minerales), que se oponían a la idea misma de que hubiera un sufragio universal puesto que los africanos negros constituirían la abrumadora mayoría de votantes.
Macmillan no era ni de lejos un radical. Explicó sus razonamientos en términos de ganarse a la población de Asia y África para el bando occidental en la guerra fría. Su discurso fue significativo en tanto fue un signo de que los dirigentes de Gran Bretaña (y por consiguiente los de Estados Unidos) consideraban que la causa de la dominación blanca en las elecciones era un asunto perdido que podría arrastrar a todo Occidente. Los vientos siguieron soplando, y en un país tras otro ganó la mayoría africana, hasta que en 1994 Sudáfrica misma sucumbió al sufragio universal y eligió a Nelson Mandela como presidente. En el proceso, sin embargo, los intereses económicos de Gran Bretaña y Estados Unidos se conservaron más o menos.
Hay dos lecciones que pueden extraerse de esto. Una es que los vientos de cambio son muy fuertes y probablemente es imposible resistirlos. La segunda es que una vez que los vientos barren los símbolos de la tiranía, no hay certeza de lo que habrá de seguir. Una vez que caen los símbolos, todo mundo los denuncia en retrospectiva. Pero todo el mundo busca también que se preserven sus propios intereses en las nuevas estructuras que emerjan.
La segunda revuelta árabe que comenzó en Túnez y Egipto ahora abarca a más y más países, y no hay duda de que más símbolos de la tiranía caerán o concederán modificaciones importantes a sus estructuras estatales internas. ¿Pero quién retendrá el poder? En Túnez y Egipto ya vemos una situación en que los nuevos primeros ministros eran figuras clave en el régimen previo. Y el ejército en ambos países parece decirle a los manifestantes que dejen de protestar. En ambos países, hay exiliados que han regresado a casa a asumir puestos, y buscan continuar y expandir lazos con los mismos países de Europa occidental y Norteamérica que apoyaban a los regímenes previos. Es cierto que las fuerzas populares contratacaron, y por lo menos pudieron forzar la renuncia del primer ministro.
En plena Revolución Francesa, Danton aconsejaba: audacia, más audacia, la audacia siempre. Un buen consejo tal vez, pero Danton fue guillotinado no mucho tiempo después. Y quienes lo guillotinaron fueron a su vez guillotinados. Después de gobernar Napoleón, vino la restauración, y luego 1848, y luego la Comuna de París. Para 1989, en el bicentenario, virtualmente todo mundo estaba en favor de la Revolución Francesa, pero uno podría preguntarse con toda razón si la trinidad de la Revolución Francesa –libertad, igualdad, fraternidad– se ha cumplido en los hechos.
Hay algunas cuestiones que son diferentes ahora. Los vientos de cambio son ahora en verdad mundiales. Por el momento su epicentro es el mundo árabe, y los vientos siguen soplando con ferocidad ahí. Sin duda, la geopolítica de la región no volverá a ser la misma nunca. Los lugares clave en los cuales fijar la vista son Arabia Saudita y Palestina. Si la monarquía saudita es sometida a serios desafíos –y es probable que eso ocurra– ningún régimen del mundo árabe se sentirá seguro. Y si los vientos de cambio conducen a que las dos principales fuerzas políticas en Palestina se den la mano, tal vez aun Israel tenga la necesidad de adaptar sus nuevas realidades, le guste o no, para tomar en cuenta la conciencia nacional palestina –parafraseando a Harold Macmillan.
Sobra decir que Estados Unidos y Europa occidental están haciendo todo lo que está a su alcance para canalizar, limitar o dirigir los vientos de cambio. Pero su poderío no era el que solían tener. Y los vientos de cambio soplan en sus mismos territorios. Ése es el modo de los vientos. Su dirección e impulso no son constantes y por tanto no son predecibles. Esta vez los vientos son muy fuertes. Puede ya no ser fácil canalizarlos, limitarlos o dirigirlos.
SIN PATRONES: EL PROCESO DE RECUPERACIÓN DE EMPRESAS POR SUS TRABAJADORES EN ARGENTINA
Anarkismo.net. La Haine
Sectores de la clase obrera argentina protagonizaron la ocupación de empresas y la puesta en producción sin patrones, en un contexto de crisis económica.
A partir de fines del año 2001 y comienzos del 2002, sectores de la clase obrera argentina protagonizaron una experiencia de lucha muy singular. La ocupación de empresas y la puesta en producción sin patrones. En un contexto de crisis económica, alto nivel del índice de desocupación, quiebras de empresas y despidos masivos, miles de trabajadores se organizaron para mantener sus fuentes de trabajo.
Este artículo fue escrito especialmente para la ZACF, y será publicado en Inglés en el próximo número de la revista "Zabalaza". Extraído de Anarkismo.net
La crisis económica y política
Entre 1997 y 2001 en la Argentina estalló una fuerte crisis económica que impactó fuertemente en el bloque en el poder. Esta crisis estuvo coronada por la rebelión popular de los días 19 y 20 de diciembre que, enfrentando el estado de sitio, produjo la renuncia del presidente Fernando De la Rúa y la apertura de un proceso de acefalia en el poder ejecutivo de la república [1], y una avanzada de la lucha popular. Esta rebelión puso fin a una serie de gobiernos de corte neoliberal en el país, a la vez que produjo un avance en la lucha popular: asambleas barriales, movimientos de trabajadores desempleados y la recuperación de fábricas y empresas por los trabajadores.
Durante la década del 90 en la Argentina se había impuesto un modelo económico basado en la “convertibilidad” de la moneda. Esto significa que 1 peso equivalía a 1 dólar americano. Claramente, la única manera de mantener esta paridad era el crédito externo. Cuando a partir del 97 se encareció el crédito, la economía argentina entró en una fuerte recesión. Si bien el modelo económico había generado una alta tasa de desocupación (superior al 10%), la crisis disparó la desocupación a más del 25%. Numerosas empresas quebraron llevando a más trabajadores a la calle. La respuesta del gobierno, siguiendo los consejos del FMI y del BM fue aplicar recortes en el presupuesto nacional, que empeoraron la situación del pueblo. Para 2001, la Argentina dejó de ser un paraíso para las inversiones financieras, con lo que muchos capitales abandonaron el país. La respuesta del gobierno consistió en congelar los depósitos bancarios de los ahorristas, situación que a la larga constituyó una expropiación a los trabajadores y sectores medios para salvar al sistema bancario.
Ante esto, la burguesía se dividió en torno a dos programas para superar la crisis. Una parte buscaba abandonar la “convertibilidad”, devaluando la moneda, para hacer a la producción local más competitiva a nivel mundial. La otra parte buscaba adoptar el dólar como moneda de curso legal, haciendo a la economía local más dependiente de la economía norteamericana.
La situación social se volvió intolerable en diciembre de 2001. La congelación de los depósitos bancarios impedía a los trabajadores disponer de su salario. La falta de dinero circulante aceleraba el proceso de quiebras y la desocupación aumentaba. Fue así como para el día 15, en los barrios pobres de las grandes ciudades comenzaron los saqueos a comercios. La respuesta del gobierno fue la declaración del estado de sitio (estado de emergencia), suspendiendo las garantías constitucionales de la población la noche del 19 de diciembre. Al terminar la transmisión del mensaje presidencial por cadena nacional, la población de las grandes ciudades comenzó a ganar las calles, golpeando las cacerolas coreando “¡Qué boludos, qué boludos! ¡El estado de sitio se lo meten en el culo!” o “¡Qué se vayan todos, qué no quede ni uno solo!”, pidiendo la renuncia del ministro de economía, del presidente y de todos los políticos. Así comenzó la rebelión popular, de características insurreccionales, que acabó con la presidencia de Fernando De la Rúa.
La movilización popular
Los meses siguientes a la caída de De la Rúa la Argentina estuvo sumida en un proceso de avance de las organizaciones populares y sus reivindicaciones. Es de destacar el surgimiento de las Asambleas Vecinales y el protagonismo ganado por el Movimiento piquetero (o de Trabajadores Desocupados/Desempleados).
Las Asambleas Vecinales surgieron en las primeras semanas luego de la caída de De la Rúa. En casi todas las plazas y esquinas importantes de las grandes ciudades miles de vecinos se reunieron por primera vez en años. Se discutía política, se organizaban las acciones callejeras (movilizaciones, escraches), así como se buscaba, por medio del apoyo mutuo atender a las necesidades de los vecinos desempleados. También consiguieron establecer Asambleas Interbarriales que sesionaban semanalmente para coordinar acciones conjuntas.
Por otro lado, el movimiento piquetero, que había surgido en 1997, organizando a trabajadores despedidos tras la privatización de la empresa petrolera estatal en la Patagonia y el noroeste del país, en lucha para conseguir empleo y subsidios que permitieran paliar la situación de desempleo, alcanzó una proyección nacional. Para 2001, los pobres y desocupados de las villas miserias (favelas) del centro político del país, la Ciudad de Buenos Aires, también estaban organizados y movilizados. El gobierno transicional de Eduardo Duhalde, electo por la Asamblea Legislativa (que reúne a la cámara baja y la cámara alta) el 2 de enero de 2002, debió ampliar los subsidios a la desocupación para intentar calmar los ánimos de los millones de trabajadores sin empleo, consiguiendo en su lugar el crecimiento de las organizaciones reivindicativas de esos proletarios. Además, emprendieron proyectos productivos para, por medio de prácticas autogestionarias y cooperativas, conseguir puestos de trabajo.
