Por Marat
1.-ES NECESARIO Y URGENTE UN CAMBIO DE RUMBO:
1.-ES NECESARIO Y URGENTE UN CAMBIO DE RUMBO:
El peso que tienen las decisiones de los sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT, sobre el conjunto de los trabajadores transciende, por la importancia de ambos, a sus afilados para marcar su impronta sobre el conjunto de los trabajadores españoles. Más allá de su papel de representación institucional en los comités de empresa, el modo en que afronten la defensa de los trabajadores, por acción o por omisión, nos afecta a todos, afilados a alguno de los dos o no.
De ahí que, aún no siendo miembro de CCOO ni de UGT, me sienta legitimado para dirigirme a Fernández Toxo y a Cándido Méndez, como secretarios generales de ambos sindicatos y a sus respectivas comisiones ejecutivas confederales.
Parece que finalmente habrá una segunda Huelga General contra las medidas del chico de los recados del capital, un tal Zapatero.
Desgraciadamente, como en la ocasión anterior, la próxima convocatoria no vendrá de la mano de las movilizaciones, la presión en la calle, la muestra de fuerza sindical, la voluntad de los sindicatos mayoritarios de mantener la continuidad de las luchas entre el 29-S y la previsible próxima huelga de Enero de 2011. Por el contrario, la traerá y convocará la matrioska de la eliminación de los caritativamente miserables 426 € que los parados de larga duración perderán en febrero de 2011 (en muchos hogares con hijos es el único ingreso), de la venta de AENA y las Loterías del Estado a ese “wonderful world” de los depredadores económicos, de esa patronal que hasta hace unos días tenía por presidente a uno de los mayores delincuentes del país, de la ley de pensiones que se mueve ahora a los 67 años hasta hacer luego coincidir la edad de la jubilación con la de la muerte, de la ley de reforma laboral que ya da sus primeros frutos en despido fácil y barato. Suma y sigue hasta robar a los trabajadores la primera y la última de las conquistas sociales, logradas con tanto esfuerzo a lo largo de su historia.
Ignoro si a vosotros estas palabras os resultan de un dramatismo excesivo, sobre todo si extraéis conclusiones sobre el grado de deterioro clima social a partir de la aparente quietud de la calle, no exenta de una profunda rabia y exasperación.
Lo cierto es que bajo una aparente calma de pesimismo conformista se mueve el sordo rumor del descontento social y fuerzas subterráneas que en cualquier momento podrían tener una expresión inesperada. La ola de revueltas y estallidos europeos más pronto que tarde alcanzará a España. Los tres primeros meses del próximo año pronostican un inicio especialmente difícil y, muy probablemente, caliente.
De momento, los albergues que cobijan a los sin techo están ya a reventar y Caritas afirma haber rebasado ya su capacidad de cobertura de la demanda social de ayuda a los desprotegidos provocados por la crisis capitalista, ante las derivas sistemáticas que Ayuntamientos y CCAA hacen hacia dicha institución a los demandantes de ayudas sociales, por ausencia de medios propios suficientes ante lo que no a mucho tardar se convertirá en una emergencia social.
Hay un modo de ver el mundo sindical propio de quienes han perdido la orientación y el sentido de lo que son las clases sociales, las diferencias irreconciliables entre capital y trabajo y ven en el sindicalismo sólo el modo de que los trabajadores se encaramen, por la puerta de atrás, a un simulacro de democracia social y clase media, a través del consumo.
Esa visión ha sido destrozada por esta crisis sistémica que nos devuelve a la realidad de la necesaria lucha de clases de la que hace tanto tiempo dimitisteis, envueltos en vuestro modelo de concertación, de “sindicalismo responsable” y de mesas de negociación, mientras durante los 17 últimos años las transferencias de las rentas del trabajo al capital crecían de modo ininterrumpido.