Las organizaciones piqueteras se convirtieron así en un actor político de suma importancia en aquellos años, articulando alrededor de sí a las reivindicaciones populares de distintos sectores y demostrando un alto poder de movilización y presión contra el gobierno. En los primeros meses de 2002 se estableció una fuerte alianza entre las asambleas de origen urbano, conformadas mayoritariamente por sectores de clase media y los desempleados de los suburbios de las ciudades, que se expresó en la consigna “piquete y cacerola, la lucha es una sola”.
Las ocupaciones de fábricas
Es en este contexto de crisis económica y movilización popular que se produjo uno de los fenómenos que más llamó la atención a la militancia anticapitalista en todo el mundo: el proceso de ocupación de fábricas y empresas y la puesta en producción por sus trabajadores sin patrones.
Si bien este proceso fue novedoso en la Argentina, no deja de tener importantes lazos con las tradiciones y metodologías de lucha de los trabajadores. La táctica de la ocupación de fábricas tiene larga data en el país. El antecedente más importante en tal sentido fue impulsado por la CGT (Confederación General de Trabajadores) en el año 1964. En una jornada fueron ocupados por los trabajadores los 10.000 establecimientos fabriles más importantes del país con una precisión miliciana. La conducción de esta medida era burocrática y actuaba con una lógica de golpear y negociar para acumular poder corporativo dentro del sistema y no para generar una ruptura del sistema. Pero la medida asustó tanto a la burguesía y a los propios burócratas sindicales que el plan de lucha, organizado en distintas etapas, fue abortado a la mitad.
La ocupación del lugar de trabajo fue también una medida de resistencia a dictaduras o intentos de privatización: por ejemplo, toma del frigorífico Lisandro de la Torre (que se realizó para evitar la privatización del mismo y produjo una fuerte insurrección obrera en el barrio en que se ubicaba), toma de la empresa textil Alpargatas durante la última dictadura militar o la toma de la obra de la Represa del Chocón, etc.
Existen también medidas intermedias que también tienen un arraigue y una historia en el movimiento obrero argentino: la huelga con presencia en el lugar de trabajo, por ej., es una derivación moderada de la "ocupación" lisa y llana de la fábrica. Pero tras la crisis de 2001 apareció el hecho novedoso: los trabajadores ocupaban la fábrica quebrada para resguardar sus puestos de trabajo y ponerlas a producir sin patrones.
La mayoría de las veces, las ocupaciones comenzaban como medidas preventivas. Los trabajadores buscaban impedir por este medio, que los empresarios retiraran las maquinarias, mercancías y materias primas antes de declarar la quiebra. Si esto sucedía, las empresas serían insolventes, y evitarían pagar los salarios adeudados y las indemnizaciones por despidos, por no contar con bienes que pudieran ser rematados para saldas sus deudas.
Sin embargo, pronto empezaron a poner las plantas en producción. Tuvieron como antecedente la ocupación de la empresa IMPA (Industria Metalúrgica y Plástica Argentina), que desde 1996 estaba ocupada y cuyos trabajadores habían empezado a autogestionar, luego de resistir durante semanas y hasta meses, en los cuales debieron emprender una fuerte lucha política y jurídica. En este punto fue esencial la solidaridad prestada por los vecinos, las asambleas y los piqueteros que permitieron realizar movilizaciones masivas para conseguir la tenencia de las empresas y los derechos de explotación de las mismas. En la mayoría de los casos, no consiguieron el apoyo de las direcciones gremiales, burocráticas y amarillas (propatronales), aunque en algunos casos puntuales, algunas seccionales sindicales también apoyaron las ocupaciones. El caso más resonante, pero no el único, es el de Zanón (actualmente llamada FaSinPat, Fábrica Sin Patrón), donde los trabajadores habían conseguido recuperar las estructuras sindicales (primero de base, luego el sindicato) de las manos de la burocracia, constituyéndose en una organización clasista (de lucha de clases).
El mecanismo habitual de la recuperación de las empresas se puede esquematizar del siguiente modo. Primero, se ocupaba la empresa para evitar el vaciamiento de stocks de mercaderías y bienes de capital, para enfrentar el lock-out o para reclamar por el pago de salarios adeudados. A continuación, se decidía poner la planta en producción, como forma de cobrarse las deudas patronales. Para esto, los trabajadores se constituían en cooperativas de trabajo y emprendían la lucha legal para conseguir que se les adjudicara el derecho a la explotación de la empresa. La mayoría de las veces, consiguieron en primer lugar derechos temporales para la explotación (2 años o más), pero no los derechos de propiedad, por lo que debieron emprender nuevas luchas para conseguir la expropiación de las empresas y que luego se les adjudicara la propiedad. Estas luchas han llegado a durar años, como en el caso de la empresa productora de cerámicas Zanón.
Pero este camino de luchas fue muy largo y duro. El contexto de movilización popular y la crisis política y de dominio burgués y estatal fueron las condiciones que permitieron que estas reivindicaciones se consiguieran. El gobierno estaba fuertemente debilitado y no podía impedir la ocupación de fábricas.
Sin embargo, no debemos creer que una vez conseguido el marco legal para la explotación de las fábricas los problemas estaban superados. Ahora debían enfrentarse problemas tan profundos como los otros, pero de carácter comercial. Las empresas recuperadas muchas veces habían sido vaciadas. No tenían stock de insumos ni de productos terminados. Muchas veces los patrones ya habían retirado parte importante de la maquinaria. En otros casos, el hecho de haber permanecido cerrados durante meses produjo el daño de las maquinarias. Esto pasó en varias fábricas de vidrio o metal, donde los hornos se arruinaron por permanecer apagados. Además, por las grandes deudas, tenían cortados sus canales de proveedores y la provisión de energía o agua, y por la inactividad habían perdido a importantes clientes. El acceso al crédito a estas empresas era nulo.
Tampoco debemos olvidar que se trataba de empresas que habían quebrado por su incapacidad para competir en el mercado capitalista. Muchas de las empresas tenían tecnología obsoleta y estaban descapitalizadas. Con lo cual, en la mayoría de los casos, el comienzo de la actividad estuvo basado en fuertes dosis de autoexplotación para comenzar el proceso de capitalización. Muchas veces, los trabajadores debían trabajar largas jornadas sin poder realizar ningún retiro de dinero, para poder comprar nuevas mercaderías, y porque no podían utilizar sus maquinarias, teniendo que producir de manera casi artesanal.
Características de las empresas sin patrón
Según el estudio realizado por el colectivo de periodistas de lavaca.org, en 2007 había 163 empresas funcionando sin patrón [2]. Los rubros de las empresas son de los más diversos. Básicamente, hay tanto empresas de servicios (informática, supermercados, periodismo, escuelas y jardines de infantes, etc.) como empresas productivas (construcción, autopartes, alimentación, hidrocarburos, plástico, vidrio, etc.). En general son empresas pequeñas y medianas, con una mayoría de empresas con alrededor de 50 socios, aunque los extremos van de los 10 socios para el caso de las más pequeñas y 500 para las más grandes. Por lo que estamos hablando de la ocupación de una fracción minoritaria de las empresas argentinas. En cuanto a las formas de organización, todas han tomado la forma legal de cooperativas. En este sentido, la ley que regula las cooperativas es muy restrictiva en los aspectos organizativos, ya que impone la existencia de una comisión administrativa y un presidente. Este presidente tiene poderes casi plenos en su ejercicio, debiendo rendir cuentas del ejercicio anual a los asociados en asambleas ordinarias una vez al año. Sin embargo, más allá de esta cobertura legal, la mayoría de las cooperativas han adoptado de hecho otras formas de organización, que garantizan la participación del pleno de los asociados en los más diversos aspectos de la vida de la empresa.
Por otro lado, en la mayoría de los casos la se busca que el reparto de los beneficios sea igualitario entre todos los trabajadores. En los casos en que hay diferencias salariales son mucho menores que en otras empresas de la misma rama. En los casos en que las empresas sin patrón debieron tomar nuevos asociados, en muchos casos lo han hecho entre activistas que apoyaron la ocupación desde el primer momento. Es el caso de la ceramista FaSinPat, que en los primeros años de la gestión obrera experimentó un fuerte crecimiento de la producción teniendo que incorporar nuevos asociados. Muchos de ellos eran miembros del Movimiento de Trabajadores Desocupados, que acompañaron a los trabajadores durante la ocupación, en los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad y en las movilizaciones exigiendo la expropiación de la planta. Un último elemento a destacar es que muchas de las empresas recuperadas diversificaron las actividades que realizaban, buscando superar el hecho de ser meros centros productivos de mercancías. Así, en muchas empresas recuperadas funcionan centros culturales, bibliotecas, salas de atención primaria de salud, escuelas, etc. Esta diversificación fue una táctica muy útil a la hora de conseguir apoyos en las comunidades, así como una forma de gratitud al apoyo recibido. De este modo, las empresas recuperadas experimentaron una importante transformación, ocupándose de distintos aspectos de la vida social de los barrios.