Llueve sobre mojado al repetiros lo que tantos trabajadores os han dicho ya: que el camino emprendido de poner sordina a las movilizaciones, de convocar por e-mail huelgas como la de funcionarios del 15-D de 2009, de reivindicaciones con freno y marcha atrás (demorando al máximo la convocatoria de la anterior Huelga General del 29-S, dejando meses en vacío sin continuar las luchas, posponiendo la próxima Huelga General hasta finales de Enero, al ras del “consumatum est” de la aprobación de la contrarreforma de la nueva Ley de Pensiones), no era el correcto. Vuestras movilizaciones intermitentes, sin solución de continuidad, nos debilitan porque resultan incomprensibles para los trabajadores frente al derribo sostenido que el capital y su gobierno del PSOE están haciendo de nuestros derechos.
Los silencios son cómplices cuando alimentan la rueda de molino en la que la clase trabajadora está siendo triturada y vuestra “oposición” cortés y “equilibrada” ante tantos golpes recibidos sin la merecida respuesta, os señala como tales. Sólo la retirada de los miserables 426 € a los 650.000 parados de larga duración habría justificado que os hubierais revuelto, lanzándoos inmediatamente a la calle, sin espera de que se fueran acumulando más agravios contra los trabajadores, y poniendo en jaque a este gobierno reaccionario y antisocial.
Vuestra “ponderada” crítica, en realidad un espeso silencio, ante la declaración del Estado de Alarma, auténtico golpe de fuerza, “manu militari”, de un gobierno que no dudará en aplicarlo de nuevo contra otros colectivos de trabajadores que salgan a la lucha con capacidad de presión, ha resultado tan impresentable a los ojos de cualquier sindicalista auténtico que se entregue de lleno a la causa de los trabajadores que no puede menos que provocarle rabia, repulsión y abatimiento. ¿Acaso no veis que la prolongación del Estado de Alarma hasta el 15 de Diciembre, de momento, no es otra cosa que una amenaza-chantaje, arrimada a la fecha crítica de convocatoria de la próxima Huelga General, que penderá sobre las cabezas de quienes la secunden desde servicios denominados estratégicos, como el energético (electricidad, gas, gasolineras,...), el ferroviario, el transporte de metro urbano o de autobuses, entre otros?
De ese temor a contagiaros por condenar el fascista Estado de Alarma decretado por el Gobierno, so pena de que se os acusara de defender a los mediáticamente demonizados controladores aéreos, ha venido vuestra falta de resistencia real contra la privatización de AENA, producida por las presiones de British Airways e Iberia, mayoritarios absolutos en Aeropuertos Españoles. Es significativo que sólo 4 días antes (29 de Noviembre) del decreto ley que privatizaba AENA y declaraba el Estado de Alarma, la asamblea de accionistas de Iberia, de la que es socio mayoritario la Caja Madrid de Rodrigo Rato aprobara la fusión con la compañía aérea de bandera británica. 0¿Casualidad? Posiblemente se lo parezca a quienes condenan la injusticia desde la cómoda distancia de quien no se implica hasta el fondo en las luchas ni anticipa los movimientos de nuestros enemigos de clase.
Traicionasteis la huelga de los trabajadores del metro el pasado verano, dando un golpe de fuerza, y sustituyendo la estrategia de lucha confrontada y hasta el final del comité de huelga, para pactar con un “personaje” parafascista como Esperanza Aguirre la reducción de masa salarial, que no es otra cosa que derechos sociales de los trabajadores de Metro Madrid. Vendisteis como victoria la rebaja de un 1 frente al inicialmente pretendido 5%, cuando incluso la rebaja del 1% era un robo ilegal. Este colectivo de trabajadores no son funcionarios sino personal laboral y el recorte salarial, injusto también para funcionarios porque no son los trabajadores quienes han creado la crisis sino los especuladores y el capital financiero, no les era aplicable. Frente al grito “que la crisis la paguen los capitalistas”, vosotros habéis opuesto desde el principio la corresponsabilidad social. Es curioso que tengan que ser esos mismos capitalistas quienes os muestren que la conciliación social es una patraña, cuando no hay nada que ellos quieran ya conciliar con vosotros, y lo hagan a través de la más descarnada lucha de clases que ellos practican contra todos nosotros.