El debate: ¿cooperativas o control obrero?
Un importante debate, de carácter estratégico se dio en el seno de la izquierda y del movimiento de empresas recuperadas. El problema a resolver era cómo debían organizarse estas empresas en el marco del sistema capitalista. La solución más difundida ha sido la conformación de cooperativas. Esta forma, que reviste caracteres jurídicos precisos, permitió dar un marco legal y avanzar en la explotación de las empresas.
Sin embargo, como ya hemos dicho, el Estado argentino prevé una importante injerencia en la vida orgánica de las cooperativas. Si en la lucha, todos los trabajadores estaban en pie de igualdad, decidiendo en asambleas cómo llevar adelante la lucha, la ley de cooperativas en la Argentina establece un mecanismo organizativo basado en la representación que aleja a la totalidad de los asociados de la gestión cotidiana de la empresa. Este primer obstáculo fue superado de hecho por muchas de las empresas sin patrón, que tomaban formalmente la personería de cooperativas pero que constituyeron mecanismos democráticos de gestión.
Pero en el capitalismo las cooperativas deben enfrentar problemas más importantes. El proceso de competencia entre las empresas obligan a los patrones a introducir cambios en las formas de producir, aumentar los ritmos de trabajo, incorporar maquinaria, despedir trabajadores, etc. Como puede verse, la producción para el mercado está en conflicto con los intereses de los trabajadores. No sólo por lo que se produce, sino que también por cómo se trabaja en las empresas para producir. Por esta razón, los trabajadores de algunas empresas recuperadas elaboraron otro modelo de organización, conocido como “el control obrero”. Esta modalidad implica el control por el pleno de los trabajadores de la totalidad del proceso productivo. Está acompañada una modalidad organizativa que parte de las asambleas de base de cada sección de la empresa, la elección democrática y directa de representantes para consejos u otros organismos, la revocabilidad de los mandatos por la asamblea, el control permanente entre la base obrera y sus representantes, la promoción de la función dirigente en todos los interesados y la proyección de la práctica del control en la fábrica hacia el dominio de la sociedad. Esta modalidad está acompañada además de la reivindicación de la nacionalización de las empresas [3]. Sin embargo, la forma predominante es la cooperativa (más del 90% de las empresas recuperadas), mientras que el 4,7% ha adoptado las forma de Sociedad Anónima o de Sociedad de Responsabilidad Limitada y sólo el 2,3% la de control obrero.
El kirchnerismo y la reconstrucción de la hegemonía burguesa
La elección del presidente interino Duhalde a principios de 2002 marcó el comienzo de la reconstrucción del dominio burgués en tras la crisis. Con la devaluación de la moneda se puso fin a 10 años de la política de convertibilidad, imponiéndose una fracción de la alta burguesía que buscaba generar mejores condiciones para competir en el mercado mundial. Fue derrotada la otra fracción burguesa, representada principalmente por el capital financiero y las empresas de servicios públicos privatizadas durante los años noventa, que buscaba la adopción del dólar como moneda.
Sólo faltaba disciplinar al pueblo que seguía luchando, movilizándose y organizándose. Para esto, el gobierno utilizó una doble táctica: por un lado, la represión, por el otro, la anulación de movimientos sociales por medio de la cooptación o la anulación política. La represión fue salvaje, y se cobró la vida de dos jóvenes referentes (Maximiliano Kosteki y Darío Santillán) del movimiento piquetero el día 26 de junio de 2002, cuando los trabajadores desocupados lanzaron un plan de lucha que buscaba cortar los principales accesos a la ciudad de Buenos Aires.
Si bien la represión causó el llamado precipitado a elecciones presidenciales, también implicó el comienzo de la decadencia del movimiento piquetero. Las asambleas, que fueron tan activas durante el verano de 2002, comenzaron a languidecer. La falta de objetivos concretos, la falta de experiencia y una situación económica que empezaba a normalizarse, fueron algunos de los factores que produjeron su reflujo.
Fue a Néstor Kirchner, quien asumió la presidencia de la Nación el 25 de mayo de 2003, a quien le tocó recomponer el dominio del Estado. Ex gobernador de una provincia del extremo sur del país, desconocido para muchos, en un contexto de fuerte rechazo hacia los partidos políticos y en base a un discurso de oposición al neoliberalismo, de condena a las violaciones de los Derechos Humanos durante la última dictadura militar (1976-1983) y de reivindicación de la militancia política de intencionalidad revolucionaria de la década del setenta, consiguió un fuerte apoyo popular, particularmente de los organismos de derechos humanos (entre ellos las madres y abuelas de plaza de mayo), movimientos sociales, intelectuales, etc.
La recuperación de la economía (en estos años, la economía creció a un ritmo de entre 7 y 9% anual), la creación de nuevos empleos, acompañados la mayoría de las veces de largas jornadas de trabajo y fuerte precariedad laboral, la aplicación de planes sociales contra la desocupación y la pobreza sirvieron también para apagar gran parte de la rebeldía de las jornadas de 2001. Poco queda de aquél movimiento, que golpeando cacerolas y enfrentando a la policía, cantaba en la calles “¡Qué se vayan todos, que no quede ni uno solo!”.
Esto no quiere decir que la movilización popular se haya agotado. Pero sí se ha transformado. La gran mayoría se canaliza hoy en día por canales institucionales, y si bien todavía no se ha reconstruido el sistema bipartidista característico de la Argentina, los partidos políticos del régimen han recuperado parte importante de su protagonismo. Por otro lado, la mayoría de las organizaciones piqueteras se alinearon con el gobierno. Aquellas que no lo hicieron perdieron gran parte de su influencia y presencia en la política nacional. Estas organizaciones dependían para funcionar de los recursos del Estado y el gobierno, fortalecido, sólo destina fondos a los movimientos afines.
La crisis internacional de 2008 y nuevas ocupaciones
En este contexto político de fortaleza del Estado y su gobierno se produjo la crisis financiera internacional a mediados de 2008. En aquél momento se produjeron nuevas quiebras de empresas. Pero no fueron tan generalizadas. El Estado contaba con suficientes reservas como para afrontar la crisis económica. Así, el año 2009 se produjo una reducción en el crecimiento de la economía, pero no una recesión.
Se produjeron algunas quiebras mientras algunas empresas se declararon en situación crítica. Los trabajadores ocuparon esas plantas, pero el gobierno, lejos de permitir la proliferación de recuperación de empresas realizó salvatajes de las empresas por medio de préstamos o las intervino con la intención de sanear sus finanzas para después devolverlas a sus dueños. Esto es lo que sucedió con las empresas más grandes. Mientras que algunas empresas pequeñas declararon la quiebra (en muchos casos fraudulentas, provocadas adrede por los dueños) y sus trabajadores las ocuparon con la intención de ponerlas a trabajar sin patrón. En estos casos, la recuperación de las empresas fue más dificultosa. Si entre 2002-2003 las recuperaciones debieron enfrentar a un gobierno debilitado, que intentaba recomponer su autoridad, y el poder judicial se veía superado por la movilización popular, ahora debían enfrentar un enemigo fortalecido en condiciones de mayor aislamiento. Además, la posibilidad de conseguir nuevos empleos hacía que muchos de los trabajadores no permanecieran en la lucha. La fortaleza del Estado permitió a la burguesía controlar mejor la situación impidiendo que se generalice.
Conclusiones. Un balance anarquista sobre las empresas sin patrón.
Mucho se ha escrito sobre las ocupaciones de fábricas en la Argentina en los años 2001-2003. Importantes sectores de la militancia anticapitalista de todo el mundo volcaron su mirada hacia estas experiencias buscando encontrar el avance hacia una sociedad socialista. Sin embargo, a diez años de la rebelión de 2001, creemos que es necesario realizar un balance más profundo de la experiencia.
En primer lugar, quisiéramos sintetizar algunos aspectos que nos resultan centrales a la hora de analizar el proceso. Podemos resumir brevemente esta caracterización en los siguientes puntos:
* Las ocupaciones y recuperadas son expresiones de la lucha de clases entre la burguesía y el proletariado. Más aún, corresponden orgánicamente al movimiento obrero argentino, son producidas por trabajadores o por trabajadores desocupados, retomando tácticas de lucha de larga data.
* Las particularidades que revisten estos procesos no se deben a que sean externos al movimiento obrero y a la lucha de clases sino a las distintas etapas que fue atravesando la formación económica-social argentina en las últimas décadas. La respuesta obrera surge como respuesta a la política de la burguesía.
* Las ocupaciones y recuperadas no son generadas por grupos políticos (minorías) comunistas, ni anarquistas. En realidad no fueron planificadas por nadie. Son expresiones legítimas de la lucha de clases. La derrota y división de la clase obrera y sus direcciones burocráticas muchas veces llevan a que las ocupaciones y recuperadas sean visto como un fenómeno juvenil o de partidos de izquierda, ya que estos fueron sus principales defensores a falta del movimiento obrero organizado.
En este sentido, creemos que es posible avanzar en un balance de la experiencia, que nos permitan extraer enseñanzas para otras latitudes y tiempos.