De aquellos barros llegaron los lodos de un fracaso absoluto del 29-M en Metro Madrid, que sólo el heroico comportamiento de los trabajadores de la Empresa Municipal de Transportes (autobuses urbanos) y los piquetes suavizamos en una ínfima parte. Solidaridad Obrera y el Sindicato de Conductores de Metro Madrid no apoyaron la Huelga General; craso y terrible error por su parte, porque la política antisocial del Gobierno es para todos los trabajadores, pero comprensible.
Un país en el que los datos provisionales para 2010 indican que el 20,8% de su población se encuentra por debajo del umbral de pobreza, según el INE, debiera estar ya provocando revueltas como la griega y la francesa y CCOO y UGT son quienes debieran marchar al frente de ellos, si les quedase algo de auténticos sindicatos y una pizca de conciencia de clase entre sus dirigentes.
La anterior Huelga General fue posible, a pesar del modo en que la patrimonializasteis, también por la participación del sindicalismo alternativo, entre ellos la CGT, los movimientos sociales y la izquierda real que movilizaron las calles, mientras vosotros os ibais refugiando en los espacios todavía seguros de los sectores obreros más tradicionales o en los de mayor afiliación, cuando la realidad es que ya representan una proporción menor dentro de la composición estructural de la clase trabajadora.
Esa actitud prepotente, propia de organizaciones que creen que ellas lo representan todo y el resto nada, es siempre errónea porque los grandes grupos suelen ser lentos, torpes, rígidos y, con frecuencia, de contacto débil con la sociedad pero, en el momento presente, las manifestaciones de suficiencia son simplemente ceguera porque los hechos demuestran que lo grande ya no lo es tanto, ni en su capacidad de tomar contacto con la gente, ni en su credibilidad, ni en su capacidad de movilización. Y la envergadura de los retos actuales y del ataque contra la clase trabajadora es tal que todas las alianzas que puedan tejerse, desde el respeto y el trato igualitario, son necesarias y, aún así, pocas.
Pero, con frecuencia, los gigantes tienen los pies de barro y vuestra petulancia frente a las organizaciones menores encuentra la horma de su zapato en el desdén con el que este gobierno os trata, considerándoos apenas un zumbido molesto frente a una involución social a la que está entregado con todas sus energías. Tan escaso es su temor al sindicalismo “responsable” que representáis que ya expone abiertamente sus proyectos de convertir en papel mojado la negociación colectiva de los convenios, así como su universalidad y vigencia y su carácter de obligado cumplimiento. Todo ello está rompiendo la espina dorsal de un modelo sindical que ha quedado hecho añicos ante la voluntad del capital y sus brazos institucionales de acabar con el pacto social en el que se sustentaba un Estado del Bienestar que ha sido declarado oficialmente muerto y está siendo enterrado.
Vuestra perplejidad ante los acontecimientos, vuestra parálisis frente a la lucha, vuestra falta de capacidad de dirección de las batallas que debe librar la clase trabajadora, vuestro silencio ante tantos atropellos colectivos, nos coloca a los trabajadores en la peor circunstancia imaginable en un momento en que las respuestas de clase debieran seguir las estelas marcadas por los países europeos a la vanguardia de las luchas sociales.
Con ser cierto el miedo a luchar, por el temor a la represalia patronal del despido, de muchos trabajadores, con ser verdad que la falta de horizontes de victorias en las necesarias resistencias bloquea la determinación de combatir contra los recortes sociales, con ser muy cierto que el espejismo de clases medias, a través de la propiedad de la vivienda y el consumo, han desclasado a muchos trabajadores, con ser real la profunda desideologización de la clase a la que decís defender, no es menos cierto que vosotros tenéis mucha responsabilidad en las causas de todo ello y creo haberos expuesto la mayoría de ellas.
No obstante, no me resisto a señalaros algún otro:
- Durante demasiado tiempo habéis sustituido la labor concienciadora, el contacto con vuestras bases, la lucha en el centro de trabajo y en la calle por presencia mediática, declaraciones públicas y espacios de concertación y negociación, debilitando y olvidando los aprendizajes forjados en un ya remoto pasado que muestran que sólo una acción sindical permanente y una estrecha conexión entre dirección y base social pueden garantizar la fuerza de los trabajadores y sus organizaciones.