En este sentido no podemos dejar de destacar los puntos sobresalientes de la experiencia. Si bien tenemos que tener en cuenta que estas experiencias fueron de carácter defensivo y que estuvieron principalmente centradas en empresas pequeñas y medianas, bajamente tecnificadas, y por esa razón vulnerables a la competencia capitalista, son experiencias valiosas de autogestión que demuestran las posibilidades de producir sin patrón. Las empresas recuperadas permiten demostrar a la mayor parte de la población la posibilidad de la autogestión. La existencia de centenas de empresas funcionando sin patrón, donde son los trabajadores quienes deciden el curso de acción ante la producción, ampliando sus preocupaciones a otros problemas de la vida de sus comunidades. En este sentido, el ejemplo de Zanón tal vez nos demuestre las posibilidades de la autogestión, de una producción orientada por el interés social y no por la ganancia privada. En este sentido, entre 2002 y 2005, la empresa consiguió aumentar enormemente la producción duplicando, en ese mismo período, la cantidad de puestos de trabajo. Tal vez más importante es que en ese mismo período, sin la vigilancia y la presión patronal se redujeron drásticamente los “accidentes” de trabajo. Si bajo la gestión patronal había 300 accidentes anuales, en el período 2002-2005 sólo hubo 33, todos leves, sin registrar ninguna muerte [4], lo que nos habla de una clara mejora en las condiciones de trabajo. Sin embargo, creemos que debemos analizar también los límites que el capitalismo impone a las empresas recuperadas. Para lo cual debemos clarificar cuáles son nuestros objetivos como anarquistas y qué entendemos por autogestión.
Como decíamos más arriba, la mayoría de estas empresas debieron volver a producir en condiciones muy adversas: falta de abastecimiento de mercaderías, imposibilidad de acceso al crédito, obsolescencia tecnológica, cadenas de comercialización destruidas. Por lo cual, debieron basar su producción en fuertes tasas de autoexplotación de los trabajadores. Muchas de las empresas recuperadas desesperadas por el acceso a créditos y subsidios terminaron entregando la gestión de las empresas a personas con vínculos políticos, con lo que terminaron llamando a un nuevo patrón para gestionar las empresas. De este modo, muchos trabajadores renunciaron a la autogestión para mantener su puesto de trabajo.
Por otro lado, la necesidad de mantener la competitividad lleva a que los trabajadores de muchas de estas empresas tengan ingresos inferiores a los de trabajadores que realizan las mismas tareas en empresas privadas. La misma Zanón (tal vez una de las empresas más paradigmáticas y la que suele presentar mayores logros) ha tenido que enfrentar dificultades económicas en los últimos años. A diferencia de sus competidores privados, ellos no cuentan con ningún tipo de subsidios a la energía que consumen, con lo que sus costos de producción son más elevados.
Es por esto que debemos preguntarnos sobre la viabilidad de la autogestión a pequeña escala. Si es posible generar islas de autogestión en los marcos del sistema capitalistas o si el capitalismo tiene mecanismos para neutralizar estas experiencias. La realidad de muchas empresas recuperadas marcan que en realidad se está autogestionando la miseria, sectores de la economía que el propio sistema capitalista descarta por considerarlos inviables.
Por esta razón, debemos apuntar a autogestionar la totalidad de la producción y de la vida social. Y para esto es necesario expropiar masivamente a la burguesía, construyendo una sociedad socialista y libertaria. No existen oasis de socialismo en el marco de la sociedad capitalista y no se puede construir al margen del sistema y vivir ahí: hay que destruir al sistema. No hay convivencia posible. Como dicen en Zanón: "si no se hace la revolución, Zanón queda sola y la destruyen".
En el proceso de ocupación de fábricas los anarquistas tenemos mucho que aportar a la vez que aprender. Debemos aportar nuestra perspectiva política, a la vez que brindar nuestro apoyo moral y militante y ayuda técnica y económica. Buscando siempre la solución del conflicto en función de los intereses de los implicados: conservar el trabajo. En el marco de esa lucha se puede conseguir avances de consciencia. Avances que podrán acumularse en la construcción de un movimiento obrero clasista si estas experiencias permanecen vinculadas a las organizaciones de trabajadores, participando de sus luchas codo a codo.
Notas:
1 La acefalía se produjo ya que el vicepresidente había renunciado luego de haber denunciado el pago de sobornos en el parlamento ante el tratamiento de una ley de flexibilización laboral.
2 Colectivo lavaca, Sin Patrón, Buenos Aires, 2007. Más información en www.lavaca.org.
3 Aiziczon, Fernando, “Teoría y práctica del Control Obrero: el caso de Cerámica Zanón, Neuquén, 2002-2005”; en Revista Herramientas…
4 Aiziczin, Fernando, op. cit.
http://iceautogestion.org/index.php?option=com_content&view=article&id=437%3Asin-patrones-el-proceso-de-recuperacion-de-empresas-por-sus-trabajadores-en-la-argentina-2001-2009&catid=19%3Anoticias&lang=es&utm_source=feedburner&utm_medium=email&utm_campaign=Feed%3A+Icea+%28ICEA%29
10 de abril de 2011
LA GRAN DISTRACCIÓN LIBIA
NOTA DEL EDITOR DE ESTE BLOG:
Quizá algunas de las reflexiones coyunturales del artículo de I. Wallerstein que aquí les presentamos puedan haber "envejecido" un tanto a tenor de la evolución de los últimos acontecimientos en Libia. Las recientes declaraciones del secretario general de la OTAN, el danés Anders Fogh Rassmusen que, en respuesta a la pregunta de la revista alemana Der Spiegel, al ser interrogado acerca de si la guerra se podía ganar sin tropas de tierra afirmaba que “La respuesta sincera es que para este conflicto no hay una solución militar", admitían el estancamiento de la guerra civil libia, empantanada por sucesivos avances y retrocesos entre las fuerzas contendientes. De ahí que empiece a ser el momento de las las cancillerías y las diplomacias.
Pero Immanuel Wallerstein no se equivoca en absoluto cuando afirma que "el conflicto libio...es una gran distracción de la principal lucha política en el mundo árabe". El suyo es un punto de vista sugerente e inteligente que cruza transversalmente las fuertes polémicas dentro de la izquierda mundial sobre el asunto libio.
Espero que disfruten de su lectura como yo lo he hecho.
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IMMANUEL WALLERSTEIN. PERIÓDICO “LA JORNADA” (MÉJICO)
Todo el conflicto libio del mes pasado –la guerra civil, la acción militar contra Kadafi encabezada por Estados Unidos– no es ni una intervención humanitaria ni tiene que ver con el inmediato abasto de crudo en el mundo. Es de hecho una gran distracción –una distracción deliberada– de la principal lucha política en el mundo árabe. Hay algo en lo que Muammar Kadafi y los líderes de occidente de todos los puntos de vista políticos están en total acuerdo. Quieren bajarle el paso, canalizar, cooptar, limitar la segunda revuelta árabe y evitar que cambie las realidades políticas básicas del mundo árabe y su papel en la geopolítica del sistema-mundo.
Para apreciar esto, uno tiene que seguir lo que ha estado ocurriendo, en secuencia cronológica. Aunque los retumbos políticos en varios estados árabes y los intentos de varias fuerzas exteriores por apoyar a uno u otro elemento al interior de varios de esos estados ha sido una constante por largo tiempo, el suicidio de Mohamed Bouazizi, el 17 de diciembre de 2010, desató un proceso muy diferente.
Fue en mi opinión la continuación del espíritu de la revolución mundial de 1968. En 1968, como en los últimos cuantos meses en el mundo árabe, el grupo que tuvo el coraje y la voluntad para lanzar la protesta contra la autoridad instituida fue el de los jóvenes. Fueron motivados por muchas cosas: la arbitrariedad, crueldad y corrupción de quienes detentan la autoridad, su propia situación económica que empeora, y por encima de todo la insistencia en su derecho moral y político de ser parte importante en la determinación de su propio destino político y cultural. También han estado protestando contra toda la estructura del sistema-mundo y el modo en que sus líderes se han subordinado a las presiones de las fuerzas externas.
Estos jóvenes no estaban organizados, por lo menos en un principio. Y no siempre tenían un conocimiento total del escenario político. Pero han sido muy valientes. Y, como en 1968, sus acciones son contagiosas. Muy pronto, virtualmente en todos los estados árabes, sin distinción debido a su política exterior, han amenazado el orden establecido. Cuando mostraron su fuerza en Egipto, que sigue siendo aún el Estado árabe clave, todo el mundo comenzó a tomarlos en serio. Hay dos formas de tomar tal revuelta en serio. Una es intentar unirse a ella y de ahí controlarla. Y otra es tomar serias medidas para aplastarla. Ambas se han intentado.
Hubo tres grupos que se unieron, los cuales subrayó Samir Amin en su análisis en torno a Egipto: la izquierda tradicional y revivificada; los profesionales de clase media y los islamistas. La fuerza y el carácter de estos grupos ha variado en cada una de las naciones árabes. Amin vio a la izquierda y a los profesionales de clase media (mientras fueran nacionalistas y no neoliberales trasnacionales) como elementos positivos y a los islamistas, los últimos en subirse al carro, como elementos negativos. Y luego está el ejército, siempre el bastión del orden, que se unió tarde a la revuelta egipcia, precisamente para limitar su efecto.
Entonces, cuando comenzó el levantamiento en Libia, fue el resultado directo del éxito de las revueltas en los dos países vecinos, Túnez y Egipto. Kadafi es un dirigente particularmente despiadado y ha estado haciendo declaraciones horribles de lo que le haría a los traidores. Si tras poco tiempo hubo fuertes voces en Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos que llamaron a intervenir militarmente, no fue tanto porque Kadafi fuera una espina antiimperialista en su costado. Le vendía petróleo por la buena a Occidente y alardeaba del hecho de que ayudaba a Italia a amainar la marea de inmigración ilegal. Ofrecía arreglos lucrativos para los negocios occidentales.
El campo intervencionista tenía dos componentes: aquellos para quienes cualquiera y todas las intervenciones militares de Occidente eran irresistibles, y aquellos que argumentaban en favor de una intervención humanitaria. En Estados Unidos se les opusieron con mucha fuerza los militares, que veían que no se podría ganar la guerra libia y que sería un desgaste militar enorme para Estados Unidos. Este último grupo parecía estar ganando, cuando de repente la resolución de la Liga Árabe cambió el balance de fuerzas.
¿Cómo ocurrió esto? El gobierno saudita trabajó arduamente y en efecto logró una resolución que respaldaba la instauración de una zona de exclusión aérea. Con el fin de obtener la unanimidad entre los estados árabes, los sauditas hicieron dos concesiones. La exigencia era sólo la zona de exclusión aérea y la segunda resolución adoptada fue oponerse a la intrusión de cualquier fuerza terrestre occidental.
Qué empujó a los sauditas a impulsar esto? ¿Será que alguien en Estados Unidos telefoneó a alguien en Arabia Saudita y solicitó esto? Yo pienso que fue lo opuesto. Éste fue un caso en que los sauditas intentaron afectar la política estadounidense y no al revés. Y funcionó. Desequilibró la balanza.
Lo que querían los sauditas, y eso lograron, fue una gran distracción de lo que pensaban era lo más urgente, y de lo que estaban haciendo –tomar medidas extremas contra la revuelta árabe, ya que afectaba, primero que nada a Arabia Saudita misma, luego a los estados del golfo, y después al resto del mundo árabe.
Como en 1968, esta clase de revuelta antiautoritaria crea extrañas particiones en los países afectados, y crea alianzas inesperadas. El llamado a una intervención humanista es particularmente divisorio. El problema que tengo yo con las intervenciones humanitarias es que nunca estoy seguro de que sean humanitarias. Los proponentes siempre apuntan a casos donde tal intervención no ocurrió, como en Ruanda. Pero nunca miran los casos en que sí ocurrió. Sí, en un plazo relativamente corto, puede evitar lo que de otro modo sería una matanza de gente. Pero en un plazo más largo, ¿realmente logra eso? Para evitar las matanzas de Hussein en el corto plazo, Estados Unidos invadió Irak. ¿Fueron asesinadas menos personas como resultado de la invasión en un periodo de 10 años? No parece ser el caso.
Los proponentes parecen tener un criterio cuantitativo. Si un gobierno mata a 10 manifestantes, esto es normal, pese a ser tal vez merecedor de una crítica verbal. Si mata a 10 mil, esto es criminal, y requiere de intervención humanitaria. ¿Cuánta gente debe ser asesinada antes de que lo normal se vuelva criminal?, ¿100, mil?
Hoy, las potencias occidentales han lanzado una guerra en Libia, con resultados inciertos. Será probablemente un pantano. Logró ya distraer al mundo de la revuelta árabe en curso? Tal vez. No lo sabemos aún. ¿Logrará derrocar a Kadafi? Tal vez. No lo sabemos aún. ¿Si Kadafi se va, qué lo sucederá? Incluso los voceros estadounidenses se preocupan acerca de la posibilidad de que sea remplazado por sus viejos amigos o por Al Qaeda, o por ambos.
La acción militar estadounidense en Libia es un error, incluso desde el estrecho punto de vista de Estados Unidos, y aun desde el punto de vista de lo humanitario. No terminará pronto. El presidente Obama ha explicado sus acciones de un modo muy sutil y complicado. Lo que en esencia ha dicho es que si el mandatario de Estados Unidos, tras un juicio cuidadoso, considera una intervención en aras de los intereses de Estados Unidos y del mundo, él puede y debe hacerla. No dudo que haya agonizado para tomar esta decisión, pero eso no es suficiente. Es una proposición ominosa, terrible y a fin de cuentas una derrota propia. Entretanto, el mejor anhelo de todos es que la segunda revuelta árabe renueve su vapor –tal vez algo difícil ahora– y sacuda primero que nada a los sauditas.
Traducción: Ramón Vera Herrera
© Immanuel Wallerstein
9 de abril de 2011
LA COMUNA, EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN
NOTA DEL EDITOR DEL BLOG
Daniel Bensaïd, pensador y revolucionario marxista francés muerto en enero de 2010 escribió este texto en 2007, cuando aún existía la LCR francesa, un año y medio antes de dar lugar ésta al Nuevo Partido Anticapitalista (NPA), de la que fue su máximo exponente teórico hasta su muerte.
Al cumplirse, este año, el 140 aniversario de la Comuna de París parece conveniente releer este texto por quienes somos anticapitalistas y revolucionarios y esperamos de la izquierda mucho más que la gestión de la nave hoy varada del capitalismo. En él se abordan cuestiones cruciales de la democracia socialista, la lucha de clases, los problemas de dirección del nuevo Estado revolucionario que ha de conjurar la creación de un nuevo Leviathán y cuestiones que en la revolución soviética tuvieron una decisiva importancia en su deriva posterior. Sólo repasando la historia y los errores y horrores cometidos en ella será posible alumbrar una nueva sociedad realmente emancipadora y en la que estos no vuelvan a repetirse.
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Daniel Bensaïd | Kaos en la Red
(Resumen de una segunda contribución presentada por Daniel Bensaid en el marco del « ciclo Marx », en la Universidad de verano de la LCR desarrollada en Port Leucate del 24 al 29 de agosto de 2007 y publicada en Viento Sur, que insertamos como una contribución al debate sobre la Comuna en su 140 aniversario)
Muchos lectores de Marx le reprochan un implacable determinismo económico. Es necesario creer que eso es, en la mayoría de los casos, por ignorancia de sus escritos políticos, como su trilogía sobre Las luchas de las clases en Francia, El 18 Brumario de Louis Bonaparte, y La Guerra civil en Francia. [ 1 ] Si una veintena de años separan al primer texto del último, no constituyen menos una trilogía ya que se dibuja en estos textos una concepción de la política, de la representación, del Estado, de la democracia. Estos tres textos constituyen, hasta cierto punto, la otra cara de la crítica marxista a la modernidad, a menudo ignorada por lectores tapados por el gran sol de la crítica de la economía política -El Capital.
De la República tout court a la República social
"Al imponer la República" el proletariado parisiense conquistó en 1848 el terreno para su propia lucha para la emancipación, pero "de ninguna manera la propia emancipación", ya que la clase obrera era "aún incapaz de realizar su propia revolución". [ 2 ] Michelet lo había presentido a partir de 1846: "Una mitad de siglo bastó para ver a la burguesía salir del pueblo, elevarse por su actividad y su energía, y repentinamente, en medio de su triunfo, desplomarse sobre sí misma." [ 3 ] Así maduraba "el germen indeterminado de esta revolución desconocida" que se percibía en los sans-culottierie parisienses de 1793: "Los republicanos clásicos tenían detrás un espectro que marchaba rápidamente y había ganado velocidad: el republicanismo romántico de centenares de cabezas, de mil escuelas, que llamamos hoy socialismo." [ 4 ] Es este mismo espectro el que viene a atormentar a Europa en las primeras líneas del Manifiesto del Partido comunista redactado en los últimos días de 1847 y que hará su irrupción algunas semanas más tarde sobre el escenario europeo.
Marx data el nacimiento oficial de la II República el 4 de mayo. Pero el lugar y la fecha de su nacimiento real, "no es la revolución de febrero, sino la derrota de junio". El proletariado vencido fuerza la República apenas declarada a aparecer como el Estado cuyo objetivo declarado era "la perpetuación de la esclavitud asalariada" : "la burguesía no tiene rey, la forma de su reino es la República" que realiza en su "reino anónimo" "la síntesis de la Restauración y la Monarquía de Julio". En su forma acabada, la República constitucional realiza la coalición de intereses del partido del orden, al cual se opone. No habrá ya en adelante República tout court. Será social o no será más que una caricatura de sí misma, la máscara de una nueva opresión.
En el momento en que Marx publica El 18 Brumario, Blanqui encarcelado a la fortaleza de Belle-Ille, escribe algo similar a su amigo Maillard: "¿Qué es pues lo que se nos obliga a hacer después de mucho tiempo, si no la guerra civil? ¿Y contra qué? ¡Ah! He aquí precisamente la cuestión que se esfuerza en embrollarse por la oscuridad de las palabras: ya que se trata de impedir que las dos banderas enemigas se planten sencillamente enfrente una de la otra." [ 5 ] Y por eso los socialistas deben en adelante distinguirse de los simples republicanos burgueses que quieren "reiniciar febrero, pero no más."