La primera y más evidente quiebra del fracaso del modelo que elegisteis se vio en la pasada huelga de funcionarios y en las movilizaciones precedentes del 12-D del pasado año, ambas de resultados realmente exiguos (1) Se anunciaba en ella una grave desconexión entre base social y afiliativa e incluso de estructura representativa (secciones sindicales, miembros de comités de empresa, delegados,...), por un lado, y dirección sindical, por otro.
Un año después, las pasadas movilizaciones del 15 y 18 de Diciembre han venido a firmar acta notarial de dicha desconexión. La pobreza de resultados de movilizaciones convocadas clandestinamente, sin apenas esfuerzo de propaganda en la calle y en los centros de trabajo, ni de proceso de calentamiento previo, ha resultado desoladora para todos aquellos trabajadores conscientes que creemos en la necesidad de la agitación, la movilización y el combate social contra el capital y sus secuaces. Por antiguo y pasado de moda que os parezca este lenguaje no deja de ser muy cierto. Está en el abc de cualquier elemental principio de acción política.
§ Desde el primer momento en que se dejaron sentir los efectos más devastadores de la crisis sobre los trabajadores, establecisteis una metodología de acción sindical que creaba la percepción social de movilizaciones destinadas a cubrir el expediente, a justificar la función social del sindicato, sin lograr que la gente tradujera vuestra intervención como firme resolución de lucha y resistencia a que la crisis la pagásemos los trabajadores.
Las invocaciones a la negociación colectiva de los convenios, cuando ya estaba establecida la conspiración de gobierno y patronal para darles muerte, eran casi tan patéticas como vuestra resistencia a levantaros de las mesas de negociación en las que se discutían los recortes sociales y la contrarreforma laboral.
El papel de resignados negociadores de EREs durante el primer año y medio de la crisis no produjo mejor impresión social, no tanto en el eco social y mediático como, lo que es más grave, en el modo en que erais percibidos por los trabajadores sometidos a dichos expedientes; es decir en la base social del sindicalismo: su espacio natural de conflicto, la empresa.
Los trabajadores necesitan saber que, incluso cuando finalmente se pierda una huelga, ésta ha sido convocada para ganarla y con la firme resolución de lucha de los dirigentes y los delegados sindicales. De otro modo, es muy difícil que la apoyen.
2.-¿Y AHORA CÓMO AFRONTAR LA PRÓXIMA HUELGA GENERAL?
Vuestra debilidad sólo beneficia a los enemigos de la clase trabajadora y a quienes aplican las políticas a su servicio.
Os daña a vosotros, pero antes que a nadie a los trabajadores y al movimiento obrero de forma global porque una práctica que no responda a la lucha más decidida y entregada a los intereses de la clase a la que decís representar desacredita a la acción sindical en su conjunto, incluso al sindicalismo alternativo, que tendrá dificultades para superar el déficit de credibilidad al que vuestra actuación ha conducido al sindicalismo como concepto.
Por tanto, la primera exigencia a la que debéis responder, como dirigentes de las dos principales organizaciones de trabajadores del país, es a la necesidad de recuperar el respeto y la credibilidad del sindicalismo como método de lucha de los trabajadores por sus derechos.
No es algo sencillo. El daño que habéis inflingido es de larga trayectoria y profundo. No se limita al período de estos 3 años de crisis sistémica del capitalismo. Viene de más lejos y ha dado lugar a un discurso reaccionario, antisindical y antiobrero que ha calado entre los propios trabajadores y no sólo entre los voceros y piquetes tóxico-mediáticos del capital.
Frente a vuestro modelo de “pacto social”, que ha sido despedazado por la voladura del Estado del Bienestar, sólo cabe un “pacto de hierro” de lucha, aquél que las organizaciones sindicales han de firmar con la clase social en la que se asientan.