En La lucha de las clases en Francia y en El Dieciocho Brumario, Marx comenzó a extraer, invocando el nombre de Blanqui, las implicaciones estratégicas de la prueba de junio del 48: "El proletariado se agrupa cada vez más en torno al socialismo revolucionario, en torno al comunismo, para el cual la propia burguesía inventó el nombre de Blanqui; este socialismo es la declaración de la revolución permanente." [ 6 ] Fórmula famosa, que retoma en forma de consigna en la conclusión de su Carta a la Liga de los comunistas:" ¡El "grito de guerra" de los trabajadores debe ser en adelante ‘la revolución permanente’!" Enigmática consigna, que aúna problemáticamente juntas, el acto y el proceso, el momento y la duración, el acontecimiento y la historia.
La revolución permanente tiene una dimensión inmediatamente europea. Los territorios nacionales son los campos de batalla parciales de una guerra civil de una mayor amplitud. Hasta el aplastamiento, entre 1918 y 1923, de las revoluciones alemana, húngara, italiana, los revolucionarios europeos, comenzando por los bolcheviques, pensarán su acción en esta representación europea del espacio estratégico. Es la conclusión que saca Marx, a partir de Las luchas de clases en Francia: "La nueva Revolución francesa se ve obligada a dejar inmediatamente el suelo nacional y a conquistar el terreno europeo, el único donde puede realizarse la revolución social del siglo XIX", ya que "nadie podría afirmar que el mapa de Europa sea definitivo." [ 7 ] La relación entre guerra y revolución, entonces, se inscribe de inmediato en esta perspectiva continental.
Introduciendo, en 1891, en la re-edición del texto de Marx sobre La guerra civil en Francia, Engels vuelve a profetizar: "¿Es que la anexión de las provincias francesas no empujó a Francia a los brazos de Rusia? ¿Y se no ve diariamente suspendida sobre nuestra cabeza, como la espada de Damocles, la amenaza de una guerra, el primer día en el cual todos los Tratados de alianza de los príncipes se volverán humo? De una guerra en la que nada es seguro sino la absoluta incertidumbre de su desenlace, de una guerra de raza que se librará en toda Europa afectando de quince a veinte millones de hombres armados." ¡Una guerra de raza! Al igual que la guerra que desató la Comuna, de la Gran guerra surgirá la revolución de Octubre, y de la segunda Guerra Mundial las revoluciones china, griega, vietnamita, yugoslava, pero a qué precio: sobre un montón de ruinas y cadáveres cada vez más imponente, cuyo peso muerto pesará cada vez más sobre la vida y el cerebro de los (sobre) vivientes, hasta el punto de transformar en pesadillas los sueños de emancipación.
Un nuevo Leviathan burocrático
1850-1871: De Las luchas de clases en Francia a La Guerra civil en Francia. Entre los dos escritos, alza, declinación y caída del Imperio. Como lo puso de relieve muy bien Maximilien Rubel, esta secuencia ofrece a Marx la materia para meditar ese extraño fenómeno político moderno que es el "bonapartismo" y de reconsiderar a través él la cuestión del Estado y su relación con la sociedad civil. [ 8 ]
Resurge así, a la luz de los braseros de la Comuna, la crítica de la burocracia empezada a partir de 1843 en el Manuscrito de Kreuznach y dejada después en obra o reanudada solamente de manera dispersa en escritos de circunstancia. El espíritu corporativo del antiguo régimen sobrevive, escribía entonces, en la burocracia como producto de la separación entre el Estado y la sociedad civil: "El mismo espíritu que, dentro de la sociedad crea a la corporación, crea, en el Estado la burocracia [... ] La burocracia es el formalismo de Estado de la sociedad civil". Ella es "la conciencia del Estado, la voluntad del Estado, el poder del Estado, personificada en una corporación, formando una sociedad particular y cerrada dentro del Estado." Ella "no puede ser un tejido de ilusiones prácticas: es la ilusión misma del Estado", y el espíritu burocrático es "un espíritu fundamentalmente jesuítico y teológico: los burócratas son los jesuitas del Estado y los teólogos del Estado; la burocracia es la República sacerdotal." [9] En cuanto al burócrata "tomado individualmente", el fin del Estado "se convierte en su objetivo privado: preocupado en subir a los puestos más elevados, es el carrerismo."
La supresión de la burocracia sólo no sería posible hasta que "el interés general pase a ser efectivo y no como en Hegel sólo en el pensamiento, en la abstracción del interés particular, lo que sólo puede hacerse si el interés particular se convierte en el interés efectivamente general". Forma finalmente encontrada de la emancipación, la Comuna de París aparece precisamente a los ojos de Marx como la crítica en acto del Estado burocrático y de cómo el interés particular que se han convertido en efectivamente el interés general. Y es que "la mayor medida" que haya tomado la Comuna no es una invención doctrinaria o un paraíso artificial, no es el establecimiento de un falansterio o de un Icaria, sino "su propia existencia", incluyendo sus límites y contradicciones. La Comuna fue así "la antítesis directa del Imperio", o también "la forma positiva de la República social", soñada desde los “Tres Gloriosos” de 1830 y los días sangrientos de junio de 48.
El poder de Estado es "en adelante abolido", escribe entonces Marx con respecto a las seis semanas de libertad comunal. ¿Abolido? La palabra parece contradecir las polémicas contra Proudhon o Bakunin, en las cuales Marx se oponía a la idea que tal abolición, del trabajo asalariado o del Estado, pudiera decretarse. Se trataba más bien de un proceso en el que era necesario comenzar por reunir las condiciones para la reducción del tiempo de trabajo, la transformación de las relaciones de propiedad, la modificación radical de la organización del trabajo. En el segundo ensayo de redacción de La guerra civil matiza mucho lo que se puede entender por abolición. En tanto "que antítesis directa del Imperio", la Comuna "debía estar compuesta de concejales elegidos por el sufragio de todos los ciudadanos, responsables y revocables en cualquier momento".
Ella "debía ser un cuerpo activo y no parlamentario, ejecutivo y legislativo al mismo tiempo". Los funcionarios y los propios miembros de la Comuna debían "realizar su tarea con salarios de obreros": "En una palabra, todas las funciones públicas, incluso las raras funciones que habrían sido incluidas en el Gobierno central debían ser asumidas por agentes comunales y colocadas por lo tanto bajo la dirección de la Comuna. Es entre otras cosas un absurdo decir que las funciones centrales, no las funciones de autoridad sobre el pueblo, sino las que son requeridas por las necesidades generales y ordinarias, no podrían ya estar garantizado. Estas funciones debían existir, pero los propios funcionarios no podían ya, como en el viejo aparato gubernamental, elevarse sobre la sociedad real, porque las funciones debían ser asumidas por agentes comunales y sometidas por lo tanto a un control verdadero. La función pública debía dejar de ser una propiedad personal." [10] No se trata pues de interpretar la desaparición del Estado como la absorción de todas sus funciones en la autogestión social o en la simple" administración de las cosas". Algunas de estas "funciones centrales" deben seguir existiendo, pero como funciones públicas bajo control popular. En este caso, la abolición del Estado no significa la abolición de la política o su extinción en la simple gestión racional de lo social. Puede significar tanto la extensión del ámbito de la lucha política por la desburocratización de las instituciones como la puesta en deliberación permanente de la cosa pública.
Escritos al calor de los acontecimientos, los textos sobre la Comuna permiten ajustar cuentas con el mito de un Marx ultrajacobino, hiper-estatista y centralizador a ultranza, frente a un Proudhon girondino, libertario, y descentralizador. Ciertamente, subraya que la constitución comunal, que rompe el poder del Estado moderno, "se tomó erróneamente por una tentativa de romper en una federación pequeños Estados, conforme a los sueños de Montesquieu y de los Girondinos, esta unidad de las grandes naciones que, aunque generada en su origen por la violencia, pasó a ser ahora un potente factor de la producción social". Y se quiso ver también erróneamente en la Comuna "que rompe con el poder del Estado moderno, un llamado la vida de las comunas medievales" que precedieron a este poder del Estado [11]. La centralización estatal pudo desempeñar un papel útil para vaciar los particularismos feudales y ampliar el horizonte, luego para defender a la revolución contra las conspiraciones del Antiguo régimen. Pero contra el Estado parásito y burocrático victorioso y su centralización gubernamental, Marx sostiene una lógica de descentralización solidaria en una perspectiva de alianza entre los campesinos oprimidos por la capital-París y los trabajadores parisienses oprimidos por la reacción provincial: "París, capital de las clases dominantes y de su Gobierno, no puede ser una ciudad libre y la provincia tampoco puede ser libre, porque París es la capital. La provincia no puede ser libre sino con la Comuna de París." [12] Este antagonismo entre la capital París y la Comuna de París es el escenario original de una lucha entre dos fuerzas sociales y dos principios políticos." Las clases dominantes no cesan de querer conjurar el espectro de la Comuna de París, varias veces resucitado (en 1936 con las huelgas del Frente Popular, en 1945 con la insurrección y la liberación de París, en 1968 con su huelga general y sus barricadas).
Lo que quiso la Comuna de París era "romper el sistema de unidad artificial que se opone a la verdadera unión viva de Francia", ya que la unidad impuesta hasta entonces era "una centralización despótica, ininteligible, arbitraria y onerosa". La unidad política en torno a la Comuna había sido lo contrario: "la asociación voluntaria de todas las iniciativas locales" y "una delegación central de las comunas federadas." [13] El Marx de la Comuna llega entonces hasta retomar por su cuenta la fórmula de Montesquieu de una República federativa concebida como "una sociedad de sociedades que hacen una nueva que puede crecer por sus numerosos asociados".
¿Qué es la dictadura del proletariado?
¿La Comuna como forma finalmente encontrada de la emancipación, o de la dictadura del proletariado, o las dos, indisociablemente unidas? Eso es lo que declara Engels, veinte años después, en la conclusión de su introducción a La guerra civil: "Muy bien, señores, ¿quieren saber lo que es esta dictadura que está en el aire? Observen la Comuna de París. Esa era la dictadura del proletariado." [14]
Si, como lo declara Engels, la Comuna "era la dictadura del proletariado", importa saber precisamente lo que era la Comuna. Ella suprime "todos los misterios y las pretensiones del Estado" dotándose con mandatarios bajo control popular permanente, remunerados como obreros calificados. Su medida más importante es "su propia organización, que se improvisó con el enemigo extranjero en una puerta y el enemigo de clase en la otra" [15]. La Comuna "no suprime la lucha de clases" sino que representa "la liberación del trabajo", como "condición fundamental de toda vida individual y social". Crea así "el ambiente racional" en el cual puede comenzar -comenzar solamente - a desarrollarse la emancipación social. [16] Es "esa esfinge que preocupa al entendimiento burgués": es simplemente "la forma bajo la cual la clase obrera toma el poder político" [17]. Ante la violencia despótica de los poseedores, Marx retoma entonces "la audaz divisa revolucionaria": "¡Abajo la burguesía! ¡Dictadura de la clase obrera!" [18]
Esta forma, es necesario destacarlo tanto como es fácil olvidarlo, mantiene el sufragio universal y la representación territorial de las comunas y barrios: "La Comuna debía componerse de concejales de los distintos distritos (como París fue el iniciador y el modelo, ésa será nuestra referencia) elegidos por sufragio de todos los ciudadanos, responsables y revocables en cualquier momento. La mayoría de esta asamblea se componía naturalmente de obreros o de representantes reconocidos de la clase obrera." [19]
En la Carta del 31 de mayo de 1871 al Consejo general de la AIT, Marx insiste:" "el sufragio universal debía servir al pueblo constituido en comunas" y "nada podía ser más extraño al espíritu de la Comuna que de sustituir al sufragio universal por una investidura jerárquica". No prevé restricción sobre los criterios sociales al derecho de voto. Expresa solamente su convicción de que la mayoría política corresponderá "naturalmente" a la mayoría social.
En cuanto a la relación entre los representantes y los representados, de los mandatarios y sus mandantes, es la de un control permanente concretado por los principios de responsabilidad y revocabilidad. Los representantes tienen permanentemente que dar cuenta de sus actos y en caso de litigio con los representados, a poner en juego su mandato. En este pasaje del segundo ensayo de redacción de La guerra civil, no se hace mención de mandato imperativo, como en el caso de la Carta a la AIT del 31 de mayo de 1871, donde se menciona como una constatación que, hasta en las más pequeñas aldeas, las comunas rurales debían "administrar sus asuntos por una asamblea de delegados, en cualquier momento revocables y vinculados por el mandato imperativo de los electores." [20]
Tanto la revocabilidad es la consecuencia de la responsabilidad del cargo electo frente a sus electores, como el mandato imperativo logra paralizar la deliberación democrática: si el mandatario no es más que el portavoz del interés particular de sus componentes, sin posibilidad de modificar su opinión en función del debate, ninguna voluntad general puede surgir, la adición de los intereses particulares o corporativos se neutraliza, y la esterilidad del poder constitutivo termina por hacer la cama de una burocracia que se eleva sobre esta voluntad en migas pretendiendo personificar el interés general.
Si para saber lo que era la dictadura del proletariado en el espíritu de Marx y Engels, bastaba con observar a la Comuna, esta "dictadura" parece muy respetuosa del sufragio universal y del pluralismo político. Sus primeras medidas consisten en una desburocratización y desmilitarización del Estado Leviathán, en disposiciones que revelarían lo que se llamaría hoy una democracia participativa, y en medidas elementales de justicia social. No tiene mucho de un poder dictatorial y muy pocas cosas de un régimen de excepción, si no es la suspensión del orden legal existente en favor del ejercicio del poder constitutivo inalienable de un pueblo soberano.
La Comuna, el Estado y la revolución
Para Lenin como para Marx y Engels, la cuestión del Estado es indisociable a la de la dictadura del proletariado, como organización de la fuerza y la violencia, "tanto para reprimir la resistencia de los explotadores como para dirigir a la gran masa de la población". Si esta "dictadura" tiene un carácter de clase, no se concibe sin embargo como una dictadura corporativa. Se trata de tomar el poder "para conducir al pueblo entero al socialismo". La fórmula evoca al concepto de hegemonía, que tomará curso en la socialdemocracia rusa para definir la relación entre el proletariado y el campesinado en la alianza obrera y campesina, mucho antes de que Gramsci le dé un nuevo alcance estratégico, cuando se trate de formar un bloque histórico, sin olvidar que "por el papel que desempeña en la gran producción, el proletariado es el único capaz de ser la guía de todas las clases trabajadoras explotadas pero incapaces de una lucha independiente para su liberación".
Después de la toma del poder, el Estado subsiste inicialmente, pero "como Estado burgués sin burguesía". Esta fórmula paradójica servirá de nuevo a Lenin para pensar de manera inédita el tipo de Estado resultante de la revolución rusa. Pero un Estado burgués sin burguesía no es entonces un Estado proletario. El Estado burgués sin burguesía va así a convertirse en la fuente sobre el cual se abren los peligros profesionales del poder y el refugio en el cual se desarrolla una nueva forma de excrecencia burocrática parásita de la sociedad. En El Estado y la Revolución, Lenin rompe radicalmente con "el cretinismo parlamentario" del marxismo ortodoxo, pero conserva la ideología gestionaria. Así, se imagina aún que la sociedad socialista "no será mas que una oficina, un taller, con una igualdad de trabajo e igualdad de salario".
Tales fórmulas recuerdan algunas páginas donde Engels sugiere que la desaparición del Estado significará también la desaparición de la política en favor de una simple "administración de las cosas", cuya idea se toma de los saint-simonianos; es decir, a una simple tecnología de gestión de lo social, donde la abundancia postulada eximiría establecer prioridades, de discutir sobre elección, de hacer vivir a la política como espacio de pluralidad.
Como ocurre a menudo, una utopía de apariencia libertaria se vuelve una utopía autoritaria. El sueño de una sociedad que no sería "mas que una única oficina y un único taller", no revelaría en efecto más que una buena organización administrativa. Del mismo modo, un "Estado proletario", concebido como un "cartel del pueblo entero", puede fácilmente conducir a la confusión totalitaria de la clase, el partido y el Estado. Al querer torcer el cuello al legalismo institucional del II° Internacional, Lenin lo dobla el bastón de la crítica en el otro sentido. Rompe con las ilusiones parlamentarias, pero se prohíbe al mismo tiempo pensar las formas políticas del Estado de transición.
Es este punto ciego el que Rosa Luxemburgo va a poner en evidencia. Si asume plenamente el concepto de dictadura del proletariado en su sentido amplio -"ninguna revolución ha sido terminada sino por la dictadura de una clase"- pone también en guardia a los socialdemócratas rusos: "Al parecer, ningún socialdemócrata se deja llevar por la ilusión de que el proletariado pueda mantenerse al poder. Si podía mantenerse, entonces implicaría el dominio de sus ideas de clase. Sus fuerzas no son suficientes actualmente, ya que el proletariado, al sentido más estricto de esta palabra, constituye precisamente en el imperio ruso, la minoría de la sociedad. Ahora bien, la realización del socialismo por una minoría se excluye incondicionalmente, puesto que la idea del socialismo excluye precisamente el dominio de una minoría."
Este artículo de 1906 prefigura y anuncia el famoso folleto de 1918 sobre la Revolución rusa. Contrariamente a los socialistas ortodoxos de la socialdemocracia alemana, saluda la revolución y a los bolcheviques que "se atrevieron" a abrir la vía al proletariado internacional tomando el poder. Destaca las responsabilidades que resultan para los revolucionarios europeos, comenzando por los alemanes: "En Rusia, el problema no podía sino plantearse. No podían solucionarse en Rusia. En este sentido, el futuro pertenece por todas partes al bolchevismo." El futuro de la revolución rusa se juega pues, en gran parte, en la arena europea y mundial.
No obstante los bolcheviques rusos tienen también su parte de responsabilidad. Rosa critica sus medidas relativas a la reforma agraria y la cuestión nacional. Cuando crean, no una propiedad social, sino una nueva forma de la propiedad privada agraria, la parcelación de los grandes dominios "aumentan las desigualdades sociales en el campo" y genera masivamente una nueva pequeña-burguesía agraria cuyos intereses entrarán inevitablemente en contradicción con los del proletariado. Del mismo modo, la aplicación generalizada del derecho a la autodeterminación para las naciones del imperio zarista sólo consigue "la autodeterminación" de las clases dirigentes de estas nacionalidades oprimidas, ya que "el separatismo" es "una trampa puramente burguesa". Lenin y sus amigos "inflaron artificialmente a pose de algunos profesores de Universidad y algunos estudiantes para hacer un factor político". En cuanto a la política agraria y la política de las nacionalidades, los bolcheviques habrían pecado por exceso de ilusión democrática, mientras que, inversamente, subestimaron lo que está en juego a nivel democrático de la cuestión institucional.