Ese pacto de hierro con los trabajadores pasa por un claro cambio de rumbo, por una reorientación estratégica que deje clara, sin lugar a dudas, vuestra voluntad decidida de lucha por la defensa de vuestra clase. Ello exige una confrontación declarada, antes que nada en hechos contra los objetivos de arrancarnos nuestros derechos sociales, tan duramente logrados a lo largo de cerca de decenas y decenas de años.
Declarar superado vuestro modelo de concertación es algo para lo que no os sentís preparados porque vuestra acción social y sindical durante más de 30 años se ha basado en él y porque hay demasiados intereses inconfesables y de casta ligados al mismo.
Pero, con el paso del tiempo, el discurrir de los acontecimientos y la profundización de una crisis que no es cíclica sino estructural, serán los hechos los que con su terquedad os obliguen a ello, si no queréis desaparecer como antes lo hicieron los grandes dinosaurios.
Es necesario desterrar ese lenguaje que pide cien excusas antes de cada huelga general –“la huelga general es una gran putada. Lo raro sería que la gente nos aplaudiera por convocarla. Es la constatación del fracaso del diálogo social”. (2) “El Gobierno "está haciendo todo lo posible para que se produzca una huelga general". "No deseo una huelga general, pero el Gobierno la está provocando” (3). Si quienes están llamados a convocar una Huelga General van a ella como el que asiste al dentista, ¿cómo esperan que lo hagan quienes deben de seguirla? A la Huelga General se va con resolución, combatividad, convicción y dejando claro a quienes deben tomar nota de la misma –gobierno y poderes económicos pero también a los propios trabajadores- que esa huelga no será una educada procesión de nazarenos penitentes.
De lo contrario, si no hay voluntad de dejar clara la combatividad, se está poniendo palos en las ruedas del instrumento más poderoso que tiene la clase trabajadora para defenderse.
Cuando se lanza una Huelga General, en un contexto social, económico y político como el actual, debe quedar sentado que la mecha de los conflictos no se enciende para apagarla inmediatamente después y volver a encenderla al cabo de un tiempo. Esta suerte de “coitus interruptus” de las luchas sociales va dejándose por el camino credibilidad, fuerza y, sobre todo, hace llegar a los poderes económicos y políticos que no se está dispuesto a combatir hasta el final.
Si los mensajes no son claros y contundentes, si hay pusilanimidad, encogimiento o se transmite la sensación de que no se va en serio y a por todas, el resultado digno de la anterior Huelga General no se volverá a repetir.
De hecho, el regusto que la anterior huelga ha dejado, al venirse abajo inmediatamente después toda la movilización que había venido implicada en su preparación, ha dejado ha sido de cierto desinfle, fracaso y decepción. La clave no está tanto en que no se pudiera parar la reforma laboral, pues ésta no era sino un jalón más en toda una oleada de recortes de derechos y políticas de austeridad social en marcha, como en la falta de continuidad de la lucha, cuando muchos de los trabajadores más conscientes reclamaban el encadenamiento de las movilizaciones, en coherencia con la persistencia de los ataques recibidos desde el capital y su gobierno.
Sólo un combate sostenido en el tiempo, con continuación de las movilizaciones, puede afrontar el reto de enfrentarse al lento proceso de implosión que va experimentando el sistema capitalista, en un deterioro prolongado de su estructura económica. Por encima del desánimo o el miedo a secundar una huelga, por encima de las dificultades para convencer a los trabajadores de la necesidad y utilidad de las luchas a largo plazo es necesario transmitir muy claramente la idea de que estamos en una nueva fase, mucho más radical, de las reivindicaciones sindicales y de que esa nueva fase será larga y permanente.
Pero todo lo anterior sería insuficiente si no hay una clara voluntad unitaria desde el sindicalismo mayoritario de converger con las luchas del sindicalismo alternativo, de los movimientos sociales y de la izquierda de combate.
Uno de los peores enemigos del sindicalismo todavía mayoritario es la arrogancia de creerse el centro del universo, de despreciar lo que aportan a las luchas de los trabajadores el resto de las organizaciones, por minoritarias que parezcan.