La cuestión de la Constituyente
Es el famoso debate sobre la disolución de la Asamblea Constituyente. Rosa no es sorda a los argumentos según los cuales era necesario "romper esta constituyente caduca", y que por tanto "nació muerta", que estaba atrasada respecto a la dinámica revolucionaria, tanto por sus modalidades electivas como por la imagen deformada que daba del país. Pero entonces, "¡era necesario promover sin demora nuevas elecciones para una nueva Constituyente!" Ahora bien Lenin y Trotski (en su folleto de 1923 sobre Las lecciones de Octubre) excluyen por principio toda forma de "democracia mixta" predicada por los austromarxistas.
Para Trotski, aquellos que, en el partido, fetichizan a la Constituyente, son los mismos, según él, que habían vacilado por el legalismo ante la decisión de la insurrección. Si, en octubre, la insurrección "se canalizó en la vía soviética y conectada con el 2º congreso de soviets", no se trataba a su modo de ver de una cuestión de principio, sino "de una cuestión puramente técnica, aunque de una gran importancia práctica". Este choque entre la decisión militar y la institución democrática propicia la confusión de los papeles entre el partido y el Estado, y también entre el estado de excepción revolucionario y la norma democrática. Esta confusión se eleva a su cima en Terrorismo y comunismo, folleto redactado también en la urgencia de la guerra civil que es la forma paroxística del estado de excepción.
El enfoque de Rosa Luxemburgo es diferente. Acepta los argumentos formulados por los bolcheviques para disolver la Constituyente, pero se preocupa por esa confusión entre la excepción y la norma: "el peligro comienza allí donde, haciendo de necesidad virtud, ellos [los dirigentes bolcheviques] pretenden fijar en todos los puntos de la teoría, una táctica que les ha sido impuesta por condiciones inevitables y a proponerlo al proletariado internacional como modelo de la táctica socialista". Esto que está en juego, más allá del asunto de la Constituyente, es la vitalidad y la eficacia de la democracia socialista misma.
Rosa destaca la importancia de la opinión pública, que no podría reducirse a un señuelo o a un teatro de sombras. Toda la experiencia histórica "nos muestra al contrario que la opinión pública irriga constantemente a las instituciones representativas, las penetra, las dirige. ¿Cómo explicar si no las cabriolas archi-ridículas que, en todo Parlamento burgués, los representantes del pueblo a veces nos dejan ver, cuando, animados repentinamente de un nuevo espíritu, hacen oír acentos perfectamente inesperados? ¿Cómo explicar que, de vez en cuando, momias archi-desechadas toman aires de juventud, que el pequeño Scheidemann encuentre repentinamente en su corazón acentos revolucionarios cuando la cólera truena en las fábricas, en los talleres y en las calles? ¿Esta acción constantemente viva de la opinión y la madurez política de las masas debería pues, justo en el período revolucionario, declararse delito ante el esquema rígido de los signos de partidos y padrones electorales? ¡Todo al contrario! Es precisamente la revolución que, por su efervescencia ardiente, crea esta atmósfera política vibrante, receptiva, que permite a las olas de la opinión pública, al pulso de la vida popular actuar instantáneamente, prodigiosamente sobre las instituciones representativas.
En lugar de comprimir este "pulso de la vida popular", los revolucionarios deben dejarle dirigir, ya que constituye un potente correctivo al pesado mecanismo de las instituciones democráticas: "Y si el pulso de la vida política de la masa late más rápido y más fuerte, su influencia se hace entonces más inmediata y más precisa, a pesar de los clichés rígidos de los partidos, las listas electorales obsoletas, etc. Ciertamente, toda institución democrática, al igual que toda institución humana, tiene sus límites y sus lagunas. Pero el remedio que encontraron Lenin y Trotski -suprimir sencillamente la democracia - es peor que el mal que supuestamente curan: bloquea la fuente viva de donde habrían podido brotar los correctivos a las imperfecciones congénitas de las instituciones sociales, la vida política activa, enérgica, sin obstáculos de la gran mayoría de las masas populares."
Las advertencias de Rosa toman, entonces, retrospectivamente todo su sentido. Temía en 1918 que las medidas de excepción temporalmente justificables se convirtieran en la regla en nombre de una concepción puramente instrumental del Estado como aparato de dominio de una clase sobre otra. La revolución consistiría solamente entonces en hacerlo cambiar de manos: "Lenin dice que el Estado burgués es un instrumento de opresión de la clase obrera, el Estado socialista un instrumento de opresión de la burguesía, que no es hasta cierto punto sino un Estado capitalista invertido. Esta concepción simplista omite la parte fundamental: para que la clase burguesa pueda ejercer su dominio, no necesita enseñar y educar políticamente al conjunto de la masa popular, al menos no más allá de algunos límites estrechamente trazados. Para la dictadura proletaria, ese es el elemento vital, la respiración sin la cual no podría existir. "
La nueva sociedad se inventa sin modo de uso. El programa del partido sólo ofrece "los grandes trazos que indican la dirección", y aún estas indicaciones sólo tienen un carácter orientativo, de balizaje y advertencia, más bien que un carácter preceptivo. Ciertamente, el socialismo "presupone una serie de medidas coercitivas contra la propiedad, etc.", pero, si "se puede establecer el aspecto negativo, la destrucción", no ocurre lo mismo con el "aspecto positivo, la construcción: nueva tierra, mil problemas." Para solucionar estos problemas, la libertad más amplia, la actividad más amplia, y de la más amplia parte de la población son necesarias. No es la libertad, sino el terror que desmoraliza: "Sin elecciones generales, sin una libertad de prensa y de reunión ilimitada, sin una lucha de opinión libre, la vida se marchita en todas las instituciones públicas, vegeta, y la burocracia permanece como el único elemento activo." En El Estado y la Revolución, el mismo Lenin entrevió esta funcionalidad social de la democracia política. A algunos marxistas, para los cuales el derecho de autodeterminación de las naciones oprimidas era irrealizable bajo el capitalismo y se volvería superfluo bajo el socialismo, respondía por adelantado: "Este razonamiento, probablemente espiritual pero en realidad erróneo, podría aplicarse a toda institución democrática, ya que un democratismo rigurosamente consecuente es irrealizable en el régimen capitalista, y en el régimen socialista, toda democracia terminará por apagarse [... ] Desarrollar la democracia hasta el final, buscar las formas de este desarrollo, someterlas a la prueba de la práctica, ésta es por tanto una de las tareas esenciales de la lucha por la revolución social. Tomada en parte, ningún democratismo, cualquiera que sea, llevará al socialismo: pero en la vida, el democratismo nunca se tomará sólo en parte. Se tomará en su totalidad. Ejercerá también una influencia sobre la economía cuya transformación estimulará. "[21]"
Notas
[1 ] Las luchas de clases en Francia (1850) y El 18 Brumario de Louis Bonaparte, París, colección Folio, 2002. La guerra civil en Francia, París, ediciones sociales, 1968.
[2 ] Marx, Las luchas de clases en Francia, p. 18, 22.
[3 ] Michelet, El Pueblo. En 1832 ya Blanqui declaraba en su Informe a la Sociedad de Amigos del pueblo: "No es necesario disimular que hay una guerra a muerte entre las clases que componen la nación" (Blanqui, Son necesarias las armas, París, La fábrica, 2007, p 80).
[4 ] Michelet, Historia de la Revolución francesa, Laffont 79, volumen II, p. 474.
[5 ] Blanqui, op. cit., p 176.
[6 ] Marx, Las luchas de clases en Francia, p 122. En su duodécima Tesis sobre el concepto de historia, Walter Benjamin acusará en bloque a la socialdemocracia "casi haber llegado en el espacio de tres década el nombre de un Blanqui cuyos acentos de bronce habían sacudido el XIXe siglo".
[7 ] Engels, El Po y el Rin.
[8] Ver a Maximilien Rubel, Karl Marx ante el bonapartismo, publicado en Karl Marx, Las luchas de clases en Francia, op. cit. París, Folio, 2002.
[9 ] Marx, Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, París, 10-18, 1976.
[10 ] Marx, La guerra civil en Francia, p. 260.
[11 ] La guerra civil en Francia, p. 45.
[12 ] Ibid. p. 227.
[ 13 ] Ibid., p. 231.
[14 ] La guerra civil en Francia, p 302..
[15 ] Ibid, 215..
[16 ] Ibid, 216..
[17 ] Ibid, 256..
[18 ] Las luchas de clases en Francia, p 41..
[19 ] Ibid, p. 260..
[20 ] En Lenin, en El Estado y la revolución, en particular, se encuentran los principios de responsabilidad y revocabilidad pero no el de mandato imperativo.
[ 21 ] Lenin, El Estado y la Revolución, en Ouvres, volumen 25, ediciones de Moscú, p. 489.
Traducción: Andrés Lund Medina
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