El 29-S hubiera tenido un impacto mucho menor sin el apoyo decidido en los barrios y en centros de trabajo en donde los mayoritarios no lo son tanto. La manifestación del 18-D en Madrid y en otras ciudades muestra bien a las claras que la prepotencia nunca es una virtud pero mucho menos cuando no se arrastra en la capital de España a más de 15.000 personas y el bloque crítico que secundaba la manifestación era cerca de un tercio de esa cantidad.
Esta próxima Huelga General debe de ser unitaria en su convocatoria, abierta al máximo de organizaciones sindicales, sociales y políticas porque es mucho lo que nos jugamos: el fin de las garantías de derechos laborales, sociales, de acceso a una pensión, una sanidad y una educación públicas; es decir, el resto de lo que quedaba por robarnos a los trabajadores.
La demora y la duda hamletiana ante la convocatoria de la próxima huelga y su fecha, ha favorecido que, ante el vacío dejado por CCOO y UGT, tanto ELA y LAB, por un lado, como CGT, por otro, hayan aprovechado el momento para fijar las suyas: el 27 y 28 de Diciembre respectivamente.
Es muy cierto que el sindicalismo nacionalista vasco, al priorizar su proyecto de construcción nacional sobre la necesaria unidad de acción sindical, especialmente indispensable y urgente en un marco de aplicación estatal y europeo de las políticas de recortes sociales y de derechos, cometió un error en la pasada Huelga General del 29-S, al convocar por su cuenta, y al margen del resto de los trabajadores del Estado español, la huelga en los tres territorios históricos vascos y Navarra. Y va camino de hacerlo de nuevo sí, como parece, convoca de nuevo al margen de una movilización de alcance estatal porque las políticas que están siendo y serán aplicadas tendrán un ámbito de alcance de las 17 CCAA y afectarán al conjunto de la clase trabajadora del Estado, independientemente de que se sienta española o sólo vasca.
En el caso de CGT su actuación el 29-S coincidió en fecha, lucha y piquetes con CCOO y UGT, independientemente de que marcase su diferencia estratégica en la convocatoria y en las manifestaciones que la precedieron y acompañaron.
Esta próxima Huelga General debe serlo de toda la clase obrera, no de CCOO y UGT, de LAB y ELA o de CGT en particular. La debilidad del movimiento obrero no permite, salvo, grave error y responsabilidad de cada agente sindical, la división ante la huelga. Los compañeros franceses nos han dado una lección al respecto. Y eso que su fuerza social es infinitamente mayor que la nuestra.
Pero el esfuerzo mayor, con tener que ser de todos, debe serlo antes que nada de quien mayor dimensión como fuerza sindical tiene, aunque esto no sea así en Euskadi. A mayor peso, mayor ejercicio de responsabilidad ante la necesidad del éxito de la huelga.
Pactar servicios mínimos, a todas luces abusivos, como los del 29-S es aceptar que otros nos hagan la huelga a su medida, no a la de los trabajadores. Una Huelga General tiene la obligación de causar el mayor impacto posible, de distorsionar la vida cotidiana durante su duración y de afectar de un modo indiscutible a la actividad económica. Salvo los bomberos, la sanidad pública o algún otro servicio de emergencia o similar, los servicios mínimos son una puñalada lanzada al corazón de la huelga. Quien se preocupe más de lo que opinen los desclasados, los adocenados y los piquetes mediáticos antisindicales sobre una HUELGA GENERAL (con todas sus mayúsculas) -contra la que siempre estarán por principio y cuyos servicios mínimos siempre considerarán demasiado mínimos-, que de su éxito, harían bien en cambiarse el nombre por que el de sindicalistas no les corresponde; les viene demasiado grande. El poder sólo conoce el lenguaje de la fuerza, es el único que respeta y en él debe hablársele.
Cuanto más se demore la realización de la huelga y más se acerque su convocatoria a la aprobación del pensionazo, más tarde y a destiempo se percibirá por parte de los trabajadores. Ya se está retrasando demasiado su convocatoria. Es algo que CGT ha comprendido bien, lo que le ha llevado el 21 de Diciembre a convocarla para el 28 de Enero próximo. Y eso que CGT no ha cesado en ningún momento desde el 29-S su calendario de movilizaciones, para evitar que el capital de energías acumulado en la anterior Huelga General no se enfriase.
Pero, a la vez, la convocatoria de Huelga General debe venir precedida de centenares de actos descentralizados, sectoriales, de rama y asambleas de empresa, locales, provinciales, regionales, que expliquen sus motivos, informen a los trabajadores, los movilicen, calienten y tensen –sí, tensen- el ambiente social. Y para ello no basta con convocar a los delegados sindicales a un pequeño número de actos centrales. El pasado sábado 18 de Diciembre ni siquiera acudió una mínima parte de dichos delegados. Si ni siquiera acuden a los manifestaciones centrales de sus sindicatos, ¿para qué sirven esos delegados, cuál es su conciencia de clase y su nivel de compromiso con el sindicalismo y con los trabajadores? En algún momento CCOO y UGT debieran preguntarse para qué quieren determinada representatividad, qué hacen con ella y de qué modo se acepta a aquellos que van a ser representantes sindicales en una empresa. Puede que ahí se encuentren una parte de las razones del distanciamiento entre trabajadores y sindicatos mayoritarios.
El éxito de una Huelga General en tiempos especialmente difíciles no se consigue simplemente con varias ruedas de prensa, algunas pancartas colocadas en los barrios, cuatro carteles mal pegados, unos panfletos dejados semiclandestinamente en un rincón por delegados sindicales con poco entusiasmo por su responsabilidad, las charlotadas de los vídeos del Chikilikuatre, un par de actos centrales con seguimiento de medios de comunicación y alguna frase “ingeniosa” de los secretarios generales de los sindicatos.
La huelga la hacen los trabajadores, ellos son quienes se la juegan de verdad y hay que convencer, motivar, concienciar, movilizar para que, al día siguiente de la huelga, la lucha continúe, no como falaz y demagógica proclama sino como hecho socialmente percibido.
Ésta es la forma en que se hace sindicalismo. El resto es…otra cosa.
CCOO y UGT pueden continuar la estrategia hasta ahora seguida, de movilizaciones más virtuales que reales, de Huelgas Generales mediáticas y de direcciones que se sostienen débilmente en estructuras semivacías, en una afiliación más pasiva que activa y en una estrategia y un modelo sindical ya periclitados o girar hacia una lucha decidida, en serio, con mensajes claros, sostenida en el tiempo, que implique a los trabajadores y destaque por un nuevo espíritu unitario.
Si apuestan por la primera de las opciones, el camino va a ser largo, duro y difícil, como lo son las circunstancias en las que la crisis capitalista coloca a la clase trabajadora. Pero conduce a algún lugar, es una hoja de ruta con más credibilidad, gozará de la comprensión y el respeto de los trabajadores que sentirán que se les defiende de un modo resuelto y, sobre todo, suena infinitamente más honesta, en términos sindicales. Ello sin menoscabo de que quede pendiente la necesaria redefinición y construcción de un nuevo modelo sindical que tendrá que hacerse sobre la marcha, durante las luchas, porque la experiencia, es que en tiempos de paz social, poco útil se teoriza y desarrolla sobre estrategias.
Parece necesario, a la vez, reflexionar acerca del modo en que las luchas deben ser extendidas del ámbito de la producción, donde en estos momentos resultan más duras y comprometidas para quienes se embarcan en ellas, al de la reproducción y el consumo (lucha contra la banca, huelgas de consumo,…) que golpeen en nuevos frentes y compensen debilidades en los ámbitos de lucha más complejo.
Obviamente esta reflexión no resulta aceptable para quienes mantienen un planteamiento sindical hipermoderado, comprometido con el funcionamiento del sistema y esforzado en presentarse como interlocutor responsable de los poderes políticos y económicos. Pero el poder ni necesita ya de ese modelo superado, ni le quiere, porque no tiene nada que ofrecerle en términos de su propia supervivencia.
Si continúan por la segunda vía, lo pagarán los trabajadores, el sindicalismo en su conjunto y, específicamente, también las propias centrales todavía mayoritarias
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